lunes, 18 de febrero de 2013

Contra los "Derechos Humanos"





Por Fernando Trujillo


La doctrina de los derechos humanos nació con las ideas filosóficas de la Ilustración que sirvieron de base para las revoluciones democráticas en Estados Unidos y en Francia, la subida al poder del tercer estado derrocando a la aristocracia que ya estaba en decadencia e imponiendo la dictadura democrática. Sin embargo, la doctrina de los derechos humanos es mucho más antigua, en la ilustración tomo una forma pero su espíritu viene de los primeros tiempos del cristianismo cuyos jefes iniciaron la primera gran revolución de los esclavos contra los amos. Tras la muerte de Cristo sus seguidores alentaron a la chusma de plebeyos a rebelarse contra los romanos, poniendo en el mismo plano de igualdad a todo este vulgo con la estirpe conquistadora de los romanos.

Es precisamente a ellos a quienes hablan los derechos humanos, a la plebe de ladrones, enfermos mentales, usureros, putas, viciosos, asesinos, violadores y a toda esa chusma vil y repugnante de parias que en el mundo moderno de las democracias burguesas son tolerados y defendidos. “Todos los hombres son iguales” es la principal proclama de esta doctrina que se ha convertido en la religión del mundo moderno, así un violador, un secuestrador o un pederasta está en el mismo plano de igualdad que un trabajador honesto o un hombre de familia, a esto nos ha llevado la “maravillosa” igualdad que tanto proclaman los progresistas políticamente correctos. Los derechos humanos y sus profetas defienden a los criminales (y a los criminales más sanguinarios), les dan un abogado, una defensa, hablan sobre el “arrepentimiento” de un violador, asesino, hacen proclamas contra la pena de muerte pero al mismo tiempo defienden el aborto. 

Este es el mundo de los derechos humanos, el mundo de los criminales, de la chusma, es el mundo de la igualdad caótica e histérica. ¿Hasta cuándo se va a aguantar esta faena? Cada día los politiquillos democráticos aprueban más leyes para beneficiar a esa horda de piojosos que hoy son mayoría en este asqueroso mundo moderno plagado de masas imbéciles. 

Metafísicamente hablando, estamos en una regresión de castas, se ha pasado de la casta de los aristócratas a la de los comerciantes, de esta se ha pasado por medio de la revolución roja a la casta de los trabajadores y ahora el quinto estado el de los parias es el que está en el poder. 

En este mundo “perfecto” tenemos en el poder a violadores, narcos, asesinos, mediocres, no es nada raro entonces que sea al vulgo de parias a quienes van dirigidos los derechos humanos del mundo democrático.

Desde que estamos en la escuela se nos lava el cerebro diciéndonos que el periodo de la Ilustración llamado “Siglo de las luces” fue el periodo en que el hombre alcanzo el derecho a la “libertad” y la “igualdad”, se nos enseña que el mundo “progreso” de la monarquía absoluta a la democracia el gobierno “perfecto” según se nos enseña en la sociedad moderna. 

Se nos enseña igual que antes de la Ilustración el hombre era un ser “ignorante” y “esclavo” que vivía en una “horrible” desigualdad, en un periodo “primitivo” de la historia lleno de guerras, ignorancia y superstición, es así como los historiadores progresistas ven la historia antigua mientras la historia moderna de las revoluciones democráticas lo ven como un periodo de “luz” para el pensamiento racional del hombre moderno. La igualdad es una utopía progresista, es imposible que los hombres sean iguales, los hombres son desiguales culturalmente, biológicamente y espiritualmente, no existe la igualdad eso es solo una fantasía de los optimistas ilusos. 

La igualdad lleva a la mediocridad ya que el hombre superior está en la misma condición de igualdad que el plebeyo y el idiota, es imposible que los hombres vivan en paz, fraternidad e igualdad como predican los hippies-progresistas, la violencia es natural en los seres humanos, ni la educación ni el progreso podrán cambiar la naturaleza violenta del hombre como nos quieren hacer creer los amanerados progresistas democráticos. Biológicamente, culturalmente y espiritualmente el hombre nació para la guerra, el hombre es un guerrero por naturaleza y el odio, el sentimiento de superioridad están en su sangre. Ninguna idea moderna-pacifista podrá cambiar eso. Así las ideas de los filósofos de la Ilustración son gigantes de pies de barro que son derribadas por el poder de la historia, es la historia la que nos ha demostrado lo risible que es el lema “igualdad, paz y fraternidad” que tanto proclaman los defensores acérrimos de los derechos humanos. 

