jueves, 2 de agosto de 2012

Idiosincracia Nacional






Por el Sub-Brigadier


Uno de los peores efectos de los desastrosos gobiernos democratosos de los últimos 18 años es la degradación psicológica de nuestro pueblo. Creemos que ningún profesional se ha ocupado de este tema, ni siquiera los gurús de la psicología que pululan en la TV y radios. La clave para detectar este fenómeno radica en la forma de expresarse de nuestro querido pueblo, especialmente de los shilenitos. Junto con simples muletillas-pregunta como .cachái, entendís, viste, ¿ya? Otras que no son muletillas inocuas se han hecho increíblemente populares, no por el estrato social en que abunden sino por su extensión en todos los estratos, incluidos catedráticos, profesores y locutores. Empecemos por el inefable “digamos”. El que habla es uno, singular. Afirma algo, lo que sea, y adiciona la partícula, más bien perversa muletilla "digamos", plural. ¿Qué hay detrás de esto? Inseguridad, falta de compromiso, de coraje incluso.

Al coronar su probablemente correcto aserto con aquel digamos escabulle su responsabilidad personal por lo que ha expresado, porque teme la desaprobación de su eventual auditorio con el consiguiente golpe a su ego. Decide sin pensarlo esconderse en una multitud indefinida, desconocida, en la que hasta pretende englobar a su interlocutor o interlocutores, quienes por supuesto no tienen nada que ver con lo que él afirma, estén o no de acuerdo después de escucharlo. Distinto eso sí al “digamos”, que se usa cuando debemos recurrir a una palabra que sabemos no es la exacta sino sólo una aproximación que no nos satisface.

Peor, pero igualmente expandido es el nefasto ¿no es cierto?. Está aún más clara la inseguridad. Afirma o niega algo, es su idea o posición personal sobre el punto específico. Mas, tras expresarla interroga a la otra parte, que sólo escucha, si lo que él ha dicho es cierto o no. Si no es cierto ¿para qué lo afirmó, si no quería mentir?

Tan nefasto es asimismo el .poco., y peor aún “poquito” con que los mismos conciudadanos liliputizan sus adjetivos y adverbios. Trasunta esta partícula un manifiesto sentimiento, quizás complejo, de inferioridad.

Es la eterna costumbre, caricaturizada acerbamente por nuestros “hermanos” tras las fronteras, de hablar en “chiquitito”. Tomamos tecito o cafecito, y no té o café, más tantísimos otros ejemplos que evidencian esta autodegradación inconsciente. Inconsciente pero evidente.

Menos abrumadora es la “de alguna manera”. Lo hemos escuchado tantas veces en miles de declaraciones de entrevistados, periodistas y autoridades de todo pelaje. Quizás en alguna oportunidad corresponde aclarar que lo dicho es válido pero sólo “de alguna manera”. Eso estaría bien, sin embargo no puede ser así en más del 99% de los casos. Al revés sí. No falta mucho para que escuchemos la noticia de que tal persona de alguna manera se murió un poquito...

Tenemos un país maravilloso, envidiado por la mayoría de otros no tan favorecidos por la Naturaleza. El Gobierno Chileno en 17 años nos hizo alcanzar alturas jamás soñadas y miramos por mucho tiempo hacia abajo al resto. Hemos avanzado en muchísimos campos. Tenemos una Raza privilegiada, con todas las excepciones que se nos quiera enrostrar que conocemos y lamentamos, pero que no cambiarán esa realidad. Fuerzas ocultas han animalizado a nuestra juventud, pero queda un buen porcentaje que todavía se salva y augura cierta esperanza. Soportamos un sistema legal que prostituye la justicia pero que un buen gobierno apolítico podrá cambiar fácilmente, junto con eliminar la delincuencia, la droga, la corrupción, la ignorancia y la injusticia social. Somos jaguares, aunque el contubernio demomarxista nos haga parecer gatos mojados. Entonces ¿por qué rebajarnos? ¿Por qué empequeñecernos sin motivo?

Dejamos estas preguntas a nuestros amables lectores para que de alguna manera tomen caldito de cabeza; un poquito, claro ¿no es cierto?

miércoles, 1 de agosto de 2012

Los conceptos de "Pueblo" y "Nación"





Naturaleza y cultura

Para discernir mejor el concepto de “pueblo” del de “población”, y el de “nación” del de “país”, apelaremos a una distinción que ha sido enfatizada desde el s. XIX, pero que deriva de los primeros sofistas griegos, de mediados del s. V a.C.: la delimitación entre “naturaleza” y “cultura”. Pues ya Protágoras decía que “la enseñanza requiere tanto del talento natural (phýsis) como del ejercitamiento” (D.-K. 80133); y Antifonte, por su parte, cuestionaba la diferenciación habitual entre “griegos” y “bárbaros”, ya que, aducía, “por naturaleza hemos nacidos todos similarmente en todo sentido; todos, tanto griegos como bárbaros, respiramos por la boca y la nariz, y comemos con la ayuda de las manos” (D.-K. 87B44). Es decir, se comenzaba a descubrir que, además de lo que existe cuando nace el hombre, existe, y como algo nuevo, lo que el hombre hace. Así, a grandes rasgos, pues, podemos caracterizar a la “cultura” como la acción específicamente humana y sus productos (desde un pequeño crimen hasta la más excelsa obra de arte), a diferencia de los procesos meramente orgánicos y físico-químicos de toda índole en que no entra en juego la mente humana.

“Población” y “pueblo”

Veamos, pues el concepto de “población”: este concierne a la totalidad de habitantes de un lugar, aun cuando no exista otro rasgo en común que el de co-habitarlo, y el de poseer, mayoritaria o centralmente, la misma lengua y quizás el mismo origen étnico. Hasta cierto punto, entonces, podría considerarse la “población” como un hecho natural o casi-natural. De acuerdo con lo dicho, en cambio, “pueblo” configura una creación cultural. “Pueblo”, en efecto, designa una ligazón de los habitantes de un país en torno a un objetivo común, un vínculo que conlleva implícitamente una voluntad de acción, o directamente un accionar conjunto. Esta diferenciación que hacemos implica cuando menos la posibilidad de que no todos los habitantes de un lugar participen o deseen participar en la persecución de una meta común.

