Por Friedrich Nietzsche
A veces el valor de una cosa no
reside en lo que con ella se consigue, sino en lo que por ella se paga, en lo
que nos cuesta. Consignaré un ejemplo. Las instituciones liberales, una vez
impuestas dejan de ser pronto liberales; posteriormente, nada daña en forma
tan grave y radical la libertad como las instituciones liberales. Sabidos son
sus efectos: socavan la voluntad de poder, son la nivelación de montaña y valle
elevada al plano de la moral, empequeñecen y llevan a la pusilanimidad y a la
molicie; con ellas triunfa siempre el hombre-rebaño.
El liberalismo significa el
desarrollo del hombre-rebaño. Las mismas instituciones, mientras se brega por
ellas, producen otros efectos; promueven también, en efecto, poderosamente la
libertad. Bien mirado, es la guerra la que produce estos efectos; la guerra
librada por las instituciones liberales, que como guerra perpetúa los instintos
antiliberales. Y la guerra educa para la libertad. Pues ¿qué significa
libertad? Que se tiene la voluntad de responsabilidad personal. Que se
mantiene la distancia jerárquica que diferencia. Que se llega a ser más
indiferente hacia la penuria, la dureza, la privación y aun hacia la vida. Que
se está pronto a sacrificar en aras de su causa vidas humanas, la propia
inclusive. Significa la libertad que los instintos viriles, guerreros y
triunfantes privan sobre otros instintos, por ejemplo, los de la “felicidad”.
El hombre libertado, y, sobre todo, el espíritu libertado, pisotea el
despreciable bienestar con que sueñan mercachifles, cristianos, vacas, mujeres,
ingleses y demás demócratas. El hombre libre es un guerrero.
¿Cuál es el criterio de la
libertad en los individuos y los pueblos? La resistencia que es preciso
superar, el esfuerzo que demanda el mantenerse arriba. (...) Ningún pueblo
importante que llegó a ser un pueblo de valía, llegó a serlo bajo
instituciones liberales; solo un grave peligro hizo de él algo dignó de
veneración: el peligro nos da la noción de nuestros recursos, nuestras
virtudes, nuestras armas, nuestro espíritu, nos obliga, en suma, a ser fuertes...
Primer axioma: hay que estar obligado a ser fuerte o si no, no se lo es nunca.
Esos grandes semilleros del hombre fuerte, del tipo humano más fuerte que se ha
dado jamás, las comunidades aristocráticas al estilo de Roma y Venecia,
entendían la libertad exactamente en el sentido en que yo entiendo la palabra
“libertad”: como algo que se tiene y no se tiene; que se quiere, que se
conquista ...
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