Por Hans Cany
Desde hace ya algunos años,
existe una pequeña pero crecientemente influyente minoría en los medios
libertarios contemporáneos que se desarrolla a partir de unas pases juzgadas
como “heréticas” por la mayoría. Esta minoría, cuya voz es cada día mas fuerte
a pesar de los poderes, anarquistas y no anarquistas, interesados en
silenciarla, apoya abiertamente las lucha de los pueblos por la soberanía, de
los grupos étnicos, de las naciones e individuos, asignando a estas luchas un
fuerte potencial como factores determinantes para la construcción de una
sociedad más justa y liberada de la opresión capitalista.
Esta tendencia
“identitaria”, se caracteriza por una determinada “conciencia nacional”
en el seno de movimientos tradicionalmente conocidos como apátridas e
internacionalistas, se constituye como un movimiento contestatario a la marcha
forzada del mundo hacia un monocultivo global, una homogeneización,
uniformización, de la humanidad animada por los intereses del Gran Capital
Internacional, pero también y sobre todo como una manifestación de la
resistencia del pueblo a la autoridad oficial con el fin de preservar y hacer
valer sus propios particularismos culturales y vitales. Tal es nuestra posición
y creemos que ésta debería ser compartida por todos aquellos que posean ideales
con una voluntad emancipadora, sea cual sea su tendencia.
Existe un gran número de anarquistas “ortodoxos” y de gente de “la izquierda” o
de extrema-izquierda, que repudian este enfoque, no dudando en denunciarlo como
una forma derivada del “anarco-nacionalismo”. Se cierran en la idea preconcebida
de que unos entusiasmos étnicos o nacionales de este tipo serían “básicamente
conservadores e inevitablemente opresivos”, y que favorecerían sistemáticamente
el desarrollo del racismo y el chauvinismo.
Estas dos posiciones friccionantes y aparentemente irreconciliables destacan en
dos aspectos importantes de esta problemática, y su consideración permite
definir las bases de una marcha que debe ser seguida para una mayor comprensión
mutua o, incluso, para llegar a puntos de labor común.
En primer lugar, por muchos argumentos que pueden oponer los defensores
de la tendencia “dominante” a sus disidentes “minoritarios”, serán
siempre los segundos y no los primeros los que permanecen fieles a la
tradición libertaria más clásica. Una gran figura de esta tradición, el
revolucionario ruso Michael Bakunnin, condenaba inequívocamente al
“liberalismo” egoísta y destructivo que implican cada vez más los enfoques del
anarquismo “mayoritario” actual, y se complacía en repetir, no sin razón, que
el hombre es el animal más individualista y a la vez mas social de la
Naturaleza. Bakunnin reconocía que esta parte social del ser
humano, se expresaba a través de dinámicas comunitarias de las tribus, de los
clanes, de las culturas y de las naciones. Cada una de estas dinámicas
comunitarias constituye un fenómeno único, no repetido en la historia y que
aporta una contribución particular a la Humanidad.
Estas ideas también fueron
claramente expuestas por otra gran figura del socialismo libertario, Gustav
Landauer, alemán de origen judío nacido en 1870 e inspirador del sistema de
“consejos de trabajadores” (o soviets). Fue asesinado en 1919 por los esbirros
de la reacción, constituida por los cuerpos francos (Freikorps).
Gustav Landauer proclamó:
“Las
difrencias nacionales son factores de primera importancia en las realizaciones
que deben llevarse a cabo en la humanidad para aquellos que saben distinguir
entre la abominable violencia oficial del hecho vigoroso, bello y pacífico de
la Nación”.
Como “nación”, del mismo
modo que Bakunnin, Landauer entendía una entidad cultural, y no a una
entidad política. Y también como Bakunnin, se situaba a favor de la soberanía
de los pueblos dentro de un contexto libertario y antiimperialista.
