Por el Sub-Brigadier
La República de Sudáfrica, en
el extremo sur del continente africano consiste básicamente en una extensa
meseta rodeada de "velder" o planicies cubiertas de verdor y algunos
montes. En la Edad de Piedra recibió diversas migraciones desde el valle del
primitivo Nilo, las que no pasaron jamás del estado paleolítico.
Aunque descubiertas por portugueses en el siglo XVI, fue en l652 que los
holandeses establecen en El Cabo un puerto para el avituallamiento de sus
barcos. Los descendientes de estos primeros colonos constructores y creadores,
blancos holandeses y alemanes, recibieron el nombre de BOERS (del holandés
"boeren": cultivadores). Convertidos en ganaderos fueron adentrándose
en busca de nuevos pastos y se encontraron sorpresivamente con indígenas,
hotentotes y bantúes. Esto es de singular importancia pues los Blancos no sólo
llevan allí más de 3 siglos sino que además se establecieron en tierras
africanas deshabitadas, por lo que son tan africanos como las 20 o más tribus
negras que pueblan o poblaban una porción de esta superficie, aún cuando sigan
manteniendo por supuesto sus características de europeos arios.
Acertadamente el Dr. Peter Aldag nos dice que 'De la estrecha unión entre los
hebreos y el Reino Unido resultan también las causas de la Guerra de los
Boers', en su libro "La Dominación de los Judíos en Inglaterra". En
1806 la eterna voracidad de la pérfida Albión sojuzgó a los legítimos dueños
del suelo sudafricano, los que ante múltiples atropellos y abusos optaron por
emigrar pacíficamente al interior creando los estados de Transvaal y Orange,
mientras que los invasores judeo-británicos se apoderaban de El Cabo y Natal,
despojo legitimado en 1815 por el Congreso de Viena.
En 1884 estos estados boers y otros más pequeños se fusionan creando la
República Sudafricana. Quiso el destino que precisamente estos nuevos
territorios fueran ricos en oro y diamantes, lo cual atrajo a una avalancha de
aventureros y abrió nuevamente el apetito insaciable del gobierno inglés, a
esas alturas ya inexorablemente bajo la sombra ominosa de los Rothschild.
Tal riqueza atrajo a muchos británicos y a un número considerable de judíos
procedentes del Reino Unido y posesiones inglesas. Johannesburg, la capital del
oro, llegó a tener 100.000 habitantes y rápidamente los cabarets, salas de
juego, prostíbulos y garitos hicieron prosperar a sus dueños judaicos. Luego,
con el apogeo de la banca internacional y el control de los bancos centrales,
dominaron la vida económica del país hasta convertirse en propietarios
exclusivos de las minas de oro. Por ejemplo, la firma Wernher Beit & Co.
llegó a poseer 29 minas. Y todo a costa del esfuerzo y sacrificios de mineros y
trabajadores, mediante la concesión o incluso imposición de créditos en
condiciones usurarias. La City de Londres, y en especial los Rothschild, se
apoderaron de la Bolsa, instaurándose la extraña costumbre de cerrarla los días
de fiesta judíos, costumbre que con el tiempo se extendió a todas las demás
actividades.
También la prensa fue poco a poco engullida y los usureros controlaron así la
llamada 'opinión pública', la que igual que hoy no era más que la opinión de
los propietarios de los medios de difusión, quienes dictan qué, cuándo, cuánto
y especialmente cómo se informa. Pero todavía el gobierno seguía en manos Boers, quienes mantenían el control de
la dinamita y de los ferrocarriles; situación enojosa para los amos económicos
de la población productiva, algo que la City en Londres no estaba dispuesta a
seguir tolerando pasivamente.
Asiéndose del débil pretexto de que los Boers negaban la ciudadanía a los
ingleses, o por lo menos "sus plenos derechos" (léase control de la
dinamita y de los ferrocarriles), añadiendo supuestos malos tratos orquestaron
una gran campaña de prensa encabezada por sus órganos "The Cape
Times" y "The Cape Argus", para convencer a la población de que
las autoridades Boers eran responsables del clima bélico y de inseguridad que
ellos mismos, judíos y británicos, habían provocado artificialmente.
Simultáneamente la prensa aparentemente boer, como el "Leader" y el
"Star", se dedicó a zaherir el orgullo inglés. En fin, la prensa
concertada en manos judías se concentró en predisponer a la población inglesa
en Sudáfrica primero, y luego a exacerbar los ánimos en Gran Bretaña. En estas
circunstancias y aferrándose descaradamente a que el gobierno boer había dejado
insatisfechas una o dos de las interminables peticiones británicas es que
estalló la guerra que necesitaban los Rothschild y sus asociados.
Tras algunas victorias de los sudafricanos dirigidos por Paul Krüger, éstos son
finalmente derrotados por los ingleses, apertrechados desde Londres por Joseph
Chamberlain y desde El Cabo por Cecil B. Rhodes, socio de Albert Beit en la
formación de un imperio colonial; ambos lograron con sus típicas argucias y
malas artes que el rey de los matabelés, Lobengula, les cediera derechos
exclusivos sobre todos los minerales y metales hallados en su territorio y
autorización para atacar a todos los que osaran buscar algo en sus tierras.
