miércoles, 24 de abril de 2013

Paganismo y Nihilismo





Por Daniel Aragón Ortiz


¿Qué es ser pagano? La calificación de pagano no dice nada determinante sobre una persona. Lo mismo que monoteísta no dice nada definitorio, o, al menos, nada concluyente. Desde mi percepción de las cosas el paganismo abarcaría toda una serie de confesiones religiosos más o menos bien estructuradas que pueden llevarnos desde la adoración de diversos dioses hasta un monoteísmo basado en la idolatría y en la negación de las sagradas escrituras; séanse éstas escrituras las de procedencia semítica, como la Biblia. De igual modo, la palabra abrahamismo engloba tres confesiones religiosas monoteístas que parten de un mismo germen pero que no necesariamente son idénticas; no obstante, monoteísmo es un concepto que engloba el anterior, pero que no es exclusivo del abrahamismo; póngase como ejemplo el Zoroastrismo, eminentemente monoteísta. En este texto paganismo hará referencia a las cosmovisiones habidas en Europa a grandes rasgos.

¿En qué se distingue un pagano de lo demás? Bajo mi punto de vista un pagano no necesita creer en sus dioses. Y tal hecho no es un problema. Pues los dioses existen, son reales, viven con el hombre. Así que, ¿qué sentido tiene creer en algo que es por sí mismo? Hay gente que dice que "no cree en la palabra de los políticos", pero no por ello dicha palabra no ha dejado de ser pronunciada. La negación de algo no excluye su existencia, si acaso refuerza la certeza de su realidad. Y es que creer es un verbo que por el hecho de pronunciarse ya incide en cierta duda y en una evidente inseguridad. Por ello religiones como la cristiana necesitan de la fe: y su primordial fe reside en que "Dios existe". Y por supuesto que su Dios existe, aunque sea resultado de un sentimiento de fe que inunda el espíritu y la conciencia de muchas personas; pero dicha realidad es ajena al mundo físico: su existencia es fantasmagórica. Y que nadie se eche las manos a la cabeza, fantasmagórico no lleva ningún ánimo de ofensa; es, ni más ni menos, que el plano de existencia de toda idea. Así que abundando: la única certeza no es la existencia no imaginaria de su Dios, sino la de su fe, que convive con el hombre en su propio plano y consigo mismo.

En un pagano los Dioses no son interiores, sino que son algo externo al propio hombre. Quizá por ello el paganismo sea una religión más avenida a la acción, más vitalista y más positiva, mientras que el abrahamismo, por ejemplo, empuja al hombre al achaque de conciencia, a la introspección, a juzgarse negativamente y a sentir la vida como un calvario, pues tiene prometido un paraíso en un futuro post mortem. Para el pagano la vida es el mayor regalo, para el abrahámico la vida es un camino de redención constante.

Si algo distingue al paganismo de lo demás es que los dioses que hacen de estas cosmovisiones una realidad y que se manifiestan como formas vivas de la naturaleza, juzgan a los hombres por su valor. No hay elegidos por los dioses, sino favoritos. No hay hombre elegido o tocado por la mano de Dios, sino hombre que se gana el favor de sus dioses. No es casualidad entonces que el paganismo le dé mayor valor a la acción que a la palabra, a la demostración más que a las buenas intenciones procedentes de melosas palabras. Expuesto así, el paganismo es certeza, es evidencia, mientras que el monoteísmo parece duda, confusión, imaginación, aunque luego se viva aparentemente como una certeza que convive en el plano de existencia físico.

Este reconocimiento mayor a la acción sea quizá la consecuencia primera que lance a ciertos hombres y mujeres al heroísmo. Estos hombres y mujeres quieren demostrar a los dioses que pueden tener un lugar en la gloria que habita entre ellos. Quieren demostrar su valor, pero hasta un límite que casi les permita dejar de ser hombres. Esta mentalidad de entrega entra en colisión con la sumisión del martirio. Heroísmo y martirio, que son burdamente utilizados como sinónimos y que forman parte de dos formas completamente distintas de pensamiento, sentimiento y proceder. El mártir quiere ganar con una acción -mandato siempre del Dios único- su paraíso prometido (su recompensa por años de fe y sumisión) y descansar de la vida; el héroe, por su parte, ha superado el miedo a la muerte y a la propia muerte con su actitud heroica, que es capaz de llegar a donde haga falta aunque el final, su sino, sea trágico. La orden de tal acometimiento parte del hombre entregado a la existencia y a sus dioses, que conviven en un mismo plano. Es cierto que los dioses pueden determinar negativa o positivamente en el devenir de los acontecimientos y que las luchas que estos tienen entre sí no dejan de tener su eco en la vida de los hombres, y no deja de ser menos cierto que los dioses piden a veces el favor de los hombres para su capricho; pero ahí reside la magia de una cosmovisión grecorromana, por ejemplo. Dioses y hombres viven en un mismo plano, ambos se piden favores mutuos y ambos pueden negarse y obedecer, aunque obviamente el poder de los dioses sea superior, y fulminantemente superior: pero es que es heroico desobedecer y desafiar a un Dios.

Muchos piensan que soy pagano. Más que pagano, soy un paganizado y un paganizante. Mi tendencia es el nihilismo, y digo tendencia porque eso no es una creencia o una fe, tampoco significa necesariamente luchar por y postrarse ante la nada. El nihilismo, bajo mi concepción, es una fuerza creadora. Creadora porque es una fuerza positiva, una fuerza ordenadora que surge de la propia voluntad. Las religiones paganas, con su literatura y ricos detalles, me parece la creación más bella que existe entre todas las cosmovisiones religiosas, una creación que tiene su eco en este mundo y que aspira a ser la representación de este mundo. Muchos podrán burlarse de las manifestaciones escultórico-artísticas que dan vida o representación a los dioses, muchos podrán ver como producto de la barbarie muchas prácticas paganas, pero cierto es que el paganismo te hace más fuerte, te anima a vivir, te hace amar ser hombre y este mundo; y por lo tanto te obliga a luchar por este mundo, y por ti, y no por un más allá incierto.

martes, 16 de abril de 2013

Esclavitud





Por Alexander Wilckens Bruhn


La esclavitud a la que me referiré, es la del "temor al pan", es decir, a perder el trabajo y no poder sostener una familia o a sí mismos. Por esta causa, cuantas personas a diario callan verdades, no se atreven a responder, manifestar sus ideas, etc. Temor al poderoso jefe o que se enteren que sus ideas no son las que se han de llevar en la sociedad, son causales suficientes para mantener un silencio cómplice ante acciones no compartidas o agachar la cabeza ante verdades incomodas e impopulares.

