miércoles, 6 de febrero de 2013

Economía Orgánica




Por Joaquin Bochaca

La Economía es una manera de pensar, como lo son la mora, la estética, la ética, la política. Cada una de esas formas de pensamiento aisla una parte de la totalidad del mundo y la reivindica para sí. La Moral distingue entre bien y mal; la Estética entre belleza y fealdad: la economía entre útil e inútil, y, en su última fase puramente comercial entre beneficiario y deficitario.

Hemos aludido a la Política, la cual divide a los hombres en amigos y enemigos. Considerando el cuerpo político como un todo orgánico, no cabe la menor duda de que la Economía forma parte de la Política. Una parte subordinada, en su totalidad, al conjunto político.

La Economía es al todo político lo que el sistema digestivo es a la totalidad de un ser orgánico y sí, conforme se asciende en la escala orgánica, desde el vegetal hasta el ser humano, pasando por el animal, menos importancia tiene, relativamente -insistimos en esa relatividad- el sistema digestivo, tal importancia desciende aún más al llegar al ser orgánico superior por excelencia, la Gran Cultura.

Es, entonces, entre sus órganos constitutivos, un “ultimus inter pares” y su función, aun siendo vital, es la menos noble de todas. Hecha esta salvedad, consideramos imprescindible insistir en el hecho de que igual que un individuo puede morir a causa de una parálisis intestinal que, a su vez, provoque una peritonitis, también una Gran Cultura, y, “a fortiori”, una nación puede enfermar gravemente e incluso perecer -desaparecer- a causa del caos creado por una enfermedad económica mal diagnosticada y, en consecuencia, inadecuadamente tratada. y no creemos que el espectáculo actual de la miseria en medio de la abundancia permita duda alguna sobre el hecho de la enfermedad de la Economía Occidental. Enfermedad, además, degenerativa, pues del sistema digestivo ha pasado a esparcerse por todo el cuerpo del organismo, incluyendo su cerebro, pues algo debe funcionar mal en éste si admite sin rebeldía situaciones que repugnan al simple buen sentido, como la destrucción deliberada de cosechas para “mantener el curso de los precios agrícolas”.

Hemos dicho que la Economía es una parte subordinada al todo político. Un ejemplo más de lo patológico de la actual situación nos lo da el hecho de que lo contrario se tenga por real, es decir, que la Política este subordinada a la Economía, y que ésta sea el motor de la Historia, absurdo propalado por Marx, pero insólitamente refrendado, en diversos grados de sentimiento, por sus enemigos de clase, los llamados “capitalistas”... aparente paradoja de la que nos ocuparemos más adelante.

martes, 5 de febrero de 2013

Un Mundo hecho a espaldas del Hombre





Por Alexis Carrel

La civilización moderna se encuentra en situación sospechosa, porque no nos conviene. Ha sido construida sin conocimiento de nuestra verdadera naturaleza. Es debida al capricho de los descubrimientos científicos, de los apetitos de los hombres, de sus ilusiones, de sus teorías, de sus deseos. Aunque edificada por nosotros, no está hecha a nuestra medida.

En efecto, es evidente que la ciencia no ha seguido en este caso ningún plan. Se ha desarrollado al azar a partir del nacimiento de algunos hombres de genio y de la forma de su espíritu. No ha sido en modo alguna inspirada por el deseo de mejorar la calidad de los seres humanos. Los descubrimientos se producen a la medida de las instituciones de los sabios y de las circunstancias más o menos fortuitas de su carrera. Si Galileo, Newton o Lavoisier hubieran aplicado el poder de su espíritu al estudio del cuerpo y de la conciencia, quizás nuestro mundo sería diferente de lo que es hoy. Los hombres de ciencia ignoran adónde van. Están guiados por el azar, por razonamientos sutiles, por una especie de clarividencia. Cada uno de ellos es un mundo aparte gobernado por sus propias leyes. De tiempo en tiempo, las cosas oscuras para los otros, se vuelven claras para ellos. En general, los descubrimientos se hacen sin prever de ninguna manera sus consecuencias; consecuencias que han dado forma a nuestra civilización.

