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sábado, 31 de agosto de 2013

El Sindicalismo Revolucionario




Por Georges Sorel


Me he preguntado con frecuencia si no debía insistir en las cuestiones que había tratado, de una manera demasiado breve o demasiado superficial, en el Porvenir socialista de los Sindicatos -aprovechándome de las experiencias ocurridas desde 1897 y de los conocimientos más extensos que he adquirido de los principios del socialismo, -para dar una exposición más clara, metódica y profunda del movimiento sindical. Siempre me ha detenido la extraordinaria amplitud de los problemas que se me presentaban, cuando me ponía a reflexionar sobre estas cosas; por otra parte, estos últimos años han sido singularmente ricos en hechos imprevistos, que han venido a hacer vanas las síntesis que parecían mejor establecidas. Cuando se cree haber hallado un sistema que abarca convenientemente las comprobaciones que se juzgan más importantes, un estudio más detallado o un incidente fuerzan a abandonar todo.

No estamos aquí en presencia de fenómenos pertenecientes a géneros clásicos, de fenómenos que todo trabajador serio pueda vanagloriarse de poder observar correctamente, definir con exactitud, explicar de manera satisfactoria, utilizando principios aceptados en la ciencia. Los principios faltan aquí en absoluto; es, por lo tanto, imposible llegar a describir con precisión y claridad; a veces, hasta hay que temer un excesivo rigor de lenguaje, porque estaría en contradicción con el carácter fluente de la realidad y ese lenguaje engañaría. Debe procederse por tanteos, probar hipótesis verosímiles y parciales, contentarse con aproximaciones provisionales, para dejar siempre la puerta abierta a correcciones progresivas.

Esta impotencia relativa debe parecer muy despreciable a los grandes señores de la sociología, que fabrican, sin el menor cansancio, vastas síntesis que abarcan una seudohistoria del pasado y un futuro quimérico; pero el socialismo es más modesto que la sociología.

Mi folleto es uno de estos tanteos. Cuando lo escribí, en 1897, estaba muy lejos de saber todo lo que sé hoy; por lo demás, me proponía un fin bastante restringido: llamar la atención de los socialistas sobre el gran papel que podían estar llamados a desempeñar los sindicatos en el mundo moderno. Veía que había muchos prejuicios contra el movimiento sindical y creía que este estudio contribuiría a disipar algunos; para conseguir mi fin, debía tocar muchas cuestiones más que profundizar ninguna.

En aquella época, la idea de la huelga general era odiosa para la mayor parte de los jefes socialistas franceses, y yo creí prudente suprimir un capítulo que había consagrado a mostrar la importancia de esta concepción. Desde entonces, han ocurrido grandes cambios: en 1900, cuando reedité mi artículo, la huelga general ya no era considerada como una simple insania anarquista; hoy es sostenida por el grupo del Mouvement Socialiste. Más de una vez, Jaurés ha dado a entender que era partidario de este modo de concebir la revolución[1]; esto ha sucedido cuando ha necesitado el apoyo de los sindicalistas, pero luego ha rechazado esa utopía, que no conviene a los ricos accionistas de su periódico, a los dreyfusistas de la Bolsa ni a las condesas socialistas. Lo que debe atraer nuestra atención es que Lagardelle y Berth, a quienes nadie, en el mundo socialista, gana en talento, en saber y en abnegación, han llegado, mediante la observación y la reflexión, a defender la huelga general; gracias a esto, se han convertido en Francia en los representantes más autorizados del sindicalismo revolucionario.
Quizá no está lejano el momento en que no se encuentre mejor medio de definir el socialismo que por la huelga general; entonces se verá claramente que todo estudio socialista debe hacerse sobre las direcciones y cualidades del movimiento sindical.

En la tesis de la huelga general hay que señalar tres propiedades importantes:

1º.   En primer lugar, expresa de un modo infinitamente claro, que el tiempo de las revoluciones políticas ha terminado, y que el proletariado se niega a dejar constituir nuevas jerarquías. Esta fórmula no sabe nada de los derechos del hombre, de la justicia absoluta, de las constituciones políticas y de los parlamentos; no niega pura y simplemente el gobierno de la burguesía capitalista, sino también toda jerarquía más o menos análoga a la burguesía. Los partidarios de la huelga general aspiran a hacer desaparecer todo lo que había preocupado a los antiguos liberales: la elocuencia de los tribunos, el manejo de la opinión pública, las combinaciones de partidos políticos. Esto sería, desde luego, el mundo al revés; pero ¿no ha afirmado el socialismo que quería crear una sociedad enteramente nueva? Más de un escritor socialista, demasiado alimentado por las tradiciones de la burguesía, no llega, sin embargo, a comprender tal locura anarquista; se pregunta lo que podría venir después de la huelga general: sólo sería posible una sociedad organizada conforme al plan mismo de la producción, es decir, la verdadera sociedad socialista.

2º.  Kautsky afirma que el capitalismo no puede ser abolido fragmentariamente y que el socialismo no puede realizarse por etapas. Esta tesis es ininteligible cuando se practica el socialismo parlamentario: cuando un partido entra en una asamblea de deliberación, es con la esperanza de obtener concesiones de sus adversarios; y la experiencia muestra que, en efecto, las obtiene. Toda política electoral es evolucionista, aun admitiendo que muchas veces no obliga a transigir sobre el principio de la lucha de clases. La huelga general es una manera de expresar la tesis de Kautsky de un modo concreto; hasta ahora, no se ha dado ninguna fórmula que pueda llenar el mismo oficio.

3º.  La huelga general no ha nacido de reflexiones profundas sobre la filosofía de la historia; ha surgido de la práctica. Las huelgas no serían más que incidentes económicos de una importancia social mínima, si los revolucionarios no interviniesen para cambiar su carácter y convertirlas en episodios de la lucha social. Toda huelga, por local que sea, es una escaramuza en la gran batalla que se llama la huelga general. Las asociaciones de ideas son aquí tan simples que basta indicárselas a los obreros en huelga para hacer de ellos socialistas. Mantener la idea de guerra, hoy que tantos esfuerzos se hacen para oponer al socialismo la paz social, parece más necesario que nunca.

Los escritores burgueses, acostumbrados a catalogar las escuelas filosóficas y religiosas por medio de algunas fórmulas breves, conceden una importancia mayor a los axiomas que se leen a la cabeza de los programas socialistas. Con frecuencia han pensado que, criticando estas oscuras declaraciones y demostrando que están vacías de sentido reducirían el socialismo a la nada. La experiencia ha mostrado que tal método no conduce a nada y que el socialismo es independiente de los supuestos principios defendidos por sus teóricos oficiales. Yo compararía a éstos con los teólogos. Un sabio católico, Eduard Le Roy, se pregunta si los dogmas de su religión suministran algún conocimiento positivo sobre algo[2]; promulgados para condenar determinadas herejías, parece que se habría conseguido mucha más claridad si se hubiesen limitado a simples negaciones. Los Congresos socialistas, asimismo, harían bien en decir que rechazan ciertas tendencias que se manifiestan en los partidos; si adoptan otro sistema, es porque sus axiomas son de tal modo vagos que puede aceptarlos todo el mundo.

Se afirma con frecuencia que es menester organizar al proletariado en el terreno político y económico para conquistar el poder, con objeto de reemplazar la sociedad capitalista por una sociedad comunista o colectivista, He aquí una fórmula magnífica y misteriosa que puede entenderse de muchas maneras; pero la más sencilla de todas las interpretaciones es la siguiente: provocar la formación de asociaciones obreras, propias para crear la agitación contra los patronos; hacerse el abogado de los obreros cuando están en huelga y pesar sobre las administraciones públicas para que intervengan en favor de los trabajadores; hacerse nombrar diputado con el apoyo de los sindicalistas[3], y usar de su influencia, bien para que obtengan algunas ventajas los electores obreros, bien para que se den puestos a algunos hombres influyentes del mundo trabajador[4]; en fin, lanzar de vez en cuando algún discurso resonante sobre las bellezas de la sociedad futura. Esta política está al alcance de todos los ambiciosos, y no exige que se entienda nada de socialismo para practicarla: es la de Augagneur y demás diputados socialistas que no han querido seguir en el partido socialista.

