Por Alain de Benoist
Al evocar El
Trabajador, al mismo tiempo que la primera versión de Corazón
aventurero, el ensayista Armin Mohler, autor de un manual que se ha
convertido en un clásico sobre la revolución conservadora alemana (Die
Konservative Revolution in Deutschland, 1918-1932. Ein Handbuch, 2ª ed.,
Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt, 1972), escribe: “Aún hoy, no
puedo acercarme a estas obras sin sentir un cierta turbación”. En otra
parte, calificando a El Trabajador de “bloque errático” en el seno de la obra
de Ernst Jünger, afirma: “Der Arbeiter es algo más que una filosofía: es una
creación poética” (prefacio de Marcel Decombis, Ernst Jünger et la
“Konservative Revolution”, GRECE, 1975, p. 8). El término es apropiado, sobre
todo si se admite que toda poesía fundadora es a la vez reconocimiento del
mundo y revelación de los dioses. Libro “metálico” —estamos tentados de emplear
la expresión “tempestad de acero”—, El Trabajador posee, en efecto, una
trascendencia metafísica, que va más allá del contexto histórico y político en
el que fue escrito. Su publicación no solamente ha marcado una fecha capital en
la historia de las ideas, sino que constituye en la obra jüngeriana un tema de
reflexión que no ha dejado de fluir, cual oculta vena, a lo largo de la vida de
su autor.
Nacido el 29 de marzo de 1895
en Heidelberg, Jünger hizo sus primeros estudios en Hannover, en Schwarzenberg,
en los Montes Metálicos, Braunschweig, de nuevo en Hannover, así como en la
Schsrnhorst-Realschule de Wunstorf. En 1911, se adhiere a la sección de
Wunstorf de los Wandervögel. Ese mismo año, publica su primer poema (Unser
Leben) en el periódico local de aquella organización juvenil. En 1913, a la
edad de 18 años, se fuga del hogar paterno. Objeto de su escapada: alistarse en
Verdún a la Legión Extranjera. Algunos meses más tarde, después de una corta
estancia en Argel y una fase de instrucción en Sidi-bel-Abbés, su padre le
convence para volver a Alemania. Retoma sus estudios en el Gildemeister
Institut de Hannover, donde se familiarizará con la obra de Nietzsche.
La primera guerra mundial estalla el primero de
agosto de 1914. Jünger se convierte en combatiente voluntario. Ingresa en el
73º Regimiento de fusileros y recibe la orden de marcha el 6 de octubre. El 27
de diciembre parte para el frente de Champagne. Combate en Dorfes-les-Epargnes,
en Douchy, en Monchy. Jefe de sección en agosto de 1915, alférez en noviembre,
sigue a partir de 1916 un curso para oficiales en Croisilles. Dos meses más
tarde participa en los combates de Somme, donde es herido dos veces. De nuevo
en el frente, en noviembre, con el grado ya de teniente, es otra vez herido,
esta vez cerca de Saint-Pierre-Vaast. El 16 de diciembre es condecorado con la
Cruz de Hierro de 1ª clase. En febrero de 1917 es ascendido a
Strosstrupp-führer, jefe de comando de asalto. Es el momento en el que la
guerra se ha atascado, al tiempo que las pérdidas humanas adquieren una
terrible dimensión. Del lado francés, se aprestan a la sangrienta e inútil
ofensiva del Chemin des Dames. A la cabeza de sus hombres, Jünger se desliza
por las trincheras y multiplica los golpes de mano. Escaramuzas incesantes,
nuevas heridas: en julio, en el frente de Flandes, y también en diciembre.
Jünger es condecorado con la Cruz de Caballero de la Orden de los Hohenzollern.