Entre las riquezas de los descubrimientos científicos, hemos hecho una sucesión de elecciones, y estas elecciones no han sido determinadas por la consideración de un interés superior de la humanidad. Han seguido sencillamente la pendiente de nuestras inclinaciones naturales, que son los principios de la mayor comodidad y del menor esfuerzo, el placer que nos dan la velocidad, el cambio y el confort y también la necesidad de huir de nosotros mismos. Todo este conjunto constituye ciertamente un éxito de las nuevas invenciones. Pero nadie se ha preguntado de qué manera los seres humanos soportarían la aceleración enorme del ritmo de la vida producida por los transportes rápidos, el telégrafo, el teléfono, las máquinas de escribir y de calcular, que efectúan hoy todos los pausados trabajos domésticos de antes. La adopción universal del avión, del automóvil, del cine, del teléfono, de la radio y pronto de la televisión, es debida a una tendencia tan natural como aquella que en el fondo de la noche de los tiempos determinó el uso del alcohol. La calefacción de las casas por medio del vapor, el alumbrado eléctrico, los ascensores, la moral biológica, las manipulaciones químicas dentro de la alimentación, han sido aceptadas únicamente porque estas innovaciones eran agradables y cómodas. Pero su efecto probable sobre los seres humanos, no ha sido tomado en consideración.

En la organización del trabajo industrial, la influencia de la fábrica sobre el estado fisiológico y mental de los obreros, no ha sido absolutamente tomada en cuenta. La industria moderna se encuentra basada sobre la concepción máxima al precio más bajo, a fin de que un individuo o un grupo de individuos ganen el mayor dinero posible. Se encuentra desarrollada sin idea de la naturaleza verdadera de los seres humanos que manejan las máquinas, y sin la preocupación de lo que pueda producir sobre ellos y su descendencia, la vida artificial impuesta por la fábrica. La construcción de las grandes ciudades no se ha hecho tampoco tomándonos mayormente en cuenta. La forma y dimensiones de los edificios modernos se ha inspirado en obtener la ganancia máxima por metro cuadrado de terreno y ofrecerlos a los arrendatarios de oficinas y departamentos a quienes convengan. Se ha llegado así a la construcción de edificios gigantes que acumulan en un espacio restringido, masas considerables de individuos. Éstos las habitan con placer, porque gozan del confort y del lujo, sin darse cuenta de que están en cambio privados de lo necesario. La ciudad moderna se compone de estas habitaciones monstruosas y de calles oscuras, llenas de aire impregnado de humo, polvo, vapores de bencina y los productos de su combustión, desgarradas por el estrépito de los tranvías y camiones y llenas sin cesar de una inmensa muchedumbre. Es evidente que no se han construido para el bien de sus habitantes.

Nuestra vida se halla asimismo influenciada en una inmensa medida por los periódicos. La publicidad está hecha únicamente en interés de los productores y jamás de los consumidores. Por ejemplo, se hace creer al público que el pan blanco es superior al pan negro. La harina ha sido cernida de manera más y más completa y privada entonces de sus principios más útiles. Pero en cambio se conserva mejor y el pan se elabora más fácilmente. Los molineros y los fabricantes ganan más dinero. Los consumidores comen, sin duda, un producto inferior. Y en todos los países en dónde el pan es la parte primordial de la alimentación, las poblaciones degeneran. Se consumen enormes sumas en la publicidad comercial. De esta manera, cantidades de productos alimenticios y farmacéuticos inútiles y a menudo dañinos, se han convertido en una necesidad para los hombres civilizados. Y es así como la avidez de los individuos bastante hábiles para dirigir el gusto de las masas populares hacia los productos que necesitan vender, representa un papel capital en nuestra civilización.