No se trata de ir gritando por las calles nuestras ideas o violentarse ante pensamientos opuestos. Simplemente hay que ser consecuente entre lo que se piensa, dice y hace.

Seguramente, al defender ideas controvertidas o verdades incomodas para la sociedad, seremos tildados de fanáticos intolerantes, ser marginados, golpeados, encarcelados e incluso asesinados. Pero la gran pregunta es: ¿Estamos dispuestos a vivir larga y cómodamente de mentiras o preferimos una vida insegura, difícil, quizá breve, pero en nuestra verdad? Y digo nuestra verdad, pues es la que creemos, pudiendo o no estar equivocados, pero mientras no nos convenzan de lo contrario con argumentos válidos, seguirá siendo nuestra verdad.

¿Será ese "temor al pan" el fin de nuestros actos? ¿La limitante a la acción de la verdad? Alguien podrá decir, ¿y mi familia? Ellos también corren peligro. Por supuesto, todo quien esté dispuesto a luchar con la frente en alto, con orgullo y valor por la verdad, deberá superar incontables peligros. Por eso el camino que nos enseña la verdad, no es para todos y deberemos conformarnos con encontrar solo unos pocos amigos viajeros en nuestro difícil camino.

Por último, no seremos juzgados en esta maltratada tierra por las acciones realizadas, deberemos ser capaces ante nuestros Dioses de defender y justificar las acciones llevadas a cabo y será en ese momento cuando solo la verdad sea de valor.

Arrodillados como esclavos o de pie mirando a los ojos a nuestros Dioses y ancestros, esa decisión es nuestra vida.



domingo, 14 de abril de 2013

El Pensamiento Radical





Por Guillaume Faye


Solamente es fecundo el pensamiento radical. Porque, solo, puede él crear conceptos audaces que rompan el orden ideológico hegemónico y permitan salir del círculo vicioso de un sistema de civilización que está fracasando. Para hablar como el matemático René Thom, autor de la Teoría de las Catástrofes, únicamente los “conceptos radicales” pueden hacer caer un sistema en el caos –la “catástrofe” o cambio brutal de estado- con el fin de dar a luz a otro orden. 

El pensamiento radical no es “extremista”, ni utópico, sino anticipador del futuro, porque rompe con un presente carcomido. 

¿Es revolucionario? Hoy, tiene que serlo, porque nuestra civilización está viviendo el fin de su ciclo y no un nuevo desarrollo, y porque ninguna escuela de pensamiento se atreve a ser revolucionaria tras la caída final de la tentativa comunista. Sin embargo, tenemos que proyectar otros conceptos civilizacionales, vectores de historicidad y de autenticidad.

¿Por qué un pensamiento radical? Porque va hasta la raíz de las cosas, es decir “hasta el núcleo”: cuestiona la cosmovisión sustancial de esta civilización, el igualitarismo, porque este último, utópico y obstinado, está conduciendo a la humanidad hasta la barbarie y el horror económico, a través de sus contradicciones internas.

Para actuar sobre la Historia, se tienen que crear tormentas ideológicas, frente –como lo vio muy bien Nietzsche- a los valores, fundamento y esqueleto de los sistemas. Hoy nadie lo hace: es la primera vez en la Historia que la esfera económica (TV, mass-media, videos, cine, industria del espectáculo y de la distracción) posee el monopolio de la reproducción de los valores. Conclusión: una ideología hegemónica, sin conceptos ni proyectos imaginativos de ruptura, pero fundada sobre dogmas y anatemas.

Únicamente un pensamiento radical permitiría a unas minorías intelectuales crear un movimiento, sacudir el mamut, mover a la sociedad y al orden del mundo mediante electrochoques ( o “ideochoques”). Pero este pensamiento tiene sin falta que escapar al dogmatismo y cultivar, por el contrario, el reajuste permanente (“la revolución dentro de la revolución”, única intuición maoísta justa); tiene también que preservar su radicalidad de la tensión neurótica de las ideas fijas, de las fantasías oníricas, de las utopías hipnóticas, de las nostalgias extremistas o de las obsesiones delirantes, riesgos inherentes a toda perspectiva ideológica. 

Para actuar sobre el mundo, un pensamiento radical tiene que articular un corpus ideológico coherente y pragmático, con distanciamiento y flexibilidad adaptativa. Un pensamiento radical es, en primer lugar, un cuestionario, pero nunca una doctrina. Lo que se propone tiene que ser declinado sobre el modo del “¿y si?” y no del “hay que”. No le gustan los compromisos, las sabidurías falsas “prudentes”, la dictadura de los “expertos” ignorantes ni el paradójico conservatismo (el statuquoismo) de los adoradores de la “modernidad” que la creen eterna. 

Última característica de un pensamiento radical eficiente: aceptar la heterotelía, es decir, que las ideas no conducen necesariamente a los hechos deseados. Un pensamiento eficiente tiene que reconocer que solamente es aproximátivo.

Se zigzaguea, se adaptan las velas según los vientos, pero se sabe adónde se va, hasta qué puerto. El pensamiento radical integra el riesgo y el error, propios a todo lo que es humano. Su modestia, impregnada de dudas cartesianas, es el motor de su potencia de puesta-en-movimiento de los espíritus. Ningún dogma, pero mucha imaginación. La imaginación al poder, con una brizna de amoralismo, es decir de tensión creativa hasta una nueva moral.

