jueves, 18 de octubre de 2012

Visión del Mundo de una Nueva Época





Por Matt Koehl



Hoy presenciamos la agonía mortal de una civilización. Una sociedad entera está en colapso. Lo Viejo no puede ser restaurado. Está acabado. La confusión e incertidumbre que vemos son el preludio del caos y agonía totales que nos aguardan. Cuando la brillante estrella de la civilización se apaga, se crea un “agujero negro” espiritual, que actúa de manera inversa a su antagonista. Toda realidad espiritual es afectada por un vacío ANTIESPIRITUAL.

No subsisten el carácter, ni la voluntad, ni valores, ni ideales, ni principios ni raíces, ni dirección, ni verdad, ni honor, ni belleza, ni bondad ni orden, ni dioses. NADA. Sólo aquel que esté preparado para distanciarse del viejo mundo y alejarse de su terrible fuerza de gravedad puede escapar al omnipotente torbellino del colapso.

En esta última categoría reuniremos a todos los ahora espiritualmente alienados, que de algún modo intentan buscar su camino hacia un mundo nuevo. Hoy existe una creciente sensación de desesperación —una desesperación reflexiva más que una mera falta de fe en un régimen de gobierno o sistema social— pero que toca a cada aspecto de la vida.

Muchos hombres buscan desesperadamente el creer en algo, algo que guíe y de sentido a sus vidas. Los cerebros más sensibles están buscando un objetivo, un nuevo foco de fe que reemplace al que, sin esperanzas e irremisiblemente, se está hundiendo. ¿Pero dónde está esta idea, esta fe? Como se ha remarcado, el ario ha padecido miles de años una tensión espiritual causada por la intrusión de una ideología alógena en su natural visión del mundo —proceso que distorsionó la cultura occidental desde sus comienzos e impidió la realización de su alta misión. No sólo se infiltró esta increíble cosmología en un ario asqueado por el nuevo credo, sino que fue obligado a aceptar una declaración de principios teológica que suponía una declaración de guerra contra el orden natural y sus leyes eternas. Se divorció a Dios de su creación; la naturaleza misma llegó a ser “sospechosa”; el espíritu se enemistó con la carne; el hombre fue declarado forzosamente un malvado sin esperanza; Dios se convirtió en un objeto extraño —una figura remota, arbitraria y despótica— a quien el hombre tendría miedo y ante el cual debería humillarse e inclinarse. Así, la conducta responsable y justa fue menoscabada en favor del perdón a través de la gracia divina.

La preocupación de la religión occidental durante un milenio por la salvación del “alma” individual, sin consideración para cuestiones raciales más amplias, tuvo las más desastrosas consecuencias. No sólo se promocionaron las más groseras formas de mezquindad y egoísmo, sino que además tuvo efectos aún más perjudiciales. Al asignar una importancia cardinal a la salvación individual se minusvaloró el bien de la propia especie —el propio pueblo y raza— como de menor importancia.

La comunidad de creyentes —amarillos, negros, blancos— era más preciosa en opinión de los padres de la Iglesia que la verdadera comunidad de la carne y la sangre, cuyo culto y defensa fue considerado como una especie de “idolatría”. Con lo cual la esencia espiritual del ario se modificó para convertirse en un mejunje moral de mansedumbre, mojigatería, no-resistencia y amor al enemigo.

Nuestra visión del mundo diferirá radicalmente de la perspectiva judeocristiana. Obrará desde una perspectiva totalmente diferente de la condición humana y de su objetivo. Se basará, en primer lugar, en un profundo respeto y obediencia por la naturaleza, a la que concibe como un orden intemporal sin principio ni fin, pero en constante cambio y en renovación cíclica, y que en última esencia es consustancial con lo divino, al que trata como un SUJETO antes que un objeto.

Considera al hombre como una parte de la naturaleza y propone restaurar las leyes naturales como orden rector de los asuntos humanos — volviendo así a atar el lazo entre hombre y naturaleza, lazo que fue roto por la ideología semítica. Al mismo tiempo, declara que para el ario consciente no hay separación de lo divino; que su dios no está en otro mundo, sino que reside entre los límites de su propia tierra; y que la actitud religiosa recta es la de la veneración, antes que la del temor. Así levanta la carga del pecado original y pone fin al rebajamiento ante el Omnipotente, proclamando en su lugar la propia nobleza del alma.

Restaura la integridad esencial del hombre, pues según su creencia no puede haber separación entre cuerpo y alma. Representa, finalmente, una AFIRMACION —no una negación— de la vida y enseña que el heroísmo y el valor desafiante y viril pueden vencer cualquier cosa.

Así la nueva Idea —al retomar a los valores tradicionales de la religiosidad aria— libera al ario de esa tensión interna que caracterizó su vida espiritual en Occidente durante el último milenio, y le armoniza con las leyes de la naturaleza y consigo mismo. En una palabra, la perspectiva del futuro restablece en el ario su condición profunda y natural, concediéndole de nuevo la libre expresión de su espiritualidad original, así como liberándole para el cumplimiento de una gran misión.

De este modo, llama de nuevo a la fe de nuestros antepasados, que vivieron en comunión con la naturaleza y disfrutaron de una vida religiosa plenamente desarrollada, que estableció los patrones éticos y morales de una sociedad y fijaron el carácter espiritual de su destino.

Lo más importante, apoyándose en la fuente primigenia de la vida misma, es que la nueva Idea está decidida a restablecer la primacía de la Raza como la premisa sagrada para una más alta existencia en esta tierra. Estableciendo el concepto de raza como un inviolable principio religioso —realmente un IMPERATIVO MORAL— está preparado para hablar de la solución suprema de los tiempos modernos, la definitiva solución biológico-ambiental o sea, la supervivencia del ario como la más avanzada forma de vida en este planeta.

