miércoles, 29 de agosto de 2012

La Guerra: Manifestación Visible de la Enemistad





Por Carl Schmitt


Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse en su sentido concreto y existencial; no como metáforas o símbolos; no entremezclados y debilitados mediante concepciones económicas, morales o de otra índole; menos todavía psicológicamente y en un sentido privado-individualista como expresión de sentimientos y tendencias privadas. No son contraposiciones normativas ni "puramente espirituales". El liberalismo, con su típico dilema entre espíritu y economía (a ser tratado más adelante), ha intentado diluir al enemigo convirtiéndolo en un competidor por el lado de los negocios y en un oponente polemizador por el lado espiritual. Dentro del ámbito de lo económico ciertamente no existen enemigos sino tan sólo competidores y en un mundo absolutamente moralizado y ético quizás sólo existan adversarios que polemizan. Sin embargo, que se lo considere — o no — detestable; y, quizás, que hasta se quiera ver un remanente atávico de épocas bárbaras en el hecho de que los pueblos todavía siguen agrupándose realmente en amigos y enemigos; o bien que se anhele que la diferenciación desaparecerá algún día de la faz de la tierra; o que quizás sea bueno y correcto fingir por razones pedagógicas que ya no existen enemigos en absoluto; todo eso está aquí fuera de consideración. Aquí no se trata de ficciones y normatividades sino de la realidad existencial y de la posibilidad real de esta diferenciación. Se podrán compartir — o no — las esperanzas o las intenciones pedagógicas mencionadas; pero que los pueblos se agrupan de acuerdo a la contraposición de amigos y enemigos, que esta contraposición aún hoy todavía existe y que está dada como posibilidad real para todo pueblo políticamente existente, eso es algo que de modo racional no puede ser negado.

El enemigo no es, pues, el competidor o el opositor en general. Tampoco es enemigo un adversario privado al cual se odia por motivos emocionales de antipatía. "Enemigo" es sólo un conjunto de personas que, por lo menos de un modo eventual, esto es: de acuerdo con las posibilidades reales puede combatir a un conjunto idéntico que se le opone. Enemigo es solamente el enemigo público, porque lo que se relaciona con un conjunto semejante de personas — y en especial con todo un pueblo — se vuelve público por la misma relación. (...)

Al enemigo en el sentido político no hay por qué odiarlo personalmente y recién en la esfera de lo privado tiene sentido amar a nuestro "enemigo", vale decir: a nuestro adversario. La mencionada cita bíblica no pretende eliminar otras contraposiciones como las del bien y del mal, o la de lo bello y lo feo, por lo que menos aún puede ser relacionada con la contraposición política. Por sobre todo, no significa que se debe amar a los enemigos del pueblo al que se pertenece y que estos enemigos deben ser apoyados en contra del pueblo propio.

La contraposición política es la más intensa y extrema de todas, y cualquier otra contraposición concreta se volverá tanto más política mientras más se aproxime al punto extremo de constituir una agrupación del tipo amigo-enemigo.

(...)En primer lugar, todos los conceptos, ideas y palabras políticas poseen un sentido polémico; tienen a la vista una rivalidad concreta; están ligadas a una situación concreta cuya última consecuencia es un agrupamiento del tipo amigo-enemigo (que se manifiesta en la guerra o en la revolución); y se convierten en abstracciones vacías y fantasmagóricas cuando esta situación desaparece. Palabras como Estado, república, sociedad, clase, y más allá de ellas: soberanía, Estado de Derecho, absolutismo, dictadura, plan, Estado neutral o total, etc. resultan incomprensibles si no se sabe quien in concreto habrá de ser designado, combatido, negado y refutado a través de una de ellas. El carácter polémico domina sobre todo, incluso sobre el empleo de la misma palabra "político"; tanto si se califica al oponente de "impolítico" (en el sentido de divorciado de la realidad o alejado de lo concreto) como si, a la inversa, alguien desea descalificarlo denunciándolo de "político" para colocarse a si mismo por sobre él auto-definiéndose como "apolítico". (...)

Al concepto de enemigo y residiendo en el ámbito de lo real, corresponde la eventualidad de un combate. En el empleo de esta palabra hay que hacer abstracción de todos los cambios accidentales, subordinados al desarrollo histórico, que ha sufrido la guerra y la tecnología de las armas. La guerra es el combate armado entre unidades políticas organizadas; la guerra civil es el combate armado en el interior de una unidad organizada (unidad que se vuelve, sin embargo, problemática debido a ello). Lo esencial en el concepto de "arma" es que se trata de un medio para provocar la muerte física de seres humanos. Al igual que la palabra "enemigo", la palabra "combate" debe ser entendida aquí en su originalidad primitiva esencial. No significa competencia, ni el "puramente espiritual" combate dialéctico, ni la "lucha" simbólica que, al fin y al cabo, toda persona siempre libra de algún modo porque, ya sea de una forma o de otra, toda vida humana es una "lucha" y todo ser humano un "luchador". Los conceptos de amigo, enemigo y combate reciben su sentido concreto por el hecho de que se relacionan especialmente con la posibilidad real de la muerte física y mantienen esa relación. La guerra proviene de la enemistad puesto que ésta es la negación esencial de otro ser. La guerra es solamente la enemistad hecha real del modo más manifiesto. No tiene por qué ser algo cotidiano, algo normal; ni tampoco tiene por qué ser percibido como algo ideal o deseable. Pero debe estar presente como posibilidad real si el concepto de enemigo ha de tener significado.

Consecuentemente, de ninguna manera se trata aquí de sostener que la existencia política no es más que una guerra sangrienta y cada acción política una operación de combate militar; como si cada pueblo estuviese ininterrumpida y constantemente puesto ante la alternativa de amigo o enemigo en su relación con cualquier otro pueblo y lo correcto en política no pudiese residir justamente en evitar la guerra. La definición de lo político aquí expuesta no es ni belicista, ni militarista, ni imperialista, ni pacifista. Tampoco constituye un intento de presentar a la guerra victoriosa, o a la revolución triunfante, como un "ideal social", ya que ni la guerra ni la revolución constituyen algo "social" o "ideal".

