Original interpretación del profesor de economía y filósofo belga, CHRISTIAN ARNSPERGER. Asegura que las
soluciones a los problemas de las sociedades contemporáneas no son económicas y
que la socialdemocracia necesita de un paso superador, antropológico y
espiritual.
"¿Qué es lo que para nuestra desesperación, mantiene y refuerza el funcionamiento de esta economía de la que denunciamos su horror, su irracionalidad?”, se pregunta el belga Christian Arnsperger en su libro Crítica de la existencia capitalista.
"¿Qué es lo que para nuestra desesperación, mantiene y refuerza el funcionamiento de esta economía de la que denunciamos su horror, su irracionalidad?”, se pregunta el belga Christian Arnsperger en su libro Crítica de la existencia capitalista.
El teórico se especializa en la filosofía de la economía y es docente e investigador en la Universidad de Lovaina, en su país. De visita en Buenos Aires para brindar una serie de charlas, Arnsperger dialogó con Crítica de la Argentina.
– ¿Por qué dice ud. que “las vías de salida más pertinentes para la economía capitalista no son económicas sino existenciales”?
–Porque creo que en la economía capitalista es donde se juega el sentido de la vida de la gente. Es un lugar existencial por naturaleza, y si sólo tratamos de regular, moralizar o humanizar el capitalismo con medidas económicas o legales no va a funcionar, porque estamos atrapados dentro de una lógica que nos hace creer que el sentido de nuestra vida se da ahí. Los cambios deben ser sostenidos por cambios antropológicos, filosóficos y culturales muy profundos, ya que no es suficiente con cambiar unos parámetros de la economía capitalista. Creo que la socialdemocracia es una experimentación importante, pero no alcanza.
–¿Falta un paso superador?
–Sí, porque lo que pasa es que si no hay cambio antropológico y espiritual profundo, estamos ante una combinación poco estable porque la lógica del capitalismo siempre tiende a deshacer lo que se logró con el Estado de bienestar.
–¿Por qué eligió el nivel individual antes que el social?
–El libro se concentra en el individuo, pero no digo que la política o el activismo clásico no tengan un rol. Lo que creo es que hay que trabajar más en todo lo que la posmodernidad ha dejado de lado, que es el problema de la autocrítica del sujeto: la autocrítica normativa y también existencial. Esto aparece como un desequilibrio entre lo político y lo personal, ya que lo personal está como atrofiado en nuestra época, y creo que en ese nivel es donde se ubica la crítica más fuerte al capitalismo hoy y no en el nivel sistémico.
–¿Por qué dice que las políticas sociales y económicas son ineficaces para luchar contra el sistema capitalista?
–Creo que no son arreglos estables porque lo que pasa con la democracia es que la gente que más gana en el sistema de mercado cuando pueda tratará de deshacer lo que logró el Estado de bienestar. El giro neoliberal de los 80 tiene su causa principal en eso: era el momento en el que las clases más poderosas y ricas tuvieron la ocasión de frenar el avance de la socialización y la democratización, para guardar lo más posible los recursos que dan sentido a su vida. No es que las políticas coercitivas no sean eficaces a corto plazo, sino que lo que se necesita es un cambio interior que incluya a la reflexión antropológica, que aún no está muy desarrollada. Cuando vemos cuánta influencia tiene la lógica capitalista sobre nuestros cuerpos, mentes y espíritus, y vemos cómo nosotros, como seres humanos, queremos soluciones y respuestas existenciales del capitalismo, esa idea de que la autorreflexión antropológica no sea parte de la política se revela lamentable. Por suerte, en algunos lugares se hace. Aunque sea un poco naif, todo el sector new age lo hace. Hay corrientes hoy de autor reforma de la gente, como la asistencia voluntaria, la democratización local, los emprendimientos sociales. Así que hay sectores donde se desarrollan alternativas prácticas, aunque son la minoría.
“Puede no funcionar. Esto es un acto de fe”, asegura Arnsperger sobre el proyecto político que aparece en su libro, al cual le sumará otro texto que tiene por título tentativo Existencia poscapitalista, que es, en definitiva, la propuesta del belga: una sociedad que supere al sistema actual, pero con un movimiento forjado por los individuos de abajo hacia arriba que se valga de los instrumentos de gobierno para complementarse.
–¿Qué posibilidad tiene ese proyecto de no quedar como algo muy marginal?
–A esa pregunta no tengo una respuesta cierta. Existen redes, pero pequeñas. Yo intento dar a esas cosas más visibilidad. Nunca se puede planificar, en ese sentido soy liberal. No me gustaría que ningún gobierno transforme mi libro en un programa coercitivo con leyes y limitaciones. Hemos pasado por esas cosas y no funcionan. Creo que no estamos en la edad de la planificación, ni del modelo tradicional del sindicalismo o de la militancia política muy instrumental, estamos en una época de incertidumbre sobre las formas de la acción colectiva. Creo más en el modelo de contagio que en un modelo estructural de regulación de arriba hacia abajo.
–En ese sentido es un libro posmoderno.
–(Se ríe) Sí, sí, claro. Hay cosas que yo no puedo manejar, y sé que en Bélgica o Francia algunos políticos leyeron mi libro. Mi objetivo es tocar la intencionalidad más profunda de la gente, y nunca se sabe cuánto puede cambiar una persona. Le pasó a Tony Blair con las propuestas de Anthony Giddens, salvando las distancias. Crítica de la existencia capitalista es un libro posmoderno que debe engendrar un poscapitalismo. Ése sería el objetivo.
–¿El problema sería que esa iniciativa no se transforme en proyecto político?
–Soy posmoderno en el sentido de que no creo que se pueda construir de arriba hacia abajo un proyecto existencial para la economía, pero no lo soy porque no estoy de acuerdo con los que dicen que lo existencial y lo posmoderno no deberían ser parte de lo político. Hay que lograr que el aspecto de arriba hacia abajo sea sólo un momento de coordinación y capacitación de iniciativas de abajo hacia arriba, y yo quisiera que se anclen en análisis como los que propone mi libro. Hay gente que por razones existenciales se sale de la lógica capitalista habitual, aunque sabe que ganarán menos y, por lo tanto, consumirán menos.
–Entonces, ¿para usted la posibilidad de luchar por una sociedad más justa estaría en cada uno?
–Por supuesto, tiene que llevarnos hacia lo que yo llamo activismo existencial, que no rechaza a la política, pero que tampoco es ingenuo porque ve que siempre hay por debajo cosas existenciales que uno debería cambiar si no quiere reproducir las lógicas previas. Eso pasó en la revolución soviética, que fracasó porque las élites se transformaron en pseudocapitalistas de Estado, gestionando su capital político y personal de relaciones.
Al final era lo mismo: una versión diferente de una delegación y de un rechazo de la finitud. Para mí el capitalismo, como muchos otros sistemas económicos, permite a los que tienen los recursos hacer llevar a los otros la carga de su ansiedad al negar su condición humana. Eso no va a cambiar si uno solo hace política, porque también el sistema político puede llevarte a hacer lo mismo. Entonces hay que ir más abajo. En ese sentido, es una reforma de la mente personal, pero siempre tiene una dimensión colectiva. No se trata de un individualismo autista.
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