Sin embargo, las influencias que obran sobre nuestro modo de vivir no tienen siempre el mismo origen. A menudo en lugar de ejercerse en el interés financiero de los individuos o de los grupos de individuos, tienen realmente como fin la ventaja general. Pero su efecto puede ser dañino si aquellos de los cuales emana, aunque honrados, tienen una concepción falsa o incompleta del ser humano. Ocurre con aquellos que toman sus deseos, sus sueños o sus doctrinas, por el ser humano concreto. Edifican una civilización que, destinada por ellos a los hombres, no conviene en realidad sino a imágenes incompletas o monstruosas del hombre. Los sistemas de gobierno construidos por piezas en el espíritu de los teóricos no son sino castillos en el aire. El hombre al cual se aplican los principios de la Revolución Francesa es tan irreal como aquél que, en las visiones de Marx o de Lenin, construirá la sociedad futura. No debemos olvidar que las leyes de las relaciones humanas son todavía desconocidas. 

La sociología y la economía política no son sino ciencias de conjeturas o pseudo ciencias.
Parece, pues, que el medio en el cual hemos logrado introducirnos gracias a la ciencia, no nos conviene, porque ha sido construido al azar, sin conocimiento suficiente de la naturaleza de los seres humanos y sin consideración hacia ellos.

lunes, 4 de febrero de 2013

El Trabajo ¿Es una necesidad fisiológica?





Por Ricardo Mella

No me propongo hacer ahora detenido estudio de esta cuestión. Limitarme a exponer algunos razonamientos que puedan servir de punto de partida para un más profundo análisis del problema.

A las objeciones de los autoritarios hacen a la practicabilidad de las ideas anarquistas y, sobre todo a la afirmación del trabajo voluntario en una sociedad libremente organizada. Replicase generalmente que, siendo el trabajo necesidad fisiológica para el individuo, todos trabajaran voluntaria y espontáneamente, supuestas las condiciones de igualdad y solidaridad entre los hombres.

La réplica en tales términos hecha contiene una petición de principio: ¿Es el trabajo necesidad fisiológica?

Modo de actividad es el trabajo. El individuo en su estado normal, es necesariamente activo porque el ejercicio, se derivan inmediatamente de órganos y de músculos. Es por tanto el ejercicio necesidad fisiológica a las que nadie puede escapar.

Pero el trabajo no es el ejercicio propiamente dicho, no es el ejercicio en su sentido genérico, sino una determinada y bien definida especie de ejercicio en vista de un fin dado. El trabajo es el ejercicio útil. Útil entiéndase, no sólo para el sujeto que lo ejecuta, sino también para sus semejantes; útil para aquel en lo que afecta a su organismo por la satisfacción de la necesidad de ejercicio, y útil también por lo que atañe a la economía individual y social, a la alimentación, al abrigo, al vestido, etc. Porque el ejercicio, en general, puede carecer de la condición de utilidad fuera del beneficio fisiológico del individuo que lo ejecuta, y en esto precisamente se diferencia del trabajo propiamente dicho. 

Un individuo cualquiera emplea sus energías, su actividad, en la gimnasia, en los ejercicios atléticos, en el deporte hípico o velocipédico, en la caza, etc. Lo hace, al parecer, por recreo y pasatiempo, responde de hecho a necesidades fuertemente sentidas. Para él, pues, es útil este ejercicio pero resulta, bajo el punto de vista social y económico, improductivo para los demás y para sí mismo. En este caso, el sujeto en cuestión hace ejercicio, pero no trabaja.

Otro individuo, por el contrario, aun sin necesidad de ello por su posición en la sociedad, dedica su actividad a la producción de artefactos cualesquiera, o bien cultiva su huerto, al parecer por pasatiempo también, pero respondiendo de hecho a las mismas necesidades del primero. Pues para este segundo sujeto es útil el ejercicio que ejecuta y lo es asimismo para sus semejantes, útil para él fisiológica y económicamente; productivo para él y para los demás hombres. En este caso hay ejercicio y hay trabajo.