El combate militar en si mismo no es la "continuación de la política por otros medios" como reza la famosa frase, generalmente mal citada, de Clausewitz. [25] El combate militar, en tanto guerra, tiene sus propios puntos de vista y sus propias reglas estratégicas, tácticas y demás, pero todas ellas dan por establecido y presuponen que la decisión política de definir quién es el enemigo ya ha sido tomada. En la guerra los contendientes se enfrentan como tales, normalmente hasta diferenciados por medio de un "uniforme", y por ello la diferenciación de amigo y enemigo ya no constituye un problema político que el soldado combatiente tenga que resolver. Por esto es que resultan acertadas las palabras del diplomático inglés que decía que el político está mejor adiestrado para el combate que el soldado, puesto que el político combate durante toda su vida mientras que el soldado sólo lo hace excepcionalmente. La guerra no es ni el objetivo, ni el propósito de la política. Ni siquiera es su contenido. Con todo, es el pre-supuesto — en tanto posibilidad real permanentemente existente que define el accionar y el pensar del ser humano de un modo especial, suscitando con ello un comportamiento específicamente político.

Por eso es que el criterio de la diferenciación entre amigos y enemigos tampoco significa, de ninguna manera, que un determinado pueblo deba ser eternamente el enemigo o el amigo de otro determinado pueblo; o bien que una neutralidad no sea posible o que no pueda ser políticamente razonable. Es tan sólo que el concepto de la neutralidad, como todo concepto político, también está subordinado al pre-requisito último de una posibilidad real de establecer agrupamientos del tipo amigo-enemigo. Si sobre la faz de la tierra existiese tan sólo la neutralidad, no sólo sería el fin de la guerra; sería también el fin de la neutralidad misma — de la misma forma en que cualquier política, incluso una política de evitar el combate, termina cuando desaparece en forma absoluta toda posibilidad real de que se produzcan combates. Lo concluyente es siempre tan sólo que exista la posibilidad del caso decisivo del combate real, y de la decisión respecto de si este caso está, o no está dado.

Que el caso se produzca sólo en forma excepcional no anula su carácter determinante sino, por el contrario, lo fundamenta. Si bien las guerras no son hoy tan numerosas y frecuentes como antaño, no por ello ha dejado de aumentar su arrolladora furia total , en la misma y quizás hasta en mayor medida aún que en la que ha disminuido su número y su cotidianidad. Aún hoy el "casus belli" sigue siendo el caso planteado "en serio". Podemos decir que aquí, al igual que en otras cuestiones, es justamente la excepción la que adquiere un significado especialmente decisivo y pone al descubierto el núcleo de las cosas. Porque recién en el combate real queda demostrada la consecuencia extrema del agrupamiento político en amigos y enemigos. Es desde esta más extrema posibilidad que la vida del ser humano adquiere su tensión específicamente política.

Un mundo en el cual la posibilidad de un combate estuviese totalmente eliminada y desterrada, una globo terráqueo definitivamente pacificado sería un mundo sin la diferenciación de amigos y enemigos y, por lo tanto, sería un mundo sin política. Podría existir en él toda una variedad de interesantes contraposiciones, contrastes, competencias e intrigas de toda clase; pero razonablemente no podría existir una contraposición en virtud de la cual se puede exigir del ser humano el sacrificio de la propia vida y en virtud de la cual se puede autorizar a seres humanos a derramar sangre y a dar muerte a otros seres humanos. Para una definición del concepto de lo político tampoco aquí se trata de si se considera deseable arribar a un mundo así, sin política, como un estado ideal de cosas. El fenómeno de lo político se hace comprensible solamente a través de su relación con la posibilidad real de establecer agrupamientos del tipo amigo-enemigo, más allá de los juicios de valor religiosos, morales, estéticos o económicos que de lo político se hagan a consecuencia de ello.

La guerra, en tanto medio político más extremo, revela la posibilidad de esta diferenciación entre amigos y enemigos, subyacente a toda concepción política, y es por eso que tiene sentido solamente mientras esta diferenciación se halle realmente presente en la humanidad o, al menos, mientras sea realmente posible. Por el contrario, una guerra librada por motivos "puramente" religiosos, "puramente" morales, "puramente" jurídicos o "puramente" económicos, carecería de sentido. De las contraposiciones específicas de estas esferas de la vida humana no se puede derivar el agrupamiento amigo-enemigo y, por lo tanto, tampoco se puede derivar una guerra. Una guerra no tiene por qué ser algo devoto, algo moralmente bueno, ni algo rentable. En la actualidad probablemente no es ninguna de esas cosas. Esta simple conclusión se enmaraña la mayoría de las veces por el hecho de que las contraposiciones religiosas, morales y de otro tipo se intensifican hasta alcanzar la categoría de contraposiciones políticas y con ello pueden producir el decisivo agrupamiento combativo de amigos y enemigos. Pero en cuanto se llega a este agrupamiento combativo, la contraposición decisiva ya no es más puramente religiosa, moral o económica, sino política. La cuestión en ese caso es siempre tan sólo la de si un agrupamiento del tipo amigo-enemigo está, o no, dada como posibilidad concreta, o como realidad; más allá de cuales hayan sido los motivos humanos lo suficientemente fuertes como para producir ese agrupamiento.

Nada puede escapar a este rasgo consecuencial de lo político. Si la oposición pacifista a la guerra pudiese hacerse tan fuerte como para llevar los pacifistas a la guerra contra los no-pacifistas; si esa oposición desatase una "guerra contra la guerra", con ello no haría más que probar que tiene realmente fuerza política porque, en dicho caso, sería lo suficientemente fuerte como para agrupar a los seres humanos en amigos y enemigos. Si la determinación de evitar la guerra se hace tan fuerte que ya no retrocede ni ante la guerra misma, es simplemente porque se ha vuelto un móvil político, es decir: afirma, aunque más no sea como eventualidad extrema, a la guerra y hasta al sentido de la guerra. En la actualidad ésta parece haberse constituido en una forma especialmente extendida de justificar las guerras. La guerra se desarrolla así bajo la consigna de ser siempre la "última y definitiva guerra de la humanidad". Guerras de esta índole son, por necesidad, guerras especialmente violentas y crueles porque, transponiendo lo político, rebajan al enemigo simultáneamente tanto en lo moral como en las demás categorías, y se ven forzadas a hacer de él un monstruo inhumano que no sólo debe ser repelido sino exterminado, por lo que ya no es tan sólo un enemigo que debe ser rechazado hacia dentro de sus propias fronteras. Sin embargo, en la posibilidad de tales guerras puede demostrarse con especial claridad que la guerra, como posibilidad real, todavía existe en la actualidad y ello es lo único relevante en cuanto a la diferenciación entre amigos y enemigos y en cuanto a la comprensión de lo político.



jueves, 23 de agosto de 2012

Sobre la Felicidad





Por Séneca

Todos quieren vivir felices, mi querido Galión: pero para ver con claridad en qué consiste lo que hace una vida completamente bienaventurada, andan a ciegas. Y de tal manera no resulta sencillo conseguir esa vida feliz, que cada uno se aparta de ella tanto más, cuanto con mayor ahínco la busca; si ha equivocado el camino: porque, como quiera que éste conduce a la parte contraria, la misma vehemencia los impulsa a una mayor distancia. 

Es necesario, pues, que primeramente estudiemos en qué consiste la felicidad que apetecemos: una vez conseguido esto, hemos de mirar y examinar las cosas que nos rodean, con el fin de encontrar el camino más corto por donde podamos llegar a ella: conoceremos sobre la marcha, y por muy poco recto que sea el camino, el adelanto tan grande que conseguimos cada día, y lo mucho que nos vamos alejando de aquello a que nos empuja nuestro natural apetito. Pero mientras andemos errantes por todas partes, sin seguir los pasos de un guía, sino el estruendo y gritos disonantes que nos llevan a la distracción, la vida se nos irá acabando entre constantes errores y sin darnos tiempo a nada, puesto que ésta resulta muy corta, aun cuando trabajemos noche y día para el bienestar del espíritu.

Por consiguiente, es necesario determinar adónde vamos y por dónde; y no sin la ayuda de algún experto que haya explorado antes los caminos que hemos de recorrer: porque no se da aquí la misma circunstancia que en cualquier otro viaje. En éstas, conocido algún límite del camino, y preguntando a las gentes del país por donde se pase, no se sufren errores: en cambio aquí, cuanto más conocido sea y más trillado esté, nos engaña muchísimo mejor.

En nada, por consiguiente, hemos de poner mayor empeño que en no seguir, según acostumbran las ovejas, al rebaño que va delante y que caminan, no por donde se debe ir, sino por donde va todo el mundo. Porque ninguna cosa nos proporciona mayores desgracias que aquello que se decide por los rumores: convencidos, además, de que lo mejor es aquello que ha sido aceptado por la mayoría de las gentes, y de éstos tenemos muchos ejemplos; vivimos no según nos dicta la razón, sino por imitación.

De ahí ese amontonamiento tan grande de los unos que caen sobre los otros. Es lo mismo que sucede en las grandes aglomeraciones de hombres, cuando la multitud se comprime contra sí misma de tal manera que no cae nadie sin que arrastre a otro tras de sí, y la caída del primero siguen las de los demás: puedes comprobar cuando quieras que lo mismo sucede en todos los órdenes de la vida; nadie se equivoca solamente para él, sino que es causa y autor del error de los demás. Perjudica, pues, ser arrastrado por los que van delante, y mientras cada uno prefiere mejor confiarse que juzgar, jamás se medita sobre la vida, y siempre se cree en los demás; el error, que va pasando de mano en mano, nos hace dar vueltas y nos precipita al abismo, pereciendo por los malos ejemplos de los otros.

Acertaremos tan pronto como nos separemos de los demás; ahora, en cambio, la multitud se ha plantado en contra de la razón, como defensora de su perdición. Sucede aquí lo mismo que en las elecciones, en las cuales, después de haber elegido sus pretores, los mismos que los eligieron se sorprenden de haberlos votado, cuando el favor, en su huida, dio la vuelta alrededor de la asamblea. Aprobamos las mismas cosas que censuramos después; éste es el resultado de cualquier negocio donde se sentencia por el mayor número de votos.

martes, 21 de agosto de 2012

Mi Noción de Libertad





Por Friedrich Nietzsche


A veces el valor de una cosa no reside en lo que con ella se consigue, sino en lo que por ella se paga, en lo que nos cuesta. Consignaré un ejemplo. Las instituciones liberales, una vez impuestas dejan de ser pronto liberales; posterior­mente, nada daña en forma tan grave y radical la libertad como las instituciones liberales. Sabidos son sus efectos: socavan la voluntad de poder, son la nivelación de montaña y valle elevada al plano de la moral, empequeñecen y llevan a la pusilanimidad y a la molicie; con ellas triunfa siempre el hombre-rebaño.

El liberalismo significa el desarrollo del hom­bre-rebaño. Las mismas instituciones, mientras se brega por ellas, producen otros efectos; promueven también, en efecto, poderosamente la libertad. Bien mirado, es la guerra la que produce estos efec­tos; la guerra librada por las instituciones liberales, que como guerra perpetúa los instintos antiliberales. Y la guerra educa para la libertad. Pues ¿qué significa libertad? Que se tiene la voluntad de responsabilidad perso­nal. Que se mantiene la distancia jerárquica que diferen­cia. Que se llega a ser más indiferente hacia la penu­ria, la dureza, la privación y aun hacia la vida. Que se está pronto a sacrificar en aras de su causa vidas humanas, la propia inclusive. Significa la libertad que los instintos viriles, guerreros y triunfantes privan sobre otros instintos, por ejemplo, los de la “felici­dad”. El hombre libertado, y, sobre todo, el espíritu libertado, pisotea el despreciable bienestar con que sueñan mercachifles, cristianos, vacas, mujeres, ingle­ses y demás demócratas. El hombre libre es un gue­rrero.


¿Cuál es el criterio de la libertad en los individuos y los pueblos? La resistencia que es preciso superar, el esfuerzo que demanda el mantenerse arriba. (...) Ningún pueblo importante que llegó a ser un pueblo de valía, llegó a serlo bajo insti­tuciones liberales; solo un grave peligro hizo de él algo dignó de veneración: el peligro nos da la noción de nuestros recursos, nuestras virtudes, nuestras ar­mas, nuestro espíritu, nos obliga, en suma, a ser fuertes... Primer axioma: hay que estar obligado a ser fuerte o si no, no se lo es nunca. Esos grandes semilleros del hombre fuerte, del tipo humano más fuerte que se ha dado jamás, las comunidades aristo­cráticas al estilo de Roma y Venecia, entendían la li­bertad exactamente en el sentido en que yo entiendo la palabra “libertad”: como algo que se tiene y no se tiene; que se quiere, que se conquista ...

viernes, 17 de agosto de 2012

¿Se acabó definitivamente el Frente Orden Nacional?




