viernes, 15 de marzo de 2013

Capitalismo de Estado a todo tren





Por el Emboscado


En 2007-2008 estalló la crisis financiera mundial con gravísimas consecuencias de índole social, económica, política y militar entre otras. En esas fechas el capitalismo se desplomó completamente con la quiebra, y en algunos casos desaparición, de infinidad de bancos y grandes empresas. Sin embargo, fueron los Estados los que salieron al rescate del capitalismo al reflotarlo con multimillonarias inyecciones de dinero en forma de préstamos, subvenciones, avales, etc…, que fueron directamente a parar a las grandes empresas y bancos afectados. En la práctica la economía fue estatizada en su mayor parte a través de sucesivas nacionalizaciones, y por medio de un creciente intervencionismo económico de las diferentes empresas y agencias reguladoras estatales, lo que en la práctica significó la transición hacia un capitalismo de Estado.

El rescate económico y financiero del capitalismo por los Estados dejó boquiabiertos a muchos que no llegaban a comprender, y mucho menos a explicar coherentemente, dentro de sus averiados esquemas políticos e ideológicos por qué el Estado, con todos sus recursos, reflotaba a empresas y bancos que estaban en la quiebra. Las razones son muy obvias, a pesar de que toda la propaganda se empeña en presentar los hechos de forma tergiversada. El sistema económico capitalista es tremendamente funcional para los intereses estratégicos del Estado al proveerle de ingentes ingresos vía impuestos, pues toda la actividad económica que genera a través de la plusvalía, el comercio y la monetización del conjunto de las relaciones sociales constituyen la base económica que provee al Estado de los recursos para costear sus instrumentos de dominación, y con ello poder competir con otros Estados por mayores cotas de poder en la esfera internacional. Prueba de esto es que un tercio de los beneficios de las grandes corporaciones van a las arcas del Estado, lo que explica que le interese que las empresas tengan las mayores ganancias posibles. Asimismo, en el caso concreto de España nos encontramos con que el pinchazo de la burbuja inmobiliaria desencadenó una fortísima caída en los ingresos del Estado, pues la actividad económica que producía este sector al que estaban vinculados, a su vez, otros sectores auxiliares proveía de importantes ingresos al ente estatal. El capitalismo lejos de debilitar al Estado lo refuerza económica y financieramente, de tal forma que el Estado se sirve del capitalismo para conseguir sus propios intereses.

La hipertrofia estatal es un hecho desde el momento en el que el Estado español constituye la mayor corporación con más de 3 millones de asalariados a su cargo, lo que supone casi el 20% de la población activa. Pero esta hipertrofia se ve agravada por el hecho de que el sector estatal es por definición improductivo y despilfarrador de recursos, lo que exige nuevos y mayores impuestos para su mantenimiento. Debido a esto el Estado, vía impuestos directos e indirectos, acapara el 45% del PIB, más que ninguna otra empresa, lo que nos da una imagen muy clara acerca de dónde reside realmente el poder económico. Por otro lado es importante destacar que, al menos en el caso del Estado español, la mayor parte de sus ingresos provienen de las cotizaciones realizadas por los trabajadores a la Seguridad Social, de la que recauda unos ingresos que constituyen el 47% de sus presupuestos. Esto es lo que explica que el Estado esté tan interesado en reimpulsar el capitalismo mediante inyecciones de dinero a gran escala en empresas y bancos, pues el Estado se queda en torno a un 40% del total del sueldo bruto de cada trabajador. Así, cuanta mayor sea la actividad económica dentro de un sistema en el que su principio rector es la búsqueda del máximo beneficio particular, mayores serán los ingresos del Estado derivados de las plusvalías de los trabajadores, de los beneficios de las empresas y del trasiego de mercancías que produce el propio comercio.

Además de todo lo anterior hay que apuntar que los mercados, tras un período de liberalización, demostraron ser irracionales, lo que exigió la consiguiente intervención estatal para restablecer el capitalismo que ya en 2008 se había desmoronado. En este sentido es muy significativa la siguiente declaración de la que fuera vicepresidenta del gobierno del PSOE Mª Teresa Fernández de la Vega: “la mano invisible del mercado necesita la mano visible del Estado”. Esto viene a probar una vez más que no es posible un capitalismo sin subsidios y sin asistencia estatal, pues como los hechos han demostrado el Estado es mucho más estable al disponer de muchísimos más recursos que cualquier multinacional que, como hemos visto, son débiles y susceptibles de ser barridas por alguno de los ciclos del capitalismo. Sin subvenciones, sin determinadas regulaciones fiscales, en definitiva, sin la acción ordenadora, en tanto que reguladora, y directora del Estado en la economía el capitalismo no es viable, como tampoco la empresa capitalista. Son ilustrativas las partidas presupuestarias anuales destinadas a subvencionar la empresa privada con fondos estatales, y que todos los años se ven reflejadas en el BOE y en los demás boletines oficiales de las comunidades autónomas, lo que expresa con meridiana claridad no sólo los intereses estratégicos del Estado en el ámbito económico para su control y dirección, sino el simple y mero hecho de que la mayoría de esas empresas receptoras de subsidios no serían viables sin ellos.

En cuanto el funcionamiento contradictorio del capitalismo pone en peligro el sistema económico y social que le es inherente, y con ello deja de servir a los intereses estratégicos del Estado, es cuando este último interviene directamente, tal y como hemos observado los últimos años, con la ampliación de su poder a escala colosal en el conjunto de la economía a través de sucesivas nacionalizaciones de empresas y bancos, por medio de nuevas leyes, normas y reglamentos reguladores, así como diferentes protocolos de supervisión y control de las multinacionales y entidades financieras. Pero esta hiperextensión del Estado tiene una factura muy grande que se la pasa a los ciudadanos mediante nuevos y mayores impuestos, al mismo tiempo que se llevan a cabo recortes en los presupuestos y reformas laborales que devalúan la mano de obra.

La socialdemocracia y la izquierda subvencionada sostienen un discurso político totalmente irrealista al abogar por un incremento de los impuestos sobre las empresas y bancos, todos o la inmensa mayoría de ellos en quiebra de no ser por la ayuda estatal. Naturalmente este tipo de propuestas se inscriben en el contexto ideológico de quienes consideran que el Estado, este Estado capitalista, desempeña una función salvífica como redentor de la sociedad frente a las empresas, los bancos y en general el Capital. Todo ello parte de la ingenua, y por lo demás falsa, idea de que el Estado, de manera completamente altruista, renuncia a sus propios intereses para salvaguardar los del conjunto de la sociedad, lo cual es posible, siempre según ellos, mediante otro tipo de gestión de sus instituciones que anteponga esos intereses frente a los del gran Capital.