Los objetivos del “pueblo”

Aquí ya debemos explicar, aunque sea del modo más esquemático, lo que entendemos por “objetivos comunes” y por “meta común”. En términos generales, cabe afirmar que la meta común cuya búsqueda liga entre sí a los integrantes del “pueblo” es la realización humana, el ser-más de cada uno y a la vez de todos, la humanización cada vez más plena de los hombres. Un fin que es, pues, “metafísico”, porque atañe al ser del hombre; lo cual no remite a un ámbito abstractamente misterioso, sino a lo que aquí describiremos como la armoniosa conjunción de los siguientes objetivos:

1. La satisfacción de las necesidades humanas más elementales (de alimentación, de vestimenta, vivienda, atención de la salud, etc.);

2. El cumplimiento de un trabajo que permita desplegar al máximo posible las aptitudes creativas personales, o que deteriore lo menos posible tales aptitudes;

3. La disposición de un “tiempo libre” en el cual las aptitudes creativas personales se desarrollen al máximo o se deterioren mínimamente; en lo cual tenemos en cuenta la indicación de H. Marcuse (One-dimensional Man, Londres, 1964, p. 49, n. 38) de que en el s. XX existe en los países industrializados más “tiempo de ocio” (leisure time) que en el s. XIX, pero no más “tiempo libre” (free time), y de que el “tiempo de ocio” es manipulado por los medios de comunicación masiva de un modo que deteriora toda aptitud creativa personal;

4. La organización del país en una nación independiente, en cuyas decisiones el hombre participe.

Esta enumeración de objetivos que acabo de hacer es puramente taxativa, de ningún modo cronológica o jerárquica.

Consciencia de la meta común

Por supuesto, no pretendemos que estos cuatro puntos sean asumidos explícitamente en el proyecto vital de cualquier ser humano, sino solo que es muy probable que su postulación fuera admitida por la gran mayoría de los hombres; y también que de hecho ya se encuentran presentes, de un modo menos preciso y esquemático que el expuesto, en los anhelos y pensamientos de la mayor parte de los individuos y de los pueblos.

Podría argumentarse que el objetivo que mencionamos en cuarto término no es patrimonio más que de una élite intelectual, extendido a los demás solo por un voluntarismo paternalista. Sin embargo, allí donde los pobladores se arraigan buscan, por una necesidad bien concreta, organizarse en sus esfuerzos comunes por afirmar su propia existencia en el lugar; aun cuando, sin duda, la historia de la paulatina organización de un “pueblo” es una cosa muy lenta y larga. Y la consciencia de los objetivos que hemos descripto puede ser más lúcida o menos lúcida, más precisa o menos precisa; pero en la medida en que esta consciencia sea común a los integrantes de un “pueblo”, proveerá a su accionar de una consciencia solidaria, una consciencia que podríamos considerar ético-metafísica, ya que promueve la realización plena como meta de los actos. Ahora bien, la detención en el cuarto de los objetivos que enumeramos nos lleva de la mano al concepto de “nación”, dado que en ese punto hemos subrayado el arraigo en un país y la organización en una nación independiente. Pues un “pueblo” puede nacer en el desierto, como los hebreos conducidos por Moisés en su marcha a través del Sinaí; pero su primera meta es “arraigarse” en un país, y a partir de allí “organizarse” para el logro de los objetivos comunes. Por consiguiente, la diferencia entre los conceptos de “país” y de “nación” reside en que con “país” se tiene en mente un “territorio poblado” –o al menos “poblable”-, en tanto que por “nación” entendemos la organización de un “pueblo”, arraigado en un “país’, a los fines de alcanzar solidariamente la realización humana. Al decir esto no estoy identificando “nación” con “Estado”, por cierto. Mi intención no es ahora detenerme en el concepto de “Estado”, pero en cuanto toca a la definición que hemos dado, “Estado” menta el aspecto de “organización”, mientras “nación” se refiere al “pueblo” como sujeto que se organiza. En ese sentido, podríamos decir que el concepto de “nación” implica algo personal, en tanto el de “Estado” algo cósico: cabe así decir que un “pueblo” tiene consciencia nacional, mientras hablar de “consciencia estatal” sería absurdo.

“Pueblo” y “anti-pueblo”

Volvamos ahora a la advertencia hecha sobre que el concepto de “pueblo” implica, por definición, la posibilidad de que no todos los habitantes de un país participen o deseen participar en la búsqueda de una meta común. Inclusive, añadamos ahora, puede darse el caso de que, dentro de la “población”, haya “individuos” o grupos que se opongan al proyecto nacional del “pueblo”. Abarcaremos en el concepto de “no-pueblo” a los individuos o grupos que, sin oponerse a dicho proyecto, no participan ni desean participar del destino común. Incluiremos, en cambio, en el concepto de “anti-pueblo” a los individuos o grupos que se oponen al “pueblo” en la consecución de sus objetivos. Estoy plenamente consciente de los riesgos implicados en el uso de expresiones tan esquematizantes como “no-pueblo” y “anti-pueblo”; creo que vale la pena asumir tales riesgos, en vista de la operatividad que, una vez precisados, veremos que ofrecen dichos conceptos, y que es sin duda mucho mayor que la operatividad acreditada históricamente por conceptos como el de “clase”. No obstante, y para evitar excesivas cacofonías, recurriremos a dos eufemismos, cuya intención espero no sea malentendida como europeizante: “la Nobleza”, para remitir a nuestro concepto de “antipueblo”; y “el Tercer Estado”, para denotar nuestro concepto de “no-pueblo”. Tratemos ahora de delimitar más claramente estos conceptos. ¿Podemos hacerlo en base a la cantidad, de modo tal que el “pueblo” fuese la mayoría de la “población” y la “Nobleza” una minoría? Sin embargo, de ser así, y teniendo en cuenta que sin duda la “Nobleza” cuenta también con objetivos comunes a sus integrantes -en vista a los cuales precisamente combate al “pueblo”-, faltaría la distinción cualitativa. En ese sentido, bien decía Aristóteles que el número “es accidental”, y que lo que hace la diferencia esencial es que, en el caso que él considera “correcto”, se atiende “al beneficio común”, mientras en el de los que denomina “desviaciones”; se mira “a los intereses particulares” (Política III 5, 1279a-b). Extraemos esta indicación aristotélica del contexto en que se halla, porque nos resulta esclarecedora para nuestro análisis. En efecto, en lo que concierne a la descripción que hicimos de los cuatro objetivos que persigue el “pueblo”, podemos advertir que cada integrante del pueblo quiere o puede querer tales objetivos para todos los pobladores del país. En lenguaje aristotélico, pues, lo que denominamos “pueblo” quiere “el bien común”. Pero la “Nobleza” no quiere ni puede querer “el bien común”, puesto que, por definición, se opone a la voluntad del “pueblo”; el “bien común” entraría en colisión con sus “intereses particulares”.