Desde hace unos días mi sorpresa fue mayúscula al ver que uno de los movimientos más acérrimos y consecuentes con el Ideal y Cosmovisión Nacionalsocialista en CHILE haya finalmente (bajo la presión de la prensa buitre y el Movilh) decidido a detener su actuar. El movimiento del que hablo es el FRENTE ORDEN NACIONAL (FON), el cual ya llevaba 8 años de riguroso activismo, compromiso y militancia por la Causa NS. Los motivos de su descenso los expongo textualmente a continuación:

"En atención a los acontecimientos que a partir del pasado mes de Julio han afectado al Movimiento, su Directorio ha debido evaluar en su totalidad la actual situación de la organización, a fin de proceder de la manera que resultare más prudente para con sus integrantes y necesidades.

Es por esto que, mediante decisión definitiva e irrevocable, se ha determinado la disolución total de Frente Orden Nacional, medida cuyo alcance comprende a todos y cada uno de los militantes, directores, Sedes, Secciones, sitios de Internet, y medios de difusión que hasta la fecha han servido al Movimiento. Por lo tanto, a partir de hoy, toda persona, agrupación o sitio de Internet, que bajo cualquier pretexto se atribuyere la representación de Frente Orden Nacional, o que sin hacer esto, se identificare con símbolos, imágenes, documentos u otros elementos propios de la organización, no comprometerá de forma alguna la responsabilidad de este ya disuelto Movimiento, ni a quienes en él hayan tomado parte.


Las razones que han motivado nuestra determinación son principalmente dos:


1. El reciente, viruliento y malintencionado acoso mediático llevado a cabo por MOVILH, “Judíos por la Diversidad”, “Comunidad Judía de Chile”, “Canal 13”, y “Chilevisión”, que, tras haber generado ambientes hostiles hacia nuestros militantes en hogares, barrios, liceos, universidades y entornos laborales, ha tornado en intolerable la sana convivencia cotidiana, incluso, motivando agresiones contra la propiedad e integridad física de las personas vinculadas a nuestro Movimiento. Si bien nosotros no tememos a la ruina y recibimos de cara al sol a la desgracia, es injusto que familiares y amigos tengan que cargar con la porquería escupida por las víboras cínicas del Lobby Gay-Sionista.

2. La decisión de cesar toda actividad política y social para concentrar esfuerzos en brindar la mayor y mejor ayuda posible a nuestro camarada Bernardo Mora. La presión ejercida por MOVILH, “Judíos por la Diversidad”, “Comunidad Judía de Chile”, y el periodismo-basura amarillista, bajo, poco ético y vendido de Claudio Mardones (Chilevisión), además de haber provocado el despido de Don Bernardo Mora de la empresa de seguridad en que prestaba servicios, ha generado un intenso desprestigio en su contra, lo que sumado a las complicaciones inherentes a su avanzada edad, ha dificultado su acceso a un nuevo empleo.

Queremos poner término a la irresponsable manipulación que la prensa chilena ha hecho de la imagen de Frente Orden Nacional, convirtiéndola en un producto comercial funcional a sus decadentes obsesiones por el rating y la venta de ediciones impresas, prescindiendo de informar objetiva y fundada, y explotando sin escrúpulos el morbo de las masas: ella nos ha atribuido gratuita y recurrentemente una supuesta ilegalidad y participación en hechos delictuales que jamás pudieron ser probados.

En concordancia con lo anterior, hemos decidido también tomar las acciones legales correspondientes contra el ex militante del Movimiento que, sirviendo al Sistema, estuvo dispuesto a recurrir a una organización de homosexuales (como es MOVILH), y ofrecer información personal, imágenes, y acusaciones infundadas contra Frente Orden Nacional.

A lo largo de nuestra existencia política, denunciamos la presencia en Chile de un poderoso Lobby dirigido por el Sionismo y el Movimiento LGTB, mediante el cual, y bajo pretexto de reivindicar derechos de las minorías, han manipulado sentimentalmente a la opinión pública e instituciones estatales, todo con la única finalidad de consolidar los objetivos inherentes a sus particulares ideologías y agendas internacionales. El Estado-títere ha sido entregado en bandeja, ahora que responda ante el Pueblo por los crímenes contra la Libertad que cometerá en nombre del “bien común”, que sólo representa a unos pocos.

Sabemos que esta determinación será reprobada por muchos, del mismo modo que otros no dudarán en expresar su dicha al conocerla, todo lo cual, no obstante, no ha pasado de ser un simple detalle en nuestra previsión, porque no ha sido el deseo por complacer la opinión de terceros lo que ha guiado nuestra existencia en estos ocho años de lucha, sino la voluntad resuelta de sus militantes por actuar consecuentemente con sus ideales.

La Democracia chilena no pasa de ser un cadáver pálido profanado por buitres egoístas. Disfruten su festín hasta el Despertar de Nuestro Pueblo.

Militantes, colaboradores, simpatizantes, traidores, enemigos dignos e indignos: un sincero agradecimiento a ustedes por su constancia. Un saludo, brazo derecho en alto. Heil Hitler".

Texto el cual también lo pueden encontrar en su website: www.chilens.org

Militantes del FON, sólo están dormidos, pero no muertos. Nos temen. Llegará el Renacer y Despertar de CHILE para cada uno de sus hijos. NueStra Lucha no empezó hoy ni terminará mañana ¡Vamos por todo!

