Por Pedro Godoy
La Historia Patria,
frecuentemente, se explica en aula sobre la base de confrontaciones bélicas. No
obstante, sabemos que un país se construye en la paz, día a día, a través de un
proceso. Entonces resulta una distorsión que su trayectoria se enseñe señalando
sólo sucesos que son “hechos de armas”. Tal rutina se refuerza con el programa
de efemérides escolares destinado –de modo habitual- a resaltar episodios de
conflicto. La docencia gira en torno a tres “centros de interés”. Uno, la
guerra de Arauco. El otro, la guerra de la Independencia. El tercero, la guerra
del Pacífico. En cada uno la objetividad está ausente. El maniqueísmo se impone
de “pe a pa”. En el primer escenario el “bien” lo representan los mapuches
(valor “coraje”). El “mal” los conquistadores (disvalor “codicia”). En el
segundo, los patriotas son quienes lideran el progresismo liberal y los
realistas, el fanatismo obscurantista. Algo así como el choque entre el
luminoso Renacimiento y la tenebrosa Edad Media. En el último, los chilenos son
héroes invictos. Villanos y cobardes los peruanos y bolivianos.
Existen otros dos “centros de
interés” de naturaleza secundaria, pero igualmente perniciosos. Uno, al
finalizar el siglo XIX el denominado “Pacificación de la Araucanía”. Allí se
produce un viraje. Ahora los mapuches representan la barbarie y constituyen una
rémora. Los “buenos”, en cambio, son los chilenos que, como filántropos,
imponen la civilización a la patria araucana. Así se legitima un brutal
etnocidio que, en la imaginería popular, se atribuye a España. El otro es la
usurpación de la Patagonia por Argentina. Se internaliza –a horcajadas de tal
tema- la odiosidad a la patria de José de San Martín y Domingo F. Sarmiento.
Sus habitantes serían fanfarrones y expansionistas y nuestra diplomacia blanda
y torpe por aceptar siempre el arbitraje y la mediación en pleitos limítrofes.
Resulta curioso que –al otro lado de la cordillera- son idénticas las
imputaciones, los recelos y las contraimágenes empleadas para enseñar, en aula,
la misma supuesta mutilación. Ello exige el montaje –aprovechando la UNASUR o
el MERCOSUR- de una especie de mini UNESCO conosureña que proponga un nuevo
texto escolar de Historia de Iberoamérica.
Al finalizar el siglo XX y al
borde de III milenio es un anacronismo una docencia “en blanco y negro” de
nuestra Historia. El aula no debe continuar promoviendo altanerías y rencores.
Es inaceptable que cada alumno, por la lección del educador o lo anotado en
vetusto texto, comulgue con cinco fobias. Póngase punto final a tal circuito de
supercherías insistiendo en lo siguiente: los conquistadores constituyen el
patriciado del país. Merecen homenaje equivalente al que enaltece a los
mapuches. Separatistas y monárquicos protagonizan la guerra civil entre
liberalismo y absolutismo que desgarra al Imperio, aquel sobre el cual “no se
ponía el sol”. Chilenos, peruanos, bolivianos y argentinos integran una nación
que comparte el mismo horizonte y tendrá –para sacudirse del atraso y la
dependencia- que afrontar el desafío de mancomunarse. Lo amerindio constituye
uno de los dos componentes fundacionales. Negarlo es ignorancia. Juzgarlo un
lastre, usando la expresión “indio” como estigma, encubre racismo... Una
genuina reforma educativa debe empujar el enjuiciamiento de este circuito de
estereotipos. Así podrá superarse nuestra crisis de identidad. Esa anomalía
abre las puertas a devastadora globalización que beneficia a los imperialismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario