Tengo aquí una entrevista al intelectual francés, Alain de Benoist. Él ha sido parte de una corriente ideológica denominada "Nueva Derecha", pero aclaro de forma inmediata para los incautos, que nada tiene que ver con la brutal Derecha neoliberal capitalista que, desde hace más de 20 años, está vendiendo CHILE. Reivindica también una "Democracia" participativa y las organizaciones de base frente a la partidocracia y al Estado Burgués, oponiéndose al Capitalismo salvaje y consumista, teniendo como corazón a Estados Unidos de Norteamérica. Los invito a leer esta interesante entrevista y a conocer más sobre éste notable pensador-escritor.
Se le considera como el
fundador de la Nueva Derecha. ¿Cómo "resumir" ésta? ¿Es una escuela
política en el mismo sentido que la Action Française, una filosofía, o solo un
método de pensamiento?
¡Es difícil "resumir" una trayectoria de 35 años! Lo que los medios
de comunicación a partir de 1979 llamaron la "Nueva Derecha" es una
escuela de pensamiento, fundada a principios de 1968, que se proponía
reconsiderar la filosofía política y trabajar, más generalmente, en el ámbito
de las ideas. Al principio, era un grupo de estudiantes. En principio, algunos
millares de páginas de libros, revistas, actos de coloquios, conferencias, etc.
y una etiqueta que no han dejado de clavarme en la piel, como una túnica de
Nessus, pero que siempre he encontrado inadecuada, ya que es ambigua. Daba en
efecto una resonancia política a una esfera de influencia esencialmente
intelectual y cultural, y la encerraba en una polaridad derecha- izquierda que
la clase mediatica-politica tiene todo el interés en intentar hacer persistir,
pero que no se corresponde ya en nada a la problemática de nuestro tiempo.
Cuando esta corriente de pensamiento aparece, yo esperaba hacer a la vez un
equivalente de la Escuela de Frankfort y del CNRS. Se es idealista cuando se
tienen veinte años (y lo peor es que nunca he dejado de serlo). Sigue siendo
una multitud de trabajos que ejercieron y todavía ejercen una determinada
influencia. Para el futuro, se verá bien: cuando se lanzan botellas al mar, no
se prejuzga de las islas a donde llegarán. Pero no es erróneo hablar de método
de pensamiento. El método nunca consistió en tener los resultados de estos
trabajos para acervos definitivos. La Nueva Derecha evolucionó, no dejó de
precisar y hacer avanzar su discurso. Comprendo que eso haya podido desviar a
algunos agitados y a los aficionados de excursiones, los que esperan pequeños
catecismos y no gusta oír sino lo que ya saben. Nunca he pretendido ser
agradable ¡Por esto quizás nunca podría haber sido un buen político!
Su pensamiento ha sido relacionado desde hace tiempo, erróneamente o con
razón, con el antiamericanismo, lo que ha sido una especie de revolución
copernicana en las derechas francesas de los años setenta. ¿Su posición
evolucionó después?
¿Revolución copernicana? Pero si las derechas francesas nunca han sido pro
americanas. A excepción de su componente liberal, que incluso solo lo fue
raramente. Releed a Maurras, a Barrès, a Bonald o a Joseph de Maistre, o al El
cáncer americano, de Arnaud Dandieu y Robert Aron. La derecha francesa desde
sus inicios denunció a América como la primera civilización exclusivamente
comercial de la historia, como una nación basada en los principios de las
Luces, cuya breve historia se confunde con la de la modernidad: individualismo,
materialismo práctico, culto del performance y la rentabilidad. Es cierto que
en cambio, en la época de la guerra fría, mucha gente de derechas pudo creer,
por anticomunismo, que los Estados Unidos defendían al "mundo libre".
Ese no fue mi caso. Ahora que el sistema soviético ha desaparecido, se ve por
otra parte claramente que el "mundo libre" no es más que el lugar de
un tipo diferente de enajenación generalizada.
Sobre los Estados Unidos, mi posición no cambió, pero se precisó y matizó. No
soy américanofobo. En primer lugar porque tengo horror a las fobias y no detesto
a ningún pueblo; a continuación porque en América como en cualquier otra parte,
hay por supuesto cosas de mi agrado. Sin embargo el basamento histórico del
americanismo reside en una ideología providencialista de origen puritano que,
desde el tiempo de los Padres fundadores, asigna una misión universal a los
Estados Unidos (el Manifest Destiny), en este caso la transformación del
planeta en un extenso mercado homogéneo exclusivamente regulado por los valores
del liberalismo y basado en el modelo antropológico normativo de un individuo
dedicado unicamente buscar permanentemente su mejor interés, éste se confunde
en general con una cantidad cada vez mayor de objetos consumidos. Centro del
"turbocapitalismo", América sigue siendo por otra parte el principal
beneficiario y el principal enlace, y también la principal herramienta, de la
Forma-Capital. Pienso que el americanismo cultural es la principal amenaza hoy
que pesa sobre las culturas y los estilos de vida diferenciados, y que la
política exterior americana es el factor principal de brutalización de las
relaciones internacionales. Amenaza que se trasluce en el unilateralismo y el
aventurerismo militar del equipo actualmente en poder en Washington.
¿A juzgar por los acontecimientos iraquíes, cree que ocurra un próximo
choque de civilizaciones?
Los Estados Unidos, que pretenden combatir un islamismo que no dejaron de
fomentar durante décadas, eligieron hacer la guerra al único país laico de
Oriente Medio. Los resultados confirmaron las peores predicciones de los
adversarios de esta guerra ilegal e ilegítima, fundada por añadidura sobre una
abominable mentira de Estado (las pretendidas "armas de destrucción masiva"):
un caos generalizado que amenaza ahora con extenderse a los países vecinos y
dar nuevas razones y motivos a los grupos terroristas para actuar. Es la vieja
historia del bombero pirómano.
El tema del "choque de las civilizaciones", teorizado por Samuel Huntington,
es una fórmula fácil que sacude inmediatamente a los espíritus perezosos, cada
vez más llevados a repetir lemas que les satisfacen que a las exigencias del
análisis y la reflexión. Más allá de las fricciones culturales que se producen
necesariamente en un mundo globalizado, pienso que esta fórmula no corresponde
prácticamente a nada. Las "civilizaciones" no son bloques homogéneos,
y no se ve comó podrían transformarse en protagonistas de las relaciones
internacionales. La tesis de Huntington aparece en cambio en el momento justo
para favorecer la confusión entre las patologías sociales nacidas de la
inmigración y el islam, el islam y el islamismo, el islamismo y el terrorismo
global. Por ahora, legitima la islamofobia que los Estados Unidos y sus aliados,
que estaban en busca de un enemigo absoluto sustituto desde la desaparición de
la Unión Soviética, emplean e instrumentalizan muy inteligentemente. George W.
Bush llama exactamente a la "cruzada" de la misma forma en que Bin
Laden apela a la "guerra santa" -- fundamentalismo musulmán contra
monoteísmo del mercado, mientras que en Francia aquellos mismos que, en la
época de Sos-Racisme, denunciaban la estigmatización xenófoba de los
inmigrantes no dudan ya en denostarlos desde que descubrieron que este grupo de
población profesa sobre el Oriente Medio puntos de vistas políticamente
incorrectos. Curiosa inversión.
No es un secreto para nadie que Ud. no está realmente en el mismo campo
político que Jean-Marie Le Pen. ¿Qué es lo que le separa y qué es lo que podría
eventualmente acercarle?
