lunes, 13 de mayo de 2013

Doctrina Socialista Nacional de la Acción (UN CAMINO PARA LA REALIZACIÓN DEL CUERPO Y LA MENTE)






Por el Profesor Wolfram


“Quien permanece en el deber, lo hace en el honor. Sin honor es el que traiciona su deber”.

”La vida no es sólo Ser, la vida es llegar a Ser, es formarse espiritual y corporalmente. Se llama vida a disponer diariamente de una nueva Fuerza, y cada hora alumbrar un nuevo Valor.”


UN CAMINO PARA LA REALIZACIÓN DEL CUERPO Y DE LA MENTE

A menudo, durante el transcurso de nuestras breves existencias, muchos interrogantes afloran a nuestra consciencia, como pueden ser el preguntarse por quiénes somos, qué hacemos en esta vida y cuál es el futuro que nos depara. Estas cuestiones metafísicas inevitablemente no tienen respuesta por la misma razón que su presupuesto excede a la lógica y al raciocinio, simplemente; es como si , delante de un precipicio, comenzásemos a divagar sobre la profundidad del mismo, si tiene o si no tiene fin, qué ocurrirá si nos caemos por el mismo, etc.

Este breve ejemplo, que es fácilmente comprensible, ilustra la situación del hombre moderno y su actitud general ante la vida, con la diferencia que el hombre común no se plantea dichos interrogantes, sino que elude hablar sobre ellos. Pero, ¿qué es el hombre moderno? Atendiendo a su origen etimológico, vendría del latín "modus", que significa modo, manera. Así pues, el hombre moderno es el que se adecúa a los planteamientos, modos y maneras que, de alguna forma, no nacen en él, sino que son adquiridos en un determinado ambiente o entorno.

Por esta razón y esta pasividad del hombre moderno, lejos está el mismo de comprender el mundo de un modo filosófico, y por supuesto tampoco cultural. Sencillamente, el hombre moderno no se plantea ninguna cuestión sobre su existencia sobre la tierra, sino que SUFRE SUS ACCIDENTES. Volviendo al mismo ejemplo del precipicio, con el que hemos ilustrado los misterios que envuelven nuestra existencia, el hombre moderno, al contrario que un Sócrates o un Platón, NO VE el precipicio, sino que se limita a caminar junto a él.

Este no ver o no querer ver la realidad de las cosas del hombre moderno, hace que su existencia esté dominada por una pasividad general que se manifiesta en una determinada actitud individualista y tendente sólo a la satisfacción de los placeres y las sensaciones más inmediatas, dado que su intelecto o mente no discrimina ni tampoco realiza un juicio, siquiera aproximativo, sobre los elementos que podría discernir de un modo racional. Al carecer de una mentalidad crítica sobre el entorno circundante, el hombre moderno cae víctima de las fantasías y de las ilusiones que son generadas por el bombardeo masivo de información e imágenes que pueden llegar a sus sentidos.

Otro ejemplo ilustrativo nos ayudará a comprender esta situación de apatía y pasividad del hombre moderno. Supongamos que un individuo, que llamaremos A, tiene predilección por un producto que ha visto anunciado en TV, que llamaremos Z. En principio, los medios publicitarios han hecho atractivo ese producto llamado Z a ojos de A, de manera que se sienta impelido a su compra. Pero, en el fondo, A sabe que la publicidad del producto Z es engañosa, y que es fruto de un trabajo de efectos especiales y de actores que HACEN CREER en el consumidor A que con su adquisición podrá alcanzar una felicidad que es la que los actores están simulando en su anuncio televisado.

Es fácil deducir que este tipo de hombre o mujer modernos, si asimila como una droga toda esta publicidad televisada, si acepta como propia la felicidad prefabricada en las fiestas patronales, o si sus intereses no pasan más allá de la lectura de las revistas del corazón y los cotilleos económicos o deportivos, nunca podrá plantearse una concepción de la vida que fuese diametralmente opuesta a lo que ha conocido, puesto que él sólo busca la satisfacción de sus deseos materiales, la mayoría de los cuales, como hemos visto, son sugestiones cuidadosamente dirigidas por los publicistas y los creadores de "marketing".