Hoy –en la linde de este Siglo XXI, que será un siglo de hierro y de fuego, cargado de amenazas verdaderamente mortales para la entidad europea y también para la humanidad, aunque nuestros contemporáneos estén lobotimizados por la soft-ideología y la sociedad del espectáculo- cuando, frente a nosotros, explota un vacío ideológico atronador, un pensamiento radical es por fin posible y puede triunfar, con el fin de proyectar nuevas soluciones, impensables hace poco tiempo. 

Las intuiciones de Nietzsche, de Evola, de Heidegger, de Carl Schmitt, de Guy Debord o de Alain Lefèbvre, las de la inversión de los valores, son posibles hoy, como la filosofía del martillo nietzscheana. Nuestro “estado de civilización” ya está listo. No era este el caso en un pasado reciente, cuando la pareja moderna Siglo XIX-Siglo XX incubaba su infección viral sin todavía sufrirla. 

De otra parte, tenemos que rechazar enseguida el pretexto según el cual un pensamiento radical sería “perseguido” por el sistema. El sistema es tonto. Sus censuras son permeables y torpes. Únicamente reprime las provocaciones folkloristas y las torpezas ideológicas. 

En el seno de la clase intelectual europea oficial y establecida, el pensamiento es un convencionalismo mediático y una bolsa de dogmas igualitarios machacados. Por temor a infringir las leyes de lo “políticamente correcto”, por déficit de imaginación conceptual, o por ignorancia de los problemas reales del mundo presente. 

Las sociedades europeas, hoy en crisis, están listas para ser traspasadas por unos pensamientos radicales determinados, armados con un proyecto de valores revolucionarios y de una contestación completa, pero pragmática y no utópica de la civilización mundial actual. 

Un pensamiento radical e ideológicamente eficiente, en el mundo trágico que se está preparando, podría aliar las calidades del clasicismo cartesiano (principios de razón y de posibilidad afectiva, de examen permanente y de voluntarismo crítico) y del romanticismo (pensamiento fulgurante, emocional y estético, audacia de las perspectivas), a fin de unir en una coincidentia oppositorum (coincidencia de los opuestos) las calidades de la filosofía idealista del “sí” y de la filosofía critica del “no”, como hicieron Marx y Nietzsche con su método de la “hermeneútica de la sospecha” (inculpación de los conceptos dominantes) y de “inversión positiva de los valores”.

Un pensamiento tal que alíe audacia y pragmatismo, intuición prospectiva y realismo observador, creacionismo estético y voluntad de potencia histórica, tiene que ser “un pensamiento voluntarista concreto, creador de orden”. 

martes, 9 de abril de 2013

El Poder Liberador de la Destrucción





Por Julius Évola


Hemos dicho que la crisis de los valores del individuo y de la persona está destinada, en el mundo moderno, a revestir el carácter de un proceso irreversible y general, a pesar de la existencia de "islas" o "reservas" residuales, donde, relegadas al dominio de la "cultura" o de las ideologías huecas, estos valores conservan aún una apariencia de vida. Prácticamente, todo lo que está ligado al materialismo, al mundo de las masas, de las grandes ciudades modernas, pero también y sobre todo, todo lo que pertenece propiamente al reino de la técnica, a la mecanización, a las fuerzas elementales despertadas y controladas por procesos objetivos -en fin, los efectos existenciales de catastróficas experiencias colectivas, tales como guerras totales con sus frías destrucciones, todo ello golpea mortalmente al "individuo", actúa de forma "deshumanizadora", reduce, cada vez más, lo que el mundo burgués de ayer, ofrecía de variado, de "personal", de subjetivo, de arbitrario y de intimista.

Ernst Jünger, es quizás, quien en su libro "Der Arbeiter", ha puesto más y mejor en evidencia estos procesos. Podemos seguirlo sin titubear, e incluso prever que el proceso en curso en el mundo actual tendrá por consecuencia que el "tipo" reemplazará al individuo al mismo tiempo que se empobrecerá el carácter y el modo de vida de cada uno y que se desintegrarán los "valores culturales" humanistas y personales. En su mayor parte, la destrucción es sufrida por el hombre de hoy, simplemente como un objeto. Desemboca entonces en el tipo de hombre vacío, repetido en serie, que corresponde a la "normalización", a la vida uniformada, que es "máscara" en sentido negativo: producto multiplicable e insignificante.

Pero estas mismas causas, este mismo clima y las mismas destrucciones espirituales pueden imprimir un curso activo y positivo a la desindividualización. Es esta la posibilidad que nos interesa y que debe considerar el tipo de hombre diferenciado de] que tratamos. Junger había ya hecho alusión a lo que había surgido en ocasiones en medio de "temperaturas extremas que amenazan la vida", particularmente en la guerra moderna, guerra de materiales donde la técnica se vuelve contra el hombre, utilizando un sistema de medios de destrucción y la activación de fuerzas elementales, fuerzas a las que el individuo que combate, si no quiere ser destruido -destruido físicamente, pero sobre todo espiritualmente- no puede mantenerse sino pasando a una nueva forma de existencia. Ésta se caracteriza primeramente por una lucidez y una objetividad extremas, luego por una capacidad de actuar y de "mantenerse en pie" sostenido por fuerzas profundas, que se sitúan más allá de las categorías del "individuo", de los ideales, de los "valores" y de los fines de la civilización burguesa. Es importante que aquí se una de forma natural con el riesgo, más allá del instinto de conservación, ya que pueden presentarse situaciones en las que sería a través de la destrucción física misma como se alcanzaría el sentido absoluto de la existencia y se realizaría la "persona absoluta". Podríamos hablar en este caso de un aspecto límite del "cabalgar al tigre".

Junger ha creido encontrar un símbolo de este estilo en el "soldado desconocido" (añadiendo, sin embargo, que no sólo existen soldados, sino también jefes desconocidos); aparte de situaciones de las que ningún comunicado jamás ha dado cuenta, en acciones anónimas que han quedado sin espectadores, que no han pretendido ni el reconocimiento, ni la gloria, que no han sido motivadas por ningún heroismo romántico, aunque el individuo físico arriesgara su vida, fuera de estos casos, Junger subraya que en el curso de este género de procesos, hombres de un nuevo tipo tienden a formarse y diferenciarse, que se reconoce en su comportamiento, es decir en sus rasgos físicos, en su "máscara". Este tipo moderno, tiene la destrucción tras de sí, no puede ser comprendido a partir de la noción de "individuo" y es ajeno a los valores del "humanismo".

