viernes, 15 de febrero de 2013

El Estado como Corruptor Moral




Por el Emboscado


Todo empezó con Platón que no dudó en utilizar la filosofía como instrumento para sus propios fines políticos: la conquista del poder. Con este claro objetivo Platón desarrolló todo su sistema filosófico con el establecimiento del Bien como idea central, cuyo conocimiento quedaba reservado a una elite intelectual de filósofos. Así es como el Bien se identifica con una autoridad intelectual que se erige por encima de los demás al afirmar conocer aquello que es bueno para la sociedad. De este modo es el filósofo rey junto a los guardianes quien determina la organización de la sociedad, y con ello las relaciones que se desarrollan en el seno de esta. El Estado es, en suma, la encarnación de esa idea de Bien en tanto en cuanto el filósofo rey y los guardianes son quienes la conocen, aplican y mantienen con el orden social por ellos instituido.

Esta idea tan antigua es la misma que se ha desarrollado a lo largo de la historia para justificar la existencia del Estado por un lado, y para conseguir el consentimiento de sus súbditos por otro. Lo que en su momento Platón planteó a través de su particular sistema de pensamiento fue reformulado infinidad de veces por otros filósofos e intelectuales que, al igual que Platón, aspiraban a conquistar el poder sobre los demás o en su caso servían con sus teorías y elucubraciones a quien lo detentaba. Esto explica que ya en el s. XIX fuera Hegel quien con su filosofía política constituyera la culminación y máxima expresión de lo iniciado por Platón al definir el Estado como idea moral, y por tanto como encarnación de la idea de Bien.

En la medida en que el Estado es el Bien doblega y somete al sujeto que de un modo u otro se ve abocado a obedecerlo. La corrupción moral alcanza su grado máximo en las leyes creadas por el Estado y en las autoridades encargadas de supervisar su cumplimiento, lo que significa la aceptación y consentimiento por parte del sujeto de una realidad que prescribe aquello que debe o no hacerse, que define el Bien y el Mal. En tanto en cuanto el poder es el Bien no sólo exige la sumisión del sujeto a la autoridad, sino que al mismo tiempo determina como Mal a todo aquel que se le oponga. En este sentido las leyes que el Estado crea son la concreción del Bien que representa, pues estas son las que organizan la sociedad y determinan las relaciones en su seno.

La identificación del Estado con el Bien da lugar al culto al poder, pues todo cuanto hace es bueno. La policía, el ejército, los tribunales, las leyes, etc., al ser el Bien exigen la aceptación de su autoridad, y con ello la sumisión al orden establecido. Todo esto conduce a la interiorización de la inmoralidad que el poder impone al sujeto, es decir, su más completa corrupción moral al asumir los códigos de conducta que hacen posible su alineamiento incondicional con el poder y su orden vigente. Cualquier cuestionamiento, contestación u oposición es concebido como una expresión del Mal que justifica su persecución y represión. Así es como el Estado institucionaliza la inmoralidad, pues la moral no pasa de ser para el Estado un instrumento de poder con el que dominar a la población para conseguir su aceptación y consentimiento a su orden impuesto, es decir, un elemento de legitimación.

El Estado hace uso del poder ideológico para adoctrinar a la población e inculcarle su propio código de conducta, pues al determinar desde sí mismo lo que está bien por medio de las leyes que moldean el orden establecido y del sistema educativo, justifica la permanente extensión de sus mecanismos de control y dominación para que su orden, como expresión del Bien, prevalezca.

El Estado lleva a cabo una simplificación extrema del mundo que conlleva una infantilización de la conciencia del sujeto, pues el universo se reduce a una lucha entre buenos y malos en el que el papel de bueno corresponde al Estado y a todos los que lo respaldan. Así es como el Estado acrecienta su poder en tanto en cuanto se presenta como una realidad bondadosa, y por ello legítima, destinada igualmente a hacer el Bien en la sociedad al ser esta incapaz de realizarlo por sí misma. Los diferentes sistemas de control, vigilancia y represión se presentan como una necesidad, como una expresión de ese Bien que encarna el Estado de cara a su realización exitosa en la sociedad, al mismo tiempo que todo el sistema educativo está encaminada a adoctrinar a la población para hacer aceptable y legítima esa realidad construida por el propio Estado. De este modo se logra conciliar a la persona, y con ella al colectivo, con su condición de esclavo, al mismo tiempo que esa realidad es presentada como la consecución de la mayor libertad posible.

Como consecuencia de tamaña corrupción moral que se inculca a través del aparato adoctrinador y de todos los instrumentos de manipulación de los que dispone el poder, se anula la capacidad crítica, intelectiva, reflexiva, volitiva e innovadora en tanto que imaginación. El alineamiento social con el poder es prácticamente completo a costa de la destrucción moral del sujeto y con este del conjunto de la sociedad. La falta de un criterio propio al regir el interés del Estado en la definición de lo bueno y lo malo conlleva la aceptación y colaboración con la injusticia instituida desde el poder, así como con todas y cada una de sus aberraciones que tienen como finalidad principal el acrecentamiento del poder estatal a costa del sujeto, que es reducido a la condición de una marioneta cada vez más proclive a aceptar sin rechistar los dictados del poder.

Bajo las circunstancias antes descritas la única opción real para una recuperación de lo humano en tanto que ser libre, con personalidad, juicio crítico, criterio propio y capacidad de pensar de manera autónoma, es la destrucción de la legitimidad sobre la que se asienta el orden establecido, y más concretamente el Estado como máxima expresión de la corrupción moral. La labor de concienciación que esta tarea implica significa denunciar el carácter profundamente perverso de una institución cuya finalidad máxima es la anulación de la libertad del ser humano, y con ello la destrucción de su esencia concreta para sustituirlo por una realidad artificial construida desde el exterior por medio de los aparatos de manipulación y adoctrinamiento, para así anular todo cuanto pueda haber de genuino en este.

viernes, 8 de febrero de 2013

Castas y Clases Sociales





Por Fernando Trujillo

Los términos casta y clase social mayormente son considerados sinónimos por la sociedad actual, un grave error que sin embargo casi nadie se ha tomado la molestia de corregir. Esta confusión de términos se hizo más patente con la llegada del marxismo cuya terminología fusionó estos dos conceptos en uno solo y lo asoció al capitalismo.

