martes, 17 de julio de 2012

De la parábola a la realidad: El sistema Dinero-Deuda



Por Louis Even


El sistema de dinero-deuda introducido en la Isla de los Náufragos hacía que la pequeña Comunidad fuera llenándose de deudas a medida que, merced al trabajo de los hombres, la Isla se iba desarrollando y enriqueciendo.

¿No es precisamente lo que ocurre en nuestros países civilizados?
Nuestro país en este siglo es sin duda más rico, de verdaderas riquezas, que hace cincuenta o cien años, o que en los tiempos de primeros colonizadores. Ahora bien, ¡comparemos la deuda pública, la suma de todas las deudas públicas del País de hoy en día, con lo que era dicha deuda hace cincuenta o cien años, o hace tres siglos!

Con todo, la misma población del País ha sido la que ha producido el enriquecimiento a lo largo de los siglos. Pues, ¿por qué razón tenerla endeudada por el resultado de su trabajo?

Consideremos, por ejemplo, el caso de las escuelas, de los acueductos municipales, de los puentes, de las carreteras y otras construcciones de carácter público. ¿Quién las construye? Gentes de aquí… ¿Quién proporciona los materiales? Los fabricantes del país. Y ¿por qué pueden dedicarse a esas obras públicas? Porque también existen gentes que producen alimentos, vestidos, calzado o facilitan servicios que a su vez pueden utilizar los constructores y los fabricantes de materiales.

Así pues se ve que la población es la que, por sus diversos trabajos, produce todas las riquezas. Si se importan cosas del extranjero serán el precio de los productos que han sido exportados.
De hecho, ¿qué es lo que comprobamos? En todas partes, se aplica impuestos a los ciudadanos por pagar las escuelas, los sanatorios, los puentes, las carreteras y otras obras públicas. La población paga pues por lo que ella misma produce..

Pagar más que el precio:

Y todo ello no para ahí. La población paga más por lo que ella misma ha producido. Su producción, un verdadero enriquecimiento, se vuelve para ella una deuda cargada de intereses. Con los años, la suma de los intereses puede igualar o sobrepasar el total de la deuda impuesta por el sistema. Hasta puede ocurrir que la población tenga que pagar dos o tres veces el precio de lo que ella misma ha producido.

Además de las deudas públicas, también existen deudas industriales que obligan al empresario a subir sus precios más allá del coste de producción para ser capaz de reembolsar capital e intereses y no hacer quiebra.
Sean deudas públicas o deudas industriales, la población siempre será la que tendrá que pagarlas en forma de impuestos cuando se trata de deudas públicas o en forma de precios cuando se trata de deudas industriales. Los precios suben al paso que los impuestos casi dejan vacío el monedero.

Sistema tiránico:

Todo eso y muchas cosas más caracterizan un sistema de dinero, un sistema de finanzas que manda en vez de servir y que mantiene a la población bajo su dominio — como Martín tenía bajo su dominio a todos los hombres de la Isla antes de que se sublevasen.

¿Qué es lo que pasa cuando los que controlan el dinero se niegan a prestar o imponen a las corporaciones públicas o a los empresarios condiciones demasiado difíciles? Las corporaciones públicas abandonan sus proyectos aunque sean urgentes; los empresarios abandonan sus planes de desarrollo o de producciones que corresponderían a unas necesidades, lo que provoca el desempleo. Y para evitar que se mueran de hambre los desempleados, hace falta cargar con un impuesto a quienes todavía poseen algo o viven de un salario.
¿Puede imaginarse un sistema más tiránico cuyos maleficios se hacen sentir en toda la población?

Obstáculo a la distribución:

Y esto no es todo. Además de llenar de deudas a la producción que financia o de paralizar la que se niega a financiar, el sistema de dinero es un mal instrumento de distribución de los productos.

Aunque tengamos almacenes y centros comerciales llenos de productos, aunque tengamos todo lo necesario para producir más aún, la distribución de los productos queda racionada.

