Por Leonardo Boff
Se ha dicho, con verdad, que el
ser humano está devorado por dos hambres: de pan y de espiritualidad. El hambre
de pan es saciable. El hambre de espiritualidad, sin embargo, es insaciable.
Está hecha de valores intangibles y no materiales como la comunión, la
solidaridad, el amor, la compasión, la apertura a todo lo que es digno y santo,
el diálogo y la oración al Creador.
Estos valores, secretamente
ambicionados por los seres humanos, no conocen límites en su crecimiento. Hay
un anhelo infinito que late dentro de nosotros. Sólo un infinito real nos puede
dar descanso. Centrarse excesivamente en la acumulación y el disfrute de bienes
materiales acaba produciendo gran vacío y decepción. Fue la conclusión a la que
llegaron unos analistas de la Universidad de Lausana. Algo dentro
de nosotros clama por algo más grande y más humanizador.
En esta dimensión se plantea la
cuestión del sentido de la vida. Es una necesidad humana encontrar un sentido
coherente. El vacío y el absurdo producen ansiedad y sentimientos de soledad y
desarraigo. Ahora bien, la sociedad industrial y consumista, montada sobre la
razón funcional, coloca en el centro al individuo y sus intereses particulares.
Con esto, ha fragmentado la realidad, ha disuelto todo canon social, ha
carnavalizado las cosas más sagradas y ha tomado a broma las convicciones
ancestrales, llamadas “grandes relatos”, considerándolas metafísicas esencialistas,
propias de las sociedades de otros tiempos. Ahora funciona el “anything goes” o
el “todo vale” de los diversos tipos de racionalidad, posturas y lecturas de la
realidad. Se ha creado el relativismo que afirma que nada cuenta definitivamente.
Esto ha sido llamado
«posmodernidad», que para mí representa la fase más avanzada y decadente de la
burguesía mundial. No contenta con destruir el presente, quiere destruir
también el futuro. Se caracteriza por una total falta de compromiso con la
transformación y por un profesado desinterés por una humanidad mejor. Esta
postura se traduce en una ausencia declarada de solidaridad con el trágico
destino de millones de personas que luchan por tener una vida mínimamente
digna, por poder vivir mejor que los animales, por tener acceso a los bienes
culturales que enriquecen su visión del mundo. Ninguna cultura sobrevive sin un
relato colectivo que confiera dignidad, cohesión, ánimo y sentido al caminar
colectivo de un pueblo. La posmodernidad niega irracionalmente este dato
originario.
Sin embargo, en todas partes
del mundo, la gente está elaborando sentidos para sus vidas y sufrimientos,
buscando estrellas-guía que le indiquen un norte y le abran un futuro
esperanzador. Podemos vivir sin fe, pero no sin esperanza. Sin ella se está a
un paso de la violencia, de la banalización de la muerte y, en última
instancia, del suicidio.
Pero las instancias que
históricamente representaban la construcción permanente de sentido, han entrado
modernamente en erosión. Nadie, ni el Papa ni Su Santidad el Dalai
Lama pueden decir con seguridad lo que es bueno o malo en este bloque
planetario de la historia humana.
Las filosofías y caminos
espirituales respondían a esta demanda fundamental del ser humano. Pero en gran
parte se han fosilizado y perdido este impulso creador. Se sofistican sí cada
vez más sobre lo ya conocido, repensado y redicho siempre de nuevo, pero
desprovistas de coraje para diseñar nuevas visiones, sueños prometedores y
utopías movilizadoras. Vivimos un “malestar de la civilización”, similar al del
ocaso del Imperio romano, descrito por San Agustín en “La
Ciudad de Dios”. Nuestros “dioses”, como los de ellos, ya no son creíbles. Los
nuevos “dioses” que están surgiendo no son lo suficientemente fuertes como para
ser reconocidos, respetados e ir poco a poco ganando los altares.
Estas crisis se superan sólo
cuando se hace una nueva experiencia del Ser esencial de donde deriva una
espiritualidad viva. Veamos algunos lugares donde los “nuevos dioses” se
anuncian y aparece una nueva percepción del Ser.
Por más críticas que haya que
hacerle en su aspecto económico y político, la globalización es
ante todo un fenómeno antropológico: la humanidad se descubre como especie, que
habita en una sola Casa Común, laTierra, con un destino común. Tal
fenómeno va a exigir una gobernanza global para gestionar los problemas
colectivos. Es algo nuevo.
Los Foros Sociales
Mundiales, que se empezaron a realizar en el año 2000 en Porto
Alegre, Rio Grande del Sur (Brasil), revelan una especial
erupción de sentido. Por primera vez en la historia moderna, los pobres del
todo el mundo, haciendo contrapunto a las reuniones de los ricos en la ciudad
suiza de Davos, lograron acumular tanta fuerza y capacidad de
articulación que se encontraron por millares primero en Porto Alegre y luego en
otras ciudades del mundo, para presentar sus luchas de resistencia y
liberación, para intercambiar experiencias sobre cómo crear microalternativas
al sistema de dominación imperante, y cómo alimentar un sueño colectivo para
gritar: otro mundo es posible, otro mundo es necesario. Es también algo nuevo.
En las distintas ediciones de
los Foros Sociales Mundiales, a nivel regional e internacional, se notan los
brotes del nuevo paradigma de la humanidad, capaz de organizar de manera
diferente la producción, el consumo, la conservación de la naturaleza y la inclusión
de toda la humanidad en un proyecto colectivo que garantice un futuro de
esperanza y de vida para todos. De ahí su importancia: del fondo del desamparo
humano está emergiendo un humo que remite a un fuego interior de la basura a la
que han sido condenadas las grandes mayorías de la humanidad. Este fuego es
inextinguible. Se convertirá en una brasa y una claridad que ilumine un nuevo
sentido para la humanidad. Ojalá.
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