En la actualidad, diferentes grupos de tendencias marxistas usan el término casta para definir a la oligarquía. En los colegios el termino—igual simbiotizado—se usa para definir la desigualdad en el mundo antiguo y esta confusión lo que ha provocado es que nuestra sociedad piense que ambos términos son lo mismo.

El origen de la confusión de estos términos está en la Ilustración y en el nacimiento del marxismo. Tanto los pensadores de la Ilustración como Marx veían a las clases altas como una continuación de las castas antiguas, vieron un enemigo al que se debía destruir para imponer la igualdad.

No era suficiente con derrocar a una aristocracia decadente si no también tergiversar la historia de manera que solo hubiera dos bandos, las clases oprimidas y las clases altas, obreros y burguesía.

El concepto de “lucha de clases” se fundamenta entonces en la ridícula hipótesis de que toda la historia ha sido una lucha entre los oprimidos contra las castas, idea absurda que sin embargo ha sido la base de la educación moderna.

Ambos términos no son sólo antónimos si no que también son totalmente opuestos, el concepto de casta de la antigüedad es algo que se opone al concepto de clase social de la época moderna. Esta diferencia se basa en algo muy sencillo: casta es un término biológico no económico.

La gran diferencia entre casta y clase social reside en que la primera es cerrada mientras que la segunda es abierta.

Un hombre puede aspirar a ser de una clase social alta por medio de un matrimonio, ganando la lotería, cometiendo un fraude, siendo un mafioso, pero para pertenecer a una casta se debe de nacer dentro de ella.

En las clases sociales uno puede ascender o descender de acuerdo a la economía, es decir, que si una familia es de clase social elevada y por una crisis cae de posición mientras que caso contrario una familia de clase media baja debido a una buena economía pude ascender hasta una posición y será considerada de clase alta.

En las castas esto no sucede, el mundo de las castas no conoce las crisis económicas ni está sujeta a intereses monetarios. Un hombre puede ser expulsado de su casta si deshonra a los suyos o si traiciona el código ético de esta.

Las clases sociales siempre están abiertas, pero las castas permanecen cerradas para mantener puro su linaje y para evitar que costumbres extrañas entren en ella, esto para la mentalidad moderna puede parecer un acto de soberbia, pero en el mundo antiguo se veía como una forma de proteger la sangre y el espíritu de una casta.

El hombre de una clase social ha sido educado para pensar de forma económica, todo su mundo gira en torno a la economía.

El hombre de casta era un espíritu ascético, duro, reflexivo y elevado espiritualmente. En el hombre de casta se conjugaba el guerrero, el sacerdote y el poeta.

He dicho que el término casta es biológico. La sociedad de castas fue fundada por guerreros, hombres de sangre fuerte y por lo tanto de un material genético de alta calidad por lo que se prohibía mezclarse con castas inferiores. Los matrimonios eran entre los mejores, la mejor mujer para el mejor hombre. Sucede lo contrario en las clases sociales, donde pesa más el dinero que la calidad genética, si el hombre tiene una posición alta no importa si su material genético es deficiente entonces podrá casarse con la hija de papi.

La sociedad de castas es patriarcal. En ella es el guerrero, el hombre sabio y el asceta el jefe mientras que las clases sociales son matriarcales, la figura de la madre, socialite, de ropa cara, que dona cada cierto tiempo a fundaciones de caridad sobresale en revistas y en televisión.

En las castas es el hombre fuerte el que sobresale, en las clases sociales es el hijo mimado de mami. El hombre de una casta elevada era sometido desde temprana edad a un entrenamiento tanto militar como ascético para fortalecer su cuerpo y su espíritu, un hombre de casta iba a ser quien gobernara por lo que debía de ser endurecido desde la infancia.

En las clases sociales si el niño se tropieza la madre va a socorrerlo, mimarlo, tenerlo en su pecho y abrigarlo con toneladas de suéteres en invierno. Así, mientras el hombre de casta era un guerrero capaz de soportar el dolor, sabio y de espíritu elevado. El hombre de la casta social es inepto y siempre preocupado por la economía.

Las civilizaciones pre-cristianas eran regidas en su totalidad por un sistema de castas en cuya cima estaban los sacerdotes-iniciados y los aristócratas-guerreros. Este tipo de jerarquía era el que imperaba en todas las culturas indo-europeas y en civilizaciones de América como los aztecas, mayas e incas. De todas estas culturas son dos las que serian el mejor ejemplo de la sociedad de castas, me refiero a la civilización hindú y a la antigua Roma.

Estas dos culturas llevaron una sociedad jerarquizada, totalitaria y ascética que les permitió ser civilizaciones elevadas espiritualmente y admiradas.

El sistema de castas de la India fue fundado por los invasores indoeuropeos que llegaron a ese territorio en el año 1400 A.C, fue el periodo de la India Védica cuando la civilización estaba dividida en castas regidas por una aristocracia de iniciados y aristócratas.

La primera casta era la casta Brahmánica que correspondía a los sabios e iniciados, esta casta estaba representada por el color blanco, se trataba como su color lo indica de una casta con altos valores espirituales quienes eran los asesores del rey.

La aristocracia estaba conformada por la casta Chatria, según el Código Manu la función del Chatria era la de proteger a sus súbditos y este título no era hereditario, quien aspirara a tener el poder debía tener aptitudes y valores propios de un guerrero.