En mi opinión, no debe concederse la menor importancia a toda esta literatura. Los jefes oficiales del partido socialista se parecen, con harta frecuencia, a marinos de agua dulce a quienes el azar hubiese lanzado al gran mar y que navegasen sin saber hallar su camino en un mapa, reconocer las señales y tomar precauciones contra las tempestades. Mientras estos presuntos jefes meditan sobre la redacción de axiomas nuevos, acumulan vanidad sobre vanidad, y creen imponer su pensamiento al movimiento proletario, se encuentran sorprendidos por acontecimientos que todo el mundo espera, fuera de sus conciliábulos de sabios, y quedan estupefactos ante el menor incidente parlamentario[5].

Al mismo tiempo que los teóricos oficiales del socialismo se mostraban tan impotentes, unos hombres ardientes, animados de un sentimiento de libertad, de vigor prodigioso, tan ricos en amor al proletariado como pobres en fórmulas escolásticas, y que sacaron de la práctica de las huelgas una concepción clarísima de la lucha de clases, lanzaban el socialismo por la nueva vía que empieza a recorrer hoy[6].

El sindicalismo revolucionario turba las concepciones que se habían elaborado maduramente en el silencio del gabinete; marcha, en efecto, al azar de las circunstancias, sin cuidarse de someterse a una dogmática y dirigiendo más de una vez sus fuerzas por caminos que condenan los sabios. ¡Espectáculo desalentador para las almas nobles que creen en la soberanía de la ciencia en el orden moderno, que esperan la revolución de un vigoroso esfuerzo del pensamiento, y se imaginan que la idea dirige el mundo desde que éste se ha librado del oscurantismo clerical!

Es muy probable que se hayan perdido muchas fuerzas a consecuencia de esta táctica que, según ciertos intelectuales, merece el nombre de bárbara; pero también se ha producido mucho trabajo útil. Según prueba la experiencia superabundantemente, la revolución no posee el secreto del porvenir y procede como el capitalismo, precipitándose por todas las salidas que se le ofrecen.

El capitalismo no ha salido malparado de lo que se ha llamado su ceguera y su locura: si la burguesía hubiese escuchado a los hombres prácticos, sabios y morales, se habría horrorizado ante el desorden que creaba con su actividad industrial, habría pedido al Estado que ejerciese un poder moderador y habría seguido por una senda conservadora. Marx describe en términos magníficos la obra prodigiosa que ha sido realizada sin plan, sin jefe y sin razón: Como nadie lo había hecho antes que ella, ha mostrado de qué es capaz la debilidad humana. Ha creado otras maravillas que las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas: ha realizado otras campañas que invasiones y cruzadas[7].

La burguesía ha actuado revolucionariamente y contra todas las ideas que los sociólogos se forman de una actividad potente y capaz de alcanzar grandes resultados. La revolución se ha fundado en la transformación de los instrumentos de producción, hecha al azar de las iniciativas individuales; pudiera decirse que ha obrado según un modo materialista, ya que nunca la ha guiado la idea de los medios a emplear para conseguir la grandeza de una clase o un país. ¿Por qué no podría seguir el mismo camino el proletariado y marchar hacia adelante sin imponer ningún plan ideal? Los capitalistas, en su furor innovador, no se ocupaban lo más mínimo de los intereses generales de su clase o su patria; cada uno de ellos consideraba únicamente el mayor beneficio inmediato. ¿Por qué los sindicatos han de subordinar sus reivindicaciones a altos intereses de economía nacional y no se han de aprovechar todo lo posible de sus ventajas cuando las circunstancias les son favorables? El poder y la riqueza de la burguesía se basaban en la autonomía de los directores de empresa. ¿Por qué no se ha de basar la fuerza revolucionaria del proletariado en la autonomía de las rebeliones obreras?

En efecto, el sindicalismo revolucionario concibe su papel de esta manera materialista, calcada en cierto modo sobre la práctica del capitalismo. Saca partido de la lucha de clases, como el capitalismo lo había sacado de la concurrencia, empujado por un vigoroso instinto de producir una acción mayor de lo que permiten las condiciones materiales. Los individuos que se precian de conocer la ciencia social y la filosofía de la historia, se muestran muy desconfiados al ver manifestarse instintos tan indisciplinados; se preguntan, con una inquietud a veces cómica, adónde conducirá semejante barbarie; se preocupan de prever las reglas que el proletariado deberá adoptar cuando las fuerzas difusas de la revolución se concentren, se organicen y tengan necesidad de órganos reguladores. Hay en toda esta actitud de los doctos infinita ignorancia.

No he de recordar a los compatriotas de Vico lo que este gran genio ha escrito sobre las condiciones en medio de las cuales se producen los ricorsi, estos sobrevienen cuando el alma popular vuelve a estados primitivos; cuando todo es instructivo, creador y poético en la humanidad. Vico encontraba en la Edad Media la ilustración más firme de su teoría; los comienzos del Cristianismo serían incomprensibles si no se supusiese, en los discípulos entusiastas, un estado análogo al de las civilizaciones arcaicas. El socialismo no puede aspirar a renovar el mundo si no se forma de la misma manera.

No nos asombra, pues, ver a las teorías socialistas caer unas después de otras, mostrarse tan débiles cuando el movimiento proletario es tan fuerte; entre ambas cosas no hay más que un lazo artificial. Las teorías han nacido de la reflexión burguesa[8]; se presentan, por lo demás, como perfeccionamientos de filosofías éticas o históricas, elaboradas en una sociedad que ha llegado, desde hace mucho, a los grados más altos de intelectualismo; estas teorías nacen, pues, ya viejas y decrépitas. A veces dan la ilusión de una realidad que les falta, porque expresan con fortuna un sentimiento accidentalmente unido al movimiento obrero y se deshacen tan pronto como ese accidente desaparece. El sindicalismo revolucionario que no toma nada del pensamiento burgués, tiene, en cambio, el porvenir abierto ante sí.

El sindicalismo revolucionario encarna, a la hora presente, lo que hay en el marxismo de verdadero, de profundamente original, de superior a todas las fórmulas: a saber, que la lucha de clases es el alfa y omega del socialismo; que no es un concepto sociológico para uso de los sabios, sino el aspecto ideológico de una guerra social emprendida por el proletariado contra todos los jefes de industria; que el sindicato es el instrumento de la guerra social.

Con el tiempo, el socialismo sufrirá la evolución que le imponen las leyes de Vico: deberá elevarse por encima del instinto y hasta puede decirse que esto ha comenzado ya; el marxismo rejuvenecido y profundo que defienden en Francia Lagardelle y Berth, en Italia valerosos escritores, en medio de los cuales brilla Arturo Labriola, es ya el producto de tal evolución. La sabiduría y profunda inteligencia de estos jóvenes marxistas, se manifiestan en que no pretenden anticiparse al curso de la historia y tratan de comprender las cosas a medida que se producen.
Yo quisiera llamar ahora muy brevemente la atención sobre algunas de las dificultades más graves que presenta el sindicalismo revolucionario.

a)      Hemos partido de la idea de que el sindicalismo persigue una guerra social, pero se nos objeta que la guerra no puede ser considerada, a la hora presente, como el régimen normal de los pueblos civilizados; la guerra no es más que un incidente y todos los esfuerzos de la gente razonable tienden a hacer este incidente más caro y menos temible. ¿Por qué no introducir la acción diplomática en la guerra social, para conseguir la paz? Hay una gran diferencia entre la guerra de los Estados y la de las clases. Ninguna potencia aspira ya a la monarquía universal, todas fundan su política en un ideal de equilibrio; de este modo, los conflictos se hacen muy limitados y la paz puede resultar de concesiones recíprocas. El proletariado, en cambio, persigue la ruina completa de sus adversarios y determina la noción de equilibrio por la propaganda socialista; las huelgas no pueden originar una verdadera paz social.

