Por Paulo Freire
Las páginas que aparecen a
continuación y que proponemos como una introducción a la pedagogía del oprimido
son el resultado de nuestras observaciones en estos tres años de exilio. Observaciones
que se unen a las que hiciéramos en Brasil, en los varios sectores en que
tuvimos la oportunidad de desarrollar actividades educativas.
Uno de los aspectos que
observamos, sea en los cursos de capacitación que hemos realizado y en los
cuales analizamos el papel de la concienciación, sea en la aplicación misma de
una educación liberadora es el del “miedo a la libertad”, al que haremos
referencia en el primer capítulo de este ensayo.
No son pocas las veces en que
los participantes de estos cursos, en una actitud con la que manifiestan su
“miedo a la libertad”, se refieren a lo que denominan el “peligro de la
concienciación”. “La conciencia crítica, señalan, es anárquica.” A lo que otros
añaden: “¿No podrá la conciencia crítica conducir al desorden? Por otra parte,
existen quienes señalan: “¿Por qué negarlo? Yo temía a la libertad. Ya no la
temo.”
En una oportunidad en que
participaba un hombre que había sido obrero durante largo tiempo, se estableció
una de estas discusiones en la que se afirmaba lo “peligroso de la conciencia
crítica”. En lo más arduo de la discusión, este hombre señaló: “Quizás sea yo,
entre los señores, el único de origen obrero.
No puedo decir que haya entendido
todas las palabras que aquí fueron expresadas, pero si hay una cosa que puedo
afirmar: llegué a este curso como un ser ingenuo y, descubriéndome como tal,
empecé a tomarme crítico. Sin embargo, este descubrimiento ni me hizo fanático
ni me da tampoco la sensación de desmoronamiento”. En esa oportunidad, se
discutía sobre la posibilidad de que una situación de injusticia existencial,
concreta, pudiera conducir a los hombres concienciados por ella a un “fanatismo
destructivo”, o a una sensación de desmoronamiento total del mundo en que éstos
se encontraban.
La duda, así definida, lleva
implícita una afirmación que no siempre explica quién teme a la libertad: “Es
mejor que la situación concreta de injusticia no se transforme en un
'percibido' claro en la conciencia de quienes la padecen”.
Sin embargo, la verdad es que
no es la concienciación la que puede conducir al pueblo a “fanatismos
destructivos”. Por el contrario, al posibilitar ésta la inserción de los
hombres en el proceso histórico, como sujetos, evita los fanatismos y los
inscribe en la búsqueda de su afirmación.
“Si la toma de conciencia abre
camino a la expresión de las insatisfacciones sociales, se debe a que éstas son
componentes reales de una situación de opresión.”[1]
El miedo a la libertad, del
que, necesariamente, no tiene conciencia quien lo padece, lo lleva a ver lo que
no existe. En el fondo, quien teme a la libertad se refugia en la “seguridad
vital”, para usar la expresión de Hegel, prefiriéndola a la “libertad
arriesgada”[2]
Son pocos, sin embargo, quienes
manifiestan explícitamente este recelo a la libertad. Su tendencia es
camuflarlo en un juego mafioso aunque a veces inconsciente. Un juego engañoso
de palabras en el que aparece o pretende aparecer como quien defiende la
libertad y no como quien la teme.
Sus dudas y preocupaciones
adquieren, así, un aire de profunda seriedad. Seriedad de quien fuese celador
de la libertad. Libertad que se confunde con el mantenimiento del statu quo. De
ahí que, si la concienciación implica poner en tela de juicio el statu quo,
amenaza entonces la libertad.
Las afirmaciones sostenidas a
lo largo de este ensayo, desposeídas de todo carácter dogmático, no son fruto
de meros devaneos intelectuales ni el solo resultado de lecturas, por
interesantes que éstas fueran. Nuestras afirmaciones se sustentan siempre sobre
situaciones concretas. Expresan las reacciones de proletarios urbanos,
campesinos y hombres de clase media a los que hemos venido observando, directa
o indirectamente, a lo largo de nuestro trabajo educativo. Nuestra intención es
la de continuar con dichas observaciones a fin de ratificar o rectificar, en
estudios posteriores, puntos analizados en este ensayo introductorio.
