Por David Duke
NOSOTROS, HEREDEROS DE UN GLORIOSO PASADO, MILITANTES NATOS, DECIDIDOS A NO MORIR COMO ESCLAVOS. HEMOS DECIDIDO DEFENDER EL LEGADO DE NUESTRA PATRIA Y DE NUESTRA CIVILIZACIÓN. LLEVANDO UNA LUCHA CONTRA EL COMUNISMO APATRIDA Y LA CORRUPCIÓN BURGUESA. UNA LUCHA SAGRADA POR ESTAS 4 BANDERAS: SOBERANÍA NACIONAL, INDEPENDENCIA ECONÓMICA, JUSTICIA SOCIAL Y NACIONALISMO CULTURAL.
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martes, 3 de septiembre de 2013
jueves, 8 de agosto de 2013
¿Puede la Civilización sobrevivir al Capitalismo?
Por Noam Chomsky
Hay Capitalismo y luego el
verdadero Capitalismo existente. El término capitalismo se usa comúnmente para
referirse al sistema económico de Estados Unidos con intervención sustancial
del Estado, que va de subsidios para innovación creativa a la póliza de seguro
gubernamental para bancos demasiado-grande-para-fracasar.
El sistema está altamente
monopolizado, limitando la dependencia en el mercado cada vez más: En los
últimos 20 años el reparto de utilidades de las 200 empresas más grandes se ha
elevado enormemente, reporta el académico Robert W. McChesney en su nuevo libro
Digital disconnect. Capitalismo es un término usado ahora comúnmente para
describir sistemas en los que no hay capitalistas; por ejemplo, el
conglomerado-cooperativa Mondragón en la región vasca de España o las empresas
cooperativas que se expanden en el norte de Ohio, a menudo con apoyo
conservador –ambas son discutidas en un importante trabajo del académico Gar
Alperovitz.
Algunos hasta pueden usar el
término capitalismo para referirse a la democracia industrial apoyada por John
Dewey, filósofo social líder de Estados Unidos, a finales del siglo XIX y
principios del XX. Dewey instó a los trabajadores a ser los dueños de su
destino industrial y a todas las instituciones a someterse a control público,
incluyendo los medios de producción, intercambio, publicidad, transporte y
comunicación. A falta de esto, alegaba Dewey, la política seguirá siendo la
sombra que los grandes negocios proyectan sobre la sociedad. La democracia
truncada que Dewey condenaba ha quedado hecha andrajos en los últimos años.
Ahora el control del gobierno se ha concentrado estrechamente en el máximo del
índice de ingresos, mientras la gran mayoría de los de abajo han sido
virtualmente privados de sus derechos.
El sistema político-económico
actual es una forma de plutocracia que diverge fuertemente de la democracia, si
por ese concepto nos referimos a los arreglos políticos en los que la norma
está influenciada de manera significativa por la voluntad pública. Ha habido
serios debates a través de los años sobre si el capitalismo es compatible con
la democracia. Si seguimos que la democracia capitalista realmente existe
(DCRE, para abreviar), la pregunta es respondida acertadamente: Son
radicalmente incompatibles. A mí me parece poco probable que la civilización
pueda sobrevivir a la DCRE y la democracia altamente atenuada que conlleva.
Pero, ¿podría una democracia que funcione marcar la diferencia? Sigamos el
problema inmediato más crítico que enfrenta la civilización: una catástrofe
ambiental. Las políticas y actitudes públicas divergen marcadamente, como
sucede a menudo bajo la DCRE. La naturaleza de la brecha se examina en varios
artículos de la edición actual del Deadalus, periódico de la Academia Americana
de Artes y Ciencias.
El investigador Kelly Sims
Gallagher descubre que 109 países han promulgado alguna forma de política relacionada
con la energía renovable, y 118 países han establecido objetivos para la
energía renovable. En contraste, Estados Unidos no ha adoptado ninguna política
consistente y estable a escala nacional para apoyar el uso de la energía
renovable. No es la opinión pública lo que motiva a la política estadunidense a
mantenerse fuera del espectro internacional. Todo lo contrario.
La opinión está mucho más cerca
de la norma global que lo que reflejan las políticas del gobierno de Estados
Unidos, y apoya mucho más las acciones necesarias para confrontar el probable
desastre ambiental pronosticado por un abrumador consenso científico –y uno que
no está muy lejano; afectando las vidas de nuestros nietos, muy probablemente.
Como reportan Jon A. Krosnik y Bo MacInnis en Daedalus: Inmensas mayorías han
favorecido los pasos del gobierno federal para reducir la cantidad de emisiones
de gas de efecto invernadero generadas por las compañías productoras de
electricidad. En 2006, 86 por ciento de los encuestados favorecieron solicitar
a estas compañías o apoyarlas con exención de impuestos para reducir la
cantidad de ese gas que emiten…
También en ese año, 87 por
ciento favoreció la exención de impuestos a las compañías que producen más
electricidad a partir de agua, viento o energía solar. Estas mayorías se
mantuvieron entre 2006 y 2010, y de alguna manera después se redujeron. El
hecho de que el público esté influenciado por la ciencia es profundamente
preocupante para aquellos que dominan la economía y la política de Estado. Una
ilustración actual de su preocupación es la enseñanza sobre la ley de mejora
ambiental, propuesta a los legisladores de Estado por el Consejo de Intercambio
Legislativo Estadunidense (CILE), grupo de cabildeo de fondos corporativos que
designa la legislación para cubrir las necesidades del sector corporativo y de
riqueza extrema. La Ley CILE manda enseñanza equilibrada de la ciencia del
clima en salones de clase K-12. La enseñanza equilibrada es una frase en código
que se refiere a enseñar la negación del cambio climático, a equilibrar la
corriente de la ciencia del clima. Es análoga a la enseñanza equilibrada
apoyada por creacionistas para hacer posible la enseñanza de ciencia de
creación en escuelas públicas. La legislación basada en modelos CILE ya ha sido
introducida en varios estados.
Desde luego, todo esto se ha
revestido en retórica sobre la enseñanza del pensamiento crítico –una gran
idea, sin duda, pero es más fácil pensar en buenos ejemplos que en un tema que
amenaza nuestra supervivencia y ha sido seleccionado por su importancia en
términos de ganancias corporativas. Los reportes de los medios comúnmente
presentan controversia entre dos lados sobre el cambio climático.
Un lado
consiste en la abrumadora mayoría de científicos, las academias científicas
nacionales a escala mundial, las revistas científicas profesionales y el Panel
Intergubernamental sobre Cambio Climático (PICC). Están de acuerdo en que el
calentamiento global está sucediendo, que hay un sustancial componente humano,
que la situación es seria y tal vez fatal, y que muy pronto, tal vez en
décadas, el mundo pueda alcanzar un punto de inflexión donde el proceso escale
rápidamente y sea irreversible, con severos efectos sociales y económicos. Es
raro encontrar tal consenso en cuestiones científicas complejas. El otro lado
consiste en los escépticos, incluyendo unos cuantos científicos respetados –que
advierten que es mucho lo que aún se ignora–, lo cual significa que las cosas
podrían no estar tan mal como se pensó, o podrían estar peor.
Fuera del debate
artificial hay un grupo mucho mayor de escépticos: científicos del clima
altamente reconocidos que ven los reportes regulares del PICC como demasiado
conservadores. Y, desafortunadamente, estos científicos han demostrado estar en
lo correcto repetidamente. Aparentemente, la campaña de propaganda ha tenido
algún efecto en la opinión pública de Estados Unidos, la cual es más escéptica
que la norma global. Pero el efecto no es suficientemente significativo como
para satisfacer a los señores.