El primer paso para romper el cascarón que impide ver realmente a ese hombre moderno sería, precisamente, cortar de raíz cualquier impresión o cualquier sugestión procedente de la publicidad, la propaganda y los actos organizados por el sistema socioeconómico imperante. Si se lograse hacer vívida la presencia de un espíritu independiente, que discriminase precisamente la información recibida, y desechase toda aquella que no sirviese a sus intereses o convicciones más profundas, ya habríamos logrado la superación de un estado de conciencia anterior, en el que situamos la existencia del hombre moderno. Un estado que, como hemos visto, se caracteriza por la somnolencia y la sugestión hipnótica que contribuyen a hacer la mayoría de los actos del hombre moderno como actos reflejos y autómatas.

Es decir, resumiendo las premisas que hemos analizado anteriormente, es muy difícil, casi imposible, que el hombre moderno pudiera ser o comprender siquiera una visión de la realidad que no sea la que le ha sido fabricada expresamente. En consecuencia, su comprensión sobre las razones profundas de una concepción política como el Nacionalsocialismo siempre será limitada y asociada a imágenes y contenidos audiovisuales cuidadosamente seleccionados para producir en su ánimo un determinado efecto. Los psicólogos norteamericanos, formados la mayoría en la escuela del conductismo y de los experimentos de Pavlov, podrían hacer maravillas con un hombre de estas características, que realmente no piensa el mundo, sino que devora como un consumidor los productos que le ofrece el sistema. Y, al igual que los perros del laboratorio de Pavlov, bien lloran, bien ríen, bien disfrutan, bien sufren, dependiendo de los estímulos que le son ofrecidos a su piel o sus sentidos.

Sí, gracias a estas técnicas de persuasión psicológicas, se logra asociar, merced a la repetición incesante y al bombardeo continuado de las mismas imágenes y los mismos contenidos, que el Nacionalsocialismo alemán era criminal por naturaleza, la gran mayoría de los hombres y mujeres modernos acabará aceptando pasivamente esta consideración del Nacionalsocialista como partido político criminal. Si se presenta a los judíos como víctimas siempre de los gobiernos y los regímenes políticos, obviando la participación de los judíos en hechos también censurables, evidentemente se estará manipulando la realidad, pero ello no importará, por cuanto que la gran mayoría de la sociedad, compuesta por hombres modernos, aceptará sin rechistar la consideración de los judíos como pueblo injustamente perseguido y víctima de todos los males de las sociedades gentiles.

Esta podría ser, en grandes rasgos, la situación general en la que se encuentra la mayor parte de nuestra sociedad. Partiendo de este punto, es lógico que, como personas razonables, intentemos buscar una salida honorable FUERA DEL SISTEMA, una salida política que esté legitimada por las aspiraciones de quienes no aceptan vivir bajo la costra de la manipulación informativa y de las sugestiones de la publicidad. Ya hemos visto que, como requisito previo, se necesita en primer lugar la presencia de un espíritu lúcido e independiente, crítico y racional, capaz de discriminar y refutar los argumentos y las persuasiones que le son ofrecidas. Veamos ahora el segundo presupuesto o requisito también para los hombres y las mujeres despiertos o lúcidos, que quieran seguir una vía política alternativa y radical, y que es el de la voluntad y el ánimo de ejercitar su opción de manera libre e incondicionada.

A la conciencia o conocimiento de obrar como sujeto libre, autónomo y no dependiente del entorno le seguirá, por tanto, el "animus" o la voluntad decidida de adoptar un camino o una vía particulares, voluntad que, como decimos, ha de ser firme, y no debe estar influenciada por ningún deseo de satisfacción personal. Se ha hablado muchas veces de una "voluntad de hierro", para figurar un ánimo o talante indomable y un espíritu que no se doblega ante las dificultades. Esto sería lo deseable, es decir, que al convencimiento más profundo siguiera una capacidad volitiva capaz de allanar los obstáculos por difíciles e inalcanzables que los mismos parecieran, y que lo mismo sirviera para fortalecer y convertir en "hierro" al cuerpo físico como para desarrollar las capacidades intelectuales y científico-culturales latentes en nuestra raza. 

Sería bueno que estos ejercicios fuesen practicados de modo continuado tanto por los chicos como por las chicas, para desarrollar su fuerza física y también una claridad de mente, siguiendo con el adagio clásico "MENS SANA IN CORPORE SANO". Y así, en contraposición al hombre moderno, tendremos al hombre o la mujer creado por el Nacionalsocialismo: el hombre heroico. Ahora bien, no deberemos quedarnos tan sólo en el aspecto externo de la ejercitación física, es decir, no nos atraparemos en la consideración de los ejercicios saludables que benefician a la constitución corporal, sino que formarán los mismos unos preliminares para la práctica general de una vía o camino particular en el que se incluye también al espíritu.

