jueves, 2 de mayo de 2013

Libertad y Propiedad





Por el Emboscado


La propiedad (privada o estatal) de los medios de producción (tierra, fábricas, utensilios de trabajo, etc…) niega la libertad al dar poder sobre las personas. En la medida en que los propietarios concentran en sus manos los recursos económicos de un país, el resto de la población pasa a ser dependiente de ellos, pues al estar desposeída se ve obligada por la necesidad económica a vender su mano de obra a dichos propietarios. En esta situación son los propietarios quienes aprovechan la necesidad ajena para imponer sus condiciones laborales, con lo que se desarrollan las correspondientes condiciones de explotación laboral inherentes al capitalismo (tanto privado como de Estado).

No existe libertad cuando la necesidad obliga al trabajador o trabajadora no sólo a venderse sino también a aceptar unas condiciones de trabajo que le son impuestas, a participar en una actividad económica que en muchas ocasiones no corresponde con su formación profesional o simplemente a hacer un trabajo que no querría. Pero juntamente con esto hay que sumar el hecho de que la organización del trabajo se lleva a cabo según un modelo autoritario, en el que el propietario de la empresa es el que da las órdenes mientras que sus asalariados las obedecen. Los trabajadores y trabajadoras quedan relegados a la condición de un objeto pasivo, abocados a ser un engranaje más de la maquinaria económica, a no pensar y solamente a ejecutar las directrices de sus superiores jerárquicos.

La organización del trabajo en el seno de la empresa no atiende a las necesidades de sus trabajadores, sino que muy al contrario responde a los intereses de su propietario que es quien determina la estructura organizativa con el propósito de maximizar sus beneficios. El plan de división del trabajo está sujeta a una voluntad exterior a los trabajadores que puede ser el Capital o el Estado.

La apropiación de la plusvalía creada por los trabajadores, las condiciones de desigualdad económica, la concentración de la riqueza, etc., únicamente son consecuencias de la existencia de la propiedad (estatal o privada) y no la causa originaria de los problemas sociales producidos por el capitalismo. El fondo del problema social generado por el capitalismo no se encuentra en las condiciones económicas que crea para la clase trabajadora, sino en la negación de la libertad al hacer económicamente dependiente al trabajador del propietario que lo contrata, y quedar así relegado a la condición de neoesclavo.

Otra de las consecuencias de la existencia de la propiedad es la parcelación del trabajo con la hiperespecialización, lo que contribuye a insectificar la vida de los trabajadores y trabajadoras hasta el punto de convertir la sociedad en un hormiguero. Las relaciones sociales son sometidas a la lógica inherente a la estructura de dominación en las que se desenvuelven, de forma que se desarrollan verticalmente con la dependencia de los trabajadores con su patrón. No sólo se impiden las relaciones horizontales entre trabajadores, que es lo que en última instancia permitiría su unidad para oponerse a sus opresores, sino que se crean individuos incapaces en tanto en cuanto la especialización excesiva les dificulta desempeñar otro tipo de tareas, con lo que se justifica la existencia de directivas y entes burocráticos para la administración y gestión de la propia empresa. En este sentido la propiedad constituye la transposición del modelo de organización jerárquico, piramidal y autoritario del ejército al terreno económico donde el empresario, privado o estatal, establece unilateralmente sus propias directrices y donde la junta directiva opera como un Alto Estado Mayor que vela por los intereses del conjunto de la organización al determinar las relaciones que se dan en su seno.

El trabajo asalariado atrofia las facultades reflexivas del trabajador y tiende a anular el instinto de inteligencia inherente al ser humano. Esta situación es creada premeditadamente para hacer permanecer a los trabajadores en un status de aprendices toda su vida. El capitalismo incapacita a los trabajadores para participar en la gestión de sus respectivas empresas a través de la organización jerárquica del trabajo y la hiperespecialización. El dueño de los medios de producción impone su voluntad sobre sus asalariados con la organización y división del trabajo, por lo que no existe la asociación como tal sino el simple y puro sometimiento.

La propiedad constituye una forma de dominación en la que el trabajador queda alienado al no pertenecerse a sí mismo, pues es convertido en un objeto sin voluntad propia. Estas condiciones sociales y económicas tienen un trasfondo político al ser fruto de un orden social en el que prevalece un sistema de obligaciones. Así es como las categorías centrales de lo político, la libertad y la dominación, cobran pleno protagonismo. De esta forma en el mundo del trabajo se plantea como primera exigencia la conquista de la autodeterminación de las condiciones laborales, y con ello la superación de las simples reivindicaciones dirigidas a conquistar ventajas materiales inmediatas que abandonan al patrono la organización de la producción. Por este motivo la conquista de la libertad en el ámbito laboral pasa por la revolución que sustituya el actual sistema de obligaciones por un sistema de derechos que haga posible la autodeterminación de los trabajadores, para que de este modo la economía sea sometida a las necesidades y condiciones de producción del conjunto de la sociedad.

La ruptura del orden opresivo inherente al régimen de propiedad, privada o estatal, en los medios de producción sólo es posible con la ruptura del sistema político que sostiene dicho orden de cosas. La desaparición de la propiedad en los medios de producción y la instauración de un régimen de posesión y gestión social de los mismos es lo que, en definitiva, traería consigo la instauración de un sistema de derechos que pusiera fin al trabajo asalariado y que hiciera posible la libertad en el ámbito laboral. Sólo así se pondría fin a las relaciones de dominación y sometimiento que prevalecen en la sociedad capitalista. Pero para la realización de la libertad en términos políticos y económicos, es decir, para la conquista de los medios de producción por los trabajadores con el establecimiento de la autogestión social y el autogobierno, es ineludible la revolución. Sin el inicio de un proceso de ruptura que ponga fin a una sociedad y a un sistema existencialmente opresivo no podrá aspirarse a construirse un mundo nuevo y libre.

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