Durante la ofensiva de marzo de 1918 continúa capitaneando a sus soldados en
múltiples escaramuzas. Es herido una vez más. En agosto, nuevas heridas, esta
vez cerca de Cambrai. Finaliza la guerra en un hospital militar, ¡después de
haber sido herido catorce veces! Ello le vale la Cruz “Por el Mérito”, la más
importante condecoración del ejército alemán. Sólo doce oficiales subalternos
de tierra, entre ellos el futuro mariscal Rommel, recibirán dicha distinción a
lo largo de la primera guerra mundial.
“Sólo se vivía
para la Idea”
De 1918 a 1923, Jünger, acuartelado en la
Reichswehr de Hannover, comienza a escribir sus primeros libros impregnados de
la experiencia que le ha aportado su presencia en el frente. Tempestades de
acero (In Stahlgewittern), publicado en 1919 por cuenta del autor y reeditado en
1922, conocerá un gran éxito. Le seguirán La guerra como experiencia interior
(Der Kampf als innere Erlebnis, 1922), El bosquecillo 125 (Das Wäldchen 125,
1924), Feuer und Blut (1925). No tardará Jünger en ser considerado como uno de
los escritores más brillantes de su generación, como nos lo ha recordado Henri
Plard (“La carrière d’Ernst Jünger, 1920-1929″, en Etudes germaniques,
4/6.1978), incluso si apelamos a sus artículos sobre la guerra moderna
publicados en la Militär-Wochenblatt.
Pero Jünger no se siente cómodo en un ejército
en la paz. Tampoco le tienta la aventura de los Cuerpos Francos. El 31 de
agosto de 1923, abandona la Reichswehr y se matricula en la Universidad de
Leipzig para estudiar biología, zoología y filosofía. Tendrá como profesores a
Hans Driesch y a Felix Krüger. El 3 de agosto de 1925 se casa con Gretha von
Jeinsen, de diecinueve años, que le dará dos hijos: Ernst, nacido en 1926, y
Alexander, en 1934. Durante ese período, sus ideas políticas maduran en la
misma dirección de la efervescencia que agita cualesquiera facciones de la
opinión pública germana: el vergonzoso tratado de Versalles, del que la
República de Weimar ha aceptado sin vacilar todas las cláusulas y al que sólo
se aceptará como un insoportable Diktat. En el transcurso de unos meses se ha
convertido en uno de los principales representantes de los medios
nacional-revolucionarios, importante grupo de la Revolución Conservadora
situado a la “izquierda”, junto a los movimientos nacional-bolcheviques
agrupados alrededor de Niekisch. Sus escritos políticos se inscriben en el
período medio republicano (la “era Stresemann”) que finaliza en 1929, tiempo de
tregua provisional y de aparente calma. Jünger dirá más tarde: “Sólo se vivía
para la idea” (Diario, t. II, 20.4.1943).
Sus ideas se expresaron primeramente en
revistas. En septiembre de 1925, el antiguo jefe de los Cuerpos Francos, Helmut
Franke, que acababa de publicar un ensayo bajo el título Staat im Staate
(Stahlhelm, Berlín, 1924), lanza la revista Die Standarte, que trata de aportar
una “contribución a la profundización espiritual del pensamiento del frente”.
Jünger pertenecerá a su redacción, en compañía de otro representante del
“nacionalismo de los soldados”, el escritor Franz Schauwecker, nacido en 1890.
Die Standarte fue, en principio, suplemento del semanario Der Stahlhelm, órgano
de la asociación de antiguos combatientes del mismo nombre dirigido por Wilhelm
Kleinau. Die Standarte tenía una tirada nada despreciable: alrededor de 170.000
lectores. Entre septiembre de 1925 y marzo de 1926, Jünger publica diecinueve
artículos. Helmut Franke firma los suyos con el pseudónimo “Gracchus”. La joven
derecha nacional-revolucionaria se expresa allí: Werner Beumelburg, Franz
Schauwecker, Hans Henning von Grote, Friedrich Wilhelm Heinz, Goetz Otto
Stoffegen, etc.
