lunes, 27 de mayo de 2013

Sobre "La Nueva Derecha"





Por Eduardo Hernan Nieto


Hace ya algún tiempo que la derecha viene recuperando paulatinamente el espacio intelectual copado casi en su totalidad por el pensamiento gnóstico (Voegelin), es decir por las corrientes positivistas, historicistas y escépticas. En este sentido, llama la atención por ejemplo el concepto de "Nouvelle Droite" o Nueva Derechaque se gestó en la Francia setentera, y que tuvo como animador más visible al notable intelectual francés Alain De Benoist ("La Nueva Derecha", Planeta, Barcelona, 1982).

En realidad, la tarea emprendida por de Benoist y otros colaboradores, fue admirable, pues se trató de un intento de síntesis de todo aquello que había sido escrito en Occidente desde una original mirada crítica a la ilustración francesa, la abstracción de los derechos humanos, el igualitarismo, el materialismo, y el nihilismo que se decantó como una sombra por todos los espacios a partir del siglo XIX.

Así, personajes singulares como Weber, Pareto, Evola, Nietzsche, Schmitt, Eliade, Céline, D.H Lawrence, Marineti, Jünger, Lorenz, Jung, entre otros, compartieron esta visión que reivindicaba el espíritu antes que la materia, la diferencia antes que la homogeneidad insípida, los valores de la vida y la naturaleza antes que el nihilismo, y por supuesto la acción antes que la comodidad burguesa. Ciertamente, esta síntesis desarrollada en Francia después de Mayo del 69, era heredera directa de la "Revolución Conservadora", que se dio en la Alemania de Entre Guerras y que proponía e impulsaba estas mismas ideas.

Sin embargo, llamaba también la atención el interés de la nueva derecha por el pensamiento del intelectual marxista Gramsci. Empero, estar referencia a Gramsci, dentro del pensamiento de la Nueva Derecha, resultaba tangencial y no esencial, pues sólo se trató del empleo de sus ideas respecto a la relevancia del pensamiento para conseguir el poder y sobre todo para hacerlo durar.

En este sentido, cualquier acción política exitosa debía ser "gramsciana" si es que quería tener alguna opción dentro de la lucha por el espacio político y por ello la verdadera colisión política era la GUERRA CULTURAL. De allí, lo trascendente que resultaba el dominio y control sobre la Universidad como medio para conquistar después el espacio político.

La intención de la "Nouvelle Droite" era pues convertirse en una plataforma política y quizá hasta en un partido, por ello, resultaba sensata su apuesta Gramsciana. Sin embargo, entre sus propuestas no se advertía por cierto ningún sesgo racista, como podrían pensar sus detractores marxistas y liberales, así De Benoist comentaba: "Condeno, sin ninguna excepción, los racismos, comprendidos, por supuesto, los que se ocultan tras la máscara de un antirracismo de conveniencia"("La Nueva Derecha" p.115), en cambio, si era visible su cuestionamiento al cristianismo en especial por su carácter mesiánico y maniqueo, y por haber permitido la sublevación de la masa respecto a las élites (de allí la denominación del Cristianismo como "Bolchevismo Antiguo"), lo cual, a su vez, no haría ilógica y extraña la aparición por ejemplo de algo como la "Teología de la Liberación".

Así pues, la fuerza de la nueva derecha descansaba en la posibilidad de utilizar las mismas herramientas que le sirvió a la izquierda para conquistar la Academia, pero evidentemente la superioridad del pensamiento de la Nueva derecha hacía que éste se viera como una amenaza y por eso la izquierda tenía que recurrir al poder económico y sobre todo al de la prensa para fustigar la legitimidad de este discurso tachándolo como suele hacer con todo lo que le incomoda al apelar a la salvadora etiqueta del "temible" Fascismo.

sábado, 25 de mayo de 2013

Patria y Nacionalidad




Por Mijail Bakunin


El Estado no es la patria; es la abstracción, la ficción metafísica, mística, política y jurídica de la patria. La gente sencilla de todos los países ama profundamente a su patria; pero éste es un amor natural y real. El patriotismo del pueblo no es sólo una idea, es un hecho; pero el patriotismo político, el amor al Estado, no es la expresión fiel de este hecho: es una expresión distorsionada por medio de una falsa abstracción, siempre en beneficio de una minoría explotadora.

La patria y la nacionalidad son, como la individualidad, hechos naturales y sociales, fisiológicos e históricos al mismo tiempo; ninguno de ellos es un principio. Sólo puede considerarse como un principio humano aquello que es universal y común a todos los hombres; la nacionalidad separa a los hombres y, por tanto, no es un principio. Un principio es el respeto que cada uno debe tener por los hechos naturales, reales o sociales.


La nacionalidad, como la individualidad, es uno de esos hechos; y por ello debemos respetarla. Violarla seria cometer un crimen; y, hablando el lenguaje de Mazzini, se convierte en un principio sagrado cada vez que es amenazada y violada. Por eso me siento siempre y sinceramente el patriota de todas las patrias oprimidas.

La esencia de la nacionalidad. Una patria representa el derecho incuestionable y sagrado de cada hombre, de cada grupo humano, asociación, comuna, región y nación a vivir, sentir, pensar, desear y actuar a su propio modo; y esta manera de vivir y de sentir es siempre el resultado indiscutible de un largo desarrollo histórico.

Por tanto, nos inclinamos ante la tradición y la historia; o, más bien, las reconocemos, y no porque se nos presenten como barreras abstractas levantadas metafísica, jurídica y políticamente por intérpretes instruidos y profesores del pasado, sino sólo porque se han incorporado de hecho a la carne y a la sangre, a los pensamientos reales y a la voluntad de las poblaciones. 

Se nos dice que tal o cual región - el cantón de Tesino [en Suiza], por ejemplo -pertenece evidentemente a la familia italiana: su lenguaje, sus costumbres y sus restantes características son idénticos a los de la población de Lombardía y, en consecuencia, debería pasar a formar parte del Estado italiano unificado.

Creemos que se trata de una conclusión radicalmente falsa. Si existiera realmente una identidad sustancial entre el cantón de Tesino y Lombardía, no hay duda alguna de que Tesino se uniría espontáneamente a Lombardía. Si no es así, si no siente el más leve deseo de hacerlo, ello demuestra simplemente que la Historia real - la vigente de generación en generación en la vida real del pueblo del cantón de Tesino, y responsable de su disposición contraria a la unión con Lombardía - es algo completamente distinto de la historia escrita en los libros. Por otra parte, debe señalarse que la historia real de los individuos y los pueblos no sólo procede por el desarrollo positivo, sino muy a menudo por la negación del pasado y por la rebelión contra él; y que este es el derecho de la vida, el inalienable derecho de la presente generación, la garantía de su libertad.

La nacionalidad y la solidaridad universal. No hay nada más absurdo y al mismo tiempo más dañino y mortífero para el pueblo que erigir el principio ficticio de la nacionalidad como ideal de todas las aspiraciones populares. El nacionalismo no es un principio humano universal. Es un hecho histórico y local que, como todos los hechos reales e inofensivos, tiene derecho a exigir general aceptación. 

Cada pueblo y hasta la más pequeña unidad étnica o tradicional tiene su propio carácter, su específico modo de existencia, su propia manera de hablar, de sentir, de pensar y de actuar; y esta idiosincrasia constituye la esencia de la nacionalidad, resultado de toda la vida histórica y suma total de las condiciones vitales de ese pueblo.

Cada pueblo, como cada persona, es involuntariamente lo que es, y por eso tiene un derecho a ser él mismo. En eso consisten los llamados derechos nacionales. Pero si un pueblo o una persona existe de hecho de una forma determinada, no se sigue de ello que uno u otra tengan derecho a elevar la nacionalidad, en un caso, y la individualidad en otro como principios específicos, ni que deban pasarse la vida discutiendo sobre la cuestión. Por el contrario, cuanto menos piensen en si mismos y más imbuidos estén de valores humanos universales, más se vitalizan y cargan de sentido tanto la nacionalidad como la individualidad.