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Stratega

jueves, 9 de agosto de 2012

Long live to Golden Dawn




"El Nacionalismo no existe sin el elemento social. NueStro Socialismo es NueStro amor activo para con NueStra Nación y NueStro Pueblo, que sobre todo ahora está pasando por momentos muy difíciles, y el deber de un Movimiento Nacional de verdad, es apoyar a estas personas y lograr la JUSTICIA SOCIAL" - Amanecer Dorado.

jueves, 2 de agosto de 2012

Idiosincracia Nacional






Por el Sub-Brigadier


Uno de los peores efectos de los desastrosos gobiernos democratosos de los últimos 18 años es la degradación psicológica de nuestro pueblo. Creemos que ningún profesional se ha ocupado de este tema, ni siquiera los gurús de la psicología que pululan en la TV y radios. La clave para detectar este fenómeno radica en la forma de expresarse de nuestro querido pueblo, especialmente de los shilenitos. Junto con simples muletillas-pregunta como .cachái, entendís, viste, ¿ya? Otras que no son muletillas inocuas se han hecho increíblemente populares, no por el estrato social en que abunden sino por su extensión en todos los estratos, incluidos catedráticos, profesores y locutores. Empecemos por el inefable “digamos”. El que habla es uno, singular. Afirma algo, lo que sea, y adiciona la partícula, más bien perversa muletilla "digamos", plural. ¿Qué hay detrás de esto? Inseguridad, falta de compromiso, de coraje incluso.

Al coronar su probablemente correcto aserto con aquel digamos escabulle su responsabilidad personal por lo que ha expresado, porque teme la desaprobación de su eventual auditorio con el consiguiente golpe a su ego. Decide sin pensarlo esconderse en una multitud indefinida, desconocida, en la que hasta pretende englobar a su interlocutor o interlocutores, quienes por supuesto no tienen nada que ver con lo que él afirma, estén o no de acuerdo después de escucharlo. Distinto eso sí al “digamos”, que se usa cuando debemos recurrir a una palabra que sabemos no es la exacta sino sólo una aproximación que no nos satisface.

Peor, pero igualmente expandido es el nefasto ¿no es cierto?. Está aún más clara la inseguridad. Afirma o niega algo, es su idea o posición personal sobre el punto específico. Mas, tras expresarla interroga a la otra parte, que sólo escucha, si lo que él ha dicho es cierto o no. Si no es cierto ¿para qué lo afirmó, si no quería mentir?

Tan nefasto es asimismo el .poco., y peor aún “poquito” con que los mismos conciudadanos liliputizan sus adjetivos y adverbios. Trasunta esta partícula un manifiesto sentimiento, quizás complejo, de inferioridad.

Es la eterna costumbre, caricaturizada acerbamente por nuestros “hermanos” tras las fronteras, de hablar en “chiquitito”. Tomamos tecito o cafecito, y no té o café, más tantísimos otros ejemplos que evidencian esta autodegradación inconsciente. Inconsciente pero evidente.

Menos abrumadora es la “de alguna manera”. Lo hemos escuchado tantas veces en miles de declaraciones de entrevistados, periodistas y autoridades de todo pelaje. Quizás en alguna oportunidad corresponde aclarar que lo dicho es válido pero sólo “de alguna manera”. Eso estaría bien, sin embargo no puede ser así en más del 99% de los casos. Al revés sí. No falta mucho para que escuchemos la noticia de que tal persona de alguna manera se murió un poquito...

Tenemos un país maravilloso, envidiado por la mayoría de otros no tan favorecidos por la Naturaleza. El Gobierno Chileno en 17 años nos hizo alcanzar alturas jamás soñadas y miramos por mucho tiempo hacia abajo al resto. Hemos avanzado en muchísimos campos. Tenemos una Raza privilegiada, con todas las excepciones que se nos quiera enrostrar que conocemos y lamentamos, pero que no cambiarán esa realidad. Fuerzas ocultas han animalizado a nuestra juventud, pero queda un buen porcentaje que todavía se salva y augura cierta esperanza. Soportamos un sistema legal que prostituye la justicia pero que un buen gobierno apolítico podrá cambiar fácilmente, junto con eliminar la delincuencia, la droga, la corrupción, la ignorancia y la injusticia social. Somos jaguares, aunque el contubernio demomarxista nos haga parecer gatos mojados. Entonces ¿por qué rebajarnos? ¿Por qué empequeñecernos sin motivo?

Dejamos estas preguntas a nuestros amables lectores para que de alguna manera tomen caldito de cabeza; un poquito, claro ¿no es cierto?

miércoles, 1 de agosto de 2012

Los conceptos de "Pueblo" y "Nación"





Naturaleza y cultura

Para discernir mejor el concepto de “pueblo” del de “población”, y el de “nación” del de “país”, apelaremos a una distinción que ha sido enfatizada desde el s. XIX, pero que deriva de los primeros sofistas griegos, de mediados del s. V a.C.: la delimitación entre “naturaleza” y “cultura”. Pues ya Protágoras decía que “la enseñanza requiere tanto del talento natural (phýsis) como del ejercitamiento” (D.-K. 80133); y Antifonte, por su parte, cuestionaba la diferenciación habitual entre “griegos” y “bárbaros”, ya que, aducía, “por naturaleza hemos nacidos todos similarmente en todo sentido; todos, tanto griegos como bárbaros, respiramos por la boca y la nariz, y comemos con la ayuda de las manos” (D.-K. 87B44). Es decir, se comenzaba a descubrir que, además de lo que existe cuando nace el hombre, existe, y como algo nuevo, lo que el hombre hace. Así, a grandes rasgos, pues, podemos caracterizar a la “cultura” como la acción específicamente humana y sus productos (desde un pequeño crimen hasta la más excelsa obra de arte), a diferencia de los procesos meramente orgánicos y físico-químicos de toda índole en que no entra en juego la mente humana.

“Población” y “pueblo”

Veamos, pues el concepto de “población”: este concierne a la totalidad de habitantes de un lugar, aun cuando no exista otro rasgo en común que el de co-habitarlo, y el de poseer, mayoritaria o centralmente, la misma lengua y quizás el mismo origen étnico. Hasta cierto punto, entonces, podría considerarse la “población” como un hecho natural o casi-natural. De acuerdo con lo dicho, en cambio, “pueblo” configura una creación cultural. “Pueblo”, en efecto, designa una ligazón de los habitantes de un país en torno a un objetivo común, un vínculo que conlleva implícitamente una voluntad de acción, o directamente un accionar conjunto. Esta diferenciación que hacemos implica cuando menos la posibilidad de que no todos los habitantes de un lugar participen o deseen participar en la persecución de una meta común.