Pero la realidad es muy tozuda al negar todo lo anterior en la medida en que el Estado es un ente político anterior al capitalismo, que se sirve a sí mismo antes que nada tal y como históricamente queda demostrado en su obrar. De esta manera es imposible otra gestión distinta de la que los sucesivos gobiernos de derechas e izquierdas vienen realizando en el contexto general de la crisis, y prueba de ello es que en Andalucía la izquierda gobernante está aplicando recortes y medidas semejantes a las que el gobierno central, de derechas, lleva a cabo. Pero esto también es extensible a Asturias como un ejemplo más de esta realidad. Lo cierto es que la lógica que impone la razón de Estado obedece a sus intereses definidos en términos de poder, los cuales prevalecen por encima de cualquier gobierno de derechas o de izquierdas.

El elevado tamaño del Estado hay que pagarlo, y cuando el capitalismo ha naufragado y el Estado lo ha ido a rescatar la factura se hace todavía mayor en la forma de más impuestos a cambio de menos. El Ministerio de Hacienda, la Agencia Tributaria, el Banco de España (de capital estatal y con amplios poderes de supervisión y regulación aunque supeditado al BCE), el ICO con participación en multitud de empresas del capitalismo privado, la Comisión Nacional del Mercado de Valores, la Comisión Nacional de la Competencia, el FROB, y tantos otros organismos estatales son los que ejercen el poder real sobre la economía con sus regulaciones, supervisiones y toda clase de normativas que hacen de ella un instrumento al servicio del poder de poderes encarnado por el Estado. El capitalismo es de Estado porque sin él no puede existir ni sobrevivir, lo que le permite profundizar su dominio sobre las personas.

Pero el poder económico del Estado no sólo ha aumentado a nivel interno con un control sobre las personas nunca antes conocido, sino que a nivel internacional su presencia se ha hecho todavía mayor a través de un creciente y cada vez más virulento imperialismo en el que las instituciones supranacionales, lejos de ser organismos neutrales, son su más viva expresión al operar como instrumentos al servicio de los intereses estratégicos de estas potencias. Así comprobamos cómo la UE, el BCE, etc., son herramientas del imperialismo del gobierno alemán para la consecución de mayores cotas poder en la esfera internacional con la extensión de su influencia a lo largo del continente europeo y del mundo. 

La pertenencia del Estado español a estas instituciones es lo que ha facilitado que en la actualidad esté directamente supeditado, política y económicamente, a las directrices del gobierno alemán al ser los principales bancos alemanes, ahora de propiedad estatal tras la inyección de más de 500.000 millones de euros gubernamentales, los mayores tenedores de deuda soberana española. Vemos cómo el imperialismo es la máxima expresión del poder estatal al adquirir unas dimensiones colosales a través de las instituciones supranacionales, con lo que dicho poder ya no sólo se ejerce sobre los nacionales propios sino también sobre otros pueblos a los que se vampiriza, subyuga y desintegra al modo de cómo ocurre en Grecia. Por esta razón hablar hoy de desregulaciones, retroceso del Estado, de liberalización económica, etc., carece de completo sentido cuando los hechos demuestran que estamos completamente inmersos en un proceso de capitalismo de Estado a todo tren.

La Realidad que vemos





Por Welsung


¿Qué o quiénes somos?

Lo primero que uno observa cuando se mira es el cuerpo, este cuerpo evidentemente está relacionado con un mundo físico que nos rodea, que participa de las mismas leyes, que está constituido por los mismos elementos. La primera respuesta es entonces que somos una entidad física, más específicamente, biológica.

Un segundo paso es atestiguar que pensamos, imaginamos y sobre todo soñamos. Existe una compleja realidad que no corresponde a un elemento físico puro y que por no tener otro nombre a la mano lo llamaré psíquico. Podría llamarlo de muchas otras maneras, unas más acertadas que otras, pero creo que relacionar nuestra vivencia interior con la palabra psiquis no es tan malo pues la etimología de la palabra es el término griego usado para denominar al alma (en el sentido griego por supuesto, no cristiano).

Tenemos entonces dos mundos que nos rodean, desde el exterior y desde el interior. Podríamos decir que nosotros somos la frontera de ambos mundos, que tanto nos sumergimos en el uno como en el otro y que ambos nos afectan. De hecho podríamos decir que existe un flujo permanente entre ambos mundos que nos atraviesa, no sin dejar huellas y que hay influencia del uno al otro y del otro al uno, a través de nuestro ser.

Todos hemos atestiguado el cómo hechos de la vida cotidiana nos afectan emocionalmente y cómo, también, nuestros estados de ánimo pueden afectar nuestros actos hacia el exterior.
Esta es la primera definición que podemos dar de nosotros mismos, sin ir más allá de lo evidente.

¿Uno o muchos?

Al decir “nuestros estados de ánimo”, estoy dando cuenta de otra verdad que nos asalta en cuanto somos sinceros con nosotros mismos. No somos una persona, somos muchas.

Claro, el que no quería ir a trabajar en la mañana no es el mismo que predica a sus hijos que deben ir al colegio, el que le juró amor eterno a una pareja hoy, no es el mismo que le juraba el mismo amor eterno a otra pareja hace unos años.

Claro, podríamos decir que el que así actúa es en realidad un mentiroso, que no es constante, que es farsante, pero yo creo que todos hemos vivido cosas así y sabemos a ciencia cierta, que en cada momento hemos sido sinceros. NO estábamos mintiendo ni engañando cuando decíamos lo no o lo otro, en ese momento creíamos firmemente que lo decíamos con todo nuestro ser.

Atestiguamos entonces que dentro de nosotros existe una realidad compleja, tal como la que nos rodea desde el exterior y que el que dice “yo” hoy, no es el mismo que dirá “yo” mañana. Nuestro interior parece entonces un reino que no tiene un jefe único, si no que una rotativa de jefes que toman el mando de forma más o menos caótica, dependiendo de las circunstancias.