Con esto vemos que nacer en una casta no era el único requisito para pertenecer a ella, se debía pasar por pruebas iniciáticas tanto físicas como espirituales, el superar estas pruebas era como un segundo nacimiento, por eso los Chatrias y Brahmanes eran llamados “Nacidos dos veces” porque nacían como humanos una vez superado este duro entrenamiento pasaban a ser Chatrias.

En la antigua sociedad hindú cada casta tenía su lugar. Los mejores elementos convivían con los mejores mientras que los peores elementos de la sociedad se encontraban aislados. El dalit, el chandala( termino que usaba Nietszche para referirse al judío o al cristiano), el sin-casta es decir los más bajos elementos convivían entre ellos sin mezclarse con los más altos elementos, asilados en los más miserables lugares.

En palabras del científico ucraniano Theodosius Dobzhansky "El sistema de castas de la India ha sido el mayor experimento genético jamás realizado por el hombre". Los mejores elementos se reproducían mientras que los peores elementos iba muriendo debido a enfermedades, asesinándose entre sí, de ese modo su número disminuía.

La sociedad romana por otro lado estaba dividida en dos castas, patricios y plebeyos, la primera era la clase dirigente mientras que la segunda era el populacho.

Los patricios eran los patriarcas o jefes de cada una de las 300 familias nobles que gobernaban Roma y eran descendientes directos de los invasores itálicos que fundaron Roma y expulsaron a los etruscos.

Estos invasores eran de sangre nórdica y fueron ellos quienes fundaron el patriarcado romano, el patriciado era una aristocracia guerrera en el que imperaba el culto al padre y a los antepasados, los patricios eran respetados por su sabiduría y su autoridad.

Desde temprana edad los jóvenes patricios eran sometidos a duras pruebas físicas, a soportar el dolor. También se les enseñaban las tradiciones ancestrales y religiosas, los cultos y como debían llevarlos a cabo.

De esta manera los patricios eran hombres sabios, duros, ascéticos, disciplinados y con un alto sentido del honor. Los patricios eran llamados Hijos del Cielo ya que tenían un origen divino, entre sus rituales se encontraba el rito funerario de incinerar el cuerpo en una pira funeraria, ceremonia propiamente indoeuropea mientras que por el contrario los plebeyos eran llamados Hijos de la Tierra y tenían como principal rito funerario enterrar a sus muertos, algo que más tarde heredaría el judeo-cristianismo.

Eran patricios Julio Cesar, el emperador Octavio-Augusto, Pompeyo Magno, los grandes generales que lucharon contra Cartago, todos ellos grandes hombres de un genio nunca visto. No obstante las guerras Púnicas diezmaron a las familias patricias, los pocos que quedaron fueron quienes gobernaron el imperio sin embargo con el paso del tiempo el patriciado fue perdiendo su poder cuando elementos extranjeros se mezclaron, cuando su sangre y su espíritu fueron contaminados por un orientalismo que se iba extendiendo por el imperio.
Entonces el patriciado paso de ser una casta a ser una clase social, un ser aberrante que fue exterminado por los barbaros germanos.

Las clases sociales de la época moderna vienen a ser entonces una parodia de las castas, cuando una casta abre sus puertas a elementos extraños entonces es cuando llega a su decadencia y pasa a ser una clase social. Actualmente, las modernas “aristocracias” de Europa no son más que una burguesía, una clase social bonita y que brilla en cada revista de categoría, pero nada más.

No se puede considerar una casta a la familia real española o a la familia real británica cuando su sangre y su espíritu permanecen contaminados. No se puede considerar una casta a los Rockefeller o a los Hilton porque carecen del espíritu aristocrático que tuvieron los Chatrias y patricios.

Por más que nos intenten vender el que casta y clase social son lo mismo, no lo son. Ambas palabras están fusionadas pero sus caracteres son distintos. Solo hay que mirar un busto que representa a un patricio romano y mirar la foto del príncipe Charles, en el primero se verá un rostro severo y sabio, en el segundo se verá a un idiota.

Tiene más porte una joven iraní con su sangre pura que el fantoche príncipe Harry, tiene más sangre noble una niña palestina que un miembro de la familia Bush.

Ser aristócrata no es ser millonario, para ser aristócrata se nace, se tiene sangre y espíritu no millones de dólares y un rostro en una revista.

Actualmente, en la India existen lugares que todavía se rigen por castas. El socialista Gandhi suprimió este régimen, pero existen comunidades que todavía son gobernadas a través del sistema de castas y los Vedas, comunidades que se niegan a abandonar su tradición.

Asociaciones de derechos humanos y el gobierno hindú (influenciado por el colonialismo británico) quieren suprimir por completo este sistema, pero aun encuentran la oposición de la sociedad hindú. Las castas se fueron y en su lugar quedaron las clases sociales, pero sin la cosmovisión, jerarquía y espiritualidad de las grandes castas.

jueves, 7 de febrero de 2013

¿Cómo se enseña Historia de CHILE?





Por Pedro Godoy

La Historia Patria, frecuentemente, se explica en aula sobre la base de confrontaciones bélicas. No obstante, sabemos que un país se construye en la paz, día a día, a través de un proceso. Entonces resulta una distorsión que su trayectoria se enseñe señalando sólo sucesos que son “hechos de armas”. Tal rutina se refuerza con el programa de efemérides escolares destinado –de modo habitual- a resaltar episodios de conflicto. La docencia gira en torno a tres “centros de interés”. Uno, la guerra de Arauco. El otro, la guerra de la Independencia. El tercero, la guerra del Pacífico. En cada uno la objetividad está ausente. El maniqueísmo se impone de “pe a pa”. En el primer escenario el “bien” lo representan los mapuches (valor “coraje”). El “mal” los conquistadores (disvalor “codicia”). En el segundo, los patriotas son quienes lideran el progresismo liberal y los realistas, el fanatismo obscurantista. Algo así como el choque entre el luminoso Renacimiento y la tenebrosa Edad Media. En el último, los chilenos son héroes invictos. Villanos y cobardes los peruanos y bolivianos.