Los objetivos del “pueblo”

Aquí ya debemos explicar, aunque sea del modo más esquemático, lo que entendemos por “objetivos comunes” y por “meta común”. En términos generales, cabe afirmar que la meta común cuya búsqueda liga entre sí a los integrantes del “pueblo” es la realización humana, el ser-más de cada uno y a la vez de todos, la humanización cada vez más plena de los hombres. Un fin que es, pues, “metafísico”, porque atañe al ser del hombre; lo cual no remite a un ámbito abstractamente misterioso, sino a lo que aquí describiremos como la armoniosa conjunción de los siguientes objetivos:

1. La satisfacción de las necesidades humanas más elementales (de alimentación, de vestimenta, vivienda, atención de la salud, etc.);

2. El cumplimiento de un trabajo que permita desplegar al máximo posible las aptitudes creativas personales, o que deteriore lo menos posible tales aptitudes;

3. La disposición de un “tiempo libre” en el cual las aptitudes creativas personales se desarrollen al máximo o se deterioren mínimamente; en lo cual tenemos en cuenta la indicación de H. Marcuse (One-dimensional Man, Londres, 1964, p. 49, n. 38) de que en el s. XX existe en los países industrializados más “tiempo de ocio” (leisure time) que en el s. XIX, pero no más “tiempo libre” (free time), y de que el “tiempo de ocio” es manipulado por los medios de comunicación masiva de un modo que deteriora toda aptitud creativa personal;

4. La organización del país en una nación independiente, en cuyas decisiones el hombre participe.

Esta enumeración de objetivos que acabo de hacer es puramente taxativa, de ningún modo cronológica o jerárquica.

Consciencia de la meta común

Por supuesto, no pretendemos que estos cuatro puntos sean asumidos explícitamente en el proyecto vital de cualquier ser humano, sino solo que es muy probable que su postulación fuera admitida por la gran mayoría de los hombres; y también que de hecho ya se encuentran presentes, de un modo menos preciso y esquemático que el expuesto, en los anhelos y pensamientos de la mayor parte de los individuos y de los pueblos.

Podría argumentarse que el objetivo que mencionamos en cuarto término no es patrimonio más que de una élite intelectual, extendido a los demás solo por un voluntarismo paternalista. Sin embargo, allí donde los pobladores se arraigan buscan, por una necesidad bien concreta, organizarse en sus esfuerzos comunes por afirmar su propia existencia en el lugar; aun cuando, sin duda, la historia de la paulatina organización de un “pueblo” es una cosa muy lenta y larga. Y la consciencia de los objetivos que hemos descripto puede ser más lúcida o menos lúcida, más precisa o menos precisa; pero en la medida en que esta consciencia sea común a los integrantes de un “pueblo”, proveerá a su accionar de una consciencia solidaria, una consciencia que podríamos considerar ético-metafísica, ya que promueve la realización plena como meta de los actos. Ahora bien, la detención en el cuarto de los objetivos que enumeramos nos lleva de la mano al concepto de “nación”, dado que en ese punto hemos subrayado el arraigo en un país y la organización en una nación independiente. Pues un “pueblo” puede nacer en el desierto, como los hebreos conducidos por Moisés en su marcha a través del Sinaí; pero su primera meta es “arraigarse” en un país, y a partir de allí “organizarse” para el logro de los objetivos comunes. Por consiguiente, la diferencia entre los conceptos de “país” y de “nación” reside en que con “país” se tiene en mente un “territorio poblado” –o al menos “poblable”-, en tanto que por “nación” entendemos la organización de un “pueblo”, arraigado en un “país’, a los fines de alcanzar solidariamente la realización humana. Al decir esto no estoy identificando “nación” con “Estado”, por cierto. Mi intención no es ahora detenerme en el concepto de “Estado”, pero en cuanto toca a la definición que hemos dado, “Estado” menta el aspecto de “organización”, mientras “nación” se refiere al “pueblo” como sujeto que se organiza. En ese sentido, podríamos decir que el concepto de “nación” implica algo personal, en tanto el de “Estado” algo cósico: cabe así decir que un “pueblo” tiene consciencia nacional, mientras hablar de “consciencia estatal” sería absurdo.

“Pueblo” y “anti-pueblo”

Volvamos ahora a la advertencia hecha sobre que el concepto de “pueblo” implica, por definición, la posibilidad de que no todos los habitantes de un país participen o deseen participar en la búsqueda de una meta común. Inclusive, añadamos ahora, puede darse el caso de que, dentro de la “población”, haya “individuos” o grupos que se opongan al proyecto nacional del “pueblo”. Abarcaremos en el concepto de “no-pueblo” a los individuos o grupos que, sin oponerse a dicho proyecto, no participan ni desean participar del destino común. Incluiremos, en cambio, en el concepto de “anti-pueblo” a los individuos o grupos que se oponen al “pueblo” en la consecución de sus objetivos. Estoy plenamente consciente de los riesgos implicados en el uso de expresiones tan esquematizantes como “no-pueblo” y “anti-pueblo”; creo que vale la pena asumir tales riesgos, en vista de la operatividad que, una vez precisados, veremos que ofrecen dichos conceptos, y que es sin duda mucho mayor que la operatividad acreditada históricamente por conceptos como el de “clase”. No obstante, y para evitar excesivas cacofonías, recurriremos a dos eufemismos, cuya intención espero no sea malentendida como europeizante: “la Nobleza”, para remitir a nuestro concepto de “antipueblo”; y “el Tercer Estado”, para denotar nuestro concepto de “no-pueblo”. Tratemos ahora de delimitar más claramente estos conceptos. ¿Podemos hacerlo en base a la cantidad, de modo tal que el “pueblo” fuese la mayoría de la “población” y la “Nobleza” una minoría? Sin embargo, de ser así, y teniendo en cuenta que sin duda la “Nobleza” cuenta también con objetivos comunes a sus integrantes -en vista a los cuales precisamente combate al “pueblo”-, faltaría la distinción cualitativa. En ese sentido, bien decía Aristóteles que el número “es accidental”, y que lo que hace la diferencia esencial es que, en el caso que él considera “correcto”, se atiende “al beneficio común”, mientras en el de los que denomina “desviaciones”; se mira “a los intereses particulares” (Política III 5, 1279a-b). Extraemos esta indicación aristotélica del contexto en que se halla, porque nos resulta esclarecedora para nuestro análisis. En efecto, en lo que concierne a la descripción que hicimos de los cuatro objetivos que persigue el “pueblo”, podemos advertir que cada integrante del pueblo quiere o puede querer tales objetivos para todos los pobladores del país. En lenguaje aristotélico, pues, lo que denominamos “pueblo” quiere “el bien común”. Pero la “Nobleza” no quiere ni puede querer “el bien común”, puesto que, por definición, se opone a la voluntad del “pueblo”; el “bien común” entraría en colisión con sus “intereses particulares”.

