Por Velsungeland
En primera instancia,
pudiésemos entender la voz eudemonología como el arte de hacer la vida lo más
agradable y feliz posible, o entenderla como un eufemismo, entenderse entonces
como un vivir menos desgraciado. Para Schopenhauer, como regla suprema de toda
sabiduría de la vida es no el placer, sino la ausencia del dolor es lo que
persigue el eudemonólogo. La vida no es para que se disfrute de ella, sino para
que se desentienda uno de ella lo antes posible, así, el hombre más feliz es el
que pasa la vida sin grandes dolores.
El filisteo, el necio, corre
tras los placeres de la vida y encuentra una decepción; el sabio evita los
males. Para el bienestar del individuo y hasta para toda su manera de ser, lo
principal es lo que se encuentra o se produce en él, aquí reside su bienestar y
su malestar; bajo esta forma se manifiesta primero el resultado de su
sensibilidad, de su voluntad y de su pensamiento. Las cosas exteriores no
ejercen influencia alguna sobre él, sino en cuanto que determinan estos
fenómenos interiores.
El mundo es siempre solo un
estado de ánimo, una representación, el mundo en que vive cada uno, depende de
la manera de concebirlo, la cual difiere en cada filisteo. Por ende, un
temperamento jovial y tranquilo, nacido de una salud perfecta; una razón
lúcida, viva, penetrante y exacta; una voluntad moderada y dulce; y como
resultado, una buena conciencia, son ventajas que ninguna categoría, ninguna
riqueza puede reemplazar. Lo que un hombre es en soledad, es más esencial para
él que lo que puede ser a los ojos de los demás.
La condición primera y más
esencial para la felicidad de la vida es que existimos. Por lo cual, el Hombre
ante Schopenhauer es menos susceptible de ser modificado por el mundo exterior
de lo que generalmente se supone; sólo el tiempo omnipotente ejerce aquí su
poder, las facultades físicas e intelectuales sucumben insensiblemente bajo sus
ataques.
Lo que uno es contribuye más
a la felicidad que lo que uno tiene o lo que uno representa; su individualidad
le acompaña en todo tiempo y en todo lugar y tiñe con su matiz todos los
acontecimientos de su vida. Pero lo que más que nada contribuye directamente a
nuestra felicidad, es un humor jovial, porque esta buena cualidad encuentra
inmediatamente su recompensa en sí misma. El que es alegre posee siempre
motivos para serlo.
Por tanto, y para señalar
uno de los motivos por los cuales mis errantes welsungos no se dejan observar
es que en un grado superior del mal, no se necesita siquiera motivo; la sola
permanencia del mal basta para determinarlo. Más, la actividad incesante de los
pensamientos, su ejercicio siempre renovado en presencia de las manifestaciones
diversas del mundo interior y exterior, pone al espíritu eminente fuera del
alcance del tedio. Y a la vista de las hadas.
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