Presumiblemente, esa es la
razón por la que los sectores del mundo corporativo han lanzado su ataque sobre
el sistema educativo, en un esfuerzo por contrarrestar la peligrosa tendencia
pública a prestar atención a las conclusiones de la investigación científica.
En la Reunión Invernal del Comité Nacional Republicano (RICNR), hace unas
semanas, el gobernador por Luisiana, Bobby Jindal, advirtió a la dirigencia que
tenemos que dejar de ser el partido estúpido. Tenemos que dejar de insultar la
inteligencia de los votantes.
Dentro del sistema DCRE es de extrema
importancia que nos convirtamos en la nación estúpida, no engañados por la ciencia
y la racionalidad, en los intereses de las ganancias a corto plazo de los
señores de la economía y del sistema político, y al diablo con las
consecuencias. Estos compromisos están profundamente arraigados en las
doctrinas de mercado fundamentalistas que se predican dentro del DCRE, aunque
se siguen de manera altamente selectiva, para sustentar un Estado poderoso que
sirve a la riqueza y al poder.
Las doctrinas oficiales sufren
de un número de conocidas ineficiencias de mercado, entre ellas el no tomar en
cuenta los efectos en otros en transacciones de mercado. Las consecuencias de
estas exterioridades pueden ser sustanciales. La actual crisis financiera es
una ilustración. En parte es rastreable a los grandes bancos y firmas de
inversión al ignorar el riesgo sistémico –la posibilidad de que todo el sistema
pueda colapsar– cuando llevaron a cabo transacciones riesgosas. La catástrofe
ambiental es mucho más seria: La externalidad que se está ignorando es el
futuro de las especies. Y no hay hacia dónde correr, gorra en mano, para un
rescate.
En el futuro los historiadores
(si queda alguno) mirarán hacia atrás este curioso espectáculo que tomó forma a
principios del siglo XXI. Por primera vez en la historia de la humanidad los
humanos están enfrentando el importante prospecto de una severa calamidad como
resultado de sus acciones –acciones que están golpeando nuestro prospecto de
una supervivencia decente. Esos historiadores observarán que el país más rico y
poderoso de la historia, que disfruta de ventajas incomparables, está guiando
el esfuerzo para intensificar la probabilidad del desastre. Llevar el esfuerzo
para preservar las condiciones en las que nuestros
descendientes inmediatos puedan tener una vida decente son las llamadas
sociedades primitivas: Primeras naciones, tribus, indígenas, aborígenes. Los
países con poblaciones indígenas grandes y de influencia están bien encaminados
para preservar el planeta.
Los países que han llevado a la población indígena a
la extinción o extrema marginación se precipitan hacia la destrucción. Por eso
Ecuador, con su gran población indígena, está buscando ayuda de los países
ricos para que le permitan conservar sus cuantiosas reservas de petróleo bajo
tierra, que es donde deben estar. Mientras tanto, Estados Unidos y Canadá están
buscando quemar combustibles fósiles, incluyendo las peligrosas arenas
bituminosas canadienses, y hacerlo lo más rápido y completo posible, mientras
alaban las maravillas de un siglo de (totalmente sin sentido) independencia
energética sin mirar de reojo lo que sería el mundo después de este compromiso
de autodestrucción. Esta observación generaliza: Alrededor del mundo las
sociedades indígenas están luchando para proteger lo que ellos a veces llaman
los derechos de la naturaleza, mientras los civilizados y sofisticados se
burlan de esta tontería. Esto es exactamente lo opuesto a lo que la
racionalidad presagiaría –a menos que sea la forma sesgada de la razón que pasa
a través del filtro de DCRE.
miércoles, 3 de julio de 2013
La Crisis y la ocultación de su orígen crónico
Por Ramón Bau
Hace un par de años que los
aires de ‘crisis’ se extienden por el mundo, como si fuera algo nuevo, un
acontecimiento debido a causas actuales. Por ejemplo en USA las hipotecas dadas alegremente sin analizar si iban a poder
ser devueltas, y luego empaquetadas y convertidas en fondos bancarios
repartidos por la banca a diestro y siniestro entre clientes y fondos de
inversión. O en España la súper nombrada bolsa inmobiliaria, especulación masiva en
construcción sin tener en cuenta la realidad de la demanda real de vivienda ni
el precio lógico de la construcción.
Tenemos ahora una Argentina que no puede ni dar 30 dólares a sus ciudadanos que deseen comprar un libro en USA o en Europa, y que oculta una corrupción política de tal nivel que logra cada pocos años arruinar un país riquísimo en calidad humana, material primas e industria.
Estas crisis se presentan como provocadas por estos temas, sin analizar su origen real y profundo, y lo que es más grave, ocultándolo a menudo con la imagen de algunos países que se consideran ‘libres’ de crisis, como Alemania, cuando su problema básico es el mismo que tiene España. Sin duda, el tema inmobiliario o la especulación hipotecaria USA han sido detonantes de la crisis pero la existencia del problema esencial era algo conocido y crónico: La Deuda.
TODOS los países de América y Europa llevan desde 1950 endeudándose progresivamente, cada año, con déficit presupuestario continuo, de forma que la deuda pública y externa de todos estos países han alcanzado niveles de locura absoluta, imposibles de imaginar antes del siglo XX.
La razón de este endeudamiento continuo es doble: por una parte la presión y voluntad de los financieros de endeudar a los Gobiernos para convertirlos así en esclavos de la deuda, como hemos podido comprobar hoy en día.
Pero si la finanza ha podido meter a los gobiernos en semejante tinglado de deuda es debido a la maldad intrínseca del sistema democrático. La democracia de masas, con votaciones masivas a partidos, está inevitablemente abocada a la demagogia electoral, y por tanto a convertir los partidos y gobiernos en malgastadores crónicos, demagogos ante las masas y dependientes del crédito financiero para sus campañas electorales. Una Plutocracia es el resultado inevitable de la democracia.
Lo peor de este sistema no es solo su esclavitud al poder financiero sino la forma oculta, hipócrita, con que se lleva a cabo esta esclavitud.
Pongamos el caso de Alemania… cualquier español, y supongo que también en los demás países se tiene la idea de creer que Alemania no está en crisis debido a su trabajo y producción. Esto es una enorme mentira. Alemania tiene hoy una deuda inmensa, como USA, gigantesca e impagable.
¿Por qué no sufre Alemania, y por ahora tampoco tan duramente USA, la crisis como si la sufren España, Portugal Italia, Grecia, Francia, etc….? La razón es ocultada sistemáticamente: Tanto Alemania como USA estarían en la ruina absoluta si su deuda no pudieran refinanciarla continuamente, acrecentándola incluso. USA es un país arruinado pero no lo nota porque logra que sus deudas las ‘compren’ países asiáticos, árabes, sometidos a presión militar o comercial. Si China o los sauditas, coreanos y taiwaneses, etc no comprase masivamente deuda USA, este país estaría más arruinado aun que Grecia.
Todos los países están endeudados a un nivel que los hace esclavos de la finanza a través de la ‘necesidad de refinanciar continuamente su deuda’. De forma que solo aquellos países que logran el ‘placet’ de los medios financieros pueden mantener su deuda sin caer en la ruina y el impago.
España no logra refinanciar su deuda más que pagando intereses altísimos, que arruinan su presupuesto (hoy el pago de intereses es la partida más alta y la única creciente del presupuesto español).