Louis-Auguste Blanqui, miembro de la Comuna de París y figura obstinada
en las revoluciones de 1830 y de 1848, padre de la famosa sentencia de “Ni Dieu
Ni Maître” (ni dios ni patria) tan significativa para todos los anarquistas,
creía también en una conciencia nacional marcada. También fue el caso del
teórico P.J. Proudhon, del socialismo libertario.
Del mismo modo, la
insurrección anarquista de los partidarios de Néstor Makhno en Ucrania
(1918-21) revestía un innegable factor de lucha de liberación nacional, y también
un marcadísimo sentimiento de la misma índole. Esa confusión tan
actual y nada inocente que pretende asimilar al término Nación en el concepto
de “Estado-Nación”, debe denunciarse de ahora en adelante. No debe continuar
siendo atendida.
Por supuesto, en la actualidad
no es necesario dedicar un culto idólatra a Bakunnin, Landauer, Blanqui,
Proudhon o Makhno, los desafíos de que ellos enfrentaron son distintos a los de
nuestros tiempos, pero sería bueno tener en cuenta las ideas defendidas
por estos grandes hombres del anarquismo. Sobre todo ahora, que bajo la
influencia de unos prejuicios propios del orden actual, de sus
intereses, algunos “anarquistas” de la tendencia dominante pretenden
relegar este tipo de discurso a los cubos de basura de la Historia, un poco de
reciclaje puede ser una importante labor higiénica.
En el futuro, cada vez más
libertarios y contestatarios de todas las clases terminarán por reconocer en su
justa medida la inevitable interdependencia que existe entre el individuo y las
unidades orgánicas que constituyen el marcho en el que se desarrolla su vida:
los vegetales, los animales, y la biosfera entera. Admitimos que estas
unidades, constituyendo cada una de las comunidades, tienen no
solamente que tienen el derecho innegable a existir sino que también que
son estructuras imprescindibles en su gran diversidad. Y si esto
es así, ¿qué las diferencia de las comunidades naturales de los seres humanos?
...
Los libertarios que rechazan
los conceptos de identidad y de soberanía popular, y que se niegan a
preocuparse por la supervivencia de culturas y etnias, no se basan en ninguna
fuente del anarquismo “ortodoxo”, sino en necesidades e intereses de nuestro
tiempo; y no siendo anarquistas, deberían ser considerados más bien, en base a
sus objetivos y sus actos como sociogenocidas (“socio-genocidaires”).
Dicho esto, reconozcámoslo, la tendencia mayoritaria de los anarquistas
“apátridas” a menudo ha tenido razón al destacar algunos aspectos
potencialmente negativos del sentimiento étnico, racial y nacional. En efecto,
¿cómo evitar que este sentimiento degenere en conservadurismo social, o peor, a
la aparición de reacciones violentas o incluso a la aplicación de medidas
racialistas criminales promovidas por su paroxismo?
¿Cuáles son los medios que permitirían trabajar para concebir un sistema que
permita la coexistencia pacífica entre distintas nacionalidades, cada una
beneficiándose de su propia autonomía, cada una cultivando su propia identidad
y todas enriqueciendo con su aporte a la diversidad y la riqueza de la
Humanidad? – o – ¿Qué nacionalismos son legítimos y qué nacionalismos no lo
son? – Pero también – ¿quién puede decidir algo así?
El nacionalismo Boer en Sudáfrica, por ejemplo, es una secuela manifiesta del
colonialismo blanco y el Apartheid, y no una expresión de diversidad indígena.
La misma cosa se puede ser dicha de los lealistas ingleses del norte de
Irlanda, así como del Sionismo israelí, clara expresión vengativa del
nacionalismo judío de fundamento religioso y racista. Pero todos estos son
casos de nacionalismos falsos y explotadores o de estados multiétnicos,
en los que una Nación niega a otra.
Es allí donde se sitúan los
verdaderos problemas, y las cuestiones que conviene plantearse en adelante. El
fanatismo chauvinista que reina, entre otras cosas, en la antigua Yugoslavia y
en algunas regiones de lo que fue la URRS, son un testimonio dramático de las
desastrosas consecuencias que puede conllevar la imposición autoritaria de un
Estado multiétnico en el que se obliga a comunidades distintas a cohabitar.