La responsabilidad histórica de toda nación. La dignidad de toda nación, como la de todo individuo, debe consistir fundamentalmente en que cada uno acepte la plena responsabilidad de sus actos, sin tratar de desplazarla a otros. ¿No son muy estúpidas todas esas lamentaciones de un muchachote quejándose con lágrimas en los ojos de que alguien lo ha corrompido y le ha puesto en el mal camino? Y lo que es impropio en el caso de un muchacho está ciertamente fuera de lugar en el caso de una nación, cuyo mismo sentimiento de autoestima debería excluir cualquier intento de cargar a otros con la culpa de sus propios errores.

Patriotismo y justicia universal. Cada uno de nosotros debería elevarse sobre ese patriotismo estrecho y mezquino para el cual el propio país es el centro del mundo, y que considera grande a una nación cuando se hace temer por sus vecinos. Deberíamos situar la justicia humana universal sobre todos los intereses nacionales. Y abandonar de una vez por todas, el falso principio de la nacionalidad, inventado recientemente por los déspotas de Francia, Prusia y Rusia para aplastar el soberano principio de la libertad. La nacionalidad no es un principio; es un hecho legitimado, como la individualidad. Cada nación, grande o pequeña, tiene el indiscutible derecho a ser ella misma, a vivir de acuerdo con su propia naturaleza. Este derecho es simplemente él corolario del principio general de libertad. 

Todo aquél que desee sinceramente la paz y la justicia internacional debería renunciar de una vez y para siempre a lo que se llama la gloria, el poder y la grandeza de la patria, a todos los intereses egoístas y vanos del patriotismo. 


sábado, 18 de mayo de 2013

Crónica de una estafa abortada: El fracaso del ¿Royalty?





Por Alexis López Tapia


Una vieja historia de “nacis”

En las elecciones parlamentarias de 1937, el Movimiento Nacional Socialista Chileno (MNS) obtuvo tres bancas, resultando electos los Diputados Jorge González Von Mareés por Santiago; Fernando Guarello Fitz–Henry, por Valparaíso y Quillota; y Gustavo Vargas Molinare, elegido por Temuco; perdiéndose por un estrecho margen, la candidatura de Carlos Keller Rueff por Concepción.

En materia económica, los representantes nacistas fueron los primeros en presentar al parlamento dos proyectos de ley, que proponían entre otros, la derogación momentánea del pago de la deuda externa y la necesidad de gravar un impuesto progresivo a las exportaciones de cobre: así por primera vez, se comenzó a hablar en CHILE de un impuesto sobre nuestro principal producto de exportación, con el objetivo explícito de llegar a la “Nacionalización” del Cobre, que el partido había venido sosteniendo desde su creación.

En 1939, el presidente Pedro Aguirre Cerda consultó al MNS, qué ideas tenían para poder resolver el grave estado en que había quedado el país después del terremoto de enero de ese año.

El Movimiento le respondió que –con suma urgencia- debía crearse una Corporación de Desarrollo basada en un impuesto al Cobre, particularmente considerando que se tenía la noción de que Europa entraría en Guerra a corto plazo, y que si ello ocurría, EE.UU. no permitiría un impuesto de esa naturaleza.

La idea tuvo un largo debate en el Parlamento, pero finalmente, el 29 de abril de 1939, se aprobó la Ley Nº 6.434 “De Reconstrucción y Auxilio y Fomento de la Producción”: así nacía Corfo (Corporación de Fomento) apenas cinco meses antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Esa fue la primera vez que en CHILE se aplicó un impuesto específico a la extracción de Cobre, no obstante, el Estado chileno recibía muy pocos beneficios, hasta que -recién en 1951- la firma del “Convenio de Washington” le permitió a CHILE disponer de 20 por ciento de la producción cuprífera.

Sólo en 1955, el parlamento comenzó a legislar sobre la producción de Cobre y se dictaron las primeras leyes específicas sobre tributación de esta actividad, destinadas a garantizar un ingreso mínimo al Estado. Ese mismo año fue creado el “Departamento del Cobre”, con atribuciones de fiscalización y de participación en los mercados internacionales del metal.

Retomando la vieja idea de los nacistas, sólo en 1966 se inició la llamada “chilenización del cobre”, que partió con la aprobación por parte del Congreso de la ley 16.425, que determinaba la creación de sociedades mixtas con las empresas extranjeras, en las cuales el Estado tendría 51 por ciento de la propiedad de los yacimientos.

Este proceso determinó la transformación del “Departamento del Cobre” en una “Corporación del Cobre”. Así, por primera vez, el Estado de Chile asumió un papel decisivo en la producción y comercialización del mineral.

La participación de 51 por ciento del Estado se concretó en los yacimientos más importantes y emblemáticos: Chuquicamata, El Teniente y Salvador, que como resultado de este proceso recibieron inversiones de importancia. Entre los objetivos de la “chilenización” también se buscaba refinar todo el cobre dentro de este país y aumentar la producción hasta un millón de toneladas.

El escenario de la industria cambió radicalmente en julio de 1971 cuando el Congreso aprobó por unanimidad el proyecto sobre “Nacionalización de la Gran Minería del Cobre”, promulgado en la ley 17.450.

Para concretar este llamado “proceso de nacionalización” fue necesario modificar el artículo 10 de la Constitución Política del Estado de Chile, al cual se le agregó una disposición transitoria en la cual se planteaba que “por exigirlo el interés nacional y en ejercicio del derecho soberano e inalienable del Estado de disponer libremente de sus riquezas y recursos naturales, se nacionalizan y declaran por tanto incorporadas al pleno y exclusivo dominio de la Nación las empresas extranjeras que constituyen la gran minería del cobre…”.

Los bienes y las instalaciones de estas empresas pasaron a ser propiedad del Estado de CHILE, que –sin embargo- creó “sociedades colectivas” para hacerse cargo de las operaciones, coordinadas por la Corporación del Cobre de aquel entonces: de este modo, la llamada nacionalización, en realidad operó como una “colectivización”, imitando de algún modo el modelo de los soviets.

La nueva normativa facultó al Gobierno chileno para que dispusiera sobre la organización, explotación y administración de las empresas “nacionalizadas”, es decir, “colectivizadas”.
También determinó que sólo podrían enajenarse o constituirse derechos de explotación sobre concesiones mineras para yacimientos que no estuvieran en explotación para ese momento, previa autorización por ley.

Como resultado de estas atribuciones fueron dictados los decretos ley 1.349 y 1.350 publicados en 1 de abril de 1976, que formalizaron la creación de una empresa minera, la Corporación Nacional del Cobre de CHILE, Codelco.

LA SITUACIÓN ACTUAL

En los años 1989-1990 el aporte de Codelco al erario Nacional se aproximó a los 2.000 millones de dólares promedio anual.

En 1995, el Estado chileno recibió de Codelco 1.735 millones de dólares, que correspondían al 57% del valor total de las ventas de cobre de Codelco.

En el 2001, el Estado sólo recibió 344 millones de dólares de Codelco. Es decir, un 80% menos que el período anterior, a pesar que la producción de Codelco había aumentado.
En 1995 el Estado recibió de Codelco 72 centavos de dólar por libra y en el 2001 sólo 9,4 centavos de dólar por libra.

Sin embargo, las empresas privadas, que controlan cerca del 70% de la producción, doblando la producción de Codelco, sólo aportaron 100 millones de dólares anuales aproximadamente.
 En el 2002, sólo aportaron 20 millones de dólares, según declaró el Tesorero General de la República, en el Senado de la época.

¿A qué se debió esto?

A tres factores principales.

1.       A la sobreproducción de cobre creada desde CHILE por las empresas extranjeras, con el consiguiente derrumbe del precio internacional del mineral.

2.       A que las empresas extranjeras no pagaban renta por tonelada de cobre extraída.

3.       Debido a que la mayoría de las empresas privadas no pagan impuestos.

Confirmando los planteamientos realizados a mediados de los 90, Chile incrementó la producción de cobre en el período 1995-1999, en 1,9 millones de toneladas métricas de cobre fino.

Las importaciones mundiales de los 140 países del mundo se incrementaron sólo en 1,3 millones.

CHILE cubre el 100% del incremento de las importaciones mundiales, y adicionalmente produce un excedente de más de 46%. El stock -cobre que no se vende- llegó a los más altos niveles de la historia. La sobreproducción continúa hasta hoy.

El precio del cobre se derrumbó a partir de 1995, a pesar de que la demanda mundial como promedio anual ha crecido sustancialmente hasta ahora, -incluso durante la crisis asiática. 

El precio del cobre de 1995 fue de 133,2 centavos de dólar la libra. Durante los 30 años previos a 1995, estuvo en torno a los 140 centavos y en los últimos años -en dólares de 1995- es menor a 70 centavos de dólar la libra.

CHILE aumenta las cantidades exportadas y el ingreso en dólares para el país disminuye. Se produce el llamado “Crecimiento Empobrecedor”.

Las exportaciones se incrementaron para llegar a 4,65 millones de TM y recibe menos que cuando exportaba 2,41 millones de toneladas métricas [TM]. Es decir, en la práctica esto opera como si en el año 2001 se hubiesen regalado más de 2,2 millones de TM.
De este modo, el modelo de explotación de cobre existente en el país logró que el cobre cada año valga menos.

En 2005, durante el gobierno de Ricardo Lagos, se aprobó un denominado “Royalty” a la minería, que gravó la exportación de Cobre con un 4%, a cambio de nada menos que 12 años de invariabilidad tributaria para las mineras: es decir, durante 12 años los impuestos no serían modificados, y las mineras podrían explotar todo el cobre que quisieran pagando un impuesto fijo.

En países como Australia, el royalty aplicado a recursos no renovables alcanza un 40%. Sin embargo, las mismas mineras australianas que explotan cobre en Chile pagan sólo un 4%.

LA ESTAFA QUE FRACASÓ Y LO QUE DEBERÍAMOS HACER

Después del terremoto, una de las primeras medidas adoptadas por el gobierno de Sebastián Piñera fue un paquete de impuestos, que incluía una nueva alza del impuesto específico al Cobre: se pretendía pasar de una recaudación de 600 millones de dólares a una de 1.000 millones, pero… ¡a cambio de mantener la invariabilidad tributaria hasta el año 2025! La oposición se pronunció en contra de la medida.

Según el Gobierno, ellos no tenían ningún argumento para oponerse, ya que –cuando eran gobierno-, fueron los primeros en aprobar la invariabilidad tributaria para la explotación del recurso por 12 años.

Es decir, como el Gobierno de Lagos estafó a todo Chile por 12 años… ¡Piñera pretendía volver a estafarnos por seis años más! 

Efectivamente, porque el mal llamado “Royalty” a la minería es apenas un mínimo tributo sobre nuestro principal recurso de exportación NO RENOVABLE.

Si usted fuera dueño de una Minera, y le dijeran que durante los próximos 20 años va a poder explotar todo el Cobre que quiera, pagando sólo un 4, un 8 o incluso un 10 por ciento ¿qué haría usted?

Por supuesto: ¡explotar la mayor cantidad de mineral posible en ese período!

El llamado “royalty” es una estafa, porque produce la falsa sensación de que estamos verdaderamente cobrando un “impuesto” por nuestra principal riqueza, cuando la verdad es que el aporte de las mineras privadas al Estado es una ínfima parte de lo que Codelco tributa, pese a que las mineras transnacionales producen más de 70% del cobre del país.

La verdad es que ni la Concertación ni la Alianza tienen el valor político de hacer lo único que debemos hacer: exactamente lo mismo que los diputados “nacistas” pidieron en ya en los años ‘30:

¡DEBEMOS NACIONALIZAR EL COBRE!

Y a quienes quieran seguir explotándolo, simplemente exigirles al menos un 50% de las utilidades, y punto.

Adicionalmente, debemos crear una Bolsa de Metales propia:

¡HAY QUE DECIRLE ADIOS A LA BOLSA DE LONDRES!

 Hay que decirle ¡ya basta! a los que durante los últimos 100 años han profitado de nuestra riqueza: primero con el Salitre y ahora con el Cobre.

Llegará el día –más temprano que tarde-, en que el Cobre chileno se acabará: entonces ninguno de los cobardes que no se atrevió a hacer lo que debe hacerse, vendrá a darle explicaciones por la miseria del país a sus hijos o sus nietos. 

La responsabilidad de cambiar esto es suya, es mía y es nuestra: de cada uno de los chilenos.

Por CHILE.

Por el Futuro.

¡HAY QUE NACIONALIZAR EL COBRE!

lunes, 13 de mayo de 2013

Doctrina Socialista Nacional de la Acción (UN CAMINO PARA LA REALIZACIÓN DEL CUERPO Y LA MENTE)






Por el Profesor Wolfram


“Quien permanece en el deber, lo hace en el honor. Sin honor es el que traiciona su deber”.

”La vida no es sólo Ser, la vida es llegar a Ser, es formarse espiritual y corporalmente. Se llama vida a disponer diariamente de una nueva Fuerza, y cada hora alumbrar un nuevo Valor.”


UN CAMINO PARA LA REALIZACIÓN DEL CUERPO Y DE LA MENTE

A menudo, durante el transcurso de nuestras breves existencias, muchos interrogantes afloran a nuestra consciencia, como pueden ser el preguntarse por quiénes somos, qué hacemos en esta vida y cuál es el futuro que nos depara. Estas cuestiones metafísicas inevitablemente no tienen respuesta por la misma razón que su presupuesto excede a la lógica y al raciocinio, simplemente; es como si , delante de un precipicio, comenzásemos a divagar sobre la profundidad del mismo, si tiene o si no tiene fin, qué ocurrirá si nos caemos por el mismo, etc.

Este breve ejemplo, que es fácilmente comprensible, ilustra la situación del hombre moderno y su actitud general ante la vida, con la diferencia que el hombre común no se plantea dichos interrogantes, sino que elude hablar sobre ellos. Pero, ¿qué es el hombre moderno? Atendiendo a su origen etimológico, vendría del latín "modus", que significa modo, manera. Así pues, el hombre moderno es el que se adecúa a los planteamientos, modos y maneras que, de alguna forma, no nacen en él, sino que son adquiridos en un determinado ambiente o entorno.

Por esta razón y esta pasividad del hombre moderno, lejos está el mismo de comprender el mundo de un modo filosófico, y por supuesto tampoco cultural. Sencillamente, el hombre moderno no se plantea ninguna cuestión sobre su existencia sobre la tierra, sino que SUFRE SUS ACCIDENTES. Volviendo al mismo ejemplo del precipicio, con el que hemos ilustrado los misterios que envuelven nuestra existencia, el hombre moderno, al contrario que un Sócrates o un Platón, NO VE el precipicio, sino que se limita a caminar junto a él.

Este no ver o no querer ver la realidad de las cosas del hombre moderno, hace que su existencia esté dominada por una pasividad general que se manifiesta en una determinada actitud individualista y tendente sólo a la satisfacción de los placeres y las sensaciones más inmediatas, dado que su intelecto o mente no discrimina ni tampoco realiza un juicio, siquiera aproximativo, sobre los elementos que podría discernir de un modo racional. Al carecer de una mentalidad crítica sobre el entorno circundante, el hombre moderno cae víctima de las fantasías y de las ilusiones que son generadas por el bombardeo masivo de información e imágenes que pueden llegar a sus sentidos.

Otro ejemplo ilustrativo nos ayudará a comprender esta situación de apatía y pasividad del hombre moderno. Supongamos que un individuo, que llamaremos A, tiene predilección por un producto que ha visto anunciado en TV, que llamaremos Z. En principio, los medios publicitarios han hecho atractivo ese producto llamado Z a ojos de A, de manera que se sienta impelido a su compra. Pero, en el fondo, A sabe que la publicidad del producto Z es engañosa, y que es fruto de un trabajo de efectos especiales y de actores que HACEN CREER en el consumidor A que con su adquisición podrá alcanzar una felicidad que es la que los actores están simulando en su anuncio televisado.