“Pueblo” y “anti-pueblo” en América Latina

Voy a ejemplificar con la experiencia que me es más familiar. Pienso, en efecto, que ya resulta claro que, al hablar de “anti-pueblo”, no estoy rotulando un fantasioso producto de laboratorio, sino mentando una realidad tan concreta como cruda en América Latina, a saber, la oligarquía ligada a los centros internacionales de poder financiero. En relación con los cuatro objetivos comunes que enumeramos como constituyentes del proyecto de realización humana del pueblo, advirtamos que dicha oligarquía podría condescender en la búsqueda del primero de ellos (la satisfacción de las necesidades elementales), y quizá, en principio, decir que no es cosa suya el logro del segundo objetivo y del tercero. Pero jamás podría aceptar la aproximación al cuarto, el referido a la organización de una nación independiente y a la participación del “pueblo” en las decisiones, pues esto quebrantaría las bases de su propio poder y de su misma existencia; y no solo porque la participación popular en las decisiones deterioraría su privilegio, sino porque su poder sectorial se apoya esencialmente en la dependencia de su país respecto de los centros internacionales de poder financiero. Precisamente por eso, cada vez que la “Nobleza” ataca, lo más probable es que en el bando de enfrente esté el “pueblo”. Si se tuviese esto en claro, no se habría producido -ni persistiríaese fenómeno de autoengaño que hemos observado y seguimos observando en la Argentina, donde los teóricos de la política se niegan a hablar del peronismo como un movimiento popular -o, en el gobierno, como un gobierno popular-, y prefieren calificarlo de “populismo”, pretendiendo negarle su condición de “pueblo” y presentándolo como una aglutinación demagógica de una mayoría favorecida solo superficialmente. Cualquiera que eche una mirada a la historia política argentina de los últimos cuarenta años puede advertir que la oligarquía agropecuaria ligada a los intereses extranjeros estuvo siempre en el bando opuesto al peronismo, y, en tal condición, derrotada claramente por este en todos los comicios y su vencedora solo merced a violentos golpes militares.

“Elite” y “pueblo”

En este punto, de todos modos, cabe señalar que el ser atacado por la “Nobleza” no es por sí solo garantía de que el conjunto atacado sea el “pueblo”. Pues el ataque también puede desatarse sobre una “vanguardia esclarecida” que desafíe a la “Nobleza” en forma inclusive más clara y agresiva de lo que lo haría el “pueblo”, y se convierte entonces en chivo expiatorio, sea por el temor de la “Nobleza” de que el brote sea epidémico, sea porque ella se forja la ilusión de que está combatiendo a su real enemigo. En este segundo caso, la ilusión es por partida doble, ya qué no solo la “Nobleza” toma a la élite por “pueblo”, sino que esta también se ilusiona con que es “pueblo” o con que lo representa. Sin embargo, el “pueblo” jamás se forma o actúa en base a una “vanguardia esclarecida”. Y aquí sí, para advertir la diferencia, cuenta el número, ya que esa “vanguardia” es una pequeña minoría, en tanto el “pueblo” es siempre mayoría. De todos modos lo esencial a este sigue siendo la consciencia solidaria de los objetivos comunes, solo que estos objetivos también pueden ser postulados por esa “élite ilustrada”, y en forma más marcada y explícita. Porque la consciencia que de sus propósitos tiene un individuo suele ser más clara que la de una pluralidad de individuos, máxime si ese individuo es intelectual y si esa pluralidad es muy vasta (aunque la “sabiduría popular” es generalmente más profunda y duradera, quizá por formarse con la lenta sedimentación de las experiencias). Y este hecho origina que tal individuo o una élite compuesta por tales individuos enjuicien el comportamiento del “pueblo”, y el grado de consciencia alcanzado por este, dictaminando que la consciencia del “pueblo” está aún inmadura o no existe. En ese sentido persiste hoy en día el voluntarismo liberal de la filosofía política de Hegel, quien parte del concepto de libertad como voluntad racional y universal, entendiendo por voluntad universal no lo que quieren todos o la mayoría de los pobladores, sino la voluntad racional que solo la “vanguardia ilustrada” puede poseer y que por sí sola acredita su universalidad. En cambio, dice Hegel, “el pueblo, en la medida que con esta palabra se designa una parte determinada del Estado, expresa la parte que precisamente no sabe lo que quiere. Saber lo que se quiere y, más aún, lo que quiere la voluntad que es, en sí y para sí, la razón, es el fruto de un profundo conocimiento y sabiduría, que no son precisamente cosa del pueblo”.
(Grundlinien der Philosophie des Rechts § 301; 4a. ed., J. Hoffmeister, Hamburgo, 1955, pp. 261s.). Hemos hablado de élite o “vanguardia”, pero en rigor debemos usar el plural, ya que puede haber muchas y con una gran variedad de ideologías, que lleguen a ser inclusive “opuestas”, con la sola característica común de “vanguardias ilustradas”. En tanto tales, estas “vanguardias” no pueden integrarse en el “pueblo”, aún cuando eventualmente exista coincidencia de objetivos; los individuos que integran las élites sí pueden integrarse al pueblo, a condición de renunciar a todo carácter de “vanguardia esclarecida”, y sin perjuicio de sumar su aporte a los estudios teórico-prácticos que se hagan en el seno del “pueblo”. En cualquier caso, y siempre que una miopía total no las haga cómplices de la “Nobleza”, las élites no forman parte de esta, sino más bien de lo que denominamos “no-pueblo” o “Tercer Estado”, y que ahora estamos describiendo.

