miércoles, 27 de noviembre de 2013

Clase Social y Lucha Política



CLASE SOCIAL

En un principio, el término clase social no connota otras ideas que las de clasificación o tipología. Una clase no sería más que una de las formas de clasificar a determinados individuos o grupos, de acuerdo con algunas características comunes.

Se trata pues de un término genérico y flexible, con el que es posible referirse a muchas cosas y que no prejuzga inicialmente ninguna idea ni valoración. Siempre nos ha llamado la atención la preferencia de los conservadores por términos como estrato o capa social para sustituir al de clase; cuando este último es un término neutro y genérico, meramente descriptivo mientras que el término estrato está asociado por sus orígenes (metáfora geológica) a ideas de rigidez y de inmodificabilidad.

En cuanto a su origen no puede decirse que el concepto de clase social tenga antecedentes remotos en el pensamiento social. No obstante terminológicamente, la expresión nos remite a un término latino - classis- que los censores romanos utilizaron para referirse a los distintos grupos contributivos en que se dividía la población de acuerdo con la cuantía de impuestos que pagaban, eran pues grupos de referencia económica (1).

Pero el término clase no se utiliza con el significado que tiene hoy en día hasta que se produce la quiebra de la sociedad estamental y comienza el desarrollo industrial capitalista; y su plena utilización tendrá lugar en el siglo XVIII, no llegando a ser vocablo de uso corriente hasta el mismo siglo XIX.

Generalmente existe una cierta imagen que asocia el concepto de clase social a la reflexión marxista sobre este tema, a pesar de que el propio Marx señaló que no le correspondía a él "el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna, como tampoco, la lucha que libran entre sí en esa sociedad.
Historiadores burgueses habían expuesto mucho antes que yo la evolución histórica de la lucha de clases, y economistas burgueses habían descrito su anatomía económica'' (2).

Como apunta Marx, una interpretación económica de la realidad de las clases, vinculada a la dinámica de los sistemas productivos, ya había sido dada por Adam Ferguson, John Millar y por Adam Smith; interpretación económica que no les impidió referirse a otros aspectos políticos, sociológicos y culturales de la realidad de las clases sociales.

Estos aspectos políticos habían sido especialmente resaltados por los socialistas utópicos franceses a nivel teórico (énfasis en la idea de lucha de clases) y a nivel práctico, por los primeros movimientos obreros organizados.

Luego los orígenes sobre la reflexión teórica en torno a las clases sociales es preciso señalar tres fuentes: el pensamiento de los economistas clásicos ingleses, el pensamiento de los socialistas utópicos franceses y el ejemplo de algunas clases sociales concretas que se van a tomar como modelo paradigmático de lo que es una clase social (nos estamos refiriendo en concreto, a la burguesía, los obreros fabriles y la clase terrateniente inglesa).

Sin embargo, y pese a estos antecedentes la popularización de este término y la carga de contenido que hoy tiene se debe al curso de unos procesos políticos y a la elaboración teórica de los pensadores socialistas.

De la gran diversidad de enfoques planteados por los estudiosos de las clases sociales podemos destacar dos puntos de coincidencia en todos ellos, que nos parecen fundamentales:

- En primer lugar, que los sistemas de jerarquías sociales que son las clases no forman parte de un orden de cosas natural e invariable, sino que son un artificio o producto humano sometido a cambios de carácter histórico.

- Y, en segundo lugar, que las clases en contraste con las castas o los estados feudales son grupos económicos en un sentido más exclusivo.

LUCHA POLÍTICA

Como las anteriores características son comunes para la estructura de clases que presenta el capitalismo, de la primera de ellas debemos sacar una conclusión para la lucha política: puesto que la estructura social del capitalismo es injusta, pero artificial o histórica, debemos aspirar a derribarla contando con la participación en primer lugar de los principales perjudicados por esta injusticia, es decir las clases trabajadoras o asalariadas. Pero en este plano de lucha política no debemos descartar la colaboración de otras clases, que aun estando ligadas económicamente al mantenimiento del sistema capitalista, pueden cuestionar éste en términos teóricos, nos referimos concretamente a sectores de las clases medias y profesionales. Aunque hemos de decir que no confiamos mucho en su participación dado su papel histórico limitado a mejorar su nivel de vida renunciando a la participación pública; es decir las clases medias han sido siempre un factor de desmovilización y desideologización social. Esto lo vemos claramente en el momento actual cuando ante puntuales retrocesos en su nivel de vida, debido a las crisis cíclicas del sistema, en lugar de movilizarse contra éste y denunciar a sus dirigentes políticos y financieros, lo único que piden es una rebaja de impuestos para poder seguir mandando a sus hijos a colegios privados, ser asistidos por sanidad privada y cobrar la jubilación de un fondo privado de pensiones, sin importarles la situación de aquellos que deben recibir estos servicios de un irrisorio Estado del Bienestar (por lo menos en el caso español).

Aun así, esta es la clase que un partido "antisistema" español presentaba como revolucionaria y se marcaba como objetivo principal atraerla a sus filas para desencadenar la lucha contra el capitalismo, en uno de sus últimos documentos estratégicos (3).

En cuanto a la segunda característica común del concepto de clase, que nos presentan los estudios sociales actuales, es decir la de ser grupos económicos nos marca el camino de la lucha en el campo social, que ha de ser de defensa de los derechos de los trabajadores y contra las ofensivas de los capitalistas, pero también reivindicativo y de movilización de masas, en lo que conecta con la lucha política de que nos ocupábamos anteriormente; por lo que abogamos por un sindicalismo sociopolítico, de clase y unitario, que desde la defensa de los trabajadores vaya sentando las bases para el futuro modelo político superador del capitalismo: la
República del Trabajo.

Terminaremos citando una carta del revolucionario americano Juan Domingo Perón, que creemos resume perfectamente nuestras posiciones: "no intentamos de ninguna manera sustituir a un hombre por otro; sino un sistema por otro sistema. No buscamos el triunfo de un hombre o de otro, sino el triunfo de una clase mayoritaria que conforma el Pueblo Argentino: la clase trabajadora. Y porque buscamos el poder, para esa clase mayoritaria, es que debemos prevenirnos contra el posible 'espíritu revolucionario de la burguesía'. Para la burguesía la toma del poder significa el fin de la revolución. Para el proletariado - la clase trabajadora de todo el país- la toma del poder es el principio de esta revolución que anhelamos, para el cambio total de las viejas y caducas estructuras demoliberales.

Si realmente trabajamos por la liberación de la Patria, si realmente comprendemos la enorme responsabilidad que ya pesa sobre nuestra juventud debemos insistir en lo señalado. Es fundamental que nuestros jóvenes comprendan, que deben tener siempre presente en la lucha y en la preparación de la organización que: es imposible la coexistencia pacífica entre las clases oprimidas y opresoras. Nos hemos planteado la tarea fundamental de triunfar sobre ¡os explotadores, aun si ellos están infiltrados en nuestro propio movimiento político". (4)

(1) La influencia de esta terminología romana está también presente en el mismo concepto de "proletariado"; los "proletarii" eran aquellos que no tenían más propiedad que su "prole".
(2) Marx, K. y Engels, F. Cartas sobre "El Capital". Laia. Barcelona. 1974.
(3) Nos referimos al documento: Democracia Nacional. Propuesta de discurso políticoestratégico,
Nov. 95?
(4) Carta de Juan Domingo Perón a la Juventud Peronista. Octubre de 1965. Citada en
Iglesias, F. J. "Juan Domingo Perón y el socialismo nacional (I): la empresa para quien la trabaja". Ediciones Guerra Gaucha. Buenos Aires 1993.

martes, 26 de noviembre de 2013

43 años sin Yukio Mishima




Se suele decir que Mishima ha sido el más grande escritor japonés de su generación. No recibió el Premio Nobel, pero indudablemente tuvo una fama más amplia que Kawataba que si lo obtuvo y que fue su descubridor. Los editores sabían que cada novela de Mishima iba a ser un éxito de ventas y los propietarios de salas de teatro e incluso de cabaret hubieran dado varios años de su vida para que Mishima trabajara en ellos, ya fuera interpretando, escribiendo el libreto o simplemente estando presente en el local. Tal era la fama de Mishima en el Japón...

