|
George Sorel y Sindicalismo Revolucionario. PRESENTE. |
Por Jacques de Mahieu
Egresado de la Escuela
Politécnica, en la cual se forman, en Francia, los ingenieros civiles y
militares del más alto nivel,) e ingeniero de los Ponts et .Chaussées (
Vialidad”) Georges Sorel es un desconocido, salvo para los escasos lectores de
revistas filosóficas a las cuales había dado artículos de poca trascendencia,
cuando, en 1892, renuncia a su cargo para dedicarse al análisis del
socialismo e Colabora entonces, hasta su muerte, (1922) en varias revistas
francesas, italianas y alemanas, recopilando sus artículos en libros entre los
cuales se destacan, por su importancia, Las Ilusiones del progreso y Las
Reflexiones sobre la Violencia, ambos publicados en 1906. Escribe un francés
pésimo, cuyas incorrecciones no siempre pudieron corregirse en la presente
traducción, con una puntuación estrafalaria que sí se rectificó. Pero lo que
nos importa no es el aspecto literario de su obra, sino las ideas que ésta
contiene.
Sorel ya ha recibido la influencia de Proudhon' cuando, en 1892, descubre el
marxismo del que jamás renegará. Pero muy pronto se da cuenta que la
sistematización del pensamiento del maestro por discípulos abusivos no responde
a la realidad de la evolución histórica y que el mismo Marx se había
equivocado, no sólo en Sus previsiones, sino también en la elaboración de lo
que consideraba como las leyes del dinamismo social. El marxismo, pues, no es
más que el punto de partida de un análisis que lo lleva, a lo largo de treinta
años, a poner en tela de juicio las bases mismas del socialismo
"científico".
La teoria marxista de las clases, es en primer lugar para Sorel Una “abstraccíon”,
una “simplificación• La historia no se reduce a una pugna entre dos clases,
sino que defiende el dinamismo cambiante de una multiplicidad de conjuntos
sociales. Es cierto que la conquista del Estado por la burguesia, en 1789, ha
suscitado, a lo largo del sglo XIX, un antagonismo preponderante entre ésta y
el proletariado. Pero se trata de un proceso momentáneo. Las llamadas clases
medias, en particular, muy lejos de desaparecer, como lo había anunciado Marx,
ejercen una influencia creciente sobre la evolución social. Por otro lado, El
materialismo, según el cual, dicha evolución procede exclusivamente de factores
económicos, sólo es válido, y hasta cierto punto, para la sociedad capitalista
que Marx estaba observando y que había nacido afuera, medio siglo antes del
Manifiesto Comunista. Tratar de interpretar el pasado y de prever el porvenir
en función de constantes inducidas de una situación, temporal es idealismo
puro, heredado de la filosofía de Hegel.
Por fin, el determinismo histórico, según el cual la revolución socialista
sería fatal, está en contradicción con la misma naturaleza humana y, para peor,
con las necesidades de la acción. En resumidas cuentas, el marxismo no es una
"religión revelada" : es preciso revisarlo profundamente para que
pueda dar cuenta de la realidad social.
En el momento en que Sorel inicia su crítica del "marxismo de los
marxistas “para reivindicar un mítico "marxismo de Marx” estalla, en
Francia, el affaire Dreyfus: el enjuiciamiento y condenación de un oficial judío
del ejército por alta traición. Independientemente de la culpabilidad o
inocencia del hombre, el país se divide en dos bandos' por un lado, los
nacionalistas antisemitas que respaldan un ejército tradicionalista y, en gran
parte, legitimista (no olvidemos que sólo veinte años antes, el conde de
Chambord, jefe de la rama mayor de los Borbones, había estado a punto de
ascender al trono con el nombre de Enrique V); por otro, la burguesía liberal
orleanista, los francmasones, los socialistas y, por supuesto, los judíos.
Llevado por sus tendencias anarquistas y por su anticlericalismo, Sorel se une
a la coalición dreyfusista. Esta no se apoya en infraestructura económica
alguna; las clases sociales están divididas y sus fracciones, asociadas con
elementos que, según Marx, hubieran debido ser sus antagonistas.
Los
socialistas parlamentarios, liderados por Jean Jaures, proclaman, la unión en
la democracia por ella se llegará al socialismo mediante ' reformas graduales
concedidas por, la Burguesía liberal. Sorel vacila. El reformismo de juares
durante algún tiempo coincide coincide con el de Bernstein y de Kautsky',
quienes, en Alemania, están desarrollando una crítica del "marxismo
vulgar" muy semejante a la suya. Rápidamente, sin embargo, se da cuenta
del engaño por lo que buscan los reformistas no es la revolución por medios
legales, sino la mediatización de la clase obrera mediante concesiones, por la
burguesía capitalista, de mejoras materiales, vale decir la absorción del
proletariado en el sistema. Lo que le abre los ojos es que la minoría activa de
los trabajadores, agrupada en las Bolsas del Trabajo, no entran en este juego
muchos de sus integrantes son antidreyfusistas; Todos, antidemocráticos. Hasta
el punto que, el primero de mayo de 1900 Perlloutier dirigente máximo de las
bolsas llega hasta colgar el Busto de Marianne, símbolo de la República, en la
ventana de la sede de París. Para los sindicalistas revolucionarios, el enemigo
primordial es la democracia.
