Texto extraído del artículo anónimo "El Sindicalismo y el Anarquismo".
Dicho
simplemente, el Sindicato es el instrumento para la defensa de clase. Harto se comprende,
además, que el concepto general de clase, desde nuestro punto de vista, no
admite más que una: la sujeta a la ley del salario. Si el concepto general no
admite más que una sola clase, se deduce fácilmente que en el Sindicato caben
todos los asalariados, con tal que lo sean efectivamente, sin distinción de
ideas políticas y confesionales, ya que el Sindicato, de derecho, es el
instrumento que se desenvuelve en el plano de las luchas económicas, y es en
ese plano de convergencia, común a todos los asalariados, donde resulta posible
un estado de convivencia inteligente entre los mismos, por más heterogénea que
sea la compasión espiritual e ideológica de la colectividad formada por ellos.
La
defensa de clase frente a la burguesía, que como clase aparece siempre compacta
en la defensa de sus intereses, sólo puede desarrollarse eficazmente mediante
la unión del proletariado en un fuerte bloque de oposición; y esa unión no es
realizable en ningún caso por una espontánea coincidencia ideológica y siempre
por la correlación de los intereses comunes de clase. Primero son los intereses
profesionales y económicos el agente único que determina la unión, y luego es
la convivencia la que engendra y realiza la coincidencia ideológica; de donde
resulta fatalmente que si el Sindicato, de derecho, no es más que un
instrumento que se desenvuelve en el plano de las luchas económicas, por la
coincidencia ideológica trasciende de hecho en el orden de la lucha político-social.
Todo el problema consiste en una cuestión automática que nada ni nadie puede escamotear.
La
burguesía sabe perfectamente que su prosperidad económica y su hegemonía político-social
dependen de la miseria del proletariado, y es ahora, en la post-guerra, que se
comprueba, como predijeran pensadores y economistas, y muy magistralmente Henry
George, que a mayor progreso corresponde mayor miseria. La burguesía fuerza el
desenvolvimiento del progreso mecánico, e insuficiente éste para el objetivo social
perseguido, busca el complemento en la llamada racionalización de la producción,
cosas ambas cuya tendencia directa consiste en provocar la concurrencia de
brazos y, por consiguiente, la depreciación de los mismos; es decir, el
objetivo social perseguido, de que antes hablamos, es éste: crear una reserva
de desocupados con el doble fin de obtener la mano de obra barata y de situar
al proletariado en estado de indefensión como clase.
Por
otra parte, la concentración de las industrias en trusts o la inteligencia de
las mismas sobre la base de los denominados cárteles, tiene por finalidad
desterrar la concurrencia en los mercados, esto es, evitar las competencias comerciales,
dejando vía libre a la iniciativa capitalista en la valorización de los
productos, cuyo resultado no será otro, no es ya otro, que el encarecimiento
general del costo de la vida.
De
forma, pues, que mientras el progreso mecánico y la racionalización de la producción
permite al capitalismo obtener la mano de obra barata y retener al proletariado
en estado de indefensión como clase, a la vez, por medio de los trusts y
cárteles, consigue la facultad de la iniciativa en la valorización de los
productos en el mercado. Si la prosperidad económica y la hegemonía
político-social de la burguesía dependen de la miseria del proletariado, es
indiscutible que la miseria de éste en la presente fase de la evolución
capitalista tiene unas perspectivas desoladoras.
Pero
simplifiquemos la cuestión hasta reducirla a términos asequibles a las más sencillas
inteligencias, ya que éste y no otro es el objeto. La lucha contra el patronato
tiene dos trascendencias, una de carácter puramente económico y otra de orden
humano. La primera, y en el mejor de los casos, no pasa de ser una conquista
ilusoria; cuando en la segunda hay conquista, ella tiene una tangibilidad
positiva, practica, y además trae siempre al proletariado ventajas de orden
moral de clase, las cuales colocan a aquel en marcha ascendente hacia su emancipación.
Entendámonos.
Cuando el proletariado se lanza a la lucha en pos de una conquista económica,
esto es, de un aumento en los salarios, la conquista no es más que una ilusión.