Uno de los objetivos de la psicología de Jung es lograr imponer un orden dentro de ese caos y establecer un mando que sea permanente. ¿No les parece una acción creadora ese “poner orden”? ¿Les recuerda a la Voluspa? No es casualidad y en su momento veremos el por qué. Además, hay que notar dos cosas: El ser muchos y no uno es una razón más que plausible para ser politeístas y no monoteístas (como decía Nietzsche). Y además nos llama a realizar un esfuerzo por lograr ese orden que nos permitirá ser guerreros siempre consecuentes con nuestros juramentos. ¿Cómo puede prometer alguien que no controla su propia identidad? ¿Quién se compromete cuando dice: “Sí, me comprometo con esta causa”? ¿Será el mismo de mañana? Sólo una persona que logra un grado de orden y control de sí mismo puede prometer, sólo quien lleva un grado de camino de individuación avanzado, puede convertirse en guerrero. 

Porque éste es el propósito de la individuación, poner orden, encontrarse con la autoridad interna que puede dar ese orden, llegar a ser UNO, un individuo y no muchos los que estén a cargo. Significa que aunque existen muchos (por que no se eliminan, se integran), existe un centro alrededor del cual gravitan y se ordenan. Ése es también el sentido del Grial, del mismo Wothan, ambos pueden ser identificados con lo que Jung llamó el Sí mismo, para distinguirlo del pequeño yo, ese que le anda prometiendo cosas a todo el mundo.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Espiritualidad y Materialismo






Por Alexander Wilckens Bruhn


Ninguno de los dos extremos satisfará nuestra alma. En el religioso aislado de la sociedad tenemos uno de los extremos, quien evadiendo la realidad cotidiana, pretende despejar sus limitaciones. Solo quien enfrenta sus temores es capaz de superarlos, evadirlos es cobardía y no lleva a nada. Y el otro en el trabajólico-consumista que solo desea el éxito material; quien cree que el poder a través del éxito en lo tangible, lo convierte en un ser superior. Otra vez tenemos una búsqueda errada e incompleta. La mayoría de los seres que transita a nuestro lado diariamente, son solo zombies, carne muerta sin alma o como en el primer ejemplo seres idos sin consistencia.

No basta con nacer para trascender, debe desarrollarse el canal para ello y sin él solo seremos polvo que vuelve al suelo o aire que se disipa. Para despertar o desarrollar nuestra alma, debemos superar nuestras limitaciones y lograr un verdadero avance en nuestras encarnaciones, debemos aprender estando sumergidos en sociedades materialistas, a enfrentar el medio que desea enajenarnos de nuestro propio ser y extraer del solo lo que le sirve al sistema para su retroalimentación. Nuestro verdadero desarrollo como seres espirituales, se logra enfrentando las manifestaciones ilusorias de una creación hecha a imagen y semejanza de la verdadera. Verdad oculta a nuestro ser, hasta ser capaces conviviendo diariamente con la falsedad, sobreponerse a ella y rescatar así dentro de nosotros la verdadera creación, la espiritualidad que nos lleva al todo y como almas recuperar al Dios que somos y al cual pertenecemos. Esa es la Senda del Guerrero, que enfrentándose a si mismo es capaz de vencerse y resucitar en un nuevo ser completo y superior, un Héroe (Dios-Humano).


jueves, 7 de marzo de 2013

El Gran Timo





Por Joaquin Bochaca


La inmensa mayoría de la gente imagina que un banco es un lugar respetable y seguro, para depositar, o bien para ir a tomar prestado dinero que otras personas han depositado. No obstante, los bancos prestan hasta nueve veces más dinero que el que realmente guardan en sus cajas. ¿Cómo es esto posible? Porque los bancos, realmente, no prestan nada. Sólo lo hacen ver.

Cuando un banco presta dinero, o, para emplear la terminología bancaria, abre un crédito, lo único que realmente hace es aceptar el crédito del prestatario. Vamos a exponer, tratando de aunar brevedad y claridad, cómo se perpetra este auténtico timo, porque timo es al concurrir en su comisión todos los requisitos de tal delito.

Aun cuando el negocio bancario y su corolario, la usura, se remontan a la época de Babilonia, la Banca, en su forma moderna, apareció en Europa a principios del siglo XVII, primero en Lombardía y en Holanda, luego, inmediatamente, en Inglaterra va renglón seguido en los demás países de nuestro Continente, para aparecer en los Estados Unidos poco después de su configuración como Estado independiente.

En aquéllas épocas, los poseedores de oro y plata -metales que, por su relativa escasez, eran los más adecuados para servir de .moneda oficial ténder en un tiempo, precisamente de escasez- lo entregaban, para su custodia, al banquero que los guardaba en una caja fuerte.

Evidentemente, no era cómodo, ni seguro, desplazarse llevando constantemente encima el oro y la plata -o las monedas que de ambos metales más adelante se hicieron- y, por otra parte, era recomendable guardar el dinero en un banco, dotado de una sólida caja fuerte, custodiada constantemente por un guardián armado. El banquero prestaba, pues, un servicio, y por tal servicio era lógico que cobrara, decimos “cobrara”, unos honorarios. Al entregar su dinero en el banco, los depositarios obtenían un recibo que les entregaba el banquero, y sobre tal recibo -documento, en sí, intachable- se iba a montar el mayor timo de todos los tiempos.

En efecto, el banquero era un hombre observador y pronto se dió cuenta de que la gente utilizaba esos recibos como si de auténtico dinero se tratara. Esos recibos, respaldados por dinero auténtico, hacían la misma función que el dinero, es decir, servían para adquirir mercancías y contratar servicios. Como tales recibos no eran nominativos, cualquier persona, que a lo mejor nunca había depositado dinero en el banco, podía presentarse en la ventanilla de pagos del mismo, y, exhibiendo un recibo por una cantidad determinada de dinero oficial, o legal, exigir tal cantidad en el acto. Un inciso imprescindible: decimos dinero oficial, o legal, porque esos recibos, al ser aceptados por la comunidad como medio de pago, se convertían automáticamente, de hecho, en dinero. También se dió cuenta, el banquero, de que, en promedio, los impositores sólo retiraban, en un período determinado de tiempo, el diez por ciento del dinero depositado. O dicho en otras palabras, que el noventa por ciento de sus depósitos permanecían en sus cofres, y que con el diez restante tenía suficiente para hacer frente a los recibos que se le irían presentando al cobro.

