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martes, 4 de marzo de 2014

Una reflexión sobre los sucesos de Ucrania




Por Alexis López Tapia


Lo que está ocurriendo en Ucrania admite varias lecturas, y por ende, variadas tomas de posición que no es del caso detallar.

Quiero compartir con ustedes una reflexión breve, que más que una toma de posición o un juicio de valor, pretende ser únicamente un juicio, elaborado sobre un análisis provisional.

Dicho esto, lo primero es que toda la retórica norteamericana sobre la "ilegalidad" de las acciones de Rusia carece de todo valor por venir de quienes viene: las intervenciones de Estados Unidos en todo el planeta, abiertas o encubiertas, han sido la tónica desde la segunda mitad del Siglo XX a la fecha, y por ende, Obama -"premio Nobel de la Paz"-, carece de toda idoneidad para pretender establecer cátedras de derecho internacional en este caso, y en muchos más. 

Y sin embargo, lo anterior no implica que, efectivamente, Rusia esté actuando de acuerdo al derecho internacional.

Ucrania tiene pleno derecho a la autodeterminación, a la soberanía, y a todos los aspectos que constituyen la esencia de un Estado Independiente.

No obstante, una vez más, es claro que EE.UU. ha realizado una activa campaña, incluyendo grandes sumas de dinero, para promover, sostener y proyectar a partidos y grupos que sostengan posiciones proclives a sus intereses: es el caso del Partido Svoboda, sucesor del anterior Partido Social-Nacional, calificado de "neonazi", "fascista", "antisemita", y todos los epítetos con que los comunistas y la izquierda en general suelen tachar a quienes son contrarios a sus intereses.

En términos ideológicos, este partido corresponde casi exactamente a lo que en Chile llamaríamos "Extrema Derecha", es decir, un partido de origen burgués, anticomunista, identificado económicamente con el capitalismo, que adhiere al "liberalismo convencional de la democracia occidental", a la creencia en el "libre mercado", y por cierto, a un férreo nacionalismo de tipo étnico y cultural.

Es decir, no se trata de un partido "neonazi", por mucho que sus militantes de base, sus símbolos, y sus demostraciones de fuerza parezcan demostrarlo.

Sin embargo, dicho eso, es posible que la idea de una "revolución nacional y social" en Ucrania, que el partido postula dentro de sus principios, pueda desembarcar en un proyecto político que efectivamente se aleje de la Extrema Derecha y se aproxime a un Movimiento Nacional verdadero.

Y es aquí donde está el problema y surge la reflexión que queremos compartir:

En principio, todo Nacionalista - todo defensor de la idea Nacional-, debería estar de acuerdo en las posiciones que los Nacionalistas Ucranianos han estado propiciando.

Pero una posición Nacional es por definición contraria a los Imperialismos, sean de donde sean, y por ende, la alianza táctica o estratégica con los intereses de EE.UU., aunque pueda ser justificada en términos de corto plazo, es un error de largo plazo que la historia se ha encargado muchas veces de demostrar.

Así como el "anticomunismo" fue funcional a los intereses de EE.UU. en América del Sur durante la guerra fría, las posiciones que los nacionalistas ucranianos están sosteniendo -reitero, financiadas en parte por EE.UU.-, también lo son.

En esa perspectiva, las acciones de Rusia, por muy lejanas al "derecho internacional" que se encuentren, están plenamente justificadas desde una perspectiva geopolítica: ¿o a ustedes les parecería bien que Evo Morales o Maduro pudieran estar financiando a grupos subversivos separatistas en la Araucanía?

Cierto, la Araucanía es parte de Chile y no otro país, como en el caso de Ucrania, pero para efectos de comparación se nos perdonará el ejemplo.

Por lo anterior, una toma de posición respecto a lo que está ocurriendo en Ucrania no es simple desde la perspectiva Nacional.

Frente a los intentos de EE.UU. por imponer su hegemonía global, tanto Rusia como China aparecen como contrapesos que resultan incluso indispensables para la existencia de países como Irán o Siria. En términos amplios, la multilateralidad es indispensable para la existencia de las Naciones más pequeñas, como la nuestra.

Y no obstante, eso no es carta blanca para que Rusia actúe de la misma forma en que EE.UU. lo hace, porque si se permite hoy, China podría hacerlo sin frenos mañana, y así... ad infinitum.

La moraleja que resulta relevante, sin embargo, es que los Movimientos Nacionales, en todo el mundo, requieren de manera urgente una nueva perspectiva ideológica, una nueva filosofía política, y un nuevo modelo económico, que efectivamente los haga diferentes de la "extrema derecha", es decir, del capitalismo y el neoliberalismo, y que a la vez, los proyecte como una verdadera alternativa frente a los poderes globales en pugna.

Esa es la reflexión que quería compartir con ustedes. 


(En la imagen: La runa Wolfsangel, logo del partido Social-Nacional de Ucrania, antecesor del actual Partido Svoboda, 1991-2003).

martes, 28 de enero de 2014

Ucrania: ¿El Despertar inesperado?




Las implicaciones de esta revolución se están sintiendo no sólo a nivel interno sino también internacional. Mientras los acontecimientos se desarrollan en la capital, Kiev, al menos dos cosas han resultado evidentes: primera, que el espacio post-soviético es todavía inestable; y segunda, que este espacio es objeto de rivalidad entre Occidente y Rusia, por una parte, y la ciudadanía y las elites nacionales por la otra. La desilusión y desconfianza con las actuales elites político-económicas han dado como resultado una movilización masiva que prepara el camino para reformas institucionales y de otro tipo. Ahora bien, para asegurar la victoria, la revolución fraguar no sólo a nivel interno, sino también internacionalmente.

RUSIA Y LA CEI

El Kremlin ha apoyado activamente al “presunto ganador" Viktor Yanukovich. Muchos ucranianos han considerado esto como una interferencia de Rusia en los asuntos internos de un estado amigo, pero independiente. El tradicional apoyo ruso a los candidatos pertenecientes a la elite gobernante ha resultado contraproducente en el caso de Ucrania. Demonizando al candidato de la oposición, y calificándolo de ultra-nacionalista (y por ello anti-ruso), el Kremlim se ha posicionado a favor de Viktor Yanukovich, un candidato de turbio pasado que está más que dispuesto a aprovecharse del cliente ruso, pero no a crear a cambio condiciones favorables para las empresas rusas en Ucrania.

La actual crisis en Ucrania ha planteado algunas preguntas sobre el futuro de las relaciones entre Rusia y Ucrania, y ha abierto un gran interrogante sobre el futuro de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) en su estado actual. Más aún, el destino del proyecto de Espacio Económico Común o Edinoe (Ekonomicheskoe Prostranstvo apoyado por Moscú), para Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán es también una incógnita. La idea de crear un “imperio liberal” que circulaba por Moscú un año atrás ha quedado obsoleta; Ucrania se ha desligado de Rusia en su historial democrático debido, en gran parte, al despertar de la nación en las últimas semanas. Lo que hará Rusia con la CEI, una de las mayores prioridades en su política exterior, es ahora una incógnita. Existen varios escenarios posibles, desde fortalecer su política energética con respecto a la CEI (especialmente con Ucrania), hasta hacer evolucionar la CEI hacia un club más íntimo con los amigos más cercanos incluyendo los países de Asia Central y Bielorrusia. Sin embargo, a día de hoy es difícil imaginar la CEI sin uno de sus miembros clave, por ello la “batalla por Ucrania” no ha terminado.