En la Antigüedad Aria clásica, los héroes eran, como Hércules, los hijos de un dios y una mortal que, sobre la tierra, seguían un camino hacia su divinización y retorno al Olimpo. El ideal griego ha sido siempre la cumbre de la perfección artística, cultural y filosófica, y sus modelos han inspirado a muchísimos creadores del Renacimiento en Europa.

No ha de seguirse el camino para fortalecer el "ego" individual, pues se caería en una lamentable trampa y luego en desilusión. Se ha de romper todo lazo con el individualismo egocéntrico, con el "yo", el "a mí me gusta", o el "yo opino", "yo creo" o "soy el más guapo", "me voy a comer el mundo" que, como ya hemos visto, son "yoes" compuestos de sugestiones prefabricadas por las sociedades modernas, y, por lo mismo, tan vanos y efímeros como muchos productos que las mismas ofrecen.

En la vía del Hombre heroico, la Acción ha de ser pura y desinteresada, tal y como nos lo describe el Bhagavad Gita, un texto del siglo II A.C., cuando habla del Yoga o el camino Ario hacia el Despertar:

"Quien domina los órganos de la acción, pero sigue mentalmente unido a los objetos de los sentidos, se extravía acerca del alcance de la disciplina de sí mismo." (III-6).
De la acción posible en este mundo, como hemos visto, sólo la acción sacrificial, es decir, cumplida con la única finalidad de buscar el desapego de los objetos ofrecidos a los sentidos, y sin ningún interés propio, o lucrativo, puede denominarse con toda propiedad acción liberadora.

En este mundo, propiamente hablando, sólo los sujetos que obedecen un deber, como los soldados, o un imperativo de honor, como los caballeros, puede decirse propiamente que realizan acciones sacrificiales y, por tanto, liberadoras para con las sociedades humanas.

La acción liberadora es, propiamente, fulgurante y conlleva una bocanada de aire fresco en un mundo dominado por el materialismo y el egocentrismo, puesto que es la única que está animada de una voluntad real, no imaginada, de estar cumpliendo con un deber o una obligación de orden superior al de la mera satisfacción de los instintos o placeres del individuo. Deber superior al que, no debemos olvidarlo, SE SACRIFICA Y SE SOMETE LA VOLUNTAD PROPIA. En un texto de la caballería nandante española, el Amadís de Gaula, escrito a principios del siglo XVI, se afirma lo siguiente:

"Como todas las cosas pospongamos por la honra, y la honra sea negar la propia voluntad por seguir aquello a que hombre es obligado..." (cap.65).

¿Qué cosa puede ser la honra, o el honor, que sea precisamente el móvil de la acción caballeresca en la Edad Media, o de la acción heroica en el mundo tradicional europeo? En el Código Sajón del siglo XIII puede leerse que "Mi honor se llama lealtad" (Meine Ehre heisst Treue), divisa que luego pasará a las S.S. nacionalsocialistas, y, asimismo, el lema que ostentaba Louis d´Estouteville, un caballero francés de la guerra de los Cien Años no era otro que: "Là oú est l´honneur, là où est la fidelité, là seulement est ma patrie" (Allí donde está el honor, y donde esté la lealtad, allí sólamente se encuentra mi patria).

Como propiamente escribiera Kurt Eggers, pensador y oficial alemán de las Waffen SS, y con cuya cita abríamos el presente trabajo, sólo quien permanece en el deber, permanece asimismo en el honor, (Wer in der Pflicht steht, der steht in der Ehre), y quien traiciona a su propio deber es sujeto de deshonra. La lealtad del individuo hacia los deberes generados por el honor, es cualidad espiritual del hombre, que define su mismo concepto de dignidad y de libertad interiores, significa adhesión inquebrantable a los principios a los cuales se ha hecho acreedor, es decir, que el hombre que sigue unos principios o un código de conducta basado en el honor es, por definición, un hombre leal. "Sé fiel a ti mismo -leemos en el Hamlet de William Shakespeare- y a eso seguirá, como la noche al día, que no podrás ser falso para nadie."

Los antiguos nobles de las estirpes helenas decían orgullosamente de sí mismos, según afirmaba Friedrich Nietzsche, Nosotros los Veraces. Cualidad del espíritu aristocrático o heroico es, por tanto, la imposibilidad de decir mentiras o retorcer el pensamiento con ideas falaces y subversivas. Por el contrario, se decía que los mentirosos, los demagogos, figuran entre las grandes masas de quienes no han accedido a la cualidad noble y que, por tanto, no eran de confianza ni tampoco de fiar.