Lo esencial es, sin embargo, reconocer la realidad del proceso que se manifiesta, con una intensidad particular, en la guerra total moderna, repitiéndose bajo formas diferentes y en grados diversos de intensidad, incluso en tiempos de paz, en toda la existencia moderna altamente mecanizada, cuando encuentran una materia adecuada: tienden paralelamente a abatir al individuo y a suplantarlo por un "tipo" impersonal e intercambiable que caracteriza una cierta uniformidad -rostros de hombres y mujeres que revisten precisamente el carácter de máscaras, "máscaras metálicas los unos, máscaras cosméticas los otros": algo, en los gestos, en la expresión, como una "crueldad abstracta" que corresponde al lugar, cada vez más grande, ocupado en el mundo actual por todo lo que es técnica, número, geometría y se refiere a valores objetivos.

Indudablemente, estos son algunos de los aspectos esenciales de la existencia contemporánea a propósito de los cuales se ha hablado de una nueva barbarie. Pero, una vez más ¿cuál es la "cultura" que podría ser opuesta y debería servir de refugio a la persona?. Aquí no hay puntos de referencia verdaderamente válidos. Junger se hacía verdaderamente ilusiones pensando que el proceso activo de "despersonalización" tópico corresponde al sentido principal de la evolución de un mundo que está en trance de superar la época burguesa (él mismo debía, por otra parte, por una especie de regresión, llegar a un punto de vista completamente diferente). Son, por el contrario, los procesos destructivos pasivos actualmente en curso los que ejercen y ejercerán cada vez más, una acción determinante, de la que no puede nacer más que una pálida uniformalización, una " tipificación " privada de la dimensión de la profundidad y de toda "metafísica" y que se sitúa así a un nivel existencia más bajo que el ya problemático de individuo y de la persona.

Las posibilidades positivas no pueden concernir más que a una minoría ínfima compuesta únicamente de seres en quienes precisamente, preexiste o puede despertarse la dimensión de la trascendencia. Y esto nos lleva, como se ve, al único problema que nos interesa. Solo estos seres pueden proceder a una evaluación muy diferente del "mundo sin alma" de las máquinas, de la técnica, de las grandes ciudades modernas, de todo lo que es pura realidad y objetividad, que aparece frío, inhumano, amenazante, desprovisto de intimidad, despersonalizante, "bárbaro". Es precisamente aceptando esta realidad y estos problemas como el hombre diferenciado puede esencializarse y formarse según la ecuación personal válida; activando en él la dimensión de la trascendencia y quemando las escorias de la individualidad, puede extraer la persona absoluta.

jueves, 4 de abril de 2013

Manifiesto contra el progreso





Por Agustín López Tobajas


Decrecer significa lo inverso de crecer y no otra cosa: decrecer es tener cada vez menos, es sustituir el asfalto por tierra, es abolir la informática, acabar con la televisión, tener cada vez menos periódicos, dejar de fabricar la infinidad de cosas estúpidas que no se necesitan absolutamente para nada, consumir cada vez menos. En definitiva, tener menos para ser más.

Naturalmente, la realización de tal posibilidad a escala social sería un milagro sin parangón en la historia conocida de la humanidad. Ciertamente, el hombre actual, tan moderno, tan libre, tan progresista, tan dueño de sí, puede desintegrarse si le desconectan de la televisión, del automóvil, de la prensa diaria, del teléfono móvil y de internet.

Lo que comúnmente se llama ‘realidad’ no es sino un colosal entramado de ficciones, mantenido en pie por la acción manipuladora de la publicidad y los medios de información, y alimentado por el ciudadano ‘medio’, entregado a la superstición de la noticia y el culto a la exterioridad. Somos sencillamente superfluos. Una sociedad que hace del aspecto físico, el dinero y el prestigio social, del deporte, la gastronomía y la moda sus divinidades domésticas, no supera los mínimos necesarios que confieren derecho a la existencia.

La actual unificación del mundo no permite siquiera contemplar el final de nuestra civilización como un trauma normal; en una sociedad globalizada, las catástrofes son inevitablemente globales. Con todo, si no hay lugar al optimismo, tampoco lo hay al pesimismo, pues la catástrofe, en definitiva, no es que Occidente se hunda, sino que subsista.

miércoles, 3 de abril de 2013

Contra la Sociedad del Espectáculo





Por el Frente Negro


Podemos afirmar que el nuevo rostro del sistema es un triple dominio compuesto por técnica, mercado y espectáculo. Las figuras tradicionales del enfrentamiento político, son ya obsoletas; al día de hoy el poder se ejerce mediante mecanismos impersonales que no se ejecutan en momentos y lugares simbólicos, sino en todo instante y en todas partes.

Más que por una estructura de poder, el sistema está hoy constituido por una dimensión existencial, en la que todos estamos inmersos. Así es, porque la nueva forma del dominio no prevé una imposición externa, sino más bien una absorción interior. Nosotros vivimos en la técnica, en el mercado, en el espectáculo.

Todo aspecto de nuestras existencias que no se pueda redirigir a tal esquema es “normalizado” o suprimido: lo que no es “eficaz” para la técnica es superado, lo que no es “rentable” para el mercado es “absurdo”, lo que no es visible en el espectáculo es “inexistente”. El resultado es el mundo sin sentido: la economía produce por producir, la técnica progresa por progresar, el espectáculo muestra por mostrar. Lo que en su momento era un medio supeditado a otros fines, ahora es fin en sí mismo. Vuelve a nuestra mente la frase de Nietzsche sobre el nihilismo como ausencia de respuesta al porqué. Pues bien, la profecía se ha cumplido. Vivimos en un mundo que, como bien dijo Alain de Benoist, no sabe dónde ir, pero no deja de afirmar que sólo hay un camino que seguir.