Cuando los sindicatos se hacen muy grandes, les ocurre lo mismo que a los Estados: los estragos de la guerra son entonces enormes, y los directores vacilan en lanzarse a aventuras. Muchas veces los defensores de la paz social han confesado que desearían que las organizaciones obreras fuesen muy poderosas para que de este modo estuvieran condenadas a la prudencia. Así como entre los Estados estallan a veces guerras de tarifas, que terminan por lo general en tratados de comercio, del mismo modo, el establecimiento de acuerdos entre grandes federaciones patronales y obreras, podría poner término a los conflictos sin cesar renacientes. Estos acuerdos, como los tratados de comercio, tenderían a la prosperidad común de los dos grupos, sacrificando algunos intereses locales. Al mismo tiempo que se hacen prudentes, las federaciones obreras grandes llegan a considerar las ventajas que les procura la prosperidad de los patronos y a tener en cuenta los intereses nacionales. El proletariado se ve así arrastrado a una esfera extraña a él, se transforma en el colaborador del capitalismo; la paz social parece próxima a convertirse en el régimen normal. El Sindicalismo revolucionario conoce esta situación tan bien como los pacificadores y teme las centralizaciones fuertes; actuando de una manera difusa, puede mantener en todas partes la agitación huelguística: las guerras largas han engendrado o desarrollado la idea de patria; la huelga local y frecuente no cesa de rejuvenecer la idea socialista en el proletariado, de fortalecer los sentimientos de heroísmo, de sacrificio y de unión, y de mantener siempre viva la esperanza de la revolución.

b)      Se ha hecho observar que las antiguas revoluciones no han sido pura y simplemente guerras, sino que han servido para imponer sistemas jurídicos nuevos. ¿A qué puede tender la nueva revolución social?
Ya he dicho que las fórmulas teóricas oficiales del socialismo son muy poco satisfactorias; mas si se parte de la idea sindicalista, se ve uno naturalmente conducido a considerar la sociedad bajo un aspecto económico: todas las cosas deben reducirse al plano de un taller que marcha con orden, sin perder el tiempo y sin dejarse guiar por el capricho.

Si el socialismo aspira a transportar a la sociedad el régimen del taller, nunca se concederá bastante importancia a los progresos que se hacen en la disciplina del trabajo, en la organización de los esfuerzos colectivos, en el funcionamiento de las direcciones técnicas. En las buenas costumbres del taller está evidentemente la fuente de donde saldrá el derecho futuro; el socialismo heredera no sólo los instrumentos que hayan sido creados por el capitalismo y la ciencia que haya nacido del desarrollo técnico, sino también los procedimientos de cooperación que a la larga se habrán constituido en las fábricas, para sacar el mejor partido posible del tiempo, de las fuerzas y aptitudes de los hombres. Estimo, en consecuencia, muy lamentables ciertos consejos que se han dado, más de una vez, a los obreros para desperdiciar el trabajo; el sabotaje es un procedimiento del antiguo régimen y no tiende en modo alguno a orientar a los trabajadores en el camino de la emancipación. En el espíritu popular quedan aún numerosas supervivencias lamentables de este género, que el socialismo debía hacer desaparecer.

c)       Es evidente que en una sociedad las relaciones de los hombres no pueden estar reguladas únicamente por la guerra; en nuestros países democráticos, sobre todo, infinitas complicaciones hacen imposible mantener el estado de guerra en todos los dominios. Examinemos sumariamente los principales terrenos en los cuales se efectúa la unión:

1º.    Cuando se habla de la democracia, hay que preocuparse menos de las constituciones políticas que de lo que ocurre en las masas populares: la difusión de la prensa, la pasión con que el público se interesa por los acontecimientos y la influencia que la opinión pública ejerce sobre los gobiernos; he aquí lo que debemos tener en consideración. Todo lo demás, es secundario o no sirve sino de auxiliar a esta organización de la voluntad general. La experiencia enseña que la clase obrera no es la menos ardiente en tomar partido sobre cuestiones que no tienen ninguna relación con sus intereses de clase: leyes que tocan a las libertades, resistencia que determinadas Ligas oponen a los abusos, política exterior, anticlericalismo. Ha podido, pues, decirse que la democracia borra las clases. Más de una vez, los jefes de los partidos socialistas han tratado de encerrar al proletariado en el círculo de un magnífico aislamiento; pero las tropas no han seguido mucho tiempo a sus jefes. Las más sabias proclamas sobre el deber de los trabajadores resultan letra muerta cuando la emoción es demasiado viva. El asunto Dreyfus es bastante reciente para que sea necesario insistir.

2º.   Los Parlamentos no cesan de hacer leyes para la protección de los trabajadores; los socialistas se esfuerzan por conseguir que los tribunales inclinen su jurisprudencia en un sentido favorable a los obreros; la prensa socialista trata en todo momento de conmover a la opinión burguesa, apelando a los sentimientos de bondad, de humanidad, de solidaridad; es decir, a la moral burguesa. Los antiguos utopistas que esperaban una reforma social de la benevolencia o de las luces de los capitalistas mejor informados, han sido motivo de befa; y hoy parece que el socialismo recobra la vieja rutina y que solicita la protección de la clase que, con arreglo a su teoría, es la enemiga irreconciliable del proletariado. Los radicales hacen avances en el sentido de la legislación social, con la esperanza de que desaparezcan ciertos estados agudos que constituyen, en su opinión, la única razón de ser del socialismo. Los católicos sociales siguen el mismo camino, porque exigen de los ricos el cumplimiento del deber social.

Los socialistas no se han dado aún exacta cuenta de lo que produce esta política[9]: no parece dudoso que haya tenido por consecuencia desarrollar el espíritu pequeño-burgués en muchos hombres elevados a puestos de responsabilidad por la confianza de sus compañeros.

3º.   El proletariado moderno está sediento de instrucción. La Iglesia ha creído que podría conquistar una gran influencia sobre su espíritu mediante la escuela; el Estado, en Francia, le disputa a la Iglesia con encarnizamiento la clientela obrera. Empero, se tendría una idea muy inexacta de la influencia ideológica de la burguesía, si nos atuviésemos a las estadísticas escolares; el proletariado está bajo la dirección de una ideología extraña, gracias al libro sobre todo. Muchas veces se ha deplorado que no haya una buena literatura socialista; pero en Francia, por lo menos, esta literatura es prodigiosamente débil y la gran prensa socialista está en manos de burgueses que hablan sin pies ni cabeza de todas las cosas que ignoran.

Cuando se reflexiona sobre estos hechos, se ve uno obligado a reconocer que la fusión de las clases sociales por los católicos sociales y los radicales, no es quizá una quimera tan absurda como pudiera pensarse de primera intención: no sería imposible que el socialismo desapareciese por un fortalecimiento de la democracia, si el sindicalismo no estuviera ahí para oponerse a la paz social. La experiencia porque acabamos de pasar en Francia de gobiernos deseosos de dar amplias satisfacciones a la clase obrera, no es bastante para hacer pensar que estas tentativas, por hábiles y audaces que sean, puedan vencer las dificultades que el sindicalismo revolucionario opone a la paz social; a medida que la democracia avanza, los sindicalistas han alzado el tono de la lucha y el resultado más seguro de esta experiencia parece ser el siguiente: que el instinto de guerra se ha fortalecido en la misma proporción en que la burguesía ha hecho concesiones en vista de la paz.

En mi estudio de 1897 había examinado el sindicalismo de un modo abstracto; quería en aquella época mostrar la gran variedad de recursos que contiene. Mas para estudiar a fondo el sindicalismo revolucionario actual, habría que limitarse a examinar lo que ocurre en un solo país. Las tradiciones nacionales constituyen un elemento considerable en la organización obrera y esta verdad, que nunca se repetirá bastante, aparece aquí con una claridad particular.

