Por Daniel Fleurs
Que nadie nunca jamás se atreva a detener y callar la gran corriente
de vida, vida que evoca de nuestros labios vehementes y puros, pues no hay
represa humana que contenga el digno poder de nuestras palabras libres y
sensatas que cabalgan en un tango apasionado y singular, en una oda a la
justicia y a la libertad de esta carne y estos huesos lujuriosos que dan cuerpo
y forma a las ideas, a la esperanza, a los más románticos enjambres de ilusión y
pecado, al más conmovedor sollozo ante el hermoso paso a la muerte y a la
plenitud, al abandono de la lividez, a la purificación de una idea y una masa
dialéctica.
Que nadie nunca jamás se atreva a manchar el paño de la razón, de la
humanidad, de la cognición, en balance al instinto animal de nuestro torrente
sanguíneo, pues será de nosotros que surja una gnosis renovada, de la cual
brotara algún día la historia de un solo dios, uno justo y divino, un dios tal
vez femenino, que nos enseñe de la vida el amor canalizado; un toque de
perfección, que desvanezca nuestras heridas en las tierras del despertar, del descubrir,
pero también del negar. Ya que cuando nuestra voz exilie la deshumanización, aferrándonos
a la crítica, a la ira, a la pasión, al amor, a la codicia, a la dignidad y al
orgullo que tanto nos quieren arrebatar. Aquella quimera arderá en las llamas
de nuestros corazones al borde de la euforia, empapados de la sangre, roja, roja
como nuestros labios, nuestro ser, nuestra mente, nuestra conciencia libre de
dogmas, nuestro resurgir como dioses.
Que nunca nadie jamás caiga en el deplorable abismo de la cobardía, de
la sumisión, del conformismo. Pues es intolerable el negar los más aferrados
principios y cortar las alas inquietas, pero dóciles que nos permiten volar
sobre este, nuestro escenario actual. Al horizonte junto el sol, nuestro más
noble compañero. Y junto a la luna, nuestra fiel amante, nuestra hermosa
guerrera que alumbra los más oscuros senderos de la noche y sus encantos. Sus
hechizos, nuestro armamento. Si debemos abandonar nuestros frágiles cuerpos por
ese nuevo nacer, los entregaremos con concordia, sin dudar un solo segundo. Convencidos
y alegres, con una sonrisa taciturna que dibujara un nuevo camino a seguir, un
ejemplo, en honor a la hermandad, a la justicia, al esfuerzo, la sangre por la
cual navegarán los navíos de esta empresa, hacia nuestras raíces, hacia la tierra
de Hombres Nuevos.
Que nadie nunca jamás olvide, que nadie nunca jamás perdone, que nadie
nunca jamás se arrodille, que nadie nunca jamás se arrepienta… las palabras
como flechas en llamas deben atravesar la impudicia de quienes las amenazan, el
espíritu debe cobrar valor, debe volar, debe soñar, debe reclamar comodidad en
esta caja corpórea y su posición. Advirtiendo del desembocar de su furia, de su
energía, de su venir de felicidades, de su vitalidad aún viva e impune pese a
las heridas de la gran bestia de asfalto y sus dueños.
Pues mientras nuestras almas se sigan fundiendo en un solo ser, el mar
de ilusión estallara en victoria y en un solo grito de fervor… tan armónico que
sus mismos dioses tendrán envidia.
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