Espectáculo y realidad

El espectáculo está formado por aspectos individuales del mercado y de la técnica que constituyen un conjunto autónomo que engloba el ámbito de la información y de las representaciones colectivas. Lo observaron ya Adorno y Horkheimer: “las películas, la radio y los semanarios constituyen, en su conjunto, un sistema”. Y todo esto pese al tan ostentado pluralismo: “las distinciones enfáticamente afirmadas” entre los diferentes productos culturales, “más que estar fundadas sobre la realidad y derivar de ésta, sirven para clasificar y organizar a los consumidores, y para tenerlos en un “fichados” más sólidamente. Para todo el mundo está previsto algo, para que nadie pueda escapar; las diferencias son creadas y difundidas artificialmente”

Lo que vemos cambia continuamente, pero sigue siendo constante el dominio de la visión de la imagen espectacularizada. En nuestra sociedad, de hecho, la visión ha sustituido tanto a la acción como a la reflexión. Se cree solo lo que se ve. Lo que es visto suplanta lo que es vivido. El espectáculo, dice Guy Debord, no es otra cosa que “el empobrecimiento, el sometimiento y la negación de la vida real”. La visión espectacularizada se plantea así, como la única posibilidad de existencia de los entes.
De ahí se deduce que la sociedad del espectáculo no es sólo el reino de la mentira, sino más bien la auténtica dimensión de la no-verdad absoluta, la dimensión en que es imposible tener una experiencia de la verdad, el mundo en que existe sólo lo que se sitúa bajo la luz de los reflectores. Y todos nosotros, como moscas ante un cristal, nos damos de cabezazos para alcanzar una realidad que no captamos sin entender quién y qué se interpone entre nosotros y ella.

De este modo, sin embargo, nuestra capacidad de comprensión y de comunicación queda irremediablemente reducida. La sociedad del espectáculo entra en nosotros y nos condiciona desde dentro. En particular, nuestra personalidad es desarticulada en tres niveles distintos: nivel informativo, nivel social y nivel psíquico.

Ver y no entender

El nivel informativo es aquel en el que el espectáculo actúa deformando nuestra percepción del mundo. “Todo lo que sabes es falso”, ha escrito recientemente alguien, y resulta difícil disentir.

Hoy nosotros ya no estamos en condiciones de comprender lo que sucede a nuestro alrededor sin recurrir a las respuestas preconfeccionadas o a paradigmas simplistas que nos suministran deliberadamente los medios. El esquema moral de los “buenos” y de los “malos” ha sido ya insertado a la fuerza entre nuestras estructuras mentales implícitas, y nuestra “libertad de pensamiento” consiste simplemente en asignar a cada figurante la posición a la cual está destinado a pertenecer. Las piezas del rompe-cabezas nos las da la televisión y el encaje es el establecido, a fin de cuentas, cuando juntamos las piezas nadie nos pone una pistola en la nuca: a algunos les basta con que no les apunten con un arma ni los metan en campos de concentración para autoproclamarse “libres” y conformes. ¿Libres de qué? ¿Libres para que?La multiplicación de los canales informativos ha acabado por coincidir con la total ausencia de información real.

Ver y no entender es ya nuestro destino. La comprensión o el análisis resultan inaccesibles; queda sólo el estupor y la indiferencia, el miedo y la diversión, la histeria y la apatía, administrados en dosis de zapping, según las exigencias del sistema.

Desestructuración de lo social

El nivel social es aquel en el que la personalidad de los individuos y su vínculo con los otros son desestructurados y remodelados en base a la lógica mercantil. “El espectáculo no es un conjunto de imágenes sino una relación social entre individuos, mediatizada por las imágenes”, observaba Guy Debord. No vivimos más que relacionándonos con los otros, pero hoy no existe vínculo social que no esté filtrado y retransmitido por el espectáculo. Aquí, más que los noticieros, lo que vale son las series de ficción, los reality show y la publicidad en general. Al proponer determinados modelos, la sociedad del espectáculo penetra en las relaciones interindividuales y se reproduce.

La competición darwinista, el moralismo hipócrita, el individualismo decadente, el etnomasoquismo, la vanidad narcisista, la pequeña mezquindad, el conformismo más vacío, la superficialidad más desconcertante y la ignorancia más abismal elevados a norma: es en todo esto en lo que estamos inmersos cotidianamente gracias al bombardeo mediático. Predomina la banalidad como lenguaje, lo que significa, no tanto que se dicen cosas banales, sino que no se es capaz de comunicar nada más que a través de la banalidad. Es decir: se habla y no se dice nada.
Es la culminación de la alienación: “la conciencia espectacular, prisionera en un universo degradado, reducido por la pantalla del espectáculo detrás de la cual ha sido deportada su propia vida, no conoce más que los interlocutores ficticios que le hablan unilateralmente de su mercancía y de la política de su mercancía”.

La Gran Familia

Tal mecanismo alienante, para hacerse seductor, no puede más que travestirse de fingida autenticidad. La tendencia al “realismo” de la televisión actual en realidad trata de crear una especie de “familiaridad” con la ficción, intentando apasionar al público con pequeños casos insignificantes con los que se pueda identificar.

Es así precisamente: Te descubres llamando por el nombre a unos desconocidos que has visto en la pantalla como si fuesen tus amigos íntimos. Los sientes cercanos, se te parecen a ti. Pero en realidad eres tú el que estás empezando a ser como ellos. Estos shows, de hecho, no representan la realidad. La construyen. No son descriptivos sino normativos. No muestran lo que es sino lo que debe ser. Lo mismo se puede decir del culto de los famosos y de los aspectos más privados de sus existencias: el individuo “normal” se ve empujado a los cotilleos sobre la vida sentimental de los millonarios ignorantes y viciados, divinizados por los medios y fantasea de esta manera sobre una vida que nunca podrá tener pero que le servirá como modelo para orientar la suya. Vivimos en un mundo de famosos frustrados, que al soñar sólo con el estilo de vida de las aburridas estrellas podridas de dinero, muestran que ya han interiorizado un cierto desprecio hacia sí mismos, hacia sus propios orígenes sociales y culturales.