En las páginas de Die Standarte, Jünger adoptará
pronto un tono muy radical, distinto al de la mayoría de los adheridos al
Stahlhelm. A partir de octubre de 1925, critica la tesis de la “puñalada por la
espalda” (Dolchstoss) que habría supuesto para el ejército germano la
revolución de noviembre (tesis casi unánime en los medios nacionales). Llegó
incluso a subrayar cómo algunos revolucionarios de extrema izquierda fueron
valerosos combatientes durante la guerra (“Die Revolution”, en Die Standarte,
n. 7, 18.10.1925). Afirmaciones de este tipo suscitaron vivas polémicas. La
dirección del Stahlhelm se pone en guardia y decide distanciarse del joven
equipo periodístico. En marzo de 1926 la publicación desaparece, para renacer
al mes siguiente con el nombre abreviado de Standarte, con Jünger, Schauwecker,
Kleinau y Franke como coeditores. En este momento, los lazos con el Stahlhelm
no han sido aún rotos; los antiguos combatientes continúan financiando
indirectamente a Standarte, publicado por la casa editora de Seldte, la
Frundsberg Verlag. Jünger y sus amigos reafirman lo mejor de su voluntad
revolucionaria.
El 3 de junio de 1926 Jünger publica un llamamiento a la unidad
de los antiguos combatientes del frente con el objeto de fundar una “república
nacionalista de los trabajadores”, convocatoria que no tendrá eco. En agosto, a
petición de Otto Hörsing —cofundador de la Reichsbanner Schwarz-Rot-Gold, la
milicia de seguridad de los partidos socialdemócrata y republicano—, el gobierno,
tomando como pretexto un artículo sobre Rathenau aparecido en Standarte, cierra
la revista durante cinco meses. Momento que Seldte aprovecha para relevar a
Helmut Franke de sus responsabilidades. En solidaridad con Franke, Jünger se
aparta del periódico y en noviembre, junto al propio Franke y a Wilhelm Weiss,
inicia la edición de una nueva publicación titulada Arminius. (Standarte
aparecerá hasta 1929, bajo la dirección de Schauwecker y Kleinau).
En 1927 Jünger marcha de Leipzig para instalarse
en Berlín, donde establecerá estrechos contactos con antiguos miembros de los
Cuerpos Francos y con medios de la juventud bündisch. Estos últimos, oscilando
entre la disciplina militar y un espíritu de grupo muy cerrado, tratan de
conciliar el romanticismo aventurero de los Wandervögel con una organización de
tipo más comunitario y jerarquizado. Jünger traba una especial amistad con
Werner Lass, nacido en Berlín en 1902, y fundador en 1924, junto al antiguo jefe
de los Cuerpos Francos Rossbach, de la Schilljugend (movimiento juvenil con
cuyo nombre se perpetua el recuerdo del mayor Schill, caído en la lucha de
liberación frente a la ocupación napoleónica). En 1927 Lass se separa de
Rossbach para fundar la Freischar Schill, grupo bündisch del que Jünger será
mentor (Schirmherr). De octubre de 1927 a marzo de 1928 Lass y Jünger se
asocian para publicar la revista Der Vormarsch, fundada en junio de 1927 por
otro famoso jefe de los Cuerpos Francos, el capitán Ehrhardt.
“Perder la guerra
para ganar la nación”
Durante este período, Jünger ha experimentado no
pocas influencias literarias y filosóficas. La guerra, el frente, le ha
permitido la misma triple experiencia de ciertos escritores franceses de
finales del siglo XIX, como Huysmans y Léon Bloy, que desemboca en un cierto
expresionismo que se deja percibir en La guerra como experiencia interior y,
sobre todo, en la primera versión de Corazón aventurero, y en una especie de
“dandysmo” baudeleriano en Sturm, obra novelesca de juventud, tardíamente
publicada, que lleva claramente esta marca. Armin Mohler, en esta línea, ha
parangonado al joven Jünger con el Barrès del Roman de l’énergie nationale:
para el autor de La guerra como experiencia interior, como para el de Scènes et
doctrines du nationalisme, el nacionalismo, sustituto religioso, modo de
expansión y de reforzamiento del alma, resulta ante todo una opción deliberada,
siendo el aspecto decisorio de esta orientación el que deriva del estallido de
las normas, consecuencia de la primera guerra mundial.