La historia de la humanidad desde el hombre de las cavernas hasta el militar moderno ha sido una continua sucesión de guerras, conquistas, ambición pero más que nada ha demostrado la desigualdad natural del hombre, el hombre superior siempre sobresale entre la masa. La historia nunca ha pertenecido a los llorones hippies, ni a los progresistas optimistas, ha pertenecido a los guerreros y a los inconformes con una visión superior a las aspiraciones del hombre mediocre. 

Según el etnólogo Robert Ardrey “Una sociedad es un grupo de seres desiguales organizados para hacer frente a las necesidades comunes. En toda sociedad fundada sobre la reproducción sexual, la igualdad de los individuos es una imposibilidad natural. La desigualdad debe ser considerada la primera ley de las estructuras sociales, que incluye tanto a las sociedades humanas, como a las demás.” Es así todas las grandes civilizaciones han estado regidas por una JERARQUIA sagrada, natural, esta jerarquía no debe ser vista como algo meramente material si no como algo metafísico, que va más allá de lo simplemente político o social, una jerarquía que vaya hacia lo divino, que oriente a su pueblo hacia un ideal superior al consumismo y mediocridad hacia el que va dirigido el mundo democrático. 

Otra cosa que hay que entender de esta jerarquía es que esta jerarquía no diferencia a ricos y pobres, si no que diferencia al hombre superior del hombre común, debajo de los ascetas-aristócratas se encontraban los trabajadores y mercaderes, todos estos grupos desiguales estaban unidos como Pueblo trabajando hombro con hombro para mantener su sociedad y guiarla hasta un ideal en común. Digo esto ya que muchas veces los historiadores políticamente correctos hablan de las sociedades de castas como sociedades llenas de discriminación entre ricos y pobres, obviamente estos mediocres ven la historia antigua desde un punto de vista acorde con el establishment actual.

Irónicamente, es en esta sociedad democrática donde se tiene a la igualdad como religión es donde más discriminación y división hay entre trabajadores, empresarios y militares, el Sistema ha logrado que cada uno de estos grupos se vea como un enemigo todo para que sea el Sistema gobernado por usureros el que termine ganando siempre a costa de la división del pueblo. 

La igualdad, los derechos humanos todo es ilusión, la realidad es que vivimos en la oscuridad de la decadencia democrática, quienes verdaderamente gobiernan son los usureros amados por la plebe de parias a los que van dirigidos los derechos humanos. 

Contra los derechos humanos se debe reafirmar que todos los humanos son desiguales, que jerárquicamente el hombre superior debe de estar por encima de las hordas de hombres comunes sin aspiraciones más que consumir y vivir de placeres, que los parias e infrahumanos no tienen derechos ya que ellos no cuentan como seres humanos, que las ideas sentimentaloides judeocristianas de compasión y perdón deben ser borradas de la historia. El Sistema nos pide (léase ordena) que debemos ser tolerantes, que debemos tolerar a quienes nos escupen y nos hacen daño, tolerancia es la palabra más amada por la escoria políticamente correcta. Yo prefiero la palabra intolerancia porque soy intolerante ante esa doctrina repugnante y ante la plebe de piojosos que se benefician de ella. 

Ya no tolero a los parias ni que la justicia los prefiera sobre a las víctimas de sus crímenes. No queremos seguir tolerando a los parias, si alguien me daña a mí o a los míos le pego un tiro, ya basta de dar la otra mejilla, ya basta de no arrojar piedras, yo doy un puñetazo a quien me ataca, yo tiro mil piedras sobre los derechos humanos y aquellos que los defienden, ya no los toleraremos más. Que las mentiras políticamente correctas se las siga tragando la masa, que la ilusiones de progreso se las sigan creyendo los imbéciles, a nosotros no nos van a mentir más. Liberémonos de esas cadenas llamadas tolerancia, progreso e igualdad, seamos guerreros como nuestra naturaleza manda y saquemos a occidente de esta oscuridad democrática a la que ha estado sumidad desde que el tercer estado gobierna por medio de sus nefastas doctrinas. 

viernes, 15 de febrero de 2013

La Desobediencia Civil




Por el Emboscado


Como una primera aproximación a la definición de la desobediencia civil, podríamos decir que esta se trata de una acción política dirigida al sentido de justicia de la mayoría, con el fin de instarla a reconsiderar las medidas que son objeto de protesta.