Su fama llegó a Europa poco después de su muerte. Hasta entonces fue un ilustre desconocido, e incluso en los ambientes más conocedores de la literatura. El 26 de noviembre de 1970 los más grandes rotativos nacionales publicaron la foto de Mishima encaramado en el balcón  de un cuartel del ejército japonés. Minutos después de auqella foto, se haría el hara-kiri. No es la primera tentativa de suicidio del autor japonés; cuando era un desconocido, en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, enrolado como voluntario en las escuadrillas "Kamikaces", debía haberse estrellado contra algún barco americano si no hubiera sido porque una gripe de última hora le impidió morir por el emperador. 

Mishima era un tipo sumamente extravagante en su proyección exterior; famoso escritor, candidato al Premio Nobel de literatura, exhibicionista, atleta, director teatral, actor de cine, teatro, televisión y cabaret, escritor de una exhuberante prodigalidad, investigador de las inmemoriales tradiciones imperiales japonesas, coleccionista de espadas samurais y un largo etc., talesson los atributos que deben ir necesariamente unidos al nombre de Mishima. Sus doscientos cuarenta y cuatro volúmenes de gran calidad literaria atestiguan su personalidad. En España Barral y Caralt han editado algunos textos de los cuales, sin duda alguna, el más brillante de todos es "Caballos Desbocados".

Los escándalos de Mishima hicieron furor en el Japón de los años 50-60. No reparaba en besar a un travestido en una escena de cabaret para acto seguido cumplir con sus deberes de padre de familia; consideraba uno de sus momentos más felices el que una enciclopedia reclamara una foto suya para acompañar el vocablo "culturismo" y con la misma facilidad demandaba a otra revista que publicó sin permiso "una foto en la que parecía menos hercúleo". 

Hombre extremadamente controvertido, contradictorio, lo menos que puede decirse de él es que seguía la fórmula extremo oriental de "cabalgar el tigre", participando activamente en la vida cotidiana y no como uno más, sino como una figuera que atraía la atención , pero que en medio de sus excentricidades mantenía una sólida y tradicional visión del mundo. Algo más que imposible. Se puede decir que sus obras, y en especial "Caballos Desbocados", representaban la válvula de escape que Mishima tenía frente al Japón occidentalizado. Pero esta contradicción entre un "Hombre tradicional" en su interior y un exhibicionista y genial literato en su aspecto público no podían durar mucho tiempo.

Justo mientras está escribiendo las páginas de "Caballos Desbocados", concibe la idea de formar el "Tateno Kai", la "Sociedad del Escudo". Esta asociación era bastante más que una una mera agrupación de extrema derecha, de las que se pueden contabilizar en el Japón no menos de 500. Concebida como "el escudo que debía proteger al Japón, y especialmente al Emperador, de la embestida occidental" (de lo que de burgués, consumista y antitradicional tiene "lo occidental"), se podía asemejar a una orden mística y combatiente. Sus miembros, instruidos en artes marciales, tenían una composición social interclasista. Quienes entraban en ella dejaban de pertenecer al mundo de lo contingente, dedicaban su tiempo a la práctica de las artes marciales y a dialogar con Mishima. 

El "Take no kai" estaba concebida como una estructura de choque: su actuación primera sería también la última: su debut, una despedida. Mishima pensó en quemar, inicialmente, a medio centenar de hombres luchando con las manos desnudas contra los estudiantes del Zengakaguren (movimiento estudiantil de ultra izquierda japonés). Dicho enfrentamiento supondría la muerte de todos ellos aplastados por la horda izquierdista y obligaría a los militares a actuar, restableciendo el código de honor japonés y aboliendo las costumbres occidentales. Pero al producirse en 1969 una de las más gigantescas y violentas manifestaciones izquierdistas, y de ser disuelta por los antidisturbios sin producirse ni una sola víctima, comprendieron que tal proyecto dejaba de tener interés: el emperador no estaba indefenso, tenía los "grises" locales. Laacción determinativa debía ser otra.

Hasta llegar el 26 de noviembre de 1970, su tarea literaria había sido extraordinariamente prodiga, como hemos dicho. Tocó todos los temas que un autor puede tocar. Su genio parecía no tener límites y tan pronto escribía e interpretaba un libreto para café teatro, no precisamente muy moralista, como concebía, escribía y dirigía un Kabuki. Tan pronto actuaba en el teatro interpretando obras de Moliére como en el papel protagonista de su película "El rito del amor y de la muerte", película que terminaba con el hara-kiri del mismo Mishima en una escenificación perfecta de lo que luego sería su suicidio ritual en el despacho del general Morita. 

La poesía japonesa no tenía secretos para él, la novelística era su especialidad y, dentro de este género, la novela síntesis de las tradiciones japonesas fue su constante. La trilogía "Sed de Amor", "Nieve de primavera" y "Caballos Desbocados" son buenas muestras de cómo una novela estéticamente, perfecta, sea cual sea su ambientación, es asequible al público de cualquier latitud, aun a pesar de la localización geográfica de la trama. Si así ocurre con "El Quijote" o con el teatro de Shakespeare, otro tanto se puede decir de la producción de Mishima.

Pero la vida de Mishima se deslizaba rápidamente por la pendiente. La exposición-homenaje, que curiosamente se auto-organizó en unos grandes almacenes de Tokio, fue un gran éxito. Allí estaban expuestas la totalidad de las ediciones de sus obras, las fotografías por él más queridas (Mishima consideraba que mediante la cámara fotográfica el cuerpo podía apurar sus posibilidades hasta el límite) y en un puesto privilegiado la misma espada samurai que en dos semanas después le acompañaría al despacho del general Morita. Aquella exposición revistió los caracteres de una despedida, pero sólo Mishima y tres camaradas más de la "Sociedad del Escudo" que habían sido seleccionados para protagonizar el "incidente" lo sabían.


Aquel día de noviembre del 70, cuando en España las turbulencias desatadas por el proceso de Burgos apenas dejaban espacio para noticias de otro tipo que no fueran las relacionadas con el orden público, Yukio Mishima "tuvo el placer de morir", demostró ser el último samurai. Japón se sorprendió de que el gesto de Mishima fuera comprendido y acogido por la joven generación. Su ejemplo debía de servir para algo.

martes, 19 de noviembre de 2013

El Nacionalismo después de las elecciones




Por Alexis López Tapia


Independientemente de cómo se presente el próximo resultado electoral, tanto a nivel presidencial como parlamentario, y a las diferentes e incluso contradictorias posiciones que diversos grupos y movimientos de carácter nacionalista han adoptado respecto del voto en las mismas, es indudable que existen hechos permiten proyectar un cambio bastante radical en las tendencias que este sector ha venido sosteniendo hasta el presente.