Por tanto, su empresa vital no es la salvación del individuo aislado, sino el de una raza entera. En contraste, todo sistema religioso o filosófico contemporáneo es irrelevante, absurdo e inútil —cuando no francamente nocivo— para la causa de nuestra existencia, pues impide plantear esta cuestión fundamental de una manera franca y positiva.

Debe ser destacado aquí que la amenaza para nuestra supervivencia racial comienza por causas espirituales consecuentemente, sólo puede ser salvaguardada por una solución de carácter espiritual. No padecemos tanto por una falta de alternativas políticas o estrategias intelectuales sino por la escasez de voluntad, valor, determinación, dedicación, entrega e integridad. Cualesquiera peligros externos derivan, en último análisis, de este problema interno.

Por ello, la cuestión de la supervivencia racial debe ser vista no sólo como relacionada con la actividad política y propagandística, sino, en primer lugar, comprendiendo una movilización espiritual y moral. Sin una regla moral todos los esfuerzos —aun nobles y valientes— necesariamente serán inútiles. Los efectos de décadas y centurias de decadencia cultural están simplemente demasiado avanzados y extendidos como para ser vencidos sólo a través de la lucha política. La función correcta de la política es emplear al pueblo —a las masas— COMO SON, y utilizarlas para lograr una gran meta. La condición espiritual de las masas occidentales es tal que la excluyen como fuerza útil para toda actividad política revolucionaria hoy día. Consecuentemente, la primera tarea del Movimiento contemporáneo debe ser establecer una base firme de carácter espiritual y moral —un patrón moral absolutamente fijo— capaz de atraer a todos aquellos jóvenes idealistas de nuestra raza que, marginados, buscan respuestas en un mundo confuso y decadente y una base que dé sentido a sus vidas y les transforme en partidarios entregados a la más santa de las causas.

Es justamente un fundamento espiritual fuerte el que sostendrá toda acción política efectiva en el futuro. Hay una consideración subsidiaria. Debe reconocerse que la actual situación se desenvuelve desde hace un largo período de tiempo y no puede ser eliminada por una panacea instantánea, sino sólo a través de un proceso de LUCHA PROLONGADA que comprenda décadas y generaciones. La integridad de esta lucha sólo puede ser sostenida por convicción y entrega espirituales e incluso RELIGIOSAS, ya que el Movimiento solamente depende de sus recursos morales para su continuidad y supervivencia. Por ello, el desarrollo de esos recursos como una necesidad crítica debe tener la más alta prioridad sobre toda otra consideración.

Si la nueva Idea representara meramente una instauración de los valores tradicionales arios del espíritu y la visión del mundo natural de los tiempos precristianos, junto con una llamada a la preservación racial, ciertamente tendría relevancia, significación y utilidad, sin embargo quedaría incompleta y no mantendría su calidad dinámica e histórica. Pero toda gran idea histórica incorpora además una misión especial, así como una búsqueda de un nuevo tipo de hombre. Lo extraordinario de la Idea del futuro es que se propone transformar la condición humana realzándola.

Proclama el más alto destino para el ario, y le convoca hacia la plena realización de su potencial físico, espiritual y moral (incluso hacia la divinidad), empresa tan trágicamente fracasada hasta ahora por las retorcidas doctrinas de un credo alógeno. No obstante, es precisamente la posibilidad de esa evolución ascendente hacia una raza mejor en el sentido nietzscheano lo que da a la nueva Idea su más alto objetivo y significado y le otorga su extraordinario carácter revolucionario.

Si examinamos todas las tendencias ideológicas y espirituales de los últimos cien años, así como las del presente, se hace inmediatamente evidente que SOLO HAY UNA IDEA QUE PUEDA SERVIRIDONEAMENTE COMO PRINCIPIO FORJADOR DE UN MUNDO POSTOCCIDENTAL, POST-CRISTIANO.

La citada excepción no comprende a las autoproclamadas “alternativas” que son meras consecuencias secularizadas de la misma idea fundamental, que a su vez es la causa de nuestra situación actual. Y aquí debe subrayarse que en las venideras convulsiones revolucionarias la ideología neo-semítica de Karl Marx no tendrá otra significación que le dé un vomitivo cultural. El momentáneo poder y éxito de que disfruta es efímero dentro de un amplio contexto histórico, al igual que los nuevos y exóticos cultos de gurus y fakires, originarios del Este en estos últimos días de una civilización en ruinas.

En el mundo contemporáneo, una idea o concepción puede ser reconocida ya como reaccionaria —y por lo tanto transitoria— ya como revolucionaria y duradera. Todo lo que tiende a perpetuar el Viejo Orden es reaccionario. Todo lo que continúe operando hacia la reconstrucción del pasado es reaccionario.

Todo lo que tienda a fomentar la decadencia es reaccionario. Toda falsedad, hipocresía y oportunismo son reaccionarios. Como tales, son transitorios y no subsistirán. Todo lo que comprenda la penosa realidad y la verdad difícil podrá tomar parte de algo nuevo y revolucionario. Sólo eso puede ser llamado verdaderamente revolucionario, porque durará siempre. Sólo él establecerá los fundamentos espirituales —el núcleo radiante— de una nueva época.

Hoy sólo existe una Idea que pueda ser reconocida como la semilla de un Nuevo Orden revolucionario; sólo una Idea que sirva corno patrón espiritual para el hombre post-occidental; sólo una Idea que empuñe la llave del futuro.

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