Es pues, el trabajo un modo especial de la actividad, como ya queda dicho, es una determinada clase de ejercicio; pero no es toda la actividad ni todo el ejercicio. Se puede hacer ejercicio muscular y mental sin trabajar, en el sentido social y económico de la palabra, y, por consiguiente así mismo satisfacer la necesidad fisiológica del ejercicio mental y corporal sin trabajar.

La conclusión es terminante y precisa. Contestar que era una sociedad libre todo el mundo trabajará porque el trabajo es necesidad fisiológica de la que nadie se puede excusar, equivale a sustituir una incógnita por otra en el problema, dejando la cuestión en pie y conduciendo los razonamientos del común de las gentes a la negación de la posibilidad del trabajo libre.

Cualquiera podrá replicar que muchos satisfarán la incuestionable necesidad de ejercicio en diversiones y pasatiempos inútiles por lo improductivos. En mi opinión, no es la necesidad fisiológica del ejercicio muscular y mental la que hace posible el trabajo voluntario.

Es más bien la necesidad poderosísima de alimentarse, de vestirse, de abrigarse; es la necesidad de «vivir» la que nos induce a trabajar, es decir, la que nos dirige al ejercicio útil, la que nos obliga a emplear nuestra actividad en vista de un fin común por beneficio propio y ajeno.

Sin el acicate de estas necesidades, la actividad humana marcharía sin rumbo y sin objeto positivo en el orden social y económico de la existencia. Tal ocurre a las clases aristocráticas y adineradas.

Prevista de antemano la satisfacción de las necesidades primordiales, malgastan su actividad en juegos y vicios que fomenta la holganza. Pero en una sociedad libre, donde todos los individuos se hallarán en condiciones de igualdad económica, donde las riqueza no fuera el patrimonio de unos cuantos, sino de todos, ¿sería de temer que la mayor parte de los hombres no quisiera trabajar voluntariamente? Yo digo que no, sin necesidad de afirmar que trabajarían porque es necesidad fisiológica el trabajo. Trabajarían voluntariamente, porque tendrían necesidad de comer, de vestir, de leer, de pintar, etc., y los medios de satisfacer todas estas necesidades no les serían dados graciosamente por ninguna providencia de nuevo cuño.

Se me dirá que resulta entonces, en fin de cuentas, que el trabajo es necesario para vivir. Sí, lo es, sin duda alguna; es necesario individual y socialmente, como derivación de las necesidades fundamentales de alimentarse, vestirse, etc. Es, no obstante, una necesidad de segundo orden para el organismo, no sentida mecánicamente; una necesidad de la que el individuo se da cuenta después de una operación analítica provocada por el hecho de la convivencia en sociedad; mientras que las otras necesidades son primarias, son las que nos conducen a la sociabilidad, y, por tanto, al trabajo y a la comunidad.

Por esto mismo, porque la razón positiva del trabajo voluntario y libre descansa en todas las necesidades fisiológicas, psíquicas y mentales, es de todo punto inconveniente argumentar en falso con la afirmación de que el trabajo es necesidad fisiológica cuando, como hemos visto, esta afirmación se reduce al ejercicio muscular y mental que, sin duda, puede ser ejecutado sin provecho para el individuo y para la comunidad, aun cuando al individual organismo acomode y plazca.

La mayor o menor facilidad en resolver un problema depende en gran parte de la forma en que se plantea, de los elementos suministrados para el cálculo. Así, la demostración de la practicabilidad de una doctrina corresponde a la manera más o menos fundada de establecer sus elementos lógicos.