En este breve análisis, quisiera presentar algunos de estos hechos, y comentar mi visión sobre su potencial desarrollo a mediano plazo.

a) El quiebre con la derecha:

Aunque desearíamos que se tratara de una ruptura político-ideológica definitiva, y no un mero quiebre circunstancial como es el caso, hay evidencia clara de que un amplio sector del nacionalismo en cualquiera de sus variantes, ha optado por no concurrir a votar por Evelyn Matthei, ni en primera ni en segunda vuelta, incluso arriesgando el triunfo de Bachelet en la primera –cosa que a nuestro juicio no ocurrirá pese a sus deseos–, marcando una inflexión bastante notoria en las relaciones tradicionales del sector con los partidos de la Alianza y con la derecha en general.

El principal responsable de este hecho, y habrá que saber agradecerle por ello en el futuro, ha sido el Presidente Sebastián Piñera, que motivado por un enorme voluntarismo ideológico y electoral, tensó sistemáticamente durante su gobierno las relaciones con los sectores más conservadores de la derecha, con los militares en retiro, y con el mundo nacionalista en general, situación que llego a su clímax con el suicidio dl General (R) Odlanier Mena, quien en un acto absolutamente consciente de sus efectos políticos, estuvo dispuesto a entregar su vida para provocar un quiebre definitivo de estos sectores, no sólo con el mandatario, sino de paso, con los sectores claramente (neo)liberales y globalistas de la derecha en el poder.

Si bien no creo que sea posible cuantificar electoralmente los efectos de este hecho –ya que veo gran dificultad técnica en contabilizar los votos que dejará de recibir Matthei producto de su respaldo al mandatario en el caso mencionado–, al menos Políticamente es claro que se trata de una situación nueva, que no ha tenido precedentes similares durante los últimos 30 años.

La profundidad de este quiebre, sus efectos políticos a mediano plazo, y las reacciones que estos efectos provocarán tanto al interior del nacionalismo, como en la propia derecha a la que hasta ahora había venido apoyando, serán determinantes para definir el futuro tanto de estas relaciones, como aún más importante, la potencial articulación de este sector como un actor operativo dentro de la realidad política nacional.

b) Las estructuras políticas que vienen:

La llegada al poder de la Derecha, lejos de constituir un freno como probablemente habría sido su intención, sirvió de acicate a las intenciones de diversos sectores por constituir nuevos referentes políticos en torno a las ideas del Nacionalismo.

Sumado a ello, la desaparición o mejor dicho, descomposición, de algunos grupos y pequeños movimientos juveniles que habían venido intentando articularse a nivel nacional, ha dejado un amplio margen para el surgimiento de estructuras de mayor relevancia y consolidación político-ideológica, directamente Partidos Políticos, varios de los cuales se encuentran o bien en formación, o bien a punto de lograr su constitución a nivel regional.

Si bien esas iniciativas son incipientes, permiten determinar una tendencia que seguramente irá en aumento en los próximos años: daba la actual factibilidad cuantitativa de reunir las firmas necesarias para inscribir Partidos –gracias al voto voluntario que ha reducido la cantidad necesaria para generar esas estructuras–, es claro que asistiremos a muchos intentos y algunos éxitos por inscribir nuevos partidos de carácter nacionalista.

Independientemente de qué organización lo logre, este será un hecho políticamente novedoso, ya que desde el Partido Nacional, salvando las críticas ideológicas que se pueden hacer a esta calificación, el nacionalismo no ha contado con partidos propios desde hace más de 40 años.

Es claro que este hecho no augura el éxito electoral de esas organizaciones, que como muchas otras, pueden desaparecer tras la primera barrera electoral que les toque sortear. Sin embargo, permitirán por primera vez que el sector posea algunos candidatos propios enmarcados en esas estructuras, lo que a su vez permitirá medir electoralmente al sector.

Quizá la probabilidad más interesante, sea la potencial formación de un pacto o coalición entre diversos partidos regionales, e incluso nacionales, para lograr obtener mejores resultados electorales que los que obtendrían en forma aislada, y a la vez, para presentar mayor cantidad de candidatos en cada elección.

Pese a ello, estimamos que estos esfuerzos aislados –aunque incluso lleguen a coordinarse electoralmente–, no lograrán transformarse en partidos de masas con capacidad política y electoral suficiente para comenzar a incidir de manera relevante en las tendencias actualmente vigentes.

Se requerirá además, una dosis bastante elevada de altruismo y realismo político para que esos referentes logren coordinarse, y aún más para que acierten estrategia de trabajo en conjunto que les permitan obtener algunos resultados viables a mediano plazo. Aun así, el hecho político es que habrá algunos o varios partidos de carácter nacionalista que comenzarán a actuar en el país durante los próximos años, y eso constituye un avance.

c) La necesaria redefinición ideológica

Aunque la tendencia anterior es predecible, no necesariamente ocurre lo mismo con las definiciones ideológicas de estos posibles referentes.

En general, la tendencia a comprender el nacionalismo desde perspectivas tradicionales, occidentales o eurocéntricas, hispanistas, románicas, raciales e incluso de clase, sigue pesando gravemente en el sector.

Esta herencia del Determinismo –biológico, cultural o materialista–, supone un escollo muy difícil de superar para la mayoría de los referentes a nivel nacional, y por ende, es muy posible que durante las primeras etapas de este nuevo proceso veamos repetidas, una vez más, consignas que se encuentran completamente superadas tanto desde la perspectiva ideológica estricta, como aún más importante, de la doctrina y los hechos políticos que estas determinan.

Es en este ámbito, a nuestro juicio, que se hace absolutamente necesaria la redefinición ideológica del nacionalismo chileno, no como una simple reiteración de las ideas de la Generación del Centenario en el Bicentenario, sino efectivamente como una nueva concepción que dé cuenta cabal de los procesos políticos que vivimos tanto a nivel Nacional, del Continente y el Mundo.

Esta es sin duda la labor más difícil, tanto porque se enfrenta al lastre de la tradición mal entendida, como al desafío del Deconstruccionismo, el Asistemismo y la Globalización como principales contradictores en el campo ideológico y político.

Por ello, la tentación siempre presente del nacionalismo por actuar en “reacción” ante el proceso en desarrollo, y con ello volverse nuevamente funcional a los intereses de la derecha, será uno de los principales obstáculos que deberá sortear en el futuro próximo.

Ello será aún más evidente en el caso del posible triunfo total de Bachelet, en primera vuelta y con mayoría parlamentaria, en que las presiones para “acelerar el proceso revolucionario” se volverán imperiosas.

Ante este escenario potencial, el primer requerimiento que deberá hacerse es que las sean las propias bases fundantes del nacionalismo del bicentenario las que cambien, y claramente, su eje fundamental deberá ser la Identidad, como concepto básico de la Nacionalidad, a partir de bases que superen ampliamente las conocidas críticas ideológicas que han minado y vaciado de contenido las concepciones tradicionales.

Cómo se logre realizar este cambio y quiénes están llamados a hacerlo escapa a este análisis de coyuntura, pero resulta evidente que se trata del desafío inmediato más relevante que deberá asumir este sector si quiere ser algo más que “el tonto útil de la derecha”, en los hechos que comenzarán a ocurrir pasadas las elecciones.

d) Los liderazgos requeridos

De todo este análisis fluye la necesidad básica de contar con liderazgos eficaces, pragmáticos, políticamente realistas, comunicacionalmente eficientes, y formados estratégicamente para los desafíos que comenzarán a hacerse presentes tras las elecciones.

