Por el Emboscado
Revolución es, etimológica y
realmente, “re-volver”, regresar a los orígenes. Significa una ruptura con la
esencia del presente y su naturaleza decadente, para completar su ciclo y dar
lugar a un nuevo comienzo.
La revolución, por medio de la
inversión, acelera el proceso de decadencia para darle fin, y así, cerrar el
ciclo. La agudización del carácter disolvente y decadente del presente
conlleva, por efecto de acumulación cuantitativa, un salto de nivel que
constituye un cambio cualitativo en la realidad. La revolución conlleva la
precipitación de la realidad hasta el punto catártico que señala el paso
revolucionario cíclico.
Definida en términos de
Tradición, la vuelta a los orígenes que implica la revolución es,
sencillamente, dotar a la Verdad, como valor supremo y trascendente, de plena
vigencia implantándose como referente estable y permanente sobre el cual se
funda el orden en la tierra.
La Verdad, como principio
trascendente e ideal del que todo procede y al que todo retorna, es restaurada
como fundamento sobre el que pasa a basarse el orden que instaura. Es el
soporte espiritual del que se recaban aquellos valores y leyes eternas sobre
los que se organiza el mundo humano, cuyo carácter no humano los hace válidos
para todo tiempo y lugar, siendo, por tanto, universales.
La revolución es, en
definitiva, el retorno a la Verdad que, como origen, pasa a ser el referente y
el soporte del nuevo comienzo al que se da lugar. Se produce una ruptura
ontológica con el presente al finalizar un ciclo e iniciar otro, lo que
conlleva la transformación del mundo y la sustitución del antiguo hombre por elhombre
nuevo.
Sin embargo, la modernidad ha
definido la revolución en términos de subversión, es decir, como
contra-revolución que se esfuerza en mantener la esencia del presente a través
de la renovación de sus formas. La ruptura con las formas del presente y del
pasado no conlleva, en ningún caso, una destrucción de la esencia del presente,
marcado por la modernidad como categoría mental y espiritual, conservándose y
manifestándose bajo formas distintas.
La subversión tiende a parar el
verdadero proceso revolucionario que pueda cerrar el ciclo para abrir uno
nuevo. La decadencia, alienación y disolución consustanciales a la modernidad
se perpetúan cristalizándose bajo formas nuevas a través de las que continua
manifestándose. Las hondas subversivas se suceden progresivamente sin que se
produzcan cambios sustanciales en la realidad. Así, las “revoluciones”
modernas, definidas por su carácter subversivo, han contribuido a la
conservación y mantenimiento de la esencia del presente agotándose en sí mismas
y, por tanto, exigiendo su constante sucesión para la renovación de ese mismo
presente que se esfuerzan en conservar.
Por otra parte, y en oposición
clara a la revolución definida en términos de Tradición, se encuentra la
conservación y todas sus variantes conservaduristas que se afanan por mantener
y defender las estructuras del pasado, formas que han sido superadas y que no
son más que reductos vacíos carentes de contenido, fórmulas obsoletas que el
tiempo ha terminado reduciendo a polvo. Se trata de mantener formas, tanto
políticas y sociales como religiosas y culturales, que son inútiles y que se
perpetúan en estériles simulacros. Dentro del actual ciclo, tanto
la subversión como la conservación resultan ser funcionales la una con la otra,
contribuyendo en ambos casos, aunque de forma diferente, a mantener la esencia
del presente.
El presente, marcado por la
impronta de la modernidad, conlleva un estado de cosas que únicamente aspira a
perpetuarse. Su más acabada expresión la ha adoptado con la actual
globalización, claro reflejo del carácter depredador y expansivo del
capitalismo, que no sólo somete a esclavitud a las masas del tercer y cuarto
mundo con su explotación económica, sino que también esclaviza la mente y el
corazón de las sociedades del primer mundo, teledirigidas por la publicidad que
les induce necesidades artificiales para encadenarlas a la rueda del consumo.
El hombre moderno se encuentra
entregado a lo efímero, de ahí que lleve una forma de vida disolvente y caduca.
Sumido en un caos pulsional fruto de la cultura consumista, se ve abocado
permanentemente a asumir como propios los estereotipos y clichés que la
publicidad genera y transmite. Todo ello contribuye a agravar más aún su
desorientación y su desprogramación psicológica, convirtiéndose en un esclavo
del consumo, obsesionado con un estilo de vida promovido por los ideales
comerciales y la publicidad de las grandes corporaciones y multinacionales. Es
así como el hombre ve reducida su existencia a la condición de un número en las
estadísticas comerciales de las grandes compañías.
A esto se suma la
homogeneización de la sociedad a través de su igualación interior impuesta por
el mercado, la cual se hace efectiva con la venta y consumo de una variada y
heterogénea cantidad de productos distintos pero esencialmente unitarios, los
cuales imponen un mismo y único estilo de vida que refleja, bajo formas
aparentemente distintas pero esencialmente idénticas, una misma y única mentalidad.
La ausencia de referentes
empuja al hombre hacia el relativismo y el subjetivismo, que lo sumerge en la
más completa desorientación en la que todas las ideas valen lo mismo. Ante la
ausencia de referentes universalmente válidos, se mantiene un estado de cosas
caótico y disolvente, en el que el hombre es alienado al prevalecer en su
interior un permanente estado de contradicción, el mismo que se refleja
ulteriormente a nivel social.
La revolución empuja aquello
que está cayendo, lleva hasta su punto álgido el proceso disolvente actual a
través de su aceleración para, mediante su inversión, poner fin a esta fase del
ciclo en curso y establecer un nuevo comienzo. Pero ese nuevo comienzo no puede
darse sin el triunfo de la Verdad como principio inspirador y organizador del hombre
nuevo y, consecuentemente, del mundo venidero.
Así pues, el futuro no es
laico. El triunfo de la Verdad constituye la realización en el mundo humano del
orden divino. La cuestión central reside, entonces, en cómo realizar dicho
principio, o más bien, bajo qué forma tradicional ha de plasmarse dicho
principio que ha de regir el mundo. Aquí es donde comienza la labor del
militante con la búsqueda y selección de aquellas formas tradicionales aún
operativas que hagan posible el triunfo de la Verdad y la reintegración del
hombre en ese orden divino.
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