Es fácil deducir que este tipo de hombre o mujer modernos, si asimila como una droga toda esta publicidad televisada, si acepta como propia la felicidad prefabricada en las fiestas patronales, o si sus intereses no pasan más allá de la lectura de las revistas del corazón y los cotilleos económicos o deportivos, nunca podrá plantearse una concepción de la vida que fuese diametralmente opuesta a lo que ha conocido, puesto que él sólo busca la satisfacción de sus deseos materiales, la mayoría de los cuales, como hemos visto, son sugestiones cuidadosamente dirigidas por los publicistas y los creadores de "marketing".

El primer paso para romper el cascarón que impide ver realmente a ese hombre moderno sería, precisamente, cortar de raíz cualquier impresión o cualquier sugestión procedente de la publicidad, la propaganda y los actos organizados por el sistema socioeconómico imperante. Si se lograse hacer vívida la presencia de un espíritu independiente, que discriminase precisamente la información recibida, y desechase toda aquella que no sirviese a sus intereses o convicciones más profundas, ya habríamos logrado la superación de un estado de conciencia anterior, en el que situamos la existencia del hombre moderno. Un estado que, como hemos visto, se caracteriza por la somnolencia y la sugestión hipnótica que contribuyen a hacer la mayoría de los actos del hombre moderno como actos reflejos y autómatas.

Es decir, resumiendo las premisas que hemos analizado anteriormente, es muy difícil, casi imposible, que el hombre moderno pudiera ser o comprender siquiera una visión de la realidad que no sea la que le ha sido fabricada expresamente. En consecuencia, su comprensión sobre las razones profundas de una concepción política como el Nacionalsocialismo siempre será limitada y asociada a imágenes y contenidos audiovisuales cuidadosamente seleccionados para producir en su ánimo un determinado efecto. Los psicólogos norteamericanos, formados la mayoría en la escuela del conductismo y de los experimentos de Pavlov, podrían hacer maravillas con un hombre de estas características, que realmente no piensa el mundo, sino que devora como un consumidor los productos que le ofrece el sistema. Y, al igual que los perros del laboratorio de Pavlov, bien lloran, bien ríen, bien disfrutan, bien sufren, dependiendo de los estímulos que le son ofrecidos a su piel o sus sentidos.

Sí, gracias a estas técnicas de persuasión psicológicas, se logra asociar, merced a la repetición incesante y al bombardeo continuado de las mismas imágenes y los mismos contenidos, que el Nacionalsocialismo alemán era criminal por naturaleza, la gran mayoría de los hombres y mujeres modernos acabará aceptando pasivamente esta consideración del Nacionalsocialista como partido político criminal. Si se presenta a los judíos como víctimas siempre de los gobiernos y los regímenes políticos, obviando la participación de los judíos en hechos también censurables, evidentemente se estará manipulando la realidad, pero ello no importará, por cuanto que la gran mayoría de la sociedad, compuesta por hombres modernos, aceptará sin rechistar la consideración de los judíos como pueblo injustamente perseguido y víctima de todos los males de las sociedades gentiles.

Esta podría ser, en grandes rasgos, la situación general en la que se encuentra la mayor parte de nuestra sociedad. Partiendo de este punto, es lógico que, como personas razonables, intentemos buscar una salida honorable FUERA DEL SISTEMA, una salida política que esté legitimada por las aspiraciones de quienes no aceptan vivir bajo la costra de la manipulación informativa y de las sugestiones de la publicidad. Ya hemos visto que, como requisito previo, se necesita en primer lugar la presencia de un espíritu lúcido e independiente, crítico y racional, capaz de discriminar y refutar los argumentos y las persuasiones que le son ofrecidas. Veamos ahora el segundo presupuesto o requisito también para los hombres y las mujeres despiertos o lúcidos, que quieran seguir una vía política alternativa y radical, y que es el de la voluntad y el ánimo de ejercitar su opción de manera libre e incondicionada.

A la conciencia o conocimiento de obrar como sujeto libre, autónomo y no dependiente del entorno le seguirá, por tanto, el "animus" o la voluntad decidida de adoptar un camino o una vía particulares, voluntad que, como decimos, ha de ser firme, y no debe estar influenciada por ningún deseo de satisfacción personal. Se ha hablado muchas veces de una "voluntad de hierro", para figurar un ánimo o talante indomable y un espíritu que no se doblega ante las dificultades. Esto sería lo deseable, es decir, que al convencimiento más profundo siguiera una capacidad volitiva capaz de allanar los obstáculos por difíciles e inalcanzables que los mismos parecieran, y que lo mismo sirviera para fortalecer y convertir en "hierro" al cuerpo físico como para desarrollar las capacidades intelectuales y científico-culturales latentes en nuestra raza. 

Sería bueno que estos ejercicios fuesen practicados de modo continuado tanto por los chicos como por las chicas, para desarrollar su fuerza física y también una claridad de mente, siguiendo con el adagio clásico "MENS SANA IN CORPORE SANO". Y así, en contraposición al hombre moderno, tendremos al hombre o la mujer creado por el Nacionalsocialismo: el hombre heroico. Ahora bien, no deberemos quedarnos tan sólo en el aspecto externo de la ejercitación física, es decir, no nos atraparemos en la consideración de los ejercicios saludables que benefician a la constitución corporal, sino que formarán los mismos unos preliminares para la práctica general de una vía o camino particular en el que se incluye también al espíritu.

En la Antigüedad Aria clásica, los héroes eran, como Hércules, los hijos de un dios y una mortal que, sobre la tierra, seguían un camino hacia su divinización y retorno al Olimpo. El ideal griego ha sido siempre la cumbre de la perfección artística, cultural y filosófica, y sus modelos han inspirado a muchísimos creadores del Renacimiento en Europa.

No ha de seguirse el camino para fortalecer el "ego" individual, pues se caería en una lamentable trampa y luego en desilusión. Se ha de romper todo lazo con el individualismo egocéntrico, con el "yo", el "a mí me gusta", o el "yo opino", "yo creo" o "soy el más guapo", "me voy a comer el mundo" que, como ya hemos visto, son "yoes" compuestos de sugestiones prefabricadas por las sociedades modernas, y, por lo mismo, tan vanos y efímeros como muchos productos que las mismas ofrecen.

En la vía del Hombre heroico, la Acción ha de ser pura y desinteresada, tal y como nos lo describe el Bhagavad Gita, un texto del siglo II A.C., cuando habla del Yoga o el camino Ario hacia el Despertar:

"Quien domina los órganos de la acción, pero sigue mentalmente unido a los objetos de los sentidos, se extravía acerca del alcance de la disciplina de sí mismo." (III-6).
De la acción posible en este mundo, como hemos visto, sólo la acción sacrificial, es decir, cumplida con la única finalidad de buscar el desapego de los objetos ofrecidos a los sentidos, y sin ningún interés propio, o lucrativo, puede denominarse con toda propiedad acción liberadora.

En este mundo, propiamente hablando, sólo los sujetos que obedecen un deber, como los soldados, o un imperativo de honor, como los caballeros, puede decirse propiamente que realizan acciones sacrificiales y, por tanto, liberadoras para con las sociedades humanas.

La acción liberadora es, propiamente, fulgurante y conlleva una bocanada de aire fresco en un mundo dominado por el materialismo y el egocentrismo, puesto que es la única que está animada de una voluntad real, no imaginada, de estar cumpliendo con un deber o una obligación de orden superior al de la mera satisfacción de los instintos o placeres del individuo. Deber superior al que, no debemos olvidarlo, SE SACRIFICA Y SE SOMETE LA VOLUNTAD PROPIA. En un texto de la caballería nandante española, el Amadís de Gaula, escrito a principios del siglo XVI, se afirma lo siguiente:

"Como todas las cosas pospongamos por la honra, y la honra sea negar la propia voluntad por seguir aquello a que hombre es obligado..." (cap.65).