Formaron la Cía. Británico-Sudafricana con jurisdicción sobre 450.000 millas
cuadradas y que contó entre sus directores a los judíos Ernest Oppenheimer,
Frederic y Emile D'Erlanger y Edmund Davis, amasando fortunas fabulosas. Es en
esta guerra, que se extiende de 1899 a 1902, que estos grandes benefactores de
la Humanidad inauguraron el uso de CAMPOS DE CONCENTRACIÓN encerrando a 117.000
mujeres y niños Boers, de los cuales perecieron por hambre y carencia de
atención sanitaria 26.370 mujeres y niños sudafricanos arios, según las propias
estadísticas británicas.
En 1909 el parlamento británico creó el Dominio de la Unión Sudafricana, el
cual encubierto por el Dictado de Versalles rapiñó en 1919 la colonia Alemana
de Africa del Sudoeste. En las elecciones de 1948 triunfó la Coalición
Nacionalista Africana que implantó el Apartheid. Gracias a un plebiscito se
independizó de la Comunidad Británica el 31 de mayo de 1961 naciendo la
República de Sudáfrica.
Es este sistema de Apartheid el que ha significado la desalmada persecución
contra la joven república europea enclavada en el sur de Africa, con una
población mayoritariamente negra que dista mucho de ser homogénea o siquiera
unitaria, pues la veintena de tribus que la componen pasan en guerra entre sí.
A pesar de ello la ONU, el Consejo Mundial de las Iglesias, la Unesco y cuanta
entelequia tercermundista pergeñada por el judaismo exista, condenó el Apartheid
y terminó entronizando la implantación de la obligada 'igualdad', pusilánime
eufemismo para la deleznable mezcla racial, pretendiendo a la larga el
sojuzgamiento de los Blancos por los negros. La calidad aplastada bajo la
cantidad.
La conspiración mundial judeosionista ha conseguido ya despojar a los creadores
de Sudáfrica y entregar la presidencia a un mono controlado por ellos, el que
junto a su hembra cuentan con un grupo de sicarios que han cometido ya decenas
de asesinatos políticos, contando con la más absoluta impunidad, garantizada
por la ONU. Lo consiguieron pujando torcidamente y con tozudez contra un
sistema lógico que promovía el desarrollo por separado de las diversas
comunidades que conviven en la RSA: Blancos, hindúes, mestizos y negros de
diferentes tribus. Cada comunidad tenía sus propias universidades, sus propios
entornos, su propia administración interna, todas tuteladas por el gobierno
central, elegido por los creadores europeos casi exclusivamente. Este era el
ultraje supremo que las autonominadas vestales de la sacrosanta democracia
igualitarista no podían tragar.
Que el país más moderno y pujante de toda Africa haya sido construido durante
más de tres siglos por Blancos europeos, partiendo de la selva inhóspita, entre
pantanos y bajo un clima adverso, y no con la ayuda sino contra la desidia e
ineficiencia de los nativos negros, es algo que se olvida u oculta
deliberadamente sin reconocerlo jamás.
Los títeres del judaismo en su afán de destruir este país africano Blanco,
recurren a la abyecta mentira de que todos los portentos que muestra Sudáfrica
fueron obtenidos sólo gracias a la explotación del negro. La verdad es que la
alergia al trabajo de parte del negro hacía de él más un estorbo que una ayuda,
y sólo se le contrataba para poder trabajar libre de la amenaza de disturbios o
ataques de sus diversas tribus. Fueron en realidad los judíos quienes, para
bajar sus costos, obtuvieron del gobierno de Transvaal autorización para ocupar
negros en las minas, con lo que ocasionaron cesantía y graves repercusiones en
la economía de los Boers.
Además, negros procedentes de Mozambique, Malawi, Botswana, Angola y otros,
cruzaban ilegalmente las fronteras dando la espalda a las bendiciones de sus
flamantes gobiernos democráticos rojos para vivir bajo la 'atroz tiranía
racista' de Sudáfrica. Notable.
Esto no lo niegan ni los más feroces difamadores de la RSA, quienes concentran
su ácido en el problema de la 'igualdad', callando que la llegada de la
sacrosanta igualdad, desde El Chad hasta Mozambique y desde Angola hasta
Somalía, no haya traído más que hambruna, miseria, abyección y muerte;
paradojalmente trajo también desigualdad presidida por reyezuelos tribales que
ungidos como 'presidentes' se asoman grotescamente a la ONU, cada vez más digna
de ellos por lo demás. Lo que se persigue es la expulsión sangrienta de los
europeos que crearon esos países de la nada, para que los usurpen títeres de
los yanquis o de los bolcheviques, los verdaderos mandatarios, pero a su vez
obedientes a la sinarquía del Nuevo Orden.
Lo justo, natural y humano es la EQUIDAD, la que definiríamos como el trato
desigual a seres desiguales, pues eso somos todos: desiguales. Ayudaría algo
despejar las siguientes incógnitas para entenderlo mejor:
- ¿Conocían los negros el uso
de la rueda antes de la llegada del hombre Blanco?