Por regla general la desobediencia civil constituye un acto público, no violento y hecho en conciencia, el cual es contrario a la ley y llevado a cabo con la intención de dar lugar un cambio en las políticas o leyes del gobierno, por este motivo la desobediencia civil es considerada un acto político, además de ser un acto justificado por unos principios morales que definen una concepción de la sociedad civil y del bien público. Por esto mismo, la desobediencia civil descansa en una convicción política y no propiamente en la búsqueda del propio interés o del interés de un determinado grupo.

Otro de los rasgos característicos de la desobediencia civil es la aceptación del arresto y castigo que ocasionan, siendo esperados y aceptados sin resistencia. Así es como se manifiesta un respeto por los procedimientos legales, expresando desobediencia a la ley pero dentro de unos límites, lo cual ayuda a demostrar a los ojos del resto de la sociedad el carácter sincero de la misma, por lo que intenta dirigirse a su sentido de la justicia. Se asume de esta manera que se tiene que pagar un precio por demostrar que se cree en las propias acciones, y que estas tienen como base moral las convicciones de la comunidad.

La justificación de la desobediencia civil en los regímenes democráticos viene dado por una serie de condiciones: apelaciones políticas a la mayoría que han sido rechazadas, y utilización de los medios institucionales corrientes para hacer llegar al poder político las demandas y reivindicaciones. Esto se produce cuando los partidos políticos son indiferentes a las pretensiones de la minoría, y cuando los intentos de revocar leyes que son objeto de propuesta han topado con la represión. Así, la desobediencia civil es el último recurso cuando han fallado los procesos democráticos habituales.

La desobediencia civil es también un acto deliberado dirigido al sentido de justicia de la sociedad, por lo que en un plano moral su llevada a cabo está condicionada por las violaciones substanciales y claras de la justicia, como cuando se trasgrede  el principio de igual libertad que todo régimen democrático debe garantizar, o el principio de libre acceso a cargos que protege la igualdad real de oportunidades. Estas situaciones significan justificaciones en el plano moral de la desobediencia civil, ya que su base descansa en los principios de la justicia, por lo que se apela a estos principios contra una legislación injusta.

Vemos de esta manera, qué es lo que confiere una legitimidad moral de cara a emprender la desobediencia civil: cuando se es objeto de una injusticia más o menos deliberada a lo largo de un prolongado espacio de tiempo a pesar de las protestas políticas habituales; cuando la injusticia se plasma en una violación de las libertades de igual ciudadanía propio de todo régimen democrático; y cuando la disposición general a protestar tenga consecuencias aceptables. Son este conjunto de condiciones las que pueden justificar, dentro de un sistema democrático, la llevada a cabo de desobediencia civil.

El Estado como Corruptor Moral




Por el Emboscado


Todo empezó con Platón que no dudó en utilizar la filosofía como instrumento para sus propios fines políticos: la conquista del poder. Con este claro objetivo Platón desarrolló todo su sistema filosófico con el establecimiento del Bien como idea central, cuyo conocimiento quedaba reservado a una elite intelectual de filósofos. Así es como el Bien se identifica con una autoridad intelectual que se erige por encima de los demás al afirmar conocer aquello que es bueno para la sociedad. De este modo es el filósofo rey junto a los guardianes quien determina la organización de la sociedad, y con ello las relaciones que se desarrollan en el seno de esta. El Estado es, en suma, la encarnación de esa idea de Bien en tanto en cuanto el filósofo rey y los guardianes son quienes la conocen, aplican y mantienen con el orden social por ellos instituido.

Esta idea tan antigua es la misma que se ha desarrollado a lo largo de la historia para justificar la existencia del Estado por un lado, y para conseguir el consentimiento de sus súbditos por otro. Lo que en su momento Platón planteó a través de su particular sistema de pensamiento fue reformulado infinidad de veces por otros filósofos e intelectuales que, al igual que Platón, aspiraban a conquistar el poder sobre los demás o en su caso servían con sus teorías y elucubraciones a quien lo detentaba. Esto explica que ya en el s. XIX fuera Hegel quien con su filosofía política constituyera la culminación y máxima expresión de lo iniciado por Platón al definir el Estado como idea moral, y por tanto como encarnación de la idea de Bien.