¿Qué cosa puede ser la honra, o el honor, que sea precisamente el móvil de la acción caballeresca en la Edad Media, o de la acción heroica en el mundo tradicional europeo? En el Código Sajón del siglo XIII puede leerse que "Mi honor se llama lealtad" (Meine Ehre heisst Treue), divisa que luego pasará a las S.S. nacionalsocialistas, y, asimismo, el lema que ostentaba Louis d´Estouteville, un caballero francés de la guerra de los Cien Años no era otro que: "Là oú est l´honneur, là où est la fidelité, là seulement est ma patrie" (Allí donde está el honor, y donde esté la lealtad, allí sólamente se encuentra mi patria).

Como propiamente escribiera Kurt Eggers, pensador y oficial alemán de las Waffen SS, y con cuya cita abríamos el presente trabajo, sólo quien permanece en el deber, permanece asimismo en el honor, (Wer in der Pflicht steht, der steht in der Ehre), y quien traiciona a su propio deber es sujeto de deshonra. La lealtad del individuo hacia los deberes generados por el honor, es cualidad espiritual del hombre, que define su mismo concepto de dignidad y de libertad interiores, significa adhesión inquebrantable a los principios a los cuales se ha hecho acreedor, es decir, que el hombre que sigue unos principios o un código de conducta basado en el honor es, por definición, un hombre leal. "Sé fiel a ti mismo -leemos en el Hamlet de William Shakespeare- y a eso seguirá, como la noche al día, que no podrás ser falso para nadie."

Los antiguos nobles de las estirpes helenas decían orgullosamente de sí mismos, según afirmaba Friedrich Nietzsche, Nosotros los Veraces. Cualidad del espíritu aristocrático o heroico es, por tanto, la imposibilidad de decir mentiras o retorcer el pensamiento con ideas falaces y subversivas. Por el contrario, se decía que los mentirosos, los demagogos, figuran entre las grandes masas de quienes no han accedido a la cualidad noble y que, por tanto, no eran de confianza ni tampoco de fiar.

En la evolución del antiguo Derecho Romano podemos apreciar, por ejemplo, que mientras en la remota antigüedad los litigios entre ciudadanos romanos se solventaban con la "buena fe" (bona fides) y el honor entre caballeros, sometiendo la cuestión a hombre de probada honradez elegido por ellos (iudex, juez), conforme avanza la decadencia moral y racial del Imperio tienen que ser funcionarios designados expresamente quienes han de imponer su autoridad, ante el relajamiento de las costumbres, con medidas coactivas. La presencia de unas costumbres sanas y la fidelidad o el honor en el matrimonio, entre los pueblos nórdicos, fue ya puesta de relieve por el historiador romano Tácito (Germania), aseverando que era preferible que tuviesen menos leyes pero costumbres morales firmes (consuetudo). Si esto sucedía en la primitiva Germania cuántos estarían hoy escandalizados ante semejante punto de vista, en la propia Alemania tan "progresista", ante el avance de las ideologías disolventes como el neofeminismo, con su defensa del aborto libre, el individualismo y liberalismo.

La costumbre, también de origen romano, de cerrar los pactos y sellar la paz mediante un apretón de manos ha perdido, igualmente, su simbolismo y su significado en el mundo moderno.

En los magníficos "Emblemas" de Alciato, cuya obra conocemos a través de la traducción de Bernardino Daza, que data de 1549, podemos apreciar un grabado en el que dos soldados se dan un apretón, tras lo cual se dice: "Cuando Roma tenía a sus jefes en la guerra civil, y sus hombres morían por honor en el campo de batalla, fue costumbre, cuando las tropas se juntaban para formar alianza, saludarse mutuamente dándose la mano derecha." En el famoso cuadro de Velázquez, "Las Lanzas" o "La rendición de Breda", ha sido fundamental recurrir al emblema de Alciato para comentar la posición de los capitanes enfrentados en este célebre episodio ubicado en la guerra de los Treinta Años, Ambrosio de Spínola, Justino y Nassau. Sin embargo no dejaría de ser una hipótesis, dentro de la larga literatura crítica destilada a propósito del cuadro velazqueño, destinado al Salón de Reinos de la villa y corte de Madrid.

Volviendo al tema principal de nuestro trabajo, el honor, cualidad del hombre heroico como ya se ha dicho, ha sido también objeto de estudio recientemente por el pensador nacionalsocialista Alfred Rosenberg, autor de la archiconocida obra "El Mito del siglo XX" (Der Mythus des 20 Jahrhunderts).

En un pasaje del citado libro, podemos leer: "En el vikingo escandinavo, en el oficial prusiano, en el caballero germánico, en el comerciante de la Hansa, y en el campesino centroeuropeo, reconocemos el concepto del honor plasmador de vida en el conjunto de sus manifestaciones telúricas. En las viejas poesías vemos aparecer las viejas epopeyas, pasando por Walter von der Vogelweide, los cantares de gesta, hasta Kleist y Goethe el motivo del honor y del contenido de la libertad interior como más importante ley (Gesetz) configuradora." (I, 3).

En efecto, sin la presencia vivificadora de esta fuerza inmaterial y, a la vez omnipresente, manifestada en los hechos de honor, la historia, la cultura y la civilización de Europa, obra paciente y tenaz de muchas generaciones y familias pertenecientes a nuestra raza, quizás habría conocido otro destino que podría haberse parecido más bien al de las innumerables granos de arena del desierto, estériles y movidos tan sólo por el viento. 

El dinamismo de la fuerza histórica y cultural de la civilización de Europa no conoce otro parangón en ninguna otra parte de nuestro planeta; es, sencillamente, único e irrepetible. Con su destrucción quizás disfruten los renegados, los enemigos de nuestra civilización, los abanderados de la izquierda más radical que quisieran que el Sáhara se trasplantara a los Alpes y más allá, borrando cuanto de hermoso y divino hay en nuestra cultura y en nuestros pueblos. Pero debemos advertirles que su batalla aún no está ganada, y que quizás nosotros, nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos decidan defender, por honor y por dignidad, lo que de hecho y de derecho legítimamente les pertenece, y que les ha sido otorgado en herencia por hombres y mujeres más sabios y más valerosos que nosotros. A defender este legado preciosísimo hemos sido llamados en estos tiempos de confusión, pero también de esperanza.

Ernst Jünger y el Trabajador





Por Alain de Benoist


Al evocar El Trabajador, al mismo tiempo que la primera versión de Corazón aventurero, el ensayista Armin Mohler, autor de un manual que se ha convertido en un clásico sobre la revolución conservadora alemana (Die Konservative Revolution in Deutschland, 1918-1932. Ein Handbuch, 2ª ed., Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt, 1972), escribe: “Aún hoy, no puedo acercarme a estas obras sin sentir un cierta turbación”. En otra parte, calificando a El Trabajador de “bloque errático” en el seno de la obra de Ernst Jünger, afirma: “Der Arbeiter es algo más que una filosofía: es una creación poética” (prefacio de Marcel Decombis, Ernst Jünger et la “Konservative Revolution”, GRECE, 1975, p. 8). El término es apropiado, sobre todo si se admite que toda poesía fundadora es a la vez reconocimiento del mundo y revelación de los dioses. Libro “metálico” —estamos tentados de emplear la expresión “tempestad de acero”—, El Trabajador posee, en efecto, una trascendencia metafísica, que va más allá del contexto histórico y político en el que fue escrito. Su publicación no solamente ha marcado una fecha capital en la historia de las ideas, sino que constituye en la obra jüngeriana un tema de reflexión que no ha dejado de fluir, cual oculta vena, a lo largo de la vida de su autor.

Nacido el 29 de marzo de 1895 en Heidelberg, Jünger hizo sus primeros estudios en Hannover, en Schwarzenberg, en los Montes Metálicos, Braunschweig, de nuevo en Hannover, así como en la Schsrnhorst-Realschule de Wunstorf. En 1911, se adhiere a la sección de Wunstorf de los Wandervögel. Ese mismo año, publica su primer poema (Unser Leben) en el periódico local de aquella organización juvenil. En 1913, a la edad de 18 años, se fuga del hogar paterno. Objeto de su escapada: alistarse en Verdún a la Legión Extranjera. Algunos meses más tarde, después de una corta estancia en Argel y una fase de instrucción en Sidi-bel-Abbés, su padre le convence para volver a Alemania. Retoma sus estudios en el Gildemeister Institut de Hannover, donde se familiarizará con la obra de Nietzsche.

