Por el Emboscado
“Europa es una vieja zorra que
se ha prostituido en todos los burdeles y ha contraído todas las infecciones
ideológicas (desde las revueltas medievales de las comunas a las de las
monarquías nacionales antiimperiales; del iluminismo al jacobinismo, la
masonería, el judaísmo, el sionismo, el liberalismo y el marxismo). Una puta,
cuyo vientre ha concebido y engendrado la revolución burguesa y la revuelta
proletaria; cuya alma ha sido poseída por la violencia de los comerciantes y la
rebelión de los esclavos.” Giorgio Freda, La
Desintegración del Sistema
Las palabras de Freda hablan
por sí mismas acerca de lo que realmente es y representa Europa, una Europa
hebraizada y dominada por el sionismo internacional con sede oficial en
Washington y Tel-Aviv.
Pero parece mentira que aún
hoy, tras casi 40 años después de esta afirmación, aún exista quien tenga el
coraje de seguir hablando de Europa y proyectos pretendidamente europeístas
cuya base sería un etnicismo bastante rancio de segunda hornada. Sí, es la
consigna identitaria de quienes reformulan las premisas ideológicas del
Nacional-Socialismo pero de una forma bastante chusca y cutre.
Nos referimos a la Europa de
las etnias y las regiones que los autodenominados identitarios promueven, y que
se fundamentaría en la diversidad étnica de Europa.
Resulta bastante chocante que
tras 1945 estas formulaciones se intenten reciclar a través de un nuevo
discurso contra los Estados nacionales, que sin embargo en el Nacional-Socialismo
es mucho más franco y sincero dadas sus bases ideológicas y filosóficas: la
unidad de la raza blanca.
Esta deriva identitaria ha dado
lugar a un discurso etno-nacionalista con el que se quieren reivindicar y
revalorizar ciertas identidades perdidas y relegadas al folklore popular de las
festividades, o peor aún, que han sido encerradas en el baúl de los recuerdos
de los museos históricos. Es un discurso regresivo en la medida en que su
verdadera dimensión y alcance se encuentra en el ámbito estatal, en una
dialéctica de enfrentamiento con el Estado-nación, lo que lo encierra en un
marco provinciano carente de una dimensión más amplia que es el de las “patrias
carnales”.
Además de esto, el discurso
identitario asume en muchos casos el discurso de los nacionalismos periféricos
en un intento por reivindicar la identidad de estos pueblos frente al
jacobinismo, pero sin querer arribar a Estado-nación, lo cual resulta absurdo
porque ello no constituye un proyecto político.
Así, es significativo que al
nuevo etnicismo se le quiera dar un carácter cultural para intentar
distanciarse de sus evidentes orígenes ideológicos que se encuentran en el
Nacional-socialismo, el cual hacía hincapié en la cuestión de la herencia y de
los orígenes comunes (que también se encuentran presentes en el discurso
identitario pero complementados y solapados otros elementos).
Un discurso de estas
características carece de sentido en un mundo globalizado, y en el que es
preciso y conveniente desarrollar una lucha en el plano espiritual, aquella que
ataque a los principios sobre los que se fundamenta la era moderna. No hacer
esto es profundizar aún más el proceso de disolución y decadencia generalizado.
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