En el siguiente texto Adolf Hitler descubre el programa con el que poco más tarde conseguiría el respaldo del pueblo alemán. Reeditada en la quinta entrega de la serie de entrevistas históricas con los grandes protagonistas del siglo, que publicó “EL PAÍS SEMANAL” en 1996, corresponde a la entrevista realizada por el periodista americano George Sylvester Viereck, y publicada en la revista “LIBERTY”, el 9 de julio de 1932, cuando se presagiaba la inminente victoria del Hitlerismo Nacionalsocialista. El periodista estadounidense, le visitó por primera vez en 1923, «cuando aun era prácticamente un desconocido...». Entonces escribió: «Si es que vive, este hombre hará Historia, para bien o para mal». Intentó sin éxito mantener a Estados Unidos al margen de la IIª Guerra Mundial, expresando sus dudas acerca de las historias de atrocidades supuestamente cometidas por los alemanes en la contienda. Posteriormente fue hecho prisionero, víctima de la psicosis creada por el gobierno americano en torno al “peligro nazi”. Su carrera de atrevido entrevistador, buscador de la verdad y defensor de la auténtica libertad de expresión se vería por ello truncada antes de la finalización del conflicto bélico.
En el texto de la entrevista, se han respetado las notas, valoraciones y opiniones personales del entrevistador, con las que AKTION REINHARD no necesariamente coincide, con el propósito de ofrecerles el reflejo más fiel de la misma.
«Cuando me haga cargo de Alemania, terminaré con el vasallaje ante el extranjero y con el bolchevismo en nuestro país».
Adolf Hitler apuró su taza como si en lugar de té contuviese la esencia vital del bolchevismo.
«El bolchevismo es nuestra mayor amenaza –prosiguió el jefe de los “camisas pardas”, los fascistas alemanes, mientras me dirigía una mirada ominosa–. Acabar con el bolchevismo es devolver el poder a 70 millones de personas. Francia no debe su potencial al ejército, sino a las fuerzas del bolchevismo y a la disensión que actúa en el seno de nuestro país. El bolchevismo alemán mantiene vigentes los Tratados de Versalles y Saint Germain. El Tratado de Paz y el bolchevismo son dos cabezas de un mismo monstruo. Debemos segar ambas».
Cuando Adolf Hitler anunció su programa, el advenimiento del III Reich que proclamaba, parecía encontrarse aun al final del arco-iris. Elección tras elección, el poder de Hitler fue creciendo. Aun siendo incapaz de desalojar a Hindenburg de la presidencia, Hitler lidera hoy el mayor partido de Alemania. A menos que Hindenburg asuma poderes dictatoriales o que un giro inesperado dé al traste con todas las previsiones, el partido de Hitler se encargará de organizar el Reichstag y controlará el gobierno. La lucha de Hitler no va dirigida contra Hindenburg, sino contra el Canciller Brüning. No es probable que el sucesor de éste pueda mantenerse en el Poder sin el apoyo del Nacionalsocialismo.
En su fuero interno, muchos de los que votaron por Hindenburg estaban con Hitler, pero un sentido profundamente arraigado de la lealtad les había impulsado a conceder su voto al viejo Mariscal de Campo. A menos que de la noche a la mañana surja un nuevo líder, no hay nadie en Alemania que pueda enfrentarse a Hitler, a excepción de Hindenburg, ¡y Hindenburg tiene 85 años! El tiempo y la recalcitrante oposición de Francia juegan a favor de Hitler, a no ser que un movimiento en falso por su parte o la disensión en el seno del partido le nieguen la oportunidad de asumir el papel de un Mussolini alemán.
El Primer Reich tocó a su fin cuando Napoleón obligó al Emperador austríaco a rendir la Corona Imperial. El Segundo Reich lo hizo cuando Guillermo II, siguiendo los consejos de Hindenburg, buscó refugio en Holanda. De manera lenta, pero imparable, empieza a emerger el Tercer Reich, aunque pueda que prescinda de cetros y coronas.
