Por Carl Gustav Jung
Si las tendencias reprimidas de
la sombra no fuesen más que malas, no habría problema alguno. Pero, de
ordinario, la sombra es tan solo mezquina, inadecuada y molesta, y no
absolutamente mala. Asimismo contiene propiedades pueriles o primitivas que en
cierto modo vivificarían y embellecerían la existencia humana; mas choca uno
con las reglas tradicionales.
El público culto -flor y nata
de nuestra civilización actual- hállase un tanto separado de sus raíces y en
vías de perder su conexión con la tierra. En la actualidad son contados los
países civilizados cuyas capas de población inferiores no se encuentran en un
inquieto estado de conflictos de opinión. En muchas naciones europeas este
temple se apodera también de las capas superiores. Tal estado de cosas exhibe,
en escala aumentada, nuestro problema psicológico, pues las colectividades no
son sino acumulaciones de problemas individuales. Una parte se identifica con
el hombre superior, y no puede descender, en tanto la otra, identificada con el
hombre inferior, desea asomar a la superficie.
Tales problemas nunca se
solucionan mediante legislación o artimañas, solo puede resólverselos mediante
un cambio universal de actitud. Y este cambio no se emprende con propaganda o
mitines de masas, o menos aún, con la fuerza. Se incia con la transformación
interior del individuo. Producirá sus efectos en forma de una alteración de sus
inclinaciones y antípatias personales, de su concepción de la vida y de sus
valores, y sólo el acopio de esos cambios individuales traerá la solución
colectiva.
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