“Pueblo” y “anti-pueblo” en América Latina

Voy a ejemplificar con la experiencia que me es más familiar. Pienso, en efecto, que ya resulta claro que, al hablar de “anti-pueblo”, no estoy rotulando un fantasioso producto de laboratorio, sino mentando una realidad tan concreta como cruda en América Latina, a saber, la oligarquía ligada a los centros internacionales de poder financiero. En relación con los cuatro objetivos comunes que enumeramos como constituyentes del proyecto de realización humana del pueblo, advirtamos que dicha oligarquía podría condescender en la búsqueda del primero de ellos (la satisfacción de las necesidades elementales), y quizá, en principio, decir que no es cosa suya el logro del segundo objetivo y del tercero. Pero jamás podría aceptar la aproximación al cuarto, el referido a la organización de una nación independiente y a la participación del “pueblo” en las decisiones, pues esto quebrantaría las bases de su propio poder y de su misma existencia; y no solo porque la participación popular en las decisiones deterioraría su privilegio, sino porque su poder sectorial se apoya esencialmente en la dependencia de su país respecto de los centros internacionales de poder financiero. Precisamente por eso, cada vez que la “Nobleza” ataca, lo más probable es que en el bando de enfrente esté el “pueblo”. Si se tuviese esto en claro, no se habría producido -ni persistiríaese fenómeno de autoengaño que hemos observado y seguimos observando en la Argentina, donde los teóricos de la política se niegan a hablar del peronismo como un movimiento popular -o, en el gobierno, como un gobierno popular-, y prefieren calificarlo de “populismo”, pretendiendo negarle su condición de “pueblo” y presentándolo como una aglutinación demagógica de una mayoría favorecida solo superficialmente. Cualquiera que eche una mirada a la historia política argentina de los últimos cuarenta años puede advertir que la oligarquía agropecuaria ligada a los intereses extranjeros estuvo siempre en el bando opuesto al peronismo, y, en tal condición, derrotada claramente por este en todos los comicios y su vencedora solo merced a violentos golpes militares.

“Elite” y “pueblo”

En este punto, de todos modos, cabe señalar que el ser atacado por la “Nobleza” no es por sí solo garantía de que el conjunto atacado sea el “pueblo”. Pues el ataque también puede desatarse sobre una “vanguardia esclarecida” que desafíe a la “Nobleza” en forma inclusive más clara y agresiva de lo que lo haría el “pueblo”, y se convierte entonces en chivo expiatorio, sea por el temor de la “Nobleza” de que el brote sea epidémico, sea porque ella se forja la ilusión de que está combatiendo a su real enemigo. En este segundo caso, la ilusión es por partida doble, ya qué no solo la “Nobleza” toma a la élite por “pueblo”, sino que esta también se ilusiona con que es “pueblo” o con que lo representa. Sin embargo, el “pueblo” jamás se forma o actúa en base a una “vanguardia esclarecida”. Y aquí sí, para advertir la diferencia, cuenta el número, ya que esa “vanguardia” es una pequeña minoría, en tanto el “pueblo” es siempre mayoría. De todos modos lo esencial a este sigue siendo la consciencia solidaria de los objetivos comunes, solo que estos objetivos también pueden ser postulados por esa “élite ilustrada”, y en forma más marcada y explícita. Porque la consciencia que de sus propósitos tiene un individuo suele ser más clara que la de una pluralidad de individuos, máxime si ese individuo es intelectual y si esa pluralidad es muy vasta (aunque la “sabiduría popular” es generalmente más profunda y duradera, quizá por formarse con la lenta sedimentación de las experiencias). Y este hecho origina que tal individuo o una élite compuesta por tales individuos enjuicien el comportamiento del “pueblo”, y el grado de consciencia alcanzado por este, dictaminando que la consciencia del “pueblo” está aún inmadura o no existe. En ese sentido persiste hoy en día el voluntarismo liberal de la filosofía política de Hegel, quien parte del concepto de libertad como voluntad racional y universal, entendiendo por voluntad universal no lo que quieren todos o la mayoría de los pobladores, sino la voluntad racional que solo la “vanguardia ilustrada” puede poseer y que por sí sola acredita su universalidad. En cambio, dice Hegel, “el pueblo, en la medida que con esta palabra se designa una parte determinada del Estado, expresa la parte que precisamente no sabe lo que quiere. Saber lo que se quiere y, más aún, lo que quiere la voluntad que es, en sí y para sí, la razón, es el fruto de un profundo conocimiento y sabiduría, que no son precisamente cosa del pueblo”.
(Grundlinien der Philosophie des Rechts § 301; 4a. ed., J. Hoffmeister, Hamburgo, 1955, pp. 261s.). Hemos hablado de élite o “vanguardia”, pero en rigor debemos usar el plural, ya que puede haber muchas y con una gran variedad de ideologías, que lleguen a ser inclusive “opuestas”, con la sola característica común de “vanguardias ilustradas”. En tanto tales, estas “vanguardias” no pueden integrarse en el “pueblo”, aún cuando eventualmente exista coincidencia de objetivos; los individuos que integran las élites sí pueden integrarse al pueblo, a condición de renunciar a todo carácter de “vanguardia esclarecida”, y sin perjuicio de sumar su aporte a los estudios teórico-prácticos que se hagan en el seno del “pueblo”. En cualquier caso, y siempre que una miopía total no las haga cómplices de la “Nobleza”, las élites no forman parte de esta, sino más bien de lo que denominamos “no-pueblo” o “Tercer Estado”, y que ahora estamos describiendo.