La primera guerra mundial estalla el primero de agosto de 1914. Jünger se convierte en combatiente voluntario. Ingresa en el 73º Regimiento de fusileros y recibe la orden de marcha el 6 de octubre. El 27 de diciembre parte para el frente de Champagne. Combate en Dorfes-les-Epargnes, en Douchy, en Monchy. Jefe de sección en agosto de 1915, alférez en noviembre, sigue a partir de 1916 un curso para oficiales en Croisilles. Dos meses más tarde participa en los combates de Somme, donde es herido dos veces. De nuevo en el frente, en noviembre, con el grado ya de teniente, es otra vez herido, esta vez cerca de Saint-Pierre-Vaast. El 16 de diciembre es condecorado con la Cruz de Hierro de 1ª clase. En febrero de 1917 es ascendido a Strosstrupp-führer, jefe de comando de asalto. Es el momento en el que la guerra se ha atascado, al tiempo que las pérdidas humanas adquieren una terrible dimensión. Del lado francés, se aprestan a la sangrienta e inútil ofensiva del Chemin des Dames. A la cabeza de sus hombres, Jünger se desliza por las trincheras y multiplica los golpes de mano. Escaramuzas incesantes, nuevas heridas: en julio, en el frente de Flandes, y también en diciembre. Jünger es condecorado con la Cruz de Caballero de la Orden de los Hohenzollern. Durante la ofensiva de marzo de 1918 continúa capitaneando a sus soldados en múltiples escaramuzas. Es herido una vez más. En agosto, nuevas heridas, esta vez cerca de Cambrai. Finaliza la guerra en un hospital militar, ¡después de haber sido herido catorce veces! Ello le vale la Cruz “Por el Mérito”, la más importante condecoración del ejército alemán. Sólo doce oficiales subalternos de tierra, entre ellos el futuro mariscal Rommel, recibirán dicha distinción a lo largo de la primera guerra mundial.

“Sólo se vivía para la Idea”

De 1918 a 1923, Jünger, acuartelado en la Reichswehr de Hannover, comienza a escribir sus primeros libros impregnados de la experiencia que le ha aportado su presencia en el frente. Tempestades de acero (In Stahlgewittern), publicado en 1919 por cuenta del autor y reeditado en 1922, conocerá un gran éxito. Le seguirán La guerra como experiencia interior (Der Kampf als innere Erlebnis, 1922), El bosquecillo 125 (Das Wäldchen 125, 1924), Feuer und Blut (1925). No tardará Jünger en ser considerado como uno de los escritores más brillantes de su generación, como nos lo ha recordado Henri Plard (“La carrière d’Ernst Jünger, 1920-1929″, en Etudes germaniques, 4/6.1978), incluso si apelamos a sus artículos sobre la guerra moderna publicados en la Militär-Wochenblatt.

Pero Jünger no se siente cómodo en un ejército en la paz. Tampoco le tienta la aventura de los Cuerpos Francos. El 31 de agosto de 1923, abandona la Reichswehr y se matricula en la Universidad de Leipzig para estudiar biología, zoología y filosofía. Tendrá como profesores a Hans Driesch y a Felix Krüger. El 3 de agosto de 1925 se casa con Gretha von Jeinsen, de diecinueve años, que le dará dos hijos: Ernst, nacido en 1926, y Alexander, en 1934. Durante ese período, sus ideas políticas maduran en la misma dirección de la efervescencia que agita cualesquiera facciones de la opinión pública germana: el vergonzoso tratado de Versalles, del que la República de Weimar ha aceptado sin vacilar todas las cláusulas y al que sólo se aceptará como un insoportable Diktat. En el transcurso de unos meses se ha convertido en uno de los principales representantes de los medios nacional-revolucionarios, importante grupo de la Revolución Conservadora situado a la “izquierda”, junto a los movimientos nacional-bolcheviques agrupados alrededor de Niekisch. Sus escritos políticos se inscriben en el período medio republicano (la “era Stresemann”) que finaliza en 1929, tiempo de tregua provisional y de aparente calma. Jünger dirá más tarde: “Sólo se vivía para la idea” (Diario, t. II, 20.4.1943).

Sus ideas se expresaron primeramente en revistas. En septiembre de 1925, el antiguo jefe de los Cuerpos Francos, Helmut Franke, que acababa de publicar un ensayo bajo el título Staat im Staate (Stahlhelm, Berlín, 1924), lanza la revista Die Standarte, que trata de aportar una “contribución a la profundización espiritual del pensamiento del frente”. Jünger pertenecerá a su redacción, en compañía de otro representante del “nacionalismo de los soldados”, el escritor Franz Schauwecker, nacido en 1890. Die Standarte fue, en principio, suplemento del semanario Der Stahlhelm, órgano de la asociación de antiguos combatientes del mismo nombre dirigido por Wilhelm Kleinau. Die Standarte tenía una tirada nada despreciable: alrededor de 170.000 lectores. Entre septiembre de 1925 y marzo de 1926, Jünger publica diecinueve artículos. Helmut Franke firma los suyos con el pseudónimo “Gracchus”. La joven derecha nacional-revolucionaria se expresa allí: Werner Beumelburg, Franz Schauwecker, Hans Henning von Grote, Friedrich Wilhelm Heinz, Goetz Otto Stoffegen, etc.

En las páginas de Die Standarte, Jünger adoptará pronto un tono muy radical, distinto al de la mayoría de los adheridos al Stahlhelm. A partir de octubre de 1925, critica la tesis de la “puñalada por la espalda” (Dolchstoss) que habría supuesto para el ejército germano la revolución de noviembre (tesis casi unánime en los medios nacionales). Llegó incluso a subrayar cómo algunos revolucionarios de extrema izquierda fueron valerosos combatientes durante la guerra (“Die Revolution”, en Die Standarte, n. 7, 18.10.1925). Afirmaciones de este tipo suscitaron vivas polémicas. La dirección del Stahlhelm se pone en guardia y decide distanciarse del joven equipo periodístico. En marzo de 1926 la publicación desaparece, para renacer al mes siguiente con el nombre abreviado de Standarte, con Jünger, Schauwecker, Kleinau y Franke como coeditores. En este momento, los lazos con el Stahlhelm no han sido aún rotos; los antiguos combatientes continúan financiando indirectamente a Standarte, publicado por la casa editora de Seldte, la Frundsberg Verlag. Jünger y sus amigos reafirman lo mejor de su voluntad revolucionaria. 


El 3 de junio de 1926 Jünger publica un llamamiento a la unidad de los antiguos combatientes del frente con el objeto de fundar una “república nacionalista de los trabajadores”, convocatoria que no tendrá eco. En agosto, a petición de Otto Hörsing —cofundador de la Reichsbanner Schwarz-Rot-Gold, la milicia de seguridad de los partidos socialdemócrata y republicano—, el gobierno, tomando como pretexto un artículo sobre Rathenau aparecido en Standarte, cierra la revista durante cinco meses. Momento que Seldte aprovecha para relevar a Helmut Franke de sus responsabilidades. En solidaridad con Franke, Jünger se aparta del periódico y en noviembre, junto al propio Franke y a Wilhelm Weiss, inicia la edición de una nueva publicación titulada Arminius. (Standarte aparecerá hasta 1929, bajo la dirección de Schauwecker y Kleinau).

En 1927 Jünger marcha de Leipzig para instalarse en Berlín, donde establecerá estrechos contactos con antiguos miembros de los Cuerpos Francos y con medios de la juventud bündisch. Estos últimos, oscilando entre la disciplina militar y un espíritu de grupo muy cerrado, tratan de conciliar el romanticismo aventurero de los Wandervögel con una organización de tipo más comunitario y jerarquizado. Jünger traba una especial amistad con Werner Lass, nacido en Berlín en 1902, y fundador en 1924, junto al antiguo jefe de los Cuerpos Francos Rossbach, de la Schilljugend (movimiento juvenil con cuyo nombre se perpetua el recuerdo del mayor Schill, caído en la lucha de liberación frente a la ocupación napoleónica). En 1927 Lass se separa de Rossbach para fundar la Freischar Schill, grupo bündisch del que Jünger será mentor (Schirmherr). De octubre de 1927 a marzo de 1928 Lass y Jünger se asocian para publicar la revista Der Vormarsch, fundada en junio de 1927 por otro famoso jefe de los Cuerpos Francos, el capitán Ehrhardt.