Al llegar a una situación en la que ni siquiera se pueden pagar ya los intereses de la deuda, el Estado se encuentra arruinado, debe recortar todos los proyectos sociales, pensiones, funcionarios, sanidad, educación… para aumentar la partida de pago de intereses a la finanza. El dinero se va todo a refinanciar deuda, los créditos a las empresas se reducen al mínimo, la gente ve aumentados los impuestos y reducidos sus ingresos, el paro es la peor consecuencia.
Todo ello es debido no tanto a los problemas especulativos inmobiliarios (causa detonante pero no suficiente) sino al endeudamiento abusivo y continuo de las democracias, unido al hecho de que ese endeudamiento comporta unos intereses usurarios que arruinan a los Estados. Sin esta carga abusiva de la deuda crónica el Estado tendría medios suficientes para soportar las especulaciones de estos últimos 5 años, y podría resolver el problema.
La solución es muy complicada porque para solucionar la crisis actual se exigiría no solo arreglar el problema de los impagos hipotecarios de la construcción especulativa de los últimos años, sino atacar directamente al sistema democrático de masas en su demagogia y malgasto, denunciar y tomar medidas sobre la Deuda, y eso si es realmente un tema complejo: ¿Cómo el sistema va a reconocer su culpa en el endeudamiento masivo, y exigir sacrificios a la población para eliminar el poder financiero…. y a la vez seguir disponiendo de dinero para sus campañas electorales demagógicas?. Y más cuando la población se ha acostumbrado durante decenios a que esos políticos les regalen prebendas y promesas electorales a cambio de su voto.
Es precisa una revolución absoluta de la mentalidad popular, acabar con la demagogia y recuperar el pueblo la dignidad, su conciencia ética contra el endeudamiento, exigir en cambio el castigo de los culpables democráticos de ese endeudamiento masivo actual.
En una palabra, el sistema actual no puede arreglar el endeudamiento, y sus esfuerzos actuales son solo para evitar que crezca aún más, no por ética ni por importarles el endeudamiento sino por incapacidad para pagar más intereses por nueva deuda.
Actualmente, por ejemplo, el gobierno de España ha efectuado unos recortes brutales en sanidad, educación, pensiones, obras públicas, etc…. Y todo ello para solo conseguir que el déficit anual del 2012 sea aun del 6%!, o sea para aun así tener que aumentar la deuda. Una deuda que ha pasado del 60% al 90% del PIB en dos años…
Como se puede uno imaginar para lograr déficit 0 se van a exigir sacrificios enormes al pueblo, sin llevar a prisión a los culpables, y pese a todos ellos la deuda llegará en un año al 100% del PIB.
Resumiendo, el endeudamiento masivo provocado por la democracia va a costar
enormes sacrificios y pese a ellos no se logrará bajar la deuda ni en lo más
mínimo. La esclavitud del sistema ante la finanza es total, y solo una revolución del
carácter y estilo popular, unida a una revolución política radical podría abordar
este estado de dependencia absoluta del poder financiero.
lunes, 10 de junio de 2013
El Capitalismo se tambalea: llegan los profetas
Por Carlos Salas
Financial Times empezó
hace unas semanas una serie de reportajes titulada “La crisis del capitalismo”.Le
Monde publicaba en las mismas fechas un especial sobre Marx con
las palabras: ¡Marx no ha muerto!The Economist titulaba ‘Rabia
contra la máquina’, un reportaje en octubre sobre las protestas mundiales
contra el capitalismo. Y decía: “La gente tiene razón en estar cabreada”.
Klaus Schwab, el
presidente del Foro Economico de Davos decía hace poco en una entrevista.
“El capitalismo en su forma actual ya no encaja en este mundo”. Y añadía: “Está
un pelín anticuado”.
Jordi Evole triunfa
con sus programas sobre qué
mal lo ha hecho el capitalismo y cómo los banqueros han jugado con nuestro
dinero. El otro día se convirtió una vez más en una tendencia en las redes
sociales.
Hace diez años nadie dudaba que
el capitalismo era la bestia triunfante. Tenía fama dispar, pero
era más eficaz que cualquier otro sistema económico. Eso
tapaba cualquier boca.
Ahora, uno hace esta pregunta a
un banquero, a un empresario, a un broker, a un periodista, a un creyente del
mercado, a un político, a un parado, a un autónomo, a los entrevistados de
Jordi Evole, y todos responden: el capitalismo está lleno deagujeros.
Vaya pifia.
Un documental que narra estos
agujeros se ha hecho famoso. Inside Job. Arrasó en los cines.
Atacaba a la banca de inversión, a las escuelas de negocios, al tinglado
bursátil. Pero era tan elocuente que los padres banqueros se lo recomendaban a
sus hijos. Los estudiantes de las escuelas de negocios lo comentaban en los
recreos. Hace poco El País repartió un DVD por 1,5 euros
junto a la edición del finde. Inside Job se agotó.
También hemos visto una
película titulada Margin Call, donde actores de primera línea
aparecen hundidos hasta las cachas en la porquería de una firma financiera que
desata el caos bursátil. No se entiende bien el guión. Pero se entiende que eso es
malo.
Eso es
el capitalismo.
Ya lo hemos asumido: el sistema
ha fallado.
Ahora llega la hora de
los profetas que claman en la plaza pública por un nuevo advenimiento.
¿Cómo nos pintan ese futuro? ¿Cuáles son sus soluciones?
Voy a definirlos.
- Los Correctores: son
aquellos que piden un capitalismo con controles. Están aquí los gobiernos y
economistas que pretenden regular los desmanes, como por ejemplo, las ventas a
corto (esa forma de vender algo sin tenerlo). También quieren limitar los
salarios y los bonus de los ejecutivos de las empresas o bancos que han
recibido ayudas estatales, y supervisar a los brokers que hacen High Speed
Trading. Problema: la imaginación creativa de los inversores es más
rápida que la capacidad de los estados de legislar.
- Los Mister Hyde: se
lo pasaron en grande actuando como el Doctor Jekyll, y disfrutando
del capitalismo desenfrenado pues la economía crecía sin parar y había dinero
para endeudarse hasta las cejas. Ahora, han cambiado de piel a Mister Hyde y
escriben tribunas o gritan desde los mítines que el neoliberalismo
capitalista ha fallado, que los bancos nos estafaron y que ha llegado la hora
de las respuestas socialdemócratas. Problema: tuvieron su oportunidad para
evitarlo, ¿lo van a hacer ahora?
- Los Hooligans: les
importa un bledo si el sistema ha fallado. Creen en ladestrucción
creativa, es decir, de vez en cuando todo tiene que destruirse para nacer
de nuevo más poderoso. Que se mueran los feos, perdón, los inadaptados. Viva la
mano invisible del mercado a toda costa. Mueran los estados. Problema:
desgraciadamente, tienen mucho poder y siguen presentes por doquier.
- Los Morlocks: estaban
en sus cuevas subterráneas lamiéndose las heridas durante años. Eran aquellos
que odiaban a los bellos habitantes de la superficie que prosperaban. Odiaban
a los empresarios. Odiaban a los beneficios. Odiaban el comercio. Ahora,
¡han vuelto! Destapan a filósofos del siglo XIX para decirnos que hay que
volver a la negrura del submundo. ¿Problema? Tranquilos, solo van a dar un poco
la lata pero su tiempo ya pasó.
Casi todos estamos entre los
Correctores y los Mr Hyde. Hicimos las cosas mal.Pero ahora no nos
ponemos de acuerdo en cómo hacer las cosas bien. Es nuestro karma. Tenemos que
atravesarlo. Pero esperemos que esto nos sirva para aprender a hacer mejor las
cosas… por lo menos durante varios años. Luego, la bestia volverá a rugir.
miércoles, 8 de mayo de 2013
Autoridad y Dominación
Por Emile Armand
La ley del progreso continuo
No ignoramos la tesis de los
que sostienen la ley del “progreso continuo”. Esta idea no es nueva: hay
gérmenes de ella en Grecia y Roma, y más tarde en los místicos del Medioevo.
