martes, 17 de septiembre de 2013

Érase una vez ...



Por Welsung


Érase una vez un país en el que las calles que se comenzaban a teñir de rojo y gritos de odio, acicates a la lucha de clases, de materialismo y desprecio por las personas, vieron avanzar columnas de hombres vestidos de gris que cantaban canciones de honor, de valor y muerte, de felicidad de vivir la vida en forma heroica. Estos hombres avanzaron y arrollaron al fango rojo que todo lo teñía, estos hombres querían barrer también con el poder de las oligarquías y unir al pueblo en un abrazo: “fundiendo en yunque de otra vida, al hijo del palacio y al hijo del taller”.

Porque estos hombres sabían que el poder de una nación está en sus raíces y por ello invocaban las fuerzas telúricas que habían forjado a esa nación, aún incipiente, aún llena de esperanzas.

Miles eran convocados a las reuniones del Movimiento: obreros, hombres del campo, profesionales, comerciantes, industriales. La camisa gris les recordaba que eran todos iguales en cuanto a valer, y el colorido de sus vidas se proyectaba en la bandera tricolor que guarda el secreto del nacimiento de su Patria. Junto a la bandera de la Tierra que los vio nacer se alzaba la otra que anunciaba lo que venía, la bandera de la "Patria Vieja" usada por los fundadores, cruzada por un rayo. 

El rayo que cae del cielo y con estruendo anuncia la llegada de la tormenta, el desencadenar de las fuerzas naturales. Porque que el Movimiento era eso: fuerzas naturales en acción. Nada de afiebradas diquisiciones políticas o filosóficas alejadas de la naturaleza y retorcidas en las cloacas de la mente humana desviada de su curso natural, mucho de acción: Pan, Trabajo, Honor, Lealtad, Alegría, Belleza.

Al grito de ¡Jefe!, ¡Jefe!, los hombres aunaban sus corazones que palpitaban juntos al ritmo de la Patria, los brazos en alto saludaban al Jefe, al guía, que reunía en sí la voluntad de un pueblo, era el Movimiento Nacional Socialista Chileno, con sus banderas izadas en varas de coligüe como lo hicieran los hijos de Arauco más de trescientos años antes. Rostros alegres, vidas elevadas al heroísmo por la voluntad de ser. Una Patria amada por sus hijos se levantaba orgullosa para mostrar al mundo que en esta Tierra, tan alejada de todo, palpitaba el espíritu antiguo, el corazón de una estirpe indómita que despertaba después de un largo periplo de siglos.

Pero aquél fatídico día, hoy hace 75 años, todo cambió. Se unieron las traiciones, los de izquierda y derecha mostraron su verdadera cara. La traición, el asesinato, la ineficacia del Jefe. Todo se confabuló para la tragedia. La juventud de la Patria murió ese día asesinada por la legalidad de un régimen liberal, bajo la mirada asesina de la izquierda comunista.

Ya nada queda del sueño, sólo adivinar lo que pudo ser. Un país libre y orgulloso, con un destino claro en que todos tuvieran un ideal por el cual luchar. Incluso pudimos haber intervenido en la Gran Guerra. Tal vez los flancos en Stalingrado hubiesen estado protegidos por el tricolor de nuestro pabellón, siempre vencedor y jamás vencido, tal vez, tal vez...O tal vez no, tal vez igual la Gran Guerra se hubiera perdido, pero el honor de la Patria estaría a salvo.

Hoy sólo queda recordar y mirar con nostalgia ese otro camino que pudo tomar la historia. Hoy en un país donde el escudo nacional se ha cambiado por un esquema de cubos de colores estilo Lego, donde la cultura se cambió por saltimbanquis, donde la pureza del campo se trastocó y se cambió por resorts; nada se puede esperar de masas vociferantes que sólo conocen el nihilismo, por viejas mojigatas y remilgonas que todo lo dejan con ese olor nauseabundo de lo rancio, de la juventud arrasada por la droga y el hedonismo. Nada, nada, ya no queda nada.

Para empeorar las cosas cada cierto tiempo aparecen grupúsculos de enanos que pretenden vestirse con los ropajes de aquellos gigantes, pero sólo consiguen hacer el ridículo y asustar a una que otra viejecita. Nada más penoso y más lejano de la verdad que un uniforme de los viejos tiempos en esos cuerpos esmirriados y en esas mentes torcidas; nada más alejado de la verdad.


Porque ya no queda nada, porque no hay esperanza, nuestra misión es seguir marchando aunque todo se caiga a pedazos. Ya no están las banderas, ya no se escuchan los cantos, pero el ideal, la Patria está aún en nuestros corazones. La república de Chile ha muerto, que Viva la Patria.

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