En realidad, para tener dichos productos, hace falta pagarlos. Si los productos son abundantes, abundantes también tendrían que ser los billetes en el billetero. Pero no es así. El sistema pone siempre más precio en los productos que dinero en los bolsillos de quienes los necesitan.

La capacidad de pago no equivale la capacidad de producción. Las finanzas no van de acuerdo con la realidad. La realidad son unos productos abundantes y fáciles de hacer. Las finanzas son dinero racionado y difícil de obtener.

Corregir lo viciado:

El actual sistema de dinero es de verdad un sistema punitivo en lugar de ser un sistema servible.
No quiere decir eso que hay que suprimirlo sino corregirlo. Es lo que haría magníficamente la aplicación de los principios de finanzas conocidos bajo el nombre de Crédito Social. (No se confundan con el partido político que toma falsamente este nombre)

El Crédito Social

El dinero ajustado a la realidad:

El dinero de Martín, en la Isla de los Náufragos, ningún valor hubiera tenido si no hubieran tenido ningún producto allí, en la isla. Aunque su barril hubiera estado de veras lleno de oro, ¿qué es lo que hubieran podido comprar con este oro en una isla sin productos? Oro, o papel-moneda o cualesquiera cifras del libro de Martín, nada hubiera podido mantener a nadie sin productos alimenticios. Lo mismo en cuanto a ropas y todo lo demás.

Pero, en la isla, había productos que procedían de los recursos naturales de la Isla y del trabajo de la pequeña comunidad. Esa misma riqueza que era lo que daba valor al dinero no era propiedad personal del banquero Martín sino que pertenecía a los habitantes de la isla.

Martín les tenía endeudados por todo aquello que les pertenecía. Lo entendieron bien en cuanto conocieron el Crédito social. Entendieron que cualquier dinero, cualquier crédito se basa en el crédito de la misma sociedad y no en la actuación del banquero; que el dinero debía ser suyo en el momento cuando empezaba a ser creado, entonces, que debía serles entregado, repartido entre ellos sin perjuicio, que debía circular a continuación de los unos a los otros según el vaivén de la producción de los unos y de los otros.

Desde entonces, el problema del dinero se volvió para ellos lo que es esencialmente: una cuestión de contabilidad. Lo primero que se exige en una contabilidad es que sea exacta, conforme con lo que expresa.

El dinero debe ser conforme con la producción o la destrucción de riqueza, seguir el movimiento de la riqueza: producción abundante, dinero abundante; producción fácil, dinero fácil; producción automática, dinero automático; gratuidad en la producción, gratuidad en el dinero.

El dinero para la producción:

El dinero debe estar al servicio de los productores según lo necesitan para movilizar los medios de producción.
Todo ello es posible puesto que fue una realidad, de la noche a la mañana, en cuanto estalló la guerra en 1939. De repente acudió el dinero que tanto faltaba por todas partes desde hacía diez años. Y durante los seis años de guerra, no hubo ningún problema de dinero para financiar toda la producción posible y necesaria.

El dinero pues puede estar, y debe estar, al servicio de la producción pública o privada con la misma fidelidad que cuando estuvo al servicio de la producción de guerra. Todo aquello que resulta físicamente posible para responder a las necesidades legítimas de la población debe volverse posible financieramente.

Esto sería el fin de las pesadillas de los cuerpos públicos. Y sería el fin del desempleo y de las privaciones que acarrea mientras queden cosas por hacer para responder a las necesidades públicas o privadas de la población.
Todos capitalistas  Dividendos para cada uno:

El Crédito Social preconiza para todos el reparto periódico de un dividendo. O sea una cantidad de dinero abonada cada mes a cada persona, cualquiera que sea su oficio, así como el dividendo abonado al capitalista incluso cuando no trabaja personalmente.

