miércoles, 6 de febrero de 2013

Ámbito y Planteamiento del Problema dentro de la Economía Occidental





Por Joaquin Bochaca


ÁMBITO

Vamos a ocuparnos de la Economía del organismo llamado Civilización Occidental, es decir, Europa y sus colonias Culturales esparcidas por el mundo, en una palabra: el Mundo Blanco. Decíamos en una ocasión que “es preciso hacer una distinción entre mundo civilizado y mundo incivilizado, subdesarrollado, subcapaz o como quiera llamársele”. Añadíamos que para los subdesarrollados, en las presentes condiciones y para muchos siglos aún, no existía solución para sus problemas económicos, aun contando con recursos fabulosos e inexplotados y con la ayuda, a fondo perdido, que les prestan los Estados Unidos, Europa y las organizaciones mundialistas, y, con miras de influencia política, los países del llamado bloque comunista. Lo razonábamos amparándonos en que la Economía estaba subordinada a la Raza -que podíamos calificar como “las señas de identidad del organismo político”, y concluíamos que “una explotación, industrial o minera, dirigida por ingleses, italianos, alemanes o suecos, tendrá, probablemente, éxito, mientras que la misma explotación, dirigida por bantúes, mambaras o  nepaleses será un fracaso total”.

Agravábamos nuestro caso, y consideramos un deber reiterarlo aquí y ahora, al afirmar que el espectáculo de un paria muriéndose de hambre ante una vaca sagrada o de otro indio cualquiera tumbado en un suelo feraz que no se cultiva para no arañar a la Madre Tierra y que los dioses no entren en cólera, nos deja completamente indiferentes.

La razón de tal indiferencia es doble: en primer lugar, porque participamos de la anticuada creencia de que antes de solucionar los problemas de los demás, hay que solucionar los propios, máxime cuando los pueblos de color no desperdician oportunidad para recordarnos que ahora son “independientes”  y para achacarnos la culpa de todas sus miserias; en segundo lugar, porque la felicidad no puede exportarse. La felicidad, es decir, la propia realización es algo absolutamente personal, tanto a nivel del ser humano como al de una Cultura Superior. Lo que satisface plenamente a un europeo, puede dejar insatisfecho a un japonés, y recíprocamente. Y ya escogemos como ejemplo al extranjero que más cerca se halla, salvando distancias y niveles, del Occidental. Hemos visto, en Africa del Sur, a cafres con pendientes en las narices, pilotando rutilantes “Mercedes”, vistiendo impecables trajes europeos, y descalzos. Dichos cafres habitan en chozas idénticas a las que pueden verse junto al Aeropuerto de Kinshasa (la antigua Leopoldville), que a su vez deben ser iguales a las que construían sus antepasados mil años ha.

Allí donde el blanco impuso, en la época colonial, iglesias, hospitales y carreteras, vuelven rápidamente los hechiceros, los magos y los senderos de cabra. La higiene es consustancial con el europeo: bastante menos con el asiático; a los árabes se les deben imponer, bajo severísimo precepto religioso, las abluciones, y en los barrios y ciudades negras de todo el mundo, bajo climas y circunstancias diversos, desde Johannesburgo hasta Nueva York, y desde Nairobi hasta King's Cross (Sydney, Australia) la suciedad es proverbial, sin que en ello influya para nada la supuesta -y desde luego falsa- pobreza del negro. Finalmente, en vez de tantas estadísticas de niños de color que no pueden comer tanto como quisieran, acompañadas de fotografías esperpénticas y desgarradoras que buscan provocar la dirigida compasión del ingenuo ario, convendría que se nos facilitara un estudio, frío y objetivo, acerca de qué han hecho los pueblos mendigos desde que “obtuvieron” -vamos a decirlo así- su sagrada independencia. Porque nada encontramos más grotesco ni más cínico que esas campañas para aliviar el hambre en la India, mientras el Gobierno de ese país anuncia a bombo y platillo, en la prensa mundial, que ya cuenta con la bomba atómica. Y las plañideras contables del Kremlin, de los innumerables partidos socialistas y de las diversas religiones positivas, que tanto se preocupan de calcular cuántos hospitales podrían construirse en Africa Negra y cuántos amarillos podrían comer durante seis meses con el dinero que costó uno sólo de los proyectos espaciales, desaprovechan tan excelente ocasión para ilustrar al pacífico Gobierno Indio sobre la cantidad de parias que podrían alimentarse opíparamente con el dinero que les costó su flamante bomba atómica.


PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

En el ámbito de nuestra Economía Occidental, la presente crisis se resume en los siguientes puntos:

a).- En el mundo civilizado hay suficientes materias primas, mano de obra especializada, peonaje y conocimientos científicos suficientes para satisfacer abundantemente las necesidades de sus habitantes.

b).- La pobreza y la escasez existen porque la gente no tiene bastante dinero para comprar los bienes producidos por la industria y la agricultura modernas a un precio atrayente para los productores.

c).- Cuando a uno le falta algo de cualquier cosa, el más obvio remedio consiste en crearlo, y no supone ninguna dificultad física crear más dinero.

d).- La inflación, consistente en que haya más dinero que mercancías, es, evidentemente, una calamidad, pero el aumento paulatino de dinero y mercancías de manera que el poder adquisitivo de aquél se mantenga al mismo nivel que la producción y los precios permanezcan estables no tiene nada que ver con la inflación y es, a fin de cuentas, lo que necesitamos.

e).- La maquinaria y el uso de los recursos de la Naturaleza limitan, cada vez más, la necesidad del trabajo humano, mientras que incrementan la producción de riquezas, en bienes y servicios. Por consiguiente, las personas desplazadas del trabajo remunerado por la maquinaria deben recibir el suficiente dinero para poder comprar lo producido por las máquinas que les han desplazado de su trabajo. Este dinero, claro es, no debe ser extraído del bolsillo de otras personas, aunque se haga por el invisible medio de los impuestos, pues entonces lo único que haremos será robar a unos para pagar a otros y nuestra sociedad está ya suficientemente desarrollada para no tener necesidad de jugar a Dick Turpin; no debemos permitir que los parados sean una carga para los que trabajan ni tampoco considerar que las máquinas son una maldición cuando debieran ser, al contrario, la bendición de la Humanidad al liberarla de muchas horas de trabajo y permitir a los hombres dedicar esas horas a actividades culturales o al tiempo libre creativo, en jardinería, deportes, excursionismo, estudio, etc.

Y esto es todo. Este es el problema. That is the question. Y si queremos solucionar el problema planteado en los cinco precedentes puntos, que resumen el Ser o No Ser de la Economía Occidental, debemos preguntarnos, con Shakespeare, qué es mejor para el espíritu: ¿sufrir los flechazos de la insultante fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y vencerlas? Porque el célebre monólogo hamletiano se aplica a la presente situación Occidental, en el plano político que, por definición, es total, luego también económico. ¿Qué debemos hacer? ¿Aceptar la explicación de los economistas clásicos que pretenden que los ciclos de prosperidad y miseria deben sucederse los unos a los otros en virtud de una misteriosa ley económica? O bien, mejor, ¿tomar las armas del sentido común para enfrentarse al piélago de calamidades económicas que nos depara el Gran Parásito, y vencerlas? Formular así el dilema equivale a resolverlo. Tomemos, pues, las armas del sentido común y hagámosle frente.

Casi todos se imaginan que para comprender nuestro sistema monetario es preciso poseer un cerebro superdotado y un don especial para las matemáticas.

Nada más alejado de la verdad; es la ingeniería, no la finanza, quien requiere el dominio de las Altas Matemáticas: para comprender el funcionamiento de la moderna finanza lo único que se precisa es enfocar el problema sin prejuicios; ver las cosas cómo son, y no cómo nos dicen que debieran ser; usar lo que los ingleses llaman “common sense” y los franceses “bon sens” y que podríamos traducir, aproximadamente, al castellano, por sentido común, y emplear el viejo, pero siempre actual, sistema filosófico de la escuela tomista, la “reducción al absurdo”, que consiste en rechazar toda conclusión, por lógicas que pudieran parecer sus premisas, si tal conclusión conduce a un absurdo, como lo es, por ejemplo, que el todo sea menor que sus partes, que, al mismo tiempo, dos sólidos puedan ocupar el mismo espacio... o que, como pretenden los augures de la moderna economía, lo que debe hacerse para proteger a la Agricultura es quemar sus cosechas.

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