Por el Profesor
Wolfram
“Quien permanece en el deber, lo hace en el honor. Sin honor es el que traiciona su deber”.
”La vida no es sólo Ser, la vida es llegar a Ser, es formarse espiritual y corporalmente. Se llama vida a disponer diariamente de una nueva Fuerza, y cada hora alumbrar un nuevo Valor.”
UN CAMINO
PARA LA REALIZACIÓN DEL CUERPO Y DE LA MENTE
A menudo,
durante el transcurso de nuestras breves existencias, muchos interrogantes
afloran a nuestra consciencia, como pueden ser el preguntarse por quiénes
somos, qué hacemos en esta vida y cuál es el futuro que nos depara. Estas
cuestiones metafísicas inevitablemente no tienen respuesta por la misma razón
que su presupuesto excede a la lógica y al raciocinio, simplemente; es como si
, delante de un precipicio, comenzásemos a divagar sobre la profundidad del
mismo, si tiene o si no tiene fin, qué ocurrirá si nos caemos por el mismo,
etc.
Este breve
ejemplo, que es fácilmente comprensible, ilustra la situación del hombre
moderno y su actitud general ante la vida, con la diferencia que el hombre
común no se plantea dichos interrogantes, sino que elude hablar sobre ellos.
Pero, ¿qué es el hombre moderno? Atendiendo a su origen etimológico, vendría
del latín "modus", que significa modo, manera. Así pues, el hombre
moderno es el que se
adecúa a los planteamientos, modos y maneras que, de alguna forma, no nacen en
él, sino que son adquiridos en un determinado ambiente o entorno.
Por esta
razón y esta pasividad del hombre moderno, lejos está el mismo de comprender el
mundo de un modo filosófico, y por supuesto tampoco cultural. Sencillamente, el
hombre moderno no se plantea ninguna cuestión sobre su existencia sobre la
tierra, sino que SUFRE SUS ACCIDENTES. Volviendo al mismo ejemplo del
precipicio, con el que hemos ilustrado los misterios que envuelven nuestra existencia,
el hombre moderno, al contrario que un Sócrates o un Platón, NO VE el precipicio,
sino que se limita a caminar junto a él.
Este no ver o
no querer ver la realidad de las cosas del hombre moderno, hace que su
existencia esté dominada por una pasividad general que se manifiesta en una
determinada actitud individualista y tendente sólo a la satisfacción de los
placeres y las sensaciones más inmediatas, dado que su intelecto o mente no
discrimina ni tampoco realiza un juicio, siquiera aproximativo, sobre los
elementos que podría discernir de un modo racional. Al carecer de una mentalidad
crítica sobre el entorno circundante, el hombre moderno cae víctima de las
fantasías y de las ilusiones que son generadas por el bombardeo masivo de
información e imágenes que pueden llegar a sus sentidos.
Otro ejemplo
ilustrativo nos ayudará a comprender esta situación de apatía y pasividad del
hombre moderno. Supongamos que un individuo, que llamaremos A, tiene
predilección por un producto que ha visto anunciado en TV, que llamaremos Z. En
principio, los medios publicitarios han hecho atractivo ese producto llamado Z
a ojos de A, de manera que se sienta impelido a su compra. Pero, en el fondo, A
sabe que la publicidad del producto Z es engañosa, y que es fruto de un trabajo
de efectos especiales y de actores que HACEN CREER en el consumidor A que con su
adquisición podrá alcanzar una felicidad que es la que los actores están
simulando en su anuncio televisado.
Es fácil
deducir que este tipo de hombre o mujer modernos, si asimila como una droga
toda esta publicidad televisada, si acepta como propia la felicidad
prefabricada en las fiestas patronales, o si sus intereses no pasan más allá de
la lectura de las revistas del corazón y los cotilleos económicos o deportivos,
nunca podrá plantearse una concepción de la vida que fuese diametralmente
opuesta a lo que ha conocido, puesto que él sólo busca la satisfacción de sus
deseos materiales, la mayoría de los cuales, como hemos visto, son sugestiones
cuidadosamente dirigidas por los publicistas y los creadores de
"marketing".
El primer
paso para romper el cascarón que impide ver realmente a ese hombre moderno
sería, precisamente, cortar de raíz cualquier impresión o cualquier sugestión
procedente de la publicidad, la propaganda y los actos organizados por el
sistema socioeconómico imperante. Si se lograse hacer vívida la presencia de un
espíritu independiente, que discriminase precisamente la información recibida,
y desechase toda aquella que no sirviese a sus intereses o convicciones más
profundas, ya habríamos logrado la superación de un estado de conciencia
anterior, en el que situamos la existencia del hombre moderno. Un estado que,
como hemos visto, se caracteriza por la somnolencia y la sugestión hipnótica
que contribuyen a hacer la mayoría de los actos del hombre moderno como actos reflejos
y autómatas.