No tengo ninguna enemistad personal hacia Jean-Marie Le Pen. Es un hombre
indiscutiblemente valiente, y seguramente uno de los pocos verdaderos hombres
políticos de nuestro tiempo. Además, y sobre todo, no soy uno de esos que grita
que viene el lobo. Cuando he tenido que criticar al Front National, no lo he
hecho para contribuir a su demonización (ya que por otra parte nunca he creído
por un momento que el FN representaba una "amenaza para la
República"). Pero puesto que me pides resumir esta crítica, quiero
responder francamente. El Front National registró resultados electorales
importantes, pero no pienso que haya hecho reaparecer a la derecha en la esfera
política en una forma que haya sido favorable. Centrar su discurso en la
inmigración, como ha ocurrido durante mucho tiempo, inmediatamente lo presentó
(a pesar de todas las precauciones de lenguaje empleadas) como un partido
antiinmigrantes, por lo tanto como el partido de la xenofobia y la exclusión.
Era seguramente electoralmente rentable, pero también era dar a creer que todos
los problemas a los cuales se enfrenta a nuestro país se resumen a la cuestión
de la inmigración, lo que yo no he creido en ningún momento. La consecuencia
fue el renacimiento inmediato de un "antifascismo" -- tan anticuado
como el fascismo -- que solidificó el debate en términos anacrónicos. Así, la
inmigración se convirtió en un problema silenciado, del cual ya no fue posible
hablar normalmente. Y por supuesto, los cuatro millones de votos del FN no
hicieron disminuir el número de los inmigrantes ni en un décimo.
Su tendencia a inclinarse a la derecha tampoco me agrada, sobre todo en un
tiempo en el que, como ya lo dije, la separación izquierda-derecha ya no
significa nada. Era condenarse por adelantado a un guetto con toda clase de
agraviados, perdedores perpetuos, de vejestorios, con sus nostalgias, sus ideas
fijas, sus crispaciones y sus lemas. Un movimiento político es siempre más o
menos prisionero de su público. No es a ese público al que uno pueda
transmitirle algo diferente de las trivialidades como propuestas sobre qué
hacer frente a temas tan importantes como la desestructuración del vínculo
social y la desintegración de la comunidad, la colonización del imaginario
simbólico por los valores del mercado, la entrada en el universo postmoderno de
las comunidades y redes, las perspectivas abiertas por las biotecnologías, etc.
Permítame añadir que el partido político me parece por otra parte una forma
pasada de acceder al poder. Fue la forma de acción política privilegiada en la
época de la modernidad: se creaba un partido, se intentaba obtener la mayor
cantidad de votos posibles y un buen día, con un poco de oportunidad, se
accedía al poder y se aplicaba un programa. En la actualidad, los que acceden
al poder constatan que su margen de maniobra es exiguo y que, siempre que
tengan un programa, deben sacrificarlo porque las influencias los sobrepasan.
La política dejó sus instancias tradicionales, y los mercados financieros
tienen más poder que la mayoría de los Estados y Gobiernos. Las cosas quedan
aún más claras en el caso de un movimiento protestatario, que no es más que una
adición de descontentos. Tal movimiento no tiene ninguna oportunidad de llegar
al poder en un sistema donde las posiciones de poder estan predeterminadas de
tal forma que sólo gobernarán aquellos que por adelantado prometan que no
cambiarán básicamente nada. No le queda mas posibilidad que convertirse en un
partido como los demás, pero en este caso significaría la pérdida de su razón
de ser. Yo pienso que se pierde el tiempo al intentar una vía intermedia que
permita mantener una alternativa.
Escribo eso sabiendo que la crítica es fácil. Y sobre todo sabiendo que la
relación entre los hombres políticos y los intelectuales siempre ha sido
difícil (sobre todo en la derecha, dónde las reacciones emocionales dominan
siempre frente a la reflexión). Los intelectuales de los partidos son siempre
desesperados -- y así se vuelven tan rápido como pretendan hablar en nombre de
un "nosotros". En cuanto a los hombres políticos, observan
inevitablemente a los intelectuales como complicados, cuyos puntos de vista
dividen al electorado que pretenden reunir. Mejor es dejar a los nuestros
observarse desde sus respectivos planetas.
En resumen, todo lo que, en Francia, no es de izquierdas es demonizado después
de Mayo del 68. Ud. no es en realidad "de derechas", pero esta
demonización también le afecta. ¿Por qué? ¿Desde cuándo? ¿Cómo?