Estas cuestiones ilustran también, por fuerza, lo que mucha gente de izquierda
o de sensibilidades libertarias, denuncian en lo que llaman – a tientas – el
“verdadero” nacionalismo, cuyas devastaciones observan con inquietud. Esta
gente, de cuya sinceridad y buenos sentimientos no se puede dudar, permanece en
realidad atrapada en unos prejuicios fuertemente inculcados desde los que creen
que todo ideal nacionalista es indisociable del concepto de “Estado-Nación”,
fundado sobre las bases del centralismo autoritario y de las relaciones de
dominación.
Esta visión reduccionista de las cosas se ha impuesto en los
espíritus de muchas personas como un verdadero tópico que, aun cuando se basara
en hechos reales, lo centra todo en una imagen simplista de unas
clases dirigentes explotando las pasiones éticas y nacionalistas para
mantenerse en el poder. Pero si se profundiza un poco, esta visión muestra
todas las generalizaciones arbitrarias típicas en los fallos de interpretación.
No es la conciencia étnica o
nacional en si misma lo que es fuente de conflictos entre pueblos, sino los que
a veces pretenden desviarla e instrumentalizarla para su beneficio
personal. No, no es la conciencia identitaria lo que oprime al pueblo, lo que destruye
la libertad, lo que crea violencia, lo que enajena y niega al individuo, pero
en cambio sí que hacen todo eso los gobiernos, las clases dirigentes, los
partidos políticos del Sistema, las religiones represivas y universalistas, el
espíritu de la jerarquía, la plutocracia y las desigualdades sociales basadas
en factores exclusivamente materiales. En aquellos que unen su visión a la de
Bakunin, Landauer, Blanqui, Proudhon y Makhno, los que apoyan a los pueblos del
mundo, los que luchan en nombre de un nacionalismo de liberación, en todos
aquellos que hoy se identifican como Nacional-Anarquistas o anarcoidentitarios,
no existe ninguna relación con los “cripto-fascistas” o con los “nazis” como
pretenden encasillarnos según qué individuos con unos modos de terrorismo
intelectual digno de los peores regímenes totalitarios. ¿Y en nombre de qué se
atreven a calificar algo de “anarquista de derechas”, cuando esa
definición se debe precisamente a que viven completamente inmersos en los
prejuicios del sistema capitalista y pseudodemocrático actual?
Los Nacional-Anarquistas no son nada de todo eso que pretenden según quienes.
Para comenzar no se sitúan ni a la izquierda ni a la derecha del Sistema,
porque están fuera y en frente de él. Los anarcoidentitarios simplemente
quieren incitar al pueblo, a los grupos afines y a los individuos para que se
liberen de las instituciones opresivas y degradantes, con el fin de permitirles
ir hacia la Unidad en la Diversidad. Y aquí volvemos a esto que Landauer
designó como el principio de AUTODETERMINACIÓN. Allí se sitúa la clave del
problema: Nada de “pequeño nacionalismo” oficial y centralizador, pero la
autodeterminación nacional, la total libertad para los colectivos nacionales y
las agrupaciones voluntarias de individuos para poder administrar ellos mismos
sus propias vidas, en la medida que ese ejercicio de libertad no pise la de los
demás.
La autodeterminación, del mismo
modo que la autogestión, es la la esencia del ideal libertario, de una vida
ajena a toda forma de tutela coercitiva. Es el núcleo del concepto de Libertad
en el anarquismo, y la Libertad, como ya dijo Bakunnin, es indivisible: debe
aplicarse a todos sin excepción, sin un solo fraude, sin ninguna máscara de
privilegios, porque esto significaría el germen de una nueva tiranía. Nadie
debe ser obligado a definirse o a formar parte integrante de cualquier
grupo étnico, nacional o cultural. Esta elección debe pertenecer al individuo y
solo a él.
¿ABOLICION DE LAS FRONTERAS?