Ellos anunciaban que, como el reino del Hijo sucedió al reino del Padre, luego
vendría el reino del Espíritu Santo, en el cual no habría ya error ni pecado.
Dejando de lado el misticismo, esta concep-ción se precisa y se afirma
filosóficamente primero con Bacon y Pascal; y se generaliza luego con Herder,
Kant, Turgot, Condorcet, Saint Simon, Comte y sus sucesores, las escuelas
socialistas utópicas y científicas, en definitiva, los evolucionistas y fatalistas
de cualquier especie.
No ignoramos que la idea de la
ley del progreso constante e interrumpido fue aceptada, exaltada y vulgarizada
por poetas, literatos, filósofos, propagandistas y muchos científicos. Ella
desempeñó entre los hombres el rol de consoladora que antes -en los siglos en
que imperó la fe- tuvo la religión. Pero examinándola de cerca se descubre
enseguida que no hay nada menos fundado, científicamente hablando, que
esta pretendida ley.
Antes que nada, es
imposible probar experimentalmente que los actos de cada unidad humana, de cada
raza, de todas las razas, son efectos inmutables e incontestables de
circunstancias primordiales. En realidad nosotros ignoramos tanto el
origen, el punto de partida de la humanidad, como el fin o los fines a partir
de los cuales ella procede. Pero incluso conociendo exactamente este punto de
partida no poseemos ningún criterio científico que permita distinguir
lo que es progreso de aquello que no lo es. Podemos constatar un
movimiento, un corrimiento, nada más. Los hombres, según sus aspiraciones o el
partido al que pertenezcan, definen este movimiento como “progreso” o
“regresión”. Eso es todo.
En el fondo de esta concepción
del progreso continuo e ineluctable, debajo de su aspecto científico, suena un
recóndito pensamiento místico y fatalista. Aquí la vemos mezclarse a la idea de
que el hombre es la naturaleza que toma conciencia de sí misma. Allá la vemos
acompañada por el pensamiento de que toda la evolución animal anuncia,
profetiza el bípedo de estatura erecta y dueño de la palabra, es decir, el
hombre. Se navega en pleno antropocentrismo y se olvida la realidad más simple:
sobre uno de los cuerpos más ínfimos que salpican el cosmos, debajo de la
atmósfera que lo circunda como un velo diáfano, vegeta, rasguña, se agita una
multitud de parásitos. Un accidente cualquiera sobreexcitó, verosímilmente, la
inteligencia de una de las especies parasitarias de este cuerpo -la Tierra- y
le permitió dominar sobre todas las otras. ¿Eso ocurrió para fortuna o
desgracia de los habitantes del planeta? No lo sabemos. Ignoramos completamente
cuál habría sido el resultado si otra especie de vertebrados hubiera
prevalecido, el elefante o el caballo por ejemplo, u otras variedades a las que
ellos dieran origen. Nada prueba que la naturaleza no hubiera “tomado
conciencia de sí” mucho mejor y quizás en una forma superior en estas razas. Nada
prueba que un nuevo accidente geológico, biológico o de otra clase no quitará
al género humano su cetro, su potencia y su arrogancia.
Pero los hechos son los hechos.
Como están las cosas, el hombre parecer ser, desde el punto de vista
intelectual, el mejor dotado de los parásitos terrestres. Inclinémonos y
regresemos a la ley del progreso continuo, la tesis de la evolución progresiva
y necesaria. Ahora bien, no se puede aceptar esta ley sin admitir, al mismo
tiempo, no sólo que todos los acontecimientos que tuvieron y tienen lugar
fueron y son necesarios, sino que ellos sirvieron y sirven necesariamente al
cumplimiento de la felicidad de la especie humana. A esta conclusión llegó
lógicamente Augusto Comte, y Taine la compendió en una frase lapidaria: “lo
que es tiene derecho a ser”. Todo ocurre entonces para bien de la mejor de
las evoluciones.
En el pasado y el presente. Las
violencias aplicadas a los cuerpos y las violencias ejercidas sobre las
opiniones; la inquisición y los consejos de guerra; las guerras y las
epidemias; el estrangulamiento de las conciencias no domesticadas y las
hogueras donde ardieron los herejes; los pelotones de ejecución, los líquidos
en llamas, los gases asfixiantes, los bombarderos, la “limpieza” de las
trincheras a golpes de bayoneta, el uso de la bomba atómica y la destrucción de
Hiroshima, los campos de concentración, los hornos crematorios. Todo es para
bien. Los prisioneros de guerra masacrados pese a la promesa de vida, los
cristianos de la Roma imperial arrojados como alimento para las bestias, el
extermino de los Albigenses y los Anabaptistas, las “lettres de cachet”, la
razón de estado y las leyes perversas. La esclavitud, los parias, los ilotas,
las cárceles. Los señores del Medioevo que jugaban más fácilmente con la vida
de un siervo que con la de un perro. Los monopolizadores y los explotados, los
privilegiados y los marginados de la ley. Todo es para bien, todo sirvió, todo
concurrió en la marcha del progreso; todo esto facilitó y preparó el devenir de
la felicidad ineluctable y universal... ¡No es posible! Nuestra razón
se rebela contra esta idea.
Nosotros nos inclinamos sobre la vorágine sin fondo en la que se abismaron las grandes civilizaciones y las edades más famosas; sobre la profundidad en la cual confluyeron los períodos históricos más resonantes y grandiosos; y de estos abismos insondables no oímos subir himnos de alegría y de placer, al contrario, sentimos un concierto inarmónico y horrendo de protestas, llantos y lamentos; de sentimientos, aspiraciones y necesidades desatendidas, mutiladas, ofendidas, reprimidas. Los clamores feroces y un poco forzados de los acomodados intentan en vano cubrir, sofocar los gritos de rabia y cólera de aquellos que no tuvieron la ocasión de sentirse satisfechos. Pero no lo logran.
¿Figuras retóricas? ¿Argumentos sentimentales? Lo concedo. Pero son ratificados por los datos y documentos de la experiencia histórica. En cada momento del desarrollo de una civilización -cualquiera haya sido la influencia que presidió su crecimiento- los descontentos, los precursores, los marginales de una u otra clase se sublevaron, aislados o en grupo; algunos hombres se erigieron y proclamaron que su felicidad estaba en las antípodas o en los márgenes de lo que definían los dogmas, las convenciones, las leyes, los decretos, las dictaduras y los mandatos de las mentes mediocres; del ambiente o de la elite social. La antorcha de la resistencia y del inconformismo no se apagó nunca por completo, ni aún en los días más tenebrosos de la "evolución" de la humanidad.
Es cierto que la antorcha de
la aspiración a una felicidad diferente a la felicidad oficial, a la felicidad
del justo medio, no siempre brilló con la misma luz. Pero no por eso alumbró
menos el camino de la rebelión y la autonomía individual, la vía sobre la cual
transitó siempre la mejor parte del género humano. Si hubiera que
atribuir a una ley las mejoras que algunos creen descubrir en las relaciones
entre los hombres, esta ley podría ser la de la “persistencia continua” del
espíritu de no-conformismo, y no la así llamada ley del “progreso continuo”.