“Sector neutro” y “pueblo”

El “Tercer Estado”, en efecto, dista de agotarse en las élites, sino que su franja más amplia es ocupada por lo que bautizaremos como “sector neutro”, por el hecho de que es el único sector o grupo que no se pronuncia a favor o en contra del “pueblo” (aloja, naturalmente, opiniones individuales o aisladas, si no hay compromiso ni riesgos, pero que nunca abarcan a más de un individuo). Se trata de un conjunto de personas que pueden pertenecer a muy diversas clases sociales y estamentos, y que, aparte de las afinidades lingüísticas y étnicas, no cuentan con otros rasgos en común que los de vivir en una misma región bajo las mismas leyes y costumbres. Alguien podría objetar aquí que rasgos comunes tales como los étnicos y lingüísticos y la vida en un mismo país bajo las mismas leyes y costumbres son precisamente los rasgos que de ordinario se tienen más en cuenta al describir el concepto de “nación” y al caracterizar al “pueblo” que hay en ella. Y sin embargo, si se admite la noción de “consciencia nacional” como consciencia de un proyecto de realización común, deberá convenirse también en que no hay nada más ausente que ella en ese “sector” que denominamos “neutro”. Pues en dicho “sector” solo hay proyectos de uno, a lo sumo de dos, pero nunca más allá de un individuo o de una pareja. Y esta diferencia se hace en este caso más substancial que en las otras relaciones consideradas, ya que puede haber circunstancias en que la cantidad de individuos que componen este “sector neutro” aumente hasta el punto que este sea numéricamente mayoritario dentro de la población. En tales circunstancias no cabe hablar de “pueblo”, ya que el “pueblo” solo puede existir mayoritariamente. Así, de producirse eso, solo habrá “Tercer Estado” y “Nobleza”. No obstante, ni aún en tales circunstancias estos dos conjuntos se identifican ni se asimilan entre sí. La “Nobleza” puede, ciertamente, instrumentar tanto al “sector neutro” como a las élites para sus fines antinacionales, o, al menos, mantenerlos bajo control. Lo que no veremos es que la “Nobleza” combata al “sector neutro”, sea este minoría o mayoría, en lo cual este se distingue claramente del “pueblo”.

“Anti-pueblo” sin “pueblo”

Aquí debemos modificar o al menos precisar nuestra caracterización anterior de la “Nobleza”, en tanto la basamos en la oposición de esta al proyecto del “pueblo”, y ahora presumimos su existencia incluso allí donde decimos que no hay ya “pueblo”, sino solo “Tercer Estado”, con un “sector neutro” mayoritario que no tiene un proyecto común y que, por lo mismo, no es atacado en su accionar. Lo que sucede es que hoy en día ningún país de la tierra puede substraerse a la marcha de la historia, sino que siempre participa en esta, sea a través de un proyecto nacional o de un proyecto anti-nacional, por más efímero o incoherente que resulte. Y si no hay un “pueblo” que impulse un proyecto nacional, el proyecto que se ejecute será anti-nacional, ya que frenará toda posibilidad de realización humana común y, ante todo, la de organización nacional. Y para ello siempre deberá haber una minoría anti-nacional que coincida con lo que hemos denominado “Nobleza”, aunque no esté su acción centrada en combatir al “pueblo”, sino a lo sumo en prevenir la eventual aparición del “pueblo”.

Surgimiento y evolución del “pueblo”.

Cómo surge el “pueblo” allí donde no existía y la plaza mayoritaria era ocupada por el “sector neutro”, constituye para mí un problema del cual por ahora solo puedo tomar nota, ya que mi conocimiento de la historia de América Latina no me permite más que conjeturar que el surgimiento de un “pueblo” no se sujeta a leyes históricas más o menos detectables, y como mucho advertir algunos hechos que facilitan la creación cultural de un “pueblo”, tales como la aparición de líderes y coyunturas que propician la madurez de la consciencia “popular”. Por lo demás, una vez en escena los “pueblos”, su evolución no es rectilínea hacia los objetivos, puesto que, por un lado, no basta la voluntad de lucha, creación y sacrificio y, por otro, la cosa se juega en buena parte fuera de los límites de una sola “nación” y de un solo “pueblo”. En esa evolución, el “pueblo” puede ser golpeado y sometido; pero en el lapso siguiente solo quedará aletargado, nunca extinguido: una vez que se toma “consciencia nacional” ya no se la pierde, y el “pueblo” solo puede cesar de existir con la civilización íntegra a que pertenece.

“Pueblo” y “nación” en Latinoamérica.

Finalmente, queda aún por reflexionar sobre la posibilidad de aplicación de los conceptos que he descripto al proyecto bolivariano de unidad latinoamericana. Hoy en día podemos discernir tres metas escalonadas en el cumplimiento pleno de dicha propuesta, aunque esta sea en principio explícita solo en cuanto a la segunda meta; la primera sería “nacional” y la tercera “mundial”. En efecto, ningún individuo puede realizarse en una comunidad que no se realice -esto es, en un país que no sea “nación”- y análogamente, ninguna “nación” de la tierra puede realizarse en un mundo que no se realice. Hablar de la realización humana en términos planetarios suena a utopía renacentista y parece convertir el análisis filosófico en fantasía pura. Y sin embargo, es lo mismo que, con un lenguaje político realista, plantean los representantes del Tercer Mundo ante los poderes hegemónicos en las conferencias internacionales. Y precisamente la denominación “Tercer Mundo” designa una realidad socio-política más amplia que la “nacional” y más reducida que la mundial; realidad socio-política que es más concreta y homogénea aún si la restringimos a América Latina. Vale decir, la unidad latinoamericana sería la segunda meta. La mayor dificultad estriba en que, de diversas maneras, el logro de la tercera meta condiciona la plenitud de las dos anteriores, especialmente porque el “anti-pueblo” sienta sus reales en ese nivel mundial, y es allí donde combate al “pueblo” de cada “nación” y de toda Latinoamérica. Por cierto que mi análisis se detiene aquí, ya que no cuento con la experiencia adecuada para responder a la pregunta de sí hay o puede haber un “pueblo” latinoamericano que haga suyo un proyecto de “nación” latinoamericana más allá de todo voluntarismo elitista. En este punto solo arriesgaría una conjetura afirmativa, en base a la similitud de los procesos históricos, sociales, económicos y políticos en toda Latinoamérica y a la casi certeza de que hay un destino común que poco a poco se va asumiendo en todas partes. Por ello considero que un análisis como el que bastante burdamente acabo de presentar podría ser afinado y precisado dialógicamente, y de ese modo configuraría un aporte nada insubstancial de la filosofía a la propuesta de Bolívar de unidad latinoamericana.

martes, 24 de julio de 2012

Apuntes sobre la Técnica




Por Augusto Bleda


La técnica moderna transformó el mundo, a pesar de cuanto haya tenido de valioso, de moral, de “divino” o de razonable el mundo antiguo. La técnica avasalló todo a su paso, y se erigió como el factor característico del mundo contemporáneo. Este titán avasallante no solo transformó los medios de producción, la agricultura, las construcciones, la guerra, la comunicación, sino que nos ha cambiado a los humanos mismos, sus creadores. La técnica como hoy la conocemos nos exige un consciente fortalecimiento individual para no ser sometidos por su poder. Nos desafía a integrarla como parte de nuestro espíritu en un acto de entereza, de soberanía y decisión. Cuando se ha dicho que la técnica uniforma, es mentira, es imposible uniformar el espíritu del hombre. Muy por el contrario, es un espíritu poderoso el que puede hacer bailar las máquinas a su ritmo. Lo que verdaderamente enajena al hombre es el régimen de trabajo asalariado instrumentado por el capital, que lo despoja de cualquier fruto y goce de sus capacidades.