- ¿Conocían asimismo la navegación a vela, siendo su continente una inmensa
isla?
- ¿Poseían algún idioma escrito?
- ¿Tenían alguna arquitectura, más allá de la choza de follaje recubierto con
excremento?
- ¿Algún código o sistema legal?
- ¿Algún tipo de vestimenta, más allá del taparrabos o las plumas del
hechicero?
Para qué seguir. El negro no
tiene la culpa de ser lo que es. Pero que no vengan algunos, o muchos no-negros
a culpar al Blanco sudafricano, pues todo lo que éste ha hecho es elevar el
nivel de vida de las tribus que se cobijaron bajo su alero de progreso y darles
estándares que ya se quisieran los pobres negros de Etiopía y Haití, las dos
naciones negras más antiguas de la tierra.
Da que pensar, siempre que se cuente con esa tan poco común facultad, el hecho
de que al momento de salmodiar la gastada cantinela de que 'todos los hombres
somos hermanos' formen un insólito coro curas y comunistas por igual, en
abigarrada y nauseabunda mescolanza.
Desde el asesinato del gran estadista Dr. Verwoerd, siguiendo con Vorster,
Botha hasta el rastrero De Klerk, el sistema natural de Apartheid fue
desmoronándose. Y cada gobierno bailó al son que le tocaba el multimillonario
Oppenheimer, el rey de los diamantes, de acuerdo con los intereses de sus
350.000 hermanos de sangre, los que gozando de todas las ventajas del Apartheid
lo corroen escupiendo canallescamente la mano que les da de comer.
Sí, definitivamente ¡Sí! No es un bantú, sino el judío Joe Slowo, el que desde
Mozambique, dirigía las bandas de terroristas que descarrilaban trenes y ponían
bombas en los colegios. No fue un matabelé, sino el judío griego David Pratt,
quien atentó contra el Dr. Verwoerd. No fue un xhosa, sino el judío Cooper
quien defendió a ese magnicida ante los tribunales. No eran bosquimanos los
jefes del movimiento terrorista 'Pogo' pues se llamaban Goldreich, Goldberg,
Bernstein y Finkelstein.
No cabe duda entonces QUIEN es el verdadero enemigo de Sudáfrica, en su eterno
caballo de Troya. Y no es ninguna sorpresa. No es más que el único y gran
enemigo de toda la Humanidad, que va gangrenándola quejumbrosamente encubierto
por barricadas de oro, gobiernos corruptos y la prensa internacional.
Para complementar esta presentación objetiva y real sobre la República de
Sudáfrica reproduciremos información textual de "La Historia Ilustrada del
Pueblo Judío", del rabino Nathan Ausubel, editada en 1960 en Buenos Aires:
'Saúl Solomon, el mayor, fue un antiguo colonizador de Colonia del Cabo (1806).
Trató de ayudar a Napoleón para que huyese de Santa Elena pero la conspiración
fue descubierta y fracasó.
A su sobrino se le conoció como el 'Disraeli de Sudáfrica'. Fue dirigente del
Partido Liberal en el Parlamento de El Cabo, y rechazó varias ofertas para
asumir el cargo de Primer Ministro. Sus hijos y nietos también se destacaron en
la política de El Cabo. Sir Richard Solomon llegó a Fiscal del estado, sir
William Henry Solomon fue presidente de la Corte Suprema de Justicia y Saul Solomon
nieto, juez de la Corte Suprema. Muchos otros judíos se distinguieron en la
vida pública de Sudáfrica. Sir Matthew Nathan fue gobernador de Natal
(1907-1910), Max Danziger, ministro de Finanzas de Rhodesia del Sur (1941), el
juez Leopold Greenberg es actualmente juez presidente del Transvaal. Otros
distinguidos juristas son el juez Manfred Nathan y el juez Phillip Millin,
esposo de Sara Gertrud Millin la popular novelista. Ha habido alcaldes judíos
en todas las principales ciudades: Ciudad del Cabo, Johannesburgo, Durban,
Pretoria,etc. También los judíos han ocupado bancas en todos los parlamentos
provinciales de la Unión Sudafricana.
El descubrimiento de los campos diamantíferos en 1871, seguido entre 1875 y
1885 por el de los yacimientos de oro en el Transvaal, provocó un nuevo flujo
de inmigantes judíos desde Lituania, Galitzia y Polonia'.
Estas y otras aseveraciones del
distinguido rabino confirman plenamente lo aseverado respecto del control judío
del poder y la fortísima atracción que sobre ellos ejercieron el oro y los
diamantes. También vemos que como jueces, parlamentarios y alcaldes tuvieron el
poder para terminar con el supuestamente odioso sistema de Apartheid, pero
jamás lo hicieron, sino que se aprovecharon de todas sus ventajas al tiempo que
su prensa bastarda se desgañitaba denunciándolo y atacándolo. Todo esto en el
más estricto seguimiento de las precisas instrucciones contenidas en el tan
poco conocido texto de 'LOS PROTOCOLOS DE LOS SABIOS DE SION'