Ya de vuelta de la "unión dreyfusista”, del jauresismo que lo asquea¡ y
del reformismo de Bernstein, Sorel se encuentra entonces, por su
antidemocratismo, muy cerca de los nacionalistas de la Acción Francesa' cuyo
jefe y maestro, Charles Maurras, veía en el capitalismo la cara de la
democracia y no había vacilado en escribir, en su Enquete sur le monarchie;
"La antropofagia aparece a las mentes superficiales: como un carácter
peculiar de algunas hordas, tan lejanas como salvajes, y que decrece cada día
más. Qué ceguera! La antropofagia no decrece ni desaparece sino que se
transforma. Ya comemos carne humana, comemos trabajo humano". Y también,
en la misma obra de 1909 una nueva escuela, representada por Georges Sorel y
Hubert Lagardelle ha hecho perfectamente sentir la oposición que existe entre el
régimen sindicalista, basado en un interés social común, y el régimen
democrático, fundado en derecho en la voluntad o la opinión del .
Individuo”. No es de extrañar, en estas condiciones, que la Acción Francesa y
la Nueva Escuela lleguen a programar con iniciativa de Sorel una revista común,
Cité Francaise”, cuyo manifiesto• proclama: "La democracia confunde las
clases… Es preciso, pues, organizar las clases al margen de la democracia, a
pesar de la democracia y contra ella”. Esta revista nunca salió. Fue remplazada
por L’Independance, nacionalista y socialista, en la cual Sorel colabora
durante dos años -1911- 1912- de su publicación. Pero, ya en 1910, aparece en
el diario de Maurras, L’Action Francaise, un artículo con su firma. Discípulos
de ambos fundan, en 1911, EL Círculo Proudhon. La guerra del 14 interrumpe una
colaboración que hubiera podido modificar, en Francia, el curso de los
acontecimientos. En 1911, Sorel se entusiasma por el bolchevismo. Ve en la
Repú¬blica de los Soviets la realización de su proyecto de, sociedad sin Estado
y de manejo de las fábricas por los trabajadores. No tiene tiempo de
desengañarse fallece antes de que se imponga en Rusia el socialismo de Estado
que tanto odiaba Pero, en sus últimos meses de vida, sigue atentamente la ac¬ción
de Mussolini que, socializando a los nacionalistas y nacionalizando a los
socialistas, estructura un movimiento que, pronto, va a liberar El Estado y el
Proletariado del yugo burgués Ignoramos cuál hubiera sido su actitud ante el
fascismo. Pero sí sabemos que su discípulo predilecto, Hubert Lagardelle, fue
uno de los asesores del Duce antes de convertirse en el ministro de Trabajo del
mariscal Petain.
La obra de Sorel es la expresi6n de la larga búsqueda que lo lleva del
democratismo dreyfusiano a una concepción del socialismo que llamamos, en
nuestro ensayo Maurras y Sorel., la fase del humanismo heroico. Tomando de
Proudhon su visión de la sociedad orgánica como creaci6n de los mismos
productores y de Marx su tesis de la evolución dialéctica, pero sin el
finalismo mesiánico ni el materialismo, Sorel, por otro lado fuertemente
influido por el intuicionismo bergsoniano, trató de realizar una síntesis
original de esas doctrinas tan desemejantes. No lo hizo mediante una
elaboración sistemática sino por saltos provocados por acontecimientos
temporales. No es de extrañar, pues, que se encuentre en sus escritos, además
de una redacción desprolija, cierta incoherencia que proviene de resabios de
opiniones abandonadas y de previsiones falladas. De ahí la necesidad de extraer
de su obra, y en especial de sus Reflexiones sobre la violencia-, las
aportaciones positivas que se le deben.
La primera es su concepción del productor. El obrero no es una máquina y su
papel social no se reduce al gesto más o menos automático exigido por su
trabajo. El proletario, en cuanto proletario, es un hombre, con sus
pensamientos y sus pasiones, un hombre viviente y no un 'instrumento para
producir y hacer la revolución. Este hombre se encuentra disminuido por el
sistema capitalista que le niega su condición humana y por el socialismo
democrático, que lo considera exclusivamente como un elector que hay que ganar,
inclusive engañándolo. La lucha no es una penosa necesidad impuesta a la clase
obrera, sino, por lo contrario, el factor esencial de su rehabilitación humana.