Gracias a la sociedad del espectáculo comenzamos a odiar la parte de nosotros que sigue siendo auténtica, verdadera, arraigada, la parte que una vez desintegrada nos permite acceder al paraíso mediático, tal y como prevé el clasismo postmoderno que separa a quien aparece en la tele del que no.

La devastación de los cerebros

El nivel psíquico, además, es el de la auténtica desarticulación de la personalidad a un nivel incluso fisiológico. Sólo hay que pensar en la acción desestructurante que puede ejercer en el cerebro.
Como se sabe, el cerebro funciona gracias a la sinergia del hemisferio izquierdo y del hemisferio derecho. Los dos hemisferios elaboran las informaciones de modos distintos destinados después a entrelazarse armónicamente: el hemisferio izquierdo razona de un modo que podríamos definir analítico, lineal, consecuente, científico, digital, el derecho, de modo intuitivo, simbólico, imaginativo, sintético, arquetípico.

Ahora, se ha revelado como el uso de las nuevas tecnologías mediáticas está en condiciones de crear estructuras mentales prioritarias, favoreciendo determinadas facultades en detrimento de las centrales para el pensamiento. Otros han identificado en tal separación el origen de la barbarización de nuestra sociedad y de la extensión de la violencia nihilista como fin en sí misma.

Aquí no hablamos de actitudes o de mentalidades, sino de organización cognitiva e incluso neuronal. Sólo hay que pensar que la televisión ha modificado ya el modo en que usamos nuestros ojos y está contribuyendo incluso a desequilibrar nuestros valores hormonales.

Y eso no es todo: la autorizada revista especialista Pediatrics, por ejemplo, ha llevado a cabo estudios que han demostrado cómo en los Estados Unidos el cerebro de los niños se forma de acuerdo con los tiempos televisivos- en los que todo sucede velozmente, a base de relámpagos breves y repentinos- tanto que ya no logran concentrarse cuando no reciben el mismo tipo de estímulo veloz. Un número cada vez mayor de niños ya no es capaz de concentrarse nunca, ni siquiera durante algún minuto. Estamos dando vida al zombi global, único ciudadano posible del mundo clónico que se prepara.

El pensamiento radical

Radical: (Del latín radix, raíz): Fundamental, de raíz. Relativo a la búsqueda de una ruptura con lo establecido. Tajante, intransigente. Fuera de la comedia, y, al contrario, dispuesto a incendiar todo el teatro, se encuentra, en cambio, quien asume posiciones radicales. El radicalismo es la antítesis del extremismo. El primero es silencioso, vivido, de largo alcance, operativo; el segundo es ruidoso, escenificado, miope, inútil.

No centrado en los gestos sino en las acciones, el radicalismo es, etimológicamente, la capacidad de ir a la raíz. A la raíz de uno mismo ante todo: el pensamiento radical está siempre arraigado. Debe estarlo; quien se aventura en el reino de la nada debe tener una identidad fuerte para no asumir él mismo las apariencias del enemigo. Pero pensamiento radical significa también ir a la raíz de los problemas, comprender los acontecimientos en profundidad, sabiendo ponerlos en perspectiva.

Escuela de autenticidad y de realismo, el pensamiento radical es hoy la única vía transitable que con razón se puede definir revolucionaria. Así es, porque el primer cometido de toda voluntad revolucionaria es el de descender concretamente a la realidad, más allá de la histeria y de la utopía, las dos únicas alternativas que la sociedad del espectáculo nos ofrece. Por tanto, actuar para volver a lo real. Generar nuevas conciencias. Redespertar conciencias adormecidas. Salir de la capa sofocante de la no-verdad para volver por fin a ver las estrellas.

martes, 26 de marzo de 2013

El Socialismo Heroico de Georges Sorel




George Sorel y Sindicalismo Revolucionario. PRESENTE.




Por Jacques de Mahieu


Egresado de la Escuela Politécnica, en la cual se forman, en Francia, los ingenieros civiles y militares del más alto nivel,) e ingeniero de los Ponts et .Chaussées ( Vialidad”) Georges Sorel es un desconocido, salvo para los escasos lectores de revistas filosóficas a las cuales había dado artículos de poca trascendencia, cuando, en 1892, renuncia a su cargo para dedicarse al análisis del socialismo e Colabora entonces, hasta su muerte, (1922) en varias revistas francesas, italianas y alemanas, recopilando sus artículos en libros entre los cuales se destacan, por su importancia, Las Ilusiones del progreso y Las Reflexiones sobre la Violencia, ambos publicados en 1906. Escribe un francés pésimo, cuyas incorrecciones no siempre pudieron corregirse en la presente traducción, con una puntuación estrafalaria que sí se rectificó. Pero lo que nos importa no es el aspecto literario de su obra, sino las ideas que ésta contiene.

Sorel ya ha recibido la influencia de Proudhon' cuando, en 1892, descubre el marxismo del que jamás renegará. Pero muy pronto se da cuenta que la sistematización del pensamiento del maestro por discípulos abusivos no responde a la realidad de la evolución histórica y que el mismo Marx se había equivocado, no sólo en Sus previsiones, sino también en la elaboración de lo que consideraba como las leyes del dinamismo social. El marxismo, pues, no es más que el punto de partida de un análisis que lo lleva, a lo largo de treinta años, a poner en tela de juicio las bases mismas del socialismo "científico".

La teoria marxista de las clases, es en primer lugar para Sorel Una “abstraccíon”, una “simplificación• La historia no se reduce a una pugna entre dos clases, sino que defiende el dinamismo cambiante de una multiplicidad de conjuntos sociales. Es cierto que la conquista del Estado por la burguesia, en 1789, ha suscitado, a lo largo del sglo XIX, un antagonismo preponderante entre ésta y el proletariado. Pero se trata de un proceso momentáneo. Las llamadas clases medias, en particular, muy lejos de desaparecer, como lo había anunciado Marx, ejercen una influencia creciente sobre la evolución social. Por otro lado, El materialismo, según el cual, dicha evolución procede exclusivamente de factores económicos, sólo es válido, y hasta cierto punto, para la sociedad capitalista que Marx estaba observando y que había nacido afuera, medio siglo antes del Manifiesto Comunista. Tratar de interpretar el pasado y de prever el porvenir en función de constantes inducidas de una situación, temporal es idealismo puro, heredado de la filosofía de Hegel.