Ensayo que probablemente
provocará en algunos de sus posibles lectores, reacciones sectarias.
Entre ellos habrá muchos que no
ultrapasarán, tal vez, las primeras páginas. Unos, por considerar nuestra
posición frente al problema de la liberación de los hombres como una posición
más, de carácter idealista, cuando no un verbalismo reaccionario.
Verbalismo de quien se “pierde”
hablando de vocación ontológica, amor, diálogo, esperanza, humildad o simpatía.
Otros por no querer o no poder aceptar las críticas y la denuncia de la
situación opresora en la que los opresores se “gratifican”.
De ahí que éste sea, aun con
las deficiencias propias de un ensayo aproximativo, un trabajo para hombres
radicales. Estos, aunque discordando en parte a en su totalidad de nuestras
posiciones, podrán llegar al fin de este ensayo. Sin embargo, en la medida en
que asuman, sectariamente, posiciones cerradas, “irracionales”, rechazarán el
dialogo que pretendemos establecer a través de este libro.
La sectarización es siempre
castradora por el fanatismo que la nutre. La radicalización, por el contrario,
es siempre creadora, dada la criticidad que la alimenta. En tanto la
sectarización es mítica, y por ende alienante, la radicalización es crítica y,
por ende, liberadora. Liberadora ya que, al implicar el enraizamiento de los
hombres en la opción realizada, los compromete cada vez más en el esfuerzo de
transformación de la realidad concreta, objetiva. La sectarización en tanto
mítica es irracional y transforma la realidad en algo falso que, así, no puede
ser transformada.
La inicie quien la inicie, la
sectarización es un obstáculo para la emancipación de los hombres.
Es doloroso observar que no
siempre el sectarismo de derecha provoca el surgimiento de su contrario, cual
es la radicalización del revolucionario. No son pocos los
revolucionarios que se transforman en reaccionarios por la sectarización en que
se dejen caer, al responder a la sectarización derechista.
No queremos decir con esto, y
lo dejamos claro en el ensayo anterior, que el radical se transforme en un
dócil objeto de la dominación. Precisamente por estar inserto,
como un hombre radical, en un proceso de liberación, no puede enfrentarse
pasivamente a la violencia del dominador.
Por otro lado, el radical jamás
será un subjetivista. Para él, el aspecto subjetivo encarna en una unidad
dialéctica con la dimensión objetiva de la propia idea, vale decir, con los
contenidos concretos de la realidad sobre la que ejerce el acto cognoscente.
Subjetividad y objetividad se encuentran, de este modo, en aquella unidad
dialéctica de la que resulta un conocer solidario con el actuar y viceversa.
Es, precisamente, esta unidad dialéctica la que genera un pensamiento y una
acción correctos en y sobre la realidad para su transformación.
Ha sectario, cualquiera que sea
la opción que lo orienta, no percibe, no puede percibir o percibe erradamente,
en su “irracionalidad” cegadora, la dinámica de la realidad.
Esta es la razón por la cual un
reaccionario de derecha, por ejemplo, al que denominamos “sectario de
nacimiento” en nuestro ensayo anterior, pretende frenar el proceso,
“domesticar” el tiempo y, consecuentemente, a los hombres. Esta es también la
razón por la cual al sectarizarse el hombre de izquierda se equivoca
absolutamente en su interpretación “dialéctica” de la realidad, de la historia,
dejándose caer en posiciones fundamentalmente fatalistas. Se distinguen en la
medida en que el primero pretende “domesticar” el presente para que, en la
mejor de las hipótesis, el futuro repita el presente “domesticado”, y el segundo
transforma el futuro en algo preestablecido, en una especie de hado, de sino o
destino irremediable.