EL PAPEL DE LA UE

La UE se ha visto sorprendida -más que entusiasmada- por el despertar de Ucrania, lo que ha incrementado las preocupaciones sobre dos asuntos: sobre si la revolución dará lugar a una disolución del país, creando una situación completamente nueva e inestable en las fronteras orientales de la Unión; y sobre la lejana posibilidad de incluir una Ucrania democrática en la Unión Europea. No existe ninguna duda que, si Viktor Yushchenko llega a presidente, el país probablemente renovará sus aspiraciones europeas. Ello representaría un problema para la UE que está valorando la posibilidad de poner fin a futuras ampliaciones orientales, excepto Rumania y Bulgaria. El objetivo actual de la UE -y en un futuro previsible- será el de asegurar una transición pacífica desde el actual sistema de gobierno hasta otro donde el equilibrio de poderes esté repartido de forma más ecuánime entre el Presidente, el Primer Ministro y el Parlamento.


Es importante que sea la UE, antes que Rusia o los Estados Unidos, quien tome el liderazgo de la mediación en la situación en Ucrania. Dado que Rusia está unida de forma clara y ha proporcionado apoyo evidente a Viktor Yanukovich, no puede realizar esta función y se necesitará tiempo antes que Moscú recupere su imagen entre la ciudadanía y las elites de Ucrania. El compromiso directo de EE UU apoyando tácitamente la revolución no será bien recibido, ya que, además, la política exterior de EE UU es polémica en Ucrania. Por otro lado, la mujer de Yuschenko tiene la ciudadanía estadounidense, lo que está considerado por muchos como un punto débil en el perfil de Yuschenko. Como resultado de la crisis en Ucrania, los EE UU y la UE parecen estar descubriendo la posibilidad de cooperar conjuntamente en los asuntos internacionales; desafortunadamente Rusia ha terminado por quedar marginada, pero cabe esperar que sólo temporalmente.

Fuente: http://www.cafebabel.es/articulo/ucrania-el-despertar-inesperado.html

martes, 26 de noviembre de 2013

43 años sin Yukio Mishima




Se suele decir que Mishima ha sido el más grande escritor japonés de su generación. No recibió el Premio Nobel, pero indudablemente tuvo una fama más amplia que Kawataba que si lo obtuvo y que fue su descubridor. Los editores sabían que cada novela de Mishima iba a ser un éxito de ventas y los propietarios de salas de teatro e incluso de cabaret hubieran dado varios años de su vida para que Mishima trabajara en ellos, ya fuera interpretando, escribiendo el libreto o simplemente estando presente en el local. Tal era la fama de Mishima en el Japón...

Su fama llegó a Europa poco después de su muerte. Hasta entonces fue un ilustre desconocido, e incluso en los ambientes más conocedores de la literatura. El 26 de noviembre de 1970 los más grandes rotativos nacionales publicaron la foto de Mishima encaramado en el balcón  de un cuartel del ejército japonés. Minutos después de auqella foto, se haría el hara-kiri. No es la primera tentativa de suicidio del autor japonés; cuando era un desconocido, en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, enrolado como voluntario en las escuadrillas "Kamikaces", debía haberse estrellado contra algún barco americano si no hubiera sido porque una gripe de última hora le impidió morir por el emperador. 

Mishima era un tipo sumamente extravagante en su proyección exterior; famoso escritor, candidato al Premio Nobel de literatura, exhibicionista, atleta, director teatral, actor de cine, teatro, televisión y cabaret, escritor de una exhuberante prodigalidad, investigador de las inmemoriales tradiciones imperiales japonesas, coleccionista de espadas samurais y un largo etc., talesson los atributos que deben ir necesariamente unidos al nombre de Mishima. Sus doscientos cuarenta y cuatro volúmenes de gran calidad literaria atestiguan su personalidad. En España Barral y Caralt han editado algunos textos de los cuales, sin duda alguna, el más brillante de todos es "Caballos Desbocados".

Los escándalos de Mishima hicieron furor en el Japón de los años 50-60. No reparaba en besar a un travestido en una escena de cabaret para acto seguido cumplir con sus deberes de padre de familia; consideraba uno de sus momentos más felices el que una enciclopedia reclamara una foto suya para acompañar el vocablo "culturismo" y con la misma facilidad demandaba a otra revista que publicó sin permiso "una foto en la que parecía menos hercúleo". 

Hombre extremadamente controvertido, contradictorio, lo menos que puede decirse de él es que seguía la fórmula extremo oriental de "cabalgar el tigre", participando activamente en la vida cotidiana y no como uno más, sino como una figuera que atraía la atención , pero que en medio de sus excentricidades mantenía una sólida y tradicional visión del mundo. Algo más que imposible. Se puede decir que sus obras, y en especial "Caballos Desbocados", representaban la válvula de escape que Mishima tenía frente al Japón occidentalizado. Pero esta contradicción entre un "Hombre tradicional" en su interior y un exhibicionista y genial literato en su aspecto público no podían durar mucho tiempo.

Justo mientras está escribiendo las páginas de "Caballos Desbocados", concibe la idea de formar el "Tateno Kai", la "Sociedad del Escudo". Esta asociación era bastante más que una una mera agrupación de extrema derecha, de las que se pueden contabilizar en el Japón no menos de 500. Concebida como "el escudo que debía proteger al Japón, y especialmente al Emperador, de la embestida occidental" (de lo que de burgués, consumista y antitradicional tiene "lo occidental"), se podía asemejar a una orden mística y combatiente. Sus miembros, instruidos en artes marciales, tenían una composición social interclasista. Quienes entraban en ella dejaban de pertenecer al mundo de lo contingente, dedicaban su tiempo a la práctica de las artes marciales y a dialogar con Mishima. 

El "Take no kai" estaba concebida como una estructura de choque: su actuación primera sería también la última: su debut, una despedida. Mishima pensó en quemar, inicialmente, a medio centenar de hombres luchando con las manos desnudas contra los estudiantes del Zengakaguren (movimiento estudiantil de ultra izquierda japonés). Dicho enfrentamiento supondría la muerte de todos ellos aplastados por la horda izquierdista y obligaría a los militares a actuar, restableciendo el código de honor japonés y aboliendo las costumbres occidentales. Pero al producirse en 1969 una de las más gigantescas y violentas manifestaciones izquierdistas, y de ser disuelta por los antidisturbios sin producirse ni una sola víctima, comprendieron que tal proyecto dejaba de tener interés: el emperador no estaba indefenso, tenía los "grises" locales. Laacción determinativa debía ser otra.

Hasta llegar el 26 de noviembre de 1970, su tarea literaria había sido extraordinariamente prodiga, como hemos dicho. Tocó todos los temas que un autor puede tocar. Su genio parecía no tener límites y tan pronto escribía e interpretaba un libreto para café teatro, no precisamente muy moralista, como concebía, escribía y dirigía un Kabuki. Tan pronto actuaba en el teatro interpretando obras de Moliére como en el papel protagonista de su película "El rito del amor y de la muerte", película que terminaba con el hara-kiri del mismo Mishima en una escenificación perfecta de lo que luego sería su suicidio ritual en el despacho del general Morita. 

La poesía japonesa no tenía secretos para él, la novelística era su especialidad y, dentro de este género, la novela síntesis de las tradiciones japonesas fue su constante. La trilogía "Sed de Amor", "Nieve de primavera" y "Caballos Desbocados" son buenas muestras de cómo una novela estéticamente, perfecta, sea cual sea su ambientación, es asequible al público de cualquier latitud, aun a pesar de la localización geográfica de la trama. Si así ocurre con "El Quijote" o con el teatro de Shakespeare, otro tanto se puede decir de la producción de Mishima.

Pero la vida de Mishima se deslizaba rápidamente por la pendiente. La exposición-homenaje, que curiosamente se auto-organizó en unos grandes almacenes de Tokio, fue un gran éxito. Allí estaban expuestas la totalidad de las ediciones de sus obras, las fotografías por él más queridas (Mishima consideraba que mediante la cámara fotográfica el cuerpo podía apurar sus posibilidades hasta el límite) y en un puesto privilegiado la misma espada samurai que en dos semanas después le acompañaría al despacho del general Morita. Aquella exposición revistió los caracteres de una despedida, pero sólo Mishima y tres camaradas más de la "Sociedad del Escudo" que habían sido seleccionados para protagonizar el "incidente" lo sabían.