Por fin, el determinismo histórico, según el cual la revolución socialista sería fatal, está en contradicción con la misma naturaleza humana y, para peor, con las necesidades de la acción. En resumidas cuentas, el marxismo no es una "religión revelada" : es preciso revisarlo profundamente para que pueda dar cuenta de la realidad social.

En el momento en que Sorel inicia su crítica del "marxismo de los marxistas “para reivindicar un mítico "marxismo de Marx” estalla, en Francia, el affaire Dreyfus: el enjuiciamiento y condenación de un oficial judío del ejército por alta traición. Independientemente de la culpabilidad o inocencia del hombre, el país se divide en dos bandos' por un lado, los nacionalistas antisemitas que respaldan un ejército tradicionalista y, en gran parte, legitimista (no olvidemos que sólo veinte años antes, el conde de Chambord, jefe de la rama mayor de los Borbones, había estado a punto de ascender al trono con el nombre de Enrique V); por otro, la burguesía liberal orleanista, los francmasones, los socialistas y, por supuesto, los judíos. Llevado por sus tendencias anarquistas y por su anticlericalismo, Sorel se une a la coalición dreyfusista. Esta no se apoya en infraestructura económica alguna; las clases sociales están divididas y sus fracciones, asociadas con elementos que, según Marx, hubieran debido ser sus antagonistas. 

Los socialistas parlamentarios, liderados por Jean Jaures, proclaman, la unión en la democracia por ella se llegará al socialismo mediante ' reformas graduales concedidas por, la Burguesía liberal. Sorel vacila. El reformismo de juares durante algún tiempo coincide coincide con el de Bernstein y de Kautsky', quienes, en Alemania, están desarrollando una crítica del "marxismo vulgar" muy semejante a la suya. Rápidamente, sin embargo, se da cuenta del engaño por lo que buscan los reformistas no es la revolución por medios legales, sino la mediatización de la clase obrera mediante concesiones, por la burguesía capitalista, de mejoras materiales, vale decir la absorción del proletariado en el sistema. Lo que le abre los ojos es que la minoría activa de los trabajadores, agrupada en las Bolsas del Trabajo, no entran en este juego muchos de sus integrantes son antidreyfusistas; Todos, antidemocráticos. Hasta el punto que, el primero de mayo de 1900 Perlloutier dirigente máximo de las bolsas llega hasta colgar el Busto de Marianne, símbolo de la República, en la ventana de la sede de París. Para los sindicalistas revolucionarios, el enemigo primordial es la democracia.

Ya de vuelta de la "unión dreyfusista”, del jauresismo que lo asquea¡ y del reformismo de Bernstein, Sorel se encuentra entonces, por su antidemocratismo, muy cerca de los nacionalistas de la Acción Francesa' cuyo jefe y maestro, Charles Maurras, veía en el capitalismo la cara de la democracia y no había vacilado en escribir, en su Enquete sur le monarchie; "La antropofagia aparece a las mentes superficiales: como un carácter peculiar de algunas hordas, tan lejanas como salvajes, y que decrece cada día más. Qué ceguera! La antropofagia no decrece ni desaparece sino que se transforma. Ya comemos carne humana, comemos trabajo humano". Y también, en la misma obra de 1909 una nueva escuela, representada por Georges Sorel y Hubert Lagardelle ha hecho perfectamente sentir la oposición que existe entre el régimen sindicalista, basado en un interés social común, y el régimen democrático, fundado en derecho en la voluntad o la opinión del .

Individuo”. No es de extrañar, en estas condiciones, que la Acción Francesa y la Nueva Escuela lleguen a programar con iniciativa de Sorel una revista común, Cité Francaise”, cuyo manifiesto• proclama: "La democracia confunde las clases… Es preciso, pues, organizar las clases al margen de la democracia, a pesar de la democracia y contra ella”. Esta revista nunca salió. Fue remplazada por L’Independance, nacionalista y socialista, en la cual Sorel colabora durante dos años -1911- 1912- de su publicación. Pero, ya en 1910, aparece en el diario de Maurras, L’Action Francaise, un artículo con su firma. Discípulos de ambos fundan, en 1911, EL Círculo Proudhon. La guerra del 14 interrumpe una colaboración que hubiera podido modificar, en Francia, el curso de los acontecimientos. En 1911, Sorel se entusiasma por el bolchevismo. Ve en la Repú¬blica de los Soviets la realización de su proyecto de, sociedad sin Estado y de manejo de las fábricas por los trabajadores. No tiene tiempo de desengañarse fallece antes de que se imponga en Rusia el socialismo de Estado que tanto odiaba Pero, en sus últimos meses de vida, sigue atentamente la ac¬ción de Mussolini que, socializando a los nacionalistas y nacionalizando a los socialistas, estructura un movimiento que, pronto, va a liberar El Estado y el Proletariado del yugo burgués Ignoramos cuál hubiera sido su actitud ante el fascismo. Pero sí sabemos que su discípulo predilecto, Hubert Lagardelle, fue uno de los asesores del Duce antes de convertirse en el ministro de Trabajo del mariscal Petain.

La obra de Sorel es la expresi6n de la larga búsqueda que lo lleva del democratismo dreyfusiano a una concepción del socialismo que llamamos, en nuestro ensayo Maurras y Sorel., la fase del humanismo heroico. Tomando de Proudhon su visión de la sociedad orgánica como creaci6n de los mismos productores y de Marx su tesis de la evolución dialéctica, pero sin el finalismo mesiánico ni el materialismo, Sorel, por otro lado fuertemente influido por el intuicionismo bergsoniano, trató de realizar una síntesis original de esas doctrinas tan desemejantes. No lo hizo mediante una elaboración sistemática sino por saltos provocados por acontecimientos temporales. No es de extrañar, pues, que se encuentre en sus escritos, además de una redacción desprolija, cierta incoherencia que proviene de resabios de opiniones abandonadas y de previsiones falladas. De ahí la necesidad de extraer de su obra, y en especial de sus Reflexiones sobre la violencia-, las aportaciones positivas que se le deben.