Y adicionalmente, es claro que esos liderazgos deberán tener una amplia capacidad de diálogo, de transversalidad y de capacidad de concitar acuerdos, tanto a nivel de base como a nivel político operante, toda vez que la magnitud de los desafíos hace improbable que un único referente logre alcanzar relevancia nacional a corto plazo.

De allí que desde ya dejemos planteados que los mesianismos deberán o deberían estar excluidos por defecto en el nuevo escenario que se está desarrollando. No se requieren salvadores, iluminados, caciques, caudillos ni héroes de pacotilla.

Se requiere básicamente mucho sentido común y mucha sabiduría popular, que son a la vez, el menos común de los sentidos así como de la sabiduría. Y por cierto se requiere trabajo, intelectual, ideológico, doctrinario y fundamentalmente político.

Pero por sobre todo, se requiere de un verdadero Sentido de lo Relevante, de lo Nacionalmente Relevante. De aquello que –cuando se entiende y se aplica correctamente–, ha hecho y hace que las ideas nacionales logren encarnar la fuerza y el poder suficiente, para transformar radicalmente la realidad de la comunidad del pueblo en función de un objetivo nacional ampliamente compartido.

Esperamos que este breve análisis ayude, junto a muchos otros, a dar el primer paso en esa dirección.


Saludos a todos.

¡VIVA LA MUERTE!


¡VIVA LA MUERTE!


sábado, 2 de noviembre de 2013

Los filisteos y su mundo aparente de realidad




Por Welsung


Cuando la calidad de la sociedad pueda sustituir a la cantidad, entonces merecerá la pena vivir aunque sea en el gran mundo; pero mil filisteos puestos en montón no producen un hombre de talento. En soledad, allí el imbécil filisteo cubierto de luto, suspira aplastado por el fardo eterno de su miserable individualidad, la vida del necio es peor que la muerte no deseada.

La razón de que los espíritus limitados estén expuestos al tedio, al hastío, es que su inteligencia no es absolutamente otra cosa que el intermediario de los motivos para su voluntad.

El filisteo es el hombre que, a causa de la medida estricta, suficiente y normal de sus fuerzas intelectuales, no posee ninguna necesidad espiritual; son personas constantemente ocupadas, con la mayor seriedad del mundo, de una realidad que no es tal.

El filisteo no podrá entender nunca el lenguaje olvidado. Ni ver las hadas, y temerá cuando a su alrededor dancen ninfas y sátiros. Pues el cigarro, como el supuesto necesario, como la filosofía, como la universidad, como la antropología, son, también, un sustituto voluntario del pensamiento.   

viernes, 1 de noviembre de 2013

El Fascismo nace a la Izquierda




Por Erwin Robertson


El fascismo nace a la izquierda, a partir de una revisión del marxismo. Este revisionismo se desarrolla y se constituye en una corriente intelectual y política independiente a la cual concurren otras tendencias que cohabitan con el socialismo: Nietzsche, Bergson, James, y el nacionalismo integral. Al respecto es interesante comparar las diferentes evoluciones del marxismo que siguió siendo tal y las diferentes ramas “apóstatas”.

El fascismo en una revisión del marxismo encontró que todos los partidos socialistas consideraban al marxismo una herencia a la que debían permanecer fieles. Sin embargo, en su evolución reciente todos esos partidos han renunciado a la herencia de Marx, acomodándose a la economía neoliberal. Siguen apegados, desde luego, a la matriz ilustrada, materialista e igualitaria. Al contrario, los fascistas, animados de otra cultura, mantuvieron siempre el espíritu revolucionario de ruptura con el orden burgués.

Reseña del libro “El nacimiento de la ideología fascista” de Zeev Sternhell, Mario Sznajder y Maia Asheri; (traducción de Octavi Pellisa). – 1ª ed. – Madrid : Siglo XXI, 1994, 418 p. Que Mussolini fue miembro del partido socialista es un hecho conocido. Hecho problemático, en especial para una de las interpretaciones dominantes del fascismo; a saber, que éste fue la reacción alentada o dirigida por el gran capital contra el avance del proletariado. En tal evento, aquel hecho y la evolución consecutiva debían ser entendidos como oportunismo, incoherencia o, en el mejor de los casos, como una cuestión de conversión que no deja huellas en el pasado de un hombre. La obra de Zeev Sternhell -profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalem- y sus colaboradores ha puesto toda esta materia bajo otra luz. En su interpretación, la comprensión histórica del fascismo no puede disociarse esta ideología de sus orígenes de izquierda.

Desde luego, toda una pléyade de historiadores y filósofos abordó hace ya tiempo el problema del fascismo: cada uno según sus particulares orientaciones espirituales, con sus propios puntos de vista y sus personales prejuicios, pero no sin altura: Ernst Nolte, Renzo de Felice, James A. Gregor, Stanley Payne, Giorgio Locchi, y “last but not least”, el joven investigador hispano-sueco Erik Norling, entre otros. No es que la “vulgaris opinio” aludida arriba goce hoy de autoridad intelectual. Pero Sternhell viene a aportar la valorización de fuentes hasta aquí tal vez descuidadas y, con ellas, la novedosa interpretación que es objeto de este comentario. Estudioso en particular del nacionalismo francés (suyas son “Maurice Barrés et le nationalisme français”, “La droite revolutionarie” y “Ni droite ni gauche, L´ideologie fasciste en France”), el profesor israelí no se cuida de los criterios de la corrección política. Es notable leer sobre el tema páginas en las que está ausente la edificación moral, en las que no se ha estimado oportuno advertir al lector que se interna en terrenos peligrosos; en los que no hay, en suma, demonización ni tampoco el afán de achacar polémicamente a la izquierda una incómoda vecindad.

¿Qué es, pues, el fascismo en la interpretación de Sternhell? Ni anomalía en la historia contemporánea, ni “infección” (Croce), ni resultado de la crisis de 1914-1918, ni reflejo o reacción contra el marxismo (Nolte). El fascismo es un fenómeno político y cultural que goza de plena autonomía intelectual (p.19); es decir, que puede ser estudiado en sí mismo, no como producto de otra cosa o epifenómeno. Por cierto, y de partida, para Sternhell es preciso distinguir el fascismo del nacional-socialismo (Sternhell dice “nazismo”, acomodándose al uso, contra lo cual, sin embargo, se rebela honestamente un Nolte). Con todos los aspectos que uno y otro tienen en común, la piedra de toque está en el determinismo biológico: un marxista puede convertirse al nacional-socialismo, más no así un judío (en cambio, hubo fascistas judíos).

El racismo no es elemento esencial del fascismo, aunque contribuye a la ideología fascista. Y unas páginas más adelante el autor apunta que uno de los elementos constitutivos del fascismo es el nacionalismo tribal; esto es, un nacionalismo basado en el sentido de pertenencia, la “tierra y los muertos” de Barrés, la “Sangre y suelo” del nacional-socialismo. Este sentido organicista lo comparte con los nacionalismos desde finales del siglo XIX, germanos y latinos, Maurras y Corradini, Vacher de Lapouge y Treitschke. El mismo Sternhell debilita así la distinción que acaba de hacer (reparemos, de paso, en la delicadeza del adjetivo “tribal”: ¿sería poco oportuno por nuestra parte recordar que una traducción de “tribal” es “gentil”).