Reducida la cuestión a sus verdaderos y más sencillos términos, es siempre fácil resolverla si la razón y la experiencia abonan la solución propuesta. Tal es en mi concepto, el medio adecuado para demostrar la posibilidad del trabajo voluntario, sin apelaciones a principios no bien fundados.




viernes, 1 de febrero de 2013

Lo que ha resultado de la Civilización Moderna





Por Alexis Carrel

Las profundas modificaciones impuestas a las costumbres de la humanidad por las aplicaciones de la ciencia son recientes. De hecho, nos encontramos todavía en plena revolución. También es difícil saber exactamente el efecto de la sustitución de las condiciones naturales de la vida por este modo de vida artificial de existencia, y lo que este cambio tan marcado del medio ha tenido que obrar sobre los seres civilizados. Es indudable, sin embargo, que ello ha producido algún efecto. Porque todo ser viviente depende estrechamente de su medio y se adapta a las fluctuaciones del mismo por una evolución apropiada. Hace falta, pues, preguntarse de qué manera los hombres han sido influenciados por el modo de vivir, la habitación, el alimento, la educación y las costumbres intelectuales y morales que les ha impuesto la civilización moderna. Para responder a esta tan grave pregunta es preciso examinar con minuciosa atención lo que sucede actualmente en las poblaciones que han sido las primeras en beneficiarse con las aplicaciones de los descubrimientos científicos.

Es evidente que los hombres han acogido con alegría la civilización moderna. Han llegado con rapidez desde los campos a las ciudades y a las fábricas. Se han apresurado a adoptar el modo de vivir y la manera de ser de la nueva era. Han abandonado sin vacilar sus antiguas costumbres, porque esas costumbres exigían un esfuerzo mayor. Es menos fatigoso trabajar en una fábrica o en una oficina que en los campos. Y aún allí, la dureza de la existencia ha sido muy disminuida por las máquinas. Las casas modernas nos aseguran una vida pareja y dulce. Por su confort y su luz, dan a aquellos que las habitan el sentimiento del reposo y de la alegría. Su disposición atenúa también el esfuerzo exigido antes por la vida doméstica. Además de la adquisición del menor esfuerzo y la adquisición del bienestar, los seres humanos han aceptado con alegría la posibilidad de no estar solos nunca, de gozar de las distracciones continuas de la ciudad, de formar parte de las grandes muchedumbres y de no pensar jamás. Han aceptado igualmente ser relevados por una educación puramente intelectual, de la sujeción moral impuesta por la disciplina puritana y por las reglas religiosas. La vida moderna les ha hecho verdaderamente libres. Les ha impulsado a adquirir la riqueza por todos los medios, siempre que estos medios no los conduzcan ante los tribunales. Les ha franqueado todas las comarcas de la tierra y también todas las supersticiones. Les ha permitido la excitación frecuente y la satisfacción fácil de sus apetitos sexuales. Ha suprimido, en fin, la disciplina, el esfuerzo, y con ello, cuanto era desagradable y molesto. Las gentes, sobre todo en las clases inferiores, son materialmente más felices que antes. Muchas, sin embargo, cesan poco a poco de apreciar las distracciones y los placeres banales de la vida moderna. A veces su salud no les permite continuar indefinidamente los excesos alimenticios, alcohólicos y sexuales a los cuales los arrastra la supresión de toda disciplina. Por otra parte se sienten asediados por el temor de perder su empleo, sus economías, su fortuna, sus medios de subsistencia. No pueden satisfacer la necesidad de seguridad que existe en el fondo de cada uno de nosotros. A despecho de la tranquilidad social, permanecen inquietos y a menudo, aquellos que son capaces de reflexionar, se sienten desgraciados.

Es cierto, sin embargo, que la salud ha mejorado. No solamente la mortalidad es menos grande, sino que cada individuo es más bello, más alto y más fuerte. Los niños son hoy día de una talla superior a la de sus padres. La forma de alimentación y los ejercicios físicos han elevado la estatura y aumentado la fuerza muscular.

Ciertamente la duración de la vida de los hombres habituados a los deportes y que llevan la vida moderna, no es superior a la de sus antepasados y acaso sea más corta. Parece ser también que su resistencia a la fatiga no es demasiado grande. Se diría que los individuos arrastrados a los ejercicios naturales y expuestos a la intemperie como lo estaban sus antepasados, eran capaces de más largos y duros esfuerzos que nuestros atletas. Éstos tienen necesidad de dormir mucho, de una buena alimentación y de hábitos regulares. Su sistema nervioso es frágil. Soportan mal la vida de las grandes oficinas, de las grandes ciudades, de los negocios complicados y aun de las dificultades y sufrimientos ordinarios de la vida. Los triunfos de la higiene y de la educación moderna, no son quizá tan ventajosos como parecen a primera vista.