La revolución que supuso la técnica ante las concepciones mismas del tiempo y del espacio es algo que no puede merecer una valoración maniquea, moral, sino que representa en si misma una fatalidad producto de lo que los hombres han hecho con su mundo, del devenir.

El mundo se ha empequeñecido y el tiempo se ha acortado. Hoy día, en su avance revolucionario, la técnica ha dispuesto un avance que ha democratizado el acceso a la información y que nos ha hecho capaces de ser mediadores, comunicadores, partes activas de la representación del mundo, cosa que los televisores nos habían negado. Me refiero por supuesto a Internet y todos sus complementos representados hoy por cámaras y videograbadoras digitales, softwares de diseño, de edición de video, sintetizadores de música, etc. Los libros mismos se digitalizan. La cultura se hace accesible a todos, por todos y desde cualquier lugar, haciendo una salvedad hacia los más marginados, por supuesto.

Las valoraciones adversas a este fenómeno tecnológico no son más que sollozos histéricos de un mundo agonizante que no puede admitir que la mayoría de su población está gravemente idiotizada y que no tiene interés alguno en salir de esa situación. Por eso, para ser políticamente correctos se habla de “límites” en Internet. Estos reclamos nostálgicos, y de índole moral o judicial no logran rebatir ni disminuir el avance técnico. El embrutecimiento y la propagación de nueva tecnología están asociados a un mercado de consumo que ha montado el capitalismo, por lo que pretender regimentar la libertad de información y de cultura en internet es una política clara de intereses alineados con dicho mercado. Así es, los humanos, esa masa de brutos útiles, necesitaría ponerle límites a las máquinas para que estas no sean instrumento de su autodestrucción. Tal, la naturaleza de una sociedad movida por el lucro y que en su ética del tener, es favorable al aniquilamiento de toda personalidad crítica y creativa, y como si fuera poco, parece dispuesta a avanzar hasta destruir la existencia de vida sobre la tierra, esa es su “moral” y sus leyes. No se llegará muy lejos en el afán de frenar internet, es imparable.

El siglo XXI encarna esa puja cada vez más favorable a la técnica ante los miedos de las generaciones casi extintas que nos precedieron. Aún así, las formas políticas de antaño, el saqueo imperialista, las guerras económicas, y las fachadas democráticas-humanitarias, siguen caracterizando esta postmodernidad. Es este mismo afán que le dio nacimiento lo que lleva la técnica hasta el extremo de la depredación natural. Lo que hay detrás de ello son intereses, humanos, y eso es lo que hay que combatir. Debemos apoderarnos de la técnica en todos los campos en que podamos antes de que sea demasiado tarde, haciendo primar la sustentabilidad natural del ambiente, la integración con el entorno, el respeto a las tradiciones populares, rescatando todo lo que el capitalismo (y no la técnica) se ha encargado de sepultar.
El capitalismo ha dado impulso a un proceso, el desarrollo técnico, que finalmente acabará por significar el principio de su fin. La lucha es contra los intereses materiales de quienes hoy, a través del dinero, utilizan la técnica para perpetuar el modelo de saqueo imperialista y la desigualdad económica.

La técnica ha sido acusada como la contraparte de todo lo que es calidad, diversidad, creatividad. Si la técnica ha sido repetición en serie de productos despersonalizados es por el signo que el capitalismo industrial siempre le ha impreso, abocado a la maximización de ganancias a toda costa. Es hora por eso, de que una revolución que nazca de lo profundo del hombre se disponga a anteponer el sentido común y la creatividad a las pretensiones de los poderes mundiales. Gigantes pulpos multinacionales financieros, farmacéuticos, militares, industriales, alimenticios, hoy instrumentan el mundo a su antojo. Pero nadie le ha podido quitar al hombre ese ansia de hacer de si mismo el dueño de su destino, y esto no puede ser de otra forma que luchando por la liberación de sus pares oprimidos, para acabar con la explotación del hombre por los parásitos y afirmar una comunidad de destino anclada en la tierra, y las tradiciones que el mismo pueblo elija cargar sobre sus hombros. Lo más profundo de una identidad no se pierde ante la técnica si esta no está imbuida de sucios intereses ajenos.

Es hora de que el hombre, que cada uno de nosotros y cada uno de nuestros pueblos, decida hacer de la vida su voluntad y no la de quienes durante tanto tiempo han venido haciendo de nosotros, sus servidores. La revolución de las máquinas ya está en proceso.

Ahora nos resta, la revolución del espíritu, el arrebato febril de la voluntad y el retorno de los guerreros, de los héroes olvidados. No asistiremos a ninguna revolución profunda que no este trazada por una síntesis de esta naturaleza, la integridad y dignidad del hombre, una profunda conciencia popular, y un destino histórico compartido, es decir, un proyecto de comunidad, de nación asumiendo el pasado y asaltando al futuro.

Técnica vs. Dinero




Por Oswald Spengler


La industria está adherida a la tierra como la vida aldeana; tiene su sitio señalado, y las fuentes de materia prima surgen del suelo en determinados puntos. Sólo la alta finanza es libre por completo, inaprensible. Los bancos, y con ellos las bolsas, desde 1789 han ido respondiendo a las necesidades de crédito que siente en proporción creciente la industria; con lo cual se han constituido en fuerzas substantivas y pretenden ser, como siempre el dinero en toda civilización, la única fuerza. La vieja lucha entre la economía productora y la economía conquistadora se eleva hasta convertirse ahora en una silenciosa y gigantesca lucha de los espíritus en el suelo de las urbes cosmopolitas. Es la lucha desesperada entre el pensamiento técnico, que quiere ser libre, y el pensamiento financiero.