La burguesía carga sobre la producción el tanto por ciento equivalente al
aumento adquirido por la mano de obra, y la consecuencia es lógica: el
proletariado ha visto aumentados sus salarios, pero ha visto a la vez, o casi a
la vez, aumentar también el coste de la vida. El fenómeno es consubstancial al
sistema económico de la sociedad capitalista, y la expresión del fenómeno es
cosa fatal e indeclinable. No pasa lo mismo cuando la conquista representa la
reducción de jornada u otra mejora que tienda a la humanización de las condiciones
de trabajo, ya que entonces, aunque el patronato no descuida nunca buscar la
compensación correspondiente a la mejora o mejoras obtenidas por la mano de
obra, y la compensación significa siempre recargar los precios de los
productos, el proletariado alcanza una cantidad de libertad y de bienestar
físico y moral, mas tangibles y positivos que las conquistas económicas, que en
ningún caso, o en pocos casos, representan ventaja alguna.
Pero
no hay que analizar el problema desde el punto de vista individual solamente,
sino también desde el colectivo. Cuando las jornadas eran de diez o más horas
diarias de trabajo, el argumento en que se apoyaba la petición de la jornada de
trabajo se basaba en la razón, muy humana, por cierto, de que con ello se
facilitaría trabajo a los desocupados. Conseguida la jornada de ocho horas, se
ha visto que las legiones de desocupados, lejos de desaparecer o disminuir, han
aumentado. Nadie niega que la implantación de la jornada de ocho horas fue
seguida de un periodo de tiempo en que los desocupados desaparecieron casi en
absoluto, pero puede afirmarse que ese periodo no fue mas que una transición
necesaria, durante la cual el patronato organizo las industrias para que el exceso
de producción creara de nuevo el problema de los desocupados, hay dos maneras
de mantener la miseria del proletariado, tan necesaria a los intereses del
capitalismo: la reserva de desocupados y la coerción gubernamental. En el grado
de eficacia necesaria, esta solo es posible con intermitencias, y por eso la
burguesía pone siempre en primer plano la subsistencia del problema de los sin-trabajo,
que en la balanza social es el factor constantemente dispuesto a entrar en competencia
y a suplantar a los trabajadores predispuestos a las rebeldías reivindicativas.
No
esta el mal en una manifestación externa de la organización capitalista: el mal
es mas hondo, ya que el implica la medula del sistema social basado en la
explotación del hombre por el hombre. Por este motivo la legislación social reguladora
de las relaciones entre el capital y el trabajo, todo el intervencionismo del
Estado creando institutos, corporaciones, tribunales arbitrales y demás órganos
de fomento de la colaboración de clases, no son más que paliativos para desviar
la verdadera y eficaz acción de clase del proletariado.
La
solución positiva, pues, esta en la destrucción del sistema capitalista. Sin
embargo lo dicho, el Sindicato no puede desdeñar el aplicar una parte de sus actividades
a la consecución de me joras económicas, y mucho menos a la consecución de
reducciones de jornada. No puede desdeñarlo, por cuanto cada una e sus mejoras
responde a anteriores imperativos de los determinismos económicos y de la
evolución del progreso mecánico. En cada petición de mejoras económicas, el proletariado
muévese determinado por el sentimiento de necesidades económicas apremiantes, y
lo mismo ocurre en cualquier otro orden de peticiones. Pero constatemos que aun
obteniendo el proletariado los mayores triunfos, su situación económico-social
es siempre la misma La ventaja moral, imperceptible a simple vista, está en
que, generalmente toda petición de mejoras va seguida de lucha, y esta lucha
por las cosas inmediatas es una gimnasia que entrena a las masas para la lucha
final, aparte de que cada lucha, mayormente si va seguida del triunfo, es una
afirmación de la personalidad y del valor social del proletariado.
Esto
es, en síntesis, el Sindicato: afirmación de la personalidad y del valor social
del proletariado, lo cual, sin el Sindicato, no tiene forma de expresión sino en
contadas individualidades, incapaces por sí solas de manumitir a la Humanidad
de su esclavitud económico-político-social, y aun para librar al proletariado
de las injusticias y aberraciones del capitalismo y el Estado.