No sé si me engaño, pero se me antoja que Italia ofrece un terreno singularmente favorable a la extensión del nuevo socialismo. Posee hoy algunos de los mejores representantes de la doctrina revolucionaria, quizá los que a la hora presente la defienden con mayor autoridad; tiene órganos concebidos con un espíritu excelente, desde el punto de vista socialista, como la Avanguardia y el Divenire. Sería interesante indagar si toda la historia italiana no es el soporte de este movimiento.

El instinto de revolución total es antiguo en Italia y ha podido adoptar aspectos muy distintos; hoy, presta a la idea de huelga general una popularidad que no tiene en los demás países. El espíritu local permanece vivo, y el sindicalismo, por consiguiente, tal vez no está tan amenazado por el burguesismo de las grandes Federaciones como en Francia. La lucha de clases pudiera muy bien tomar en Italia sus formas más espléndidas, y el progreso del sindicalismo italiano deberá ser seguido con atención por todos los socialistas.






[1] En el Congreso de París, en 1900, había votado en favor de la moción favorable a la huelga general, según el informe analítico oficial; pero, según la copia estenográfica, se habría abstenido.
[2] Eduard Le Roy: Qu'est-ce qu'un dogme? pp. 17-18. I (Tomado de la Quinzaine del 15 de Abril de 1906).
[3] En el Socialiste del 14 de septiembre de 1902, se quejan de que el secretario del sindicato ferroviario y los individuos más sobresalientes de esta asociación hayan trabajado, durante las elecciones, por los candidatos gubernamentales.
[4] En el Socialiste del 24 de febrero de 1901, se ve que el secretario de la Bolsa de Trabajo de Limoges, ha sido nombrado, gracias a la protección de Millerand, para un empleo de 5700 francos por año.
[5] Nada iguala la ingenuidad de nuestros socialistas imaginándose que Millerand no aceptaría una cartera ministerial, sino después de la revolución social, cuando todo el mundo, en la Cámara, sabía que corría tras de un ministerio.
[6] A este renacimiento del socialismo estará ligado, en Francia, el nombre de Fernand Pelloutier, que ha tomado una parte tan activa en la organización de las Bolsas del Trabajo, y que ha muerto antes de haber visto el resultado de la obra a que se había consagrado en cuerpo y alma.
Para muchos socialistas oficiales, Pelloutier fue solamente un oscuro periodista; ¡de tal modo ignoran la verdad sobre el movimiento obrero! El pobre y abnegado servidor del proletariado murió en un estado de miseria en 1901.
[7] Manifiesto comunista.
[8] Exceptúo aquí qué hay de esencial en el marxismo.
[9] Generalmente, los socialistas llaman a la legislación social derecho obrero; error análogo a aquél en que habrían incurrido los autores antiguos si hubiesen llamado derecho burgués al conjunto de reglas relativas a las relaciones que existían entre los señores feudales y los campesinos; la legislación social está fundada en la noción de sangre. Debería llamarse derecho obrero a las reglas que se refieren a todo el cuerpo de trabajadores, y que pueden, perfeccionándose, convertirse en el derecho futuro.

domingo, 25 de agosto de 2013

El Sindicato




Texto extraído del artículo anónimo "El Sindicalismo y el Anarquismo".


Dicho simplemente, el Sindicato es el instrumento para la defensa de clase. Harto se comprende, además, que el concepto general de clase, desde nuestro punto de vista, no admite más que una: la sujeta a la ley del salario. Si el concepto general no admite más que una sola clase, se deduce fácilmente que en el Sindicato caben todos los asalariados, con tal que lo sean efectivamente, sin distinción de ideas políticas y confesionales, ya que el Sindicato, de derecho, es el instrumento que se desenvuelve en el plano de las luchas económicas, y es en ese plano de convergencia, común a todos los asalariados, donde resulta posible un estado de convivencia inteligente entre los mismos, por más heterogénea que sea la compasión espiritual e ideológica de la colectividad formada por ellos.

La defensa de clase frente a la burguesía, que como clase aparece siempre compacta en la defensa de sus intereses, sólo puede desarrollarse eficazmente mediante la unión del proletariado en un fuerte bloque de oposición; y esa unión no es realizable en ningún caso por una espontánea coincidencia ideológica y siempre por la correlación de los intereses comunes de clase. Primero son los intereses profesionales y económicos el agente único que determina la unión, y luego es la convivencia la que engendra y realiza la coincidencia ideológica; de donde resulta fatalmente que si el Sindicato, de derecho, no es más que un instrumento que se desenvuelve en el plano de las luchas económicas, por la coincidencia ideológica trasciende de hecho en el orden de la lucha político-social. Todo el problema consiste en una cuestión automática que nada ni nadie puede escamotear.

La burguesía sabe perfectamente que su prosperidad económica y su hegemonía político-social dependen de la miseria del proletariado, y es ahora, en la post-guerra, que se comprueba, como predijeran pensadores y economistas, y muy magistralmente Henry George, que a mayor progreso corresponde mayor miseria. La burguesía fuerza el desenvolvimiento del progreso mecánico, e insuficiente éste para el objetivo social perseguido, busca el complemento en la llamada racionalización de la producción, cosas ambas cuya tendencia directa consiste en provocar la concurrencia de brazos y, por consiguiente, la depreciación de los mismos; es decir, el objetivo social perseguido, de que antes hablamos, es éste: crear una reserva de desocupados con el doble fin de obtener la mano de obra barata y de situar al proletariado en estado de indefensión como clase.

Por otra parte, la concentración de las industrias en trusts o la inteligencia de las mismas sobre la base de los denominados cárteles, tiene por finalidad desterrar la concurrencia en los mercados, esto es, evitar las competencias comerciales, dejando vía libre a la iniciativa capitalista en la valorización de los productos, cuyo resultado no será otro, no es ya otro, que el encarecimiento general del costo de la vida.

De forma, pues, que mientras el progreso mecánico y la racionalización de la producción permite al capitalismo obtener la mano de obra barata y retener al proletariado en estado de indefensión como clase, a la vez, por medio de los trusts y cárteles, consigue la facultad de la iniciativa en la valorización de los productos en el mercado. Si la prosperidad económica y la hegemonía político-social de la burguesía dependen de la miseria del proletariado, es indiscutible que la miseria de éste en la presente fase de la evolución capitalista tiene unas perspectivas desoladoras.

Pero simplifiquemos la cuestión hasta reducirla a términos asequibles a las más sencillas inteligencias, ya que éste y no otro es el objeto. La lucha contra el patronato tiene dos trascendencias, una de carácter puramente económico y otra de orden humano. La primera, y en el mejor de los casos, no pasa de ser una conquista ilusoria; cuando en la segunda hay conquista, ella tiene una tangibilidad positiva, practica, y además trae siempre al proletariado ventajas de orden moral de clase, las cuales colocan a aquel en marcha ascendente hacia su emancipación.

Entendámonos. Cuando el proletariado se lanza a la lucha en pos de una conquista económica, esto es, de un aumento en los salarios, la conquista no es más que una ilusión. La burguesía carga sobre la producción el tanto por ciento equivalente al aumento adquirido por la mano de obra, y la consecuencia es lógica: el proletariado ha visto aumentados sus salarios, pero ha visto a la vez, o casi a la vez, aumentar también el coste de la vida. El fenómeno es consubstancial al sistema económico de la sociedad capitalista, y la expresión del fenómeno es cosa fatal e indeclinable. No pasa lo mismo cuando la conquista representa la reducción de jornada u otra mejora que tienda a la humanización de las condiciones de trabajo, ya que entonces, aunque el patronato no descuida nunca buscar la compensación correspondiente a la mejora o mejoras obtenidas por la mano de obra, y la compensación significa siempre recargar los precios de los productos, el proletariado alcanza una cantidad de libertad y de bienestar físico y moral, mas tangibles y positivos que las conquistas económicas, que en ningún caso, o en pocos casos, representan ventaja alguna.