Es decir,
resumiendo las premisas que hemos analizado anteriormente, es muy difícil, casi
imposible, que el hombre moderno pudiera ser o comprender siquiera una visión
de la realidad que no sea la que le ha sido fabricada expresamente. En
consecuencia, su comprensión sobre las razones profundas de una concepción
política como el Nacionalsocialismo siempre será limitada y asociada a imágenes
y contenidos audiovisuales cuidadosamente seleccionados para producir en su
ánimo un determinado efecto. Los psicólogos norteamericanos, formados la
mayoría en la escuela del conductismo y de los experimentos de Pavlov, podrían
hacer maravillas con un hombre de estas características, que realmente no
piensa el mundo, sino que devora como un consumidor los productos que le ofrece
el sistema. Y, al igual que los perros del laboratorio de Pavlov, bien lloran,
bien ríen, bien disfrutan, bien sufren, dependiendo de los estímulos que le son
ofrecidos a su piel o sus sentidos.
Sí, gracias a
estas técnicas de persuasión psicológicas, se logra asociar, merced a la
repetición incesante y al bombardeo continuado de las mismas imágenes y los
mismos contenidos, que el Nacionalsocialismo alemán era criminal por
naturaleza, la gran mayoría de los hombres y mujeres modernos acabará aceptando
pasivamente esta consideración del Nacionalsocialista como partido político
criminal. Si se presenta a los judíos como víctimas siempre de los gobiernos y
los regímenes políticos, obviando la participación de los judíos en hechos
también censurables, evidentemente se estará manipulando la realidad, pero ello
no importará, por cuanto que la gran mayoría de la sociedad, compuesta por
hombres modernos, aceptará sin rechistar la consideración de los judíos como
pueblo injustamente perseguido y víctima de todos los males de las sociedades
gentiles.
Esta podría
ser, en grandes rasgos, la situación general en la que se encuentra la mayor
parte de nuestra sociedad. Partiendo de este punto, es lógico que, como
personas razonables, intentemos buscar una salida honorable FUERA DEL SISTEMA,
una salida política que esté legitimada por las aspiraciones de quienes no
aceptan vivir bajo la costra de la manipulación informativa y de las sugestiones
de la publicidad. Ya hemos visto que, como requisito previo, se necesita en
primer lugar la presencia de un espíritu lúcido e independiente, crítico y
racional, capaz de discriminar y refutar los argumentos y las persuasiones que
le son ofrecidas. Veamos ahora el segundo presupuesto o requisito también para
los hombres y las mujeres despiertos o lúcidos, que quieran seguir una vía política
alternativa y radical, y que es el de la voluntad y el ánimo de ejercitar su
opción de manera libre e incondicionada.
A la
conciencia o conocimiento de obrar como sujeto libre, autónomo y no dependiente
del entorno le seguirá, por tanto, el "animus" o la voluntad decidida
de adoptar un camino o una vía particulares, voluntad que, como decimos, ha de
ser firme, y no debe estar influenciada por ningún deseo de satisfacción
personal. Se ha hablado muchas veces de una "voluntad de hierro",
para figurar un ánimo o talante indomable y un espíritu que no se doblega ante
las dificultades. Esto sería lo deseable, es decir, que al convencimiento más
profundo siguiera una capacidad volitiva capaz de allanar los obstáculos por
difíciles e inalcanzables que los mismos parecieran, y que lo mismo sirviera
para fortalecer y convertir en "hierro" al cuerpo físico como para
desarrollar las capacidades intelectuales y científico-culturales latentes en
nuestra raza.
Sería bueno que estos ejercicios fuesen practicados de modo
continuado tanto por los chicos como por las chicas, para desarrollar su fuerza
física y también una claridad de mente, siguiendo con el adagio clásico
"MENS SANA IN CORPORE SANO". Y así, en contraposición al hombre
moderno, tendremos al hombre o la mujer creado por el Nacionalsocialismo:
el hombre heroico. Ahora bien, no deberemos quedarnos tan sólo en el aspecto externo
de la ejercitación física, es decir, no nos atraparemos en la consideración de
los ejercicios saludables que benefician a la constitución corporal, sino que
formarán los mismos unos preliminares para la práctica general de una vía o
camino particular en el que se incluye también al espíritu.
En la
Antigüedad Aria clásica, los héroes eran, como Hércules, los hijos de un dios y
una mortal que, sobre la tierra, seguían un camino hacia su divinización y
retorno al Olimpo. El ideal griego ha sido siempre la cumbre de la perfección
artística, cultural y filosófica, y sus modelos han inspirado a muchísimos
creadores del Renacimiento en Europa.
