Por Augusto Bleda
Morir es un proceso que nunca empezó ni nunca termina, vivir es solo
una capacidad que vamos perdiendo segundo a segundo. No somos más que unas
cuantas partículas en continua mutación, incapaces de escapar a un proceso que
nos subyuga, leyes y movimientos naturales.
Estamos insertos en esta lógica, pero aún somos tímidos y asustadizos
animales que se aferran a una certeza tras otra para no aceptar su propia
finitud, su completa y más honda falta de sentido único y trascendente. Estos
primitivos, los humanos, necesitan robustecerse aún de la idea de que la
seguridad proviene de la fortaleza, de la brutalidad, del falo erecto. Es en
este sentido que aún se construyen ejércitos de frustrados que sirven de sostén
a las peores infamias.
Quizás la más grande creación
de la actitud religiosa y devocional frente a la vida es la idea del yo.
Insertado en esta política de escape a la realidad aparece en la historia el
individualismo del mundo liberal caracterizado por las identidades descartables
que le dicta el mercado. Hasta la obediencia ciega y la esclavitud contienen
más aprendizaje, riqueza y nobleza que la sumisión voluntaria de la modernidad.
No existe una esencia imperecedera, sólo existe nuestra capacidad
limitada de movernos en el espacio y en el tiempo, de crear y de hacer, cosas
que trasciendan nuestra experiencia personal, los límites del “yo”. ¿Para qué?,
y ¿Por qué?, no hay razones, no hay verdades. A quien no le guste esto siempre
tiene la libertad de quitarse la vida o de resignarse a vegetar. Si vemos las
más grandes obras de las culturas antiguas, comprenderemos algo quizás.
Por todo esto pienso que la música es lo más grandioso que puede
pasarnos. Es otro lenguaje, de los sentidos, completamente coherente con lo que
somos en nuestra insignificancia individual y con estados de ánimo colectivos.
Es en cambio la continua perseverancia de nuestras facultades racionales la que
nos hace seres infelices y metódicos, máquinas que simplemente se limitan a
secundarse tras objetivos ausentes de la solidez que anhelamos.
Veo la miseria de las personas como una paradoja de los tiempos, como
un paradigma del ser humano.
¿Qué clase de aspiraciones superadoras puede tener toda esta horda
animal que se ve a sí misma como el regente del universo? No hay acto más
revolucionario que destrozar ese orgullo, esas certezas que dan seguridad y
bienestar al mundo.
La próxima revolución será la de los aguafiestas, la de los aburridos,
la de los alienados. Y mientras, se suceden los gobiernos, los trabajos, los programas de
televisión,... las mujeres, los hombres...
Pero todo tiempo histórico parece albergar la misma paradoja. Hemos
dejado de gozar cuando empezamos a pensar. Hemos dejado de habitar cuando
construimos la ciudad. Hemos dejado de ser hombres para empezar a trabajar.
Hemos dejado de procrear para tener “sexualidad”.
¿Es posible que una especie construya un hábitat que lo lleve a su
propia ruina, al suicidio, a la negación de sus tendencias naturales? Pareciera
que sí. Todo en aras de un imperialismo ignorante que en busca de certezas,
placeres, escapes y obsesiones está hundiendo al mundo entero.
Y mientras tratamos de encontrarle sentido a la vida, ella se va, nos
abandona, como los amores más agrios... y lloramos, porque se va, porque nos
sentimos traicionados, porque somos pequeños egos caprichosos que aún se creen
merecedores de sufrimiento, siempre buscando acaparar las miradas de los demás,
siempre vociferando lamentos para ser escuchados, siempre llendo tras la madre
a prendernos de su teta, siempre buscando el padre benefactor que nos corrija y
nos señale el camino.
Somos seres atávicamente fracasados, quizás los bichos que más sufren
sobre esta tierra. Somos tan miserables que necesitamos que la experiencia de
buda se convierta en una religión para eliminar el dolor y el sufrimiento de la
vida de todos. Y otra vez la esquematización, la devoción y los arquetipos del
encierro nos mantienen seguros en nuestra rutina para olvidarnos del mensaje
más “aterrador” de aquel sabio, su silencio. Anatman + Sunyata.
“Sunyata significa que no hay nada que posea una esencia individual y,
por tanto, que todo está vacío, sin una realidad independiente. Todo lo que
existe está relacionado y es interdependiente, y la aparente pluralidad de
individualidades es un carácter ilusorio de nuestra existencia.” Gracias Wikipedia.
Todo está ahí delante de ti esperando ser descubierto. Todas las
certezas del mundo están hechas para deshacerlas. Demos un salto cualitativo,
asaltemos la ignorancia con el camino del medio, la tercera posición entre el
materialismo y el nihilismo. El Nirvana es un estado de conciencia en el que puedes
tener sexo con tu hermana, comer un poco de mierda y pasearte desnudo por las
calles.
Siempre cuando quieras hacerlo, y si aún no resguardas los celosos límites
de la cordura. Claro, siempre están los límites de los hombres, y los de la
naturaleza. Respetarlos es cuestión de prudencia, no de fe ciega a la norma. Ahí
radica la diferencia, en reconocer que los límites, que las fronteras que los
hombres obedecen y que otros hombres impusieron simplemente no existen o
carecen de sustancialidad. Luego lo demás viene por nuestro amor a la vida, al
disfrute, por nuestro dionisismo apolíneo, por nuestro equilibrio en esta
cabalgata al tigre, por nuestra racionalidad éticamente sensible y comprensiva
con la miseria humana. Todo esto hará con la perseverancia en práctica, de
nuestro entorno, un mejor lugar. Y de nosotros mismos, algo mucho más valioso
que un par de entrañas y átomos en conflicto con el tiempo y el mundo.
Con la suficiente inteligencia como para ser inclasificables. Con la
suficiente cordura para tener que ser tildados de locos. Por ahí se conduce a
la Liberación. Por los caminos pedregosos por donde pocos se atreven a pasar.
La vida solo tiene sentido si es quemada en un arrojo heroico. En la vida son los
hechos, los actos, los que valen más que las palabras y los pensamientos.