Pero no hay que analizar el problema desde el punto de vista individual solamente, sino también desde el colectivo. Cuando las jornadas eran de diez o más horas diarias de trabajo, el argumento en que se apoyaba la petición de la jornada de trabajo se basaba en la razón, muy humana, por cierto, de que con ello se facilitaría trabajo a los desocupados. Conseguida la jornada de ocho horas, se ha visto que las legiones de desocupados, lejos de desaparecer o disminuir, han aumentado. Nadie niega que la implantación de la jornada de ocho horas fue seguida de un periodo de tiempo en que los desocupados desaparecieron casi en absoluto, pero puede afirmarse que ese periodo no fue mas que una transición necesaria, durante la cual el patronato organizo las industrias para que el exceso de producción creara de nuevo el problema de los desocupados, hay dos maneras de mantener la miseria del proletariado, tan necesaria a los intereses del capitalismo: la reserva de desocupados y la coerción gubernamental. En el grado de eficacia necesaria, esta solo es posible con intermitencias, y por eso la burguesía pone siempre en primer plano la subsistencia del problema de los sin-trabajo, que en la balanza social es el factor constantemente dispuesto a entrar en competencia y a suplantar a los trabajadores predispuestos a las rebeldías reivindicativas.

No esta el mal en una manifestación externa de la organización capitalista: el mal es mas hondo, ya que el implica la medula del sistema social basado en la explotación del hombre por el hombre. Por este motivo la legislación social reguladora de las relaciones entre el capital y el trabajo, todo el intervencionismo del Estado creando institutos, corporaciones, tribunales arbitrales y demás órganos de fomento de la colaboración de clases, no son más que paliativos para desviar la verdadera y eficaz acción de clase del proletariado.

La solución positiva, pues, esta en la destrucción del sistema capitalista. Sin embargo lo dicho, el Sindicato no puede desdeñar el aplicar una parte de sus actividades a la consecución de me joras económicas, y mucho menos a la consecución de reducciones de jornada. No puede desdeñarlo, por cuanto cada una e sus mejoras responde a anteriores imperativos de los determinismos económicos y de la evolución del progreso mecánico. En cada petición de mejoras económicas, el proletariado muévese determinado por el sentimiento de necesidades económicas apremiantes, y lo mismo ocurre en cualquier otro orden de peticiones. Pero constatemos que aun obteniendo el proletariado los mayores triunfos, su situación económico-social es siempre la misma La ventaja moral, imperceptible a simple vista, está en que, generalmente toda petición de mejoras va seguida de lucha, y esta lucha por las cosas inmediatas es una gimnasia que entrena a las masas para la lucha final, aparte de que cada lucha, mayormente si va seguida del triunfo, es una afirmación de la personalidad y del valor social del proletariado.

Esto es, en síntesis, el Sindicato: afirmación de la personalidad y del valor social del proletariado, lo cual, sin el Sindicato, no tiene forma de expresión sino en contadas individualidades, incapaces por sí solas de manumitir a la Humanidad de su esclavitud económico-político-social, y aun para librar al proletariado de las injusticias y aberraciones del capitalismo y el Estado.


lunes, 19 de agosto de 2013

Nacionalismo y Tradición




Por Hermann Gelovich y Julius Évola


1) Tradición y democracia (por Hermann Gelovich)

Es indispensable darse cuenta de esto: que en muchos tradicionalismos de hoy en día pueden verse manifestaciones del espíritu democrático. Ello no es una paradoja: lo que la democracia en sentido restringido es respecto del espacio, suele serlo en ciertos casos la “tradición” respecto del tiempo: un fenómeno esencialmente plebeyo, una expresión del espíritu de masa.

Este pensamiento formulado en el libro de Chesterton Ortodoxia (c. IV) se encuentra expresado en un modo particularmente lúcido: “Yo no puedo separar las dos ideas de tradición y de democracia: me parece evidente que son una misma idea. La tradición no es sino la democracia extendida en el tiempo. Es la confianza en el consentimiento de las voces comunes de la humanidad más que en alguna nota aislada y arbitraria. La tradición puede ser definida como una extensión del derecho político: significa conceder el voto a las más oscuras de todas las clases, a la de nuestros antepasados:  es la democracia de los muertos”.

Tales conceptos son sumamente esclarecedores. De la misma manera que la democracia, tal tradicionalismo tiende a la regresión del individuo en una colectividad que, como bien dice Evola, adquiere aspecto de entidad mística. Así pues es un síntoma de decadencia aun peor de los de dirección opuesta, de corte anárquico e individualista, en contra de los cuáles el mismo pretende reaccionar.

Es así que nos explicamos fácilmente como el tradicionalismo muchas veces se asocie con otro fenómeno por igual plebeyo cual es la pasión nacionalista. Las almas de los pueblos, para mejor volver a disolverlos en aquello que les sirvió de matriz, tienden siempre más a que los seres que forman parte de ellos sientan en el pasado el centro de su propio ser: esto es, en las fuerzas ancestrales. Las mismas reivindican un derecho místico de los muertos. La exaltación de la nación y la de su pasado, de su “tradición”, es muy difícil que marchen separadas.

Este punto es muy importante de fijar en una manera u otra, el tradicionalismo moderno se reduce a un instrumento político. Es muy raro que ello no sea así. El mismo no tiene nada de intelectual, sino que es en cambio anti-intelectual e infra-intelectual. Para darse cuenta de ello basta resaltar que en esta ideología, sí algunas ideas son reivindicadas, ello no es por el hecho de su valor intrínseco de ideas sino en cambio porque las mismas han sido las ideas tradicionales de una determinada raza, nación, patria o pueblo. No se dice sí a una tradición por su conformidad con aquello que es en sí digno de aprobación, sino sólo porque la misma es tradición, nuestra tradición.

La “tradicionalidad” se pone así como un a priori y más aun, con una verdadera distorsión, como criterio absoluto de valor: una idea por el simple hecho de ser tradicional, asume una verdadera y propia aureola mística que tutela su  inviolabilidad e impone hasta un respeto religioso. Bajo la forma de “tradición nacional”, la patria y la nación exigen el primer tributo: es tan sólo en un segundo lugar y en forma subordinada, que las mismas conceden que se pueda también valorar de acuerdo a la verdad, a la intelectualidad, a la realidad: pero muchas veces no se arriba ni siquiera a esto: se pretende que todo ello es en sí abstracción y que no se puede abstraer de los criterios concretos vinculados a la “tradición” y a los intereses de la nación, sea en lo relativo a la verdad, como a la intelectualidad y a la realidad: y se habla de nuestra tradición científica, de nuestra tradición filosófica, de nuestra tradición religiosa y así sucesivamente: en contra de todo lo que no tiene tal carácter de “nuestro” se le opone a la manera de un prejuicio un disvalor de orden espiritual e intelectual o al menos un desinterés sospechoso.

Nos apresuramos a decir que todo esto constituye una perversión del concepto sano y verdadero de tradicionalidad. Pero lamentablemente hoy en día y desde hace tiempo es esta perversión la que se encuentra en auge. Por ello toda apelación que se hace de la tradición debe estar acompañada de una serie numerosa de reservas y de precisiones, que nunca serán excesivas.

Nosotros reputamos en cambio firmemente que en tiempos mejores “tradición” significaba otra cosa muy diferente. En vez de expresar el predominio irracional de un alma colectiva, expresó en cambio el dominio de principios y de seres superiores por encima de la irracionalidad de aquella alma popular. Existe una oposición entre quien manifiesta que el alma es una exhalación y un exponente del cuerpo y quien en cambio afirma que es el cuerpo la expresión simbólica y material de una ley de orden, que la esencia espiritual del alma ha impuesto a las fuerzas de la naturaleza inferior.

En el segundo caso resulta obvio que no haya ningún contraste entre tradicionalidad e intelectualidad, verdad y también individualidad: ser aceptado algo según su valor de verdad y ser tradicional en este caso se convierten en una misma cosa (tal es el plano de la universalidad de las verdaderas tradiciones); de la misma manera que ser verdaderamente individuales y ser tradicionales son también una misma cosa, puesto que la tradición refleja a su manera aquel conjunto de principios, los cuales realizan el orden y el domino sobre la naturaleza inferior: y afuera de ello todo sentido de la individualidad y de la personalidad resulta ilusorio y falaz.