Se conoce que el capitalista que invierte dinero en una empresa tiene derecho a una renta, que se llama dividendo. Otros son quienes utilizan dicho dinero: se les paga en salarios. Pero el capitalista saca su renta únicamente de la presencia de su capital en la empresa. Si también trabajase en la empresa, tendría dos rentas: un salario por su trabajo y un dividendo por su capital.
Ahora bien, el Crédito Social considera que todos los miembros de la empresa son capitalistas. Todos poseen juntos un capital real que contribuye mucho mas a la producción que el capital invertido o el trabajo de los empleados.

¿Cuál es ese capital común?

Son primero las riquezas del país que no han sido producidas por nadie sino que son un regalo de Dios para quienes viven en dicho país. También es el conjunto de las invenciones, de los conocimientos, descubrimientos, de los perfeccionamientos de las técnicas de producción, de todo el progreso adquirido, acumulado, engrandecido y transmitido de una generación a otra. Es una herencia común, ganada por las generaciones pasadas y que nuestra generación utiliza y sigue engrandeciendo para pasarla a la siguiente. No es la propiedad exclusiva de nadie sino un bien común por excelencia.

Y ahí esta el mayor factor de la producción moderna. Que sólo se suprima la fuerza motriz del vapor, de la electricidad, del petróleo — invenciones de los tres últimos siglos — y vaya a ver lo que sería la producción total incluso con mucho más trabajo de todos los efectivos obreros del país y con mucho más horas.

Sin duda alguna, aún se necesitan productores para dar un rendimiento al capital y por este rendimiento están recompensados por su salario. Pero el mismo capital debe tener valor de dividendos para sus propietarios, es decir para todos los ciudadanos ya que todos son igualmente coherederos de las generaciones pasadas.

Siendo ese capital común el mayor factor de producción moderno, el dividendo debería bastar para proporcionar a cada hombre por lo menos lo que necesita para mantenerse. Luego, al paso que la mecanización, la motorización, la automatización desempeñan un papel cada día más importante en la producción, con cada vez menos trabajo humano, la parte repartida por el dividendo debería llegar a ser mayor.

He aquí otra manera de enfocar el asunto de la distribución de la riqueza que no es la de hoy en día. En lugar de dejar vivir a los unos miserablemente y de poner impuestos a los que se ganan la vida para ayudar a quienes ya no contribuyen a la producción, a cada uno le tocaría una renta básica: el dividendo. Sería un mejor reparto desde el origen.

También sería al mismo tiempo un medio bien adecuado a las grandes capacidades productivas modernas para concretizar el derecho de cada ser humano a gozar de los bienes materiales que es un derecho que cada hombre saca del solo hecho de su existencia, un derecho fundamental e imprescriptible que el papa Pio XII recordaba en su radio-mensaje del 1 de Junio de 1941:

“Los bienes creados por Dios han sido creados para todos los hombres y deben estar a la disposición de todos, según las normas de la justicia y de la caridad. Cualquier hombre como ser humano dotado de razón tiene de hecho dado por la naturaleza el derecho fundamental a usar de los bienes materiales de la tierra. Tal derecho no podría suprimirse de ningún modo ni siquiera ser sustituido por otros derechos verdaderos y reconocidos sobre los bienes materiales.”

Un dividendo para todos y para cada uno: ésta es la formula económica y social más resplandanciente que se haya propuesto jamás a un mundo cuyo problema ya no es producir sino repartir lo producido. 

Que no sea un partido político:

Muchos son los que, en varios países, han visto en el Crédito Social de Douglas lo mejor que se ha propuesto jamás para servir a la economía de abundancia moderna y para poner los productos al servicio de todos.
Queda por hacer que se admita esta concepción de la economía para que llegue a ser una realidad.