La tentación era demasiado grande para el banquero, hombre cuya conciencia no sentía excesivamente el embarazo de los escrúpulos, o no podía sentirlos por sus condiciones étnicas y religiosas. Y se formuló a sí mismo la siguiente pregunta: ¿Por qué no poner en circulación más recibos, representando nueve veces más valor que el dinero que, efectivamente, tenía en su caja fuerte? Para él, formular así esa pregunta equivalía a responderla en el sentido deseado por su yo íntimo. Es decir, que multiplicó por nueve sus recibos -comprometiéndose a pagar un dinero que no tenía, o, como máximo, sólo tenía en una novena parte -y empezó a prestarlo a particulares y, sobre todo, a comerciantes, cobrando un interés por ese dinero inexistente. 

En realidad, más que inexistente, ficticio; pues existencia, aunque fraudulenta, la tenía, al entregarse mercancías y servicios por él. Este fue el fraude original, que ha perdurado hasta nuestros días, y que está en la raíz de todos nuestros males económicos. Como dice Gertrude Coogan, “los banqueros pueden justificar sus prácticas como gusten, pero el hecho es que cuando prestan su ‘crédito’ a interés lo único que hacen es crear dinero privado, que luego pueden reclamar y destruir a su voluntad para desesperación y empobrecimiento del prestatario” quien periódicamente se ve obligado, por la artificial escasez del dinero-crédito, a entregar bienes auténticos por el dinero-crédito que tomó en préstamo.

El banquero, al proceder de esta guisa, efectivamente, ha creado dinero. Y para crearlo lo único que ha necesitado ha sido que un empleado del banco tomara una pluma, o un bolígrafo, y escribiera en el Libro Mayor del banco, una cifra cualquiera, pongamos diez millones de pesetas, en el saldo deudor del prestatario. Pero, al mismo tiempo, en el saldo acreedor del mismo, se ha anotado la garantía que éste ha debido ofrecer contra el préstamo bancario. Dicha garantía, que siempre debe ser un bien tangible, una casa, unos terrenos, unas cosechas o el título de propiedad de una industria, siempre vale más que el dinero que el banco presta. Al prestatario se le entrega un talonario de cheques, que permiten fraccionar cómodamente el importe del préstamo, luego se le carga en cuenta un interés por dicho préstamo, interés que oscila entre un cinco y un nueve por ciento en las épocas relativamente “tranquilas”, pero que puede ser mucho más elevado en las épocas turbias y la operación ha sido puesta en marcha.

Detengámonos un momento para hacer las siguientes observaciones:

a) Al poner en circulación de hecho, más dinero, que aparece en el mercado antes de que el mismo haya podido generar más riqueza, se ha puesto en movimiento un proceso inflacionario, es decir, se ha hecho perder valor al dinero que existía ya en circulación.

b) Las mercancías que, con el nuevo dinero, irán apareciendo en el mercado, llevarán su costo gravado con el interés bancario -como ya hemos dicho, de un 5 a un 9 por ciento- que deberán pagar, en última instancia, los consumidores. Nueva contribución al proceso inflacionario.

c) Mientras el banquero ha entregado sus “promesas de pagar” dinero -pues nadie, por muy banquero que sea, puede crear algo de la Nada, y así, lo que él presta no son más que promesas- en cambio, el prestario ha entregado al banquero títulos que representan una riqueza que, aparte de ser muy superior al préstamo, es real. Ha habido, pues, un notorio abuso de confianza por parte del banco. Como decíamos en otro lugar 2 “mientras el banco dispone contra la comunidad de garantías representando una riqueza real, tal como fábricas, fincas, cosechas, etc. la comunidad no dispone, contra los bancos, de ninguna garantía. La menor tentativa hecha por los acreedores de un banco para ejercitar sus garantías contra éste, pone de manifiesto que dichas garantías, de hecho, no tienen substancia alguna. Si tales acreedores le “aprietan demasiado las clavijas” al banco, son castigados perdiendo todos sus ahorros. El banco cierra sus puertas poniendo de manifiesto que sus “promesas de pagar” son falsas promesas... a menos que el gobierno no acuda en su ayuda con una moratoria.... moratoria cuyas consecuencias serán que, al fin y a la postre, la comunidad en bloque deberá pagar para cubrir las falsas promesas del banquero”. La objeción de que esto muy raramente ocurre no tiene validez alguna. Si ocurre raramente es porque en todos los países existe un Consejo Superior Bancario cuya principal misión consiste, precisamente, en corregir las desviaciones excesivas de la permanente inflación crediticia procurando que ningún banco sobrepase el fatídico cociente 9 en la división entre los créditos abiertos y el dinero registrado en las cuentas corrientes. Y cuando, no obstante, un banco se dispara y franquea el límite de la zona de peligro, los demás acuden en su ayuda, pues la Finanza funciona como un todo, a escala nacional para lo ordinario, e internacional para los grandes problemas económicos. Pero esa ayuda, en definitiva, la pagará el pueblo, es decir, cada ciudadano o ciudadana que van al mercado, pues hemos dicho, y hay que tenerlo bien presente, que los llamados gastos bancarios se incluyen en los costos de producción.

Según se demuestra en los apartados a) y b) el banco, al crear una situación inflacionaria, ha robado a todos y cada uno de los miembros de la comunidad. El hecho de que las actividades bancarias hayan sido legalizadas por la Administración Pública en todos los países no disminuye  en un ápice su ilegitimidad fundamental. El que un Estado, o cien Estados, decreten, como testaferros que son de la Alta Finanza, que la creación privada de Dinero es legal cuando la realiza un banco e ilegal cuando la lleva a cabo un falsificador de moneda no modifica en absoluto el hecho de su radical inmoralidad, desde el punto de vista ético, y de su inoperancia, desde el punto de vista económico, exceptuando, claro está, la privada economía de los bancos y sus adláteres.

Y tal como queda demostrado en el apartado c), no contento con robar a la comunidad, el banco ha cometido, con su cliente al que ha concedido un préstamo, un verdadero abuso de confianza, al cambiar una promesa que vale, digamos X menos los intereses cobrados anticipadamente, por una realidad (títulos de propiedad de bienes tangibles) que vale, por lo menos X multiplicado por dos. Y que no se objete que el cliente es muy libre de aceptar o no el “cambio” que le propone el banco. El cliente está convencido de que lo que el banco le presta son los ahorros de otro conciudadano y que por este préstamo hay que pagar un alquiler, llamado “interés”. Pero no terminan aquí las actividades del banco; en realidad, los funestos efectos de sus actividades apenas tienen relieve alguno si se comparan con lo que sigue.