En la evolución del antiguo Derecho Romano podemos apreciar, por ejemplo, que mientras en la remota antigüedad los litigios entre ciudadanos romanos se solventaban con la "buena fe" (bona fides) y el honor entre caballeros, sometiendo la cuestión a hombre de probada honradez elegido por ellos (iudex, juez), conforme avanza la decadencia moral y racial del Imperio tienen que ser funcionarios designados expresamente quienes han de imponer su autoridad, ante el relajamiento de las costumbres, con medidas coactivas. La presencia de unas costumbres sanas y la fidelidad o el honor en el matrimonio, entre los pueblos nórdicos, fue ya puesta de relieve por el historiador romano Tácito (Germania), aseverando que era preferible que tuviesen menos leyes pero costumbres morales firmes (consuetudo). Si esto sucedía en la primitiva Germania cuántos estarían hoy escandalizados ante semejante punto de vista, en la propia Alemania tan "progresista", ante el avance de las ideologías disolventes como el neofeminismo, con su defensa del aborto libre, el individualismo y liberalismo.

La costumbre, también de origen romano, de cerrar los pactos y sellar la paz mediante un apretón de manos ha perdido, igualmente, su simbolismo y su significado en el mundo moderno.

En los magníficos "Emblemas" de Alciato, cuya obra conocemos a través de la traducción de Bernardino Daza, que data de 1549, podemos apreciar un grabado en el que dos soldados se dan un apretón, tras lo cual se dice: "Cuando Roma tenía a sus jefes en la guerra civil, y sus hombres morían por honor en el campo de batalla, fue costumbre, cuando las tropas se juntaban para formar alianza, saludarse mutuamente dándose la mano derecha." En el famoso cuadro de Velázquez, "Las Lanzas" o "La rendición de Breda", ha sido fundamental recurrir al emblema de Alciato para comentar la posición de los capitanes enfrentados en este célebre episodio ubicado en la guerra de los Treinta Años, Ambrosio de Spínola, Justino y Nassau. Sin embargo no dejaría de ser una hipótesis, dentro de la larga literatura crítica destilada a propósito del cuadro velazqueño, destinado al Salón de Reinos de la villa y corte de Madrid.

Volviendo al tema principal de nuestro trabajo, el honor, cualidad del hombre heroico como ya se ha dicho, ha sido también objeto de estudio recientemente por el pensador nacionalsocialista Alfred Rosenberg, autor de la archiconocida obra "El Mito del siglo XX" (Der Mythus des 20 Jahrhunderts).

En un pasaje del citado libro, podemos leer: "En el vikingo escandinavo, en el oficial prusiano, en el caballero germánico, en el comerciante de la Hansa, y en el campesino centroeuropeo, reconocemos el concepto del honor plasmador de vida en el conjunto de sus manifestaciones telúricas. En las viejas poesías vemos aparecer las viejas epopeyas, pasando por Walter von der Vogelweide, los cantares de gesta, hasta Kleist y Goethe el motivo del honor y del contenido de la libertad interior como más importante ley (Gesetz) configuradora." (I, 3).

En efecto, sin la presencia vivificadora de esta fuerza inmaterial y, a la vez omnipresente, manifestada en los hechos de honor, la historia, la cultura y la civilización de Europa, obra paciente y tenaz de muchas generaciones y familias pertenecientes a nuestra raza, quizás habría conocido otro destino que podría haberse parecido más bien al de las innumerables granos de arena del desierto, estériles y movidos tan sólo por el viento. 

El dinamismo de la fuerza histórica y cultural de la civilización de Europa no conoce otro parangón en ninguna otra parte de nuestro planeta; es, sencillamente, único e irrepetible. Con su destrucción quizás disfruten los renegados, los enemigos de nuestra civilización, los abanderados de la izquierda más radical que quisieran que el Sáhara se trasplantara a los Alpes y más allá, borrando cuanto de hermoso y divino hay en nuestra cultura y en nuestros pueblos. Pero debemos advertirles que su batalla aún no está ganada, y que quizás nosotros, nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos decidan defender, por honor y por dignidad, lo que de hecho y de derecho legítimamente les pertenece, y que les ha sido otorgado en herencia por hombres y mujeres más sabios y más valerosos que nosotros. A defender este legado preciosísimo hemos sido llamados en estos tiempos de confusión, pero también de esperanza.

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