lunes, 3 de junio de 2013

Manifiesto por una Nueva Disidencia




La gran opresión

En lo que las naciones europeas viven hoy no es en una democracia: es en una posdemocracia donde la alternancia sólo es una ilusión. Quien hoy ostenta el poder no es el pueblo, es una clase de oligarcas. Forman parte de la misma los grandes dirigentes financieros, mediáticos, culturales y políticos, los cuales imponen una ideología dominante que se ha convertido en una ideología única.

1.- La ideología única encierra el pensamiento y la opinión en el rectángulo de una cárcel cuyos cuatro lados son:

– el libre comercio económico deseado por los grandes oligopolios mundiales que son las transnacionales;
– el antirracismo que niega las realidades étnicas y culturales, al tiempo que culpabiliza a los defensores de nuestra identidad nacional y de la civilización europea;
– la antitradición y la inversión de los valores que desquician la base familiar y toda una experiencia de miles de años;
 – la visión mercantil comercial del mundo y el arrasamiento utilitario de la vida, de la naturaleza, de la cultura.

La ideología única somete de forma duradera a los europeos y a los anglosajones: impedir la constitución de una auténtica potencia europea es, por lo demás, una de sus funciones.

2. La ideología única impone un despotismo blanco a través de cuatro lógicas totalitarias:

– la neolengua, las mentiras de los medios de comunicación y los grandes miedos que se imponen a través de la tiranía mediática: quienquiera que se aparte de las verdades oficiales es condenado al silencio y/o a la demonización;
– la normalización de las reglas y de los comportamientos prescritos:
* por las burocracias nacionales, europeas y mundiales bajo la influencia de los grandes grupos de presión (lobbies);
* por los grandes gabinetes internacionales de asesoramiento (los Big Fours)
– la teocracia de los derechos humanos que sojuzga a los pueblos a través del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, el cual interpreta en el sentido del pensamiento único el Convenio Europeo de Derechos Humanos;
– la represión tipo Big Brother, que comete con leyes liberticidas crímenes contra el pensamiento.

3. Esta ideología única tiene sus triunfadores y sus perdedores

Por lo que a sus triunfadores se refiere, figura en primer lugar la superclase mundial: treinta millones de cosmócratas que tienen más puntos en común entre sí  que con el pueblo del que provienen. También figuran entre los triunfadores los países emergentes —China, en particular— y los beneficiarios de la inmigración: por un lado, los inmigrantes que acceden a los regímenes sociales de los países desarrollados; por otro lado, los empresarios que pagan bajos salarios. Siguiendo con los ganadores, también están las minorías étnicas y sexuales que disfrutan tanto de un estatus revalorizado como de la discriminación positiva.

Por el lado de los perdedores figuran los antiguos países desarrollados, cuyo poderío se debilita, al tiempo que mengua su independencia y se reduce su riqueza; y, dentro de ellos, las clases medias y populares, cuya fuerza de trabajo es explotada por las transnacionales y tiene que competir con la de los países emergentes y la de los emigrantes. También figuran entre los perdedores las familias europeas, cuyo modelo de vida se desvaloriza y cuyas dificultades para encontrar vivienda y buenas escuelas para sus hijos se ven amplificadas por la africanización y la islamización.

La mayoría invisible, los autóctonos, son las víctimas de tal situación. Sufren discriminación negativa y padecen un proceso de domesticación. Han perdido su soberanía, no tienen la posibilidad de expresarse mediante referéndums. Los dirigentes políticos que los gobiernan no son estadistas, sino “mediagogos” que hacen carrera adulando a los medios de comunicación y sometiéndose a la ideología única. Frente a lo inaceptable, es necesario dar paso a una nueva disidencia.

La nueva disidencia

El sistema dominante se basa en la negación de la coherencia y de la realidad de las cosas. En las postrimerías de la Unión Soviética, quienes hacían frente a la situación y se atrevían a luchar contra ella eran calificados de disidentes: su arma era el samizdat, es decir, el ciclostil y el anonimato. Los disidentes del mundialismo disponen de Internet y del pseudoanonimato, es decir, de un instrumento subversivo —la reinfoesfera— que es infinitamente más poderoso. El papel de la reinfoesfera consiste en sensibilizar a la opinión.

1. Primera actitud de la disidencia: la reinformación es una gimnasia del espíritu y del alma

Consiste en forjarse su propia opinión para no caer en el conformismo y repetir ideas como papagayos. La reinformación consiste en tratar de conocer la realidad del mundo a partir de una experiencia directa y no a través de las pantallas. Y, por lo que a las pantallas se refiere, consiste en desterrar en toda la medida de lo posible los programas de televisión a favor de los videos o de ciertos espacios radiofónicos y, por supuesto, de las webs alternativas de la reinfoesfera.

2. La actitud de la disidencia consiste en desterrar de los espíritus la ideología única

Ello significa emancipar las mentes y los corazones de lo políticamente correcto, de lo económicamente correcto, de lo históricamente correcto, de lo moralmente correcto, de lo religiosamente correcto, de lo artísticamente correcto. Frente a la dictadura de las emociones condicionadas, hay que volver a encontrar la vía de la razón y de las grandes normas del espíritu europeo: aparte de los dogmas religiosos, sólo se puede considerar verdadero lo libremente refutable. Cualquier verdad oficial tiene que pasar por el cedazo de la duda.

3. La tercera actitud de la disidencia es la fuerza del alma

El alma saca su energía de las raíces de la civilización europea y cristiana, tomando aliento en un imaginario milenario y/o en la fe religiosa. El hombre se ve fortalecido por todo lo que le proporciona una auténtica vida interior y lo libera de las presiones de la urgencia y de la contingencia. Se trata, a este respecto, de dejarse contaminar por las emociones prefabricadas del exterior a fin de reapropiarnos mejor nuestras propias emociones: las que están vinculadas con nuestra tierra, nuestro pueblo, nuestra lengua, nuestra historia, nuestra religión. En suma, vincularse a las emociones de nuestra familia, de nuestro linaje, de nuestro clan, de nuestros correligionarios.

4. La cuarta actitud de la disidencia es el comportamiento disidente, es decir, actuar de forma distinta

La disidencia no consiste tan sólo en reflexionar. Consiste también en actuar de forma distinta:
– frente a la mundialización económica, hacer jugar el localismo, la preferencia local, la nacional, la europea, el patriotismo económico;
– frente al desarraigo, practicar una ecología humana y cercana: retomar contacto con nuestro territorio vital y la naturaleza que lo rodea; aceptar como beneficiosos constreñimientos las leyes de la geografía y del clima;
– frente a la sociedad mercantil, desconfiar de los grandes oligopolios de distribución;
– frente al cosmopolitismo y al antirracismo, defender nuestra identidad: escoger la escuela de nuestros hijos; situarnos en una lógica de arraigo en nuestras elecciones estéticas y culturales; preferir el arte escondido al financial “art”; frente al globischpracticar la lengua que nos es propia; frente a la voluntad de mestizaje de los oligarcas, cultivar el “nosotros”; frente a la memoria impuesta por los amos del discurso, preferir el recuerdo que remite a una realidad histórica y carnal: la transmisión familiar de los acontecimientos tal como han sido vividos realmente por nuestro linaje.

