Por Damián Ruíz
“También
en el hombre hay un destino que presta fuerza a su vida. Cuando se logra
asignar a la vida y al destino el sitio correcto, se fortifica el destino, pues
así la vida entra en armonía inmediata con el destino.”
I Ching. Hexagrama 50.
El Caldero
Nosotros, simples mortales,
potenciales creadores de alma, podemos ponernos en armonía con nuestro destino
si somos capaces de apartar el ruido que nos perturba, si alcanzamos el
suficiente silencio como para percibir las circunstancias del mundo como proyección
de nuestro intelecto. Y el análisis de estas, de las circunstancias, será en
función de lo imbuida que esté nuestra cognición por el espíritu.
El mundo como símbolo o
representación no puede alcanzar mayor categoría que la que nosotros hayamos
obtenido en el continuo laborar y pulir de los aspectos animales que aún nos
dominan.
El mundo como espejo reactivo
no es más que un hándicap generador de ansiedad que nos recuerda una y otra vez
nuestras carencias evolutivas, aunque puntualmente disfrutemos de entrar en
armonía con él.
La cultura es biología, la
política es biología, y con el tiempo devengarán física y con los siglos,
matemáticas. Hoy todo es metáfora pues la realidad está encubierta por nuestras
limitaciones, a medida que la ciencia supere su reduccionismo y la humanidad
alcance cotas superiores de evolución, las metáforas por las que nos
apasionamos no serán más que códigos numéricos engramados en complejas
ecuaciones.
El destino de cada uno es suyo,
vinculado a su ADN, y a las miserias y altas posibilidades de éste,
descubrirlo, descubrirse requiere calmar el ansia, reducir el sentimentalismo y
percibir aquello que nos permite perder la noción del tiempo, conseguir la
eficacia en el mundo de la materia y percibir la conjunción de todos nuestros atributos
en una determinada tarea, y todo ello vinculado con un estado interno de
serenidad. Ese es nuestro destino. El guerrero está tan en paz en la guerra
como lo está el monje en el convento, si es que acertaron a armonizarse consigo
mismos y con su iluso futuro, dimensión necesaria, igual que pasado y presente
para nuestro cerebro. Ya que tal como dijo Einstein de otro modo no podríamos
entenderlo.
La existencia individual
pertenece también a otros conjuntos que, a su vez, están incluidos en otros
mayores. Por tanto un terremoto puede segar una vida aparentemente proyectada
hacia lo más grande, exceptuando determinados seres humanos, cuyo destino
parece estar urdido por el conjunto del cosmos.
Y ¿Dios? Dios es una
posibilidad activable a través de caminos escritos y conocidos, y que puede
intervenir por su decisión o por ser demandado. La idea de Dios, la
configuración bioquímica divina, el arquetipo, pueden cambiar el curso de una
existencia, bajo la condición previa de que uno se configure para ello.
El azar no existe, Dios puede
intervenir, el ADN interactúa con el mundo, el espíritu se recibe, el alma se
crea. El destino lo escribes tú.
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