Por Augusto Bleda
La técnica moderna transformó el mundo, a pesar de cuanto haya tenido
de valioso, de moral, de “divino” o de razonable el mundo antiguo. La técnica
avasalló todo a su paso, y se erigió como el factor característico del mundo
contemporáneo. Este titán avasallante no solo transformó los medios de producción,
la agricultura, las construcciones, la guerra, la comunicación, sino que nos ha
cambiado a los humanos mismos, sus creadores. La técnica como hoy la conocemos
nos exige un consciente fortalecimiento individual para no ser sometidos por su
poder. Nos desafía a integrarla como parte de nuestro espíritu en un acto de
entereza, de soberanía y decisión. Cuando se ha dicho que la técnica uniforma,
es mentira, es imposible uniformar el espíritu del hombre. Muy por el
contrario, es un espíritu poderoso el que puede hacer bailar las máquinas a su
ritmo. Lo que verdaderamente enajena al hombre es el régimen de trabajo
asalariado instrumentado por el capital, que lo despoja de cualquier fruto y
goce de sus capacidades.
La revolución que supuso la técnica ante las concepciones mismas del
tiempo y del espacio es algo que no puede merecer una valoración maniquea,
moral, sino que representa en si misma una fatalidad producto de lo que los
hombres han hecho con su mundo, del devenir.
El mundo se ha empequeñecido y el tiempo se ha acortado. Hoy día, en
su avance revolucionario, la técnica ha dispuesto un avance que ha
democratizado el acceso a la información y que nos ha hecho capaces de ser
mediadores, comunicadores, partes activas de la representación del mundo, cosa
que los televisores nos habían negado. Me refiero por supuesto a Internet y
todos sus complementos representados hoy por cámaras y videograbadoras digitales,
softwares de diseño, de edición de video, sintetizadores de música, etc. Los
libros mismos se digitalizan. La cultura se hace accesible a todos, por todos y
desde cualquier lugar, haciendo una salvedad hacia los más marginados, por
supuesto.
Las valoraciones adversas a este fenómeno tecnológico no son más que
sollozos histéricos de un mundo agonizante que no puede admitir que la mayoría
de su población está gravemente idiotizada y que no tiene interés alguno en
salir de esa situación. Por eso, para ser políticamente correctos se habla de “límites” en Internet. Estos reclamos nostálgicos,
y de índole moral o judicial no logran rebatir ni disminuir el avance técnico.
El embrutecimiento y la propagación de nueva tecnología están asociados a un
mercado de consumo que ha montado el capitalismo, por lo que pretender
regimentar la libertad de información y de cultura en internet es una política
clara de intereses alineados con dicho mercado. Así es, los humanos, esa masa
de brutos útiles, necesitaría ponerle límites a las máquinas para que estas no
sean instrumento de su autodestrucción. Tal, la naturaleza de una sociedad movida
por el lucro y que en su ética del tener, es favorable al aniquilamiento de
toda personalidad crítica y creativa, y como si fuera poco, parece dispuesta a
avanzar hasta destruir la existencia de vida sobre la tierra, esa es su “moral”
y sus leyes. No se llegará muy lejos en el afán de frenar internet, es imparable.
El siglo XXI encarna esa puja cada vez más favorable a la
técnica ante los miedos de las generaciones casi extintas que nos precedieron.
Aún así, las formas políticas de antaño, el saqueo imperialista, las guerras económicas,
y las fachadas democráticas-humanitarias, siguen caracterizando esta
postmodernidad. Es este mismo afán que le dio nacimiento lo que lleva la
técnica hasta el extremo de la depredación natural. Lo que hay detrás de ello
son intereses, humanos, y eso es lo que hay que combatir. Debemos apoderarnos
de la técnica en todos los campos en que podamos antes de que sea demasiado
tarde, haciendo primar la sustentabilidad natural del ambiente, la integración
con el entorno, el respeto a las tradiciones populares, rescatando todo lo que
el capitalismo (y no la técnica) se ha encargado de sepultar.
El capitalismo ha dado impulso a un proceso, el desarrollo
técnico, que finalmente acabará por significar el principio de su fin. La lucha
es contra los intereses materiales de quienes hoy, a través del dinero,
utilizan la técnica para perpetuar el modelo de saqueo imperialista y la
desigualdad económica.
La técnica ha sido acusada como la contraparte de todo lo
que es calidad, diversidad, creatividad. Si la técnica ha sido repetición en
serie de productos despersonalizados es por el signo que el capitalismo industrial
siempre le ha impreso, abocado a la maximización de ganancias a toda costa. Es
hora por eso, de que una revolución que nazca de lo profundo del hombre se
disponga a anteponer el sentido común y la creatividad a las pretensiones de
los poderes mundiales. Gigantes pulpos multinacionales financieros, farmacéuticos,
militares, industriales, alimenticios, hoy instrumentan el mundo a su antojo. Pero
nadie le ha podido quitar al hombre ese ansia de hacer de si mismo el dueño de
su destino, y esto no puede ser de otra forma que luchando por la liberación de
sus pares oprimidos, para acabar con la explotación del hombre por los parásitos
y afirmar una comunidad de destino anclada en la tierra, y las tradiciones que
el mismo pueblo elija cargar sobre sus hombros. Lo más profundo de una
identidad no se pierde ante la técnica si esta no está imbuida de sucios
intereses ajenos.
Es hora de que el hombre, que cada uno de nosotros y cada
uno de nuestros pueblos, decida hacer de la vida su voluntad y no la de quienes
durante tanto tiempo han venido haciendo de nosotros, sus servidores. La
revolución de las máquinas ya está en proceso.
Ahora nos resta, la revolución del espíritu, el arrebato
febril de la voluntad y el retorno de los guerreros, de los héroes olvidados.
No asistiremos a ninguna revolución profunda que no este trazada por una
síntesis de esta naturaleza, la integridad y dignidad del hombre, una profunda
conciencia popular, y un destino histórico compartido, es decir, un proyecto de
comunidad, de nación asumiendo el pasado y asaltando al futuro.
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