En la medida en que el Estado es el Bien doblega y somete al sujeto que de un modo u otro se ve abocado a obedecerlo. La corrupción moral alcanza su grado máximo en las leyes creadas por el Estado y en las autoridades encargadas de supervisar su cumplimiento, lo que significa la aceptación y consentimiento por parte del sujeto de una realidad que prescribe aquello que debe o no hacerse, que define el Bien y el Mal. En tanto en cuanto el poder es el Bien no sólo exige la sumisión del sujeto a la autoridad, sino que al mismo tiempo determina como Mal a todo aquel que se le oponga. En este sentido las leyes que el Estado crea son la concreción del Bien que representa, pues estas son las que organizan la sociedad y determinan las relaciones en su seno.

La identificación del Estado con el Bien da lugar al culto al poder, pues todo cuanto hace es bueno. La policía, el ejército, los tribunales, las leyes, etc., al ser el Bien exigen la aceptación de su autoridad, y con ello la sumisión al orden establecido. Todo esto conduce a la interiorización de la inmoralidad que el poder impone al sujeto, es decir, su más completa corrupción moral al asumir los códigos de conducta que hacen posible su alineamiento incondicional con el poder y su orden vigente. Cualquier cuestionamiento, contestación u oposición es concebido como una expresión del Mal que justifica su persecución y represión. Así es como el Estado institucionaliza la inmoralidad, pues la moral no pasa de ser para el Estado un instrumento de poder con el que dominar a la población para conseguir su aceptación y consentimiento a su orden impuesto, es decir, un elemento de legitimación.

El Estado hace uso del poder ideológico para adoctrinar a la población e inculcarle su propio código de conducta, pues al determinar desde sí mismo lo que está bien por medio de las leyes que moldean el orden establecido y del sistema educativo, justifica la permanente extensión de sus mecanismos de control y dominación para que su orden, como expresión del Bien, prevalezca.

El Estado lleva a cabo una simplificación extrema del mundo que conlleva una infantilización de la conciencia del sujeto, pues el universo se reduce a una lucha entre buenos y malos en el que el papel de bueno corresponde al Estado y a todos los que lo respaldan. Así es como el Estado acrecienta su poder en tanto en cuanto se presenta como una realidad bondadosa, y por ello legítima, destinada igualmente a hacer el Bien en la sociedad al ser esta incapaz de realizarlo por sí misma. Los diferentes sistemas de control, vigilancia y represión se presentan como una necesidad, como una expresión de ese Bien que encarna el Estado de cara a su realización exitosa en la sociedad, al mismo tiempo que todo el sistema educativo está encaminada a adoctrinar a la población para hacer aceptable y legítima esa realidad construida por el propio Estado. De este modo se logra conciliar a la persona, y con ella al colectivo, con su condición de esclavo, al mismo tiempo que esa realidad es presentada como la consecución de la mayor libertad posible.

Como consecuencia de tamaña corrupción moral que se inculca a través del aparato adoctrinador y de todos los instrumentos de manipulación de los que dispone el poder, se anula la capacidad crítica, intelectiva, reflexiva, volitiva e innovadora en tanto que imaginación. El alineamiento social con el poder es prácticamente completo a costa de la destrucción moral del sujeto y con este del conjunto de la sociedad. La falta de un criterio propio al regir el interés del Estado en la definición de lo bueno y lo malo conlleva la aceptación y colaboración con la injusticia instituida desde el poder, así como con todas y cada una de sus aberraciones que tienen como finalidad principal el acrecentamiento del poder estatal a costa del sujeto, que es reducido a la condición de una marioneta cada vez más proclive a aceptar sin rechistar los dictados del poder.

Bajo las circunstancias antes descritas la única opción real para una recuperación de lo humano en tanto que ser libre, con personalidad, juicio crítico, criterio propio y capacidad de pensar de manera autónoma, es la destrucción de la legitimidad sobre la que se asienta el orden establecido, y más concretamente el Estado como máxima expresión de la corrupción moral. La labor de concienciación que esta tarea implica significa denunciar el carácter profundamente perverso de una institución cuya finalidad máxima es la anulación de la libertad del ser humano, y con ello la destrucción de su esencia concreta para sustituirlo por una realidad artificial construida desde el exterior por medio de los aparatos de manipulación y adoctrinamiento, para así anular todo cuanto pueda haber de genuino en este.

viernes, 8 de febrero de 2013

Castas y Clases Sociales





Por Fernando Trujillo

Los términos casta y clase social mayormente son considerados sinónimos por la sociedad actual, un grave error que sin embargo casi nadie se ha tomado la molestia de corregir. Esta confusión de términos se hizo más patente con la llegada del marxismo cuya terminología fusionó estos dos conceptos en uno solo y lo asoció al capitalismo.