5. La quinta actitud de la disidencia es la intervención en la vida de la Ciudad y más bien en la periferia que en el centro

La disidencia no es un exilio interior: es una larga marcha hacia la reconstrucción de un proyecto comunitario, es la intervención en la vida de la Ciudad en aquellos ámbitos en que pueda ser eficaz, es decir, más bien en la periferia que en el centro, más bien en la vida local que en la nacional.

La disidencia consiste en suscitar acciones identitarias o participar en ellas:
– contra la islamización o la africanización de nuestro barrio;
– contra la imposición del globish en nuestra empresa o en su administración.

Porque las “libertades no son más que resistencias” (Royer-Collard).

La disidencia también consiste en actuar para defender un patrimonio al que se quiere: proteger un emplazamiento o un paisaje, un monumento, una iglesia o un museo, elementos de nuestra identidad nacional y de la civilización europea.

La democracia directa, espontánea, la organización parajurídica de peticiones y de referéndums locales: he ahí otros tantos excelentes medios de acción en tal sentido.

6. La sexta actitud de la disidencia consiste en dar a conocer

Dar a conocer las cosas y, gracias a Internet, hacer públicas y visibles acciones que la tiranía mediática castiga con el ostracismo.
Actuar también es que hacer que a uno le oigan los parlamentarios, especialmente los locales, a fin de que la presión popular compense la del Sistema.

7. La séptima actitud de la disidencia consiste en participar en la movilización de inmensas pero adormecidas fuerzas: las mayorías invisibles pero oprimidas

Estas comunidades económica, social y culturalmente mayoritarias resultan invisibles a causa de la acción de las oligarquías dirigentes y de las políticas de “diversidad” que aplican en contra de las mayorías.

Estas mayorías oprimidas son:

– las clases medias y las clases populares sacrificadas a los intereses de los poderes financieros y a las que se hace competir con el mundo entero en el mercado laboral;
– las pequeñas y medianas empresas victimas de la fiscalidad y de los oligopolios mundiales;
– las familias amenazadas por la teoría del género y la cultura de muerte;
– los cristianos y los laicos, afectados ambos por el hecho de que el espacio público es ocupado por la islamización;
– y, por supuesto, los jóvenes varones blancos (JVB) que son objeto de todas las culpabilizaciones y contra quienes se acumulan toda clase de discriminaciones (como jóvenes, como hombres, como blancos). Los jóvenes varones blancos (JVB) tienen como vocación sacar a Europa de su adormecimiento.

Hay en todos estos grupos, por poco que tomen conciencia de su fuerza, todos los ingredientes de una revuelta susceptible de impulsar una gran oleada de populismo, corriente de opinión que debemos asumir sin complejos.

8. ¿Hacia la revuelta del pueblo?

Situándose mucho más allá del exilio interior, la disidencia se amplifica en Internet pero también en las redes sociales y en las territoriales. La reapropiación de nuestro entorno geográfico y humano es una exigencia cada vez mayor, al igual que la toma de conciencia por parte del pueblo de que tenemos un enemigo: la superclases mundial y los amos del discurso que la sirven.
Vanguardia de un movimiento que va ahondándose, el comportamiento disidente se nutre de la concientización de los daños producidos por el Sistema mundialista hoy dominante. Y esta toma de conciencia nos lleva a recuperar el genio nacional de nuestros pueblos y la identidad europea: búsqueda de la verdad, recurso a las artes figurativas, respeto de las tradiciones, gusto de la libertad, defensa de la lengua y de las patrias carnales. La disidencia libera los espíritus y forja las almas: es la etapa previa a la revuelta del pueblo.


domingo, 2 de junio de 2013

Entrevista a Alain de Benoist sobre la muerte de Dominique Venner




Por Nicholas Gauthier


Alain de Benoist, usted conocía a Dominique Venner desde 1962, más allá de la pena o del disgusto, ¿ha sido estúpido su gesto? Aunque él hubiese renunciado desde hace tiempo a la política, ¿este gesto es coherente con su vida, con su lucha política?

Ahora me disgustan especialmente ciertos comentarios. “Suicidio de un ex de las OAS”, escriben unos, otros hablan de una “figura de extrema derecha”, de un violento opositor del matrimonio gay o de un “islamófobo”. Sin contar los insultos de Frigide Barjot, que ha revelado su verdadera naturaleza escupiendo sobre un cadáver. Ellos no saben nada de Dominique Venner. Nunca han leído una sola línea (de sus más de 50 libros y centenares de artículos). Ignoran al fin, que tras una juventud agitada – que él mismo contó en Le coeur rebelle (1994), entre sus mejores obras -, había renunciado a toda forma de acción política desde hace casi medio siglo. Exactamente desde el 2 de julio de 1967. De hecho estaba presente cuando comunicó la decisión. Desde entonces Dominique Venner se había dedicado a escribir, primero con libros sobre caza y armas (era un experto reconocido en este ámbito) y después con ensayos históricos brillantes por estilo y, a menudo, autorizados. Había entonces fundado La Nouvelle Revue d´histoire, bimestral de elevada cualidad.

Su suicidio no me ha sorprendido. Desde hace tiempo sabía que – siguiendo el ejemplo de los antiguos romanos, y también de Cioran, por citarlo solo a él – Dominique Venner admiraba la muerte voluntaria. La juzgaba como la más conforme a la ética del honor. Recordaba a Yukio Mishima, y no es casualidad que en su próximo libro, que el próximo mes será editado por Pierre-Guillaume de Roux, se titulará “Un samouraï d´Occident” (Un samurái de Occidente). ¿Hasta qué punto se puede medir su carácter de testamento? Pese a que esta muerte ejemplar no me sorprende. Me sorprenden el tiempo y el lugar.

Dominique Venner no tenía fobias. No cultivaba extremismo alguno. Era un hombre atento y secreto. Con los años, el joven activista de la época de la guerra de Argelia se convirtió en un historiador meditativo. Subrayaba, de buena gana, que la historia era siempre impredecible y abierta. No veía motivo para no desesperar, de hecho, rechazaba toda forma de fatalismo. Pero, ante todo, era un hombre de estilo. Aquello que más apreciaba en las personas era la capacidad. En el 2009 había escrito un hermoso ensayo sobre Ernst Jünger, explicando su admiración por el autor de los acantilados de mármol. En su universo interior no había lugar para la burla, ni para los conflictos de una política del politiqueo que justamente despreciaba. Por ello era respetado. Buscaba la capacidad, el estilo, la ecuanimidad, la magnanimidad, la nobleza de espíritu, a veces hasta el exceso. Términos cuyo sentido escapa a quien solo ve los juegos televisivos.

-Dominique Venner era pagano. Pero ha elegido una iglesia para poner fin a sus días. ¿Una contradicción?