La dictadura del dinero progresa y se acerca a un punto máximo natural, en la civilización fáustica como en cualquier otra. Y ahora sucede algo que sólo puede comprender quien haya penetrado en la esencia del dinero. Si éste fuese algo tangible, su existencia seria eterna. Pero como es una forma del pensamiento, ha de extinguirse tan pronto como haya sido pensado hasta sus últimos confines el mundo económico, y ha de extinguirse por faltarle materia. Invadió la vida del campo y movilizó el suelo; ha transformado en negocio toda especie de oficio; invade hoy, victorioso, la industria para convertir en su presa y botín el trabajo productivo de empresarios, ingenieros y obreros. La máquina, con su séquito humano, la soberana del siglo, está en peligro de sucumbir a un poder más fuerte. Pero, llegado a este punto, el dinero se halla al término de sus éxitos, y comienza la última lucha, en que la civilización recibe su forma definitiva: la lucha entre el dinero y la sangre.

El advenimiento del cesarismo quiebra la dictadura del dinero y de su arma política, la democracia. Tras un largo triunfo de la economía urbana y sus intereses, sobre la fuerza morfo-genética política, revélase al cabo más fuerte el aspecto político de la vida. La espada vence sobre el dinero; la voluntad de dominio vence a la voluntad de botín. Si llamamos capitalismo a esos poderes del dinero y socialismo a la voluntad de dar vida a una poderosa organización político-económica, por encima de todos los intereses de clase, a la voluntad de construir un sistema de noble cuidado y de deber, que mantenga «en forma» el conjunto para la lucha decisiva de la historia, entonces esa lucha es, al mismo tiempo, la contienda entre el dinero y el derecho. Los poderes privados de la economía quieren vía franca para su conquista de grandes fortunas: que no haya legislación que les estorbe la marcha. Quieren hacer las leyes en su propio interés, y para ello utilizan la herramienta por ellos creada: la democracia, el partido pagado. El derecho, para contener esta agresión, necesita de una tradición distinguida, necesita la ambición de fuertes estirpes, ambición que no halla su recompensa en el amontonamiento de riquezas, sino en las tareas del auténtico gobierno, allende todo provecho de dinero.

Un poder sólo puede ser derrocado por otro poder y no por un principio. No hay, empero, otro poder que pueda oponerse al dinero, sino ese de la sangre. Sólo la sangre superará y anulará al dinero. La vida es lo primero y lo último, el torrente cósmico en forme micro-cósmica. La vida es el hecho, dentro del mundo como historia. Ante el ritmo irresistible de las generaciones en sucesión, desaparece, en último término, todo lo que la conciencia despierta edifica en sus mundos espirituales. En la historia trátase de la vida, y siempre de la vida, de la raza, del triunfo para la voluntad de poderío; pero no se trata de verdades, de invenciones o de dinero. La historia universal es el tribunal del mundo: ha dado siempre la razón a la vida más fuerte, más plena, más segura de si misma; ha conferido siempre a esta vida derecho a la existencia, sin importarle que ello sea justo para la conciencia. Siempre ha sacrificado la verdad y la justicia al poder, a la raza, y siempre ha condenado a muerte a aquellos hombres y aquellos pueblos para quienes la verdad era mas importante que la acción y la justicia más esencial que la fuerza. Así termina el espectáculo de una gran cultura, ese mundo maravilloso de deidades, artes, pensamientos, batallas, ciudades, reasumiendo los hechos primordiales de la eterna sangre, que es idéntica a las fluctuaciones cósmicas en sus eternos ciclos. La conciencia vigilante, clara, rica en figuras múltiples, se sumerge de nuevo en el silencioso servicio de la existencia, como nos enseñan las épocas del imperialismo chino y romano. El tiempo vence al espacio. El tiempo es quien, con su marcha irrevocable, inyecta el azar efímero de la cultura en el azar del hombre, que es una forma en que el azar de la vida fluye durante un tiempo, mientras en el mundo luminoso de nuestros ojos, allá lejísimos, se abren los horizontes de la historia planetaria y de la historia estelar.

Para nosotros, empero, a quienes un sino ha colocado en esta cultura y en este momento de su evolución; para nosotros, que presenciamos las últimas victorias del dinero y sentimos llegar al sucesor—el cesarismo—con paso lento, pero irresistible; para nosotros, queda circunscrita en un estrecho círculo la dirección de nuestra voluntad y de nuestra necesidad, sin la que no vale la pena de vivir. No somos libres de conseguir esto o aquello, sino de hacer lo necesario o no hacer nada. Los problemas que plantea la necesidad histórica se resuelven siempre con el individuo o contra él.

martes, 17 de julio de 2012

De la parábola a la realidad: El sistema Dinero-Deuda



Por Louis Even


El sistema de dinero-deuda introducido en la Isla de los Náufragos hacía que la pequeña Comunidad fuera llenándose de deudas a medida que, merced al trabajo de los hombres, la Isla se iba desarrollando y enriqueciendo.

¿No es precisamente lo que ocurre en nuestros países civilizados?
Nuestro país en este siglo es sin duda más rico, de verdaderas riquezas, que hace cincuenta o cien años, o que en los tiempos de primeros colonizadores. Ahora bien, ¡comparemos la deuda pública, la suma de todas las deudas públicas del País de hoy en día, con lo que era dicha deuda hace cincuenta o cien años, o hace tres siglos!

Con todo, la misma población del País ha sido la que ha producido el enriquecimiento a lo largo de los siglos. Pues, ¿por qué razón tenerla endeudada por el resultado de su trabajo?

Consideremos, por ejemplo, el caso de las escuelas, de los acueductos municipales, de los puentes, de las carreteras y otras construcciones de carácter público. ¿Quién las construye? Gentes de aquí… ¿Quién proporciona los materiales? Los fabricantes del país. Y ¿por qué pueden dedicarse a esas obras públicas? Porque también existen gentes que producen alimentos, vestidos, calzado o facilitan servicios que a su vez pueden utilizar los constructores y los fabricantes de materiales.

Así pues se ve que la población es la que, por sus diversos trabajos, produce todas las riquezas. Si se importan cosas del extranjero serán el precio de los productos que han sido exportados.
De hecho, ¿qué es lo que comprobamos? En todas partes, se aplica impuestos a los ciudadanos por pagar las escuelas, los sanatorios, los puentes, las carreteras y otras obras públicas. La población paga pues por lo que ella misma produce..

Pagar más que el precio:

Y todo ello no para ahí. La población paga más por lo que ella misma ha producido. Su producción, un verdadero enriquecimiento, se vuelve para ella una deuda cargada de intereses. Con los años, la suma de los intereses puede igualar o sobrepasar el total de la deuda impuesta por el sistema. Hasta puede ocurrir que la población tenga que pagar dos o tres veces el precio de lo que ella misma ha producido.