Aquel día de noviembre del 70, cuando en España las turbulencias desatadas por el proceso de Burgos apenas dejaban espacio para noticias de otro tipo que no fueran las relacionadas con el orden público, Yukio Mishima "tuvo el placer de morir", demostró ser el último samurai. Japón se sorprendió de que el gesto de Mishima fuera comprendido y acogido por la joven generación. Su ejemplo debía de servir para algo.

viernes, 1 de noviembre de 2013

El Fascismo nace a la Izquierda




Por Erwin Robertson


El fascismo nace a la izquierda, a partir de una revisión del marxismo. Este revisionismo se desarrolla y se constituye en una corriente intelectual y política independiente a la cual concurren otras tendencias que cohabitan con el socialismo: Nietzsche, Bergson, James, y el nacionalismo integral. Al respecto es interesante comparar las diferentes evoluciones del marxismo que siguió siendo tal y las diferentes ramas “apóstatas”.

El fascismo en una revisión del marxismo encontró que todos los partidos socialistas consideraban al marxismo una herencia a la que debían permanecer fieles. Sin embargo, en su evolución reciente todos esos partidos han renunciado a la herencia de Marx, acomodándose a la economía neoliberal. Siguen apegados, desde luego, a la matriz ilustrada, materialista e igualitaria. Al contrario, los fascistas, animados de otra cultura, mantuvieron siempre el espíritu revolucionario de ruptura con el orden burgués.

Reseña del libro “El nacimiento de la ideología fascista” de Zeev Sternhell, Mario Sznajder y Maia Asheri; (traducción de Octavi Pellisa). – 1ª ed. – Madrid : Siglo XXI, 1994, 418 p. Que Mussolini fue miembro del partido socialista es un hecho conocido. Hecho problemático, en especial para una de las interpretaciones dominantes del fascismo; a saber, que éste fue la reacción alentada o dirigida por el gran capital contra el avance del proletariado. En tal evento, aquel hecho y la evolución consecutiva debían ser entendidos como oportunismo, incoherencia o, en el mejor de los casos, como una cuestión de conversión que no deja huellas en el pasado de un hombre. La obra de Zeev Sternhell -profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalem- y sus colaboradores ha puesto toda esta materia bajo otra luz. En su interpretación, la comprensión histórica del fascismo no puede disociarse esta ideología de sus orígenes de izquierda.

Desde luego, toda una pléyade de historiadores y filósofos abordó hace ya tiempo el problema del fascismo: cada uno según sus particulares orientaciones espirituales, con sus propios puntos de vista y sus personales prejuicios, pero no sin altura: Ernst Nolte, Renzo de Felice, James A. Gregor, Stanley Payne, Giorgio Locchi, y “last but not least”, el joven investigador hispano-sueco Erik Norling, entre otros. No es que la “vulgaris opinio” aludida arriba goce hoy de autoridad intelectual. Pero Sternhell viene a aportar la valorización de fuentes hasta aquí tal vez descuidadas y, con ellas, la novedosa interpretación que es objeto de este comentario. Estudioso en particular del nacionalismo francés (suyas son “Maurice Barrés et le nationalisme français”, “La droite revolutionarie” y “Ni droite ni gauche, L´ideologie fasciste en France”), el profesor israelí no se cuida de los criterios de la corrección política. Es notable leer sobre el tema páginas en las que está ausente la edificación moral, en las que no se ha estimado oportuno advertir al lector que se interna en terrenos peligrosos; en los que no hay, en suma, demonización ni tampoco el afán de achacar polémicamente a la izquierda una incómoda vecindad.

¿Qué es, pues, el fascismo en la interpretación de Sternhell? Ni anomalía en la historia contemporánea, ni “infección” (Croce), ni resultado de la crisis de 1914-1918, ni reflejo o reacción contra el marxismo (Nolte). El fascismo es un fenómeno político y cultural que goza de plena autonomía intelectual (p.19); es decir, que puede ser estudiado en sí mismo, no como producto de otra cosa o epifenómeno. Por cierto, y de partida, para Sternhell es preciso distinguir el fascismo del nacional-socialismo (Sternhell dice “nazismo”, acomodándose al uso, contra lo cual, sin embargo, se rebela honestamente un Nolte). Con todos los aspectos que uno y otro tienen en común, la piedra de toque está en el determinismo biológico: un marxista puede convertirse al nacional-socialismo, más no así un judío (en cambio, hubo fascistas judíos).

El racismo no es elemento esencial del fascismo, aunque contribuye a la ideología fascista. Y unas páginas más adelante el autor apunta que uno de los elementos constitutivos del fascismo es el nacionalismo tribal; esto es, un nacionalismo basado en el sentido de pertenencia, la “tierra y los muertos” de Barrés, la “Sangre y suelo” del nacional-socialismo. Este sentido organicista lo comparte con los nacionalismos desde finales del siglo XIX, germanos y latinos, Maurras y Corradini, Vacher de Lapouge y Treitschke. El mismo Sternhell debilita así la distinción que acaba de hacer (reparemos, de paso, en la delicadeza del adjetivo “tribal”: ¿sería poco oportuno por nuestra parte recordar que una traducción de “tribal” es “gentil”).

El fascismo entonces es una síntesis de ese nacionalismo “tribal” u “orgánico” y de una revisión antimarxista del marxismo. Sternhell se extiende explicando que a finales del siglo XIX las previsiones de Marx no se han cumplido: el capitalismo no parece derrumbarse, ni la pauperización es la señal característica de la población, mientras que el proletariado se integra política y culturalmente en las sociedades capitalistas occidentales. De aquí la aparición del “revisionismo”. Siguiendo el ejemplo del SPD, el partido socialdemócrata alemán, el conjunto del socialismo occidental se hace reformista; esto es, sin renunciar a los principios teóricos del marxismo, acepta los valores del liberalismo político, y en conseciencia, tácticamente, el orden establecido. Mas una minoría de marxistas va a rehusar el compromiso y querrá permanecer fiel a la ortodoxia -cada uno a su modo-; son los Rudolf Hilferding y los Otto Bauer, los Rosa Luxemburgo y los Karl Liebknecht, los Lenin y los Trotsky, todos de Europa del Este.

Al mismo tiempo, en Francia y luego en Italia surgen quienes, desde dentro del marxismo, van a emprender su revisión en sentido no materialista ni racionalista, sin discutir la propiedad privada ni la economia de mercado, pero conservando el objetivo del derrocamiento violento del orden burgués: son los sorelianos, los discípulos de Georges Sorel, el teórico del sindicalismo revolucionario, autor de las célebres “Reflexiones sobre la violencia”. Las diferencias entre los dos sectores revolucionarios son grandes.

Los primeros, casi todos miembros de la “intelligentsia” judía, destaca Sternhell, mantienen el determinismo económico de Marx, la idea de la necesidad histórica, el racionalismo y el materialismo, mientras los sorelianos comienzan por una crítica de la economía marxiana que llega a vaciar el marxismo de gran parte de su contenido, reduciéndolo fundamentalmente a una teoría de la acción  Los primeros piensan en términos de una revolución internacional, “tienen horror de ese nacionalismo tribal que florece a través de Europa, tanto en el campo subdesarrollado del Este como en los grandes centros industriales del Oeste… No se arrodillan jamás ante la colectividad nacional y su terruño, su fervor religioso, sus tradiciones, su cultura popular, sus cementerios, sus mitos, sus glorias y sus animosidades” (p. 48). Los segundos, comprobando que el proletariado ya no es una fuerza revolucionaria, lo reemplazarán por la Nación como mito en la lucha contra la decadencia burguesa y así confluirán finalmente en el movimiento nacionalista.