Pienso que él mismo había respondido a la pregunta en la carta que ha dejado, pidiendo hacerla pública: “Elijo un lugar altamente simbólico, la catedral de Notre-Dame en París, que respeto y admiro, porque fue construida por el genio de nuestros abuelos sobre lugares de culto más antiguos, recordando orígenes inmemorables”. Lector de Séneca y Aristóteles, Dominique Venner admiraba especialmente a Homero: La Iliada y La Odisea eran para él los textos fundadores de una tradición europea, en los cuales, reconocía a su patria. ¡Solo Christine Boutin puede imaginar que fuese “convertido en el último segundo”!

-¿Políticamente esta muerte espectacular será útil, como otros sacrificios celebrados, como aquel de Jan Palach en 1969 en Praga, o aquel más reciente del vendedor ambulante tunecino que provocó la primera “primavera árabe?

Dominique Venner se ha expresado también sobre las razones de su gesto: “Ante peligros inmensos, siento el deber de actuar hasta que no tenga fuerza. Creo necesario sacrificarme para romper el letargo que nos oprime. Mientras tantos hombres se hacen esclavos de la vida, mi gesto encarna una ética de la voluntad. Me doy muerte para despertar conciencias adormecidas”. No se podría ser más claro. Pero sería un error si no se hubiese visto en esta muerte voluntaria más allá del estrecho contexto del debate sobre el “matrimonio para todos”. Desde hace años, Dominique Venner no soportaba ver más a Europa fuera de la historia, vacía de energía, olvidada de sí misma. A menudo decía que Europa estaba “aletargada”. Ha querido despertarla, como Jan Palach, en efecto, o, en otro periodo, Alain Escoffier. Así ha probado su capacidad hasta lo más profundo, permaneciendo fiel a su imagen de comportamiento de hombre libre.

También ha escrito: “Ofrezco lo que queda de mi vida en un intento de protesta y fundación”. Esta palabra, fundación, es el legado de un hombre que ha elegido morir de pie.


lunes, 27 de mayo de 2013

El Suicidio Heroico de Dominique Venner




Algo tardía subo esta información, pero la considero de una relevancia de peso. Todos los datos y reseñas sobre su auge y caída de éste Nacionalista están a continuación.


Por Javier Ruiz Portella


Homenaje a Dominique Venner

Dominique Venner, historiador y ensayista francés que estuvo en los orígenes de la corriente de pensamiento mal llamada “Nueva Derecha”, se ha suicidado este 21 de mayo a los 78 años de edad. Lo ha hecho, además, de la forma más simbólica y espectacular posible: ante el altar mayor de la catedral Notre-Dame de París.

“Su muerte no es la de Drieu-la-Rochelle, no es la de Montherlant. Es la de Mishima”, decía alguien comentando en Radio Courtoisie el acto sacrificial del pensador francés, bien conocido por nuestros lectores.

Un acto sacrificial, en efecto. Un acto destinado a dar testimonio, a sacudir las conciencias. “Serán necesarios —escribía esta misma mañana en su página web— gestos nuevos, espectaculares y simbólicos, para conmover las somnolencias, sacudir las conciencias anestesiadas y despertar la memoria de nuestros orígenes. Entramos en unos tiempos en los que las palabras tienen que ser autentificadas con actos”. Y éste es el acto que tú, amigo, camarada, has realizado, ante el mundo, esta mañana.

Mientras tanto braman las hienas en el desierto. Escupen al pasado de quien sufrió cárcel por haber defendido la Argelia francesa. Se olvidan de tu crucial aportación —es la primera vez que te tuteo, tú, tan “vieille France”— al mundo del pensamiento, de las ideas y de la acción. Olvidemos las hienas. Resbalan sus escupitajos al lado de la grandeza de tu gesto.

Como decimos en esta España a la que tanto querías y para la que escribiste expresamente uno de tus libros: Dominique Venner, ¡presente!

Declaración de Dominique Venner

Las razones de una muerte voluntaria

Estoy sano de cuerpo y de espíritu, y estoy lleno de amor hacia mi mujer y mis hijos. Quiero la vida y no espero nada más allá de ella, salvo la perpetuación de mi raza y de mi espíritu. Sin embargo, en el ocaso de esta vida, ante peligros ingentes que se alzan para mi patria francesa y europea, siento el deber de actuar hasta que aún tenga fuerzas para ello. Juzgo necesario sacrificarme para romper el letargo que nos agobia. Ofrezco lo que me queda de vida con intención de protesta y de fundación.Escojo un lugar altamente simbólico, la catedral Notre-Dame de París que respeto y admiro, esa catedral edificada por el genio de mis antepasados en sitios de culto más antiguos que recuerdan nuestros orígenes inmemoriales.

Cuando tantos hombres se hacen esclavos de su vida, mi gesto encarna una ética de la voluntad. Me doy la muerte con el fin de despertar las conciencias adormecidas. Me sublevo contra la fatalidad. Me sublevo contra los venenos del alma y contra los deseos individuales que, invadiéndolo todo, destruyen nuestros anclajes identitarios y especialmente la familia, base íntima de nuestra civilización multimilenaria. Al tiempo que defiendo la identidad de todos los pueblos en su propia patria, me sublevo también contra el crimen encaminado a remplazar nuestras poblaciones.

Como el discurso dominante no puede abandonar sus ambigüedades tóxicas, les corresponde a los europeos sacar las consecuencias que de ello se imponen. No poseyendo una religión identitaria a la cual amarrarnos, compartimos desde Homero una memoria propia, depósito de todos los valores en los cuales podremos volver a fundar nuestro futuro renacimiento rompiendo con la metafísica de lo ilimitado, origen nefasto de todas las derivas modernas.
Pido de antemano perdón a todos aquellos a quienes mi muerte causará dolor, y en primer lugar a mi mujer, a mis hijos  y nietos, así como a mis amigos y fieles. Pero, una vez desvanecido el choque del dolor, estoy convencido de que unos y otros comprenderán el sentido de mi gesto y trascenderán, transformándolo en orgullo, su pesar. Deseo que éstos se concierten para durar. Encontrarán en mis escritos recientes la prefiguración y la explicación de mi gesto.



Entrevista a Alain de Benoist




Tengo aquí una entrevista al intelectual francés, Alain de Benoist. Él ha sido parte de una corriente ideológica denominada "Nueva Derecha", pero aclaro de forma inmediata para los incautos, que nada tiene que ver con la brutal Derecha neoliberal capitalista que, desde hace más de 20 años, está vendiendo CHILE. Reivindica también una "Democracia" participativa y las organizaciones de base frente a la partidocracia y al Estado Burgués, oponiéndose al Capitalismo salvaje y consumista, teniendo como corazón a Estados Unidos de Norteamérica. Los invito a leer esta interesante entrevista y a conocer más sobre éste notable pensador-escritor.


Se le considera como el fundador de la Nueva Derecha. ¿Cómo "resumir" ésta? ¿Es una escuela política en el mismo sentido que la Action Française, una filosofía, o solo un método de pensamiento?

