Por Alexis Carrel
Las profundas modificaciones
impuestas a las costumbres de la humanidad por las aplicaciones de la ciencia
son recientes. De hecho, nos encontramos todavía en plena revolución. También
es difícil saber exactamente el efecto de la sustitución de las condiciones
naturales de la vida por este modo de vida artificial de existencia, y lo que
este cambio tan marcado del medio ha tenido que obrar sobre los seres
civilizados. Es indudable, sin embargo, que ello ha producido algún efecto.
Porque todo ser viviente depende estrechamente de su medio y se adapta a las
fluctuaciones del mismo por una evolución apropiada. Hace falta, pues,
preguntarse de qué manera los hombres han sido influenciados por el modo de
vivir, la habitación, el alimento, la educación y las costumbres intelectuales y
morales que les ha impuesto la civilización moderna. Para responder a esta tan
grave pregunta es preciso examinar con minuciosa atención lo que sucede
actualmente en las poblaciones que han sido las primeras en beneficiarse con
las aplicaciones de los descubrimientos científicos.
Es evidente que los hombres han
acogido con alegría la civilización moderna. Han llegado con rapidez desde los
campos a las ciudades y a las fábricas. Se han apresurado a adoptar el modo de
vivir y la manera de ser de la nueva era. Han abandonado sin vacilar sus
antiguas costumbres, porque esas costumbres exigían un esfuerzo mayor. Es menos
fatigoso trabajar en una fábrica o en una oficina que en los campos. Y aún
allí, la dureza de la existencia ha sido muy disminuida por las máquinas. Las
casas modernas nos aseguran una vida pareja y dulce. Por su confort y su luz,
dan a aquellos que las habitan el sentimiento del reposo y de la alegría. Su
disposición atenúa también el esfuerzo exigido antes por la vida doméstica.
Además de la adquisición del menor esfuerzo y la adquisición del bienestar, los
seres humanos han aceptado con alegría la posibilidad de no estar solos nunca,
de gozar de las distracciones continuas de la ciudad, de formar parte de las
grandes muchedumbres y de no pensar jamás. Han aceptado igualmente ser
relevados por una educación puramente intelectual, de la sujeción moral
impuesta por la disciplina puritana y por las reglas religiosas. La vida
moderna les ha hecho verdaderamente libres. Les ha impulsado a adquirir la riqueza
por todos los medios, siempre que estos medios no los conduzcan ante los
tribunales. Les ha franqueado todas las comarcas de la tierra y también todas
las supersticiones. Les ha permitido la excitación frecuente y la satisfacción
fácil de sus apetitos sexuales. Ha suprimido, en fin, la disciplina, el
esfuerzo, y con ello, cuanto era desagradable y molesto. Las gentes, sobre todo
en las clases inferiores, son materialmente más felices que antes. Muchas, sin
embargo, cesan poco a poco de apreciar las distracciones y los placeres banales
de la vida moderna. A veces su salud no les permite continuar indefinidamente
los excesos alimenticios, alcohólicos y sexuales a los cuales los arrastra la
supresión de toda disciplina. Por otra parte se sienten asediados por el temor
de perder su empleo, sus economías, su fortuna, sus medios de subsistencia. No
pueden satisfacer la necesidad de seguridad que existe en el fondo de cada uno
de nosotros. A despecho de la tranquilidad social, permanecen inquietos y a
menudo, aquellos que son capaces de reflexionar, se sienten desgraciados.
Es cierto, sin embargo, que la
salud ha mejorado. No solamente la mortalidad es menos grande, sino que cada
individuo es más bello, más alto y más fuerte. Los niños son hoy día de una talla
superior a la de sus padres. La forma de alimentación y los ejercicios físicos
han elevado la estatura y aumentado la fuerza muscular.
Ciertamente la duración de la
vida de los hombres habituados a los deportes y que llevan la vida moderna, no
es superior a la de sus antepasados y acaso sea más corta. Parece ser también
que su resistencia a la fatiga no es demasiado grande. Se diría que los
individuos arrastrados a los ejercicios naturales y expuestos a la intemperie
como lo estaban sus antepasados, eran capaces de más largos y duros esfuerzos
que nuestros atletas. Éstos tienen necesidad de dormir mucho, de una buena
alimentación y de hábitos regulares. Su sistema nervioso es frágil. Soportan
mal la vida de las grandes oficinas, de las grandes ciudades, de los negocios
complicados y aun de las dificultades y sufrimientos ordinarios de la vida. Los
triunfos de la higiene y de la educación moderna, no son quizá tan ventajosos
como parecen a primera vista.