La influencia de Nietzsche y de Spengler es
evidente. En 1929, en una entrevista concedida a un periódico británico, Jünger
se definirá como “discípulo de Nietzsche”, subrayando el hecho de que éste fue
el primero en recusar la ficción del hombre universal y abstracto, “rompiendo”
dicha ficción en dos tipos concretos y diametralmente opuestos: el fuerte y el
débil. En agosto de 1922 lee con fruición el primer tomo de La decadencia de
Occidente y es en el momento de la publicación del segundo, en diciembre del
mismo año, cuando escribe Sturm. Empero, como se verá, Jünger no se resignará
ser un pasivo discípulo. Está lejos de seguir a Nietzsche y a Spengler en la
totalidad de sus afirmaciones. El declive de Occidente no será, desde su punto
de vista, una fatalidad ineluctable; hay otras alternativas a una simple
aceptación del reino de los “Césares”. Asimismo, retoma por su cuenta el
cuestionamiento nietzscheano, que desea perfilar de una vez por todas.
La guerra, a fin de
cuentas, ha sido la experiencia más impactante. Jünger aporta, en primer lugar,
la lección de lo agónico. Ardor, nunca odio: el soldado que está al otro lado
de la trinchera no es una encarnación del mal, sino una simple figura de la
adversidad del momento. Jünger, por tanto, carece de enemigo (Feind) absoluto:
ante sí sólo existe el adversario (Gegner), conformándose así el combate como
“cosa siempre de santos”. Otra lección es que la vida se nutre de la muerte y
ésta de aquélla: “El saber más preciado que se ha aprendido en la escuela de la
guerra, escribirá Jünger, en su intimidad más secreta, es indestructible” (Das
Reich, 10.1930).
Para algunos la guerra ha sido entregada. Pero
en virtud del principio de equivalencia de los contrarios, el desastre
concitará un análisis positivo. La derrota o la victoria no es lo que más
importa. Esencialmente activista, la ideología nacional-revolucionaria profesa
un cierto desprecio por los objetivos: se combate, no para conseguir la
victoria, sino para guerrear. “La guerra, afirma Jünger, no es tanto una guerra
entre naciones, como una guerra entre razas de hombres. En todos los paises que
han intervenido en la guerra, hay a la vez vencedores y vencidos” (La guerra
como experiencia interior). Más aún, la derrota puede llegar a convertirse en
el fermento de victoria. Y llega a pulsar la condición misma de esta victoria.
En el epígrafe de su libro Aufbruch der Nation (Frundsberg, Berlín, 1930),
Franz Schauwecker escribió esta estremecedora frase: “Era preciso que perdiéramos
la guerra para ganar la nación”.
Recordaba, tal vez, esta otra de Léon Bloy:
“Todo lo que llega es adorable”. Jünger, por su parte, sostiene: “Alemania ha
sido vencida, pero esta derrota ha sido saludable porque ha contribuido a la
desaparición de la vieja Alemania (…) Era preciso perder la guerra para ganar
la nación”. Vencida por los aliados, Alemania pudo volverse hacia sí misma y
transformarse revolucionariamente. La derrota debía ser aceptada con fines de
trasmutación, de manera casi alquímica; la experiencia del frente debía ser
“trasmutada” en una nueva experiencia vital para la nación. Tal era el
fundamento del “nacionalismo de los soldados”. Es en la guerra, dice Jünger,
donde la juventud ha adquirido “la seguridad de que los antiguos caminos no
llevan a ninguna parte, y que es preciso abrir otros nuevos”. Cesura
irreversible (Umbruch), la guerra ha abolido los vetustos valores. Toda actitud
reaccionaria, cualquier deseo de marcha atrás es imposible. La energía de ayer
era utilizada en luchas puntuales de la patria y por la patria, pero en lo
sucesivo servirá a la patria bajo otra forma. La guerra, dicho de otro modo,
suministrará el modelo de paz.