Tal es la tesis fundamental de Sternhell. En el desarrollo de “El nacimiento de la ideología fascista”, el capítulo I está dedicado al análisis de la obra de Sorel: tal vez no propiamente un filósofo ni autor de un corpus ideológico cerrado, su verdadera originalidad, señala Sternhell, reside en haber constituìdo una especie de “lago viviente”, receptor y fuente de ideas en la gestación de las nuevas síntesis ideológicas del siglo XX. Nietzsche, Bergson y William James lo marcaron sin duda más hondamente que Marx, con ánimo de juzgar lo que consideraba un sistema inacabado. El autor de “Reflexiones sobre la violencia”, de “Las ilusiones del progreso”, de “Materiales de una teoría del proletariado”, etc., se sublevaba contra el marxismo vulgar (que pone énfasis en el determinismo económico) y sostenía que el socialismo era una “cuestión moral”, en el sentido de una “transvaluación de todos los valores”. La lucha de clases era para él cuestión principal y, por consiguiente, el saber movilizar al proletariado en la guerra contra el orden burgués.

En un contexto social en el que los obreros muestran un alto grado de militantismo sindical (1906, el año de edición de “Reflexiones sobre la violencia”, es también en Francia el del record de huelgas que muy a menudo suponen enfrentamientos sangrientos con las fuerzas del orden), pero también donde una economía en crecimiento permite a la clase dirigente hacer concesiones que aminoran la combatividad obrera, no bastan el análisis económico ni la previsión del curso racional de los acontecimientos.  Sorel descubre entonces la noción del “mito social”, esa imagen que pone en juego sentimientos e instintos colectivos, capaz de suscitar energías siempre nuevas en una lucha cuyos resultados no llegan a divisarse. Como el mito del apocalipsis para los primeros cristianos, el mito de la huelga general revolucionaria será para el proletariado esta imagen movilizadora y fuente de energías.

Con fervor análogo al de las órdenes religiosas del pasado, con un sentimiento parecido al del amor a la gloria de los ejércitos napoleónicos, los sindicatos revolucionarios, armados del mito, se lanzarán a la lucha contra el orden burgués. Así, a la mentalidad racionalista, que el socialismo reformista comparte con la burguesía liberal, Sorel opone la mentalidad mítica, religiosa incluso. Su crítica al racionalismo que se remonta a Descartes y Sócrates y, contra los valores democráticos y pacifistas, reivindica los valores guerreros y heroicos. De buena gana reivindica también el pesimismo de los griegos y de los primeros cristianos, porque sólo el pesimismo suscita las grandes fuerzas históricas, las grandes virtudes humanas: heroismo, ascetismo, espíritu de sacrificio.

Sorel ve en la violencia un valor moral, un medio de regenerar la civilización, ya que la lucha, la guerra por causas altruístas, permite al hombre alcanzar lo sublime. La violencia no es la brutalidad ni la ferocidad, no es el terrorismo; Sorel no siente ningún respeto por la Revolución Francesa y sus “proveedores de guillotinas”. Es, en suma y en el fondo, contra la decadencia de la civilización que dirige Sorel su combate; decadencia en la que la burguesía arrastra tras sí al proletariado. Y no será sorprendente encontrar a los discípulos de Sorel reunidos con los nacionalistas deCharles Maurras en el “Círculo Proudhon”, que lleva el nombre del gran socialista francés anterior a Marx. Tampoco será extraño que en sus últimos años Sorel lance su alegato “Pro Lenin”, anhelando ver la humillación de las “democracias burguesas”, al mismo tiempo que reconocía que los fascistas italianos invocaban sus propias ideas sobre la violencia.

LA SÍNTESIS NACIONAL Y SOCIAL

Estos dicípulos son también estudiados por Sternhell (capítulo II). Son los “revisionistas revolucionarios”, la “nouvelle école” que ha intentado hacer operativa una síntesis nacional y social, no sin tropiezos y desengaños. Allí está Edouard Berth, quien junto a Georges Valois, militante maurrasiano (futuro fundador del primer movimiento fascista francés, muerto en un campo de concentración alemán), ha dado vida al “Círculo Proudhon”, órgano de colaboración de sindicalistas revolucionarios y nacionalistas radicales en los años previos a 1914. Aventada esa experiencia por la guerra europea, Berth pasará por el comunismo antes de volver al sorelismo. Está también Hubert Lagardelle, editor de la revista “Mouvement Socialiste”, hombre de lucha al interior del partido socialista, donde se ha esforzado por hacer triunfar las tesis del sindicalismo revolucionario (por el contrario, en 1902 han triunfado las tesis de Jaurés, que presentan el socialismo como complemento de la Declaración de Derechos del Hombre).

Ante la colaboración sorelista-nacionalista, Lagardelle se repliega hacia posiciones más convencionales; pero en la postguerra se le encontrará en la redacción de “Plans”, expresión de cierto fascismo “técnico” y vanguardista -en ella colaborarán nada menos que Marinetti y Le Corbusier- y, durante la guerra, terminará su carrera como titular del ministerio de trabajo del régimen de Vichy. Trayectorias en apariencia confusas pero que revelan la sincera búsqueda de “lo nuevo”. De Alemania les viene el refuerzo del socialista Roberto Michels, quien, a la espera de construir su obra maestra “Los partidos políticos”, anuncia el fracaso del SPD, el partido de Engels, Kautsky, Bernstein yRosa Luxemburg. Michels observará también que el solo egoísmo económico de clase no basta para alcanzar fines revolucionarios; de aquí la discusión sobre si el socialismo puede ser independiente del proletariado. 

El ideal sindical no implica forzosamente la abdicación nacional, ni el ideal nacionalista comporta necesariamente un programa de paz social (juzgado conformista), precisa a su vez Berth, quien espera de un despertar conjunto de los sentimientos guerreros y revolucionarios, nacionales y obreros, el fin del “reinado del oro”. En fin, la “nueva escuela” desarrolla las ideas de Sorel, por ejemplo en la fundamental distinción entre capitalismo industrial y capitalismo financiero. Resume Sternhell su aporte: “…a esta revuelta nacional y social contra el orden democrático y liberal que estalla en Francia (antes de 1914, recordemos) no falta ninguno de los atributos clásicos del fascismo más extremo, ni siquiera el antisemitismo” (p. 231).. Ni la concepción de un Estado autoritario y guerrero.

Sin embargo, en general, los revisionistas revolucionarios franceses fueron teóricos, sin experiencia real de los movimientos de masas. De otro modo ocurre con el sindicalismo revolucionario en Italia (capítulos III y IV de la obra de Sternhell). Allí Arturo Labriola encabeza desde 1902 el ala radical del partido socialista; con Enrico Leone y Paolo Orano llevan adelante la lucha contra el reformismo, al que acusan de apoyarse exclusivamente en los obreros industriales del norte, en desmedo del sur campesino, y por el triunfo de su tesis de que la revolución socialista sólo sería posible por medio de sindicatos de combate.

De Sorel toman esencialmente el imperativo ético y el mito de la huelga general revolucionaria. La experiencia de la huelga general de 1904, de las huelgas campesinas de 1907 y 1908, foguean a los dirigentes sindicalistas revolucionarios, entre los cuales la nueva generación de Michele Bianchi, Alceste de Ambris, Filippo Corridoni. Al margen del partido socialista y de su central sindical, la CGL -anclados en las posiciones reformistas-, los radicales forman la USI (Unión Sindical Italiana), que llegará a contar con 100.000 miembros en 1913. A su vez, los sindicalistas revolucionarios animan periódicos y revistas. 

Labriola y Leone emprenden la revisión de la teoría económica marxiana, especialmente la teoría del valor, siguiendo al economicista austríaco Böhm-Bawerk; he ahí, dice Sznajder, el aspecto más original de la contribución italiana a la teoría del sindicalismo revolucionario. Ahí se encuentra también la noción de “productores” (potencialmente todos los productores), contrapuesta a la clase “parasitaria” de los que no contribuyen al proceso de producción.