¡Es difícil "resumir" una trayectoria de 35 años! Lo que los medios de comunicación a partir de 1979 llamaron la "Nueva Derecha" es una escuela de pensamiento, fundada a principios de 1968, que se proponía reconsiderar la filosofía política y trabajar, más generalmente, en el ámbito de las ideas. Al principio, era un grupo de estudiantes. En principio, algunos millares de páginas de libros, revistas, actos de coloquios, conferencias, etc. y una etiqueta que no han dejado de clavarme en la piel, como una túnica de Nessus, pero que siempre he encontrado inadecuada, ya que es ambigua. Daba en efecto una resonancia política a una esfera de influencia esencialmente intelectual y cultural, y la encerraba en una polaridad derecha- izquierda que la clase mediatica-politica tiene todo el interés en intentar hacer persistir, pero que no se corresponde ya en nada a la problemática de nuestro tiempo.

Cuando esta corriente de pensamiento aparece, yo esperaba hacer a la vez un equivalente de la Escuela de Frankfort y del CNRS. Se es idealista cuando se tienen veinte años (y lo peor es que nunca he dejado de serlo). Sigue siendo una multitud de trabajos que ejercieron y todavía ejercen una determinada influencia. Para el futuro, se verá bien: cuando se lanzan botellas al mar, no se prejuzga de las islas a donde llegarán. Pero no es erróneo hablar de método de pensamiento. El método nunca consistió en tener los resultados de estos trabajos para acervos definitivos. La Nueva Derecha evolucionó, no dejó de precisar y hacer avanzar su discurso. Comprendo que eso haya podido desviar a algunos agitados y a los aficionados de excursiones, los que esperan pequeños catecismos y no gusta oír sino lo que ya saben. Nunca he pretendido ser agradable ¡Por esto quizás nunca podría haber sido un buen político!

Su pensamiento ha sido relacionado desde hace tiempo, erróneamente o con razón, con el antiamericanismo, lo que ha sido una especie de revolución copernicana en las derechas francesas de los años setenta. ¿Su posición evolucionó después?

¿Revolución copernicana? Pero si las derechas francesas nunca han sido pro americanas. A excepción de su componente liberal, que incluso solo lo fue raramente. Releed a Maurras, a Barrès, a Bonald o a Joseph de Maistre, o al El cáncer americano, de Arnaud Dandieu y Robert Aron. La derecha francesa desde sus inicios denunció a América como la primera civilización exclusivamente comercial de la historia, como una nación basada en los principios de las Luces, cuya breve historia se confunde con la de la modernidad: individualismo, materialismo práctico, culto del performance y la rentabilidad. Es cierto que en cambio, en la época de la guerra fría, mucha gente de derechas pudo creer, por anticomunismo, que los Estados Unidos defendían al "mundo libre". Ese no fue mi caso. Ahora que el sistema soviético ha desaparecido, se ve por otra parte claramente que el "mundo libre" no es más que el lugar de un tipo diferente de enajenación generalizada.

Sobre los Estados Unidos, mi posición no cambió, pero se precisó y matizó. No soy américanofobo. En primer lugar porque tengo horror a las fobias y no detesto a ningún pueblo; a continuación porque en América como en cualquier otra parte, hay por supuesto cosas de mi agrado. Sin embargo el basamento histórico del americanismo reside en una ideología providencialista de origen puritano que, desde el tiempo de los Padres fundadores, asigna una misión universal a los Estados Unidos (el Manifest Destiny), en este caso la transformación del planeta en un extenso mercado homogéneo exclusivamente regulado por los valores del liberalismo y basado en el modelo antropológico normativo de un individuo dedicado unicamente buscar permanentemente su mejor interés, éste se confunde en general con una cantidad cada vez mayor de objetos consumidos. Centro del "turbocapitalismo", América sigue siendo por otra parte el principal beneficiario y el principal enlace, y también la principal herramienta, de la Forma-Capital. Pienso que el americanismo cultural es la principal amenaza hoy que pesa sobre las culturas y los estilos de vida diferenciados, y que la política exterior americana es el factor principal de brutalización de las relaciones internacionales. Amenaza que se trasluce en el unilateralismo y el aventurerismo militar del equipo actualmente en poder en Washington.

¿A juzgar por los acontecimientos iraquíes, cree que ocurra un próximo choque de civilizaciones?

Los Estados Unidos, que pretenden combatir un islamismo que no dejaron de fomentar durante décadas, eligieron hacer la guerra al único país laico de Oriente Medio. Los resultados confirmaron las peores predicciones de los adversarios de esta guerra ilegal e ilegítima, fundada por añadidura sobre una abominable mentira de Estado (las pretendidas "armas de destrucción masiva"): un caos generalizado que amenaza ahora con extenderse a los países vecinos y dar nuevas razones y motivos a los grupos terroristas para actuar. Es la vieja historia del bombero pirómano.

El tema del "choque de las civilizaciones", teorizado por Samuel Huntington, es una fórmula fácil que sacude inmediatamente a los espíritus perezosos, cada vez más llevados a repetir lemas que les satisfacen que a las exigencias del análisis y la reflexión. Más allá de las fricciones culturales que se producen necesariamente en un mundo globalizado, pienso que esta fórmula no corresponde prácticamente a nada. Las "civilizaciones" no son bloques homogéneos, y no se ve comó podrían transformarse en protagonistas de las relaciones internacionales. La tesis de Huntington aparece en cambio en el momento justo para favorecer la confusión entre las patologías sociales nacidas de la inmigración y el islam, el islam y el islamismo, el islamismo y el terrorismo global. Por ahora, legitima la islamofobia que los Estados Unidos y sus aliados, que estaban en busca de un enemigo absoluto sustituto desde la desaparición de la Unión Soviética, emplean e instrumentalizan muy inteligentemente. George W. Bush llama exactamente a la "cruzada" de la misma forma en que Bin Laden apela a la "guerra santa" -- fundamentalismo musulmán contra monoteísmo del mercado, mientras que en Francia aquellos mismos que, en la época de Sos-Racisme, denunciaban la estigmatización xenófoba de los inmigrantes no dudan ya en denostarlos desde que descubrieron que este grupo de población profesa sobre el Oriente Medio puntos de vistas políticamente incorrectos. Curiosa inversión.

No es un secreto para nadie que Ud. no está realmente en el mismo campo político que Jean-Marie Le Pen. ¿Qué es lo que le separa y qué es lo que podría eventualmente acercarle?

No tengo ninguna enemistad personal hacia Jean-Marie Le Pen. Es un hombre indiscutiblemente valiente, y seguramente uno de los pocos verdaderos hombres políticos de nuestro tiempo. Además, y sobre todo, no soy uno de esos que grita que viene el lobo. Cuando he tenido que criticar al Front National, no lo he hecho para contribuir a su demonización (ya que por otra parte nunca he creído por un momento que el FN representaba una "amenaza para la República"). Pero puesto que me pides resumir esta crítica, quiero responder francamente. El Front National registró resultados electorales importantes, pero no pienso que haya hecho reaparecer a la derecha en la esfera política en una forma que haya sido favorable. Centrar su discurso en la inmigración, como ha ocurrido durante mucho tiempo, inmediatamente lo presentó (a pesar de todas las precauciones de lenguaje empleadas) como un partido antiinmigrantes, por lo tanto como el partido de la xenofobia y la exclusión. Era seguramente electoralmente rentable, pero también era dar a creer que todos los problemas a los cuales se enfrenta a nuestro país se resumen a la cuestión de la inmigración, lo que yo no he creido en ningún momento. La consecuencia fue el renacimiento inmediato de un "antifascismo" -- tan anticuado como el fascismo -- que solidificó el debate en términos anacrónicos. Así, la inmigración se convirtió en un problema silenciado, del cual ya no fue posible hablar normalmente. Y por supuesto, los cuatro millones de votos del FN no hicieron disminuir el número de los inmigrantes ni en un décimo.