Pero hace ya tiempo que las cosas no se encuentran formuladas de tal manera: tradición e intelectualidad se han convertido en cosas diferentes. La segunda es considerada casi como el lujo de algunas personas que “se encuentran afuera de la realidad”. La primera ha pasado a expresar el derecho que exige una fuerza puramente colectiva, un derecho de masa idéntico al de las democracias. Visto en tal sentido el “tradicionalismo” es un fenómeno totalmente anti-jerárquico, esencialmente anárquico. En efecto jerarquía no quiere decir simplemente subordinación, sino quiere decir subordinación de algo que es de naturaleza inferior a lo que es en cambio superior. La ideología tradicionalista moderna, al exigir que el simple hecho de la “tradicionalidad” y más aun de una particular que se justifica en términos geográficos, étnicos o patrióticos, deba tener preeminencia, o aun simplemente una influencia, sobre el juicio de verdad, de valor y de espiritualidad es por lo tanto anti-jerárquica y anti-tradicional.

2) Nacionalismo y totemismo (por Julius Evola)

El desplazamiento del lo individual hacia lo colectivo es muy fácil de ver como se vincula estrechamente a la reducción de los intereses de los cuales las castas superiores recababan su razón de ser a los que son en cambio propios de las castas inferiores.

En efecto, tan sólo adhiriendo a una actividad libre es el hombre libre. Así pues en los dos símbolos de la pura acción (heroísmo) y del conocimiento puro (contemplación, ascesis), las dos castas superiores abrían al hombre vías de participación en aquel orden supratemporal, por el cual él sólo puede pertenecerse a sí mismo y captar el sentido integral y universal de la personalidad. Al desatender todo interés por tal orden, al concentrarse en fines prácticos y en realizaciones políticas, el hombre se desintegra, y se vuelve a abrir a fuerzas más fuertes que lo arrancan de sí mismo y lo restituyen a las corrientes irracionales y subterráneas de las razas, en tanto que el haber sido capaz de elevarse respecto de las mismas constituyó el esfuerzo principal de toda cultura superior.

El encenderse de la pasión política en una llama acre, vehemente y universal como nunca fuera conocida en tiempos anteriores, en el último momento de la época moderna ha dado el ritmo adecuado para el último derrumbe y ha hecho en modo tal que casi vuelva a tomar vida el demonismo de los tótem de las colectividades primitivas.

La nación, la raza, el Estado, la sociedad asumen de este modo una personalidad mística y exigen de los diferentes sujetos que forman parte de las mismas, una entrega y subordinación incondicionadas, mientras que al mismo tiempo fomentan en el nombre de la “libertad” el odio hacia aquellas individualidades superiores y dominadoras, que antes podían en cambio justificar la ley y la subordinación.

En el nacionalismo suele verse tan sólo el aspecto del particularismo y de la división: en realidad ello se refiere al aspecto más externo. Con respecto a tal punto el nacionalismo expresa en vez y tan sólo, un “espíritu de muchedumbre”, y la incapacidad por superar aquel derecho de la tierra y de la sangre que concierne exclusivamente al aspecto natural y prepersonal del hombre. El individuo que “confiere una especie de personalidad mística al conjunto del cual se siente miembro”, Estado, Patria o Facción, retorna exactamente a la condición del primitivo con respecto al tótem de su clan: y así como el primitivo antes de sentirse individuo se siente grupo, tribu, clan, de la misma manera el hombre hoy tiende a sentirse nación, sociedad, “humanidad”, facción, antes de sentirse como personalidad. Por otro lado, un sistema de determinismos sociales y de elementos, que la educación ha ya constituido como forma mentis congénita, hace en modo tal que toda rebelión sea vana, y que también aquellos que combaten tal tendencia en alguna forma parcial por otro lado continúen a pertenecerle. Extraño resultado éste de la “evolución” y del “progreso”.

3) Universalidad y colectivismo (ibid.)

A tal respecto un punto fundamental es el de distinguir bien entre universalidad y  colectividad. A la manera de Aristóteles podríamos decir que la primera se encuentra respecto de la segunda así como la “forma” lo está en relación a la “materia”, y el “acto” con respecto a la “potencia”. La diferenciación de la sustancia promiscua constituida por las razas y las naciones, y la constitución de seres personales a través de la adhesión a intereses superiores es el caos que se convierte en cosmos y el primer paso de aquello que en sentido eminente y clásico puede decirse cultura. Y cuando la emancipación es completa, cuando el individuo se forma a sí mismo de acuerdo a una ley suya, y se constituye en el orden de principios que no pertenecen más a la naturaleza –es decir a lo temporal, a lo contingente, a aquello que está privado de ser en sí mismo y que por lo tanto se encuentra sujeto a necesidad– y que la dominan, entonces el proceso es completo, y el universal concreto es alcanzado.

Ahora bien todo lo que hemos resaltado en el estado social de hoy en día se encuentra exactamente en la dirección opuesta: un regreso hacia lo colectivo, a través de la pasión política y los intereses materiales en vez que un progreso hacia lo universal. El grupo, la patria, la colectividad, el estado son los que llegan a condicionar al individuo y ello no sólo en cuanto a su ser natural o social, sino también en su espiritualidad, puesto que la política y el “servicio social” hoy se arrogan un derecho moral e incluso religioso y no se limitan a operar con una educación mucho más preocupada en el ente nacional y social que en la persona, sino que pretenden también que el arte, la filosofía, la cultura y hasta la ciencia se nacionalicen y socialicen, dejen de ser formas desinteresadas de actividad y vías de “cultura” para convertirse en miembros dependientes del ente temporal y político.

Así pues aquellas ideologías que –desde la Revolución Francesa y la bolchevique– parecen querer combatir el particularismo de los nacionalismos, en realidad son una extensión del mismo fenómeno involutivo y plebeyo que se encuentra en la base del nacionalismo moderno y para nada representan una tendencia universalista: apuntan a un más vasto conglomerado, a una más vasta colectivización y desintegración en el elemento masa de acuerdo a relaciones que se hacen siempre más impersonales y mecánicas, en oposición con la unidad profunda, viviente y libre que en otros tiempos (India, Roma, Edad Media cristiana) fue dada por la adhesión universal a una tradición de espíritu, de lengua y de cultura, que se ponía por encima de cualquier limitación humana y política.


(La Torre, N.º 3 y 4, marzo y abril de 1930)

jueves, 25 de julio de 2013

La imperiosa necesidad de una Izquierda Nacional en CHILE




Por Fesal Chain


El gobierno popular de Salvador Allende tuvo como estrategia central la autonomía económica de Chile entendida como la segunda independencia nacional. Provenía esta idea fundante no sólo del socialismo histórico, sino de las alianzas que este socialismo había realizado en y con los gobiernos radicales. Si bien Salvador Allende provenía del mundo demoliberal y parlamentario, fue un sujeto histórico capaz de recoger la herencia cultural de vastos sectores a los que los unía un fuertísimo denominador común: el proyecto estratégico de desarrollo nacional contra el mercantilismo y el liberalismo de la derecha tradicional chilena. Del punto de vista histórico hay muchísimas evidencias de que la conformación del proyecto de la Unidad Popular es la continuación de una propuesta anti mercantil de desarrollo económico y social, donde el Estado y el Gobierno como brazo operacional del primero, fuera capaz de dirigir la economía y de sentar las bases de alianzas sociales y políticas por el desarrollo económico y social de las mayorías trabajadoras.


1.- Radicales, Socialistas y Nacionalistas

Al respecto, los antecedentes históricos de la alianza política entre socialistas y nacionalistas (ambos doctrinariamente anti liberales), bajo los regímenes radicales, en la década de los años 30 y 40 son evidentes. Como antecedentes:

"...A mediados del mes de enero de 1939, el Movimiento Nacional Socialista (MNS), ya en algo recuperado de los luctuosos acontecimientos del 5 de septiembre (Matanza del Seguro Obrero. Nota del Autor.), y después de un congreso nacional de dirigentes, pasa a denominarse Vanguardia Popular Socialista, cuyas siglas fueron VPS.(...)Con la Vanguardia, Jorge González Von Mareés, pasa a reconocer dentro de nuestro país la existencia de la “lucha de clases, como un fenómeno innegable” (Declaración pública de la VPS, 1939), abogando en el plazo inmediato por su sustitución, mediante una política integracionista de carácter social y nacional". (1)

(...)Días después del triunfo del Frente Popular, el 24 de enero de 1939, ocurre el terremoto de Chillán, tragedia que dejó un pasmoso saldo de 30 mil muertos, 40.000 heridos y 10.000 casas destruidas. Unido el país ante el dantesco siniestro, comenzaron los esfuerzos de recuperación de las zonas afectadas, las cuales se encontraban aisladas e incomunicadas. “(…) Sin teléfonos, sin telégrafos, sin medicinas, sin víveres, en medio del pavor, medio millón de chilenos amaneció el 25 en mitad de una espantosa catástrofe (…)” (2)

"La Vanguardia Popular Socialista, mediante su voluntariado, prestó una activa colaboración en estas tareas, realizando un importante papel, por ejemplo, en el ámbito de las comunicaciones a través de su militante Pedro del Campo, hecho que le valió su reconocimiento público. Así comienza, en el ámbito práctico, un intenso contacto político entre el sector vanguardista y el frente popular, muy especialmente con el Partido Socialista, a través del dirigente de esa colectividad Oscar Schnake.

Cuando se estructuraba el nuevo gobierno, y quizás por la colaboración dada por el nacismo hacia el triunfo del abanderado del Frente Popular, esta alianza le ofertó una serie de cargos públicos, aceptándose solamente los puestos del dirección del Registro Civil y la Conserjería de la Casa de Crédito Agrario, puestos que fueron administrados respectivamente, por los vanguardistas Felipe lazo Pérez Cotapos y Gustavo Vargas Molinare".(3)

“(…) Don Pedro fue leal con todas las fuerzas políticas que lo eligieron Presidente, así como también con los ibañistas de la Vanguardia Popular Socialista de don Jorge González Von Mareés (…) El espíritu realizador de don Pedro Aguirre Cerda lo llevó muchas veces a designar en cargos importantes a hombres de otras tiendas, considerando tan solo su capacidad. Entre ellos recordamos a Guillermo del Pedregal, Roberto Vergara y tantos otros.” (4)

"Pocos días antes de cumplirse el primer aniversario de la masacre del seguro obrero, ocurrió un acontecimiento impensado y hoy olvidado de los libros históricos nacionales. En una concentración realizada en el Teatro Carrera, el Jefe de la Vanguardia Popular pronunciará un discurso ante sus cuadros, el cual culminará con un fraternal abrazo entre este y el dirigente socialista Marmaduke Grove. Así mismo, el 3 de septiembre de 1939, en el barrio cívico de la ciudad de Santiago de Chile, se desarrollará una multitudinaria concentración pública, la cual reunirá a los cuadros de la VPS y una delegación de las “camisas de acero” del partido socialista.

En cuanto al trabajo parlamentario, los tres diputados ahora vanguardistas ( González, Guarello y Molinare), lograrán la aprobación de iniciativas, tales como: el proyecto de ley para la creación de corporaciones de reconstrucción y fomento ( futura CORFO); la incorporación de un impuesto extraordinario a las empresas cupríferas norteamericanas establecidas en nuestro territorio (hoy conocido como “royalty”); la suspensión momentánea del pago de la deuda externa; más la consideración del establecimiento de un área exclusiva para la explotación marítima nacional ( conocida en el presente, como las “ 200 millas)”. (5) Otro elemento constitutivo de la relativa continuidad de la Unidad Popular con respecto a la doctrina común de nacionalistas y la izquierda en relación al rol del Estado es el proyecto de nacionalización del cobre: " Años más tarde, en 1940, González von Marées propuso la "nacionalización del cobre y del salitre"; dicho proyecto sería aprobado recién el 11 de julio de 1971 por el gobierno de Salvador Allende siendo uno de los principales hitos de la historia nacional". (6)

1.1.- Algunas distinciones

Es más que evidente que con lo anterior no estoy afirmando que la izquierda chilena se haya constituido a partir del pensamiento nacionalista ni nacista ni haya tan fuertemente influido por estos,como lo plantea Víctor Farías, sino pretendo demostrar que en la historia de Chile, la Izquierda Chilena tuvo, más allá de las diferencias ideológicas y de los conflictos internacionales, períodos importantes en que hizo primar su concepción anti liberal y de amplios acuerdos con todos aquellos sectores que también postulaban su oposición activa al liberalismo mercantilista y su apoyo irrestricto al rol del Estado como inversor, gestor y fiscalizador de la economía en su conjunto para beneficio de amplios grupos sociales mayoritarios.


2.- El Nacionalismo y La Izquierda antes y después del Golpe de Estado de 1973

Los sectores nacionalistas actualizados en Patria y Libertad y en el Partido Nacional, promovieron activamente la sedición, el sabotaje, la caída de Allende y el Golpe de Estado de 1973. Sus dirigentes más connotados fueron partícipes y protagonistas de la dictadura y muchos de sus cuadros fueron activos militantes de los Servicios de Seguridad: DINA Y CNI, y uno de sus líderes Pablo Rodriguez Grez llegó a ser abogado del Dictador Pinochet en pleno siglo XXI.

Pero también existen evidentes signos históricos que una parte importante del nacionalismo, pasado los sucesos de defenestración del General Leigh en 1978, fueron opositores a la dictadura pinochetista, especialmente en lo que respecta al modelo económico neo liberal importado de Chicago y promovido por el gremialismo UDI de Jaime Guzmán, que ya había girado desde el pensamiento nacionalista corporativista de Primo de Rivera al liberalismo económico de Chicago.

Como elementos adicionales a la confrontación del modelo económico entre duros y blandos (nacionalistas y gremialistas) hay suficiente material del rol directa y francamente represor que cumplió Jaime Guzmán sobre los destacamentos civiles tanto al interior como fuera del régimen, y de ahí se explica a su vez, su fuerte oposición a Manuel Contreras y a los aparatos de seguridad del régimen dictatorial que estaban fuertemente influenciados por el pensamiento nacionalista más ultrista y anticomunista y de carácter lumpérico.

Algunos documentos nacionalistas plantean también que el cruel y alevoso asesinato de Tucapel Jiménez, por ejemplo, fue más bien el aprovechamiento político por parte de los sectores pinochetistas de la dictadura, de una reyerta interna entre el pinochetismo y el nacionalismo, siendo Tucapel Jiménez un connotado líder nacionalista antipinochetista y antidictadura.

Por otra parte ya en 1986 aproximadamente, Roberto Thieme, uno de los lideres más connotados de Patria y Libertad, plantea públicamente en la Revista Análisis que era necesario formar parte del Movimiento Democrático Popular en la lucha contra la dictadura y siguió manteniendo una clara oposición al régimen y al liberalismo tanto de izquierda como de derecha. Una especie de tercera posición doctrinaria, aún cuando en su vida privada mantuvo estrechos lazos con la derecha chilena y con la familia Pinochet por consideraciones sentimentales y afectivas. Al respecto es recomendable leer el libro escrito por el periodista Manuel Salazar: El Rebelde de Patria y Libertad, de Sociedad Editorial Mare Nostrum.


3.- La izquierda y su vocación estatal, nacional y popular hoy

Propugnar hoy día un alianza entre sectores nacionalistas y la izquierda, al estilo de la década del 40, es un contrasentido político y ético, especialmente si consideramos la historia de la década del 70. Probablemente en la década de los 40 y hasta el año del "tacnazo", un fallido golpe de estado que ocurrió en Chile el 21 de octubre de 1969, (donde un grupo de oficiales liderados por el General Roberto Viaux, se acuarteló en el Regimiento “Tacna” de Santiago para exigir mejoras salariales y profesionales para el Ejército de Chile), sectores de la izquierda chilena que habían participado en el Frente Popular, en el gobierno de Ibañez desde el socialismo y el agrario laborismo, aún tenían cifradas esperanzas en que una alianza entre nacionalistas, militares y la izquierda, era el mejor camino de un proyecto nacional de desarrollo para los trabajadores, bajo un modelo de Estado fuerte y dirigista. Al respecto en conversaciones con viejos militantes socialistas cercanos al modelo nasserista, me ratifican que algunos de ellos a modo personal, participaron del intento de golpe de Viaux y que veían en este movimiento una alternativa al demoliberalismo de la izquierda histórica, de la falange y de la derecha tradicional.

Sin embargo las acciones de sabotaje y terroristas de Patria y Libertad antes y durante la UP, el golpe de estado de 1973 y las acciones y alianzas del nacionalismo con los servicios de seguridad del pinochetismo, le quitaron, si alguna vez las tuvo, a la totalidad de sus vertientes todas las cartas de nobleza que podían catapultarlo en alianza con una izquierda antiliberal, a ser una alternativa al liberalismo mercantil democrático .

Pero también la izquierda chilena perdió sus cartas de nobleza, por una parte ha abandonado todo tipo de proyecto de carácter estatal y de desarrollo, para terminar subsumida en distintas variantes del liberalismo parlamentario y del neo liberalismo, esto especialmente a partir de la influencia de los dirigentes que volvieron del exilio y de los sectores socialistas más liberales como el laguismo, el socialismo proveniente de la democracia cristiana (influencia directa del MAPU) y el tercerismo alemán. A su vez el Partido Comunista que seguía levantado hasta el año 2005, una alternativa o tercera vía a los liberalismos en pugna, ha vuelto a sus alianzas demoliberales históricas con los sectores socialistas liberales, tal cual lo hizo en la década de los 40 con sectores anti nacionalistas y anti socialistas, lo que lo ha colocado claramente en el ala izquierda de la socialdemocracia liberal.

Los planteamientos de Allende que provenían como matriz cultural de la visión estatal desarrollista tanto del radicalismo o socialismo democrático, de la propia izquierda marxista, como del nacionalismo de los años 40, ha quedado en definitiva como un recuerdo fantasmagórico de lo que alguna vez la izquierda chilena levantó como proyecto.


4.- ¿Entonces porqué una Izquierda Nacional?

La respuesta es simple, hoy la ultra derecha pinochetista y sus sectores transformistas, como la izquierda demoliberal en su conjunto, están unificadas en la administración del modelo financiero y monetarista. No hay alternativa política que coordine y levante una alternativa real a los liberalismos en pugna, al demoliberalismo de la izquierda socialista y comunista y al neoliberalismo democristiano y neopinochetista, en suma a la estrategia improductiva y usurera de la burguesía financiera quien ha supeditado a la totalidad de clases, fracciones y sectores socio económicos de la vida nacional a sus intereses particulares. Y hoy ya no sólo desde los poderes fácticos de los grupos financieros y corporativos de la clase patronal sino también desde el gobierno que han recuperado después de 20 años de administración socialdemócrata liberal.

De esta manera se hace urgente la construcción de una Izquierda Nacional, capaz de tomar en sus manos tanto la memoria y herencia cultural, la historia doctrinaria y política de los destacamentos más consecuentemente antiliberales de la historia de Chile y con vocación profunda de construcción de un Estado Nacional fuerte, especialmente las ideas y acciones que van desde los años 20 al 70 del siglo pasado, al mismo tiempo que limpiando esta historia de los sectores y destacamentos vacilantes y recalcitrantes o terroristas, reactualizando en el ámbito político y económico sus propuestas estratégicas.

A propósito de las reactualizaciones, no es azaroso que en la pasada campaña presidencial, el candidato opositor a Frei y Piñera, Enríquez-Ominami, que si bien proviene del liberalismo socialdemócrata, haya puesto énfasis en la defensa de trabajadores en general como creadores de la riqueza y a los sectores más tradicionales, por ejemplo los productores del agro en particular, como así también que su jefe de Campaña, Max Marambio haya invocado un rol aún más fuerte del Gobierno como brazo operativo de un Estado con mayor capacidad regulatoria y fiscalizadora de los mercados. Como así también no es azaroso, que un contingente de al menos 8% de la votación derechista lo haya respaldado, lo más probable es que sean aquellos sectores que no se identifican con la izquierda histórica, pero tampoco con el libremercadismo a ultranza de RN y de la UDI, es decir los sectores antiliberales históricos no izquierdistas y más apegados a la tradición nacionalista y antipinochetista. En esa incipiente alianza se vislumbra una relativa recuperación de la memoria histórica, de las ideas y acción política de los sectores más críticos del demoliberalismo y del mercantilismo.

A mi juicio, es necesario hoy tomar los elementos esenciales de los que fuera la propuesta Radical, Socialista, Nacional y Desarrollista de puesta en marcha de un Estado Co-inversor gestor, fiscalizador y propulsor de la economía nacional como industrialización, desarrollo hacia adentro y producción y distribución de la riqueza para las grandes mayorías nacionales, donde el gobierno sea el brazo político capaz de ejecutar las tareas estratégicas. Considerando, por supuesto, la globalización cultural, económica y política en la que vivimos actualmente, producto justamente de la internacionalización a gran escala del capital financiero.

Se trata a su vez de establecer las clases, fracciones de clases, y los sectores y grupos sociales que han sido supeditados económica y políticamente al modelo de Chicago: los sectores populares expropiados de todo fruto del crecimiento, los trabajadores manuales e intelectuales, los nuevos proletarios del retail y de las ventas, los micro, pequeños y medianos empresarios, los empresarios del Agro y del sector exportador, las Fuerzas Armadas y en especial el Ejército profesionalizado, con su enorme acumulación de elementos técnicos y teóricos de planificación y logística, considerar a los grupos económicos con fuerte presencia productiva o susceptibles de realizar re conversión y a los partidos políticos con vocación de servicio público y formación de cuadros profesionales y técnicos de intervención social en todas las áreas de la economía.

5.- La propuesta concertacionista de los últimos 20 años ha fracasado. No reformó el modelo neo liberal ni construyó un Estado Social, pero en lo estratégico no logró como propuesta socialdemócrata real, el reconocer dentro de nuestro país la existencia de la “lucha de clases, como un fenómeno innegable abogando por su sustitución, mediante una política integracionista de carácter social y nacional", como lo planteara Von Mareés y los sectores socialistas históricos en la década de los 40 bajo los regímenes radicales más progresistas.

La concertación no quiso romper con la hegemonía de la burguesía financiera sobre la totalidad de las clases, y grupos sociales de la Nación. De esta manera le hace entrega a la misma burguesía financiera liderada por su máximo financista y el hombre más rico de Chile, del gobierno de la República. No podría haber sido de otro modo pues la propia concertación no fue capaz ni deseo representar y traspasar poder a los grupos y clases subalternas al modelo financiero.

Hoy el gobierno de la burguesía financiera y de los poderes fácticos y corporativos de la clase patronal, tiene un margen de maniobra estrecho para optimizar el modelo y si bien aboga por un abstracto gobierno de Unidad Nacional, sólo podrá aplicar el modelo neoliberal y monetarista más ortodoxo, reproduciendo los antagonismos y problemas estratégicos de la lucha de clases del período anterior. Frente a esta realidad, no es para nada absurdo ni utópico, dado la creciente descomposición del modelo libremercadista, que los amplios sectores sociales ya descritos y los destacamentos de todo signo con mayor vocación estatal y de intervención, vía un modelo de mayor productivismo y redistribución de los frutos del crecimiento, comiencen a nuclearse para llevar adelante los verdaderos cambios estructurales que Chile requiere imperiosamente.





(1) Bragassi Hurtado, Juan; La Historia de la Vanguardia Popular Socialista .
(2) “Terremoto de Chillán”; Revista Ercilla; N° 195; enero de 1939.
(3) Ibíd 1.
(4) Chamudes, Marcos; “Cuidado no me desmienta”; editorial Alonso de Ovalle, 1954; pp.11 a la 112.