Por el Emboscado
La
propiedad (privada o estatal) de los medios de producción (tierra, fábricas,
utensilios de trabajo, etc…) niega la libertad al dar poder sobre las personas.
En la medida en que los propietarios concentran en sus manos los recursos
económicos de un país, el resto de la población pasa a ser dependiente de ellos,
pues al estar desposeída se ve obligada por la necesidad económica a vender su
mano de obra a dichos propietarios. En esta situación son los propietarios
quienes aprovechan la necesidad ajena para imponer sus condiciones laborales,
con lo que se desarrollan las correspondientes condiciones de explotación
laboral inherentes al capitalismo (tanto privado como de Estado).
No
existe libertad cuando la necesidad obliga al trabajador o trabajadora no sólo
a venderse sino también a aceptar unas condiciones de trabajo que le son
impuestas, a participar en una actividad económica que en muchas ocasiones no
corresponde con su formación profesional o simplemente a hacer un trabajo que
no querría. Pero juntamente con esto hay que sumar el hecho de que la
organización del trabajo se lleva a cabo según un modelo autoritario, en el que
el propietario de la empresa es el que da las órdenes mientras que sus
asalariados las obedecen. Los trabajadores y trabajadoras quedan relegados a la
condición de un objeto pasivo, abocados a ser un engranaje más de la maquinaria
económica, a no pensar y solamente a ejecutar las directrices de sus superiores
jerárquicos.
La
organización del trabajo en el seno de la empresa no atiende a las necesidades
de sus trabajadores, sino que muy al contrario responde a los intereses de su
propietario que es quien determina la estructura organizativa con el propósito
de maximizar sus beneficios. El plan de división del trabajo está sujeta a una
voluntad exterior a los trabajadores que puede ser el Capital o el Estado.
La
apropiación de la plusvalía creada por los trabajadores, las condiciones de
desigualdad económica, la concentración de la riqueza, etc., únicamente son
consecuencias de la existencia de la propiedad (estatal o privada) y no la
causa originaria de los problemas sociales producidos por el capitalismo. El
fondo del problema social generado por el capitalismo no se encuentra en las
condiciones económicas que crea para la clase trabajadora, sino en la negación
de la libertad al hacer económicamente dependiente al trabajador del
propietario que lo contrata, y quedar así relegado a la condición de
neoesclavo.
Otra
de las consecuencias de la existencia de la propiedad es la parcelación del
trabajo con la hiperespecialización, lo que contribuye a insectificar la vida
de los trabajadores y trabajadoras hasta el punto de convertir la sociedad en
un hormiguero. Las relaciones sociales son sometidas a la lógica inherente a la
estructura de dominación en las que se desenvuelven, de forma que se
desarrollan verticalmente con la dependencia de los trabajadores con su patrón.
No sólo se impiden las relaciones horizontales entre trabajadores, que es lo
que en última instancia permitiría su unidad para oponerse a sus opresores,
sino que se crean individuos incapaces en tanto en cuanto la especialización
excesiva les dificulta desempeñar otro tipo de tareas, con lo que se justifica
la existencia de directivas y entes burocráticos para la administración y
gestión de la propia empresa. En este sentido la propiedad constituye la
transposición del modelo de organización jerárquico, piramidal y autoritario
del ejército al terreno económico donde el empresario, privado o estatal,
establece unilateralmente sus propias directrices y donde la junta directiva
opera como un Alto Estado Mayor que vela por los intereses del conjunto de la
organización al determinar las relaciones que se dan en su seno.
El
trabajo asalariado atrofia las facultades reflexivas del trabajador y tiende a
anular el instinto de inteligencia inherente al ser humano. Esta situación es
creada premeditadamente para hacer permanecer a los trabajadores en un status
de aprendices toda su vida. El capitalismo incapacita a los trabajadores para
participar en la gestión de sus respectivas empresas a través de la
organización jerárquica del trabajo y la hiperespecialización. El dueño de los
medios de producción impone su voluntad sobre sus asalariados con la
organización y división del trabajo, por lo que no existe la asociación como
tal sino el simple y puro sometimiento.
La
propiedad constituye una forma de dominación en la que el trabajador queda
alienado al no pertenecerse a sí mismo, pues es convertido en un objeto sin
voluntad propia. Estas condiciones sociales y económicas tienen un trasfondo
político al ser fruto de un orden social en el que prevalece un sistema de
obligaciones. Así es como las categorías centrales de lo político, la libertad
y la dominación, cobran pleno protagonismo. De esta forma en el mundo del
trabajo se plantea como primera exigencia la conquista de la autodeterminación
de las condiciones laborales, y con ello la superación de las simples
reivindicaciones dirigidas a conquistar ventajas materiales inmediatas que
abandonan al patrono la organización de la producción. Por este motivo la
conquista de la libertad en el ámbito laboral pasa por la revolución que
sustituya el actual sistema de obligaciones por un sistema de derechos que haga
posible la autodeterminación de los trabajadores, para que de este modo la economía
sea sometida a las necesidades y condiciones de producción del conjunto de la
sociedad.
La
ruptura del orden opresivo inherente al régimen de propiedad, privada o
estatal, en los medios de producción sólo es posible con la ruptura del sistema
político que sostiene dicho orden de cosas. La desaparición de la propiedad en
los medios de producción y la instauración de un régimen de posesión y gestión
social de los mismos es lo que, en definitiva, traería consigo la instauración
de un sistema de derechos que pusiera fin al trabajo asalariado y que hiciera
posible la libertad en el ámbito laboral. Sólo así se pondría fin a las
relaciones de dominación y sometimiento que prevalecen en la sociedad
capitalista. Pero para la realización de la libertad en términos políticos y
económicos, es decir, para la conquista de los medios de producción por los
trabajadores con el establecimiento de la autogestión social y el autogobierno,
es ineludible la revolución. Sin el inicio de un proceso de ruptura que ponga
fin a una sociedad y a un sistema existencialmente opresivo no podrá aspirarse
a construirse un mundo nuevo y libre.