Es preciso preguntarse asimismo, si la enorme disminución de la mortandad durante la infancia y la juventud, no presenta algunos inconvenientes. En efecto, se conservan tanto los débiles como los fuertes. La selección natural no tiene papel alguno. Nadie sabe cual podrá ser el futuro de una raza protegida de tal manera por la ciencia médica. Pero nos enfrentamos además con un problema mucho más grave y que exige una solución inmediata. Al mismo tiempo que las enfermedades como las diarreas infantiles, la tuberculosis, la difteria, la fiebre tifoidea, son eliminadas y la mortalidad disminuye, el número de enfermedades mentales aumenta.

Al margen de la locura, el desequilibrio nervioso acentúa su frecuencia y es uno de los factores más activos de la desdicha de los individuos y de la desgracia de las familias. Quizás este deterioro mental es más peligroso para la civilización que las enfermedades infecciosas de las cuales se han ocupado exclusivamente la medicina y la higiene.

En la civilización moderna, el individuo se caracteriza sobre todo por una gran actividad dirigida principalmente hacia el lado práctico de la vida, por una gran ignorancia, por cierta malicia y por un estado de debilidad mental que le hace sufrir de una manera profunda la influencia del medio en que suele encontrarse. Parece que con la ausencia de envergadura moral, la inteligencia misma se desvanece.

Se diría que la civilización moderna es incapaz de producir una élite dotada a la vez de imaginación, de inteligencia y de valor. En casi todos los países hay una disminución del calibre intelectual en aquellos que llevan consigo la responsabilidad de la dirección de los negocios políticos, económicos y sociales. Las organizaciones financieras, industriales y comerciales han alcanzado gigantescas dimensiones. Han sido influidas, no solamente por las condiciones del país en que han nacido, sino también por el estado de los países vecinos y del mundo entero. En cada nación, las modificaciones sociales se producen con gran rapidez. Casi en todas partes el valor del régimen político está puesto en tela de juicio. Las grandes democracias se encuentran frente a los temibles problemas que interesan su existencia misma y cuya solución es urgente. Y nos damos cuenta de que, a despecho de las inmensas esperanzas que la humanidad había colocado en la civilización moderna, esta civilización no ha sido capaz de desarrollar hombres bastante inteligentes y audaces para dirigirla por el camino peligroso por donde se ha adentrado. Los seres humanos no han crecido en la misma proporción que las instituciones nacidas de su cerebro. Los amos son, sobre todo, la debilidad intelectual y moral, y es su ignorancia la que pone en peligro nuestra civilización.

Es preciso preguntarse, en fin, qué influencias tendrá para el porvenir de la raza el nuevo género de vida. La respuesta de las mujeres a las modificaciones aportadas a las costumbres ancestrales por la civilización moderna, ha sido inmediata y decisiva. La natalidad ha bajado en el acto. Este fenómeno tan importante, ha sido más precoz y más grave en las capas elevadas de la sociedad y en las naciones que, las primeras, se han beneficiado con los progresos engendrados directa o indirectamente con la ciencia. La esterilidad voluntaria de las mujeres no es una cosa nueva en la historia de los pueblos. Se produjo ya en ciertos períodos de las civilizaciones pasadas. Es un síntoma clásico cuyo significado conocemos.

Es evidente, pues, que los cambios operados en nuestro medio por las aplicaciones de la ciencia, han ejercido sobre nosotros efectos notables. Estos efectos tienen un carácter inesperado. Son ciertamente muy distintos de lo que se creyó y de lo que se creía legítimamente poder alcanzar a causa de las mejoras de toda clase efectuadas en la habitación, el género de vida, la alimentación, la educación y la atmósfera intelectual de los seres humanos. ¿Cómo ha podido obtenerse un resultado tan paradojal?

martes, 29 de enero de 2013

Nacionalismo: ¿Revolucionario o Reaccionario?


