Que
el cine es un instrumento de opresión ideológica y de lavado de cerebro no es
un secreto para nadie. Y si no que se lo digan al cine español, que viene
haciendo exactamente eso. En España, fechorías como la de la “memoria
histórica” jamás hubieran sido posibles sin la manipulación de masas que ha
supuesto el cine español en los últimos años. Eso sucede también a nivel
internacional y un buen ejemplo de ello es la película Invictus,
que da una imagen completamente distorsionada de uno de los iconos de la
progresía -y también de los liberales- de todo el mundo:Nelson
Mandela. La película supone un serio intento de consolidar al
antiguo líder del Congreso Nacional Africano (CNA) como un ídolo moderno.
Clint
Eastwood relata
en Invictus el triunfo del equipo sudafricano de
rugby liderado por François
Pienaar en la
Copa del Mundo de rugby. El triunfo queda asociado a la figura de Nelson Mandela, que da a los
miembros del equipo los uniformes verdes y amarillos, símbolo de la “Nueva
Sudáfrica” post-apartheid. El hábil gesto de Mandela le ganó el apoyo de muchos
sudafricanos blancos y consiguió que buena parte de la población le
identificara con los colores nacionales. Sin embargo esto no es todo, ya que
tan solo se trataba de un mero gesto en el océano de la violencia marxista que
asolaba la Sudáfrica de entonces.
La película edifica toda su estrategia de manipulación sobre los
estereotipos raciales políticamente correctos de los blancos fanáticos y
crueles y los negros oprimidos y bondadosos. Se trata de un estereotipo ya
recurrente en el cine y en los medios en general, muy empleado en la guerra de
propaganda que ciertas fuerzas -especialmente interesadas en la progresión del
Nuevo Orden Mundial- emplean contra Occidente. En estas coordenadas, pronto
resulta evidente que detrás de Invictus, una película magistralmente llevada y de
enorme belleza cinematográfica, hay una clara intencionalidad política.
Primero,
lo más sorprendente es la manera en que el triunfo se vincula a la figura de Nelson Mandela, por entonces
solo un astuto político más al servicio del imperialismo soviético. Su
estrategia de apoyo al equipo de rugby, en contra de las intenciones de su
propio partido, constituyó un movimiento genial que, si bien aparece en la
película, ignora deliberadamente el contexto complejísimo de la Sudáfrica de
entonces. Eastwood no puede -no puede honestamente-
separar la figura de Mandela de los treinta años de terrorismo y
violencia por parte su CNA. En este sentido, la película recurre a reiterados flashbacks del encarcelamiento de Mandela en la isla de Robben, un lugar donde,
según la película, parece que Mandela fue a parar por oponerse al apartheid.
De manera subrepticia, se oculta que otros personajes de la Sudáfrica de
entonces, como el obispo Desmond
Tutu, se opusieron igualmente al apartheid sin ser jamás
encarcelados. Entonces, ¿por qué fue encarcelado Mandela? El hecho es que Madela no recibió siquiera el apoyo de
Amnistía Internacional ya que, pese a cometer numerosos crímenes violentos,
habia tenido un juicio justo y había sido razonablemente sentenciado.
Mandela era
el dirigente del brazo armado del CNA y del Partido Comunista de Sudáfrica, el
célebre “Umkhonto we Sizwe”. Fue hallado culpable de 156 actos de violencia
pública que incluían oleadas de atentados con bomba, muchos de ellos en lugares
públicos, como el atentado de la estación de ferrocarril de Johannesburgo. Pese
a que el presidente Botha ofreció a Mandela la libertad en varias ocasiones si
renunciaba a la violencia, su ofrecimiento siempre fue rechazado. La película
transmite la idea de que los negros tienen todo que perdonar a los blancos y
que este es el fin de la historia. No se dice una palabra de las décadas de
violencia espantosa del CNA no solo hacia los blancos sino hacia otros negros
que no pertenecían al CNA.