Existen otros dos “centros de interés” de naturaleza secundaria, pero igualmente perniciosos. Uno, al finalizar el siglo XIX el denominado “Pacificación de la Araucanía”. Allí se produce un viraje. Ahora los mapuches representan la barbarie y constituyen una rémora. Los “buenos”, en cambio, son los chilenos que, como filántropos, imponen la civilización a la patria araucana. Así se legitima un brutal etnocidio que, en la imaginería popular, se atribuye a España. El otro es la usurpación de la Patagonia por Argentina. Se internaliza –a horcajadas de tal tema- la odiosidad a la patria de José de San Martín y Domingo F. Sarmiento. Sus habitantes serían fanfarrones y expansionistas y nuestra diplomacia blanda y torpe por aceptar siempre el arbitraje y la mediación en pleitos limítrofes. Resulta curioso que –al otro lado de la cordillera- son idénticas las imputaciones, los recelos y las contraimágenes empleadas para enseñar, en aula, la misma supuesta mutilación. Ello exige el montaje –aprovechando la UNASUR o el MERCOSUR- de una especie de mini UNESCO conosureña que proponga un nuevo texto escolar de Historia de Iberoamérica.

Al finalizar el siglo XX y al borde de III milenio es un anacronismo una docencia “en blanco y negro” de nuestra Historia. El aula no debe continuar promoviendo altanerías y rencores. Es inaceptable que cada alumno, por la lección del educador o lo anotado en vetusto texto, comulgue con cinco fobias. Póngase punto final a tal circuito de supercherías insistiendo en lo siguiente: los conquistadores constituyen el patriciado del país. Merecen homenaje equivalente al que enaltece a los mapuches. Separatistas y monárquicos protagonizan la guerra civil entre liberalismo y absolutismo que desgarra al Imperio, aquel sobre el cual “no se ponía el sol”. Chilenos, peruanos, bolivianos y argentinos integran una nación que comparte el mismo horizonte y tendrá –para sacudirse del atraso y la dependencia- que afrontar el desafío de mancomunarse. Lo amerindio constituye uno de los dos componentes fundacionales. Negarlo es ignorancia. Juzgarlo un lastre, usando la expresión “indio” como estigma, encubre racismo... Una genuina reforma educativa debe empujar el enjuiciamiento de este circuito de estereotipos. Así podrá superarse nuestra crisis de identidad. Esa anomalía abre las puertas a devastadora globalización que beneficia a los imperialismos.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Los conceptos de "Máquina" y "Manpower"







Por Joaquin Bochaca


“LA MÁQUINA”

Hasta mediados del siglo XVIII, la Agricultura y la Industria se basaban, primordialmente en el poder muscular de caballos y bueyes, y en el muscular y cerebral del hombre. Pero a principios de 1765, un escocés, James Watt, ideó la máquina de vapor, que fue acoplada al mecanismo de un telar de algodón.

Acababa de empezar la revolución industrial. Por los resultados de la misma se demuestra hasta la saciedad, sin lugar para el menor resquicio de duda, que el punto a) que mencionábamos en el anterior epígrafe, es rotundamente cierto, porque, en efecto, en el mundo civilizado hay suficientes materias primas para satisfacer las necesidades de sus habitantes, y esas materias primas han sido desarrolladas y puestas al abasto del hombre gracias al concurso de la máquina.

Es necesario hacer un inciso. En el citado punto a), aparte de las materias primas, se trata de otros factores, tales como mano de obra y conocimientos científicos. De ello hablaremos más adelante. Circunscribámonos, de momento, a las primeras materias, desarrolladas por la máquina.

Una vez puesta en el disparadero del éxito, ya nada pudo mediatizar el proceso de la máquina. La ciencia se convirtió en su aliada, y los asombrosos descubrimientos se fueron sucediendo, y ya no sólo en el campo del vapor, sino en el de la energía hidráulica, la electricidad, la química, los nuevos combustibles, especialmente carbón y petróleo, los gases industriales, etc. Vino luego el uso de la energía atómica, y hacia 1938 en Alemania empezaron las primeras tentativas para explotar el manantial de todo poder: la energía solar, investigaciones que fueron interrumpidas con la guerra y han vuelto a tomar auge en Francia. Hogaño, con sólo dos siglos de inventos y desarrollo, la máquina domina en el mundo. Sus asombrosas realizaciones han hecho del hombre el Señor de la Tierra, y al pasar de una época de escasez -antes de Watt- a una de abundancia -después de Watt- han modificado totalmente el planteamiento de la Economía, aún cuando los sumos sacerdotes de esta “ciencia” sigan aferrados a unos dogmas que eran, tal vez, válidos para tiempos pretéritos -en que una mala cosecha a causa de la sequía o de la plaga de la langosta ponía a un país al borde del colapso, pero que resultan ridículamente desfasados en nuestros tiempos.

Sabemos que en 1935, en los países de Europa (exceptuando, naturalmente Rusia y Turquía), en Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y Australia, la máquina había puesto a disposición del hombre algo más de mil millones de Caballos de Vapor. En la actualidad, y pese al sabotaje político y social a que se ha visto sometida, hemos sobrepasado los tres mil millones  yeso que la energía atómica, la radioactividad, la energía solar y la energía de las mareas están aún lejos de haber dicho su última palabra.

El Premio Nobel británico, Profesor Soddy, calculaba, en 1935, que sólo 4.000 hombres, provistos de maquinaria moderna -repetimos, maquinaria de hace cuarenta años- podían recoger toda la cosecha de trigo de Estados Unidos 3. Precisemos que Estados Unidos es el segundo productor potencial de trigo en todo el mundo, pero que gracias al admirable sistema socialista implantado en Ucrania, ha pasado a un indiscutible primer lugar y aún se permite el discutible lujo político de vender a bajo precio, ya plazos, sus excedentes de trigo a la URSS, cuya producción es apenas superior a la de Europa Occidental.

