miércoles, 10 de julio de 2013

Una aproximación al Pensamiento Eudemonológico




Por Velsungeland


En primera instancia, pudiésemos entender la voz eudemonología como el arte de hacer la vida lo más agradable y feliz posible, o entenderla como un eufemismo, entenderse entonces como un vivir menos desgraciado. Para Schopenhauer, como regla suprema de toda sabiduría de la vida es no el placer, sino la ausencia del dolor es lo que persigue el eudemonólogo. La vida no es para que se disfrute de ella, sino para que se desentienda uno de ella lo antes posible, así, el hombre más feliz es el que pasa la vida sin grandes dolores.

El filisteo, el necio, corre tras los placeres de la vida y encuentra una decepción; el sabio evita los males. Para el bienestar del individuo y hasta para toda su manera de ser, lo principal es lo que se encuentra o se produce en él, aquí reside su bienestar y su malestar; bajo esta forma se manifiesta primero el resultado de su sensibilidad, de su voluntad y de su pensamiento. Las cosas exteriores no ejercen influencia alguna sobre él, sino en cuanto que determinan estos fenómenos interiores.

El mundo es siempre solo un estado de ánimo, una representación, el mundo en que vive cada uno, depende de la manera de concebirlo, la cual difiere en cada filisteo. Por ende, un temperamento jovial y tranquilo, nacido de una salud perfecta; una razón lúcida, viva, penetrante y exacta; una voluntad moderada y dulce; y como resultado, una buena conciencia, son ventajas que ninguna categoría, ninguna riqueza puede reemplazar. Lo que un hombre es en soledad, es más esencial para él que lo que puede ser a los ojos de los demás.

La condición primera y más esencial para la felicidad de la vida es que existimos. Por lo cual, el Hombre ante Schopenhauer es menos susceptible de ser modificado por el mundo exterior de lo que generalmente se supone; sólo el tiempo omnipotente ejerce aquí su poder, las facultades físicas e intelectuales sucumben insensiblemente bajo sus ataques.

Lo que uno es contribuye más a la felicidad que lo que uno tiene o lo que uno representa; su individualidad le acompaña en todo tiempo y en todo lugar y tiñe con su matiz todos los acontecimientos de su vida. Pero lo que más que nada contribuye directamente a nuestra felicidad, es un humor jovial, porque esta buena cualidad encuentra inmediatamente su recompensa en sí misma. El que es alegre posee siempre motivos para serlo.


Por tanto, y para señalar uno de los motivos por los cuales mis errantes welsungos no se dejan observar es que en un grado superior del mal, no se necesita siquiera motivo; la sola permanencia del mal basta para determinarlo. Más, la actividad incesante de los pensamientos, su ejercicio siempre renovado en presencia de las manifestaciones diversas del mundo interior y exterior, pone al espíritu eminente fuera del alcance del tedio. Y a la vista de las hadas.

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