Volvamos al momento en que el banco -en realidad, más que el banco o los bancos se trata del sistema bancario, pues todos actúan de manera mancomunada- ha abierto créditos representando hasta nueve veces más dinero del que realmente tienen en caja. De momento, el sistema parece dar resultado. La euforia general disimula el robo que se ha cometido. Pues es evidente que un auténtico robo ha tenido lugar; al crear dinero nuevo, el banquero, al igual que un vulgar falsificador, ha robado un poco a cada uno de sus conciudadanos y ha obtenido interés sobre el “dinero” robado. Gracias a la emisión brusca de dinero nuevo se ha podido desarrollar nueva riqueza, el comercio se halla en pleno apogeo y se ha llegado al, por todos, soñado “pleno empleo”. Cada vez que un prestatario devuelve un préstamo al banco, con sus intereses acumulados, el banco se apresura a ponerlo de nuevo en circulación. Se ha originado lo que los economistas clásicos llaman el “boom” que en los países latinos se denomina “euforia de mercado”. Los precios suben en vertical, mientras toda clase de productos se ofrecen a la venta. Pero el banquero se da cuenta de que esta subida de precios continúa sólo mientras continúan produciéndose préstamos. Cada vez que el banquero deja de hacer dichos préstamos - o, en otras palabras, de crear nuevo dinero- los precios dejan de subir, y al dejar de subir, los negocios se hunden.

La posibilidad de continuar haciendo más negocios en un mercado alcista ha desaparecido. ¿Por qué? Pues porque ahora el banquero empieza a verse en dificultades, a causa de que el volumen de sus préstamos se halla ya rondando el 900 por ciento de sus reservas en caja. Ya corre el riesgo de que cualquier demanda de dinero auténtico por parte de sus impositores, que por cualquier motivo se produzca en un momento dado, ponga en evidencia, ante toda la comunidad, el verdadero timo a que ésta se ha visto sometida por parte del aludido banquero. Cada crédito que él ha abierto, representado por cheques, así como cada recibo que ha extendido a sus impositores por el dinero que le han cedido temporalmente para que los custodie, representan promesas de pagar oro y plata (en la actualidad papel moneda ténder del Estado). Es decir, que tanto sus impositores como sus prestatarios pueden exigir, de un momento a otro, dinero auténtico, es decir, oficial, emitido por el Estado, a cambio de sus recibos.

¿Qué le queda por hacer al banquero en la circunstancia dada? Sólo una cosa: cancelar una parte sustancial de los créditos que ha abierto. En consecuencia, llama a su oficina a algunos de los industriales a quienes ha prestado sus “promesas de pagar” y les invita a devolver, digamos, la mitad del crédito. Los industriales, probablemente, protestarán, no comprenderán nada ante la súbita demanda del banquero en unos momentos en que todo parece ir a las mil maravillas, pero, finalmente, en vista de la cada vez más firme insistencia del banquero, deberán devolver la cantidad solicitada. Para convertir en dinero líquido -el dinero que les exige el banquero con tan súbita celeridad- sus stocks, los industriales deberán vender como sea, es decir, deberán malvender una parte substancial de los mismos, y, al mismo tiempo, se verán obligados a forzar a un pago inmediato a algunos de sus clientes Que habían comprado sus mercancías a plazos. Toda la operación generará, en cascada, una serie de pérdidas para industriales e intermediarios del comercio y, por vía de consecuencia, provocará una reducción general del volumen de los negocios, es decir, en última instancia, el paro.

Pero éste es sólo un aspecto del caso, ya que, en muchas de las situaciones que se van creando, los industriales no logran realizar sus stocks cuándo y cómo lo exige el banquero, y éste ejecuta las garantías que contra ellos posee, apoderándose así, a cambio de nada, -pues nada más que falsas promesas les prestó- de bienes reales, que pasan, de este modo, con toda la legalidad y toda la inmoralidad del mundo, a ser propiedad del banco.

La normalidad ha vuelto. Entretanto, muchos industriales y comerciantes -más de aquéllos que de éstos- se han arruinado. Los precios de todos los artículos han subido; los salarios, por fuerza, también, pero menos que aquellos. Una gran parte de la sociedad, sobre todo las llamadas clases medias, se ha proletarizado un poco más. El único ganador, en toda la línea, es el banquero. El, que no ha hecho nada, aparte de perpetrar una falsificación de moneda en gran escala, ha obtenido beneficios inmensos, en bienes tangibles, y, lo que es más importante, ha visto confirmada su facultad de continuar creando dinero a expensas de la comunidad, lo que le convierte en el hombre más poderoso del país.

Todavía más, en el colmo del cinismo, aún se permite amonestar severamente a sus conciudadanos, diciéndoles que la reciente crisis se ha producido porque han querido vivir por encima de sus medios. La sencilla objeción de que la comunidad sólo pretendía consumir lo que había producido con su trabajo, es olímpicamente despreciada. La ignorancia general en asuntos financieros, cuidadosamente cultivada por los testaferros al servicio de la misma. Es el muro del silencio ante el que se estrellan el sentido común y el instinto popular, que rechazan vigorosamente la idea de que una gran parte de los miembros de una comunidad se hayan arruinado precisamente porque han trabajado demasiado y han producido, con su trabajo, una oferta de bienes que no ha colmado aún la demanda de los mismos.

La normalidad ha vuelto, decíamos. Nuestro banquero ya puede volver a poner en funcionamiento la máquina del Gran Timo. Las ovejas del humano rebaño ya se hallan prestas a ser esquiladas una vez más.

martes, 5 de marzo de 2013

Hugo Chávez: Un Anti-Capitalismo de cartón





Por el Emboscado


La salud del teniente coronel Hugo Chávez ha generado mucha expectación durante las últimas semanas debido a su reciente hospitalización a raíz de su grave estado de salud. Estas circunstancias y la incertidumbre por ellas creadas han originado en el ámbito mediático, y particularmente en ambientes “radicales”, un debate acerca del carácter anticapitalista del régimen bolivariano establecido por Chávez en Venezuela. Nada más lejos de la realidad.

A lo largo de la historia, salvo en muy contadas ocasiones, las diferentes revoluciones políticas han tenido como resultado una mayor concentración del poder en manos del Estado, y con ello su reforzamiento y extensión. La revolución inglesa dio lugar a una virulenta dictadura militar bajo el caudillaje de Oliver Cromwell. Lo mismo cabe decir de la revolución francesa que significó la militarización del conjunto de la sociedad hasta el establecimiento del régimen imperialista y militarista de Napoleón. A esta lista también habría que añadir a la revolución rusa que significó un agrandamiento sin precedentes del aparato estatal ruso, y que culminó con un militarismo desenfrenado del que su máximo exponente fue Stalin. En este sentido la revolución bolivariana comandada por Hugo Chávez no ha sido una excepción.