Su tendencia a inclinarse a la derecha tampoco me agrada, sobre todo en un tiempo en el que, como ya lo dije, la separación izquierda-derecha ya no significa nada. Era condenarse por adelantado a un guetto con toda clase de agraviados, perdedores perpetuos, de vejestorios, con sus nostalgias, sus ideas fijas, sus crispaciones y sus lemas. Un movimiento político es siempre más o menos prisionero de su público. No es a ese público al que uno pueda transmitirle algo diferente de las trivialidades como propuestas sobre qué hacer frente a temas tan importantes como la desestructuración del vínculo social y la desintegración de la comunidad, la colonización del imaginario simbólico por los valores del mercado, la entrada en el universo postmoderno de las comunidades y redes, las perspectivas abiertas por las biotecnologías, etc.

Permítame añadir que el partido político me parece por otra parte una forma pasada de acceder al poder. Fue la forma de acción política privilegiada en la época de la modernidad: se creaba un partido, se intentaba obtener la mayor cantidad de votos posibles y un buen día, con un poco de oportunidad, se accedía al poder y se aplicaba un programa. En la actualidad, los que acceden al poder constatan que su margen de maniobra es exiguo y que, siempre que tengan un programa, deben sacrificarlo porque las influencias los sobrepasan. La política dejó sus instancias tradicionales, y los mercados financieros tienen más poder que la mayoría de los Estados y Gobiernos. Las cosas quedan aún más claras en el caso de un movimiento protestatario, que no es más que una adición de descontentos. Tal movimiento no tiene ninguna oportunidad de llegar al poder en un sistema donde las posiciones de poder estan predeterminadas de tal forma que sólo gobernarán aquellos que por adelantado prometan que no cambiarán básicamente nada. No le queda mas posibilidad que convertirse en un partido como los demás, pero en este caso significaría la pérdida de su razón de ser. Yo pienso que se pierde el tiempo al intentar una vía intermedia que permita mantener una alternativa.

Escribo eso sabiendo que la crítica es fácil. Y sobre todo sabiendo que la relación entre los hombres políticos y los intelectuales siempre ha sido difícil (sobre todo en la derecha, dónde las reacciones emocionales dominan siempre frente a la reflexión). Los intelectuales de los partidos son siempre desesperados -- y así se vuelven tan rápido como pretendan hablar en nombre de un "nosotros". En cuanto a los hombres políticos, observan inevitablemente a los intelectuales como complicados, cuyos puntos de vista dividen al electorado que pretenden reunir. Mejor es dejar a los nuestros observarse desde sus respectivos planetas.

En resumen, todo lo que, en Francia, no es de izquierdas es demonizado después de Mayo del 68. Ud. no es en realidad "de derechas", pero esta demonización también le afecta. ¿Por qué? ¿Desde cuándo? ¿Cómo?

La demonización es, en mi opinión, un fenómeno más reciente. En los años sesenta, y, en particular, inmediatamente después de Mayo del 68, existía una hegemonía intelectual de la izquierda y la extrema-izquierda, que se manifestaba, entre otras cosas, en el poder del marxismo en la Universidad. Esta hegemonía no era verdaderamente sinónima de demonización. Se ejercía a partir de cenáculos ideológicamente bien estructurados, alrededor de algunas figuras emblemáticas, como Jean-Paul Sartre, y en un clima de politización relativamente intenso. Eso no impedía a los autores "de derechas" publicar (en los años setenta y a principios de los años ochenta, yo mismo tengo libros publicados en los editores más grandes: Albin Michel, Robert Laffont, Plon, etc., lo que no sería ya posible hoy). La demonización apareció en torno a 1985-87, al mismo tiempo que las escuelas de pensamiento de izquierdas y extrema izquierda ampliamente se habían debilitado, cuando el marxismo y el freudianismo habían pasado de moda, y las experiencias históricas a las cuales muchos se habían referido (comunismo soviético, castrismo, "modelo yugoslavo", "Revolución cultural" china, etc.) se habían caracterizado por ser fracasos evidentes, mientras que la despolitización se extendía poco a poco por todas partes, comenzando por el mundo estudiantil.

Analizo esta demonización como un resultado de la conjunción de dos factores principales. Por una parte el resurgimiento de ese "antifascismo" anticuado, vinculado al avance del Front National, del que ya hablé, que sirvió de identidad política sustituta a una gran cantidad de hombres de izquierdas que por otra parte habían abandonado sus antiguas convicciones políticas: decirse "antifascistas" pese que se habían sumido al estado sin alma del reformismo y de la sociedad de mercado les permitía mantener la ilusión de una identidad. Este "antifascismo" sin riesgos (a diferencia del antifascismo histórico), es eminentemente rentable, ya que es consonante con el espíritu del tiempo, tomó la forma de un psicodrama, que se tradujo en la instauración de "Comités de Vigilancia", de prácticas inquisitoriales generalizadas, de escándalos a grandes espectáculos, de recitación ritual de mantras sobre la "memoria histórica", de purificaciones retrospectivas, etc. El segundo factor fue la instauración de lo que se llama el "pensamiento único", fenómeno que es necesario interpretar de una manera sistémica más que ideológica. El fracaso de las grandes experiencias alternativas del siglo XX generalizó la idea que vivimos bajo el horizonte del "único" modelo de sociedad posible. Es la idea que no dejan de repetir implícitamente los medios de comunicación, y que Fukuyama teorizó en su libro sobre el "fin de la historia". Se desprendió la ilusión que no existe más que una única solución a los problemas políticos y sociales, solución técnica y no ideológica, que la gestión pública es un asunto esencialmente tecnocrático, y que todo lo que se diferencie de este "círculo de razón" debe descartarse despiadadamente. Los partidos políticos ya no tienen diferencias ideológicas importantes sino tan solo una imagen mediática, mientras tanto han constituido un gran bloque central, un "extremismo de centro", cuya característica principal es que es intercambiable y homogéneo.