La demonización es, en mi opinión, un fenómeno más reciente. En los años
sesenta, y, en particular, inmediatamente después de Mayo del 68, existía una
hegemonía intelectual de la izquierda y la extrema-izquierda, que se
manifestaba, entre otras cosas, en el poder del marxismo en la Universidad.
Esta hegemonía no era verdaderamente sinónima de demonización. Se ejercía a
partir de cenáculos ideológicamente bien estructurados, alrededor de algunas
figuras emblemáticas, como Jean-Paul Sartre, y en un clima de politización
relativamente intenso. Eso no impedía a los autores "de derechas"
publicar (en los años setenta y a principios de los años ochenta, yo mismo
tengo libros publicados en los editores más grandes: Albin Michel, Robert
Laffont, Plon, etc., lo que no sería ya posible hoy). La demonización apareció
en torno a 1985-87, al mismo tiempo que las escuelas de pensamiento de
izquierdas y extrema izquierda ampliamente se habían debilitado, cuando el
marxismo y el freudianismo habían pasado de moda, y las experiencias históricas
a las cuales muchos se habían referido (comunismo soviético, castrismo,
"modelo yugoslavo", "Revolución cultural" china, etc.) se
habían caracterizado por ser fracasos evidentes, mientras que la
despolitización se extendía poco a poco por todas partes, comenzando por el mundo
estudiantil.
Analizo esta demonización como un resultado de la conjunción de dos factores
principales. Por una parte el resurgimiento de ese "antifascismo"
anticuado, vinculado al avance del Front National, del que ya hablé, que sirvió
de identidad política sustituta a una gran cantidad de hombres de izquierdas
que por otra parte habían abandonado sus antiguas convicciones políticas:
decirse "antifascistas" pese que se habían sumido al estado sin alma
del reformismo y de la sociedad de mercado les permitía mantener la ilusión de
una identidad. Este "antifascismo" sin riesgos (a diferencia del
antifascismo histórico), es eminentemente rentable, ya que es consonante con el
espíritu del tiempo, tomó la forma de un psicodrama, que se tradujo en la
instauración de "Comités de Vigilancia", de prácticas inquisitoriales
generalizadas, de escándalos a grandes espectáculos, de recitación ritual de
mantras sobre la "memoria histórica", de purificaciones
retrospectivas, etc. El segundo factor fue la instauración de lo que se llama
el "pensamiento único", fenómeno que es necesario interpretar de una
manera sistémica más que ideológica. El fracaso de las grandes experiencias
alternativas del siglo XX generalizó la idea que vivimos bajo el horizonte del
"único" modelo de sociedad posible. Es la idea que no dejan de
repetir implícitamente los medios de comunicación, y que Fukuyama teorizó en su
libro sobre el "fin de la historia". Se desprendió la ilusión que no
existe más que una única solución a los problemas políticos y sociales,
solución técnica y no ideológica, que la gestión pública es un asunto
esencialmente tecnocrático, y que todo lo que se diferencie de este
"círculo de razón" debe descartarse despiadadamente. Los partidos
políticos ya no tienen diferencias ideológicas importantes sino tan solo una
imagen mediática, mientras tanto han constituido un gran bloque central, un
"extremismo de centro", cuya característica principal es que es
intercambiable y homogéneo.