No entrevisté a Hitler en su cuartel general de Munich, sino en la residencia privada de un antiguo Almirante de la Marina alemana. Discutimos el futuro de Alemania en torno a unas tazas de té.
-¿Por qué se define usted como nacionalsocialista, cuando su programa de partido es la antítesis misma de todo aquello que normalmente se vincula con el socialismo?
Como respuesta, Hitler puso su taza de té sobre la mesa y se dirigió a mí con tono beligerante.
«El socialismo es la ciencia que se ocupa del bien común. El socialismo no es lo mismo que comunismo. El marxismo no es el socialismo. Los marxistas se han apropiado del término y han cambiado su significado. Yo arrebataré el socialismo a los socialistas. El socialismo es una antigua institución aria y germánica. Nuestros antepasados compartían ciertas tierras y cultivaban la idea del bien común. El marxismo no tiene derecho a disfrazarse de socialismo. Al contrario que el marxismo, el socialismo no rechaza la propiedad privada. Al contrario que el marxismo, no implica renegar de la propia personalidad. Al contrario que el marxismo, el socialismo es patriótico.
Podríamos haber escogido el nombre de Partido de la Libertad, pero decidimos llamarnos a nosotros mismos Nacionalsocialistas. No somos internacionalistas; nuestro socialismo es nacional. Exigimos que el Estado satisfaga las justas reclamaciones de las clases productoras sobre la base de la solidaridad racial. Para nosotros, Estado y Raza son la misma cosa».
Hitler no corresponde al prototipo germánico puro. Su pelo, estatura, conformación corporal y facial denota la existencia de algún antecesor alpino. Durante años se negó a ser fotografiado. Formaba parte de su estrategia. Deseaba ser conocido sólo por sus amigos, de modo que en los momentos de crisis pudiese aparecer en cualquier lugar sin ser detectado. Hoy ya no es un desconocido, ni siquiera en las más remotas aldeas alemanas. Su apariencia, que no impone miedo, contrasta de un modo extraño con la agresividad de sus opiniones. Nunca hubo reformista de tan amables maneras capaz de echar a pique el barco del Estado o de segar tantas gargantas políticas. Continué con mi interrogatorio.
¿Cuáles son los pilares básicos de su plataforma?
«Creemos en una mente sana en un cuerpo sano. El cuerpo político debe estar sano para que el espíritu pueda ser saludable. La salud moral y la física son la misma cosa».
Mussolini –le interrumpí- me hizo la misma observación.
Hitler sonrió de oreja a oreja.
«El ambiente de los barrios bajos es el responsable de las 9/10 partes de toda depravación humana, y el alcohol, de la restante. Ningún hombre sano puede ser marxista o demócrata. Los hombres sanos reconocen el valor del individuo. Nos enfrentamos a las fuerzas del desastre y la degeneración. Baviera es un lugar relativamente saludable, porque no está totalmente industrializado. Sin embargo, toda Alemania, incluida Baviera, está condenada a una industrialización intensiva debido a lo limitado de su territorio. Si deseamos salvar a Alemania debemos asegurarnos de que nuestros agricultores permanezcan fieles a la tierra. Para conseguirlo habrán de disponer de espacio para trabajar y para respirar».
¿De dónde saldrá este espacio?
«Debemos conservar las colonias y expandirnos hacia el Este. Hubo un tiempo en el que podíamos haber compartido el dominio del mundo con Inglaterra. Ahora sólo podemos estirar nuestras piernas acalambradas hacia el Este. El Báltico es esencialmente un lago alemán».
¿No sería posible para Alemania reconquistar económicamente el mundo sin ampliar su territorio? –Pregunté.
Hitler negó enfáticamente con la cabeza.