Una incubadora australiana, con una capacidad de 1.100.000 huevos, incuba 6.600.000 pollitos al año por medio de la electricidad 4. La plaga de la filoxera, que en 1846 arruinó la cosecha de patatas de Silesia y el Palatinado, puede ser eliminada, actualmente, por dos aviones equipados con gas venenoso, en un par de horas, como máximo.

Los ingleses, en 1925, y los alemanes, en 1934, descubrieron sendos sistemas para la fabricación de nitratos sintéticos, los cuales, aparte de resultar mucho más baratos que los naturales -que en todo caso, eran insuficientes para nuestras necesidades y debían irse a buscar a Chile- obtenían rendimientos netamente superiores.

En 1933, en Alemania se inventó una máquina para fabricar bombillas que permitía a la conocida firma Osram abastecer todo el mercado en pocas semanas.

El autor inglés Colbourne cita un ejemplo revelador que, hacemos notar, se refiere al año... ¡1930! : “La población mundial en 1930 es de unos 2.000 millones de personas. En el mismo año (según Mr. Donald Ferguson, del Departamento de Estadística, de la Asociación Inglesa de Electricidad y Manufacturas Reunidas) ‘la capacidad total de la maquinaria era de 390 millones de Caballos’ (esta cifra excluye los automóviles). Así pues, el mundo, aparte de sus automóviles, tenía una maquinaria equivalente a 3.900 millones de hombres robustos. Es decir, que por cada unidad consumidora hay dos unidades no consumidoras”. 

Repetimos, estos datos se refieren al año 1930, pero, como ya hemos visto, en 1939, es decir, sólo nueve años después, en el Mundo Blanco -que entonces representaba las cuatro quintas partes de la potencia industrial del mundo entero - se había llegado a los mil millones de Caballos, lo que, para una población de unos seiscientos millones de habitantes, representaba que para cada unidad consumidora había, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, dieciséis unidades no consumidoras, en el Mundo Occidental. En tales condiciones, pretender -como lo han hecho, con milogroso cinismo, los budas economistas adeptos del dios Marx- que la Gran Guerra estalló por razones económicas es algo que debiera impulsar al sindicato de artistas de circo a querellarse contra dichos economistas por intrusismo profesional y competencial desleal.

Ahora bien, si se substituyera la palabra “económicas” por “financieras” ya se hallarían en el camino de la Verdad, pero ya saben muy bien tales budas que dicho camino, a ellos, les está vedado ¿Problemas económicos en Occidente, cuando las fábricas Ford, en Estados Unidos, construyen, en promedio, un coche cada cuatro segundos? ¿Problemas económicos cuando las fábricas Bayer, en Alemania, pueden abastecer, también en promedio, su rico mercado interior en dos meses y dedicar el resto del tiempo a trabajar para los mercados exteriores? ¿Problemas económicos cuando la Agricultura de Alemania Federal produce lo mismo que la Alemania real -la de 1939- con una extensión reducida en un 40 por ciento y una población en un 30 por ciento?

No. Hablar de problemas económicos no tiene sentido en la época actual. Precisamente la vida cotidiana no tiene sentido en la época actual. Precisamente la vida cotidiana está llena de ejemplos, estadísticas y datos que demuestran que, aún sin haber llegado a su estado de madurez, a pesar de los sabotajes que, bajo cien mil formas le imponen nuestros infaustos politicastros, la máquina está en disposición de abastecer a Occidente y, si insisten nuestros lacrimógenos mundialistas, a toda la Humanidad, en todas sus necesidades vitales y aún secundarias, al ciento por uno.


EL “MANPOWER”

En el punto a) del epígrafe referido al Planteamiento del Problema, aludíamos no sólo a las materias primas, sino también a la mano de obra especializada, al peonaje ya los conocimientos científicos “suficientes para satisfacer abundantemente las necesidades de sus habitantes”.

El trabajo humano, englobando al de investigadores, ejecutivos, obreros cualificados y sin cualificar recibe, en Inglaterra y América, el nombre genérico de “Manpower” -poder, o potencia del hombre- que nos parece mucho más descriptivo que las perífrasis que usamos en castellano para denominar, conjuntamente a trabajadores manuales, técnicos, capataces y ejecutivos.

Según datos oficiales, entresacados de publicaciones de las Naciones Unidas, mientras la población de los países Occidentales aumentaba en un 14 por ciento, su “manpower” se incrementaba en un  por ciento 1, en el período 1940-1970. En el mismo lapso de tiempo, su producción alimenticia subía, en valores absolutos, un 21 por ciento.

En cambio, la producción de artículos industriales y de servicios casi se triplicaba. Es imposible conocer datos exactos, y únicamente pueden obtenerse aproximados, basándose en referencias parciales y comparativas. En todo caso, también aquí la simple aritmética acude en apoyo de la tesis de que la mano de obra, especializada o no y la producción, han aumentado más, en valores absolutos y relativos, que la población total de Occidente. De todo ello se deduce la misma conclusión que se obtuvo al analizar la incidencia de la Máquina en la Economía de Occidente, es decir, que éste debería atravesar por un período de bienestar económico, más aún, de verdadera opulencia, sin paralelo en toda su Historia.

Esto, en cuanto se refiere a la mano de obra, cuantitativamente hablando. Porque, en términos cualitativos, también nuestro “manpower” ha experimentado un progreso notable. El número, per cápita, de técnicos y obreros cualificados, en el peor de los casos, -Inglaterra, Italiaes el mismo de hace treinta años 3 pero es preciso tener muy en cuenta que en los años cuarenta, Inglaterra tenía a su cargo un enorme Imperio, circunstancia que, desgraciadamente para ella y para Europa, ya no se da en la actualidad. Con respecto a Alemania nos ha sido imposible encontrar datos comparativos, pero el progreso es innegable y contrastado en Francia y España, e incluso en Estados Unidos. En ciertos países occidentales, como el Canadá, el aumento de mano de obra cualificada ha sido espectacular, del orden del cien por cien.