La Sudáfrica del apartheid, pese a todos sus
defectos, atraía a dos millones de trabajadores de las naciones vecinas, muchas
en poder de regímenes marxistas, fracasados y sanguinarios. La película
silencia las bombas en los grandes almacenes o incluso en instalaciones
nucleares, la supresión de críticos y opositores o el terrible necklacing -la especialidad de las guerrillas de
CNA- en el que la gente, con frecuencia otros negros, eran quemados vivos con
un neumático en torno al cuello incendiado con gasolina. Por entonces, los
terroristas de Mandela asesinaron y torturaron a miles de
campesinos blancos para, más tarde, reintegrarse en el Ejército Sudafricano
actual, sin que ninguna plañidera internacional haya pedido un “ajuste de
cuentas” como se hace con Chile o Argentina. Por muchísimo menos de lo que Mandelahizo en su día, Hamas o
Hizbolah son tildadas de “terroristas” en todo el mundo occidental.
Tampoco
habla la película del apoyo de Mandela y su partido a regímenes así mismo
sanguinarios como el régimen castrista, el de Robert
Mugabe o el
régimen chino. Aunque Invictus liga
la victoria del equipo de rugby a la figura de Mandela, no hace igual, como
correspondería en justicia, con el crimen galopante y la ruina de la economía.
En la película, solo durante un momento Mandela mira los titulares de un periódico en
el que se habla de crimen y ruina económica.
Esto no hace justicia en absoluto
a la situación real: de hecho, durante los 46 años de gobierno del Partido
Nacional, 18.000 personas murieron en tumultos, atentados o en calidad de
víctimas de la policía o el ejército. La cifra contrasta con las 20.000-25.000
personas que mueren todos los años en la actual Sudáfrica, en tiempo de paz,
convertida en uno de los países más violentos del mundo. Además, la Sudáfrica
del apartheid, abominada por todos, se hallaba entonces en una situación económica
que hoy debería de envidiar: pese a estar entonces acosada por el bloque
soviético en un amplio frente subversivo y por las sanciones de los EEUU y sus
aliados, pese a sostener una guerra instigada desde Cuba en su frontera, el
Rand era mucho más fuerte de lo que es hoy.
La Sudáfrica de Nelson Mandela, sin ninguno de
esos problemas, es ya un gigantesco fiasco económico y ha dejado de sacar las
castañas del fuego a los países circundantes que, dicho sea de paso, cuentan
con todas las bendiciones de la comunidad internacional de naciones
“democráticas”.
Por último, queda por señalar el
giro copernicano impuesto por el gobierno de Mandela en lo moral. De hecho, precisamente él
y sus camaradas del CNA son quienes legalizaron en Sudáfrica cuestiones como el
aborto -legal desde el 1 de febrero de 1997-, la pornografía y el juego. Nada
de esto sale en la película, por supuesto. Como tampoco sale -ha sido
completamente distorsionado- la importancia que para los componentes de aquél
equipo de rugby tenía su fe cristiana.
Sorprendentemente, y pese a que la
película indica justo lo contrario, es un hecho constatable que aquél histórico
equipo oraba tras cada victoria en el terreno de juego. El propio líder del
equipo, François Pienaar, declaró en una entrevista a la BBC
en 1995 tras la victoria que, cuando sonó el silbato que indicaba el final del
encuentro “me puse de rodillas. Soy cristiano y quería decir una rápida
plegaria por hallarme en aquél acontecimiento maravilloso y no solo por ganar.
De repente, todo el equipo estaba en torno mío; fue un momento especial”.
Toda este simplismo a la hora de
tratar una situación incomprensible sin conocer el contexto africano de
entonces, la guerra fría y el papel del CNA en la subversión de todo el Sur de
África, solo puede entenderse como un acto de pura propaganda, encaminada a
fabricar un falso héroe a la medida de los intereses de la mundialización.
Extraído de: http://elsilenciodelaverdad.wordpress.com/2012/07/18/mandela-como-convertir-a-un-terrorista-en-heroe/
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