Origen y Evolución de la Dominación
La dominación fue ejercida en principio de
hombre a hombre. El más fuerte físicamente, el mejor armado, dominaba al más
débil, al que tenía menos defensas, y lo forzaba a cumplir su voluntad. El
hombre que sólo tenía un pedazo de madera para defenderse tuvo que ceder,
evidentemente, al que lo seguía con una lanza de punta de silicio, arco y
flecha. Más tarde, o quizás contemporáneamente, otro factor determinó el
ejercicio de la dominación: la astucia. Surgieron hombres que llegaron a
persuadir a sus pares de poseer ciertos secretos mágicos capaces de hacer mucho
daño, de causar grandes inconvenientes a aquellos -y a sus bienes- que se
resistieran a su autoridad. Puede ser que estos hechiceros estuvieran convencidos
de la realidad de su poder. Como sea, la dominación tiene -en todas las épocas
y lugares- dos fuentes: la violencia y la astucia.
En las sociedades actuales, la dominación se ejercita raramente -en tiempos normales- con tanta brutalidad. Cuando se practica de tal modo, esto ocurre gracias a la costumbre, la sanción moral o legal, o un estado de cosas irregular. Es cierto que hay madres que pegan a sus hijos porque éstos desobedecen, maridos que pegan a sus mujeres porque éstas rechazan la obediencia legalmente aceptada y hay policías que disparan sobre prisioneros en fuga o viceversa. Pero eso es tolerado por los hábitos o es excepcional. Cuando se ejercita la dominación sobre una colectividad humana en beneficio de un autócrata, esto sucede porque él se apoya en un número bastante grande de cómplices o satélites que están interesados en que subsista tal autoridad, y estos cómplices se hacen ayudar y asistir por una tropa armada, mercenaria, lo suficientemente fuerte para tornar inútil toda resistencia. La dominación se ejercita raramente a beneficio de un autócrata. Al menos directamente. Siempre es practicada en beneficio de una casta, una clase, una clientela política, una plutocracia, una elite social o la mayor parte de una colectividad. Se apoya en reglamentaciones de orden político o económico; civil, militar o religioso; legal o moral. Es consagrada por las instituciones regidas por mandatarios.
Sobre el “bien” y el “mal”
Para comprender la evolución de
la moral gregaria, es indispensable recordar que “bien” es sinónimo de
“permitido” y “mal” sinónimo de “prohibido”. Alguien -cuenta la Biblia-
“hizo lo que está mal a los ojos del eterno”, frase que se repite en varios
pasajes de los libros sagrados de los hebreos, que son también los de los
cristianos. Pero es necesario traducirlo mejor: alguien hizo algo que estaba
prohibido por la ley religiosa y moral, establecida por interés de la teocracia
israelita... En todos los tiempos y en todas las grandes agrupaciones
humanas se llamó siempre “mal” al conjunto de los actos condenados por la
convención, escrita o no, que varía según las épocas y las latitudes.
Así es que está mal adueñarse de la propiedad de aquel que posee más de lo que necesita para vivir bien, está mal mofarse de la idea de Dios o de sus sacerdotes, está mal negar a la patria, está mal tener relaciones sexuales con parientes cercanos. Y como la prohibición no basta, la convención oral se cristaliza en ley, cuya función es reprimir.
Reconozco que la aparición de una diferencia entre el bien y el mal -lo permitido y lo prohibido- marca una etapa en el desarrollo de la inteligencia de las colectividades. Al principio, esta diferencia era social: el individuo no tenía suficientes posesiones hereditarias ni bastante experiencia mental como para evitar someterse a las adquisiciones y a cierta experiencia grupal.
Es comprensible que el bien y el mal estuvieran empapados de connotaciones religiosas. Durante todo el período pre-científico, la religión fue para nuestros antepasados lo que para nosotros es la ciencia. Los hombres más sabios de entonces concebían sólo una explicación sobrenatural de los fenómenos que no comprendían. El hábito religioso precedió naturalmente al hábito civil.
Por cuanto pueda sorprender, a posteriori, vivir en la ignorancia del bien y el mal convencional es, en el primitivo, un indicio de inteligencia. No es porque él está más cerca de la naturaleza que ignora lo permitido y lo prohibido -y mucho menos porque es un inmoral- sino simplemente porque no razona.
Al contrario, el hombre contemporáneo que se pone individualmente al margen del bien y el mal, que se ubica conscientemente más allá de lo permitido y lo prohibido, alcanza un estadio superior en la evolución de la personalidad humana. Él ha estudiado la esencia de la concepción del bien y el mal social; se ha preguntado qué queda de lo permitido y lo prohibido una vez que se descubre su apariencia.
Si él prefiere tener como guía el instinto antes que
la razón, eso ocurre después de hacer comparaciones y reflexiones cuidadosas.
Si cede el paso al razonamiento en confrontación con el sentimiento, o al
sentimiento opuesto al razonamiento, lo hace deliberadamente, después de haber
tanteado su temperamento. Él se separa del rebaño tradicional porque
considera que la tradición y el convencionalismo son obstáculos para su
expansión. En otras palabras, él es a-moral luego de haberse preguntado lo que
vale la “moral” para el hombre. Hay una buena distancia entre este
marginal de la moral y el primitivo, a duras penas huido de la animalidad, de
cerebro todavía obtuso, incapaz de oponer su determinismo personal al
determinismo aplastante del ambiente.
jueves, 4 de abril de 2013
Manifiesto contra el progreso
Por Agustín López Tobajas
Decrecer significa lo inverso de crecer y no
otra cosa: decrecer es tener cada vez menos, es sustituir el asfalto por
tierra, es abolir la informática, acabar con la televisión, tener cada vez
menos periódicos, dejar de fabricar la infinidad de cosas estúpidas que no se
necesitan absolutamente para nada, consumir cada vez menos. En definitiva, tener menos para ser más.
Naturalmente, la realización de tal posibilidad a escala social sería un milagro sin parangón en la historia conocida de la humanidad. Ciertamente, el hombre actual, tan moderno, tan libre, tan progresista, tan dueño de sí, puede desintegrarse si le desconectan de la televisión, del automóvil, de la prensa diaria, del teléfono móvil y de internet.
Lo que comúnmente se llama ‘realidad’ no es sino un colosal entramado de ficciones, mantenido en pie por la acción manipuladora de la publicidad y los medios de información, y alimentado por el ciudadano ‘medio’, entregado a la superstición de la noticia y el culto a la exterioridad. Somos sencillamente superfluos. Una sociedad que hace del aspecto físico, el dinero y el prestigio social, del deporte, la gastronomía y la moda sus divinidades domésticas, no supera los mínimos necesarios que confieren derecho a la existencia.
La actual unificación del mundo no permite siquiera contemplar el final de nuestra civilización como un trauma normal; en una sociedad globalizada, las catástrofes son inevitablemente globales. Con todo, si no hay lugar al optimismo, tampoco lo hay al pesimismo, pues la catástrofe, en definitiva, no es que Occidente se hunda, sino que subsista.
miércoles, 3 de abril de 2013
Contra la Sociedad del Espectáculo
Por el Frente Negro
Podemos afirmar que el nuevo
rostro del sistema es un triple dominio compuesto por técnica, mercado y
espectáculo. Las figuras tradicionales del enfrentamiento político, son ya
obsoletas; al día de hoy el poder se ejerce mediante mecanismos impersonales
que no se ejecutan en momentos y lugares simbólicos, sino en todo instante y en
todas partes.
Más que por una estructura de poder, el sistema está hoy constituido por una dimensión existencial, en la que todos estamos inmersos. Así es, porque la nueva forma del dominio no prevé una imposición externa, sino más bien una absorción interior. Nosotros vivimos en la técnica, en el mercado, en el espectáculo.