El fascismo entonces es una síntesis de ese nacionalismo “tribal” u “orgánico” y de una revisión antimarxista del marxismo. Sternhell se extiende explicando que a finales del siglo XIX las previsiones de Marx no se han cumplido: el capitalismo no parece derrumbarse, ni la pauperización es la señal característica de la población, mientras que el proletariado se integra política y culturalmente en las sociedades capitalistas occidentales. De aquí la aparición del “revisionismo”. Siguiendo el ejemplo del SPD, el partido socialdemócrata alemán, el conjunto del socialismo occidental se hace reformista; esto es, sin renunciar a los principios teóricos del marxismo, acepta los valores del liberalismo político, y en conseciencia, tácticamente, el orden establecido. Mas una minoría de marxistas va a rehusar el compromiso y querrá permanecer fiel a la ortodoxia -cada uno a su modo-; son los Rudolf Hilferding y los Otto Bauer, los Rosa Luxemburgo y los Karl Liebknecht, los Lenin y los Trotsky, todos de Europa del Este.

Al mismo tiempo, en Francia y luego en Italia surgen quienes, desde dentro del marxismo, van a emprender su revisión en sentido no materialista ni racionalista, sin discutir la propiedad privada ni la economia de mercado, pero conservando el objetivo del derrocamiento violento del orden burgués: son los sorelianos, los discípulos de Georges Sorel, el teórico del sindicalismo revolucionario, autor de las célebres “Reflexiones sobre la violencia”. Las diferencias entre los dos sectores revolucionarios son grandes.

Los primeros, casi todos miembros de la “intelligentsia” judía, destaca Sternhell, mantienen el determinismo económico de Marx, la idea de la necesidad histórica, el racionalismo y el materialismo, mientras los sorelianos comienzan por una crítica de la economía marxiana que llega a vaciar el marxismo de gran parte de su contenido, reduciéndolo fundamentalmente a una teoría de la acción  Los primeros piensan en términos de una revolución internacional, “tienen horror de ese nacionalismo tribal que florece a través de Europa, tanto en el campo subdesarrollado del Este como en los grandes centros industriales del Oeste… No se arrodillan jamás ante la colectividad nacional y su terruño, su fervor religioso, sus tradiciones, su cultura popular, sus cementerios, sus mitos, sus glorias y sus animosidades” (p. 48). Los segundos, comprobando que el proletariado ya no es una fuerza revolucionaria, lo reemplazarán por la Nación como mito en la lucha contra la decadencia burguesa y así confluirán finalmente en el movimiento nacionalista.

Tal es la tesis fundamental de Sternhell. En el desarrollo de “El nacimiento de la ideología fascista”, el capítulo I está dedicado al análisis de la obra de Sorel: tal vez no propiamente un filósofo ni autor de un corpus ideológico cerrado, su verdadera originalidad, señala Sternhell, reside en haber constituìdo una especie de “lago viviente”, receptor y fuente de ideas en la gestación de las nuevas síntesis ideológicas del siglo XX. Nietzsche, Bergson y William James lo marcaron sin duda más hondamente que Marx, con ánimo de juzgar lo que consideraba un sistema inacabado. El autor de “Reflexiones sobre la violencia”, de “Las ilusiones del progreso”, de “Materiales de una teoría del proletariado”, etc., se sublevaba contra el marxismo vulgar (que pone énfasis en el determinismo económico) y sostenía que el socialismo era una “cuestión moral”, en el sentido de una “transvaluación de todos los valores”. La lucha de clases era para él cuestión principal y, por consiguiente, el saber movilizar al proletariado en la guerra contra el orden burgués.

En un contexto social en el que los obreros muestran un alto grado de militantismo sindical (1906, el año de edición de “Reflexiones sobre la violencia”, es también en Francia el del record de huelgas que muy a menudo suponen enfrentamientos sangrientos con las fuerzas del orden), pero también donde una economía en crecimiento permite a la clase dirigente hacer concesiones que aminoran la combatividad obrera, no bastan el análisis económico ni la previsión del curso racional de los acontecimientos.  Sorel descubre entonces la noción del “mito social”, esa imagen que pone en juego sentimientos e instintos colectivos, capaz de suscitar energías siempre nuevas en una lucha cuyos resultados no llegan a divisarse. Como el mito del apocalipsis para los primeros cristianos, el mito de la huelga general revolucionaria será para el proletariado esta imagen movilizadora y fuente de energías.

Con fervor análogo al de las órdenes religiosas del pasado, con un sentimiento parecido al del amor a la gloria de los ejércitos napoleónicos, los sindicatos revolucionarios, armados del mito, se lanzarán a la lucha contra el orden burgués. Así, a la mentalidad racionalista, que el socialismo reformista comparte con la burguesía liberal, Sorel opone la mentalidad mítica, religiosa incluso. Su crítica al racionalismo que se remonta a Descartes y Sócrates y, contra los valores democráticos y pacifistas, reivindica los valores guerreros y heroicos. De buena gana reivindica también el pesimismo de los griegos y de los primeros cristianos, porque sólo el pesimismo suscita las grandes fuerzas históricas, las grandes virtudes humanas: heroismo, ascetismo, espíritu de sacrificio.

Sorel ve en la violencia un valor moral, un medio de regenerar la civilización, ya que la lucha, la guerra por causas altruístas, permite al hombre alcanzar lo sublime. La violencia no es la brutalidad ni la ferocidad, no es el terrorismo; Sorel no siente ningún respeto por la Revolución Francesa y sus “proveedores de guillotinas”. Es, en suma y en el fondo, contra la decadencia de la civilización que dirige Sorel su combate; decadencia en la que la burguesía arrastra tras sí al proletariado. Y no será sorprendente encontrar a los discípulos de Sorel reunidos con los nacionalistas deCharles Maurras en el “Círculo Proudhon”, que lleva el nombre del gran socialista francés anterior a Marx. Tampoco será extraño que en sus últimos años Sorel lance su alegato “Pro Lenin”, anhelando ver la humillación de las “democracias burguesas”, al mismo tiempo que reconocía que los fascistas italianos invocaban sus propias ideas sobre la violencia.

LA SÍNTESIS NACIONAL Y SOCIAL

Estos dicípulos son también estudiados por Sternhell (capítulo II). Son los “revisionistas revolucionarios”, la “nouvelle école” que ha intentado hacer operativa una síntesis nacional y social, no sin tropiezos y desengaños. Allí está Edouard Berth, quien junto a Georges Valois, militante maurrasiano (futuro fundador del primer movimiento fascista francés, muerto en un campo de concentración alemán), ha dado vida al “Círculo Proudhon”, órgano de colaboración de sindicalistas revolucionarios y nacionalistas radicales en los años previos a 1914. Aventada esa experiencia por la guerra europea, Berth pasará por el comunismo antes de volver al sorelismo. Está también Hubert Lagardelle, editor de la revista “Mouvement Socialiste”, hombre de lucha al interior del partido socialista, donde se ha esforzado por hacer triunfar las tesis del sindicalismo revolucionario (por el contrario, en 1902 han triunfado las tesis de Jaurés, que presentan el socialismo como complemento de la Declaración de Derechos del Hombre).