Sobre la base de esa doble vulgata mínima, se estableció de manera acelerada un
proceso de exclusión-demonización. Se amplió progresivamente en círculos
concéntricos, en relación inicialmente contra gente muy conocida de
"extrema derecha", pero extendiéndose muy rápidamente contra todas
las voces discordantes cualquiera que fuera la procedencia (incluidas las voces
discordantes de izquierdas). En resumen, todos los espíritus libres vieron como
poco a poco se les cortaba el altavoz. Para dar ejemplos, sería necesario
llenar decenas de páginas. Solo daré uno, totalmente personal, pero que da una
idea del camino recorrido: en 1981, Le Monde todavía podía publicar un texto
mío que cubría dos plenas páginas de este diario, mientras que hoy no podría ya
publicar ni una sola linea de mi autoría. En 1977, más de 300 artículos habían
saludado la publicación de mi libro titulado Vu de Droite, que luego fue
premiado con el Gran Premio para Ensayo de la Academia Francesa. En la
actualidad, he renunciado simplemente hacer servicios de prensa. Queda claro
que al hacer un trabajo de orden intelectual, es decir, intervenir en un campo
teórico que algunos han querido silenciar, no he tenido otra opción, en un
entorno así, que ser enviado al ostracismo. Como nunca me he retractado de
ninguna línea de lo que he escrito, se me envía al silencio, método muy eficaz
en la época en que todo depende de los medios de comunicación e información. Al
hacer silencio se ahorran el tener que refutarme, que es más difícil. Eso no me
impide que duerma. El ostracismo, hoy, es el otro nombre de la libertad.
Basta con viajar un poco por Europa, o a otra parte, para darse cuenta de
que le reconocen más en Italia o en los EE.UU que en Francia. ¿Cómo explicar
tal estado de hecho?
En efecto todos los meses viajo a Italia, donde se publicaron varios libros y
donde mis propias obras han sido agregadas al programa de varios ciclos de
estudios universitarios. Regularmente soy invitado allí a discutir, en
coloquios o en la televisión, con autores o personalidades de todas las
opiniones políticas. Después de haber conocido el triste período de los
"años de plomo", Italia es un país con más libertad, o más bien, con
una libertad intelectual normal. Cuando se invita a alguien para discutir, se
preocupa en general de una cosa: que tenga algo que decir. Es decir que la
"vigilancia" y los "cordones sanitarios" a la francesa, las
contorsiones dialécticas sobre los riesgos de "contaminación", los
cálculos sobre la necesidad de "no legitimar", la presunta
importancia de "no hacer el juego", son un objeto de estupor para la
mayoría de los intelectuales italianos que, por lo demás, se preguntan por qué
el medio intelectual francés se ha agotado. Añado que la ausencia de
centralización jacobina favorece en Italia el pluralismo editorial y cultural,
contrariamente a lo que se ve en Francia, donde un cuarto de pequeños marqueses
rigen el mundo de las letras e ideas desde dos o tres distritos de la capital.
Por eso tengo seguramente hoy más lectores en Italia que en Francia. Como ya
fue en otro tiempo el caso de Georges Sorel.
Fuerte es la impresión de que en Francia, todo está paralizado. Tanto en
términos de reformas, de instituciones nacionales como europeas e incluso de
debate intelectual. ¿Esta situación le parece definitiva o se encuentra
condenada a evolucionar?
Francia es en efecto hoy un país completamente bloqueado. Mientras que hace
quince años, hombres tan diferentes como José Maria Aznar, Berlusconi, Gerhard
Schröder o Tony Blair eran aun prácticamente desconocidos, nuestra clase
política data de la era Brezhnev. A nivel económico e industrial, la actitud
más corriente, ante la problemática planetaria actual, es la del repliegue
sobre un capullo protector que debe desaparecer. En cuanto al debate
intelectual, reducido a un diálogo incestuoso entre los que piensan la misma
cosa, desapareció completamente. Los grandes autores, de izquierdas como
derechas, murieron sin haber sido sustituidos, y no se traducen ya ninguno de
los libros que suscitan en el extranjero los debates más estimulantes (con la
consecuencia que resulta completamente imposible estar al corriente de la
evolución de algunas disciplinas si no se lee al menos el inglés, el alemán y
el italiano). ¿Saldremos un día de esta situación? Por supuesto. En los asuntos
humanos, nada es definitivo. Toda la cuestión consiste en saber en qué estado
se saldrá. Mi convicción personal es que las cosas comenzarán a evolucionar
cuando nuevas separaciones, producidas por la actualidad, se impongan a los que
siguen hoy razonando en categorías anacrónicas.