El poder no sólo se ejerce a través de la coacción, también es necesario cierto grado de consentimiento entre la población que facilite su obediencia. Por esta razón el poder se convierte en un aliado de las clases populares en tanto en cuanto logra presentarse como un gran benefactor, pues al asumir un creciente número de funciones con las que provee de cierto grado de utilidad social logra granjearse la adhesión popular. Como consecuencia de esto el poder adquiere una dimensión todavía mayor al basar su legitimidad en la realización del bien del conjunto de la sociedad. De esta forma el Estado es presentado por los intelectuales de servicio como un justiciero que redime al pueblo de sus opresores a los que el discurso izquierdista identifica exclusivamente con el capitalismo de las empresas multinacionales, los bancos y el mercado en general. Asimismo, el contexto de creciente escasez general contribuye en gran medida a la búsqueda de mayor seguridad, de forma que el Estado, con un uso desproporcionado de la manipulación mediática e ideológica, logra presentarse como el gran protector frente a determinados poderes.

Hoy, en los medios “radicales”, está muy difundida la, por lo demás falsa, idea de que Chávez es anticapitalista en tanto en cuanto es presentado como un redentor de las clases populares de Venezuela, y al mismo tiempo como un opositor al imperialismo estadounidense. Sin embargo, se obvia completamente el hecho de que Chávez es un militar y que como tal es parte integrante de la oligarquía militar mandante en dicho país, la cual acapara los principales recursos naturales de Venezuela como son los  metales preciosos y otros recursos de gran valor  estratégico como el coltán. Juntamente con esto hay que añadir que los ingresos derivados de la venta de petróleo van a parar a un fondo de reserva que Chávez, de manera personal y exclusiva, gestiona a su antojo. Pero la izquierda estatolátrica y su entorno insisten en presentar a Chávez como un justiciero que combate al capitalismo cuando realmente es su principal sostenedor. La revolución bolivariana ha desarrollado un potentísimo capitalismo de Estado producto de las sucesivas nacionalizaciones que el gobierno de Chávez ha efectuado, lo que ha permitido un colosal enriquecimiento de la oligarquía militar que ha devenido así en una plutocracia. Todo esto demuestra que Chávez, lejos de ser un anticapitalista, es el principal promotor del capitalismo en su país.

Pero tampoco hay que olvidar que los militares constituyen por su propia condición una clase capitalista, pues al no ser productores de absolutamente nada son las clases populares las que se ven obligadas a mantenerlos con su trabajo. Los militares, al vivir de las rentas del trabajo ajeno, no se diferencian en nada de cualquier otro parásito capitalista. Esto explica que el ejército disponga de unos inmensos recursos monetarios que se reflejan en unos abultados presupuestos que, gracias a los dividendos obtenidos del comercio de petróleo y metales preciosos, han facilitado el rearme de Venezuela para su transformación en una nueva potencia regional. Bajo el pretexto de una constante amenaza de intervención norteamericana en el país sudamericano Chávez ha utilizado los recursos financieros de los que le ha provisto la venta de recursos naturales para rearmar a su ejército. Al menos así lo demuestra la compra de armas a Rusia por un valor de 11.000 millones de dólares, entre las que destacan sistemas antimisiles S-300, una flota de cazas sujoi SU-35, 100.000 fusiles Kalashnikov AK-103, tanques T-52, blindados BTR-80, lanzaderas múltiples Smerch, misiles antiaéreos ZU-23, helicópteros Mi-35 y Mi-37, 92 tanques T-72, etc.

El denominado socialismo del siglo XXI ha demostrado ser un camelo para justificar el crecimiento y la extensión ilimitada del aparato estatal, el cual ha reordenado las relaciones sociales conforme a las exigencias de rearme militar de la política exterior venezolana. La recuperación y reivindicación de la figura de Simón Bolívar, no olvidemos que también fue un militar, como símbolo del militarismo patriotero ha servido para dotarle al proyecto político encabezado por Chávez de una dimensión y una proyección continental, y por ello imperialista, que ha justificado la expansión del ente estatal.

Asimismo, el Socialismo del que Hugo Chávez se ha hecho el principal adalid ha estado acompañado de la estatización de la economía bajo el pretexto de rescatar a los venezolanos del capitalismo, lo que ha provocado una concentración de la riqueza en manos del ente estatal que no tiene parangón en la historia de este país. La parafernalia mediática del propio régimen con los constantes baños de multitudes del gran líder Hugo Chávez, han estado acompañados de la consecuente grandilocuencia del teniente coronel a la hora de vender su proyecto político totalitario con la magnificación de diferentes medidas de carácter populista. De este modo Chávez ha conseguido presentarse como un justiciero al servicio de las clases populares que ha facilitado la adhesión de la sociedad venezolana al régimen bolivariano. El desarrollo de todo un discurso vacío de contenido pero lleno de proclamas contra el capitalismo y el imperialismo ha servido para facilitar la asunción por parte del Estado de un número creciente de funciones, de manera que ha aparecido ante la opinión pública como un gran benefactor que recaba su legitimidad de la finalidad que se atribuye a sí mismo: realizar el Bien Común.

Sin embargo, lo más preocupante es comprobar que a nivel mediático hay un interés desmedido en presentar a Chávez como un anticapitalista. Este es el caso de profesores universitarios a sueldo del régimen bolivariano como es Juan Carlos Monedero, mercenario ideológico sin parangón, que no duda en calificar a Chávez y a su régimen como anticapitalistas, y a ensalzar así el militarismo por el simple y mero hecho de llamarse de izquierdas. Todo esto porque, como afirman algunos activistas como Alex Corrons, nada impide que un militar pueda estar contra el capitalismo cuando, tal y como los hechos lo demuestran, el ejército, y por ende el Estado, es el principal sostenedor y promotor del capitalismo al acaparar ingentes recursos monetarios procedentes de las rentas del trabajo de las clases asalariadas para, así, satisfacer sus intereses estratégicos en el ámbito internacional. De este modo se excusa por completo el rampante capitalismo de Estado que se ha instalado en Venezuela, y se justifican al mismo tiempo las nada novedosas uniones cívico-militares que evocan a otras que en su día nos impuso el fascismo patrio.