Por fin la tradición antimilitarista e internacionalista, cara a toda la izquierda europea, no será más unánimemente compartida por los sindicatos revolucionarios. En 1911, la guerra de Italia con el Imperio Otomano por la posesión de Libia producirá una crisis en el sindicalismo revolucionario: unos dirigentes (Leone, De Ambris, Corridoni), fieles a la tradición socialista, se oponen enérgicamente a esta empresa -y por mucho que les disguste estar junto a los socialistas reformistas-; otros (Labriola, Olivetti, Orano) están por la guerra, tanto por razones morales (la guerra es una escuela de heroísmo) como por razones económicas (la nueva colonia contribuirá a la elevación del proletariado italiano), y así coinciden con los nacionalistas de Enrico Corradini, a quienes los ha acercado ya la crítica al liberalismo político. 

Mas en agosto de 1914 aun quienes -en el seno del sindicalismo revolucionario- habían militado en contra de la guerra de Libia, están a favor de la intervención en el conflicto europeo al lado de Francia y contra Alemania y Austria; al combate contra el feudalismo y el militarismo alemán se agrega la posibilidad de completar gracias a la guerra la integración nacional y de forjar una nueva élite proletaria que desplazará del poder a la burguesía. En octubre de 1914, un manifiesto del recién fundado Fascio Revolucionario de Acción Internacionalista, suscrito por los principales dirigentes sindicalistas revolucionarios, proclama: “…No es posible ir más allá de los límites de las revoluciones nacionales sin pasar primero por la etapa de la revolución nacional misma… Allí donde cada pueblo no vive en el cuadro de sus propias fronteras, formadas por la lengua y la raza, allí donde la cuestión nacional no ha sido resuelta, el clima histórico necesario al desarrollo normal del movimiento de clase no puede existir…” Nación, Guerra y Revolución… ya no serán más ideas contradictorias.

Hacia el final de la guerra el sindicalismo revolucionario debe ser considerado ya un nacional-sindicalismo, en cuanto la Nación figura para ellos en primer término. Como sea, los nacional-sindicalistas aceptan que la guerra ha de traer transformaciones internas: desde 1917 De Ambris ha lanzado la consigna “Tierra de los Campesinos”; y acto seguido elabora un programa de “expropiación parcial” tanto en el sector agrícola como en el sector industrial, que se dirije ex propósito contra el capital especulativo y en beneficio de los campesinos y obreros que han dado su sangre por Italia. Se trata también de mantener y estimular la producción.

El “productivismo” es uno de los factores que lleva a los sindicalistas revolucionarios a oponerse a la revolución bolchevique, que juzgan destructiva y caótica. Frente a la ocupación de fábricas del “biennio rosso” de 1920-21, Labriola, que ha llegado a ser Ministro de Trabajo en el gobierno del liberal Giolitti, presenta un proyecto que reconoce a los obreros el derecho a participar en la gestión de las empresas. Parlamento con representación corporativa, “clases orgánicas” que encuadren a la población, un Estado que sea quien asigne a los propietarios capaces de producir el derecho a usar los medios de producciòn, son, por otra parte, las bases del programa del “sindicalismo integral” que propone Panunzio en 1919. Por fin, el sindicalismo revolucionario vibra con la aventura del comandante Gabriele D´Annunzio en Fiume (1920-21). De Ambris participa en la redacción de la “Carta del Carnaro”, ese fascinante documento literario que es la constitución que el poeta y héroe de guerra otorga a la “Regencia de Fiume”. No es menos un proyecto político que, en consecuencia con el ideal del sindicalismo revolucionario, quiere resolver a la vez la cuestión nacional y la cuestión social.

En estas luchas de la inmediata postguerra, los sindicalistas revolucionarios han coincidido con los fascistas. Pero la toma del poder por el fascismo acarraerá la disoluciòn del sindicalismo revolucionario. De Ambris y su grupo pasarán a la oposición; el primero terminará por exiliarse.Labriola también partirá hacia el exilio, y sólo la guerra de Etiopía lo reconciliará con el régimen. Leone volverá al partido socialista y rehusará todo compromiso con el fascismo. En cambio, Bianchi aparece en 1922 como uno de los quadrumviri que organiza la Marcha sobre Roma,Panunzio se presenta junto a Gentile como uno de los intelectuales oficiales del fascismo, Orano (que era judío), alcanza altos puestos en el partido fascista, mientras que Michels, antaño miembro del SPD, profesor en la Universidad de Perusa, se inscribe como afiliado en el PNF.

LA ENCRUCIJADA MUSSOLINIANA

Señala Sternhell que siempore se ha tendido a subestimar el papel central que Mussolini ha jugado entre todos los revolucionarios italianos. El futuro Duce “aporta a la disidencia izquierdista y nacionalista italiana lo que siempre ha faltado a sus homólogos franceses: un jefe”. Un hombre de acción, un líder carismático, pero a su vez un intelectual capaz de tratar con intelectuales y de ganarse el respeto de hombres como Marinetti, el fundador del futurismo, Michels, el antiguo militante del SPD alemán devenido uno de los clásicos de la ciencia política, o aun Croce, representante oficioso de la cultura italiana frente al fascismo. Y Mussolini es toda una evolución intelectual, no el hallazgo repentino de una verdad, ni el oportunismo, ni siquiera la coyuntura de postguerra. Mussolini es ante todo el militante socialista, incluso como líder de los fascistas. 

De joven se tiene evidentemente por marxista, de un marxismo revisado por Leone y, sobre todo, por Sorel, en quien ve un antídoto contra la perversión socialdemócrata a la alemana del socialismo. Otra influencia decisiva es Wilfredo Pareto y su teoría de circulación de las élites (en cambio, Sternhell no destaca la influencia de Nietzsche, a quien Mussolini ha leído tempranamente en Suiza).. El joven socialista se sitúa pues en la órbita del sindicalismo revolucionario, aun cuando discrepa de las tácticas: duda de la virtud de las solas organizaciones económicas y ve en el Partido el instrumento revolucionario.

El joven Mussolini es el líder indiscutible que se opone a la huelga general contra la intervención en Libia, pues cree que el intento burgués de desencadenar una guerra puede generar una situación revolucionaria. En 1912 es el principal líder del partido socialista, imponiéndose sobre los reformistas y haciéndose con la dirección de su periódico oficial, “Avanti!”, el líder indiscutido de toda la izquierda revolucionaria italiana, pero al mismo tiempo el más fuerte crítico de la ortodoxia marxista. Mussolini publica desde las páginas de Avanti!” su profunda decepción acerca de la aptitud de la clase obrera para “modelar la historia”, valoriza la idea de Nación: “No hay un único evangelio socialista, al cual todas las naciones deban conformarse so pena de excomunión”. 

A finales de 1913 Mussolini lanza la revista “Utopia”, con la intención de proponer una “revisión revolucionaria del socialismo”. Allí reúne a futuros comunistas como Bordiga, Tasca y Liebknecht; futuros fascistas como Panunzio, futuros disidentes del fascismo como su viejo maestro Labriola. En junio de 1914 Mussolini cree llegado el momento de la insurrección, comprometiéndose en la “Settimana Rossa”, en contra de la opinión del congreso del partido. Cuando estalla la guerra europea, las disidencias son ya tan palpables que Mussolini es desautorizado oficialmente por el partido, y no duda en romper con sus antiguos compañeros para unirse a los sindicalistas revolucionarios en la campaña por la entrada de Italia en la guerra.

Sternhell señala que el nacionalismo de Mussolini no es el nacionalismo clásico de la derecha… Ocurre que ante las nuevas realidades nacionales y sociales el análisis marxista se ha demostrado fallido, pues las clases obreras de Alemania, Francia e Inglaterra marchan alegremente a la guerra.