“Sector neutro” y “pueblo”

El “Tercer Estado”, en efecto, dista de agotarse en las élites, sino que su franja más amplia es ocupada por lo que bautizaremos como “sector neutro”, por el hecho de que es el único sector o grupo que no se pronuncia a favor o en contra del “pueblo” (aloja, naturalmente, opiniones individuales o aisladas, si no hay compromiso ni riesgos, pero que nunca abarcan a más de un individuo). Se trata de un conjunto de personas que pueden pertenecer a muy diversas clases sociales y estamentos, y que, aparte de las afinidades lingüísticas y étnicas, no cuentan con otros rasgos en común que los de vivir en una misma región bajo las mismas leyes y costumbres. Alguien podría objetar aquí que rasgos comunes tales como los étnicos y lingüísticos y la vida en un mismo país bajo las mismas leyes y costumbres son precisamente los rasgos que de ordinario se tienen más en cuenta al describir el concepto de “nación” y al caracterizar al “pueblo” que hay en ella. Y sin embargo, si se admite la noción de “consciencia nacional” como consciencia de un proyecto de realización común, deberá convenirse también en que no hay nada más ausente que ella en ese “sector” que denominamos “neutro”. Pues en dicho “sector” solo hay proyectos de uno, a lo sumo de dos, pero nunca más allá de un individuo o de una pareja. Y esta diferencia se hace en este caso más substancial que en las otras relaciones consideradas, ya que puede haber circunstancias en que la cantidad de individuos que componen este “sector neutro” aumente hasta el punto que este sea numéricamente mayoritario dentro de la población. En tales circunstancias no cabe hablar de “pueblo”, ya que el “pueblo” solo puede existir mayoritariamente. Así, de producirse eso, solo habrá “Tercer Estado” y “Nobleza”. No obstante, ni aún en tales circunstancias estos dos conjuntos se identifican ni se asimilan entre sí. La “Nobleza” puede, ciertamente, instrumentar tanto al “sector neutro” como a las élites para sus fines antinacionales, o, al menos, mantenerlos bajo control. Lo que no veremos es que la “Nobleza” combata al “sector neutro”, sea este minoría o mayoría, en lo cual este se distingue claramente del “pueblo”.

“Anti-pueblo” sin “pueblo”

Aquí debemos modificar o al menos precisar nuestra caracterización anterior de la “Nobleza”, en tanto la basamos en la oposición de esta al proyecto del “pueblo”, y ahora presumimos su existencia incluso allí donde decimos que no hay ya “pueblo”, sino solo “Tercer Estado”, con un “sector neutro” mayoritario que no tiene un proyecto común y que, por lo mismo, no es atacado en su accionar. Lo que sucede es que hoy en día ningún país de la tierra puede substraerse a la marcha de la historia, sino que siempre participa en esta, sea a través de un proyecto nacional o de un proyecto anti-nacional, por más efímero o incoherente que resulte. Y si no hay un “pueblo” que impulse un proyecto nacional, el proyecto que se ejecute será anti-nacional, ya que frenará toda posibilidad de realización humana común y, ante todo, la de organización nacional. Y para ello siempre deberá haber una minoría anti-nacional que coincida con lo que hemos denominado “Nobleza”, aunque no esté su acción centrada en combatir al “pueblo”, sino a lo sumo en prevenir la eventual aparición del “pueblo”.

Surgimiento y evolución del “pueblo”.

Cómo surge el “pueblo” allí donde no existía y la plaza mayoritaria era ocupada por el “sector neutro”, constituye para mí un problema del cual por ahora solo puedo tomar nota, ya que mi conocimiento de la historia de América Latina no me permite más que conjeturar que el surgimiento de un “pueblo” no se sujeta a leyes históricas más o menos detectables, y como mucho advertir algunos hechos que facilitan la creación cultural de un “pueblo”, tales como la aparición de líderes y coyunturas que propician la madurez de la consciencia “popular”. Por lo demás, una vez en escena los “pueblos”, su evolución no es rectilínea hacia los objetivos, puesto que, por un lado, no basta la voluntad de lucha, creación y sacrificio y, por otro, la cosa se juega en buena parte fuera de los límites de una sola “nación” y de un solo “pueblo”. En esa evolución, el “pueblo” puede ser golpeado y sometido; pero en el lapso siguiente solo quedará aletargado, nunca extinguido: una vez que se toma “consciencia nacional” ya no se la pierde, y el “pueblo” solo puede cesar de existir con la civilización íntegra a que pertenece.

“Pueblo” y “nación” en Latinoamérica.

Finalmente, queda aún por reflexionar sobre la posibilidad de aplicación de los conceptos que he descripto al proyecto bolivariano de unidad latinoamericana. Hoy en día podemos discernir tres metas escalonadas en el cumplimiento pleno de dicha propuesta, aunque esta sea en principio explícita solo en cuanto a la segunda meta; la primera sería “nacional” y la tercera “mundial”. En efecto, ningún individuo puede realizarse en una comunidad que no se realice -esto es, en un país que no sea “nación”- y análogamente, ninguna “nación” de la tierra puede realizarse en un mundo que no se realice. Hablar de la realización humana en términos planetarios suena a utopía renacentista y parece convertir el análisis filosófico en fantasía pura. Y sin embargo, es lo mismo que, con un lenguaje político realista, plantean los representantes del Tercer Mundo ante los poderes hegemónicos en las conferencias internacionales. Y precisamente la denominación “Tercer Mundo” designa una realidad socio-política más amplia que la “nacional” y más reducida que la mundial; realidad socio-política que es más concreta y homogénea aún si la restringimos a América Latina. Vale decir, la unidad latinoamericana sería la segunda meta. La mayor dificultad estriba en que, de diversas maneras, el logro de la tercera meta condiciona la plenitud de las dos anteriores, especialmente porque el “anti-pueblo” sienta sus reales en ese nivel mundial, y es allí donde combate al “pueblo” de cada “nación” y de toda Latinoamérica. Por cierto que mi análisis se detiene aquí, ya que no cuento con la experiencia adecuada para responder a la pregunta de sí hay o puede haber un “pueblo” latinoamericano que haga suyo un proyecto de “nación” latinoamericana más allá de todo voluntarismo elitista. En este punto solo arriesgaría una conjetura afirmativa, en base a la similitud de los procesos históricos, sociales, económicos y políticos en toda Latinoamérica y a la casi certeza de que hay un destino común que poco a poco se va asumiendo en todas partes. Por ello considero que un análisis como el que bastante burdamente acabo de presentar podría ser afinado y precisado dialógicamente, y de ese modo configuraría un aporte nada insubstancial de la filosofía a la propuesta de Bolívar de unidad latinoamericana.