Lo Romántico es Político ... Y el Sistema no funciona





Por Coral Herrera Gómez

Es hora de que empecemos a hablar de amor, de emociones y de sentimientos en espacios en los que ha sido un tema ignorado o invisibilizado: en las universidades, en los congresos, en las asambleas de los movimientos sociales, las asociaciones vecinales, los sindicatos y los partidos políticos, en las calles y en los foros cibernéticos, las comunidades físicas y virtuales. Hay que deconstruir y repensar el amor para poder crear relaciones más igualitarias, más sanas, más abiertas, más libres, más bonitas. Tenemos que hablar de cómo podemos aprender a querernos mejor, a llevarnos bien, a crear relaciones bonitas, a extender el cariño hacia la gente y no centrarlo todo en una sola persona.
Hay que romper con la idea de que el amor solo puede darse entre dos personas, y hay que romper con los miedos que nos separan: los racismos, la homofobia, la transfobia, la xenofobia, la misoginia, el clasismo… para poder crear mundos más horizontales, más abiertos, más solidarios. Ahora más que nunca, necesitamos ayudarnos, trabajar unidos por mejorar nuestras condiciones de vida y luchar por los derechos humanos.
El amor romántico que heredamos de la burguesía del siglo XIX está basado en los patrones del individualismo más atroz: que nos machaquen con la idea de que debemos unirnos de dos en dos es muy significativo. Bajo la filosofía del “sálvese quien pueda”, el romanticismo patriarcal se perpetúa en sus esquemas narrativos en los cuentos que nos cuentan en diferentes soportes (cine, televisión, revistas, etc.), y nos ayudan a escaparnos de una realidad que no nos gusta. Así es como consumiendo estos productos aprendemos a soñar con una utopía emocional y política que nos ofrece un mundo mejor al que habitamos, pero solo para mí y para ti, los demás que se busquen la vida.
Frente a las utopías religiosas o las utopías sociales y políticas como el marxismo, el anarquismo, el comunismo, etc., el amor romántico nos ofrece una solución individual, y nos mantiene entretenidas soñando con finales felices.
El romanticismo sirve también para ayudarnos a aliviar un día horrible, para llevarnos a otros mundos más bonitos, para sufrir y ser felices con las historias idealizadas de otros, para olvidarnos de la realidad dura y gris de la cotidianidad. Sirve para que, sobre todo las mujeres, empleemos cantidades de recursos económicos, de tiempo y de energía, en encontrar a nuestra media naranja, creyendo fielmente que nuestra vida será mejor cuando encontremos al amor ideal que nos adore y nos acompañe en la dura batalla diaria. Sirve para que adoptemos un estilo de vida muy concreto, para que nos centremos en la búsqueda de pareja, para que nos reproduzcamos, para que sigamos con la tradición y para que todo siga como está.
Las industrias culturales y las inmobiliarias nos venden paraísos románticos para que nos encerremos en hogares felices y por eso una gran parte de la población permanece adormilada, protestando en sus casas, aguantando la pérdida de derechos y libertades, asumiéndolas como desgracias o mala suerte. Cada uno rumiando su pena y su desesperación, como las víctimas de los desahucios bancarios, desesperadas y solas.
Los medios jamás promueven el amor colectivo: podría destruir patriarcado y capitalismo juntos. Las redes de solidaridad podrían acabar con las desigualdades y las jerarquías, con el individualismo consumista y con los miedos colectivos a los “otros” (los raros, las marginadas, los inmigrantes, las presidiarias, los transexuales, las prostitutas, los mendigos, las extranjeras). Por ello es que se prefiere que nos juntemos de dos en dos, no de veinte en veinte: es más fácil controlar a dos metidos en su hogar que a grupos de gente que va y viene.
El problema del amor romántico es que lo tratamos como si fuera un tema personal: si te enamoras y sufres, si pierdes al amado o amada, si no te llena tu relación, si eres infeliz, si te aburres, si aguantas desprecios y humillaciones por amor, es tu problema. Igual es que tienes mala suerte o que no eliges a los compañeros o compañeras adecuadas, te dicen. Pero el problema no es individual, es colectivo: son muchas las personas que sufren porque sus expectativas no se adecuan a lo que habían soñado, porque temen quedarse solas, porque se ven obligadas a cumplir con el rito para demostrar éxito social, y porque aunque así nos lo vendan, el amor romántico no es eterno, ni es perfecto, ni es la solución a todos nuestros problemas.
Lo personal es político, el romanticismo es patriarcal: asumimos modelos sentimentales, roles y estereotipos de género, y patrones de conducta patriarcales a través de la cultura. Y estos patrones los tenemos muy dentro, incorporados a nuestro sistema emocional. De este modo, también la gente de izquierdas y los feminismos seguimos anclados en viejos patrones de los que nos es muy difícil desprendernos. Elaboramos muchos discursos en torno a la libertad, la generosidad, la igualdad, los derechos, la autonomía… pero en la cama, en la casa, y en nuestra vida cotidiana no resulta tan fácil repartir igualitariamente las tareas domésticas, gestionar los celos, asumir separaciones, gestionar los miedos, comunicarse con sinceridad, expresar los sentimientos sin dejarse arrastrar por el dolor…
No nos enseñan a gestionar sentimientos en las escuelas, pero sí nos bombardean con patrones emocionales repetitivos y nos seducen para que imaginemos el amor a través de una pareja heterosexual de solo dos miembros con roles muy diferenciados, adultos y en edad reproductiva. Este modelo no solo es patriarcal, también es capitalista: Barbie y KenAngelina Jolie y Brad Pitt, Javier Bardem y Penélope Cruz, Letizia y Felipe… son algunos de los modelos exitosos que nos venden en la prensa del corazón, en los cómics, las series de televisión, las novelas románticas, las películas, los telediarios, los realities… fácil entender, entonces, por qué damos más importancia a la búsqueda de nuestro paraíso que a la de soluciones colectivas.
Para cambiar el mundo que habitamos hay que tratar políticamente el tema del amor, reflexionar sobre su dimensión subversiva cuando es colectivo, y su función como mecanismo de control de masas cuando se limita al mundo del romanticismo idealizado, heterocentrado y heterosexista.
Es necesario pensar el amor, deconstruirlo, volverlo a inventar, acabar con los estereotipos tradicionales, contarnos otras historias con otros modelos, construir relaciones diversas basadas en el buen trato, el cariño y la libertad. Es necesario proponer otros “finales felices” y expandir el concepto de “amor”, hoy restringido para los que se organizan de dos en dos. Para acabar con las soledades hambrientas de emociones exclusivas e individualizadas necesitamos más generosidad, más comunicación, más trabajo en equipo, más redes de ayuda.
Solo a través del amor colectivo es como podremos articular políticamente el cambio. Confiando en la gente, interaccionando en las calles, tejiendo redes de solidaridad y cooperación, trabajando unidos para construir una sociedad más equitativa, igualitaria y horizontal. Queriéndonos un poquito más, pensando en el bien común, es más fácil aportar y recibir, es más fácil dejar de sentirse solo/a, es más fácil elegir pareja desde la libertad, no desde la necesidad, y es más fácil diversificar afectos. Queriéndonos bien, y mucho, vaya.