Ámbito y Planteamiento del Problema dentro de la Economía Occidental





Por Joaquin Bochaca


ÁMBITO

Vamos a ocuparnos de la Economía del organismo llamado Civilización Occidental, es decir, Europa y sus colonias Culturales esparcidas por el mundo, en una palabra: el Mundo Blanco. Decíamos en una ocasión que “es preciso hacer una distinción entre mundo civilizado y mundo incivilizado, subdesarrollado, subcapaz o como quiera llamársele”. Añadíamos que para los subdesarrollados, en las presentes condiciones y para muchos siglos aún, no existía solución para sus problemas económicos, aun contando con recursos fabulosos e inexplotados y con la ayuda, a fondo perdido, que les prestan los Estados Unidos, Europa y las organizaciones mundialistas, y, con miras de influencia política, los países del llamado bloque comunista. Lo razonábamos amparándonos en que la Economía estaba subordinada a la Raza -que podíamos calificar como “las señas de identidad del organismo político”, y concluíamos que “una explotación, industrial o minera, dirigida por ingleses, italianos, alemanes o suecos, tendrá, probablemente, éxito, mientras que la misma explotación, dirigida por bantúes, mambaras o  nepaleses será un fracaso total”.

Agravábamos nuestro caso, y consideramos un deber reiterarlo aquí y ahora, al afirmar que el espectáculo de un paria muriéndose de hambre ante una vaca sagrada o de otro indio cualquiera tumbado en un suelo feraz que no se cultiva para no arañar a la Madre Tierra y que los dioses no entren en cólera, nos deja completamente indiferentes.

La razón de tal indiferencia es doble: en primer lugar, porque participamos de la anticuada creencia de que antes de solucionar los problemas de los demás, hay que solucionar los propios, máxime cuando los pueblos de color no desperdician oportunidad para recordarnos que ahora son “independientes”  y para achacarnos la culpa de todas sus miserias; en segundo lugar, porque la felicidad no puede exportarse. La felicidad, es decir, la propia realización es algo absolutamente personal, tanto a nivel del ser humano como al de una Cultura Superior. Lo que satisface plenamente a un europeo, puede dejar insatisfecho a un japonés, y recíprocamente. Y ya escogemos como ejemplo al extranjero que más cerca se halla, salvando distancias y niveles, del Occidental. Hemos visto, en Africa del Sur, a cafres con pendientes en las narices, pilotando rutilantes “Mercedes”, vistiendo impecables trajes europeos, y descalzos. Dichos cafres habitan en chozas idénticas a las que pueden verse junto al Aeropuerto de Kinshasa (la antigua Leopoldville), que a su vez deben ser iguales a las que construían sus antepasados mil años ha.

Allí donde el blanco impuso, en la época colonial, iglesias, hospitales y carreteras, vuelven rápidamente los hechiceros, los magos y los senderos de cabra. La higiene es consustancial con el europeo: bastante menos con el asiático; a los árabes se les deben imponer, bajo severísimo precepto religioso, las abluciones, y en los barrios y ciudades negras de todo el mundo, bajo climas y circunstancias diversos, desde Johannesburgo hasta Nueva York, y desde Nairobi hasta King's Cross (Sydney, Australia) la suciedad es proverbial, sin que en ello influya para nada la supuesta -y desde luego falsa- pobreza del negro. Finalmente, en vez de tantas estadísticas de niños de color que no pueden comer tanto como quisieran, acompañadas de fotografías esperpénticas y desgarradoras que buscan provocar la dirigida compasión del ingenuo ario, convendría que se nos facilitara un estudio, frío y objetivo, acerca de qué han hecho los pueblos mendigos desde que “obtuvieron” -vamos a decirlo así- su sagrada independencia. Porque nada encontramos más grotesco ni más cínico que esas campañas para aliviar el hambre en la India, mientras el Gobierno de ese país anuncia a bombo y platillo, en la prensa mundial, que ya cuenta con la bomba atómica. Y las plañideras contables del Kremlin, de los innumerables partidos socialistas y de las diversas religiones positivas, que tanto se preocupan de calcular cuántos hospitales podrían construirse en Africa Negra y cuántos amarillos podrían comer durante seis meses con el dinero que costó uno sólo de los proyectos espaciales, desaprovechan tan excelente ocasión para ilustrar al pacífico Gobierno Indio sobre la cantidad de parias que podrían alimentarse opíparamente con el dinero que les costó su flamante bomba atómica.


PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

En el ámbito de nuestra Economía Occidental, la presente crisis se resume en los siguientes puntos:

a).- En el mundo civilizado hay suficientes materias primas, mano de obra especializada, peonaje y conocimientos científicos suficientes para satisfacer abundantemente las necesidades de sus habitantes.

b).- La pobreza y la escasez existen porque la gente no tiene bastante dinero para comprar los bienes producidos por la industria y la agricultura modernas a un precio atrayente para los productores.

c).- Cuando a uno le falta algo de cualquier cosa, el más obvio remedio consiste en crearlo, y no supone ninguna dificultad física crear más dinero.

d).- La inflación, consistente en que haya más dinero que mercancías, es, evidentemente, una calamidad, pero el aumento paulatino de dinero y mercancías de manera que el poder adquisitivo de aquél se mantenga al mismo nivel que la producción y los precios permanezcan estables no tiene nada que ver con la inflación y es, a fin de cuentas, lo que necesitamos.

e).- La maquinaria y el uso de los recursos de la Naturaleza limitan, cada vez más, la necesidad del trabajo humano, mientras que incrementan la producción de riquezas, en bienes y servicios. Por consiguiente, las personas desplazadas del trabajo remunerado por la maquinaria deben recibir el suficiente dinero para poder comprar lo producido por las máquinas que les han desplazado de su trabajo. Este dinero, claro es, no debe ser extraído del bolsillo de otras personas, aunque se haga por el invisible medio de los impuestos, pues entonces lo único que haremos será robar a unos para pagar a otros y nuestra sociedad está ya suficientemente desarrollada para no tener necesidad de jugar a Dick Turpin; no debemos permitir que los parados sean una carga para los que trabajan ni tampoco considerar que las máquinas son una maldición cuando debieran ser, al contrario, la bendición de la Humanidad al liberarla de muchas horas de trabajo y permitir a los hombres dedicar esas horas a actividades culturales o al tiempo libre creativo, en jardinería, deportes, excursionismo, estudio, etc.