En tanto para el primero el hoy, ligado al pasado, es
algo dado e inmutable, para el segundo el mañana es algo dado de antemano,
inexorablemente prefijado. Ambos se transforman en reaccionarios ya que, a
partir de, su falsa visión de la historia, desarrollan, unos y otros, formas de
acción que niegan la libertad.
El hecho de concebir unos el
presente “bien comportado” y otros el futuro predeterminado, no significa
necesariamente que se transformen en espectadores, que crucen los brazos, el
primero esperando con ello el mantenimiento del presente, una especie de
retorno al pasado, y el segundo a la espera de que se instaure un futuro ya
“conocido”.
Por el contrario, cerrándose en
un “círculo de seguridad” del cual no pueden salir, ambos establecen su verdad.
Verdad que no es aquella de los hombres en la lucha por construir el futuro,
corriendo los riesgos propios de esta construcción. No es la verdad de los hombres
que luchan y aprenden, los unos con los otros, a edificar este futuro que aún
no está dado, como si fuera el destino, como si debiera ser recibido por los
hombres y no creado por ellos.
En ambos casos la sectarización es reaccionaria, porque unos y otros se apropian del tiempo y, sintiéndose propietarios del saber, acaban sin el pueblo que no es sino una forma de estar contra él.
En lo que se refiere al
sectario de derecha, cerrándose en “su” verdad, no hace sino lo que le es
propio. Por el contrario el hombre de izquierda que se sectariza y encierra, es
la negación de si mismo y pierde su razón de ser.
Uno en la posición que le es
propia; el otro en la que lo niega, girando ambos en torno a “su” verdad,
sintiéndose avalados por .su seguridad, frente a cualquier cuestionamiento. De
ahí que les sea necesario considerar como una mentira todo lo que no sea su
verdad.
El hombre radical, comprometido
con la liberación de los hombres, no se deja prender en “círculos de seguridad”
en los cuales aprisiona también la realidad. Por el contrario, es tanto más
radical cuanto más se inserta en esta realidad para, a fin de conocerla mejor,
transformarla mejor.
No teme enfrentar, no teme
escuchar, no teme el descubrimiento del mundo. No teme el encuentro con el
pueblo. No teme el diálogo con él, de lo que resulta un saber cada vez mayor de
ambos. No se siente dueño del tiempo, ni dueño de los hombres, ni liberador de
los oprimidos. Se compromete con ellos, en el tiempo, para luchar con ellos por
la liberación de ambos.
Si, como afirmáramos, la
sectarización es lo propio del reaccionario, la radicalización es lo propio del
revolucionario. De ahí que la pedagogía del oprimido, que implica una tarea
radical, y cuyas líneas introductorias intentamos presentar en este ensayo,
implica también que la lectura misma de este libro no pueda ser desarrollada
por sectarios.
Deseo terminar estas “Primeras
Palabras” expresando nuestro agradecimiento a Elza, nuestra primera lectora,
por su comprensión y su estimulo constante a nuestro trabajo, que es también
suyo. Agradecimientos que extendemos a Almino Affonso, Ernani M. Fiori, Flavio
Toledo, Joáo Zacariotti, José Luis Fiori, Marcela Gajardo, Paulo de Tarso
Santos, Plinio Sampaio y Wilson Cantoni, por las críticas que hicieran a
nuestro trabajo. Los vacíos y errores en que hayamos podido incurrir continúan
siendo, sin embargo, de nuestra exclusiva responsabilidad. Agradecemos,
asimismo, a Silvia Peirano por la dedicación y cariño con que dactilografió
nuestros manuscritos.
Finalmente, con respecto a
Marcela Gajardo y José Luis Fiori, nos es grato declarar que ellos vienen
siendo, en nuestra vida de educador, el mejor testimonio de la tesis que
defendemos en este libro, la de que educadores y educandos, en la educación
como práctica de la libertad, son simultáneamente educadores y educandos los
unos de los otros. De ellos he sido muchas veces, además de educador, un buen
educando a lo largo del trabajo que juntos hemos desarrollado en CHILE.