La erosión de las fuentes sin sentido






Por Leonardo Boff


Se ha dicho, con verdad, que el ser humano está devorado por dos hambres: de pan y de espiritualidad. El hambre de pan es saciable. El hambre de espiritualidad, sin embargo, es insaciable. Está hecha de valores intangibles y no materiales como la comunión, la solidaridad, el amor, la compasión, la apertura a todo lo que es digno y santo, el diálogo y la oración al Creador.

Estos valores, secretamente ambicionados por los seres humanos, no conocen límites en su crecimiento. Hay un anhelo infinito que late dentro de nosotros. Sólo un infinito real nos puede dar descanso. Centrarse excesivamente en la acumulación y el disfrute de bienes materiales acaba produciendo gran vacío y decepción. Fue la conclusión a la que llegaron unos analistas de la Universidad de Lausana. Algo dentro de nosotros clama por algo más grande y más humanizador.

En esta dimensión se plantea la cuestión del sentido de la vida. Es una necesidad humana encontrar un sentido coherente. El vacío y el absurdo producen ansiedad y sentimientos de soledad y desarraigo. Ahora bien, la sociedad industrial y consumista, montada sobre la razón funcional, coloca en el centro al individuo y sus intereses particulares. Con esto, ha fragmentado la realidad, ha disuelto todo canon social, ha carnavalizado las cosas más sagradas y ha tomado a broma las convicciones ancestrales, llamadas “grandes relatos”, considerándolas metafísicas esencialistas, propias de las sociedades de otros tiempos. Ahora funciona el “anything goes” o el “todo vale” de los diversos tipos de racionalidad, posturas y lecturas de la realidad. Se ha creado el relativismo que afirma que nada cuenta definitivamente.

Esto ha sido llamado «posmodernidad», que para mí representa la fase más avanzada y decadente de la burguesía mundial. No contenta con destruir el presente, quiere destruir también el futuro. Se caracteriza por una total falta de compromiso con la transformación y por un profesado desinterés por una humanidad mejor. Esta postura se traduce en una ausencia declarada de solidaridad con el trágico destino de millones de personas que luchan por tener una vida mínimamente digna, por poder vivir mejor que los animales, por tener acceso a los bienes culturales que enriquecen su visión del mundo. Ninguna cultura sobrevive sin un relato colectivo que confiera dignidad, cohesión, ánimo y sentido al caminar colectivo de un pueblo. La posmodernidad niega irracionalmente este dato originario.

Sin embargo, en todas partes del mundo, la gente está elaborando sentidos para sus vidas y sufrimientos, buscando estrellas-guía que le indiquen un norte y le abran un futuro esperanzador. Podemos vivir sin fe, pero no sin esperanza. Sin ella se está a un paso de la violencia, de la banalización de la muerte y, en última instancia, del suicidio.

Pero las instancias que históricamente representaban la construcción permanente de sentido, han entrado modernamente en erosión. Nadie, ni el Papa ni Su Santidad el Dalai Lama pueden decir con seguridad lo que es bueno o malo en este bloque planetario de la historia humana.

Las filosofías y caminos espirituales respondían a esta demanda fundamental del ser humano. Pero en gran parte se han fosilizado y perdido este impulso creador. Se sofistican sí cada vez más sobre lo ya conocido, repensado y redicho siempre de nuevo, pero desprovistas de coraje para diseñar nuevas visiones, sueños prometedores y utopías movilizadoras. Vivimos un “malestar de la civilización”, similar al del ocaso del Imperio romano, descrito por San Agustín en “La Ciudad de Dios”. Nuestros “dioses”, como los de ellos, ya no son creíbles. Los nuevos “dioses” que están surgiendo no son lo suficientemente fuertes como para ser reconocidos, respetados e ir poco a poco ganando los altares.

Estas crisis se superan sólo cuando se hace una nueva experiencia del Ser esencial de donde deriva una espiritualidad viva. Veamos algunos lugares donde los “nuevos dioses” se anuncian y aparece una nueva percepción del Ser.

Por más críticas que haya que hacerle en su aspecto económico y político, la globalización es ante todo un fenómeno antropológico: la humanidad se descubre como especie, que habita en una sola Casa Común, laTierra, con un destino común. Tal fenómeno va a exigir una gobernanza global para gestionar los problemas colectivos. Es algo nuevo.

Los Foros Sociales Mundiales, que se empezaron a realizar en el año 2000 en Porto Alegre, Rio Grande del Sur (Brasil), revelan una especial erupción de sentido. Por primera vez en la historia moderna, los pobres del todo el mundo, haciendo contrapunto a las reuniones de los ricos en la ciudad suiza de Davos, lograron acumular tanta fuerza y capacidad de articulación que se encontraron por millares primero en Porto Alegre y luego en otras ciudades del mundo, para presentar sus luchas de resistencia y liberación, para intercambiar experiencias sobre cómo crear microalternativas al sistema de dominación imperante, y cómo alimentar un sueño colectivo para gritar: otro mundo es posible, otro mundo es necesario. Es también algo nuevo.

En las distintas ediciones de los Foros Sociales Mundiales, a nivel regional e internacional, se notan los brotes del nuevo paradigma de la humanidad, capaz de organizar de manera diferente la producción, el consumo, la conservación de la naturaleza y la inclusión de toda la humanidad en un proyecto colectivo que garantice un futuro de esperanza y de vida para todos. De ahí su importancia: del fondo del desamparo humano está emergiendo un humo que remite a un fuego interior de la basura a la que han sido condenadas las grandes mayorías de la humanidad. Este fuego es inextinguible. Se convertirá en una brasa y una claridad que ilumine un nuevo sentido para la humanidad. Ojalá.