Y esto es todo. Este es el problema. That is the question. Y si queremos solucionar el problema planteado en los cinco precedentes puntos, que resumen el Ser o No Ser de la Economía Occidental, debemos preguntarnos, con Shakespeare, qué es mejor para el espíritu: ¿sufrir los flechazos de la insultante fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y vencerlas? Porque el célebre monólogo hamletiano se aplica a la presente situación Occidental, en el plano político que, por definición, es total, luego también económico. ¿Qué debemos hacer? ¿Aceptar la explicación de los economistas clásicos que pretenden que los ciclos de prosperidad y miseria deben sucederse los unos a los otros en virtud de una misteriosa ley económica? O bien, mejor, ¿tomar las armas del sentido común para enfrentarse al piélago de calamidades económicas que nos depara el Gran Parásito, y vencerlas? Formular así el dilema equivale a resolverlo. Tomemos, pues, las armas del sentido común y hagámosle frente.

Casi todos se imaginan que para comprender nuestro sistema monetario es preciso poseer un cerebro superdotado y un don especial para las matemáticas.

Nada más alejado de la verdad; es la ingeniería, no la finanza, quien requiere el dominio de las Altas Matemáticas: para comprender el funcionamiento de la moderna finanza lo único que se precisa es enfocar el problema sin prejuicios; ver las cosas cómo son, y no cómo nos dicen que debieran ser; usar lo que los ingleses llaman “common sense” y los franceses “bon sens” y que podríamos traducir, aproximadamente, al castellano, por sentido común, y emplear el viejo, pero siempre actual, sistema filosófico de la escuela tomista, la “reducción al absurdo”, que consiste en rechazar toda conclusión, por lógicas que pudieran parecer sus premisas, si tal conclusión conduce a un absurdo, como lo es, por ejemplo, que el todo sea menor que sus partes, que, al mismo tiempo, dos sólidos puedan ocupar el mismo espacio... o que, como pretenden los augures de la moderna economía, lo que debe hacerse para proteger a la Agricultura es quemar sus cosechas.

Economía Orgánica




Por Joaquin Bochaca

La Economía es una manera de pensar, como lo son la mora, la estética, la ética, la política. Cada una de esas formas de pensamiento aisla una parte de la totalidad del mundo y la reivindica para sí. La Moral distingue entre bien y mal; la Estética entre belleza y fealdad: la economía entre útil e inútil, y, en su última fase puramente comercial entre beneficiario y deficitario.

Hemos aludido a la Política, la cual divide a los hombres en amigos y enemigos. Considerando el cuerpo político como un todo orgánico, no cabe la menor duda de que la Economía forma parte de la Política. Una parte subordinada, en su totalidad, al conjunto político.

La Economía es al todo político lo que el sistema digestivo es a la totalidad de un ser orgánico y sí, conforme se asciende en la escala orgánica, desde el vegetal hasta el ser humano, pasando por el animal, menos importancia tiene, relativamente -insistimos en esa relatividad- el sistema digestivo, tal importancia desciende aún más al llegar al ser orgánico superior por excelencia, la Gran Cultura.

Es, entonces, entre sus órganos constitutivos, un “ultimus inter pares” y su función, aun siendo vital, es la menos noble de todas. Hecha esta salvedad, consideramos imprescindible insistir en el hecho de que igual que un individuo puede morir a causa de una parálisis intestinal que, a su vez, provoque una peritonitis, también una Gran Cultura, y, “a fortiori”, una nación puede enfermar gravemente e incluso perecer -desaparecer- a causa del caos creado por una enfermedad económica mal diagnosticada y, en consecuencia, inadecuadamente tratada. y no creemos que el espectáculo actual de la miseria en medio de la abundancia permita duda alguna sobre el hecho de la enfermedad de la Economía Occidental. Enfermedad, además, degenerativa, pues del sistema digestivo ha pasado a esparcerse por todo el cuerpo del organismo, incluyendo su cerebro, pues algo debe funcionar mal en éste si admite sin rebeldía situaciones que repugnan al simple buen sentido, como la destrucción deliberada de cosechas para “mantener el curso de los precios agrícolas”.

Hemos dicho que la Economía es una parte subordinada al todo político. Un ejemplo más de lo patológico de la actual situación nos lo da el hecho de que lo contrario se tenga por real, es decir, que la Política este subordinada a la Economía, y que ésta sea el motor de la Historia, absurdo propalado por Marx, pero insólitamente refrendado, en diversos grados de sentimiento, por sus enemigos de clase, los llamados “capitalistas”... aparente paradoja de la que nos ocuparemos más adelante.

martes, 5 de febrero de 2013

Un Mundo hecho a espaldas del Hombre





Por Alexis Carrel

La civilización moderna se encuentra en situación sospechosa, porque no nos conviene. Ha sido construida sin conocimiento de nuestra verdadera naturaleza. Es debida al capricho de los descubrimientos científicos, de los apetitos de los hombres, de sus ilusiones, de sus teorías, de sus deseos. Aunque edificada por nosotros, no está hecha a nuestra medida.