Hace algunos años, Alain Madelin garantizaba que estábamos en un período
asimilable al de 1789, con élites tecnócratas en lugar de nobles cuyos
privilegios no correspondían ya de ningún modo a los servicios al mismo tiempo
prestados a la nación. ¿Este paralelo le parece pertinente?
Yo desconfío siempre un poco de los paralelos históricos; como decía Lénin, la
historia no reconstruye los platos rotos. Alain Madelin, por otra parte un
agradable muchacho, pero que pertenece también a la Nueva Clase dirigente,
creía seguramente, haciendo esta comparación, que la hora del liberalismo
llegaba a su fin. Sin tener por supuesto la menor simpatía por las élites
tecnócratas, yo creo al contrario que es al fracaso generalizado de las
prácticas liberales hacia donde nos dirigimos. Desde los tiempos de Ronald
Reagan y de Margaret Thatcher, el poder mundial del neoliberalismo salvaje ha
implicado por todas partes la agravación de desigualdades (entre países como
dentro de cada país), ha causado la aparición de una "nueva cuestión
social", dónde la exclusión de los "inútiles" tiende a sustituir
a la simple explotación en el trabajo por la lógica del beneficio, y ha
empeorado de manera dramática la desintegración del lazo social. Y sólo
menciono de memoria las deslocalizaciones, la erradicación de las culturas y
las catástrofes ecológicas. La globalización neoliberal, al mismo tiempo que
intensifica las rivalidades y vuelve cada vez más divergentes los intereses
europeos y los intereses americanos, creó un mundo fluido, sin fronteras, donde
la instantaneidad de los flujos suprime el espacio y el tiempo permitiendo al
mismo tiempo a las crisis locales extenderse de manera viral a escala
planetaria. El sistema financiero internacional, donde la burbuja especulativa
no deja de extenderse en detrimento de la producción real, se debilita tanto,
mientras que se resume en una crisis generalizada de los suministros
energéticos, comenzando por el petróleo. La "megamáquina" occidental,
llevada por la fuga hacia adelante del productivismo, se asemeja más que nunca
a un bólido desprovisto de frenos. En absoluto estamos sobre un volcán, pero
dudo mucho que un nuevo "después de 1789" se asemeje a lo que espera
el simpático Madelin.
"Le Figaro" recientemente preguntó a numerosos escritores y
intelectuales sobre este tema: ¿Qué es lo que significa ser Francés? ¿Cómo
respondería a esta pregunta?
La buena pregunta es en efecto: ¿Qué es lo que significa ser francés?, y no:
¿Quién es francés? Difícil responder en una época en la que el mantenimiento de
las fronteras ya no garantiza nada, y sobre todo ni la identidad del pueblo o
la especificidad de las culturas. Es difícil responder cuando la lógica de la ideología
de lo Mismo no deja de extenderse, y cuando el estilo de vida de los franceses
no se distingue ya fundamentalmente del de sus vecinos (o del de países del
mismo nivel de consumo). La primera respuesta que viene al espíritu: "ser
francés consiste en practicar, o más exactamente a vivir la lengua francesa, en
lo que tiene de irreducible a cualquier otra", no es obviamente falsa,
sino sólo es medianamente satisfactoria. Al menos la pregunta tiene el mérito
de decir que no son los inmigrantes que hicieron desaparecer nuestra identidad,
sino que tendemos más bien a rechazar las suyas porque ya perdimos la nuestra.
En realidad, tal pregunta invita a meditar sobre el concepto de identidad, y a
hacerlo sin sucumbir a las definiciones simplistas, ingenuas o convulsivas, que
se dan aquí o allí. En la época postmoderna, incluso las identidades heredadas
sólo se vuelven activas siempre que se quieran, se elijan y se reconozcan. La
identidad no es una esencia, un depósito intangible, unas simples herencias del
pasado que se remiten a algunos grandes mitos fundadores. La identidad es una
sustancia, un relato sustancial, un proceso narrativo, dialéctico, donde se
combinan permanentemente una parte objetiva y una parte subjetiva, y donde el
intercambio con el otro forma también parte de la construcción del sí mismo. La
identidad no es lo que no cambia nunca, sino lo que define nuestra manera
específica de enfrentar el cambio. No reside ni anteriormente ni en la
tradición, sino en la clara conciencia que nos corresponde proseguir una
narración que excede ampliamente a nuestra persona. Es esta clara conciencia
que me parece que falta hoy.