Miembro Fundador de las Panteras Negras. Entrevista realizada por "The Movement" en 1968



Por Huey P. Newton

Hay dos clases de nacionalismo: nacionalismo revolucionario y nacionalismo reaccionario. El nacionalismo revolucionario está en primer lugar dependiente de una revolución popular cuyo fin último es que el pueblo esté en el poder. Lo que es más, para ser un Nacionalista Revolucionario, por necesidad, hay que ser Socialista. Si se es un nacionalista reaccionario no se es socialista y su fin último es la opresión del pueblo.

El nacionalismo cultural -o "nacionalismo de filete de cerdo", como yo le llamo- es básicamente un problema de tener una perspectiva política equivocada. Parece ser una reacción en lugar de responder a la opresión política. Los nacionalistas culturales se definen por una vuelta a la vieja cultura africana para, de ese modo, ganar su identidad y libertad. En otras palabras, sienten que la cultura africana automaticamente les dará la libertad política. Muchas veces los nacionalistas culturales caen en la línea de los nacionalistas reaccionarios.

Papa Doc, en Haití, es un excelente ejemplo de nacionalismo reaccionario. Oprime al pueblo a la vez que promociona la cultura africana. (...) Simplemente expulsó a los racistas y los reemplazó personalmente convirtiéndose él en opresor. Muchos nacionalistas en este país parecen desear los mismos fines. El Partido de las Panteras Negras, que es un grupo revolucionario de gente negra, es consciente que tenemos que tener una identidad. Tenemos que darnos cuenta de nuestra herencia negra para darnos fuerza en movernos y avanzar. Pero volver a la vieja cultura africana es innecesario y, en muchos aspectos, no supone un avance. Creemos que la cultura por sí misma no nos liberará. Vamos a necesitar esfuerzos mucho más duros.

Un buen ejemplo de Nacionalismo Revolucionario fue la revolución en Argelia cuando Ben Bella llegó al poder. Los franceses fueron expulsados pero fue una revolución popular porque el pueblo terminó en el poder. Los líderes que llegaron al poder no estaban interesados en buscar su propio beneficio explotando al pueblo y mantenerlo en un estado de esclavitud. 

Nacionalizaron la industria y sus beneficios fueron a la comunidad. Eso es de lo que se trata el socialismo en resumidas cuentas. Los representantes popular están al mando estrictamente por el consentimiento del pueblo. La riqueza del país está controlada por el pueblo y es él el consultado sobre cuantas modificaciones en la industria tengan lugar.

El Partido de las Panteras Negras es un grupo nacionalista revolucionario y vemos una gran contradicción entre el capitalismo en este país y nuestros intereses. Nos damos cuenta que este país llegó a ser muy rico durante la esclavitud y la esclavitud es capitalismo extremo. 

Tenemos dos enemigos a luchar: el capitalismo y el racismo.

jueves, 17 de enero de 2013

En Defensa de la Intolerancia





Por Slavoj Zizek

La prensa liberal nos bombardea a diario con la idea de que el mayor peligro de nuestra época es el fundamentalismo intolerante (étnico, religioso, sexista...), y que el único modo de resistir y poder derrotarlo consistiría en asumir una posición multicultural. Pero, ¿es realmente así? ¿Y si la forma habitual en que se manifiesta la tolerancia multicultural no fuese, en última instancia, tan inocente como se nos quiere hacer creer, por cuanto, tácitamente, acepta la despolitización de la economía? Esta forma hegemónica del multiculturalismo se basa en la tesis de que vivimos en un universo post-ideológico, en el que habríamos superado esos viejos conflictos entre izquierda y derecha, que tantos problemas causaron, y en el que las batallas más importantes serían aquellas que se libran por conseguir el reconocimiento de los diversos estilos de vida. Pero, ¿y si este multiculturalismo despolitizado fuese precisamente la ideología del actual capitalismo global? De ahí que crea necesario, en nuestros días, suministrar una buena dosis de intolerancia, aunque sólo sea con el propósito de suscitar esa pasión política que alimenta la discordia. Quizás ha llegado el momento de criticar desde la izquierda esa actitud dominante, ese multiculturalismo, y apostar por la defensa de una renovada politización de la economía.