Además de las deudas públicas, también existen deudas industriales que obligan al empresario a subir sus precios más allá del coste de producción para ser capaz de reembolsar capital e intereses y no hacer quiebra.
Sean deudas públicas o deudas industriales, la población siempre será la que tendrá que pagarlas en forma de impuestos cuando se trata de deudas públicas o en forma de precios cuando se trata de deudas industriales. Los precios suben al paso que los impuestos casi dejan vacío el monedero.

Sistema tiránico:

Todo eso y muchas cosas más caracterizan un sistema de dinero, un sistema de finanzas que manda en vez de servir y que mantiene a la población bajo su dominio — como Martín tenía bajo su dominio a todos los hombres de la Isla antes de que se sublevasen.

¿Qué es lo que pasa cuando los que controlan el dinero se niegan a prestar o imponen a las corporaciones públicas o a los empresarios condiciones demasiado difíciles? Las corporaciones públicas abandonan sus proyectos aunque sean urgentes; los empresarios abandonan sus planes de desarrollo o de producciones que corresponderían a unas necesidades, lo que provoca el desempleo. Y para evitar que se mueran de hambre los desempleados, hace falta cargar con un impuesto a quienes todavía poseen algo o viven de un salario.
¿Puede imaginarse un sistema más tiránico cuyos maleficios se hacen sentir en toda la población?

Obstáculo a la distribución:

Y esto no es todo. Además de llenar de deudas a la producción que financia o de paralizar la que se niega a financiar, el sistema de dinero es un mal instrumento de distribución de los productos.

Aunque tengamos almacenes y centros comerciales llenos de productos, aunque tengamos todo lo necesario para producir más aún, la distribución de los productos queda racionada.

En realidad, para tener dichos productos, hace falta pagarlos. Si los productos son abundantes, abundantes también tendrían que ser los billetes en el billetero. Pero no es así. El sistema pone siempre más precio en los productos que dinero en los bolsillos de quienes los necesitan.

La capacidad de pago no equivale la capacidad de producción. Las finanzas no van de acuerdo con la realidad. La realidad son unos productos abundantes y fáciles de hacer. Las finanzas son dinero racionado y difícil de obtener.

Corregir lo viciado:

El actual sistema de dinero es de verdad un sistema punitivo en lugar de ser un sistema servible.
No quiere decir eso que hay que suprimirlo sino corregirlo. Es lo que haría magníficamente la aplicación de los principios de finanzas conocidos bajo el nombre de Crédito Social. (No se confundan con el partido político que toma falsamente este nombre)

El Crédito Social

El dinero ajustado a la realidad:

El dinero de Martín, en la Isla de los Náufragos, ningún valor hubiera tenido si no hubieran tenido ningún producto allí, en la isla. Aunque su barril hubiera estado de veras lleno de oro, ¿qué es lo que hubieran podido comprar con este oro en una isla sin productos? Oro, o papel-moneda o cualesquiera cifras del libro de Martín, nada hubiera podido mantener a nadie sin productos alimenticios. Lo mismo en cuanto a ropas y todo lo demás.

Pero, en la isla, había productos que procedían de los recursos naturales de la Isla y del trabajo de la pequeña comunidad. Esa misma riqueza que era lo que daba valor al dinero no era propiedad personal del banquero Martín sino que pertenecía a los habitantes de la isla.

Martín les tenía endeudados por todo aquello que les pertenecía. Lo entendieron bien en cuanto conocieron el Crédito social. Entendieron que cualquier dinero, cualquier crédito se basa en el crédito de la misma sociedad y no en la actuación del banquero; que el dinero debía ser suyo en el momento cuando empezaba a ser creado, entonces, que debía serles entregado, repartido entre ellos sin perjuicio, que debía circular a continuación de los unos a los otros según el vaivén de la producción de los unos y de los otros.

Desde entonces, el problema del dinero se volvió para ellos lo que es esencialmente: una cuestión de contabilidad. Lo primero que se exige en una contabilidad es que sea exacta, conforme con lo que expresa.

El dinero debe ser conforme con la producción o la destrucción de riqueza, seguir el movimiento de la riqueza: producción abundante, dinero abundante; producción fácil, dinero fácil; producción automática, dinero automático; gratuidad en la producción, gratuidad en el dinero.

El dinero para la producción:

El dinero debe estar al servicio de los productores según lo necesitan para movilizar los medios de producción.
Todo ello es posible puesto que fue una realidad, de la noche a la mañana, en cuanto estalló la guerra en 1939. De repente acudió el dinero que tanto faltaba por todas partes desde hacía diez años. Y durante los seis años de guerra, no hubo ningún problema de dinero para financiar toda la producción posible y necesaria.

El dinero pues puede estar, y debe estar, al servicio de la producción pública o privada con la misma fidelidad que cuando estuvo al servicio de la producción de guerra. Todo aquello que resulta físicamente posible para responder a las necesidades legítimas de la población debe volverse posible financieramente.

Esto sería el fin de las pesadillas de los cuerpos públicos. Y sería el fin del desempleo y de las privaciones que acarrea mientras queden cosas por hacer para responder a las necesidades públicas o privadas de la población.
Todos capitalistas  Dividendos para cada uno:

El Crédito Social preconiza para todos el reparto periódico de un dividendo. O sea una cantidad de dinero abonada cada mes a cada persona, cualquiera que sea su oficio, así como el dividendo abonado al capitalista incluso cuando no trabaja personalmente.

Se conoce que el capitalista que invierte dinero en una empresa tiene derecho a una renta, que se llama dividendo. Otros son quienes utilizan dicho dinero: se les paga en salarios. Pero el capitalista saca su renta únicamente de la presencia de su capital en la empresa. Si también trabajase en la empresa, tendría dos rentas: un salario por su trabajo y un dividendo por su capital.
Ahora bien, el Crédito Social considera que todos los miembros de la empresa son capitalistas. Todos poseen juntos un capital real que contribuye mucho mas a la producción que el capital invertido o el trabajo de los empleados.

¿Cuál es ese capital común?

Son primero las riquezas del país que no han sido producidas por nadie sino que son un regalo de Dios para quienes viven en dicho país. También es el conjunto de las invenciones, de los conocimientos, descubrimientos, de los perfeccionamientos de las técnicas de producción, de todo el progreso adquirido, acumulado, engrandecido y transmitido de una generación a otra. Es una herencia común, ganada por las generaciones pasadas y que nuestra generación utiliza y sigue engrandeciendo para pasarla a la siguiente. No es la propiedad exclusiva de nadie sino un bien común por excelencia.

