Por Matt Koehl
Hoy presenciamos
la agonía mortal de una civilización. Una sociedad entera está en colapso. Lo
Viejo no puede ser restaurado. Está acabado. La confusión e
incertidumbre que vemos son el preludio del caos y agonía totales que nos
aguardan. Cuando la brillante estrella de la civilización se apaga, se crea un “agujero
negro” espiritual, que actúa de manera inversa a su antagonista. Toda realidad
espiritual es afectada por un vacío ANTIESPIRITUAL.
No subsisten el
carácter, ni la voluntad, ni valores, ni ideales, ni principios ni raíces, ni
dirección, ni verdad, ni honor, ni belleza, ni bondad ni orden, ni dioses.
NADA. Sólo aquel que esté preparado para distanciarse del viejo mundo y
alejarse de su terrible fuerza de gravedad puede escapar al omnipotente
torbellino del colapso.
En esta última
categoría reuniremos a todos los ahora espiritualmente alienados, que de algún
modo intentan buscar su camino hacia un mundo nuevo. Hoy existe una creciente
sensación de desesperación —una desesperación reflexiva más que una mera falta
de fe en un régimen de gobierno o sistema social— pero que toca a cada aspecto
de la vida.
Muchos hombres
buscan desesperadamente el creer en algo, algo que guíe y de sentido a sus
vidas. Los cerebros más sensibles están buscando un objetivo, un nuevo foco de
fe que reemplace al que, sin esperanzas e irremisiblemente, se está hundiendo. ¿Pero
dónde está esta idea, esta fe? Como se ha remarcado, el ario ha padecido miles
de años una tensión espiritual causada por la intrusión de una ideología
alógena en su natural visión del mundo —proceso que distorsionó la cultura
occidental desde sus comienzos e impidió la realización de su alta misión. No
sólo se infiltró esta increíble cosmología en un ario asqueado por el nuevo
credo, sino que fue obligado a aceptar una declaración de principios teológica
que suponía una declaración de guerra contra el orden natural y sus leyes eternas.
Se divorció a Dios de su creación; la naturaleza misma llegó a ser “sospechosa”;
el espíritu se enemistó con la carne; el hombre fue declarado forzosamente un
malvado sin esperanza; Dios se convirtió en un objeto extraño —una figura
remota, arbitraria y despótica— a quien el hombre tendría miedo y ante el cual
debería humillarse e inclinarse. Así, la conducta responsable y justa fue menoscabada
en favor del perdón a través de la gracia divina.
La preocupación
de la religión occidental durante un milenio por la salvación del “alma”
individual, sin consideración para cuestiones raciales más amplias, tuvo las
más desastrosas consecuencias. No sólo se promocionaron las más groseras formas
de mezquindad y egoísmo, sino que además tuvo efectos aún más perjudiciales. Al
asignar una importancia cardinal a la salvación individual se minusvaloró el
bien de la propia especie —el propio pueblo y raza— como de menor importancia.
La comunidad de
creyentes —amarillos, negros, blancos— era más preciosa en opinión de los
padres de la Iglesia que la verdadera comunidad de la carne y la sangre, cuyo
culto y defensa fue considerado como una especie de “idolatría”. Con lo cual la
esencia espiritual del ario se modificó para convertirse en un mejunje moral de
mansedumbre, mojigatería, no-resistencia y amor al enemigo.
Nuestra visión
del mundo diferirá radicalmente de la perspectiva judeocristiana. Obrará desde
una perspectiva totalmente diferente de la condición humana y de su objetivo. Se
basará, en primer lugar, en un profundo respeto y obediencia por la naturaleza,
a la que concibe como un orden intemporal sin principio ni fin, pero en
constante cambio y en renovación cíclica, y que en última esencia es
consustancial con lo divino, al que trata como un SUJETO antes que un objeto.
Considera al
hombre como una parte de la naturaleza y propone restaurar las leyes naturales
como orden rector de los asuntos humanos — volviendo así a atar el lazo entre
hombre y naturaleza, lazo que fue roto por la ideología semítica. Al mismo tiempo,
declara que para el ario consciente no hay separación de lo divino; que su dios
no está en otro mundo, sino que reside entre los límites de su propia tierra; y
que la actitud religiosa recta es la de la veneración, antes que la del temor.
Así levanta la carga del pecado original y pone fin al rebajamiento ante el Omnipotente,
proclamando en su lugar la propia nobleza del alma.
Restaura la
integridad esencial del hombre, pues según su creencia no puede haber
separación entre cuerpo y alma. Representa, finalmente, una AFIRMACION —no
una negación— de la vida y enseña que el heroísmo y el valor desafiante y viril
pueden vencer cualquier cosa.
Así la nueva Idea
—al retomar a los valores tradicionales de la religiosidad aria— libera al ario
de esa tensión interna que caracterizó su vida espiritual en Occidente durante
el último milenio, y le armoniza con las leyes de la naturaleza y consigo
mismo. En una palabra, la perspectiva del futuro restablece en el ario su
condición profunda y natural, concediéndole de nuevo la libre expresión de su
espiritualidad original, así como liberándole para el cumplimiento de una gran
misión.
De este modo,
llama de nuevo a la fe de nuestros antepasados, que vivieron en comunión con la
naturaleza y disfrutaron de una vida religiosa plenamente desarrollada, que
estableció los patrones éticos y morales de una sociedad y fijaron el carácter
espiritual de su destino.
Lo más
importante, apoyándose en la fuente primigenia de la vida misma, es que la
nueva Idea está decidida a restablecer la primacía de la Raza como la premisa
sagrada para una más alta existencia en esta tierra. Estableciendo el concepto
de raza como un inviolable principio religioso —realmente un IMPERATIVO MORAL—
está preparado para hablar de la solución suprema de los tiempos modernos, la
definitiva solución biológico-ambiental o sea, la supervivencia del ario como
la más avanzada forma de vida en este planeta.