En El Trabajador, puede leerse: “El frente de la
guerra y el frente del trabajo son idénticos” (p. 109). La idea central es que
la guerra, por superficial y poco significativa que pueda parecer, tiene un
sentido profundo. No puede ser aprehendida a través de una comprensión
racional, sino que únicamente puede ser presentida (ahnen). La interpretación
positiva que Jünger da de la guerra no está, contrariamente a lo que a menudo
se ha dicho, esencialmente ligada a la exaltación de los “valores guerreros”.
Procede de la inquietud política de buscar cómo el sacrificio de los soldados
muertos no debe ni puede ser considerado inútil.
A partir de 1926 Jünger hace varios llamamientos
para la formación de un frente unido de grupos y movimientos nacionales. Al
mismo tiempo, trata —sin mucho éxito— de señalarles el camino de una necesaria
autotransformación. También el nacionalismo precisa ser “trasmutado”
alquímicamente. Debe desembarazarse de toda vinculación sentimental con la
vieja derecha y convertirse en revolucionario, dando fe del declive del mundo
burgués, hecho que podemos observar tanto en las novelas de Thomas Mann (Die
Buddenbrooks) como en las de Alfred Kubin (Die andere Seite).
Desde esta perspectiva, lo esencial es la lucha
contra el liberalismo. En Arminius y en Der Vormarsch Jünger ataca el orden
liberal simbolizado por el Literat, el intelectual humanista partidario de una
sociedad “anémica”, el internacionalista cínico al que Spengler apunta como
verdadero responsable de la revolución de noviembre y propagador de la especie
consistente en que los millones de muertos de la Gran Guerra han perecido para
nada. Paralelamente estigmatiza la “tradición burguesa” que reclaman para sí
los nacionales y los adheridos al Stahlhelm, esos “pequeños burgueses
(Spiessbürger) que, favorables a la guerra, se han escabullido tras la piel del
león” (Der Vormarsch, 12.1927). Ataca sin tregua el espíritu guillermino, el
culto al pasado, el gusto de los pangermanistas por la “museología” (musealer
Betrieb).
En marzo de 1926 define por vez primera el término “neonacionalismo”,
que opone al “nacionalismo de los antepasados” (Altväternationalismus).
Defiende a Alemania, pero la nación es para él mucho más que un territorio. Es
una idea: Alemania es fundamentalmente aquel concepto capaz de inflamar los
espíritus. En abril de 1927, en Arminius, Jünger se autodefine implícitamente
nominalista: declara no creer en verdad general alguna, en ninguna moral
universal, en ninguna noción de “hombre” como ser colectivo poseedor de una
conciencia y derechos comunes. “Creemos, dirá, en el valor de lo singular” (Wir
glauben an den Wert des Besonderen). En una época en que la derecha tradicional
apuesta por el individualismo frente al colectivismo, o los grupos völkisch se
recluyen en la temática del retorno a la tierra y a la mística de la
“naturaleza”, Jünger exalta la técnica y condena al individuo. Nacida de la
racionalidad burguesa, explica en Arminius, la todopoderosa técnica se revuelve
contra quien la ha engendrado. El mundo avanza hacia la técnica y el individuo
desaparece; el neonacionalismo debe ser la primera tendencia en extraer estas
lecciones. Es más, será en las grandes ciudades donde la “nación será ganada”;
para los nacional-revolucionarios, “la ciudad es un frente”.