No ha de
seguirse el camino para fortalecer el "ego" individual, pues se
caería en una lamentable trampa y luego en desilusión. Se ha de romper todo
lazo con el individualismo egocéntrico, con el "yo", el "a mí me
gusta", o el "yo opino", "yo creo" o "soy el más
guapo", "me voy a comer el mundo" que, como ya hemos visto, son
"yoes" compuestos de sugestiones prefabricadas por las sociedades modernas,
y, por lo mismo, tan vanos y efímeros como muchos productos que las mismas
ofrecen.
En la vía del
Hombre heroico, la Acción ha de ser pura y desinteresada, tal y como nos lo
describe el Bhagavad Gita, un texto del siglo II A.C., cuando habla del Yoga o
el camino Ario hacia el Despertar:
"Quien
domina los órganos de la acción, pero sigue mentalmente unido a los objetos de
los sentidos, se extravía acerca del alcance de la disciplina de sí
mismo." (III-6).
De la acción
posible en este mundo, como hemos visto, sólo la acción sacrificial, es decir,
cumplida con la única finalidad de buscar el desapego de los objetos ofrecidos
a los sentidos, y sin ningún interés propio, o lucrativo, puede denominarse con
toda propiedad acción liberadora.
En este
mundo, propiamente hablando, sólo los sujetos que obedecen un deber, como los
soldados, o un imperativo de honor, como los caballeros, puede decirse
propiamente que realizan acciones sacrificiales y, por tanto, liberadoras para
con las sociedades humanas.
La acción
liberadora es, propiamente, fulgurante y conlleva una bocanada de aire fresco
en un mundo dominado por el materialismo y el egocentrismo, puesto que es la
única que está animada de una voluntad real, no imaginada, de estar cumpliendo
con un deber o una obligación de orden superior al de la mera satisfacción de
los instintos o placeres del individuo. Deber superior al que, no debemos olvidarlo,
SE SACRIFICA Y SE SOMETE LA VOLUNTAD PROPIA. En un texto de la caballería nandante
española, el Amadís de Gaula, escrito a principios del siglo XVI, se afirma lo
siguiente:
"Como
todas las cosas pospongamos por la honra, y la honra sea negar la propia
voluntad por seguir aquello a que hombre es obligado..." (cap.65).
¿Qué cosa
puede ser la honra, o el honor, que sea precisamente el móvil de la acción
caballeresca en la Edad Media, o de la acción heroica en el mundo tradicional
europeo? En el Código Sajón del siglo XIII puede leerse que "Mi honor se
llama lealtad" (Meine Ehre heisst Treue), divisa que luego pasará a las
S.S. nacionalsocialistas, y, asimismo, el lema que ostentaba Louis
d´Estouteville, un caballero francés de la guerra de los Cien Años no era otro
que: "Là oú est l´honneur, là où est la fidelité, là seulement est ma
patrie" (Allí donde está el honor, y donde esté la lealtad, allí sólamente
se encuentra mi patria).
Como
propiamente escribiera Kurt Eggers, pensador y oficial alemán de las Waffen SS,
y con cuya cita abríamos el presente trabajo, sólo quien permanece en el deber,
permanece asimismo en el honor, (Wer in der Pflicht steht, der steht in der
Ehre), y quien traiciona a su propio deber es sujeto de deshonra. La lealtad
del individuo hacia los deberes generados por el honor, es cualidad espiritual del
hombre, que define su mismo concepto de dignidad y de libertad interiores,
significa adhesión inquebrantable a los principios a los cuales se ha hecho
acreedor, es decir, que el hombre que sigue unos principios o un código de
conducta basado en el honor es, por definición, un hombre leal. "Sé fiel a
ti mismo -leemos en el Hamlet de William Shakespeare- y a eso seguirá, como la
noche al día, que no podrás ser falso para nadie."
Los antiguos
nobles de las estirpes helenas decían orgullosamente de sí mismos, según
afirmaba Friedrich
Nietzsche, Nosotros los Veraces. Cualidad del espíritu aristocrático o heroico
es, por tanto, la imposibilidad de decir mentiras o retorcer el pensamiento con
ideas falaces y subversivas. Por el contrario, se decía que los mentirosos, los
demagogos, figuran entre las grandes masas de quienes no han accedido a la cualidad
noble y que, por tanto, no eran de confianza ni tampoco de fiar.