“Perder la guerra para ganar la nación”

Durante este período, Jünger ha experimentado no pocas influencias literarias y filosóficas. La guerra, el frente, le ha permitido la misma triple experiencia de ciertos escritores franceses de finales del siglo XIX, como Huysmans y Léon Bloy, que desemboca en un cierto expresionismo que se deja percibir en La guerra como experiencia interior y, sobre todo, en la primera versión de Corazón aventurero, y en una especie de “dandysmo” baudeleriano en Sturm, obra novelesca de juventud, tardíamente publicada, que lleva claramente esta marca. Armin Mohler, en esta línea, ha parangonado al joven Jünger con el Barrès del Roman de l’énergie nationale: para el autor de La guerra como experiencia interior, como para el de Scènes et doctrines du nationalisme, el nacionalismo, sustituto religioso, modo de expansión y de reforzamiento del alma, resulta ante todo una opción deliberada, siendo el aspecto decisorio de esta orientación el que deriva del estallido de las normas, consecuencia de la primera guerra mundial.

La influencia de Nietzsche y de Spengler es evidente. En 1929, en una entrevista concedida a un periódico británico, Jünger se definirá como “discípulo de Nietzsche”, subrayando el hecho de que éste fue el primero en recusar la ficción del hombre universal y abstracto, “rompiendo” dicha ficción en dos tipos concretos y diametralmente opuestos: el fuerte y el débil. En agosto de 1922 lee con fruición el primer tomo de La decadencia de Occidente y es en el momento de la publicación del segundo, en diciembre del mismo año, cuando escribe Sturm. Empero, como se verá, Jünger no se resignará ser un pasivo discípulo. Está lejos de seguir a Nietzsche y a Spengler en la totalidad de sus afirmaciones. El declive de Occidente no será, desde su punto de vista, una fatalidad ineluctable; hay otras alternativas a una simple aceptación del reino de los “Césares”. Asimismo, retoma por su cuenta el cuestionamiento nietzscheano, que desea perfilar de una vez por todas.


La guerra, a fin de cuentas, ha sido la experiencia más impactante. Jünger aporta, en primer lugar, la lección de lo agónico. Ardor, nunca odio: el soldado que está al otro lado de la trinchera no es una encarnación del mal, sino una simple figura de la adversidad del momento. Jünger, por tanto, carece de enemigo (Feind) absoluto: ante sí sólo existe el adversario (Gegner), conformándose así el combate como “cosa siempre de santos”. Otra lección es que la vida se nutre de la muerte y ésta de aquélla: “El saber más preciado que se ha aprendido en la escuela de la guerra, escribirá Jünger, en su intimidad más secreta, es indestructible” (Das Reich, 10.1930).

Para algunos la guerra ha sido entregada. Pero en virtud del principio de equivalencia de los contrarios, el desastre concitará un análisis positivo. La derrota o la victoria no es lo que más importa. Esencialmente activista, la ideología nacional-revolucionaria profesa un cierto desprecio por los objetivos: se combate, no para conseguir la victoria, sino para guerrear. “La guerra, afirma Jünger, no es tanto una guerra entre naciones, como una guerra entre razas de hombres. En todos los paises que han intervenido en la guerra, hay a la vez vencedores y vencidos” (La guerra como experiencia interior). Más aún, la derrota puede llegar a convertirse en el fermento de victoria. Y llega a pulsar la condición misma de esta victoria. En el epígrafe de su libro Aufbruch der Nation (Frundsberg, Berlín, 1930), Franz Schauwecker escribió esta estremecedora frase: “Era preciso que perdiéramos la guerra para ganar la nación”. 


Recordaba, tal vez, esta otra de Léon Bloy: “Todo lo que llega es adorable”. Jünger, por su parte, sostiene: “Alemania ha sido vencida, pero esta derrota ha sido saludable porque ha contribuido a la desaparición de la vieja Alemania (…) Era preciso perder la guerra para ganar la nación”. Vencida por los aliados, Alemania pudo volverse hacia sí misma y transformarse revolucionariamente. La derrota debía ser aceptada con fines de trasmutación, de manera casi alquímica; la experiencia del frente debía ser “trasmutada” en una nueva experiencia vital para la nación. Tal era el fundamento del “nacionalismo de los soldados”. Es en la guerra, dice Jünger, donde la juventud ha adquirido “la seguridad de que los antiguos caminos no llevan a ninguna parte, y que es preciso abrir otros nuevos”. Cesura irreversible (Umbruch), la guerra ha abolido los vetustos valores. Toda actitud reaccionaria, cualquier deseo de marcha atrás es imposible. La energía de ayer era utilizada en luchas puntuales de la patria y por la patria, pero en lo sucesivo servirá a la patria bajo otra forma. La guerra, dicho de otro modo, suministrará el modelo de paz.

En El Trabajador, puede leerse: “El frente de la guerra y el frente del trabajo son idénticos” (p. 109). La idea central es que la guerra, por superficial y poco significativa que pueda parecer, tiene un sentido profundo. No puede ser aprehendida a través de una comprensión racional, sino que únicamente puede ser presentida (ahnen). La interpretación positiva que Jünger da de la guerra no está, contrariamente a lo que a menudo se ha dicho, esencialmente ligada a la exaltación de los “valores guerreros”. Procede de la inquietud política de buscar cómo el sacrificio de los soldados muertos no debe ni puede ser considerado inútil.

A partir de 1926 Jünger hace varios llamamientos para la formación de un frente unido de grupos y movimientos nacionales. Al mismo tiempo, trata —sin mucho éxito— de señalarles el camino de una necesaria autotransformación. También el nacionalismo precisa ser “trasmutado” alquímicamente. Debe desembarazarse de toda vinculación sentimental con la vieja derecha y convertirse en revolucionario, dando fe del declive del mundo burgués, hecho que podemos observar tanto en las novelas de Thomas Mann (Die Buddenbrooks) como en las de Alfred Kubin (Die andere Seite).

Desde esta perspectiva, lo esencial es la lucha contra el liberalismo. En Arminius y en Der Vormarsch Jünger ataca el orden liberal simbolizado por el Literat, el intelectual humanista partidario de una sociedad “anémica”, el internacionalista cínico al que Spengler apunta como verdadero responsable de la revolución de noviembre y propagador de la especie consistente en que los millones de muertos de la Gran Guerra han perecido para nada. Paralelamente estigmatiza la “tradición burguesa” que reclaman para sí los nacionales y los adheridos al Stahlhelm, esos “pequeños burgueses (Spiessbürger) que, favorables a la guerra, se han escabullido tras la piel del león” (Der Vormarsch, 12.1927). Ataca sin tregua el espíritu guillermino, el culto al pasado, el gusto de los pangermanistas por la “museología” (musealer Betrieb). 


En marzo de 1926 define por vez primera el término “neonacionalismo”, que opone al “nacionalismo de los antepasados” (Altväternationalismus). Defiende a Alemania, pero la nación es para él mucho más que un territorio. Es una idea: Alemania es fundamentalmente aquel concepto capaz de inflamar los espíritus. En abril de 1927, en Arminius, Jünger se autodefine implícitamente nominalista: declara no creer en verdad general alguna, en ninguna moral universal, en ninguna noción de “hombre” como ser colectivo poseedor de una conciencia y derechos comunes. “Creemos, dirá, en el valor de lo singular” (Wir glauben an den Wert des Besonderen). En una época en que la derecha tradicional apuesta por el individualismo frente al colectivismo, o los grupos völkisch se recluyen en la temática del retorno a la tierra y a la mística de la “naturaleza”, Jünger exalta la técnica y condena al individuo. Nacida de la racionalidad burguesa, explica en Arminius, la todopoderosa técnica se revuelve contra quien la ha engendrado. El mundo avanza hacia la técnica y el individuo desaparece; el neonacionalismo debe ser la primera tendencia en extraer estas lecciones. Es más, será en las grandes ciudades donde la “nación será ganada”; para los nacional-revolucionarios, “la ciudad es un frente”.