La primera es su concepción del productor. El obrero no es una máquina y su papel social no se reduce al gesto más o menos automático exigido por su trabajo. El proletario, en cuanto proletario, es un hombre, con sus pensamientos y sus pasiones, un hombre viviente y no un 'instrumento para producir y hacer la revolución. Este hombre se encuentra disminuido por el sistema capitalista que le niega su condición humana y por el socialismo democrático, que lo considera exclusivamente como un elector que hay que ganar, inclusive engañándolo. La lucha no es una penosa necesidad impuesta a la clase obrera, sino, por lo contrario, el factor esencial de su rehabilitación humana. El sindicalista revolucionario de Sorel no es el casi autómata del marxismo vulgar, empujado a la acción por la fatalidad de la evolución social, sino un héroe que se realiza en la lucha violenta. El proletariado no es una masa de maniobra, una “carne de cañón" en manos de un Estado Mayor partidista de pequeños burgueses o de un "faraón', sino una sociedad de productores que se alza a la altura de un nuevo patriciado, como decía Proudhon, Su unanimidad heroica romperá la resistencia del desorden burgués para constituir un orden libre de la producción. El éxito de la revolución proletaria no consistirá tanto en la toma del poder como en la redención de los combatientes por el combate. Pero los héroes son pocos: a una minoría militante corresponde la misión de arrastrar la masa.

La evolución social es el producto deconflicto de fuerzas humanas y la revolución, el resultado de una guerra entre hombres agrupados en dos ejércitos. El vencedor no está designado por una historia que imponga su solución a los combatientes, sino por el valor de estos últimos, creadores de la historia. Pero cómo transformar a los proletarios en combatientes, y en combatientes provistos de las más altas calidades del guerrero? Explicándoles las leyes de la economía política y el principio de la dialéctica de Hegel? Cómo hombres sencillos incapaces de tener en la mente más de una idea a la vez podrían entender doctrinas tan complejas?. Entonces”, hablándoles de sus intereses inmediatos? Pero el éxito puede lograr sino con el sacrificio de los mejores y, además, el capitalismo reformista perfectamente capaz de satisfacer, por lo menos en apariencias, las necesidades de los más exaltados. La utopía, por otro lado, no pasa de una construcción imaginaria que responde muy bien a los deseos de intelectuales analistas, pero no, en absoluto, a las exigencias de los hombres de acción. Estos se representan su lucha en forma de imágenes de batalla que aseguren el triunfo de su causa. 

Hay, por tanto, que presentarles el combate necesario y su fin, no mediante razonamientos, sino en forma de mito, de un conjunto de imágenes capaz de "evocar el bloque y por una única intuición, antes de todo análisis reflexionado, la masa de los sentimientos que corresponden a las varías manifestaciones de la guerra iniciada por el socialismo contra la sociedad moderna" Poco importa que los detalles que el análisis percibiría en el mito deban o no realizarse en la historia futura. Solo se trata de un medio de acción presente, de un motor del hombre social. ¿Qué ha quedado del Imperio napoleónico, escribe Sorel? Nada sino la epopeya del Gran Ejército. Lo que quedará del movimiento socialista actual será la epopeya de las huelgas". De ahí el mito de la huelga general, irrealizable, que constituye el incentivo de las huelgas parciales, instrumento de lucha del sindicalismo revolucionario. 

El mito social no es, para Sorel, sino un medio destinado a suscitar, en la minoría Sindicalista, una moral heroica. 
Esta no vale solamente para el ejército sindicalista, sino también para la sociedad futura. La sociedad proletaria tendrá, en efecto, para/permanecer, que ganar la batalla de la producción, batalla jamás acabada. En el taller diríamos hoy día la empresa- "sin amos, cada productor actuará por entusiasmo individual, como un verdadero artista, sin preocuparse por recibir una recompensa proporcional al trabajo efectuado. Trabajará en "un estado de espíritu épico”. La sociedad proletaria nacerá, no de la realización de, un plan, necesariamente utópico, sino de la evolución normal de los• sindicatos obreros por efecto del mito heroico de la huelga general. Será, por consiguiente, una unión de sindicatos, como el sindicato será, después de la eliminación del capitalismo, una unión de empresas. La influencia del federalismo anarquista sobre el pensamiento de Sorel es aquí evidente, como lo es también en lo que atañe a la negación del Estado Socialista, que no sería sino el amo monopólico de los medios de producción. Sorel no vio que el socialismo de Estado no es la consecuencia necesaria de la conquista del Estado burgués por las fuerzas revolucionarias ni que es posible concebir un Estado otra vez libre como el federador de las comunidades de producción. Ahora bien: la teoría de una sociedad sin órgano rector -de una federación sin federador- es el tipo por excelencia de la utopía.

El sindicalismo revolucionario no concretó las esperanzas que Sorel había depositado en él. Fue copado por dirigentes reformistas a las órdenes de partidos socialdemócratas y por comunistas que sólo respondían a los intereses cambiantes de la Unión Soviética en la cual se había implantado el socialismo de Estado tan temido. La minoría de los combatientes "homéricos de la "epopeya de las huelgas fueron sustituidos, en el mundo Pluto democrático, por profesionales del regateo y, en el mundo" socialista, por policías trabajo. Sin embargo, su teoría del mito social fue retomada por movimientos revolucionarios que Sorel, antes de la primera guerra mundial, había contribuido a suscitar. La fusión de las minorías heroicas del nacionalismo y del Socialismo se realizó, en Europa y en Sudamérica, bajo el influjo de los mitos del Imperio, del suelo y la sangre, de la tercera posición. Esos movimientos fueron aplastados por las fuerzas aliadas de la democracia y el comunismo. La historia venidera nos dirá si el heroísmo revolucionario murió con ellos.