Por el Emboscado
La salud del teniente coronel
Hugo Chávez ha generado mucha expectación durante las últimas semanas debido a
su reciente hospitalización a raíz de su grave estado de salud. Estas
circunstancias y la incertidumbre por ellas creadas han originado en el ámbito
mediático, y particularmente en ambientes “radicales”, un debate acerca del
carácter anticapitalista del régimen bolivariano establecido por Chávez en
Venezuela. Nada más lejos de la realidad.
A lo largo de la historia,
salvo en muy contadas ocasiones, las diferentes revoluciones políticas han
tenido como resultado una mayor concentración del poder en manos del Estado, y
con ello su reforzamiento y extensión. La revolución inglesa dio lugar a una
virulenta dictadura militar bajo el caudillaje de Oliver Cromwell. Lo mismo
cabe decir de la revolución francesa que significó la militarización del
conjunto de la sociedad hasta el establecimiento del régimen imperialista y
militarista de Napoleón. A esta lista también habría que añadir a la revolución
rusa que significó un agrandamiento sin precedentes del aparato estatal ruso, y
que culminó con un militarismo desenfrenado del que su máximo exponente fue
Stalin. En este sentido la revolución bolivariana comandada por Hugo Chávez no
ha sido una excepción.
El poder no sólo se ejerce a
través de la coacción, también es necesario cierto grado de consentimiento
entre la población que facilite su obediencia. Por esta razón el poder se
convierte en un aliado de las clases populares en tanto en cuanto logra
presentarse como un gran benefactor, pues al asumir un creciente número de
funciones con las que provee de cierto grado de utilidad social logra
granjearse la adhesión popular. Como consecuencia de esto el poder adquiere una
dimensión todavía mayor al basar su legitimidad en la realización del bien del
conjunto de la sociedad. De esta forma el Estado es presentado por los
intelectuales de servicio como un justiciero que redime al pueblo de sus
opresores a los que el discurso izquierdista identifica exclusivamente con el
capitalismo de las empresas multinacionales, los bancos y el mercado en
general. Asimismo, el contexto de creciente escasez general contribuye en gran
medida a la búsqueda de mayor seguridad, de forma que el Estado, con un uso
desproporcionado de la manipulación mediática e ideológica, logra presentarse
como el gran protector frente a determinados poderes.
Hoy, en los medios “radicales”,
está muy difundida la, por lo demás falsa, idea de que Chávez es
anticapitalista en tanto en cuanto es presentado como un redentor de las clases
populares de Venezuela, y al mismo tiempo como un opositor al imperialismo
estadounidense. Sin embargo, se obvia completamente el hecho de que Chávez es
un militar y que como tal es parte integrante de la oligarquía militar mandante
en dicho país, la cual acapara los principales recursos naturales de Venezuela
como son los metales preciosos y otros recursos de gran valor
estratégico como el coltán. Juntamente con esto hay que añadir que los ingresos
derivados de la venta de petróleo van a parar a un fondo de reserva que Chávez,
de manera personal y exclusiva, gestiona a su antojo. Pero la izquierda
estatolátrica y su entorno insisten en presentar a Chávez como un justiciero
que combate al capitalismo cuando realmente es su principal sostenedor. La
revolución bolivariana ha desarrollado un potentísimo capitalismo de Estado
producto de las sucesivas nacionalizaciones que el gobierno de Chávez ha
efectuado, lo que ha permitido un colosal enriquecimiento de la oligarquía
militar que ha devenido así en una plutocracia. Todo esto demuestra que Chávez,
lejos de ser un anticapitalista, es el principal promotor del capitalismo en su
país.
Pero tampoco hay que olvidar
que los militares constituyen por su propia condición una clase capitalista,
pues al no ser productores de absolutamente nada son las clases populares las
que se ven obligadas a mantenerlos con su trabajo. Los militares, al vivir de
las rentas del trabajo ajeno, no se diferencian en nada de cualquier otro
parásito capitalista. Esto explica que el ejército disponga de unos inmensos
recursos monetarios que se reflejan en unos abultados presupuestos que, gracias
a los dividendos obtenidos del comercio de petróleo y metales preciosos, han
facilitado el rearme de Venezuela para su transformación en una nueva potencia
regional. Bajo el pretexto de una constante amenaza de intervención
norteamericana en el país sudamericano Chávez ha utilizado los recursos
financieros de los que le ha provisto la venta de recursos naturales para
rearmar a su ejército. Al menos así lo demuestra la compra de armas a Rusia por
un valor de 11.000 millones de dólares, entre las que destacan sistemas
antimisiles S-300, una flota de cazas sujoi SU-35, 100.000 fusiles Kalashnikov
AK-103, tanques T-52, blindados BTR-80, lanzaderas múltiples Smerch, misiles
antiaéreos ZU-23, helicópteros Mi-35 y Mi-37, 92 tanques T-72, etc.
El denominado socialismo del
siglo XXI ha demostrado ser un camelo para justificar el crecimiento y la
extensión ilimitada del aparato estatal, el cual ha reordenado las relaciones
sociales conforme a las exigencias de rearme militar de la política exterior
venezolana. La recuperación y reivindicación de la figura de Simón Bolívar, no
olvidemos que también fue un militar, como símbolo del militarismo patriotero
ha servido para dotarle al proyecto político encabezado por Chávez de una
dimensión y una proyección continental, y por ello imperialista, que ha
justificado la expansión del ente estatal.
Asimismo, el Socialismo del que
Hugo Chávez se ha hecho el principal adalid ha estado acompañado de la
estatización de la economía bajo el pretexto de rescatar a los venezolanos del
capitalismo, lo que ha provocado una concentración de la riqueza en manos del
ente estatal que no tiene parangón en la historia de este país. La parafernalia
mediática del propio régimen con los constantes baños de multitudes del gran
líder Hugo Chávez, han estado acompañados de la consecuente grandilocuencia del
teniente coronel a la hora de vender su proyecto político totalitario con la
magnificación de diferentes medidas de carácter populista. De este modo Chávez
ha conseguido presentarse como un justiciero al servicio de las clases
populares que ha facilitado la adhesión de la sociedad venezolana al régimen
bolivariano. El desarrollo de todo un discurso vacío de contenido pero lleno de
proclamas contra el capitalismo y el imperialismo ha servido para facilitar la
asunción por parte del Estado de un número creciente de funciones, de manera
que ha aparecido ante la opinión pública como un gran benefactor que recaba su
legitimidad de la finalidad que se atribuye a sí mismo: realizar el Bien Común.
Sin embargo, lo más preocupante
es comprobar que a nivel mediático hay un interés desmedido en presentar a
Chávez como un anticapitalista. Este es el caso de profesores universitarios a
sueldo del régimen bolivariano como es Juan Carlos Monedero, mercenario
ideológico sin parangón, que no duda en calificar a Chávez y a su régimen como
anticapitalistas, y a ensalzar así el militarismo por el simple y mero hecho de
llamarse de izquierdas. Todo esto porque, como afirman algunos activistas como
Alex Corrons, nada impide que un militar pueda estar contra el capitalismo
cuando, tal y como los hechos lo demuestran, el ejército, y por ende el Estado,
es el principal sostenedor y promotor del capitalismo al acaparar ingentes
recursos monetarios procedentes de las rentas del trabajo de las clases
asalariadas para, así, satisfacer sus intereses estratégicos en el ámbito
internacional. De este modo se excusa por completo el rampante capitalismo de
Estado que se ha instalado en Venezuela, y se justifican al mismo tiempo las
nada novedosas uniones cívico-militares que evocan a otras que en su día nos
impuso el fascismo patrio.