Un Vistazo a la Crisis






Por el Emboscado


La actual crisis económica y financiera mundial parece responder a un plan perfectamente trazado en el que de manera totalmente premeditada se persigue destruir la economía mundial de forma controlada. Los hechos son una realidad insoslayable a pesar de todas las pseudoexplicaciones de los problemas que nos ofrecen los intelectuales del sistema para ocultar las causas reales que los originaron, y esos hechos son que los hidrocarburos se terminan, que en los últimos años hemos asistido a un crecimiento constante del consumo de energía, que la población ha crecido y que el consumo también, unido a la incorporación de decenas de millones de personas a los estándares de vida occidentales. ¿Pero en qué consiste realmente esta crisis?.

Asistimos a la demolición controlada de la economía mundial, prueba de ello es la quiebra de miles de empresas y los despidos masivos. Esta coyuntura de desempleo elevado repercute en un menor consumo a todos los niveles, pero esta contracción del consumo no se queda ahí. La burbuja financiera ha significado que la deuda privada se haya convertido en pública, que las pérdidas se hayan socializado al no permitir el Estado dejar caer a bancos que eran, a juicio de algunos, demasiado grandes como para que cayeran. La deuda de los Estados ha significado su completa alienación al depender financieramente de los bancos y grandes fondos de inversión que son, junto a los organismos supranacionales (FMI, el Banco Mundial, el Banco Central Europeo, etc.), los que han utilizado la deuda pública para chantajear a los Estados e imponerles medidas de reajuste a través del abaratamiento del despido y de la mano de obra, de las privatizaciones de empresas y servicios públicos, de la subida de impuestos, de los recortes presupuestarios, de la imposición en la legislación constitucional de medidas económicas restrictivas, etc.

¿Cuál es la situación? Que vivimos en un mundo con más de 6.000 millones de personas en el que el consumo crece al mismo tiempo que se agotan los hidrocarburos, y que a medio plazo no habrá suficientes recursos para satisfacer la demanda global. La destrucción de la economía real mediante la gran burbuja financiera que se generó en torno al mercado inmobiliario ha servido para contraer el consumo, tanto en las sociedades occidentales como en los países emergentes. Quebraron bancos que se compraron a precios irrisorios, quebraron empresas compradas por menos que nada, se cortó el crédito a la inversión y con ello se eliminó aún más competencia, se crearon grandes monopolios al mismo tiempo que la riqueza se superconcentraba. No hay dinero para la inversión, pero tampoco para el consumo por efecto de la inflación, los recortes sociales y presupuestarios, como también por el descenso de los sueldos. Es una espiral que tiene su propia dinámica que agrava y profundiza todavía más la situación.

Las elites plutocráticas globales llegaron a una conclusión hace mucho tiempo que quedó reflejada en los informes producidos por el Club de Roma, o mismamente en el memorando Kissinger de los 70: en el mundo capitalista actual sobra mucha población para la cantidad de recursos que existen, por lo que la única forma de mantener este sistema económico en el tiempo es a través de una disminución drástica del consumo y de la población. Resultado final: la exclusión de una inmensa franja de la población mundial que ha quedado relegada a la marginalidad, a no tener acceso al consumo de los bienes y servicios más básicos. Según estas mismas elites únicamente un 20% de la población global es necesaria para mantener el funcionamiento del actual sistema, el 80% es prescindible. La cuestión no está en saber si conseguirán sus objetivos de desembarazarse de ese 80% de la población de forma pacífica, a través de la alienación cultural y del entretenimiento consumista, o a través de la fuerza, sino en saber cómo reaccionará la población frente a una situación que le condena no sólo a la exclusión, sino a la mismísima desaparición física.