Y ahí esta el mayor factor de la producción moderna. Que sólo se suprima la fuerza motriz del vapor, de la electricidad, del petróleo — invenciones de los tres últimos siglos — y vaya a ver lo que sería la producción total incluso con mucho más trabajo de todos los efectivos obreros del país y con mucho más horas.

Sin duda alguna, aún se necesitan productores para dar un rendimiento al capital y por este rendimiento están recompensados por su salario. Pero el mismo capital debe tener valor de dividendos para sus propietarios, es decir para todos los ciudadanos ya que todos son igualmente coherederos de las generaciones pasadas.

Siendo ese capital común el mayor factor de producción moderno, el dividendo debería bastar para proporcionar a cada hombre por lo menos lo que necesita para mantenerse. Luego, al paso que la mecanización, la motorización, la automatización desempeñan un papel cada día más importante en la producción, con cada vez menos trabajo humano, la parte repartida por el dividendo debería llegar a ser mayor.

He aquí otra manera de enfocar el asunto de la distribución de la riqueza que no es la de hoy en día. En lugar de dejar vivir a los unos miserablemente y de poner impuestos a los que se ganan la vida para ayudar a quienes ya no contribuyen a la producción, a cada uno le tocaría una renta básica: el dividendo. Sería un mejor reparto desde el origen.

También sería al mismo tiempo un medio bien adecuado a las grandes capacidades productivas modernas para concretizar el derecho de cada ser humano a gozar de los bienes materiales que es un derecho que cada hombre saca del solo hecho de su existencia, un derecho fundamental e imprescriptible que el papa Pio XII recordaba en su radio-mensaje del 1 de Junio de 1941:

“Los bienes creados por Dios han sido creados para todos los hombres y deben estar a la disposición de todos, según las normas de la justicia y de la caridad. Cualquier hombre como ser humano dotado de razón tiene de hecho dado por la naturaleza el derecho fundamental a usar de los bienes materiales de la tierra. Tal derecho no podría suprimirse de ningún modo ni siquiera ser sustituido por otros derechos verdaderos y reconocidos sobre los bienes materiales.”

Un dividendo para todos y para cada uno: ésta es la formula económica y social más resplandanciente que se haya propuesto jamás a un mundo cuyo problema ya no es producir sino repartir lo producido. 

Que no sea un partido político:

Muchos son los que, en varios países, han visto en el Crédito Social de Douglas lo mejor que se ha propuesto jamás para servir a la economía de abundancia moderna y para poner los productos al servicio de todos.
Queda por hacer que se admita esta concepción de la economía para que llegue a ser una realidad.

Desgraciadamente, en el Mundo, los políticos han estropeado las dos palabras “Crédito Social”, empleándolas para designar un partido político. Es el mayor perjuicio jamás hecho a la comprensión y a la expansión de la doctrina de Douglas. Y esto llegó a ser una causa de confusión y de desconfianza. Muchas personas no quieren oír hablar del crédito social porque ven en él un partido político y han dado ya su aprobación a otro.

Ahora bien, el crédito social, comprendido en toda su autenticidad no es de ningún modo un partido político. Es precisamente todo lo contrario. El mismo fundador de la escuela creditista, C. H. Douglas, conocía mejor la propia doctrina que cualquiera, sobre todo mucho mejor que los cabecillas engreídos que quieren aprovecharse de la idea superficial que tienen de él para abrirse camino en las esferas políticas. Pues, Douglas ha dicho que había una total incompatibilidad entre Crédito Social y política electoral. Son dos términos que se excluyen el uno al otro por su índole, sus fines, sus causas, su inspiración.

Los principios del Crédito Social descansan en una filosofía. Y es esta filosofía la que da la prioridad a la persona sobre el grupo, sobre las instituciones, sobre el mismo gobierno. Cualquier actividad hecha en nombre del auténtico Crédito Social debe ser una actividad al servicio de las personas.

Es una causa muy distinta la que anima y orienta las actividades de un partido político.

La primera meta de cualquier partido político, que sea antiguo o nuevo, es conquistar o guardar el poder, llegar a ser o seguir siendo el grupo que gobierne el país. Se trata de la búsqueda del poder por un grupo.

El Crédito Social, por lo contrario, enseña que el poder debe ser repartido entre todos: el poder económico, bajo la forma de un dividendo periódico que le permita a cada individuo hacer pedidos dentro de la producción de su país; el poder político, haciendo, del Estado y de los gobiernos de todos niveles, cosa de las personas y no, las personas, cosa del Estado.

El gobierno es lo que interesa a los partidos políticos mientras que la persona, el desarrollo de la persona es lo que interesa al auténtico creditista.
La política de partido lleva a los ciudadanos a la abdicación de su responsabilidad personal, poniendo el partido toda la importancia sobre la votación, sobre un acto de unos segundos que el ciudadano cumple escondido detrás de una cortina, después de haberse empapado del guiso electoral durante cuatro semanas.

El Crédito Social, por lo contrario, enseña a los ciudadanos a hacerse responsables tanto en política como en lo demás y en todo momento, siendo conciencia y vigilancia de los gobiernos, gritando la verdad y denunciando las injusticias sin tregua ni descanso en cualquier parte donde se encuentren.

Cualquier partido político contribuye a dividir al pueblo, luchando los partidos los unos con los otros en busca del poder. Ahora bien, toda división debilita: un pueblo dividido, debilitado no se hace servir bien.

La doctrina del Crédito Social, por lo contrario, hace a sus ciudadanos conscientes de sus aspiraciones fundamentales comunes a todos. Un movimiento creditista auténtico enseña a los ciudadanos a unirse en las peticiones que todos aprueban, a presionar a los del gobierno, cualquiera que sea el equipo que esté en el poder. Por eso el periódico “San Miguel” (en francés, “Vers Demain” — “Hacia el mañana”) — del que se han sacado estas líneas — recomienda en política la presión del pueblo agrupado fuera de los parlamentos pero presionándolos con el fin de que los hombres elegidos por el pueblo hagan leyes conformes a la doctrina del Crédito social.

Para hacer prevalecer ideas tan grandes como la concepción creditista de la economía, no se necesitan políticos ávidos de ufanía ni de dinero sino apóstoles que se entregan a su tarea sin cálculos sin tener más miras que el triunfo de la verdad y un mundo mejor para todos, apóstoles despegados de cualquier recompensa aquí en este mundo, haciendo todo lo posible por la causa abrazada y confiando en Dios por todo lo demás.

El periódico “San Miguel” trabaja para formar tales apóstoles y presenta sus objetivos, sus actividades y sus realizaciones.