El sindicalista revolucionario de Sorel no es el casi autómata del marxismo
vulgar, empujado a la acción por la fatalidad de la evolución social, sino un
héroe que se realiza en la lucha violenta. El proletariado no es una masa de
maniobra, una “carne de cañón" en manos de un Estado Mayor partidista de
pequeños burgueses o de un "faraón', sino una sociedad de productores que
se alza a la altura de un nuevo patriciado, como decía Proudhon, Su unanimidad
heroica romperá la resistencia del desorden burgués para constituir un orden
libre de la producción. El éxito de la revolución proletaria no consistirá
tanto en la toma del poder como en la redención de los combatientes por el
combate. Pero los héroes son pocos: a una minoría militante corresponde la
misión de arrastrar la masa.
La evolución social es el producto deconflicto de fuerzas humanas y la
revolución, el resultado de una guerra entre hombres agrupados en dos
ejércitos. El vencedor no está designado por una historia que imponga su
solución a los combatientes, sino por el valor de estos últimos, creadores de
la historia. Pero cómo transformar a los proletarios en combatientes, y en
combatientes provistos de las más altas calidades del guerrero? Explicándoles
las leyes de la economía política y el principio de la dialéctica de Hegel?
Cómo hombres sencillos incapaces de tener en la mente más de una idea a la vez
podrían entender doctrinas tan complejas?. Entonces”, hablándoles de sus
intereses inmediatos? Pero el éxito puede lograr sino con el sacrificio de los
mejores y, además, el capitalismo reformista perfectamente capaz de satisfacer,
por lo menos en apariencias, las necesidades de los más exaltados. La utopía,
por otro lado, no pasa de una construcción imaginaria que responde muy bien a
los deseos de intelectuales analistas, pero no, en absoluto, a las exigencias
de los hombres de acción. Estos se representan su lucha en forma de imágenes de
batalla que aseguren el triunfo de su causa.
Hay, por tanto, que presentarles
el combate necesario y su fin, no mediante razonamientos, sino en forma de
mito, de un conjunto de imágenes capaz de "evocar el bloque y por una
única intuición, antes de todo análisis reflexionado, la masa de los
sentimientos que corresponden a las varías manifestaciones de la guerra
iniciada por el socialismo contra la sociedad moderna" Poco importa que
los detalles que el análisis percibiría en el mito deban o no realizarse en la
historia futura. Solo se trata de un medio de acción presente, de un motor del
hombre social. ¿Qué ha quedado del Imperio napoleónico, escribe Sorel? Nada
sino la epopeya del Gran Ejército. Lo que quedará del movimiento socialista
actual será la epopeya de las huelgas". De ahí el mito de la huelga
general, irrealizable, que constituye el incentivo de las huelgas parciales,
instrumento de lucha del sindicalismo revolucionario.
El mito social no es, para Sorel, sino un medio destinado a suscitar, en la
minoría Sindicalista, una moral heroica. Esta no vale solamente para el
ejército sindicalista, sino también para la sociedad futura. La sociedad
proletaria tendrá, en efecto, para/permanecer, que ganar la batalla de la
producción, batalla jamás acabada. En el taller diríamos hoy día la empresa-
"sin amos, cada productor actuará por entusiasmo individual, como un
verdadero artista, sin preocuparse por recibir una recompensa proporcional al
trabajo efectuado. Trabajará en "un estado de espíritu épico”. La sociedad
proletaria nacerá, no de la realización de, un plan, necesariamente utópico,
sino de la evolución normal de los• sindicatos obreros por efecto del mito
heroico de la huelga general. Será, por consiguiente, una unión de sindicatos,
como el sindicato será, después de la eliminación del capitalismo, una unión de
empresas. La influencia del federalismo anarquista sobre el pensamiento de
Sorel es aquí evidente, como lo es también en lo que atañe a la negación del
Estado Socialista, que no sería sino el amo monopólico de los medios de
producción. Sorel no vio que el socialismo de Estado no es la consecuencia
necesaria de la conquista del Estado burgués por las fuerzas revolucionarias ni
que es posible concebir un Estado otra vez libre como el federador de las
comunidades de producción. Ahora bien: la teoría de una sociedad sin órgano
rector -de una federación sin federador- es el tipo por excelencia de la
utopía.
El sindicalismo revolucionario no concretó las esperanzas que Sorel había
depositado en él. Fue copado por dirigentes reformistas a las órdenes de
partidos socialdemócratas y por comunistas que sólo respondían a los intereses
cambiantes de la Unión Soviética en la cual se había implantado el socialismo
de Estado tan temido. La minoría de los combatientes "homéricos de la "epopeya de las huelgas fueron sustituidos, en el mundo Pluto democrático, por profesionales del regateo y, en el mundo"
socialista, por policías trabajo. Sin embargo, su teoría del mito social fue
retomada por movimientos revolucionarios que Sorel, antes de la primera guerra
mundial, había contribuido a suscitar. La fusión de las minorías heroicas del
nacionalismo y del Socialismo se realizó, en Europa y en Sudamérica, bajo el influjo
de los mitos del Imperio, del suelo y la sangre, de la tercera posición. Esos
movimientos fueron aplastados por las fuerzas aliadas de la democracia y el
comunismo. La historia venidera nos dirá si el heroísmo revolucionario murió
con ellos.