Por Coral Herrera Gómez
Es hora de que empecemos a hablar de amor, de
emociones y de sentimientos en espacios en los que ha sido un tema ignorado o
invisibilizado: en las universidades, en los congresos, en las asambleas de los
movimientos sociales, las asociaciones vecinales, los sindicatos y los partidos
políticos, en las calles y en los foros cibernéticos, las comunidades físicas y
virtuales. Hay que deconstruir y repensar el amor para poder crear relaciones
más igualitarias, más sanas, más abiertas, más libres, más bonitas. Tenemos que
hablar de cómo podemos aprender a querernos mejor, a llevarnos bien, a crear
relaciones bonitas, a extender el cariño hacia la gente y no centrarlo todo en
una sola persona.
Hay que romper con la idea de que el amor solo puede
darse entre dos personas, y hay que romper con los miedos que nos separan: los
racismos, la homofobia, la transfobia, la xenofobia, la misoginia, el clasismo…
para poder crear mundos más horizontales, más abiertos, más solidarios. Ahora
más que nunca, necesitamos ayudarnos, trabajar unidos por mejorar nuestras condiciones
de vida y luchar por los derechos humanos.
El amor romántico que heredamos de la burguesía del
siglo XIX está basado en los patrones del individualismo más atroz: que nos
machaquen con la idea de que debemos unirnos de dos en dos es muy significativo.
Bajo la filosofía del “sálvese quien pueda”, el romanticismo patriarcal se
perpetúa en sus esquemas narrativos en los cuentos que nos cuentan en
diferentes soportes (cine, televisión, revistas, etc.), y nos ayudan a
escaparnos de una realidad que no nos gusta. Así es como consumiendo estos
productos aprendemos a soñar con una utopía emocional y política que nos ofrece
un mundo mejor al que habitamos, pero solo para mí y para ti, los demás que se
busquen la vida.
Frente a las utopías religiosas o las utopías sociales
y políticas como el marxismo, el anarquismo, el comunismo, etc., el amor
romántico nos ofrece una solución individual, y nos mantiene entretenidas
soñando con finales felices.
El romanticismo sirve también para ayudarnos a aliviar
un día horrible, para llevarnos a otros mundos más bonitos, para sufrir y ser
felices con las historias idealizadas de otros, para olvidarnos de la realidad
dura y gris de la cotidianidad. Sirve para que, sobre todo las mujeres,
empleemos cantidades de recursos económicos, de tiempo y de energía, en
encontrar a nuestra media naranja, creyendo fielmente que nuestra vida será
mejor cuando encontremos al amor ideal que nos adore y nos acompañe en la dura
batalla diaria. Sirve para que adoptemos un estilo de vida muy concreto, para
que nos centremos en la búsqueda de pareja, para que nos reproduzcamos, para
que sigamos con la tradición y para que todo siga como está.
Las industrias culturales y las inmobiliarias nos
venden paraísos románticos para que nos encerremos en hogares felices y por eso
una gran parte de la población permanece adormilada, protestando en sus casas,
aguantando la pérdida de derechos y libertades, asumiéndolas como desgracias o
mala suerte. Cada uno rumiando su pena y su desesperación, como las víctimas de
los desahucios bancarios, desesperadas y solas.
Los medios jamás promueven el amor colectivo: podría
destruir patriarcado y capitalismo juntos. Las redes de solidaridad podrían
acabar con las desigualdades y las jerarquías, con el individualismo consumista
y con los miedos colectivos a los “otros” (los raros, las marginadas, los
inmigrantes, las presidiarias, los transexuales, las prostitutas, los mendigos,
las extranjeras). Por ello es que se prefiere que nos juntemos de dos en dos,
no de veinte en veinte: es más fácil controlar a dos metidos en su hogar que a
grupos de gente que va y viene.
El problema del amor romántico es que lo tratamos como
si fuera un tema personal: si te enamoras y sufres, si pierdes al amado o
amada, si no te llena tu relación, si eres infeliz, si te aburres, si aguantas
desprecios y humillaciones por amor, es tu problema. Igual es que tienes mala
suerte o que no eliges a los compañeros o compañeras adecuadas, te dicen. Pero
el problema no es individual, es colectivo: son muchas las personas que sufren
porque sus expectativas no se adecuan a lo que habían soñado, porque temen
quedarse solas, porque se ven obligadas a cumplir con el rito para demostrar
éxito social, y porque aunque así nos lo vendan, el amor romántico no es eterno,
ni es perfecto, ni es la solución a todos nuestros problemas.
Lo personal es político, el romanticismo es
patriarcal: asumimos modelos sentimentales, roles y estereotipos de género, y
patrones de conducta patriarcales a través de la cultura. Y estos patrones los
tenemos muy dentro, incorporados a nuestro sistema emocional. De este modo,
también la gente de izquierdas y los feminismos seguimos anclados en viejos
patrones de los que nos es muy difícil desprendernos. Elaboramos muchos
discursos en torno a la libertad, la generosidad, la igualdad, los derechos, la
autonomía… pero en la cama, en la casa, y en nuestra vida cotidiana no resulta
tan fácil repartir igualitariamente las tareas domésticas, gestionar los celos,
asumir separaciones, gestionar los miedos, comunicarse con sinceridad, expresar
los sentimientos sin dejarse arrastrar por el dolor…
No nos enseñan a gestionar sentimientos en las
escuelas, pero sí nos bombardean con patrones emocionales repetitivos y nos
seducen para que imaginemos el amor a través de una pareja heterosexual de solo
dos miembros con roles muy diferenciados, adultos y en edad reproductiva. Este
modelo no solo es patriarcal, también es capitalista: Barbie y Ken, Angelina
Jolie y Brad Pitt, Javier Bardem y Penélope Cruz,
Letizia y Felipe… son algunos de los modelos exitosos que
nos venden en la prensa del corazón, en los cómics, las series de televisión,
las novelas románticas, las películas, los telediarios, los realities…
fácil entender, entonces, por qué damos más importancia a la búsqueda de
nuestro paraíso que a la de soluciones colectivas.
Para cambiar el mundo que habitamos hay que tratar
políticamente el tema del amor, reflexionar sobre su dimensión subversiva
cuando es colectivo, y su función como mecanismo de control de masas cuando se
limita al mundo del romanticismo idealizado, heterocentrado y heterosexista.
Es necesario pensar el amor, deconstruirlo, volverlo a
inventar, acabar con los estereotipos tradicionales, contarnos otras historias
con otros modelos, construir relaciones diversas basadas en el buen trato, el
cariño y la libertad. Es necesario proponer otros “finales felices” y expandir
el concepto de “amor”, hoy restringido para los que se organizan de dos en dos.
Para acabar con las soledades hambrientas de emociones exclusivas e
individualizadas necesitamos más generosidad, más comunicación, más trabajo en
equipo, más redes de ayuda.
Solo a través del amor colectivo es como podremos
articular políticamente el cambio. Confiando en la gente, interaccionando en
las calles, tejiendo redes de solidaridad y cooperación, trabajando unidos para
construir una sociedad más equitativa, igualitaria y horizontal. Queriéndonos
un poquito más, pensando en el bien común, es más fácil aportar y recibir, es
más fácil dejar de sentirse solo/a, es más fácil elegir pareja desde la
libertad, no desde la necesidad, y es más fácil diversificar afectos.
Queriéndonos bien, y mucho, vaya.
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