Desgraciadamente, en el Mundo, los políticos han estropeado las dos palabras “Crédito Social”, empleándolas para designar un partido político. Es el mayor perjuicio jamás hecho a la comprensión y a la expansión de la doctrina de Douglas. Y esto llegó a ser una causa de confusión y de desconfianza. Muchas personas no quieren oír hablar del crédito social porque ven en él un partido político y han dado ya su aprobación a otro.

Ahora bien, el crédito social, comprendido en toda su autenticidad no es de ningún modo un partido político. Es precisamente todo lo contrario. El mismo fundador de la escuela creditista, C. H. Douglas, conocía mejor la propia doctrina que cualquiera, sobre todo mucho mejor que los cabecillas engreídos que quieren aprovecharse de la idea superficial que tienen de él para abrirse camino en las esferas políticas. Pues, Douglas ha dicho que había una total incompatibilidad entre Crédito Social y política electoral. Son dos términos que se excluyen el uno al otro por su índole, sus fines, sus causas, su inspiración.

Los principios del Crédito Social descansan en una filosofía. Y es esta filosofía la que da la prioridad a la persona sobre el grupo, sobre las instituciones, sobre el mismo gobierno. Cualquier actividad hecha en nombre del auténtico Crédito Social debe ser una actividad al servicio de las personas.

Es una causa muy distinta la que anima y orienta las actividades de un partido político.

La primera meta de cualquier partido político, que sea antiguo o nuevo, es conquistar o guardar el poder, llegar a ser o seguir siendo el grupo que gobierne el país. Se trata de la búsqueda del poder por un grupo.

El Crédito Social, por lo contrario, enseña que el poder debe ser repartido entre todos: el poder económico, bajo la forma de un dividendo periódico que le permita a cada individuo hacer pedidos dentro de la producción de su país; el poder político, haciendo, del Estado y de los gobiernos de todos niveles, cosa de las personas y no, las personas, cosa del Estado.

El gobierno es lo que interesa a los partidos políticos mientras que la persona, el desarrollo de la persona es lo que interesa al auténtico creditista.
La política de partido lleva a los ciudadanos a la abdicación de su responsabilidad personal, poniendo el partido toda la importancia sobre la votación, sobre un acto de unos segundos que el ciudadano cumple escondido detrás de una cortina, después de haberse empapado del guiso electoral durante cuatro semanas.

El Crédito Social, por lo contrario, enseña a los ciudadanos a hacerse responsables tanto en política como en lo demás y en todo momento, siendo conciencia y vigilancia de los gobiernos, gritando la verdad y denunciando las injusticias sin tregua ni descanso en cualquier parte donde se encuentren.

Cualquier partido político contribuye a dividir al pueblo, luchando los partidos los unos con los otros en busca del poder. Ahora bien, toda división debilita: un pueblo dividido, debilitado no se hace servir bien.

La doctrina del Crédito Social, por lo contrario, hace a sus ciudadanos conscientes de sus aspiraciones fundamentales comunes a todos. Un movimiento creditista auténtico enseña a los ciudadanos a unirse en las peticiones que todos aprueban, a presionar a los del gobierno, cualquiera que sea el equipo que esté en el poder. Por eso el periódico “San Miguel” (en francés, “Vers Demain” — “Hacia el mañana”) — del que se han sacado estas líneas — recomienda en política la presión del pueblo agrupado fuera de los parlamentos pero presionándolos con el fin de que los hombres elegidos por el pueblo hagan leyes conformes a la doctrina del Crédito social.

Para hacer prevalecer ideas tan grandes como la concepción creditista de la economía, no se necesitan políticos ávidos de ufanía ni de dinero sino apóstoles que se entregan a su tarea sin cálculos sin tener más miras que el triunfo de la verdad y un mundo mejor para todos, apóstoles despegados de cualquier recompensa aquí en este mundo, haciendo todo lo posible por la causa abrazada y confiando en Dios por todo lo demás.

El periódico “San Miguel” trabaja para formar tales apóstoles y presenta sus objetivos, sus actividades y sus realizaciones.



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