Ante la colaboración sorelista-nacionalista, Lagardelle se repliega hacia posiciones más convencionales; pero en la postguerra se le encontrará en la redacción de “Plans”, expresión de cierto fascismo “técnico” y vanguardista -en ella colaborarán nada menos que Marinetti y Le Corbusier- y, durante la guerra, terminará su carrera como titular del ministerio de trabajo del régimen de Vichy. Trayectorias en apariencia confusas pero que revelan la sincera búsqueda de “lo nuevo”. De Alemania les viene el refuerzo del socialista Roberto Michels, quien, a la espera de construir su obra maestra “Los partidos políticos”, anuncia el fracaso del SPD, el partido de Engels, Kautsky, Bernstein yRosa Luxemburg. Michels observará también que el solo egoísmo económico de clase no basta para alcanzar fines revolucionarios; de aquí la discusión sobre si el socialismo puede ser independiente del proletariado. 

El ideal sindical no implica forzosamente la abdicación nacional, ni el ideal nacionalista comporta necesariamente un programa de paz social (juzgado conformista), precisa a su vez Berth, quien espera de un despertar conjunto de los sentimientos guerreros y revolucionarios, nacionales y obreros, el fin del “reinado del oro”. En fin, la “nueva escuela” desarrolla las ideas de Sorel, por ejemplo en la fundamental distinción entre capitalismo industrial y capitalismo financiero. Resume Sternhell su aporte: “…a esta revuelta nacional y social contra el orden democrático y liberal que estalla en Francia (antes de 1914, recordemos) no falta ninguno de los atributos clásicos del fascismo más extremo, ni siquiera el antisemitismo” (p. 231).. Ni la concepción de un Estado autoritario y guerrero.

Sin embargo, en general, los revisionistas revolucionarios franceses fueron teóricos, sin experiencia real de los movimientos de masas. De otro modo ocurre con el sindicalismo revolucionario en Italia (capítulos III y IV de la obra de Sternhell). Allí Arturo Labriola encabeza desde 1902 el ala radical del partido socialista; con Enrico Leone y Paolo Orano llevan adelante la lucha contra el reformismo, al que acusan de apoyarse exclusivamente en los obreros industriales del norte, en desmedo del sur campesino, y por el triunfo de su tesis de que la revolución socialista sólo sería posible por medio de sindicatos de combate.

De Sorel toman esencialmente el imperativo ético y el mito de la huelga general revolucionaria. La experiencia de la huelga general de 1904, de las huelgas campesinas de 1907 y 1908, foguean a los dirigentes sindicalistas revolucionarios, entre los cuales la nueva generación de Michele Bianchi, Alceste de Ambris, Filippo Corridoni. Al margen del partido socialista y de su central sindical, la CGL -anclados en las posiciones reformistas-, los radicales forman la USI (Unión Sindical Italiana), que llegará a contar con 100.000 miembros en 1913. A su vez, los sindicalistas revolucionarios animan periódicos y revistas. 

Labriola y Leone emprenden la revisión de la teoría económica marxiana, especialmente la teoría del valor, siguiendo al economicista austríaco Böhm-Bawerk; he ahí, dice Sznajder, el aspecto más original de la contribución italiana a la teoría del sindicalismo revolucionario. Ahí se encuentra también la noción de “productores” (potencialmente todos los productores), contrapuesta a la clase “parasitaria” de los que no contribuyen al proceso de producción.

Por fin la tradición antimilitarista e internacionalista, cara a toda la izquierda europea, no será más unánimemente compartida por los sindicatos revolucionarios. En 1911, la guerra de Italia con el Imperio Otomano por la posesión de Libia producirá una crisis en el sindicalismo revolucionario: unos dirigentes (Leone, De Ambris, Corridoni), fieles a la tradición socialista, se oponen enérgicamente a esta empresa -y por mucho que les disguste estar junto a los socialistas reformistas-; otros (Labriola, Olivetti, Orano) están por la guerra, tanto por razones morales (la guerra es una escuela de heroísmo) como por razones económicas (la nueva colonia contribuirá a la elevación del proletariado italiano), y así coinciden con los nacionalistas de Enrico Corradini, a quienes los ha acercado ya la crítica al liberalismo político. 

Mas en agosto de 1914 aun quienes -en el seno del sindicalismo revolucionario- habían militado en contra de la guerra de Libia, están a favor de la intervención en el conflicto europeo al lado de Francia y contra Alemania y Austria; al combate contra el feudalismo y el militarismo alemán se agrega la posibilidad de completar gracias a la guerra la integración nacional y de forjar una nueva élite proletaria que desplazará del poder a la burguesía. En octubre de 1914, un manifiesto del recién fundado Fascio Revolucionario de Acción Internacionalista, suscrito por los principales dirigentes sindicalistas revolucionarios, proclama: “…No es posible ir más allá de los límites de las revoluciones nacionales sin pasar primero por la etapa de la revolución nacional misma… Allí donde cada pueblo no vive en el cuadro de sus propias fronteras, formadas por la lengua y la raza, allí donde la cuestión nacional no ha sido resuelta, el clima histórico necesario al desarrollo normal del movimiento de clase no puede existir…” Nación, Guerra y Revolución… ya no serán más ideas contradictorias.

Hacia el final de la guerra el sindicalismo revolucionario debe ser considerado ya un nacional-sindicalismo, en cuanto la Nación figura para ellos en primer término. Como sea, los nacional-sindicalistas aceptan que la guerra ha de traer transformaciones internas: desde 1917 De Ambris ha lanzado la consigna “Tierra de los Campesinos”; y acto seguido elabora un programa de “expropiación parcial” tanto en el sector agrícola como en el sector industrial, que se dirije ex propósito contra el capital especulativo y en beneficio de los campesinos y obreros que han dado su sangre por Italia. Se trata también de mantener y estimular la producción.

El “productivismo” es uno de los factores que lleva a los sindicalistas revolucionarios a oponerse a la revolución bolchevique, que juzgan destructiva y caótica. Frente a la ocupación de fábricas del “biennio rosso” de 1920-21, Labriola, que ha llegado a ser Ministro de Trabajo en el gobierno del liberal Giolitti, presenta un proyecto que reconoce a los obreros el derecho a participar en la gestión de las empresas. Parlamento con representación corporativa, “clases orgánicas” que encuadren a la población, un Estado que sea quien asigne a los propietarios capaces de producir el derecho a usar los medios de producciòn, son, por otra parte, las bases del programa del “sindicalismo integral” que propone Panunzio en 1919. Por fin, el sindicalismo revolucionario vibra con la aventura del comandante Gabriele D´Annunzio en Fiume (1920-21). De Ambris participa en la redacción de la “Carta del Carnaro”, ese fascinante documento literario que es la constitución que el poeta y héroe de guerra otorga a la “Regencia de Fiume”. No es menos un proyecto político que, en consecuencia con el ideal del sindicalismo revolucionario, quiere resolver a la vez la cuestión nacional y la cuestión social.

En estas luchas de la inmediata postguerra, los sindicalistas revolucionarios han coincidido con los fascistas. Pero la toma del poder por el fascismo acarraerá la disoluciòn del sindicalismo revolucionario. De Ambris y su grupo pasarán a la oposición; el primero terminará por exiliarse.Labriola también partirá hacia el exilio, y sólo la guerra de Etiopía lo reconciliará con el régimen. Leone volverá al partido socialista y rehusará todo compromiso con el fascismo. En cambio, Bianchi aparece en 1922 como uno de los quadrumviri que organiza la Marcha sobre Roma,Panunzio se presenta junto a Gentile como uno de los intelectuales oficiales del fascismo, Orano (que era judío), alcanza altos puestos en el partido fascista, mientras que Michels, antaño miembro del SPD, profesor en la Universidad de Perusa, se inscribe como afiliado en el PNF.