Alrededor de Jünger se constituye el llamado “grupo de Berlín”, en cuyo seno encontraremos a representantes de las diferentes corrientes de la Revolución Conservadora: Franz Schauwecker y Helmut Franke; el escritor Ernst von Salomon; el nietzcheano-anticristiano Friedrich Hielscher, editor de Das Reich; los neoconservadores August Winnig (al que Jünger conocerá en el otoño de 1927 por mediación del filósofo Alfred Baeumler) y Albrecht Erich Günther, coeditor —junto a Wilhelm Stapel— del Deutsches Volkstum; los nacional-bolcheviques Ernst Niekisch y Karl O. Paetel y, por supuesto, a su hermano y reconocido teórico Friedrich Georg Jünger.

Friedrich Georg, cuyas posiciones tendrán una gran influencia en la evolución de Ernst, nació en Hannover el 1 de septiembre de 1898. Su carrera ha corrido pareja a la de su hermano. Voluntario en la Gran Guerra, participa en 1916 en los combates del Somme, alcanzando el empleo de comandante de compañía. En 1917, gravemente herido en el frente de Flandes, pasa varios meses en distintos hospitales militares. De regreso a Hannover, nada más concluir la guerra, y tras un breve paréntesis como teniente de la Reichswehr —1920—, inicia sus estudios de derecho, redactando su tesis doctoral en 1924. A partir de 1926 envía sus artículos regularmente a las revistas en las que colabora su hermano: Die Standarte, Arminius, Der Vormarsch, etc., y publica, en la colección “Der Aufmersch” dirigida por Ernst, un breve ensayo titulado Aufmarsch des Nationalismus (Der Aufmarsch, Berlín, 1926, prefacio de Ernst Jünger; 2ª ed.: Vormarsch, Berlín, 1928). Influido por Nietzsche, Sorel, Klages, Stefan George y Rilke, a quienes frecuentemente cita en sus trabajos, se consagrará al ensayo y a la poesía. El primer estudio que sobre él se publica (Franz Josef Schöningh, “Friedrich Georg Jünger und der preussische Stil”, en Hochland, 2.1935, pp. 476 y 477) lo encuadró en el “estilo prusiano”.

En abril de 1928 Ernst Jünger confía la sucesión a la dirección de la revista Der Vormarsch a su amigo Friedrich Hielscher. Algunos meses más tarde, en enero de 1930, se convierte junto a Werner Lass en el director de Die Kommenden, semanario fundado cinco años antes por el escritor Wilhelm Kotzde —que ejerció una gran influencia sobre los movimientos juveniles de ideología bündisch y de manera muy especial sobre la tendencia de este movimiento que evolucionará hacia el nacional-bolchevismo, representado por Hans Ebeling y, sobre todo, por Karl O. Paetel—, colaborando al mismo tiempo en Die Kommenden, en Die sozialistische Nation y en los Antifaschistische Briefe.

Trabaja también para la revista Widerstand, fundada y dirigida por Niekisch a mediados de 1926. Ambos se conocerán en el otoño de 1927 estableciéndose una sólida amistad. Jünger escribirá: “Si se quiere resumir el programa que Niekisch desarrolla en Widerstand en una frase alternativa, esta podría ser: contra el burgués y por el Trabajador, contra el mundo occidental y por el Este”. El nacional-bolchevismo, en el que por otra parte confluyen múltiples y variadas tendencias, se caracteriza de hecho por su idea de la lucha de clases a partir de una definición comunitaria, colectivista si se quiere, de la idea de nación. “La colectivización, afirma Niekisch, es la forma social que la voluntad orgánica debe poseer si quiere afirmarse frente a los efectos mortíferos de la técnica” (“Menschenfressende Technik”, en Widerstand, n. 4, 1931). 


Según Niekisch, el movimiento nacional y el movimiento comunista tienen, a fin de cuentas, el mismo adversario, como los combates contra la ocupación del Ruhr han demostrado y es la razón por la que las dos “naciones proletarias”, Alemania y Rusia, deben buscar un entendimiento. “El parlamentarismo democrático liberal huye de toda decisión, declara Niekisch. No quiere batirse, sino discutir (…) El comunismo busca decisiones (…) En su rudeza, hay algo de fortaleza campesina; hay en él más dureza prusiana, aunque no sea consciente de ello, que en un burgués prusiano” (Entscheidung, Widerstand, Berlín, 1930, p. 134). Tales posiciones impregnan a una facción nada despreciable del movimiento nacional-revolucionario. Jünger mismo, como muy bien ha captado Louis Dupeux (op. cit.), llegó a estar “fascinado por la problemática del bolchevismo”, aunque no podamos considerarlo un nacional-bolchevique en sentido estricto.

Werner Lass y Jünger se apartan en julio de 1931 de Die Kommenden. El primero lanza, a partir de septiembre, la revista Der Umsturz, que hizo las veces de órgano de la Freischar Schill y que, hasta su desaparición, en febrero de 1933, se declarará abiertamente nacional-bolchevique. Jünger, sin embargo, está en otra disposición espiritual. En el transcurso de algunos años, utilizará toda una serie de revistas como muros donde encolar sus carteles —serán los autobuses “a los que uno se sube y abandona a su antojo”—, siguiendo una línea evolutiva eminentemente política. Las consignas formuladas por él no han obtenido el eco esperado, sus llamamientos a la unidad no han sido atendidos. Jünger acabará por sentirse un extraño en cualesquiera corrientes políticas. 


No hay más simpatía hacia el nacionalsocialismo en ascensión que para las ligas nacionales tradicionales. Todos los movimientos nacionales, explica en un artículo publicado en el Süddeutsche Monatshefte (9.1930, pp. de la 843 a la 845), ya sean tradicionalistas, legitismistas, economicistas, reaccionarios o nacionalsocialistas, extraen su inspiración del pasado y, desde esta perspectiva, son tan sólo movimientos a los que no cabe más que calificar de “liberales” y “burgueses”. Entre neoconservadores y nacional-bolcheviques, entre unos y otros, los grupos nacional-revolucionarios no podrán imponerse. De hecho, Jünger ya no cree en la posibilidad de acción colectiva alguna. Así lo subrayará más tarde Niekisch en su autobiografía (Erinnerungen eines deutschen Revolutionärs, Wissenschaft u. Politik, Colonia, 1974, vol. I, p. 191), y Jünger, que ha pulsado suficientemente la actualidad, acaba por trazarse una vía más personal e interior. “Jünger, ese perfecto oficial prusiano que es capaz de someterse a la disciplina más dura, escribe Marcel Decombis, no podrá ya integrarse en colectivo alguno” (Ernst Jünger, Aubier-Montaigne, 1943). Su hermano que, a partir de 1928, ha abandonado la carrera jurídica, evolucionará de igual forma que Ernst. Escribe sobre la poesía griega, la novela americana, Kant, Dostoievski. Los dos hermanos emprenden una serie de viajes: Sicilia (1929), las Baleares (1931), Dalmacia (1932), el Mar Egeo.

Ernst y Friedrich Georg Jünger continúan publicando algunos artículos, principalmente en Widerstand. Pero el período periodístico de ambos acaba. Entre 1929 y 1932 Ernst Jünger concentra todos sus esfuerzos en nuevos libros. Es el momento de la primera versión de Corazón aventurero (Das abenteverliche Herz, 1929), el ensayo La movilización total (Die totale Mobilmachung, 1931) y El Trabajador (Der Arbeiter. Herrschaft und Gestalt), publicado en Hamburgo el año 1932, por la Hanseatische Verlagsanstalt de Benno Ziegler y que antes de 1945 llegará a conocer varias reediciones.