Todo aspecto de nuestras existencias que no se pueda redirigir a tal esquema es “normalizado” o suprimido: lo que no es “eficaz” para la técnica es superado, lo que no es “rentable” para el mercado es “absurdo”, lo que no es visible en el espectáculo es “inexistente”. El resultado es el mundo sin sentido: la economía produce por producir, la técnica progresa por progresar, el espectáculo muestra por mostrar. Lo que en su momento era un medio supeditado a otros fines, ahora es fin en sí mismo. Vuelve a nuestra mente la frase de Nietzsche sobre el nihilismo como ausencia de respuesta al porqué. Pues bien, la profecía se ha cumplido. Vivimos en un mundo que, como bien dijo Alain de Benoist, no sabe dónde ir, pero no deja de afirmar que sólo hay un camino que seguir.
Más que por una estructura de poder, el sistema está hoy constituido por una dimensión existencial, en la que todos estamos inmersos. Así es, porque la nueva forma del dominio no prevé una imposición externa, sino más bien una absorción interior. Nosotros vivimos en la técnica, en el mercado, en el espectáculo.
Todo aspecto de nuestras existencias que no se pueda redirigir a tal esquema es “normalizado” o suprimido: lo que no es “eficaz” para la técnica es superado, lo que no es “rentable” para el mercado es “absurdo”, lo que no es visible en el espectáculo es “inexistente”. El resultado es el mundo sin sentido: la economía produce por producir, la técnica progresa por progresar, el espectáculo muestra por mostrar. Lo que en su momento era un medio supeditado a otros fines, ahora es fin en sí mismo. Vuelve a nuestra mente la frase de Nietzsche sobre el nihilismo como ausencia de respuesta al porqué. Pues bien, la profecía se ha cumplido. Vivimos en un mundo que, como bien dijo Alain de Benoist, no sabe dónde ir, pero no deja de afirmar que sólo hay un camino que seguir.
Espectáculo y realidad
El espectáculo está formado por aspectos individuales del mercado y de la técnica que constituyen un conjunto autónomo que engloba el ámbito de la información y de las representaciones colectivas. Lo observaron ya Adorno y Horkheimer: “las películas, la radio y los semanarios constituyen, en su conjunto, un sistema”. Y todo esto pese al tan ostentado pluralismo: “las distinciones enfáticamente afirmadas” entre los diferentes productos culturales, “más que estar fundadas sobre la realidad y derivar de ésta, sirven para clasificar y organizar a los consumidores, y para tenerlos en un “fichados” más sólidamente. Para todo el mundo está previsto algo, para que nadie pueda escapar; las diferencias son creadas y difundidas artificialmente”
Lo que vemos cambia continuamente, pero sigue siendo constante el dominio de la visión de la imagen espectacularizada. En nuestra sociedad, de hecho, la visión ha sustituido tanto a la acción como a la reflexión. Se cree solo lo que se ve. Lo que es visto suplanta lo que es vivido. El espectáculo, dice Guy Debord, no es otra cosa que “el empobrecimiento, el sometimiento y la negación de la vida real”. La visión espectacularizada se plantea así, como la única posibilidad de existencia de los entes.
De ahí se deduce que la
sociedad del espectáculo no es sólo el reino de la mentira, sino más bien la
auténtica dimensión de la no-verdad absoluta, la dimensión en que es imposible
tener una experiencia de la verdad, el mundo en que existe sólo lo que se sitúa
bajo la luz de los reflectores. Y todos nosotros, como moscas ante un cristal,
nos damos de cabezazos para alcanzar una realidad que no captamos sin entender
quién y qué se interpone entre nosotros y ella.
De este modo, sin embargo, nuestra capacidad de comprensión y de comunicación queda irremediablemente reducida. La sociedad del espectáculo entra en nosotros y nos condiciona desde dentro. En particular, nuestra personalidad es desarticulada en tres niveles distintos: nivel informativo, nivel social y nivel psíquico.
Ver y no entender
El nivel informativo es aquel en el que el espectáculo actúa deformando nuestra percepción del mundo. “Todo lo que sabes es falso”, ha escrito recientemente alguien, y resulta difícil disentir.
Hoy nosotros ya no estamos en condiciones de comprender lo que sucede a nuestro alrededor sin recurrir a las respuestas preconfeccionadas o a paradigmas simplistas que nos suministran deliberadamente los medios. El esquema moral de los “buenos” y de los “malos” ha sido ya insertado a la fuerza entre nuestras estructuras mentales implícitas, y nuestra “libertad de pensamiento” consiste simplemente en asignar a cada figurante la posición a la cual está destinado a pertenecer. Las piezas del rompe-cabezas nos las da la televisión y el encaje es el establecido, a fin de cuentas, cuando juntamos las piezas nadie nos pone una pistola en la nuca: a algunos les basta con que no les apunten con un arma ni los metan en campos de concentración para autoproclamarse “libres” y conformes. ¿Libres de qué? ¿Libres para que?La multiplicación de los canales informativos ha acabado por coincidir con la total ausencia de información real.
Ver y no entender es ya nuestro destino. La comprensión o el análisis resultan inaccesibles; queda sólo el estupor y la indiferencia, el miedo y la diversión, la histeria y la apatía, administrados en dosis de zapping, según las exigencias del sistema.
Desestructuración de lo social
El nivel social es aquel en el que la personalidad de los individuos y su vínculo con los otros son desestructurados y remodelados en base a la lógica mercantil. “El espectáculo no es un conjunto de imágenes sino una relación social entre individuos, mediatizada por las imágenes”, observaba Guy Debord. No vivimos más que relacionándonos con los otros, pero hoy no existe vínculo social que no esté filtrado y retransmitido por el espectáculo. Aquí, más que los noticieros, lo que vale son las series de ficción, los reality show y la publicidad en general. Al proponer determinados modelos, la sociedad del espectáculo penetra en las relaciones interindividuales y se reproduce.
La competición darwinista, el moralismo hipócrita, el individualismo decadente, el etnomasoquismo, la vanidad narcisista, la pequeña mezquindad, el conformismo más vacío, la superficialidad más desconcertante y la ignorancia más abismal elevados a norma: es en todo esto en lo que estamos inmersos cotidianamente gracias al bombardeo mediático. Predomina la banalidad como lenguaje, lo que significa, no tanto que se dicen cosas banales, sino que no se es capaz de comunicar nada más que a través de la banalidad. Es decir: se habla y no se dice nada.
Es la culminación de la
alienación: “la conciencia espectacular, prisionera en un universo degradado,
reducido por la pantalla del espectáculo detrás de la cual ha sido deportada su
propia vida, no conoce más que los interlocutores ficticios que le hablan
unilateralmente de su mercancía y de la política de su mercancía”.
La Gran Familia
Tal mecanismo alienante, para hacerse seductor, no puede más que travestirse de fingida autenticidad. La tendencia al “realismo” de la televisión actual en realidad trata de crear una especie de “familiaridad” con la ficción, intentando apasionar al público con pequeños casos insignificantes con los que se pueda identificar.