Sobre la base de esa doble vulgata mínima, se estableció de manera acelerada un proceso de exclusión-demonización. Se amplió progresivamente en círculos concéntricos, en relación inicialmente contra gente muy conocida de "extrema derecha", pero extendiéndose muy rápidamente contra todas las voces discordantes cualquiera que fuera la procedencia (incluidas las voces discordantes de izquierdas). En resumen, todos los espíritus libres vieron como poco a poco se les cortaba el altavoz. Para dar ejemplos, sería necesario llenar decenas de páginas. Solo daré uno, totalmente personal, pero que da una idea del camino recorrido: en 1981, Le Monde todavía podía publicar un texto mío que cubría dos plenas páginas de este diario, mientras que hoy no podría ya publicar ni una sola linea de mi autoría. En 1977, más de 300 artículos habían saludado la publicación de mi libro titulado Vu de Droite, que luego fue premiado con el Gran Premio para Ensayo de la Academia Francesa. En la actualidad, he renunciado simplemente hacer servicios de prensa. Queda claro que al hacer un trabajo de orden intelectual, es decir, intervenir en un campo teórico que algunos han querido silenciar, no he tenido otra opción, en un entorno así, que ser enviado al ostracismo. Como nunca me he retractado de ninguna línea de lo que he escrito, se me envía al silencio, método muy eficaz en la época en que todo depende de los medios de comunicación e información. Al hacer silencio se ahorran el tener que refutarme, que es más difícil. Eso no me impide que duerma. El ostracismo, hoy, es el otro nombre de la libertad.

Basta con viajar un poco por Europa, o a otra parte, para darse cuenta de que le reconocen más en Italia o en los EE.UU que en Francia. ¿Cómo explicar tal estado de hecho?

En efecto todos los meses viajo a Italia, donde se publicaron varios libros y donde mis propias obras han sido agregadas al programa de varios ciclos de estudios universitarios. Regularmente soy invitado allí a discutir, en coloquios o en la televisión, con autores o personalidades de todas las opiniones políticas. Después de haber conocido el triste período de los "años de plomo", Italia es un país con más libertad, o más bien, con una libertad intelectual normal. Cuando se invita a alguien para discutir, se preocupa en general de una cosa: que tenga algo que decir. Es decir que la "vigilancia" y los "cordones sanitarios" a la francesa, las contorsiones dialécticas sobre los riesgos de "contaminación", los cálculos sobre la necesidad de "no legitimar", la presunta importancia de "no hacer el juego", son un objeto de estupor para la mayoría de los intelectuales italianos que, por lo demás, se preguntan por qué el medio intelectual francés se ha agotado. Añado que la ausencia de centralización jacobina favorece en Italia el pluralismo editorial y cultural, contrariamente a lo que se ve en Francia, donde un cuarto de pequeños marqueses rigen el mundo de las letras e ideas desde dos o tres distritos de la capital. Por eso tengo seguramente hoy más lectores en Italia que en Francia. Como ya fue en otro tiempo el caso de Georges Sorel.

Fuerte es la impresión de que en Francia, todo está paralizado. Tanto en términos de reformas, de instituciones nacionales como europeas e incluso de debate intelectual. ¿Esta situación le parece definitiva o se encuentra condenada a evolucionar?

Francia es en efecto hoy un país completamente bloqueado. Mientras que hace quince años, hombres tan diferentes como José Maria Aznar, Berlusconi, Gerhard Schröder o Tony Blair eran aun prácticamente desconocidos, nuestra clase política data de la era Brezhnev. A nivel económico e industrial, la actitud más corriente, ante la problemática planetaria actual, es la del repliegue sobre un capullo protector que debe desaparecer. En cuanto al debate intelectual, reducido a un diálogo incestuoso entre los que piensan la misma cosa, desapareció completamente. Los grandes autores, de izquierdas como derechas, murieron sin haber sido sustituidos, y no se traducen ya ninguno de los libros que suscitan en el extranjero los debates más estimulantes (con la consecuencia que resulta completamente imposible estar al corriente de la evolución de algunas disciplinas si no se lee al menos el inglés, el alemán y el italiano). ¿Saldremos un día de esta situación? Por supuesto. En los asuntos humanos, nada es definitivo. Toda la cuestión consiste en saber en qué estado se saldrá. Mi convicción personal es que las cosas comenzarán a evolucionar cuando nuevas separaciones, producidas por la actualidad, se impongan a los que siguen hoy razonando en categorías anacrónicas.

Hace algunos años, Alain Madelin garantizaba que estábamos en un período asimilable al de 1789, con élites tecnócratas en lugar de nobles cuyos privilegios no correspondían ya de ningún modo a los servicios al mismo tiempo prestados a la nación. ¿Este paralelo le parece pertinente?

Yo desconfío siempre un poco de los paralelos históricos; como decía Lénin, la historia no reconstruye los platos rotos. Alain Madelin, por otra parte un agradable muchacho, pero que pertenece también a la Nueva Clase dirigente, creía seguramente, haciendo esta comparación, que la hora del liberalismo llegaba a su fin. Sin tener por supuesto la menor simpatía por las élites tecnócratas, yo creo al contrario que es al fracaso generalizado de las prácticas liberales hacia donde nos dirigimos. Desde los tiempos de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher, el poder mundial del neoliberalismo salvaje ha implicado por todas partes la agravación de desigualdades (entre países como dentro de cada país), ha causado la aparición de una "nueva cuestión social", dónde la exclusión de los "inútiles" tiende a sustituir a la simple explotación en el trabajo por la lógica del beneficio, y ha empeorado de manera dramática la desintegración del lazo social. Y sólo menciono de memoria las deslocalizaciones, la erradicación de las culturas y las catástrofes ecológicas. La globalización neoliberal, al mismo tiempo que intensifica las rivalidades y vuelve cada vez más divergentes los intereses europeos y los intereses americanos, creó un mundo fluido, sin fronteras, donde la instantaneidad de los flujos suprime el espacio y el tiempo permitiendo al mismo tiempo a las crisis locales extenderse de manera viral a escala planetaria. El sistema financiero internacional, donde la burbuja especulativa no deja de extenderse en detrimento de la producción real, se debilita tanto, mientras que se resume en una crisis generalizada de los suministros energéticos, comenzando por el petróleo. La "megamáquina" occidental, llevada por la fuga hacia adelante del productivismo, se asemeja más que nunca a un bólido desprovisto de frenos. En absoluto estamos sobre un volcán, pero dudo mucho que un nuevo "después de 1789" se asemeje a lo que espera el simpático Madelin.

"Le Figaro" recientemente preguntó a numerosos escritores y intelectuales sobre este tema: ¿Qué es lo que significa ser Francés? ¿Cómo respondería a esta pregunta?

La buena pregunta es en efecto: ¿Qué es lo que significa ser francés?, y no: ¿Quién es francés? Difícil responder en una época en la que el mantenimiento de las fronteras ya no garantiza nada, y sobre todo ni la identidad del pueblo o la especificidad de las culturas. Es difícil responder cuando la lógica de la ideología de lo Mismo no deja de extenderse, y cuando el estilo de vida de los franceses no se distingue ya fundamentalmente del de sus vecinos (o del de países del mismo nivel de consumo). La primera respuesta que viene al espíritu: "ser francés consiste en practicar, o más exactamente a vivir la lengua francesa, en lo que tiene de irreducible a cualquier otra", no es obviamente falsa, sino sólo es medianamente satisfactoria. Al menos la pregunta tiene el mérito de decir que no son los inmigrantes que hicieron desaparecer nuestra identidad, sino que tendemos más bien a rechazar las suyas porque ya perdimos la nuestra.