Mussolini no renuncia al socialismo, pero el suyo es un socialismo nacionalista, obra de los combatientes del frente: “Los millones de trabajadores que volverán a los surcos de los campos después de haber vivido en los campos de las trincheras darán lugar a la síntesis de la antítesis clase y nación”, escribe en 1917. Y no será la revolución bolchevique lo que lleve a Mussolini a la derecha, dado que lo esencial de su pensamiento se forjó antes de 1917: ideas de jerarquía, de disciplina, de colaboración de las clases como condición de la producción… Los Fasci Italiano di Combattimento, fundados en marzo de 1919 recogen todas las ideas del sindicalismo revolucionario y se sitúan incluso a la izquierda del partido socialista (sufragio universal de ambos sexos, abolición del senado, constitución de una Milicia Nacional, consejos corporativos con funciones legislativas, jornada laboral de 8 horas, confiscación de las ganancias de guerra… ). Pero con el biennio rosso las filas fascistas se desbordan con la afluencia de las clases medias, especialmente de jóvenes oficiales desmovilizados.

El Partido Nacional Fascista, organizado como tal en 1921, va a conocer un éxito (electoral incluso) vetado a los primitivos “Fasci”: “Esta mutación no deja de recordarnos la de los partidos socialistas al alba del siglo: el viraje a la derecha constituye el precio habitual del éxito” (p.400). Mussolini, hombre de realidades que antepone la praxis a la teoría, ha visto fracasar la ocupación “roja” de fábricas como la gesta nacionalista de Fiume, decide llevar a cabo la revolución posible. Así, en la perspectiva de Sternhell, la captura del poder por el jefe fascista no es tanto el resultado de un golpe de Estado como de un proceso; es la simpatia de una amplia parte de la masa política, de los medios intelectuales, de los centros de poder, lo que permite a Mussolini instalarse y sostenerse en el gobierno. Para Sternhell es sintomática la actitud del senador Croce quien aun en junio de 1924 dio su voto de confianza al primer ministro cuando el caso Mateotti puso en crisis al gobierno y Mussolini estaba a punto de ser despedido por el rey, porque, pensaba Croce, “había que dar tiempo al fascismo para completar su evolución hacia la normalización”.

La idea de Estado, que parece ser sólo caracteristica del fascismo, es, sin embargo, el último elemento que toma forma en la ideología fascista. En todo caso señala Sternhell que toda la ideologìa fascista estaba elaborada antes de la toma del poder: “La acción política de Mussolini no es el resultado de un pragmatismo grosero o de un oportunismo vulgar más de lo que fue la de Lenin” (p.410). El jurista Alfredo Rocco, proveniente de las filas nacionalistas, ha “codificado” y traducido en leyes e instituciones los principios fascistas y nacionalistas (visión mística y orgánica de la nación, afirmación de la primacía de la colectividad sobre el individuo, rechazo total sin paliativos de la democracia liberal). Pero es un Estado que, a la vez, se quiere reducido a su sola expresión jurídica y política; que quiere renunciar a toda forma de gestión económica o de estatalización, como anunciaba Mussolini desde 1921. No es, pues, o no es todavía, el Estado totalitario. El fascismo en el poder,en suma, no se asemeja al fascismo de 1919, menos aún al sindicalismo revolucionario de 1910. Pero, se pregunta Sternhell: “¿el bolchevismo en el poder refleja exactamente las ideas que, diez años antes de la toma del Palacio de Invierno, animaban a Plekhanov, Trotsky o Lenin?” Ha habido una larga evolución, sin duda. Y con todo -concluye el autor-, el régimen mussoliniano de los años 30 está mucho más cerca del sindicalismo revolucionario o del “Círculo Proudhon” que lo que el régimen estaliniano está de los fundamentos del marxismo.

EL SECRETO ENCANTO DEL FASCISMO

Como conclusión, Sternhell da una mirada a las relaciones entre el fascismo y las corrientes estéticas de vanguardia en el siglo XX. El futurismo, desde luego (futuristas y fascistas han dado justos la batalla por el “intervencionismo”, y Marinetti es uno de los fundadores de los Fasci), pero también el vorticismo, lanzado en Londres por Ezra Pound, que es en cierto modo una réplica al futurismo, aun cuando comparte con él rasgos esenciales. “Los dos atacan de frente la decadencia, el academicismo, el estetismo inmóvil, la tibieza, la molicie general… Tienen una misma voz de orden: energía, y un mismo objetivo: curar a Italia y a Inglaterra de su languidez” (p. 424). De Pound se conoce de sobra su opción política. Sternhell destaca también el papel de Thomas Edward Hulme, antirromántico, antidemócrata en política, traductor al inglés de Sorel. “revolucionario antidemócrata, absolutista en ética, que habla con desprecio del modernismo y del progreso y utiliza conceptos como el de honor sin el menor toque de irrealidad” (p. 429). Hulme es pues, para el autor, un representante de esa rebelión cultural que brota por doquier, antirracionalista, antiutilitarista, antihedonista, antiliberal, clasicista y nacionalista y que precede a la rebelión política.

Las generaciones de los años 20 y 30, que ya conocen la experiencia fascista, rehacen el camino del inconformismo. Así un Henri de Man, en 1938 presidente del partido socialista belga, uno de los grandes teóricos del socialismo en la época, seguido sólo ante Gramsci y Lukacs, reemprende su propia revisión del marxismo y no será ilògico que, cuando su país capitule ante Alemania en 1940 llame a los militantes socialistas belgas a aceptar la nueva situación como un punto de partida para construir un nuevo orden: “La vía está libre para las dos causas que resumen las aspiraciones del pueblo: la paz europea y la justicia social”.. No muy diferente es en Francia el caso de Doriot.

¿Cómo ha podido surgir el fascismo en la historia europea y mundial? La explicación coyuntural no puede sino desembarcar en trivialidades. Se debe comprender al fascismo primero como un fenómeno cultural. Es, de partida, un rechazo de la mentalidad liberal, democrática y marxista; rechazo de la visión mecanicista y utilitarista de la sociedad. Mas expresa también “la voluntad de ver la instauración de una civilización heroica sobre las ruinas de una civilización  bajamente materialista. El fascismo quiere moldear un hombre nuevo, activista y dinámico”. No obstante presentar esta vertiente tradicionalista, este movimiento contienen en sus orígenes un carácter moderno muy pronunciado, y su estética futurista fue el mejor cartel para la captura de intelectuales, de una juventud que se agobia en las estrecheces de la burguesía.

 El elitismo, en el sentido de que una élite no es una categoría social definida por el lugar que se ocupa en el proceso de producción, sino un estado de espíritu, es otro componente mayor de esa fuerza de atracción… El mito, como clave de interpretación del mundo; el corporativismo, como ideal social que da a amplias capas de la población el sentimiento de que hay nuevas oportunidades de ascenso y de participación, constituyen también parte del secreto del fascismo, porque el fascismo reduce los problemas económicos y sociales a cuestiones, ante todo, de orden psicológico. Y, sobre todo, “servir a la colectividad formando un cuerpo con ella, identificar los propios intereses a los de la patria, comulgar en un mismo culto los valores heroicos, con una intensidad que desplaza al boletín de voto en la urna”. Es por todo esto que el estilo político desempeña un papel tan esencial en el fascismo. 

El fascismo vino a probar que existe una cultura no fundamentada en los privilegios del dinero o del nacimiento, sino sobre el espíritu de banda, de camaradería, de comunidad orgánica, de “Bund”, como se dijo en Alemania en la misma época.