Es preciso preguntarse
asimismo, si la enorme disminución de la mortandad durante la infancia y la
juventud, no presenta algunos inconvenientes. En efecto, se conservan tanto los
débiles como los fuertes. La selección natural no tiene papel alguno. Nadie
sabe cual podrá ser el futuro de una raza protegida de tal manera por la
ciencia médica. Pero nos enfrentamos además con un problema mucho más grave y
que exige una solución inmediata. Al mismo tiempo que las enfermedades como las
diarreas infantiles, la tuberculosis, la difteria, la fiebre tifoidea, son eliminadas
y la mortalidad disminuye, el número de enfermedades mentales aumenta.
Al margen de la locura, el
desequilibrio nervioso acentúa su frecuencia y es uno de los factores más
activos de la desdicha de los individuos y de la desgracia de las familias.
Quizás este deterioro mental es más peligroso para la civilización que las enfermedades
infecciosas de las cuales se han ocupado exclusivamente la medicina y la
higiene.
En la civilización moderna, el
individuo se caracteriza sobre todo por una gran actividad dirigida
principalmente hacia el lado práctico de la vida, por una gran ignorancia, por
cierta malicia y por un estado de debilidad mental que le hace sufrir de una
manera profunda la influencia del medio en que suele encontrarse. Parece que
con la ausencia de envergadura moral, la inteligencia misma se desvanece.
Se diría que la civilización
moderna es incapaz de producir una élite dotada a la vez de imaginación, de
inteligencia y de valor. En casi todos los países hay una disminución del
calibre intelectual en aquellos que llevan consigo la responsabilidad de la
dirección de los negocios políticos, económicos y sociales. Las organizaciones
financieras, industriales y comerciales han alcanzado gigantescas dimensiones.
Han sido influidas, no solamente por las condiciones del país en que han
nacido, sino también por el estado de los países vecinos y del mundo entero. En
cada nación, las modificaciones sociales se producen con gran rapidez. Casi en
todas partes el valor del régimen político está puesto en tela de juicio. Las
grandes democracias se encuentran frente a los temibles problemas que interesan
su existencia misma y cuya solución es urgente. Y nos damos cuenta de que, a
despecho de las inmensas esperanzas que la humanidad había colocado en la
civilización moderna, esta civilización no ha sido capaz de desarrollar hombres
bastante inteligentes y audaces para dirigirla por el camino peligroso por
donde se ha adentrado. Los seres humanos no han crecido en la misma proporción
que las instituciones nacidas de su cerebro. Los amos son, sobre todo, la
debilidad intelectual y moral, y es su ignorancia la que pone en peligro
nuestra civilización.
Es preciso preguntarse, en fin,
qué influencias tendrá para el porvenir de la raza el nuevo género de vida. La
respuesta de las mujeres a las modificaciones aportadas a las costumbres
ancestrales por la civilización moderna, ha sido inmediata y decisiva. La
natalidad ha bajado en el acto. Este fenómeno tan importante, ha sido más
precoz y más grave en las capas elevadas de la sociedad y en las naciones que,
las primeras, se han beneficiado con los progresos engendrados directa o
indirectamente con la ciencia. La esterilidad voluntaria de las mujeres no es
una cosa nueva en la historia de los pueblos. Se produjo ya en ciertos períodos
de las civilizaciones pasadas. Es un síntoma clásico cuyo significado
conocemos.
Es evidente, pues, que los
cambios operados en nuestro medio por las aplicaciones de la ciencia, han
ejercido sobre nosotros efectos notables. Estos efectos tienen un carácter
inesperado. Son ciertamente muy distintos de lo que se creyó y de lo que se
creía legítimamente poder alcanzar a causa de las mejoras de toda clase
efectuadas en la habitación, el género de vida, la alimentación, la educación y
la atmósfera intelectual de los seres humanos. ¿Cómo ha podido obtenerse un
resultado tan paradojal?
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