Por tanto, su
empresa vital no es la salvación del individuo aislado, sino el de una raza
entera. En contraste, todo sistema religioso o filosófico contemporáneo es irrelevante,
absurdo e inútil —cuando no francamente nocivo— para la causa de nuestra
existencia, pues impide plantear esta cuestión fundamental de una manera franca
y positiva.
Debe ser
destacado aquí que la amenaza para nuestra supervivencia racial comienza por
causas espirituales consecuentemente, sólo puede ser salvaguardada por una
solución de carácter espiritual. No padecemos tanto por una falta de
alternativas políticas o estrategias intelectuales sino por la escasez de
voluntad, valor, determinación, dedicación, entrega e integridad. Cualesquiera
peligros externos derivan, en último análisis, de este problema interno.
Por ello, la
cuestión de la supervivencia racial debe ser vista no sólo como relacionada con
la actividad política y propagandística, sino, en primer lugar, comprendiendo
una movilización espiritual y moral. Sin una regla moral todos los esfuerzos —aun
nobles y valientes— necesariamente serán inútiles. Los efectos de décadas y centurias
de decadencia cultural están simplemente demasiado avanzados y extendidos como
para ser vencidos sólo a través de la lucha política. La función correcta de la
política es emplear al pueblo —a las masas— COMO SON, y utilizarlas para lograr
una gran meta. La condición espiritual de las masas occidentales es tal que la
excluyen como fuerza útil para toda actividad política revolucionaria hoy día.
Consecuentemente, la primera tarea del Movimiento contemporáneo debe ser
establecer una base firme de carácter espiritual y moral —un patrón moral absolutamente
fijo— capaz de atraer a todos aquellos jóvenes idealistas de nuestra raza que, marginados,
buscan respuestas en un mundo confuso y decadente y una base que dé sentido a
sus vidas y les transforme en partidarios entregados a la más santa de las
causas.
Es justamente un
fundamento espiritual fuerte el que sostendrá toda acción política efectiva en
el futuro. Hay una consideración subsidiaria. Debe reconocerse que la actual situación
se desenvuelve desde hace un largo período de tiempo y no puede ser eliminada
por una panacea instantánea, sino sólo a través de un proceso de LUCHA PROLONGADA
que comprenda décadas y generaciones. La integridad de esta lucha sólo puede
ser sostenida por convicción y entrega espirituales e incluso RELIGIOSAS, ya
que el Movimiento
solamente depende de sus recursos morales para su continuidad y supervivencia.
Por ello, el desarrollo de esos recursos como una necesidad crítica debe tener
la más alta prioridad sobre toda otra consideración.
Si la nueva Idea
representara meramente una instauración de los valores tradicionales arios del
espíritu y la visión del mundo natural de los tiempos precristianos, junto con
una llamada a la preservación racial, ciertamente tendría relevancia,
significación y utilidad, sin embargo quedaría incompleta y no mantendría su
calidad dinámica e histórica. Pero toda gran idea histórica incorpora además una
misión especial, así como una búsqueda de un nuevo tipo de hombre. Lo
extraordinario de la Idea del futuro es que se propone transformar la condición
humana realzándola.
Proclama el más
alto destino para el ario, y le convoca hacia la plena realización de su
potencial físico, espiritual y moral (incluso hacia la divinidad), empresa tan
trágicamente fracasada hasta ahora por las retorcidas doctrinas de un credo
alógeno. No obstante, es precisamente la posibilidad de esa evolución ascendente
hacia una raza mejor en el sentido nietzscheano lo que da a la nueva Idea su
más alto objetivo y significado y le otorga su extraordinario carácter
revolucionario.
Si examinamos
todas las tendencias ideológicas y espirituales de los últimos cien años, así
como las del presente, se hace inmediatamente evidente que SOLO HAY UNA IDEA
QUE PUEDA SERVIRIDONEAMENTE COMO PRINCIPIO FORJADOR DE UN MUNDO POSTOCCIDENTAL,
POST-CRISTIANO.
La citada
excepción no comprende a las autoproclamadas “alternativas” que son meras
consecuencias secularizadas de la misma idea fundamental, que a su vez es la
causa de nuestra situación actual. Y aquí debe subrayarse que en las venideras convulsiones
revolucionarias la ideología neo-semítica de Karl Marx no tendrá otra
significación que le dé un vomitivo cultural. El momentáneo poder y éxito de
que disfruta es efímero dentro de un amplio contexto histórico, al igual que
los nuevos y exóticos cultos de gurus y fakires, originarios del Este en estos
últimos días de una civilización en ruinas.
En el mundo
contemporáneo, una idea o concepción puede ser reconocida ya como reaccionaria —y
por lo tanto transitoria— ya como revolucionaria y duradera. Todo lo que tiende
a perpetuar el Viejo Orden es reaccionario. Todo lo que continúe operando hacia
la reconstrucción del pasado es reaccionario.
Todo lo que tienda
a fomentar la decadencia es reaccionario. Toda falsedad, hipocresía y
oportunismo son reaccionarios. Como tales, son transitorios y no subsistirán.
Todo lo que comprenda la penosa realidad y la verdad difícil podrá tomar parte
de algo nuevo y revolucionario. Sólo eso puede ser llamado verdaderamente revolucionario,
porque durará siempre. Sólo él establecerá los fundamentos espirituales —el
núcleo radiante— de una nueva época.
Hoy sólo existe
una Idea que pueda ser reconocida como la semilla de un Nuevo Orden
revolucionario; sólo una Idea que sirva corno patrón espiritual para el hombre
post-occidental; sólo una Idea que empuñe la llave del futuro.
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