Estos valores presentes en el fascismo tocan la sensibilidad de muchos europeos. Poco conocido es que en 1933 Sigmund Freud saludaba a Mussolini como un  “héroe de cultura”. Si esto era así, ¿por qué Croce hubiera debido votar contra él en 1924, por qué Pirandello hubiera debido rehusar el asiento que el Duce le ofreció en la Academia Italiana? Las realidades de los países europeos entre las dos guerras no son de una pieza: la cultura italiana está representada por Marinetti, Gentile y por Pirandello no menos que por Croce, y por Croce senador no menos que por Croce antifascista, del mismo modo que por la cultura alemana pueden hablar tanto Spengler, Heidegger, o Moeller van der Bruck tanto como los hermanos Mann, y la cultura francesa es tanto Gide, Sartre o Camus tanto como Drieu la Rochelle, Brasillach o Céline…

Así, “El nacimiento de la ideología fascista” otorga a su objeto una dignidad que no siempre se encuentra en los variados estudios sobre el tema. Ello sólo puede ser saludable para la historia de las ideas. Hagamos por nuestra parte algunas observaciones. Primero, que, como es evidente, Sternhell trata en su obra del fascismo latino, esto es, de las corrientes inconformistas surgidas en Francia y en Italia. Un tema de discusión es ver si el fascismo italiano y el nacional-socialismo alemán son cosas totalmente diferentes (esta es la tesis de De Felice), o bien si el nacional-socialismo es una especie dentro del fascismo genérico (tesis de Payne y Nolte). Del nacional-socialismo se ha discutido si fue “antimoderno” o si presentaba rasgos de una radical modernidad, dado que el innegable que el movimiento desarrolló un radicalismo antiburgués operativamente muy atractivo para los militantes comunistas.

El fascismo nace a la izquierda, a partir de una revisión del marxismo. Este revisionismo se desarrolla y se constituye en una corriente intelectual y política independiente a la cual concurren otras tendencias que cohabitan con el socialismo: Nietzsche, Bergson, James, y el nacionalismo integral. Al respecto es interesante comparar las diferentes evoluciones del marxismo que siguió siendo tal y las diferentes ramas “apóstatas”. El fascismo en una revisión del marxismo encontró que todos los partidos socialistas consideraban al marxismo una herencia a la que debían permanecer fieles. Sin embargo, en su evolución reciente todos esos partidos han renunciado a la herencia de Marx, acomodándose a la economía neoliberal. Siguen apegados, desde luego, a la matriz ilustrada, materialista e igualitaria. Al contrario, los fascistas, animados de otra cultura, mantuvieron siempre el espíritu revolucionario de ruptura con el orden burgués.

Sternhell insiste permanentemente en el respeto de los sindicalistas revolucionarios, de los socialistas nacionales, de los fascistas, por la propiedad privada y el capitalismo. ¿No habría que distinguir entre propiedad privada y capitalismo que, después de todo, históricamente no se identifican sin más? Todos los fascismos subrayaron siempre la diferencia entre la propiedad ligada al hombre y el gran capital financiero; entre el trabajo productivo y la servidumbre al interés del dinero (G. Feder). No parece adecuado pasarla por alto. Quizás Payne ha sido el autor más justo en este sentido.

Finalmente, es verdad que una cosa es reconocer el componente irracional de la vida humana y otra hacer del antirracionalismo una política. Sternhell, que durante toda su obra se ha mantenido alejado de toda afección moralizante, al final nos advierte del peligro del irracionalismo: “Cuando el antirracionalismo deviene un instrumento político, un medio de movilización de las masas y una máquina de guerra contra el liberalismo, el marxismo y la democracia; cuando se asocia a un intenso pesimismo cultural a la par de un culto pronunciado por loa violencia, entonces el pensamiento fascista fatalmente toma forma” (p.451). La cuestión seria si sólo los valores políticos de la ilustración y del liberalismo son legítimos; si solo el chato optimismo hedonista puede pasar por perspectiva cultural, si las masas han de ser movilizadas sólo en nombre del deporte.


Aquí, obviamente, la ciencia no puede decir nada: estamos en el campo de la opción política.

miércoles, 2 de octubre de 2013

"YO ESTOY CON AMANECER DORADO"



Total apoyo para nuestros camaradas griegos, que al contar con el creciente apoyo del Pueblo Griego, resulta una posible amenaza para la élite oligarca. Igual que años atrás, se repiten los protagonistas; mismos detractores, mismas circunstancias, pero ante todo, la verdad prevalecerá ¡¡¡SALVE AMANECER DORADO!!!


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Stratega


lunes, 30 de septiembre de 2013

Alain de Benoist en español

Alain de Benoist junto con Javier Ruiz Portella en la Universidad de Verano de El Escorial: agosto de 2002, la primera actividad pública de El Manifiesto.



Por Jesús J. Sebastián


Alain de Benoist es un pensador que a nadie deja indiferente. Como señala Tommaso Visone, pocos autores, a partir de la segunda mitad del siglo XX, han sido tan debatidos, incomprendidos, odiados, apreciados, por sus críticos y seguidores, como Alain de Benoist, intelectual atípico, escritor políticamente incorrecto, versátil e incansable ensayista.

O, por utilizar la afortunada fórmula de Diego L. Sanromán, “un intelectual ubicuo e hiperactivo”. Su prolífica actividad —que transcurre desde finales de la década de los 60 del pasado siglo hasta hoy día—, su inclasificable ideología —más allá de la derecha y de la izquierda— y su pensamiento pluridimensional —filosofía, historia, política, sociología, ecología, economía—, así como el hecho de constituir un inacabable foco de sentimientos encontrados, odios viscerales y pasiones incondicionales, siempre me recuerda a otros escritores malditos, como Ernst Jünger y Carl Schmitt.

Miembro fundador de la agrupación francesa GRECE en 1968 (Groupement de recherche et d'etude pour la civilisation européenne), núcleo central de la —denominada por sus enemigos— Nouvelle Droite (Nueva Derecha), pronto se constituye en torno al autor una auténtica escuela de pensamiento dirigida a la renovación ideológica de una derecha radical europea que había quedado deslegitimada por la derrota de los fascismos. En el interior de esa profunda crisis institucional y doctrinal, emerge la figura de Alain de Benoist, auténtico animador y teórico del movimiento néodroitier, como el exponente más claro de dicha regeneración en un intento por la superación de la dicotomía izquieda/derecha y la crítica de la modernidad en clave revolucionario-conservadora, apoyándose su argumentación en las obras fundamentales de Heidegger y Schmitt (y otros autores de la Konservative Revolutionalemana, desde los nacional-revolucionarios hasta los nacional-bolcheviques) y en las de autores franceses como Louis Dumont, Henri Coston, Dominique Venner y Louis Rougier, entre otros.

Si bien el GRECE no es el primer intento de renovación profunda del pensamiento de la derecha radical europea, sí que constituye, sin duda alguna, el movimiento más original y prolífico de los producidos después de la segunda parte de la guerra civil europea, especialmente, por su objetivo de arrebatar a la izquierda sus espacios políticos y doctrinales que la hacían dominar la hegemonía cultural según la teoría gramsciana. Parecía tratarse de una resurrección posmoderna, metapolítica y transversal del Juni Klub de Moeller van den Bruck. Un movimiento “neoderechista”, abierto al debate con la nueva izquierda más inquieta, y muy crítico con el pensamiento de la derecha tradicional, fuera católica o liberal. Se aspiraba, desde luego, a constituir un movimiento ideológico al servicio del renacimiento de la identidad europea, en plena decadencia por la presión del americanismo (liberal-capitalista) y el extinto sovietismo (igualitario-comunista): entonces, el enemigo era precisamente el sistema occidental, fruto de estas ideologías igualitarias y universalistas generadas por el monoteísmo judeo-cristiano, del que Europa, unida al Tercer Mundo, debía descolonizarse por imperativo histórico.