Sus escritos demuestran que promueve una Europa federal, pero no se priva de
criticar agudamente la actual construcción europea, sin embargo considerada
como federalista. ¿Por qué razones?
Pienso, en efecto, que el sistema federalista es el único que está en
condiciones de reconciliar los imperativos aparentemente contradictorios de la
unidad, que es necesaria para la decisión, y de la libertad, que es necesaria
para el mantenimiento de la diversidad y para el pleno ejercicio de la
responsabilidad. Los que califican la Europa actual de Europa federal ponen de
manifiesto por allí que no tienen ni la menor idea de lo que es el federalismo.
El federalismo se basa en el principio de subsidiariedad, competencia
suficiente y soberanía compartida. Una sociedad federal se organiza, no a
partir de arriba, sino a partir de la base, recurriendo a todos los recursos de
la democracia participativa. La idea general es que los problemas estén
regulados al nivel mas local posible, es decir, que los ciudadanos tengan la
posibilidad de decidir concretamente sobre lo que les concierne, solo
remontando a un nivel superior las decisiones que interesan a colectividades
más extensas o que los niveles inferiores no tienen la posibilidad material de
tomar. Un Estado federal es, pues, lo contrario de un Estado jacobino: lejos de
pretenderse omnicompetente y querer regular lo que pasa a todos los niveles, se
define solamente como el nivel de competencia más general, el nivel donde se
trata exclusivamente lo que no puede tratarse en otra parte. Al querer
inmiscuirse en todo (desde el diámetro de los quesos italianos, a la caza, a
las aves migratorias en el Suroeste de Francia), al querer, no añadir, sino
substituir a las autoridades públicas de las naciones y las regiones, las
actuales instituciones europeas, esencialmente burocráticas, se conducen, no
como un poder federal, sino como un poder jacobino. Son, por añadidura, tan
"ilegibles" para el ciudadano medio, que eligieron deliberadamente
dar la prioridad a la ampliación de sus estructuras de competencia y no a la
profundización de sus estructuras institucionales, que pretenden hoy dotarse
con una Constitución sin haber creado un poder constituyente, y finalmente que
los que las personifican no están obviamente de acuerdo ni sobre los límites
geográficos de Europa ni sobre las finalidades de la construcción europea
(extensa zona de libre comercio o potencia independiente, espacio
transatlántico o proyecto de civilización), es desgraciadamente bien
comprensible que muchos de nuestros conciudadanos observan como un problema
suplementario lo que habría debido normalmente ser una solución.
¿Ud. piensa que lo peor siempre está cerca o que al contrario, el futuro
puede siempre comenzar mañana?
¡Si el futuro comienza siempre mañana, el pasado se termina siempre ayer, lo
que nos hace apenas salir de las trivialidades! La historia, en realidad, está
siempre abierta, y por eso optimismo y pesimismo son inadecuados igualmente
para enfrentarla. Los hombres no saben la historia que hacen, no más de lo que
saben acerca de la naturaleza de la historia que los hace. Al menos podrían
intentar tomar conciencia del momento histórico en el cual se encuentran.
Desgraciadamente lo hacen raramente, en tanto que es potente la tendencia del
espíritu a examinar la novedad con herramientas conceptuales erróneas. La
ruptura histórica de los años 1989-91 nos hizo salir a la vez del siglo XX y
del extenso ciclo de la modernidad, para hacernos volver a entrar en una era
radicalmente nueva. Incluso si está bien claro que el Muro de Berlín no cayó
todavía en todas las cabezas, sería hora de analizar las señales de forma
diferente que mirando por el retrovisor. "Todo lo que llega es
adorable", decía Léon Bloy.