LA ENCRUCIJADA MUSSOLINIANA

Señala Sternhell que siempore se ha tendido a subestimar el papel central que Mussolini ha jugado entre todos los revolucionarios italianos. El futuro Duce “aporta a la disidencia izquierdista y nacionalista italiana lo que siempre ha faltado a sus homólogos franceses: un jefe”. Un hombre de acción, un líder carismático, pero a su vez un intelectual capaz de tratar con intelectuales y de ganarse el respeto de hombres como Marinetti, el fundador del futurismo, Michels, el antiguo militante del SPD alemán devenido uno de los clásicos de la ciencia política, o aun Croce, representante oficioso de la cultura italiana frente al fascismo. Y Mussolini es toda una evolución intelectual, no el hallazgo repentino de una verdad, ni el oportunismo, ni siquiera la coyuntura de postguerra. Mussolini es ante todo el militante socialista, incluso como líder de los fascistas. 

De joven se tiene evidentemente por marxista, de un marxismo revisado por Leone y, sobre todo, por Sorel, en quien ve un antídoto contra la perversión socialdemócrata a la alemana del socialismo. Otra influencia decisiva es Wilfredo Pareto y su teoría de circulación de las élites (en cambio, Sternhell no destaca la influencia de Nietzsche, a quien Mussolini ha leído tempranamente en Suiza).. El joven socialista se sitúa pues en la órbita del sindicalismo revolucionario, aun cuando discrepa de las tácticas: duda de la virtud de las solas organizaciones económicas y ve en el Partido el instrumento revolucionario.

El joven Mussolini es el líder indiscutible que se opone a la huelga general contra la intervención en Libia, pues cree que el intento burgués de desencadenar una guerra puede generar una situación revolucionaria. En 1912 es el principal líder del partido socialista, imponiéndose sobre los reformistas y haciéndose con la dirección de su periódico oficial, “Avanti!”, el líder indiscutido de toda la izquierda revolucionaria italiana, pero al mismo tiempo el más fuerte crítico de la ortodoxia marxista. Mussolini publica desde las páginas de Avanti!” su profunda decepción acerca de la aptitud de la clase obrera para “modelar la historia”, valoriza la idea de Nación: “No hay un único evangelio socialista, al cual todas las naciones deban conformarse so pena de excomunión”. 

A finales de 1913 Mussolini lanza la revista “Utopia”, con la intención de proponer una “revisión revolucionaria del socialismo”. Allí reúne a futuros comunistas como Bordiga, Tasca y Liebknecht; futuros fascistas como Panunzio, futuros disidentes del fascismo como su viejo maestro Labriola. En junio de 1914 Mussolini cree llegado el momento de la insurrección, comprometiéndose en la “Settimana Rossa”, en contra de la opinión del congreso del partido. Cuando estalla la guerra europea, las disidencias son ya tan palpables que Mussolini es desautorizado oficialmente por el partido, y no duda en romper con sus antiguos compañeros para unirse a los sindicalistas revolucionarios en la campaña por la entrada de Italia en la guerra.

Sternhell señala que el nacionalismo de Mussolini no es el nacionalismo clásico de la derecha… Ocurre que ante las nuevas realidades nacionales y sociales el análisis marxista se ha demostrado fallido, pues las clases obreras de Alemania, Francia e Inglaterra marchan alegremente a la guerra.

Mussolini no renuncia al socialismo, pero el suyo es un socialismo nacionalista, obra de los combatientes del frente: “Los millones de trabajadores que volverán a los surcos de los campos después de haber vivido en los campos de las trincheras darán lugar a la síntesis de la antítesis clase y nación”, escribe en 1917. Y no será la revolución bolchevique lo que lleve a Mussolini a la derecha, dado que lo esencial de su pensamiento se forjó antes de 1917: ideas de jerarquía, de disciplina, de colaboración de las clases como condición de la producción… Los Fasci Italiano di Combattimento, fundados en marzo de 1919 recogen todas las ideas del sindicalismo revolucionario y se sitúan incluso a la izquierda del partido socialista (sufragio universal de ambos sexos, abolición del senado, constitución de una Milicia Nacional, consejos corporativos con funciones legislativas, jornada laboral de 8 horas, confiscación de las ganancias de guerra… ). Pero con el biennio rosso las filas fascistas se desbordan con la afluencia de las clases medias, especialmente de jóvenes oficiales desmovilizados.

El Partido Nacional Fascista, organizado como tal en 1921, va a conocer un éxito (electoral incluso) vetado a los primitivos “Fasci”: “Esta mutación no deja de recordarnos la de los partidos socialistas al alba del siglo: el viraje a la derecha constituye el precio habitual del éxito” (p.400). Mussolini, hombre de realidades que antepone la praxis a la teoría, ha visto fracasar la ocupación “roja” de fábricas como la gesta nacionalista de Fiume, decide llevar a cabo la revolución posible. Así, en la perspectiva de Sternhell, la captura del poder por el jefe fascista no es tanto el resultado de un golpe de Estado como de un proceso; es la simpatia de una amplia parte de la masa política, de los medios intelectuales, de los centros de poder, lo que permite a Mussolini instalarse y sostenerse en el gobierno. Para Sternhell es sintomática la actitud del senador Croce quien aun en junio de 1924 dio su voto de confianza al primer ministro cuando el caso Mateotti puso en crisis al gobierno y Mussolini estaba a punto de ser despedido por el rey, porque, pensaba Croce, “había que dar tiempo al fascismo para completar su evolución hacia la normalización”.

La idea de Estado, que parece ser sólo caracteristica del fascismo, es, sin embargo, el último elemento que toma forma en la ideología fascista. En todo caso señala Sternhell que toda la ideologìa fascista estaba elaborada antes de la toma del poder: “La acción política de Mussolini no es el resultado de un pragmatismo grosero o de un oportunismo vulgar más de lo que fue la de Lenin” (p.410). El jurista Alfredo Rocco, proveniente de las filas nacionalistas, ha “codificado” y traducido en leyes e instituciones los principios fascistas y nacionalistas (visión mística y orgánica de la nación, afirmación de la primacía de la colectividad sobre el individuo, rechazo total sin paliativos de la democracia liberal). Pero es un Estado que, a la vez, se quiere reducido a su sola expresión jurídica y política; que quiere renunciar a toda forma de gestión económica o de estatalización, como anunciaba Mussolini desde 1921. No es, pues, o no es todavía, el Estado totalitario. El fascismo en el poder,en suma, no se asemeja al fascismo de 1919, menos aún al sindicalismo revolucionario de 1910. Pero, se pregunta Sternhell: “¿el bolchevismo en el poder refleja exactamente las ideas que, diez años antes de la toma del Palacio de Invierno, animaban a Plekhanov, Trotsky o Lenin?” Ha habido una larga evolución, sin duda. Y con todo -concluye el autor-, el régimen mussoliniano de los años 30 está mucho más cerca del sindicalismo revolucionario o del “Círculo Proudhon” que lo que el régimen estaliniano está de los fundamentos del marxismo.