Alrededor de Jünger se constituye el llamado
“grupo de Berlín”, en cuyo seno encontraremos a representantes de las
diferentes corrientes de la Revolución Conservadora: Franz Schauwecker y Helmut
Franke; el escritor Ernst von Salomon; el nietzcheano-anticristiano Friedrich
Hielscher, editor de Das Reich; los neoconservadores August Winnig (al que
Jünger conocerá en el otoño de 1927 por mediación del filósofo Alfred Baeumler)
y Albrecht Erich Günther, coeditor —junto a Wilhelm Stapel— del Deutsches
Volkstum; los nacional-bolcheviques Ernst Niekisch y Karl O. Paetel y, por
supuesto, a su hermano y reconocido teórico Friedrich Georg Jünger.
Friedrich Georg, cuyas posiciones tendrán una
gran influencia en la evolución de Ernst, nació en Hannover el 1 de septiembre
de 1898. Su carrera ha corrido pareja a la de su hermano. Voluntario en la Gran
Guerra, participa en 1916 en los combates del Somme, alcanzando el empleo de
comandante de compañía. En 1917, gravemente herido en el frente de Flandes,
pasa varios meses en distintos hospitales militares. De regreso a Hannover,
nada más concluir la guerra, y tras un breve paréntesis como teniente de la
Reichswehr —1920—, inicia sus estudios de derecho, redactando su tesis doctoral
en 1924. A partir de 1926 envía sus artículos regularmente a las revistas en
las que colabora su hermano: Die Standarte, Arminius, Der Vormarsch, etc., y
publica, en la colección “Der Aufmersch” dirigida por Ernst, un breve ensayo
titulado Aufmarsch des Nationalismus (Der Aufmarsch, Berlín, 1926, prefacio de
Ernst Jünger; 2ª ed.: Vormarsch, Berlín, 1928). Influido por Nietzsche, Sorel,
Klages, Stefan George y Rilke, a quienes frecuentemente cita en sus trabajos,
se consagrará al ensayo y a la poesía. El primer estudio que sobre él se
publica (Franz Josef Schöningh, “Friedrich Georg Jünger und der preussische
Stil”, en Hochland, 2.1935, pp. 476 y 477) lo encuadró en el “estilo prusiano”.
En abril de 1928 Ernst Jünger confía la sucesión
a la dirección de la revista Der Vormarsch a su amigo Friedrich Hielscher.
Algunos meses más tarde, en enero de 1930, se convierte junto a Werner Lass en
el director de Die Kommenden, semanario fundado cinco años antes por el
escritor Wilhelm Kotzde —que ejerció una gran influencia sobre los movimientos
juveniles de ideología bündisch y de manera muy especial sobre la tendencia de
este movimiento que evolucionará hacia el nacional-bolchevismo, representado
por Hans Ebeling y, sobre todo, por Karl O. Paetel—, colaborando al mismo
tiempo en Die Kommenden, en Die sozialistische Nation y en los
Antifaschistische Briefe.
Trabaja también para la revista Widerstand,
fundada y dirigida por Niekisch a mediados de 1926. Ambos se conocerán en el
otoño de 1927 estableciéndose una sólida amistad. Jünger escribirá: “Si se
quiere resumir el programa que Niekisch desarrolla en Widerstand en una frase
alternativa, esta podría ser: contra el burgués y por el Trabajador, contra el
mundo occidental y por el Este”. El nacional-bolchevismo, en el que por otra
parte confluyen múltiples y variadas tendencias, se caracteriza de hecho por su
idea de la lucha de clases a partir de una definición comunitaria, colectivista
si se quiere, de la idea de nación. “La colectivización, afirma Niekisch, es la
forma social que la voluntad orgánica debe poseer si quiere afirmarse frente a
los efectos mortíferos de la técnica” (“Menschenfressende Technik”, en Widerstand,
n. 4, 1931).
