Por Jorge Santiago Miranda
En primer lugar, es un
pensamiento original surgido en las específicas condiciones de nuestra América
Ibérica. Las tendencias socialrevolucionarias propias de la cultura occidental
parten de presupuestos que son erróneos para nuestro continente, el concepto
mismo de “clase” choca contra la realidad que vivimos ya que las condiciones
económicas que padecemos han forjado un vasto abanico de sectores explotados
que muy difícilmente pueda asimilarse a la idea de clase. Ya, en otro trabajo,
un virulento artículo llamado “¿Lucha de clases o lucha de razas? La acción
reaccionaria del marxismo americano” hemos propuesto plantearnos el problema
que reviste la idea de clase dentro de la realidad concreta americana. Con
ánimos más apaciguados y menor pretensión polémica, podemos ver que la
concepción clasista funciona como elemento que disfraza la esencia última de
carácter racista de la explotación que sufrimos.
Sin embargo, fuera de ese ánimo provocador e incendiario, el concepto de “raza” se nos hace tan poco apropiado como el de “clase”. ¿Suponemos relaciones sociales de carácter inmutable como las vertientes infantilistas del indigenismo? No, decididamente no es posible concebir el desarrollo de las fuerzas productivas americanas y de las relaciones sociales que se derivan de ellas desde una perspectiva carente de dinámica, si bien el concepto fundante que permite la explotación es el de la supremacía racial y moral de la civilización, el sujeto social explotado representa un grado de dinámica que supera al de la determinación puramente genética.
¿Se proletariza el sujeto explotado? Sería una explicación tanto o más infantil que la puramente genética, la explicación puramente económica falla por todos lados, este reduccionismo, en principio, burla la realidad de fuerzas productivas que a mucha distancia están de ser de carácter industrial. Sencillamente, sin industria, el proletariado no existe y nuestra formación viene precisamente determinada por el carácter rentístico de nuestra élite dirigente.
La composición de la masa explotada americana viene determinada por una muy compleja convergencia de factores sociales, económicos, culturales y hasta genéticos, que hacen que la categoría a que podamos echar mano simplemente no exista, aunque para aproximarnos lo más efectistamente posible a una clasificación debamos recurrir a la idea de “casta”, no sin hacer determinadas aclaraciones.
La sociedad de castas americana
¿Es preciso hablar de castas? No, pero refiere a una estratificación de la sociedad que viene dada por razones socio-culturales más que puramente económicas, y, por otro lado, permite referir el gran estatismo de la estructura social americana sin suprimir todo dinamismo como sería en el concepto puramente genético.
¿Quiénes integran la casta de explotados? Aquí la dinámica. Si entendemos que la razón fundante de la explotación es la alegada supremacía moral y racial de la civilización (Europa Occidental) sobre la barbarie (América) veremos que los dominados son los “americanos” y su identificación varía históricamente.
Si, en principio, los americanos son los pueblos originarios, la dinámica del desarrollo de la fuerzas productivas y de las relaciones sociales de producción, en el tránsito de insertar y adaptar nuestra economía al capitalismo global, requerirán el constante aumento de la masa explotada de americanos, así, mientras la élite dirigente se europeíza, la masa explotada se americanaza.
¿Es un proceso económico? También, pero su fundamento último no es el mero éxito económico sino que se ve atravesado por un razonamiento socio-cultural que establece como elemento estático e inmutable la supremacía moral y racial de aquellos que son civilizados (élite dirigente) sobre quienes no (americanos).
Si los pueblos originarios son americanos, a ellos se incorporaran con progresividad histórica los elementos sociales fruto del natural mestizaje pero también las capas más bajas de la propia sociedad blanca. La absurda frase “es negro de cabeza” revela el carácter fundacional racista de nuestra explotación, todos estos sectores sociales son incluidos por el imaginario colectivo dentro de los cánones de la América morena y dominada.
Los sectores sociales americanizados pueden tener éxito económico, pero, sin embargo, nunca podrán ingresar a la élite dirigente, pues la razón última de su dominación no es la económica sino que radica en motivaciones socioculturales.
Estructura y superestructura
El concepto de lucha de clases, como tantos otros, para los americanos, no es más que un criterio operativo en el análisis social, valido para observar el desarrollo de la lucha en la estructura económica. Sin embargo, la lucha revolucionaria americana no es predominantemente estructural como sucede en el contexto europeo dónde el planteo de una élite dominante fundada en su supremacía moral y racial es totalmente ilógico por tratarse de formaciones sociales homogéneas, sino que nuestra lucha revolucionaria se da ante todo en la superestructura.
Si la estructura económica capitalista funda la superestructura ideológica que justifica la supremacía material de una clase sobre otra, en nuestro caso, es la superestructura ideológica la que justifica el establecimiento de un modo de producción dado. Así como Jauretche daba vuelta un mapamundi para combatir la concepción europeísta de nuestras relaciones sociales, nosotros debemos “poner patas para arriba” la lógica revolucionaria, aquí, la superestructura cambia la estructura y no al revés.
Si la lucha en la estructura económica es innegable e inevitable, pues al buscar formas progresivas de socialización de las fuerzas productivas sirve para restar espacios y poner en contradicción a la razón de ser de nuestra élite dirigente, sin embargo, la disputa fundamental se da en el plano del aparato ideológico superestructural.
Si Jauretche supo observar la “colonización pedagógica” y ponerla en jaque, la tarea de nuestros tiempos es poner en jaque la “civilización pedagógica”, donde se da como equivalente de cultura al término civilización que sólo refiere a lógica fundante de la formación social europea occidental, es decir, revertir completamente la infame tarea del izquierdismo nacionalizado por demostrar que nuestra cultura también es civilizada, lo cual no sólo es falso sino que es imposible.
Esta posibilidad de “poner patas para arriba” la lógica europeísta es la simiente del pensamiento revolucionario americano, agotado el aparato ideológico, la superestructura, que fundamente la predominancia de una élite dirigente es que queda el campo libre para plantearse un estructura económica diferente que tiene su realidad en la experiencia comunitaria concreta del subsuelo de la Patria.
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