Lo cierto es que Alain de Benoist y su escuela de pensamiento néodroitier, a pesar de los furibundos ataques mediáticos, de las traiciones internas y de las traumáticas escisiones (Guillaume Faye, Robert Steuckers, Pierre Vial), continúa al frente de la vanguardia ideológica en Europa. Se mantienen las líneas de elaboración doctrinal en las revistas Éléments y Nouvelle Ecole y se refuerza el rico debate con la izquierda intelectual en la revista Krisis (ecologistas, excomunistas, anti-utilitaristas del Mauss, comunitaristas anti-liberales, no-conformistas, etc.), un fructífero diálogo al estilo nacional-bolchevique que hubiera hecho las delicias de Niekisch o Paetel, pero que implica su alejamiento del GRECE y el ataque de las paleo-derechas europeas. Pero Alain de Benoist sigue ahí, impertérrito, dando que hablar, septuagenario con una sorprendente vitalidad intelectual, siempre indagando sobre el misterio de lo político y siempre huyendo de la política, por más que ciertos sectores supra-derechistas hayan intentado ganarlo para su causa perdida: sintiéndose incapaces para lograrlo, intentaron también —sin conseguirlo—  apropiarse indebidamente de su pensamiento. Lo mismo sucedió con Nietzsche.

El carácter originaria y abiertamente polémico de la Nouvelle Droite ha provocado la pérdida irreversible de ciertos apoyos sin los cuales ninguna iniciativa metapolítica puede prosperar, pero, a cambio, le ha dotado de una novedad y una receptividad asombrosas en el mundo intelectual, lo que explica las profundas transformaciones y modificaciones que, de la mano sabia —aunque estratégicamente divagante— de Alain de Benoist, ha desarrollado su pensamiento en algunos de sus aspectos fundamentales. La ND etno-nacionalista, bio-culturalista, indo-europeísta y anti-democrática se ha convertido, en palabras de Charles Champetier, en comunitarista, radical-democrática, europeísta y neopagana, un posmodernismo neoderechista que resume su posición en el tercermundismo diferencialista que apuesta por una Europa fáustica, plural y diversa. ¿Se trata sólo —se pregunta Taguieff— de una evolución doctrinal orgánica o de una estrategia de adaptación al nuevo contexto político-cultural? ¿No se trata, más bien, de buscar nuevos horizontes micro-ideológicospara dar respuesta esférica a los nuevos retos de la globalización del imperio mesiánico americanomorfo?

En todo caso, Alain de Benoist es un escritor prolífico, autor de una obra ensayística y periodística que parece no tener límites y que, por su originalidad y profundidad, merece ser conocida por el público lector español (remitimos al sitio www.alaindebenoist.com). Para iniciar una lectura progresiva de la ingente obra del autor, recomendamos Vu de droite (1977) —obra por la que recibió el Premio de ensayo de la Academie Française, y Les idées á l'endroit (1979), publicada en español por Planeta en 1982 bajo el título La nueva derecha—. No obstante, la obra benoistiana comprende más de 50 libros y 3.000 artículos —prácticamente inéditos en lengua española, si no fuera por las traducciones del escritor mexicano José Antonio Hernández García y los libros que más adelante se indican— a lo largo de los cuales puede examinarse su evolución ideológica y sus innovaciones filosóficas. Alain de Benoist es, por sí solo, una auténtica escuela de pensamiento. Sin olvidar a Jean-Claude Valla, Robert Steuckers, Guillaume Faye, Luc Pauwels, Michel Marmin y Charles Champetier, nuestro autor ocupa, sin ninguna duda, el beneficio de la centralidad doctrinal en la nueva revolución conservadora europea.

Con las lógicas reservas que impone el transcurso del tiempo, la evolución ideológica y la madurez intelectual de un pensador como Alain de Benoist, recuerdo cómo la lectura de la edición española de Les idées à l'endroit supuso todo un descubrimiento. Para aquellos que nos encontrábamos en plena efervescencia juvenil, inmersos en la dinámica de las nuevas generaciones de un proyecto político y dedicados a iniciativas editoriales de carácter periódico, guiados por prometedores políticos —luego defenestrados— y brillantes periodistas —hoy denostados—, aquel feliz descubrimiento supuso un hito en nuestras vidas: ya no volveríamos a ser como antes. No podíamos adivinar, ni siquiera intuir, que aquellas ideas con las que pretendíamos alcanzar la hegemonía cultural y el poder político acabarían –una vez destruido el fascismo y desterrado el comunismo— sepultadas por el maldito neoliberalismo contra el que nos habíamos conjurado combatir.

Pero incluso hoy en día, Alain de Benoist colabora habitualmente en una amplia red de publicaciones en Europa y América. En España, sin embargo, la recepción de su obra ha sido mínima. Además de los libros que se enumeran ad infra, podemos rastrear artículos del autor en las desaparecidas revistas Punto y Coma y Hespérides, en este mismo periódico digital El Manifiesto, en las revistas en papel Nihil Obstat y Empresas Políticas y en la revista electrónica Elementos. En el ámbito editorial, el interés actual parece reservado a Ediciones Áltera y Nueva República. Las revistas y libros descatalogados pueden adquirirse todavía en sitios como Librópolis [iberlibro.com/libropolis-madrid]. Visto el panorama, y con el solo objetivo de difundir los textos en español de y sobre Alain de Benoist, el director de la revista electrónica Elementos de Metapolítica para una Civilización Europea, Sebastian J. Lorenz,ha creado el sitio Benoistiana-Alain de Benoist en español [http://benoistiana-alaindebenoist.blogspot.com.es/]. Una buena noticia para los que nos vimos privados de aprender la lingua franca adoptada por Cioran, sustituida por la imperium lingua de los corsarios angloamericanos.

BIBLIOGRAFÍA EN ESPAÑOL

De Alain de Benoist:
-          La nueva derecha. Alain de Benoist. Planeta, Madrid, 1982.
-          Las ideas de la Nueva Derecha. Una respuesta al colonialismo cultural. Alain de Benoist y Guillaume Faye. Introducción de Carlos Pinedo. Nuevo Arte Thor, colección El Laberinto, Barcelona, 1986.
-          Ernst Jünger y el Trabajador. Una trayectoria vital e intelectual entre los dioses y los titanes. Alain de Benoist. Prólogo de José Luis Ontiveros. Ediciones Barbarroja, Colección DisidenciaS, 1995.
-          Manifiesto: la Nueva Derecha del año 2000. Alain de Benoist y Charles Champetier. 2000.
-          ¿Cómo se puede ser pagano? Alain de Benoist. Ediciones Nueva República, Barcelona, 2004.
-          Comunismo y nazismo. 25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX. Alain de Benoist. Ed. Áltera, Madrid, 2005.
-          La idea de Imperio y otros estudios. Alain de Benoist, Luc Pauwels, Xavier Marchand. Traducción y notas de Néstor L. Montezanti. Universidad Nacional del Sur (Ediuns) Bahía Blanca, 2006.
-          El derecho actual, mínima moralia, y el problema del positivismo jurídico. Julien Freund. Alain de Benoist y Norberto Bobbio. Universidad Nacional del Sur (Ediuns) Bahía Blanca, 2008.
-          ¡Mañana, el decrecimiento! Pensar la ecología hasta sus últimas consecuencias. Alain de Benoist. Ed. Identidad, 2009.
-          Más allá de la derecha y de la izquierda. Alain de Benoist. Antalogía general. Presentación de Javier Ruiz Portella y Alejandro Salvatierrra. Ed. Áltera, Madrid, 2010.
-          ¿Es un problema la democracia? Alain de Benoist. Ed. Nueva República, Barcelona, 2013.
Sobre Alain de Benoist:
-          Los fundamentos filosóficos de la Nueva Derecha francesa. Michael Torigian, Último Reducto, 1999.
-          La Nueva derecha.Cuarenta años de agitación metapolítica. Diego L.Sanromán. CIS, Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid, 2008.
-          Disidencia perfecta. La Nueva derecha y la batalla de las ideas. Rodrigo Agulló, Ed. Áltera, Madrid, 2011.