En realidad, tal pregunta invita a meditar sobre el concepto de identidad, y a hacerlo sin sucumbir a las definiciones simplistas, ingenuas o convulsivas, que se dan aquí o allí. En la época postmoderna, incluso las identidades heredadas sólo se vuelven activas siempre que se quieran, se elijan y se reconozcan. La identidad no es una esencia, un depósito intangible, unas simples herencias del pasado que se remiten a algunos grandes mitos fundadores. La identidad es una sustancia, un relato sustancial, un proceso narrativo, dialéctico, donde se combinan permanentemente una parte objetiva y una parte subjetiva, y donde el intercambio con el otro forma también parte de la construcción del sí mismo. La identidad no es lo que no cambia nunca, sino lo que define nuestra manera específica de enfrentar el cambio. No reside ni anteriormente ni en la tradición, sino en la clara conciencia que nos corresponde proseguir una narración que excede ampliamente a nuestra persona. Es esta clara conciencia que me parece que falta hoy.

Sus escritos demuestran que promueve una Europa federal, pero no se priva de criticar agudamente la actual construcción europea, sin embargo considerada como federalista. ¿Por qué razones?

Pienso, en efecto, que el sistema federalista es el único que está en condiciones de reconciliar los imperativos aparentemente contradictorios de la unidad, que es necesaria para la decisión, y de la libertad, que es necesaria para el mantenimiento de la diversidad y para el pleno ejercicio de la responsabilidad. Los que califican la Europa actual de Europa federal ponen de manifiesto por allí que no tienen ni la menor idea de lo que es el federalismo. El federalismo se basa en el principio de subsidiariedad, competencia suficiente y soberanía compartida. Una sociedad federal se organiza, no a partir de arriba, sino a partir de la base, recurriendo a todos los recursos de la democracia participativa. La idea general es que los problemas estén regulados al nivel mas local posible, es decir, que los ciudadanos tengan la posibilidad de decidir concretamente sobre lo que les concierne, solo remontando a un nivel superior las decisiones que interesan a colectividades más extensas o que los niveles inferiores no tienen la posibilidad material de tomar. Un Estado federal es, pues, lo contrario de un Estado jacobino: lejos de pretenderse omnicompetente y querer regular lo que pasa a todos los niveles, se define solamente como el nivel de competencia más general, el nivel donde se trata exclusivamente lo que no puede tratarse en otra parte. Al querer inmiscuirse en todo (desde el diámetro de los quesos italianos, a la caza, a las aves migratorias en el Suroeste de Francia), al querer, no añadir, sino substituir a las autoridades públicas de las naciones y las regiones, las actuales instituciones europeas, esencialmente burocráticas, se conducen, no como un poder federal, sino como un poder jacobino. Son, por añadidura, tan "ilegibles" para el ciudadano medio, que eligieron deliberadamente dar la prioridad a la ampliación de sus estructuras de competencia y no a la profundización de sus estructuras institucionales, que pretenden hoy dotarse con una Constitución sin haber creado un poder constituyente, y finalmente que los que las personifican no están obviamente de acuerdo ni sobre los límites geográficos de Europa ni sobre las finalidades de la construcción europea (extensa zona de libre comercio o potencia independiente, espacio transatlántico o proyecto de civilización), es desgraciadamente bien comprensible que muchos de nuestros conciudadanos observan como un problema suplementario lo que habría debido normalmente ser una solución.

¿Ud. piensa que lo peor siempre está cerca o que al contrario, el futuro puede siempre comenzar mañana?


¡Si el futuro comienza siempre mañana, el pasado se termina siempre ayer, lo que nos hace apenas salir de las trivialidades! La historia, en realidad, está siempre abierta, y por eso optimismo y pesimismo son inadecuados igualmente para enfrentarla. Los hombres no saben la historia que hacen, no más de lo que saben acerca de la naturaleza de la historia que los hace. Al menos podrían intentar tomar conciencia del momento histórico en el cual se encuentran. Desgraciadamente lo hacen raramente, en tanto que es potente la tendencia del espíritu a examinar la novedad con herramientas conceptuales erróneas. La ruptura histórica de los años 1989-91 nos hizo salir a la vez del siglo XX y del extenso ciclo de la modernidad, para hacernos volver a entrar en una era radicalmente nueva. Incluso si está bien claro que el Muro de Berlín no cayó todavía en todas las cabezas, sería hora de analizar las señales de forma diferente que mirando por el retrovisor. "Todo lo que llega es adorable", decía Léon Bloy.

Sobre "La Nueva Derecha"





Por Eduardo Hernan Nieto


Hace ya algún tiempo que la derecha viene recuperando paulatinamente el espacio intelectual copado casi en su totalidad por el pensamiento gnóstico (Voegelin), es decir por las corrientes positivistas, historicistas y escépticas. En este sentido, llama la atención por ejemplo el concepto de "Nouvelle Droite" o Nueva Derechaque se gestó en la Francia setentera, y que tuvo como animador más visible al notable intelectual francés Alain De Benoist ("La Nueva Derecha", Planeta, Barcelona, 1982).

En realidad, la tarea emprendida por de Benoist y otros colaboradores, fue admirable, pues se trató de un intento de síntesis de todo aquello que había sido escrito en Occidente desde una original mirada crítica a la ilustración francesa, la abstracción de los derechos humanos, el igualitarismo, el materialismo, y el nihilismo que se decantó como una sombra por todos los espacios a partir del siglo XIX.

Así, personajes singulares como Weber, Pareto, Evola, Nietzsche, Schmitt, Eliade, Céline, D.H Lawrence, Marineti, Jünger, Lorenz, Jung, entre otros, compartieron esta visión que reivindicaba el espíritu antes que la materia, la diferencia antes que la homogeneidad insípida, los valores de la vida y la naturaleza antes que el nihilismo, y por supuesto la acción antes que la comodidad burguesa. Ciertamente, esta síntesis desarrollada en Francia después de Mayo del 69, era heredera directa de la "Revolución Conservadora", que se dio en la Alemania de Entre Guerras y que proponía e impulsaba estas mismas ideas.

Sin embargo, llamaba también la atención el interés de la nueva derecha por el pensamiento del intelectual marxista Gramsci. Empero, estar referencia a Gramsci, dentro del pensamiento de la Nueva Derecha, resultaba tangencial y no esencial, pues sólo se trató del empleo de sus ideas respecto a la relevancia del pensamiento para conseguir el poder y sobre todo para hacerlo durar.

En este sentido, cualquier acción política exitosa debía ser "gramsciana" si es que quería tener alguna opción dentro de la lucha por el espacio político y por ello la verdadera colisión política era la GUERRA CULTURAL. De allí, lo trascendente que resultaba el dominio y control sobre la Universidad como medio para conquistar después el espacio político.