La cuestión de las fronteras entre distintos territorios, lleva también a
debates apasionados. Obviamente, las fronteras políticas de los actuales
Estados-Nación, que no tienen en cuenta las realidades históricas,
lingüísticas, culturales y regionales, no son únicamente arbitrarias, sino
sobre todo aberrantes y de todo inaceptables. Pero si vamos a pedir la
opinión a los indios de América, a los pueblos africanos o a los palestinos qué
es lo que piensan de vivir en la completa ausencia de fronteras reconocidas,
nos daremos cuenta de lo ilusas que son algunas actitudes.
Algunas personas piensan que la supresión de las fronteras, abriendo las
puertas de los países industrializados a una inmigración en masa de las
poblaciones pobres, constituiría el remedio a todas las ya viejas injusticias.
Además de su carácter ciertamente irresponsable, esta idea, por generosa que
pueda parecer a primera vista, no tiene en cuenta un hecho del todo evidente:
los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos de los países
del Tercer Mundo no se solucionarían con una fuga en masa de sus nacionales
hacia los países “ricos”, sino al contrario. Para los países de recepción, el
impacto en la Ecología, así como en sus sociedades, de un flujo migratorio de
tamaña envergadura sería catastrófico. Y eso sin contar los desequilibrios
etno-demográficos que generaría. En cualquier caso, sean cuales sean las
políticas de inmigración que se tomen, Occidente tendrá tarde o temprano que
enfrentar las consecuencias de su constante explotación de las naciones de
África, Asia y América Latina.
La verdadera solución a las
miserables condiciones que sufren los pueblos de estos tres continentes reside,
como para cualquier otro pueblo, en una verdadera revolución social
emancipadora, en su liberación de los yugos oscurantistas y teocráticos que los
oprimen y en la conservación de sus particularismos etnoculturales más
enriquecedores para ellos y para la Humanidad en su conjunto. La supresión de
las fronteras es un tema actualmente muy extendido en la propaganda de los
movimientos “radicales” de corte libertario o de extrema-izquierda. Con todo,
este concepto implica evoluciones racistas, imperialismos y daños ecológicos
devastadores que no suelen ser tomados en cuenta. Curiosamente, los
neoliberales del Capital, tienden también a negar las fronteras y a fomentar la
homogeneización de las identidades.
De fronteras se han creado
muchas en el pasado y han acabado cayendo, otras se crearán en el futuro y volverán
a caer y así en lo sucesivo. Y los pueblos de las distintas
regiones del Mundo seguirán sufriendo cambios más o menos acentuados a lo largo
de su existencia. Tales son los imperativos de la Historia. Todos los
libertarios comparten el internacionalismo, anti oficial por
supuesto, incluso por los Nacional-Anarquistas, para los que
solidaridad internacional es una palabra apreciada. Los problemas que implica
el mantenimiento de las fronteras actuales son evidentemente escandalosos para
un pueblo sin soberanía reconocida como el de los vascos, los bretones, los
corsos, los kurdos, cuyas tierras han sido expoliadas, ignoradas por líneas
trazadas sobre un mapa; o también para los afroamericanos, que tienden cada vez
más a constituirse en una nación separada del poder federal.
Los gobiernos y los estados no
deben interponerse en el camino hacia la autodeterminación de pueblos o
individuos. Y no deben existir fronteras que limiten la solidaridad, la ayuda
mutua y la cooperación voluntaria. Así pues, la causa internacionalista, sobre
este compromiso, debe ser aplicado en el sentido más franco y equitativo:
“nada de fronteras”, pero diciendo que no debe haber fronteras impuestas contra
la voluntad de los grupos humanos sin soberanía.
Por el rechazo de toda lógica
genocida o asimilasionista, conviene luchar por el etnopluralismo, por la
diversidad de las culturas, lenguas y tipos raciales, por ser cada uno de ellos
fundamento de la riqueza de la Humanidad. Por la solidaridad con los pueblos en
lucha contra el imperialismo en el mundo, con viene optar por un
internacionalismo sincero que, en vez de negar y rechazar las diferencias, las
reconozca y las defienda.