Es así precisamente: Te descubres llamando por el nombre a unos desconocidos que has visto en la pantalla como si fuesen tus amigos íntimos. Los sientes cercanos, se te parecen a ti. Pero en realidad eres tú el que estás empezando a ser como ellos. Estos shows, de hecho, no representan la realidad. La construyen. No son descriptivos sino normativos. No muestran lo que es sino lo que debe ser. Lo mismo se puede decir del culto de los famosos y de los aspectos más privados de sus existencias: el individuo “normal” se ve empujado a los cotilleos sobre la vida sentimental de los millonarios ignorantes y viciados, divinizados por los medios y fantasea de esta manera sobre una vida que nunca podrá tener pero que le servirá como modelo para orientar la suya. Vivimos en un mundo de famosos frustrados, que al soñar sólo con el estilo de vida de las aburridas estrellas podridas de dinero, muestran que ya han interiorizado un cierto desprecio hacia sí mismos, hacia sus propios orígenes sociales y culturales.
Gracias a la sociedad del espectáculo comenzamos a odiar la parte de nosotros que sigue siendo auténtica, verdadera, arraigada, la parte que una vez desintegrada nos permite acceder al paraíso mediático, tal y como prevé el clasismo postmoderno que separa a quien aparece en la tele del que no.
La devastación de los cerebros
El nivel psíquico, además, es el de la auténtica desarticulación de la personalidad a un nivel incluso fisiológico. Sólo hay que pensar en la acción desestructurante que puede ejercer en el cerebro.
Como se sabe, el cerebro funciona gracias a la sinergia del hemisferio izquierdo y del hemisferio derecho. Los dos hemisferios elaboran las informaciones de modos distintos destinados después a entrelazarse armónicamente: el hemisferio izquierdo razona de un modo que podríamos definir analítico, lineal, consecuente, científico, digital, el derecho, de modo intuitivo, simbólico, imaginativo, sintético, arquetípico.
Ahora, se ha revelado como el uso de las nuevas tecnologías mediáticas está en condiciones de crear estructuras mentales prioritarias, favoreciendo determinadas facultades en detrimento de las centrales para el pensamiento. Otros han identificado en tal separación el origen de la barbarización de nuestra sociedad y de la extensión de la violencia nihilista como fin en sí misma.
Aquí no hablamos de actitudes o de mentalidades, sino de organización cognitiva e incluso neuronal. Sólo hay que pensar que la televisión ha modificado ya el modo en que usamos nuestros ojos y está contribuyendo incluso a desequilibrar nuestros valores hormonales.
Y eso no es todo: la autorizada revista especialista Pediatrics, por ejemplo, ha llevado a cabo estudios que han demostrado cómo en los Estados Unidos el cerebro de los niños se forma de acuerdo con los tiempos televisivos- en los que todo sucede velozmente, a base de relámpagos breves y repentinos- tanto que ya no logran concentrarse cuando no reciben el mismo tipo de estímulo veloz. Un número cada vez mayor de niños ya no es capaz de concentrarse nunca, ni siquiera durante algún minuto. Estamos dando vida al zombi global, único ciudadano posible del mundo clónico que se prepara.
El pensamiento radical
Radical: (Del latín radix, raíz): Fundamental, de raíz. Relativo a la búsqueda de una ruptura con lo establecido. Tajante, intransigente. Fuera de la comedia, y, al contrario, dispuesto a incendiar todo el teatro, se encuentra, en cambio, quien asume posiciones radicales. El radicalismo es la antítesis del extremismo. El primero es silencioso, vivido, de largo alcance, operativo; el segundo es ruidoso, escenificado, miope, inútil.
No centrado en los gestos sino en las acciones, el radicalismo es, etimológicamente, la capacidad de ir a la raíz. A la raíz de uno mismo ante todo: el pensamiento radical está siempre arraigado. Debe estarlo; quien se aventura en el reino de la nada debe tener una identidad fuerte para no asumir él mismo las apariencias del enemigo. Pero pensamiento radical significa también ir a la raíz de los problemas, comprender los acontecimientos en profundidad, sabiendo ponerlos en perspectiva.
Escuela de autenticidad y de realismo, el pensamiento radical es hoy la única vía transitable que con razón se puede definir revolucionaria. Así es, porque el primer cometido de toda voluntad revolucionaria es el de descender concretamente a la realidad, más allá de la histeria y de la utopía, las dos únicas alternativas que la sociedad del espectáculo nos ofrece. Por tanto, actuar para volver a lo real. Generar nuevas conciencias. Redespertar conciencias adormecidas. Salir de la capa sofocante de la no-verdad para volver por fin a ver las estrellas.
viernes, 15 de marzo de 2013
Capitalismo de Estado a todo tren
Por el Emboscado
En 2007-2008 estalló la crisis
financiera mundial con gravísimas consecuencias de índole social, económica,
política y militar entre otras. En esas fechas el capitalismo se desplomó
completamente con la quiebra, y en algunos casos desaparición, de infinidad de
bancos y grandes empresas. Sin embargo, fueron los Estados los que salieron al
rescate del capitalismo al reflotarlo con multimillonarias inyecciones de
dinero en forma de préstamos, subvenciones, avales, etc…, que fueron
directamente a parar a las grandes empresas y bancos afectados. En la práctica
la economía fue estatizada en su mayor parte a través de sucesivas
nacionalizaciones, y por medio de un creciente intervencionismo económico de
las diferentes empresas y agencias reguladoras estatales, lo que en la práctica
significó la transición hacia un capitalismo de Estado.
El rescate económico y financiero
del capitalismo por los Estados dejó boquiabiertos a muchos que no llegaban a
comprender, y mucho menos a explicar coherentemente, dentro de sus averiados
esquemas políticos e ideológicos por qué el Estado, con todos sus recursos,
reflotaba a empresas y bancos que estaban en la quiebra. Las razones son muy
obvias, a pesar de que toda la propaganda se empeña en presentar los hechos de
forma tergiversada. El sistema económico capitalista es tremendamente funcional
para los intereses estratégicos del Estado al proveerle de ingentes ingresos
vía impuestos, pues toda la actividad económica que genera a través de la
plusvalía, el comercio y la monetización del conjunto de las relaciones
sociales constituyen la base económica que provee al Estado de los recursos
para costear sus instrumentos de dominación, y con ello poder competir con
otros Estados por mayores cotas de poder en la esfera internacional. Prueba de
esto es que un tercio de los beneficios de las grandes corporaciones van a las
arcas del Estado, lo que explica que le interese que las empresas tengan las
mayores ganancias posibles. Asimismo, en el caso concreto de España nos
encontramos con que el pinchazo de la burbuja inmobiliaria desencadenó una
fortísima caída en los ingresos del Estado, pues la actividad económica que
producía este sector al que estaban vinculados, a su vez, otros sectores
auxiliares proveía de importantes ingresos al ente estatal. El capitalismo
lejos de debilitar al Estado lo refuerza económica y financieramente, de tal forma
que el Estado se sirve del capitalismo para conseguir sus propios intereses.
La hipertrofia estatal es un
hecho desde el momento en el que el Estado español constituye la mayor
corporación con más de 3 millones de asalariados a su cargo, lo que supone casi
el 20% de la población activa. Pero esta hipertrofia se ve agravada por el
hecho de que el sector estatal es por definición improductivo y despilfarrador
de recursos, lo que exige nuevos y mayores impuestos para su mantenimiento.
Debido a esto el Estado, vía impuestos directos e indirectos, acapara el 45%
del PIB, más que ninguna otra empresa, lo que nos da una imagen muy clara
acerca de dónde reside realmente el poder económico. Por otro lado es
importante destacar que, al menos en el caso del Estado español, la mayor parte
de sus ingresos provienen de las cotizaciones realizadas por los trabajadores a
la Seguridad Social, de la que recauda unos ingresos que constituyen el 47% de
sus presupuestos. Esto es lo que explica que el Estado esté tan interesado en
reimpulsar el capitalismo mediante inyecciones de dinero a gran escala en
empresas y bancos, pues el Estado se queda en torno a un 40% del total del
sueldo bruto de cada trabajador. Así, cuanta mayor sea la actividad económica
dentro de un sistema en el que su principio rector es la búsqueda del máximo
beneficio particular, mayores serán los ingresos del Estado derivados de las
plusvalías de los trabajadores, de los beneficios de las empresas y del
trasiego de mercancías que produce el propio comercio.
Además de todo lo anterior hay
que apuntar que los mercados, tras un período de liberalización, demostraron
ser irracionales, lo que exigió la consiguiente intervención estatal para
restablecer el capitalismo que ya en 2008 se había desmoronado. En este sentido
es muy significativa la siguiente declaración de la que fuera vicepresidenta
del gobierno del PSOE Mª Teresa Fernández de la Vega: “la mano invisible del
mercado necesita la mano visible del Estado”. Esto viene a probar una vez más
que no es posible un capitalismo sin subsidios y sin asistencia estatal, pues
como los hechos han demostrado el Estado es mucho más estable al disponer de
muchísimos más recursos que cualquier multinacional que, como hemos visto, son
débiles y susceptibles de ser barridas por alguno de los ciclos del
capitalismo. Sin subvenciones, sin determinadas regulaciones fiscales, en
definitiva, sin la acción ordenadora, en tanto que reguladora, y directora del
Estado en la economía el capitalismo no es viable, como tampoco la empresa
capitalista. Son ilustrativas las partidas presupuestarias anuales destinadas a
subvencionar la empresa privada con fondos estatales, y que todos los años se
ven reflejadas en el BOE y en los demás boletines oficiales de las comunidades
autónomas, lo que expresa con meridiana claridad no sólo los intereses
estratégicos del Estado en el ámbito económico para su control y dirección,
sino el simple y mero hecho de que la mayoría de esas empresas receptoras de
subsidios no serían viables sin ellos.
En cuanto el funcionamiento
contradictorio del capitalismo pone en peligro el sistema económico y social
que le es inherente, y con ello deja de servir a los intereses estratégicos del
Estado, es cuando este último interviene directamente, tal y como hemos
observado los últimos años, con la ampliación de su poder a escala colosal en
el conjunto de la economía a través de sucesivas nacionalizaciones de empresas
y bancos, por medio de nuevas leyes, normas y reglamentos reguladores, así como
diferentes protocolos de supervisión y control de las multinacionales y
entidades financieras. Pero esta hiperextensión del Estado tiene una factura
muy grande que se la pasa a los ciudadanos mediante nuevos y mayores impuestos,
al mismo tiempo que se llevan a cabo recortes en los presupuestos y reformas
laborales que devalúan la mano de obra.
La socialdemocracia y la
izquierda subvencionada sostienen un discurso político totalmente irrealista al
abogar por un incremento de los impuestos sobre las empresas y bancos, todos o
la inmensa mayoría de ellos en quiebra de no ser por la ayuda estatal.
Naturalmente este tipo de propuestas se inscriben en el contexto ideológico de
quienes consideran que el Estado, este Estado capitalista, desempeña una
función salvífica como redentor de la sociedad frente a las empresas, los
bancos y en general el Capital. Todo ello parte de la ingenua, y por lo demás
falsa, idea de que el Estado, de manera completamente altruista, renuncia a sus
propios intereses para salvaguardar los del conjunto de la sociedad, lo cual es
posible, siempre según ellos, mediante otro tipo de gestión de sus
instituciones que anteponga esos intereses frente a los del gran Capital.
Pero la realidad es muy tozuda
al negar todo lo anterior en la medida en que el Estado es un ente político
anterior al capitalismo, que se sirve a sí mismo antes que nada tal y como
históricamente queda demostrado en su obrar. De esta manera es imposible otra
gestión distinta de la que los sucesivos gobiernos de derechas e izquierdas
vienen realizando en el contexto general de la crisis, y prueba de ello es que
en Andalucía la izquierda gobernante está aplicando recortes y medidas
semejantes a las que el gobierno central, de derechas, lleva a cabo. Pero esto
también es extensible a Asturias como un ejemplo más de esta realidad. Lo
cierto es que la lógica que impone la razón de Estado obedece a sus intereses
definidos en términos de poder, los cuales prevalecen por encima de cualquier
gobierno de derechas o de izquierdas.
El elevado tamaño del Estado
hay que pagarlo, y cuando el capitalismo ha naufragado y el Estado lo ha ido a
rescatar la factura se hace todavía mayor en la forma de más impuestos a cambio
de menos. El Ministerio de Hacienda, la Agencia Tributaria, el Banco de España
(de capital estatal y con amplios poderes de supervisión y regulación aunque
supeditado al BCE), el ICO con participación en multitud de empresas del
capitalismo privado, la Comisión Nacional del Mercado de Valores, la Comisión
Nacional de la Competencia, el FROB, y tantos otros organismos estatales son
los que ejercen el poder real sobre la economía con sus regulaciones,
supervisiones y toda clase de normativas que hacen de ella un instrumento al
servicio del poder de poderes encarnado por el Estado. El capitalismo es de
Estado porque sin él no puede existir ni sobrevivir, lo que le permite
profundizar su dominio sobre las personas.
Pero el poder económico del
Estado no sólo ha aumentado a nivel interno con un control sobre las personas
nunca antes conocido, sino que a nivel internacional su presencia se ha hecho
todavía mayor a través de un creciente y cada vez más virulento imperialismo en
el que las instituciones supranacionales, lejos de ser organismos neutrales,
son su más viva expresión al operar como instrumentos al servicio de los
intereses estratégicos de estas potencias. Así comprobamos cómo la UE, el BCE,
etc., son herramientas del imperialismo del gobierno alemán para la consecución
de mayores cotas poder en la esfera internacional con la extensión de su
influencia a lo largo del continente europeo y del mundo.
La pertenencia del Estado español a estas instituciones es lo que ha facilitado que en la actualidad esté directamente supeditado, política y económicamente, a las directrices del gobierno alemán al ser los principales bancos alemanes, ahora de propiedad estatal tras la inyección de más de 500.000 millones de euros gubernamentales, los mayores tenedores de deuda soberana española. Vemos cómo el imperialismo es la máxima expresión del poder estatal al adquirir unas dimensiones colosales a través de las instituciones supranacionales, con lo que dicho poder ya no sólo se ejerce sobre los nacionales propios sino también sobre otros pueblos a los que se vampiriza, subyuga y desintegra al modo de cómo ocurre en Grecia. Por esta razón hablar hoy de desregulaciones, retroceso del Estado, de liberalización económica, etc., carece de completo sentido cuando los hechos demuestran que estamos completamente inmersos en un proceso de capitalismo de Estado a todo tren.
La pertenencia del Estado español a estas instituciones es lo que ha facilitado que en la actualidad esté directamente supeditado, política y económicamente, a las directrices del gobierno alemán al ser los principales bancos alemanes, ahora de propiedad estatal tras la inyección de más de 500.000 millones de euros gubernamentales, los mayores tenedores de deuda soberana española. Vemos cómo el imperialismo es la máxima expresión del poder estatal al adquirir unas dimensiones colosales a través de las instituciones supranacionales, con lo que dicho poder ya no sólo se ejerce sobre los nacionales propios sino también sobre otros pueblos a los que se vampiriza, subyuga y desintegra al modo de cómo ocurre en Grecia. Por esta razón hablar hoy de desregulaciones, retroceso del Estado, de liberalización económica, etc., carece de completo sentido cuando los hechos demuestran que estamos completamente inmersos en un proceso de capitalismo de Estado a todo tren.
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