EL SECRETO ENCANTO DEL FASCISMO

Como conclusión, Sternhell da una mirada a las relaciones entre el fascismo y las corrientes estéticas de vanguardia en el siglo XX. El futurismo, desde luego (futuristas y fascistas han dado justos la batalla por el “intervencionismo”, y Marinetti es uno de los fundadores de los Fasci), pero también el vorticismo, lanzado en Londres por Ezra Pound, que es en cierto modo una réplica al futurismo, aun cuando comparte con él rasgos esenciales. “Los dos atacan de frente la decadencia, el academicismo, el estetismo inmóvil, la tibieza, la molicie general… Tienen una misma voz de orden: energía, y un mismo objetivo: curar a Italia y a Inglaterra de su languidez” (p. 424). De Pound se conoce de sobra su opción política. Sternhell destaca también el papel de Thomas Edward Hulme, antirromántico, antidemócrata en política, traductor al inglés de Sorel. “revolucionario antidemócrata, absolutista en ética, que habla con desprecio del modernismo y del progreso y utiliza conceptos como el de honor sin el menor toque de irrealidad” (p. 429). Hulme es pues, para el autor, un representante de esa rebelión cultural que brota por doquier, antirracionalista, antiutilitarista, antihedonista, antiliberal, clasicista y nacionalista y que precede a la rebelión política.

Las generaciones de los años 20 y 30, que ya conocen la experiencia fascista, rehacen el camino del inconformismo. Así un Henri de Man, en 1938 presidente del partido socialista belga, uno de los grandes teóricos del socialismo en la época, seguido sólo ante Gramsci y Lukacs, reemprende su propia revisión del marxismo y no será ilògico que, cuando su país capitule ante Alemania en 1940 llame a los militantes socialistas belgas a aceptar la nueva situación como un punto de partida para construir un nuevo orden: “La vía está libre para las dos causas que resumen las aspiraciones del pueblo: la paz europea y la justicia social”.. No muy diferente es en Francia el caso de Doriot.

¿Cómo ha podido surgir el fascismo en la historia europea y mundial? La explicación coyuntural no puede sino desembarcar en trivialidades. Se debe comprender al fascismo primero como un fenómeno cultural. Es, de partida, un rechazo de la mentalidad liberal, democrática y marxista; rechazo de la visión mecanicista y utilitarista de la sociedad. Mas expresa también “la voluntad de ver la instauración de una civilización heroica sobre las ruinas de una civilización  bajamente materialista. El fascismo quiere moldear un hombre nuevo, activista y dinámico”. No obstante presentar esta vertiente tradicionalista, este movimiento contienen en sus orígenes un carácter moderno muy pronunciado, y su estética futurista fue el mejor cartel para la captura de intelectuales, de una juventud que se agobia en las estrecheces de la burguesía.

 El elitismo, en el sentido de que una élite no es una categoría social definida por el lugar que se ocupa en el proceso de producción, sino un estado de espíritu, es otro componente mayor de esa fuerza de atracción… El mito, como clave de interpretación del mundo; el corporativismo, como ideal social que da a amplias capas de la población el sentimiento de que hay nuevas oportunidades de ascenso y de participación, constituyen también parte del secreto del fascismo, porque el fascismo reduce los problemas económicos y sociales a cuestiones, ante todo, de orden psicológico. Y, sobre todo, “servir a la colectividad formando un cuerpo con ella, identificar los propios intereses a los de la patria, comulgar en un mismo culto los valores heroicos, con una intensidad que desplaza al boletín de voto en la urna”. Es por todo esto que el estilo político desempeña un papel tan esencial en el fascismo. 

El fascismo vino a probar que existe una cultura no fundamentada en los privilegios del dinero o del nacimiento, sino sobre el espíritu de banda, de camaradería, de comunidad orgánica, de “Bund”, como se dijo en Alemania en la misma época.

Estos valores presentes en el fascismo tocan la sensibilidad de muchos europeos. Poco conocido es que en 1933 Sigmund Freud saludaba a Mussolini como un  “héroe de cultura”. Si esto era así, ¿por qué Croce hubiera debido votar contra él en 1924, por qué Pirandello hubiera debido rehusar el asiento que el Duce le ofreció en la Academia Italiana? Las realidades de los países europeos entre las dos guerras no son de una pieza: la cultura italiana está representada por Marinetti, Gentile y por Pirandello no menos que por Croce, y por Croce senador no menos que por Croce antifascista, del mismo modo que por la cultura alemana pueden hablar tanto Spengler, Heidegger, o Moeller van der Bruck tanto como los hermanos Mann, y la cultura francesa es tanto Gide, Sartre o Camus tanto como Drieu la Rochelle, Brasillach o Céline…

Así, “El nacimiento de la ideología fascista” otorga a su objeto una dignidad que no siempre se encuentra en los variados estudios sobre el tema. Ello sólo puede ser saludable para la historia de las ideas. Hagamos por nuestra parte algunas observaciones. Primero, que, como es evidente, Sternhell trata en su obra del fascismo latino, esto es, de las corrientes inconformistas surgidas en Francia y en Italia. Un tema de discusión es ver si el fascismo italiano y el nacional-socialismo alemán son cosas totalmente diferentes (esta es la tesis de De Felice), o bien si el nacional-socialismo es una especie dentro del fascismo genérico (tesis de Payne y Nolte). Del nacional-socialismo se ha discutido si fue “antimoderno” o si presentaba rasgos de una radical modernidad, dado que el innegable que el movimiento desarrolló un radicalismo antiburgués operativamente muy atractivo para los militantes comunistas.

El fascismo nace a la izquierda, a partir de una revisión del marxismo. Este revisionismo se desarrolla y se constituye en una corriente intelectual y política independiente a la cual concurren otras tendencias que cohabitan con el socialismo: Nietzsche, Bergson, James, y el nacionalismo integral. Al respecto es interesante comparar las diferentes evoluciones del marxismo que siguió siendo tal y las diferentes ramas “apóstatas”. El fascismo en una revisión del marxismo encontró que todos los partidos socialistas consideraban al marxismo una herencia a la que debían permanecer fieles. Sin embargo, en su evolución reciente todos esos partidos han renunciado a la herencia de Marx, acomodándose a la economía neoliberal. Siguen apegados, desde luego, a la matriz ilustrada, materialista e igualitaria. Al contrario, los fascistas, animados de otra cultura, mantuvieron siempre el espíritu revolucionario de ruptura con el orden burgués.

Sternhell insiste permanentemente en el respeto de los sindicalistas revolucionarios, de los socialistas nacionales, de los fascistas, por la propiedad privada y el capitalismo. ¿No habría que distinguir entre propiedad privada y capitalismo que, después de todo, históricamente no se identifican sin más? Todos los fascismos subrayaron siempre la diferencia entre la propiedad ligada al hombre y el gran capital financiero; entre el trabajo productivo y la servidumbre al interés del dinero (G. Feder). No parece adecuado pasarla por alto. Quizás Payne ha sido el autor más justo en este sentido.

Finalmente, es verdad que una cosa es reconocer el componente irracional de la vida humana y otra hacer del antirracionalismo una política. Sternhell, que durante toda su obra se ha mantenido alejado de toda afección moralizante, al final nos advierte del peligro del irracionalismo: “Cuando el antirracionalismo deviene un instrumento político, un medio de movilización de las masas y una máquina de guerra contra el liberalismo, el marxismo y la democracia; cuando se asocia a un intenso pesimismo cultural a la par de un culto pronunciado por loa violencia, entonces el pensamiento fascista fatalmente toma forma” (p.451). La cuestión seria si sólo los valores políticos de la ilustración y del liberalismo son legítimos; si solo el chato optimismo hedonista puede pasar por perspectiva cultural, si las masas han de ser movilizadas sólo en nombre del deporte.


Aquí, obviamente, la ciencia no puede decir nada: estamos en el campo de la opción política.