En efecto, es evidente que la ciencia no ha seguido en este caso ningún plan. Se ha desarrollado al azar a partir del nacimiento de algunos hombres de genio y de la forma de su espíritu. No ha sido en modo alguna inspirada por el deseo de mejorar la calidad de los seres humanos. Los descubrimientos se producen a la medida de las instituciones de los sabios y de las circunstancias más o menos fortuitas de su carrera. Si Galileo, Newton o Lavoisier hubieran aplicado el poder de su espíritu al estudio del cuerpo y de la conciencia, quizás nuestro mundo sería diferente de lo que es hoy. Los hombres de ciencia ignoran adónde van. Están guiados por el azar, por razonamientos sutiles, por una especie de clarividencia. Cada uno de ellos es un mundo aparte gobernado por sus propias leyes. De tiempo en tiempo, las cosas oscuras para los otros, se vuelven claras para ellos. En general, los descubrimientos se hacen sin prever de ninguna manera sus consecuencias; consecuencias que han dado forma a nuestra civilización.

Entre las riquezas de los descubrimientos científicos, hemos hecho una sucesión de elecciones, y estas elecciones no han sido determinadas por la consideración de un interés superior de la humanidad. Han seguido sencillamente la pendiente de nuestras inclinaciones naturales, que son los principios de la mayor comodidad y del menor esfuerzo, el placer que nos dan la velocidad, el cambio y el confort y también la necesidad de huir de nosotros mismos. Todo este conjunto constituye ciertamente un éxito de las nuevas invenciones. Pero nadie se ha preguntado de qué manera los seres humanos soportarían la aceleración enorme del ritmo de la vida producida por los transportes rápidos, el telégrafo, el teléfono, las máquinas de escribir y de calcular, que efectúan hoy todos los pausados trabajos domésticos de antes. La adopción universal del avión, del automóvil, del cine, del teléfono, de la radio y pronto de la televisión, es debida a una tendencia tan natural como aquella que en el fondo de la noche de los tiempos determinó el uso del alcohol. La calefacción de las casas por medio del vapor, el alumbrado eléctrico, los ascensores, la moral biológica, las manipulaciones químicas dentro de la alimentación, han sido aceptadas únicamente porque estas innovaciones eran agradables y cómodas. Pero su efecto probable sobre los seres humanos, no ha sido tomado en consideración.

En la organización del trabajo industrial, la influencia de la fábrica sobre el estado fisiológico y mental de los obreros, no ha sido absolutamente tomada en cuenta. La industria moderna se encuentra basada sobre la concepción máxima al precio más bajo, a fin de que un individuo o un grupo de individuos ganen el mayor dinero posible. Se encuentra desarrollada sin idea de la naturaleza verdadera de los seres humanos que manejan las máquinas, y sin la preocupación de lo que pueda producir sobre ellos y su descendencia, la vida artificial impuesta por la fábrica. La construcción de las grandes ciudades no se ha hecho tampoco tomándonos mayormente en cuenta. La forma y dimensiones de los edificios modernos se ha inspirado en obtener la ganancia máxima por metro cuadrado de terreno y ofrecerlos a los arrendatarios de oficinas y departamentos a quienes convengan. Se ha llegado así a la construcción de edificios gigantes que acumulan en un espacio restringido, masas considerables de individuos. Éstos las habitan con placer, porque gozan del confort y del lujo, sin darse cuenta de que están en cambio privados de lo necesario. La ciudad moderna se compone de estas habitaciones monstruosas y de calles oscuras, llenas de aire impregnado de humo, polvo, vapores de bencina y los productos de su combustión, desgarradas por el estrépito de los tranvías y camiones y llenas sin cesar de una inmensa muchedumbre. Es evidente que no se han construido para el bien de sus habitantes.

Nuestra vida se halla asimismo influenciada en una inmensa medida por los periódicos. La publicidad está hecha únicamente en interés de los productores y jamás de los consumidores. Por ejemplo, se hace creer al público que el pan blanco es superior al pan negro. La harina ha sido cernida de manera más y más completa y privada entonces de sus principios más útiles. Pero en cambio se conserva mejor y el pan se elabora más fácilmente. Los molineros y los fabricantes ganan más dinero. Los consumidores comen, sin duda, un producto inferior. Y en todos los países en dónde el pan es la parte primordial de la alimentación, las poblaciones degeneran. Se consumen enormes sumas en la publicidad comercial. De esta manera, cantidades de productos alimenticios y farmacéuticos inútiles y a menudo dañinos, se han convertido en una necesidad para los hombres civilizados. Y es así como la avidez de los individuos bastante hábiles para dirigir el gusto de las masas populares hacia los productos que necesitan vender, representa un papel capital en nuestra civilización.

Sin embargo, las influencias que obran sobre nuestro modo de vivir no tienen siempre el mismo origen. A menudo en lugar de ejercerse en el interés financiero de los individuos o de los grupos de individuos, tienen realmente como fin la ventaja general. Pero su efecto puede ser dañino si aquellos de los cuales emana, aunque honrados, tienen una concepción falsa o incompleta del ser humano. Ocurre con aquellos que toman sus deseos, sus sueños o sus doctrinas, por el ser humano concreto. Edifican una civilización que, destinada por ellos a los hombres, no conviene en realidad sino a imágenes incompletas o monstruosas del hombre. Los sistemas de gobierno construidos por piezas en el espíritu de los teóricos no son sino castillos en el aire. El hombre al cual se aplican los principios de la Revolución Francesa es tan irreal como aquél que, en las visiones de Marx o de Lenin, construirá la sociedad futura. No debemos olvidar que las leyes de las relaciones humanas son todavía desconocidas. 

La sociología y la economía política no son sino ciencias de conjeturas o pseudo ciencias.
Parece, pues, que el medio en el cual hemos logrado introducirnos gracias a la ciencia, no nos conviene, porque ha sido construido al azar, sin conocimiento suficiente de la naturaleza de los seres humanos y sin consideración hacia ellos.