La intención de la "Nouvelle Droite" era pues convertirse en una plataforma política y quizá hasta en un partido, por ello, resultaba sensata su apuesta Gramsciana. Sin embargo, entre sus propuestas no se advertía por cierto ningún sesgo racista, como podrían pensar sus detractores marxistas y liberales, así De Benoist comentaba: "Condeno, sin ninguna excepción, los racismos, comprendidos, por supuesto, los que se ocultan tras la máscara de un antirracismo de conveniencia"("La Nueva Derecha" p.115), en cambio, si era visible su cuestionamiento al cristianismo en especial por su carácter mesiánico y maniqueo, y por haber permitido la sublevación de la masa respecto a las élites (de allí la denominación del Cristianismo como "Bolchevismo Antiguo"), lo cual, a su vez, no haría ilógica y extraña la aparición por ejemplo de algo como la "Teología de la Liberación".

Así pues, la fuerza de la nueva derecha descansaba en la posibilidad de utilizar las mismas herramientas que le sirvió a la izquierda para conquistar la Academia, pero evidentemente la superioridad del pensamiento de la Nueva derecha hacía que éste se viera como una amenaza y por eso la izquierda tenía que recurrir al poder económico y sobre todo al de la prensa para fustigar la legitimidad de este discurso tachándolo como suele hacer con todo lo que le incomoda al apelar a la salvadora etiqueta del "temible" Fascismo.

sábado, 25 de mayo de 2013

Patria y Nacionalidad




Por Mijail Bakunin


El Estado no es la patria; es la abstracción, la ficción metafísica, mística, política y jurídica de la patria. La gente sencilla de todos los países ama profundamente a su patria; pero éste es un amor natural y real. El patriotismo del pueblo no es sólo una idea, es un hecho; pero el patriotismo político, el amor al Estado, no es la expresión fiel de este hecho: es una expresión distorsionada por medio de una falsa abstracción, siempre en beneficio de una minoría explotadora.

La patria y la nacionalidad son, como la individualidad, hechos naturales y sociales, fisiológicos e históricos al mismo tiempo; ninguno de ellos es un principio. Sólo puede considerarse como un principio humano aquello que es universal y común a todos los hombres; la nacionalidad separa a los hombres y, por tanto, no es un principio. Un principio es el respeto que cada uno debe tener por los hechos naturales, reales o sociales.


La nacionalidad, como la individualidad, es uno de esos hechos; y por ello debemos respetarla. Violarla seria cometer un crimen; y, hablando el lenguaje de Mazzini, se convierte en un principio sagrado cada vez que es amenazada y violada. Por eso me siento siempre y sinceramente el patriota de todas las patrias oprimidas.

La esencia de la nacionalidad. Una patria representa el derecho incuestionable y sagrado de cada hombre, de cada grupo humano, asociación, comuna, región y nación a vivir, sentir, pensar, desear y actuar a su propio modo; y esta manera de vivir y de sentir es siempre el resultado indiscutible de un largo desarrollo histórico.

Por tanto, nos inclinamos ante la tradición y la historia; o, más bien, las reconocemos, y no porque se nos presenten como barreras abstractas levantadas metafísica, jurídica y políticamente por intérpretes instruidos y profesores del pasado, sino sólo porque se han incorporado de hecho a la carne y a la sangre, a los pensamientos reales y a la voluntad de las poblaciones. 

Se nos dice que tal o cual región - el cantón de Tesino [en Suiza], por ejemplo -pertenece evidentemente a la familia italiana: su lenguaje, sus costumbres y sus restantes características son idénticos a los de la población de Lombardía y, en consecuencia, debería pasar a formar parte del Estado italiano unificado.

Creemos que se trata de una conclusión radicalmente falsa. Si existiera realmente una identidad sustancial entre el cantón de Tesino y Lombardía, no hay duda alguna de que Tesino se uniría espontáneamente a Lombardía. Si no es así, si no siente el más leve deseo de hacerlo, ello demuestra simplemente que la Historia real - la vigente de generación en generación en la vida real del pueblo del cantón de Tesino, y responsable de su disposición contraria a la unión con Lombardía - es algo completamente distinto de la historia escrita en los libros. Por otra parte, debe señalarse que la historia real de los individuos y los pueblos no sólo procede por el desarrollo positivo, sino muy a menudo por la negación del pasado y por la rebelión contra él; y que este es el derecho de la vida, el inalienable derecho de la presente generación, la garantía de su libertad.

La nacionalidad y la solidaridad universal. No hay nada más absurdo y al mismo tiempo más dañino y mortífero para el pueblo que erigir el principio ficticio de la nacionalidad como ideal de todas las aspiraciones populares. El nacionalismo no es un principio humano universal. Es un hecho histórico y local que, como todos los hechos reales e inofensivos, tiene derecho a exigir general aceptación. 

Cada pueblo y hasta la más pequeña unidad étnica o tradicional tiene su propio carácter, su específico modo de existencia, su propia manera de hablar, de sentir, de pensar y de actuar; y esta idiosincrasia constituye la esencia de la nacionalidad, resultado de toda la vida histórica y suma total de las condiciones vitales de ese pueblo.

Cada pueblo, como cada persona, es involuntariamente lo que es, y por eso tiene un derecho a ser él mismo. En eso consisten los llamados derechos nacionales. Pero si un pueblo o una persona existe de hecho de una forma determinada, no se sigue de ello que uno u otra tengan derecho a elevar la nacionalidad, en un caso, y la individualidad en otro como principios específicos, ni que deban pasarse la vida discutiendo sobre la cuestión. Por el contrario, cuanto menos piensen en si mismos y más imbuidos estén de valores humanos universales, más se vitalizan y cargan de sentido tanto la nacionalidad como la individualidad.

La responsabilidad histórica de toda nación. La dignidad de toda nación, como la de todo individuo, debe consistir fundamentalmente en que cada uno acepte la plena responsabilidad de sus actos, sin tratar de desplazarla a otros. ¿No son muy estúpidas todas esas lamentaciones de un muchachote quejándose con lágrimas en los ojos de que alguien lo ha corrompido y le ha puesto en el mal camino? Y lo que es impropio en el caso de un muchacho está ciertamente fuera de lugar en el caso de una nación, cuyo mismo sentimiento de autoestima debería excluir cualquier intento de cargar a otros con la culpa de sus propios errores.

Patriotismo y justicia universal. Cada uno de nosotros debería elevarse sobre ese patriotismo estrecho y mezquino para el cual el propio país es el centro del mundo, y que considera grande a una nación cuando se hace temer por sus vecinos. Deberíamos situar la justicia humana universal sobre todos los intereses nacionales. Y abandonar de una vez por todas, el falso principio de la nacionalidad, inventado recientemente por los déspotas de Francia, Prusia y Rusia para aplastar el soberano principio de la libertad. La nacionalidad no es un principio; es un hecho legitimado, como la individualidad. Cada nación, grande o pequeña, tiene el indiscutible derecho a ser ella misma, a vivir de acuerdo con su propia naturaleza. Este derecho es simplemente él corolario del principio general de libertad. 

Todo aquél que desee sinceramente la paz y la justicia internacional debería renunciar de una vez y para siempre a lo que se llama la gloria, el poder y la grandeza de la patria, a todos los intereses egoístas y vanos del patriotismo.