En la evolución
del antiguo Derecho Romano podemos apreciar, por ejemplo, que mientras en la
remota antigüedad los litigios entre ciudadanos romanos se solventaban con la
"buena fe" (bona fides) y el honor entre caballeros, sometiendo la
cuestión a hombre de probada honradez elegido por ellos (iudex, juez), conforme
avanza la decadencia moral y racial del Imperio tienen que ser funcionarios designados
expresamente quienes han de imponer su autoridad, ante el relajamiento de las costumbres,
con medidas coactivas. La presencia de unas costumbres sanas y la fidelidad o
el honor en el matrimonio, entre los pueblos nórdicos, fue ya puesta de relieve
por el historiador romano Tácito
(Germania), aseverando que era preferible que tuviesen menos leyes pero
costumbres morales firmes (consuetudo). Si esto sucedía en la primitiva
Germania cuántos estarían hoy escandalizados ante semejante punto de vista, en
la propia Alemania tan "progresista", ante el avance de las ideologías
disolventes como el neofeminismo, con su defensa del aborto libre, el
individualismo y liberalismo.
La costumbre,
también de origen romano, de cerrar los pactos y sellar la paz mediante un
apretón de manos ha perdido, igualmente, su simbolismo y su significado en el
mundo moderno.
En los magníficos
"Emblemas" de Alciato, cuya obra conocemos a través de la traducción
de Bernardino Daza, que
data de 1549, podemos apreciar un grabado en el que dos soldados se dan un
apretón, tras lo cual se dice: "Cuando Roma tenía a sus jefes en la guerra
civil, y sus hombres morían por honor en el campo de batalla, fue costumbre,
cuando las tropas se juntaban para formar alianza, saludarse mutuamente dándose
la mano derecha." En el famoso cuadro de Velázquez, "Las
Lanzas" o "La rendición de Breda", ha sido fundamental recurrir
al emblema de Alciato para comentar la posición de los capitanes enfrentados en
este célebre episodio ubicado en la guerra de los Treinta Años, Ambrosio de
Spínola, Justino y Nassau. Sin embargo no dejaría de ser una hipótesis, dentro
de la larga
literatura crítica destilada a propósito del cuadro velazqueño, destinado al
Salón de Reinos de la villa y corte de Madrid.
Volviendo al
tema principal de nuestro trabajo, el honor, cualidad del hombre heroico como
ya se ha dicho, ha sido también objeto de estudio recientemente por el pensador
nacionalsocialista Alfred Rosenberg,
autor de la archiconocida obra "El Mito del siglo XX" (Der Mythus des
20 Jahrhunderts).
En un pasaje
del citado libro, podemos leer: "En el vikingo escandinavo, en el
oficial prusiano, en el caballero germánico, en el comerciante de la Hansa, y
en el campesino centroeuropeo, reconocemos el concepto del honor plasmador de
vida en el conjunto de sus manifestaciones telúricas. En las viejas poesías
vemos aparecer las viejas epopeyas, pasando por Walter von der Vogelweide, los cantares
de gesta, hasta Kleist y Goethe el motivo del honor y del contenido de la
libertad interior como más importante ley (Gesetz) configuradora." (I, 3).
En efecto,
sin la presencia vivificadora de esta fuerza inmaterial y, a la vez
omnipresente, manifestada en los hechos de honor, la historia, la cultura y la
civilización de Europa, obra paciente y tenaz de muchas generaciones y familias
pertenecientes a nuestra raza, quizás habría conocido otro destino que podría
haberse parecido más bien al de las innumerables granos de arena del desierto,
estériles y movidos tan sólo por el viento.
El dinamismo de la fuerza histórica y cultural de la civilización de Europa no conoce otro parangón en ninguna otra parte de nuestro planeta; es, sencillamente, único e irrepetible. Con su destrucción quizás disfruten los renegados, los enemigos de nuestra civilización, los abanderados de la izquierda más radical que quisieran que el Sáhara se trasplantara a los Alpes y más allá, borrando cuanto de hermoso y divino hay en nuestra cultura y en nuestros pueblos. Pero debemos advertirles que su batalla aún no está ganada, y que quizás nosotros, nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos decidan defender, por honor y por dignidad, lo que de hecho y de derecho legítimamente les pertenece, y que les ha sido otorgado en herencia por hombres y mujeres más sabios y más valerosos que nosotros. A defender este legado preciosísimo hemos sido llamados en estos tiempos de confusión, pero también de esperanza.
El dinamismo de la fuerza histórica y cultural de la civilización de Europa no conoce otro parangón en ninguna otra parte de nuestro planeta; es, sencillamente, único e irrepetible. Con su destrucción quizás disfruten los renegados, los enemigos de nuestra civilización, los abanderados de la izquierda más radical que quisieran que el Sáhara se trasplantara a los Alpes y más allá, borrando cuanto de hermoso y divino hay en nuestra cultura y en nuestros pueblos. Pero debemos advertirles que su batalla aún no está ganada, y que quizás nosotros, nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos decidan defender, por honor y por dignidad, lo que de hecho y de derecho legítimamente les pertenece, y que les ha sido otorgado en herencia por hombres y mujeres más sabios y más valerosos que nosotros. A defender este legado preciosísimo hemos sido llamados en estos tiempos de confusión, pero también de esperanza.
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