«El imperialismo económico, como el militar, depende del Poder. No puede existir comercio global a gran escala sin un poder mundial. Nuestro pueblo no ha aprendido a pensar en términos de poder y comercio globales. En cualquier caso, Alemania no puede crecer comercial o territorialmente hasta que recupere lo que ha perdido y se encuentre a sí misma. Estamos en una situación similar a la de un hombre cuya casa ha ardido. Antes de embarcarse en planes más ambiciosos necesita un tejado en el que guarecerse. Hemos conseguido levantar un refugio de emergencia de la lluvia que nos protege de la lluvia, pero no habíamos contado con el granizo. Sobre nosotros han caído auténticas tormentas de calamidades. Alemania ha vivido un temporal de catástrofes nacionales, morales y económicas. Nuestro desmoralizado sistema de partidos es un síntoma del desastre. Las mayorías parlamentarias fluctúan con arreglo a la moda del momento. El gobierno parlamentario abre las puertas al bolchevismo».
-¿No es partidario, como lo son algunos militaristas alemanes, de una alianza con la Rusia soviética?
Hitler, elude una contestación directa a esta pregunta. Ya lo había hecho antes, cuando “LIBERTY” le pidió que respondiese a la afirmación de Trotsky de que su toma de poder en Alemania supondría una lucha a muerte entre las naciones europeas, encabezadas por Alemania y la Unión soviética: «Probablemente a Hitler –había dicho Trotsky- no le convenga atacar al bolchevismo en Rusia. Incluso es posible que, si corre peligro de perder el juego, considere una posible alianza con el bolchevismo como su última baza. Si, como sugirió en una ocasión, el capitalismo se niega a reconocer que los nacionalsocialistas son el último baluarte de la propiedad privada, si el capital dificulta su lucha, Alemania podría verse empujada a ceder al seductor canto de la sirena soviética. Pero él parece decidido como sea a impedir que el bolchevismo arraigue en Alemania».
Hasta el momento, Hitler ha respondido con recelo a las propuestas del canciller Brüning y otros políticos, que deseaban formar un frente político unido. No cabe duda de que ahora, a la vista del constante aumento de votos favorables al nacionalsocialismo, Hitler estará más predispuesto a llegar a acuerdos sobre asuntos esenciales con otros partidos.
«Las combinaciones políticas de que depende un frente unido –me señaló Hitler- son demasiado inestables. Hacen prácticamente imposible una política claramente definida. En todas partes observo un permanente vaivén de compromisos y concesiones. Nuestras fuerzas constructivas se enfrentan a la tiranía de los números. Cometimos el error de aplicar la aritmética y los mecanismos del mundo económico a la vida. Estamos amenazados por un crecimiento constante de las cifras y una progresiva disminución de los ideales. Los números como tal carecen de importancia».
-Pero suponga que Francia tomase represalias invadiendo suelo alemán. Ya lo hizo antes en el Ruhr; puede hacerlo de nuevo.
«No importa cuántos kilómetros cuadrados ocupe el enemigo –respondió Hitler enormemente soliviantado- si despierta el espíritu nacional. Diez millones de alemanes libres, dispuestos a morir a cambio de que su país pueda vivir, son más poderosos que cincuenta millones cuya voluntad está paralizada y cuya conciencia racial está infectada por extranjeros.
Queremos una gran Alemania que unifique todas las tribus germánicas. Pero nuestra salvación puede tener su origen en el más pequeño de los rincones. Aunque sólo dispusiéramos de cuatro hectáreas de terreno, si estuviéramos dispuestos a defenderlas con nuestras vidas, esas cuatro hectáreas se convertirían en el foco de la regeneración. Nuestros trabajadores tienen dos almas: una es alemana, la otra es marxiana. Hemos de hacer que despierte el espíritu alemán. Debemos extirpar el cáncer del marxismo. El marxismo y el germanismo son antitéticos.
En mi visión del Estado alemán, no habrá lugar para el extraño, para el derrochador, el usurero o el especulador, ni para nadie que sea incapaz de realizar un trabajo productivo».
-Las venas de la frente de Hitler se hincharon amenazadoramente. Su voz llenaba la habitación. Hubo un ruido en la puerta. Sus seguidores, que permanecen siempre cerca de él, como una guardia personal, recordaron al líder que debía asistir a un mitin para arengar a los reunidos.
Hitler se bebió el té de un trago y se levantó.