Según Niekisch, el movimiento nacional y el movimiento comunista
tienen, a fin de cuentas, el mismo adversario, como los combates contra la
ocupación del Ruhr han demostrado y es la razón por la que las dos “naciones
proletarias”, Alemania y Rusia, deben buscar un entendimiento. “El
parlamentarismo democrático liberal huye de toda decisión, declara Niekisch. No
quiere batirse, sino discutir (…) El comunismo busca decisiones (…) En su
rudeza, hay algo de fortaleza campesina; hay en él más dureza prusiana, aunque
no sea consciente de ello, que en un burgués prusiano” (Entscheidung,
Widerstand, Berlín, 1930, p. 134). Tales posiciones impregnan a una facción
nada despreciable del movimiento nacional-revolucionario. Jünger mismo, como
muy bien ha captado Louis Dupeux (op. cit.), llegó a estar “fascinado por la
problemática del bolchevismo”, aunque no podamos considerarlo un
nacional-bolchevique en sentido estricto.
Werner Lass y Jünger se apartan en julio de 1931
de Die Kommenden. El primero lanza, a partir de septiembre, la revista Der
Umsturz, que hizo las veces de órgano de la Freischar Schill y que, hasta su
desaparición, en febrero de 1933, se declarará abiertamente
nacional-bolchevique. Jünger, sin embargo, está en otra disposición espiritual.
En el transcurso de algunos años, utilizará toda una serie de revistas como
muros donde encolar sus carteles —serán los autobuses “a los que uno se sube y
abandona a su antojo”—, siguiendo una línea evolutiva eminentemente política.
Las consignas formuladas por él no han obtenido el eco esperado, sus
llamamientos a la unidad no han sido atendidos. Jünger acabará por sentirse un
extraño en cualesquiera corrientes políticas.
No hay más simpatía hacia el
nacionalsocialismo en ascensión que para las ligas nacionales tradicionales.
Todos los movimientos nacionales, explica en un artículo publicado en el
Süddeutsche Monatshefte (9.1930, pp. de la 843 a la 845), ya sean
tradicionalistas, legitismistas, economicistas, reaccionarios o
nacionalsocialistas, extraen su inspiración del pasado y, desde esta
perspectiva, son tan sólo movimientos a los que no cabe más que calificar de
“liberales” y “burgueses”. Entre neoconservadores y nacional-bolcheviques,
entre unos y otros, los grupos nacional-revolucionarios no podrán imponerse. De
hecho, Jünger ya no cree en la posibilidad de acción colectiva alguna. Así lo
subrayará más tarde Niekisch en su autobiografía (Erinnerungen eines deutschen
Revolutionärs, Wissenschaft u. Politik, Colonia, 1974, vol. I, p. 191), y Jünger,
que ha pulsado suficientemente la actualidad, acaba por trazarse una vía más
personal e interior. “Jünger, ese perfecto oficial prusiano que es capaz de
someterse a la disciplina más dura, escribe Marcel Decombis, no podrá ya
integrarse en colectivo alguno” (Ernst Jünger, Aubier-Montaigne, 1943). Su
hermano que, a partir de 1928, ha abandonado la carrera jurídica, evolucionará
de igual forma que Ernst. Escribe sobre la poesía griega, la novela americana,
Kant, Dostoievski. Los dos hermanos emprenden una serie de viajes: Sicilia
(1929), las Baleares (1931), Dalmacia (1932), el Mar Egeo.
Ernst y Friedrich Georg Jünger continúan
publicando algunos artículos, principalmente en Widerstand. Pero el período
periodístico de ambos acaba. Entre 1929 y 1932 Ernst Jünger concentra todos sus
esfuerzos en nuevos libros. Es el momento de la primera versión de Corazón
aventurero (Das abenteverliche Herz, 1929), el ensayo La movilización total
(Die totale Mobilmachung, 1931) y El Trabajador (Der Arbeiter. Herrschaft und Gestalt),
publicado en Hamburgo el año 1932, por la Hanseatische Verlagsanstalt de Benno
Ziegler y que antes de 1945 llegará a conocer varias reediciones.