Por Mijail Bakunin
El Estado no es la patria; es
la abstracción, la ficción metafísica, mística, política y jurídica de la
patria. La gente sencilla de todos los países ama profundamente a su patria;
pero éste es un amor natural y real. El patriotismo del pueblo no es sólo una
idea, es un hecho; pero el patriotismo político, el amor al Estado, no es la
expresión fiel de este hecho: es una expresión distorsionada por medio de una
falsa abstracción, siempre en beneficio de una minoría explotadora.
La patria y la nacionalidad son,
como la individualidad, hechos naturales y sociales, fisiológicos e históricos
al mismo tiempo; ninguno de ellos es un principio. Sólo puede considerarse como
un principio humano aquello que es universal y común a todos los hombres; la
nacionalidad separa a los hombres y, por tanto, no es un principio. Un
principio es el respeto que cada uno debe tener por los hechos naturales,
reales o sociales.
La nacionalidad, como la individualidad, es uno de esos hechos; y por ello debemos respetarla. Violarla seria cometer un crimen; y, hablando el lenguaje de Mazzini, se convierte en un principio sagrado cada vez que es amenazada y violada. Por eso me siento siempre y sinceramente el patriota de todas las patrias oprimidas.
La nacionalidad, como la individualidad, es uno de esos hechos; y por ello debemos respetarla. Violarla seria cometer un crimen; y, hablando el lenguaje de Mazzini, se convierte en un principio sagrado cada vez que es amenazada y violada. Por eso me siento siempre y sinceramente el patriota de todas las patrias oprimidas.
La esencia de la nacionalidad.
Una patria representa el derecho incuestionable y sagrado de cada hombre, de
cada grupo humano, asociación, comuna, región y nación a vivir, sentir, pensar,
desear y actuar a su propio modo; y esta manera de vivir y de sentir es siempre
el resultado indiscutible de un largo desarrollo histórico.
Por tanto, nos inclinamos ante
la tradición y la historia; o, más bien, las reconocemos, y no porque se nos
presenten como barreras abstractas levantadas metafísica, jurídica y
políticamente por intérpretes instruidos y profesores del pasado, sino sólo
porque se han incorporado de hecho a la carne y a la sangre, a los pensamientos
reales y a la voluntad de las poblaciones.
Se nos dice que tal o cual región - el cantón de Tesino [en Suiza], por ejemplo -pertenece evidentemente a la familia italiana: su lenguaje, sus costumbres y sus restantes características son idénticos a los de la población de Lombardía y, en consecuencia, debería pasar a formar parte del Estado italiano unificado.
Creemos que se trata de una
conclusión radicalmente falsa. Si existiera realmente una identidad sustancial
entre el cantón de Tesino y Lombardía, no hay duda alguna de que Tesino se
uniría espontáneamente a Lombardía. Si no es así, si no siente el más leve
deseo de hacerlo, ello demuestra simplemente que la Historia real -
la vigente de generación en generación en la vida real del pueblo del cantón de
Tesino, y responsable de su disposición contraria a la unión con Lombardía - es
algo completamente distinto de la historia escrita en los libros. Por otra
parte, debe señalarse que la historia real de los individuos y los pueblos no
sólo procede por el desarrollo positivo, sino muy a menudo por la negación del
pasado y por la rebelión contra él; y que este es el derecho de la vida, el
inalienable derecho de la presente generación, la garantía de su libertad.
La nacionalidad y la
solidaridad universal. No hay nada más absurdo y al mismo tiempo más dañino y
mortífero para el pueblo que erigir el principio ficticio de la nacionalidad
como ideal de todas las aspiraciones populares. El nacionalismo no es un
principio humano universal. Es un hecho histórico y local que, como todos los
hechos reales e inofensivos, tiene derecho a exigir general aceptación.
Cada pueblo y hasta la más
pequeña unidad étnica o tradicional tiene su propio carácter, su específico
modo de existencia, su propia manera de hablar, de sentir, de pensar y de
actuar; y esta idiosincrasia constituye la esencia de la nacionalidad,
resultado de toda la vida histórica y suma total de las condiciones vitales de
ese pueblo.
Cada pueblo, como cada persona, es involuntariamente lo que es, y por eso tiene un derecho a ser él mismo. En eso consisten los llamados derechos nacionales. Pero si un pueblo o una persona existe de hecho de una forma determinada, no se sigue de ello que uno u otra tengan derecho a elevar la nacionalidad, en un caso, y la individualidad en otro como principios específicos, ni que deban pasarse la vida discutiendo sobre la cuestión. Por el contrario, cuanto menos piensen en si mismos y más imbuidos estén de valores humanos universales, más se vitalizan y cargan de sentido tanto la nacionalidad como la individualidad.
La responsabilidad histórica de toda nación. La dignidad de toda nación, como la de todo individuo, debe consistir fundamentalmente en que cada uno acepte la plena responsabilidad de sus actos, sin tratar de desplazarla a otros. ¿No son muy estúpidas todas esas lamentaciones de un muchachote quejándose con lágrimas en los ojos de que alguien lo ha corrompido y le ha puesto en el mal camino? Y lo que es impropio en el caso de un muchacho está ciertamente fuera de lugar en el caso de una nación, cuyo mismo sentimiento de autoestima debería excluir cualquier intento de cargar a otros con la culpa de sus propios errores.
Patriotismo y justicia universal. Cada uno de nosotros debería elevarse sobre ese patriotismo estrecho y mezquino para el cual el propio país es el centro del mundo, y que considera grande a una nación cuando se hace temer por sus vecinos. Deberíamos situar la justicia humana universal sobre todos los intereses nacionales. Y abandonar de una vez por todas, el falso principio de la nacionalidad, inventado recientemente por los déspotas de Francia, Prusia y Rusia para aplastar el soberano principio de la libertad. La nacionalidad no es un principio; es un hecho legitimado, como la individualidad. Cada nación, grande o pequeña, tiene el indiscutible derecho a ser ella misma, a vivir de acuerdo con su propia naturaleza. Este derecho es simplemente él corolario del principio general de libertad.
Todo aquél que desee sinceramente la paz y la justicia internacional debería renunciar de una vez y para siempre a lo que se llama la gloria, el poder y la grandeza de la patria, a todos los intereses egoístas y vanos del patriotismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario