Por Slavoj Zizek
La vida y la obra de Leni
Riefenstahl, quien murió el lunes a la edad de 101 años, parece prestarse a una
cartografía de la autonomía [1], progresando hacia una conclusión oscura.
Comienza con los tempranos “mountain films” en los años veinte en los que ella
actuaba y después empezó también a dirigir, con su famoso heroísmo y su
esfuerzo corporal en las condiciones extremas del alpinismo de montaña.
Siguieron con sus documentales notoriamente nazis en los años treinta,
celebrando la disciplina corporal, la concentración, y Leni Riefenstahl la
fuerza de voluntad en el deporte así como en la política.
Así, luego de la Segunda Guerra
Mundial, en sus álbumes fotográficos, ella redescubrió su ideal de belleza
corporal y el auto-dominio elegante en la tribu africana Nuba. Finalmente, en sus
últimas décadas, ella aprendió el difícil arte de bucear en el mar profundo y
comenzó los documentales sobre la extraña vida en las profundidades oscuras del
mar.
Obtenemos así, una clara
trayectoria de la cima al fondo: empezamos con individuos escabrosos que se
esfuerzan por llegar a las cimas montañosas y gradualmente descienden, hasta
que alcanzamos la abundancia amorfa de la vida en el fondo del mar. ¿No
encontró ella allí abajo su último objeto, el obsceno e irresistible
florecimiento eterno de la fuerza de la vida, la vida en sí misma, que es lo
que ella estaba buscando desde el principio? ¿Y no aplica esto también a su
personalidad? Parece que el miedo de aquéllos que estaban fascinados por Leni
no era un “¿Cuándo ella morirá?” sino un “¿puede ella alguna vez morir?” Aunque
racionalmente todos sabemos que ella simplemente ha fallecido, nosotros, de
algún modo, no lo creemos realmente. Ella seguirá por siempre.
A esta continuidad de su
carrera normalmente se le da una torcedura fascista, como en el caso ejemplar
del famoso ensayo de Susan Sontag sobre Leni, “Fascinante Fascismo”. La idea es
que invariablemente sus películas pre- y pos- nazis articulan una visión
fascista de la vida: el fascismo de Leni es más profundo que su celebración
directa de la política nazi; reside ya en su estética pre-política de la vida,
en su fascinación con los cuerpos hermosos que despliegan movimientos
disciplinados. Quizás es tiempo de problematizar este topos. Permítanos tomar
la película de 1932 de Leni Das blaue Licht (“La luz azul”), la historia de una
mujer de pueblo que es odiada por su rara proeza de subir una montaña mortal.
¿No es posible leer la película de manera exactamente opuesta a como usualmente
es interpretada? ¿No es Junta, la solitaria y salvaje muchacha montañesa, una
marginada de que casi se vuelve la víctima de un pogromo (no hay ninguna otra
palabra apropiado para los lugareños)? (Quizás no es un accidente que Béla
Balázs, el amante de Leni en aquel tiempo, que co-escribió el guión con ella, fuera
un marxista.) […]
El problema aquí es mucho más
general; va más allá de Leni Riefenstahl. Permítanos tomar a el más opuesto a
Leni, el compositor Arnold Schönberg. En la segunda parte de Harmonielehre, su
mayor manifiesto teórico de 1911, él desarrolla su oposición a la música tonal
en términos que, superficialmente, anticipan el posterior aparato antisemita
nazi. La música tonal se ha vuelto “enferma”, el mundo “degenerado” necesita de
una solución purificadora; el sistema tonal ha cedido ante “las relaciones
incestuosas”; los acordes románticos están disminuimos, son “hermafroditas”,
“vagos” y “cosmopolitas.” Es fácil y tentador afirmar que semejante actitud
mesiánico-apocalíptica es parte de la misma “situación espiritual” que
eventualmente dio nacimiento a la solución final nazi. Esta, sin embargo, es
precisamente la conclusión que uno debe evitar: Lo que hace al nazismo
repulsivo no es la retórica de la último solución como tal, sino la torcedura
concreta que da de ella.
Otra conclusión popular de este
tipo de análisis, más estrechamente ligado a Leni, es el alegado carácter
fascista de la coreografía de las masas, los movimientos disciplinados de miles
de cuerpos: los desfiles, las actuaciones de las masa en los estadios, etc. Si
uno también encuentra esto en el comunismo, uno bosqueja inmediatamente la
conclusión sobre una “solidaridad más profunda” entre los dos “totalitarismos”.
Tal formulación, el mismo prototipo del liberalismo ideológico, yerra en el
punto. No sólo no son semejantes actuaciones en masa inherentemente fascistas;
ellos no son nunca “neutrales”, esperando a ser apropiados por la izquierda o
la derecha. Fue el nazismo quien los robó y se apropio de los movimientos
obreros, su sitio original de nacimiento. Ninguno de éstos elementos “proto-fascistas”
están en el fascismo per se. Lo qué los hace “fascistas” es sólo su específica
articulación – o, para ponerlo en los términos de Stephen Jay Gould, todos
estos elementos son los “ex-apted” por el fascismo. No hay ninguna fascismo
avant la lettre, porque es la propia lettre que compone el bulto (o, en
italiano, fascio) de elementos lo que es propiamente el fascismo.
A lo largo de las mismas
líneas, uno debe rechazar radicalmente la noción de que la disciplina, del
autodominio y el adiestramiento del cuerpo, es inherentemente un rasgo
proto-fascista. De hecho, el mismo término “proto-fascista” debe abandonarse:
Es un pseudo-concepto cuya función es bloquear el análisis conceptual. Cuando
nosotros decimos que los espectáculos organizados de miles de cuerpos (o,
digamos, la admiración de deportes que exigen un alto esfuerzo y autodominio
como el alpinismo de montaña) son “proto-fascistas”, nosotros no decimos nada
estrictamente, apenas expresamos una asociación vaga que enmascara nuestra ignorancia.
Así, cuando hace tres décadas,
las películas de kung fu se hicieron populares, ¿no era obvio que nosotros
estábamos tratando con una ideología genuina de la clase obrera de jóvenes
cuyos únicos medios de éxito eran el entrenamiento disciplinario de sus cuerpos,
su única posesión? La espontaneidad y la actitud de indulgencia de “dejarlo ir”
pertenece a aquéllos que tienen los medios para permitirse el lujo de ello –
aquellos que no tiene nada sólo tienen su disciplina. La “mala” disciplina
corporal, si es que lo hay, no es el “entrenamiento en colectividad”, sino, más
bien, el jogging y el fisico-culturismo como parte del mito de la New Age de la
realización de los “potenciales internos” del yo. (No es ninguna sorpresa que
la obsesión con el cuerpo es una parte casi obligatoria del pasaje de los
radicales ex-izquierdistas a la “madurez” de la política pragmática: desde Jane
Fonda hasta Joschka Fischer, el “período de latencia” entre las dos fases
estuvo marcado por el enfoque en el propio cuerpo.) […]
Así, regresando a Leni: Todo
esto no significa que uno debe desechar su compromiso nazi como limitado, un
episodio infortunado. El verdadero problema es sostener la tensión que aparece
a través de su trabajo: la tensión entre la perfección artística de su práctica
y el proyecto ideológico “ex-apted”. ¿Por qué su caso debe ser diferente al de
Ezra Pound, William Butler Yeats, y otros modernistas con tendencias fascistas
que hace tiempo han vuelto a nuestro canon artístico? Quizás la búsqueda por la
“verdadera identidad ideológica” de Leni Riefenstahl está mal conducido. No hay
tal identidad quizás: Ella se arrojó auténticamente alrededor de lo
incoherente, se cogió en una telaraña de fuerzas contradictorias.
¿No es, entonces, la mejor
manera de señalar su muerte el tomarse el riesgo de gozar plenamente una
película como Das blaue Licht, qué contiene la posibilidad de una lectura
política de su obra de una manera totalmente distinta al del punto de vista
prevaleciente?
No hay comentarios:
Publicar un comentario