En la actualidad, diferentes grupos de tendencias marxistas usan el término casta para definir a la oligarquía. En los colegios el termino—igual simbiotizado—se usa para definir la desigualdad en el mundo antiguo y esta confusión lo que ha provocado es que nuestra sociedad piense que ambos términos son lo mismo.

El origen de la confusión de estos términos está en la Ilustración y en el nacimiento del marxismo. Tanto los pensadores de la Ilustración como Marx veían a las clases altas como una continuación de las castas antiguas, vieron un enemigo al que se debía destruir para imponer la igualdad.

No era suficiente con derrocar a una aristocracia decadente si no también tergiversar la historia de manera que solo hubiera dos bandos, las clases oprimidas y las clases altas, obreros y burguesía.

El concepto de “lucha de clases” se fundamenta entonces en la ridícula hipótesis de que toda la historia ha sido una lucha entre los oprimidos contra las castas, idea absurda que sin embargo ha sido la base de la educación moderna.

Ambos términos no son sólo antónimos si no que también son totalmente opuestos, el concepto de casta de la antigüedad es algo que se opone al concepto de clase social de la época moderna. Esta diferencia se basa en algo muy sencillo: casta es un término biológico no económico.

La gran diferencia entre casta y clase social reside en que la primera es cerrada mientras que la segunda es abierta.

Un hombre puede aspirar a ser de una clase social alta por medio de un matrimonio, ganando la lotería, cometiendo un fraude, siendo un mafioso, pero para pertenecer a una casta se debe de nacer dentro de ella.

En las clases sociales uno puede ascender o descender de acuerdo a la economía, es decir, que si una familia es de clase social elevada y por una crisis cae de posición mientras que caso contrario una familia de clase media baja debido a una buena economía pude ascender hasta una posición y será considerada de clase alta.

En las castas esto no sucede, el mundo de las castas no conoce las crisis económicas ni está sujeta a intereses monetarios. Un hombre puede ser expulsado de su casta si deshonra a los suyos o si traiciona el código ético de esta.

Las clases sociales siempre están abiertas, pero las castas permanecen cerradas para mantener puro su linaje y para evitar que costumbres extrañas entren en ella, esto para la mentalidad moderna puede parecer un acto de soberbia, pero en el mundo antiguo se veía como una forma de proteger la sangre y el espíritu de una casta.

El hombre de una clase social ha sido educado para pensar de forma económica, todo su mundo gira en torno a la economía.

El hombre de casta era un espíritu ascético, duro, reflexivo y elevado espiritualmente. En el hombre de casta se conjugaba el guerrero, el sacerdote y el poeta.

He dicho que el término casta es biológico. La sociedad de castas fue fundada por guerreros, hombres de sangre fuerte y por lo tanto de un material genético de alta calidad por lo que se prohibía mezclarse con castas inferiores. Los matrimonios eran entre los mejores, la mejor mujer para el mejor hombre. Sucede lo contrario en las clases sociales, donde pesa más el dinero que la calidad genética, si el hombre tiene una posición alta no importa si su material genético es deficiente entonces podrá casarse con la hija de papi.

La sociedad de castas es patriarcal. En ella es el guerrero, el hombre sabio y el asceta el jefe mientras que las clases sociales son matriarcales, la figura de la madre, socialite, de ropa cara, que dona cada cierto tiempo a fundaciones de caridad sobresale en revistas y en televisión.

En las castas es el hombre fuerte el que sobresale, en las clases sociales es el hijo mimado de mami. El hombre de una casta elevada era sometido desde temprana edad a un entrenamiento tanto militar como ascético para fortalecer su cuerpo y su espíritu, un hombre de casta iba a ser quien gobernara por lo que debía de ser endurecido desde la infancia.

En las clases sociales si el niño se tropieza la madre va a socorrerlo, mimarlo, tenerlo en su pecho y abrigarlo con toneladas de suéteres en invierno. Así, mientras el hombre de casta era un guerrero capaz de soportar el dolor, sabio y de espíritu elevado. El hombre de la casta social es inepto y siempre preocupado por la economía.

Las civilizaciones pre-cristianas eran regidas en su totalidad por un sistema de castas en cuya cima estaban los sacerdotes-iniciados y los aristócratas-guerreros. Este tipo de jerarquía era el que imperaba en todas las culturas indo-europeas y en civilizaciones de América como los aztecas, mayas e incas. De todas estas culturas son dos las que serian el mejor ejemplo de la sociedad de castas, me refiero a la civilización hindú y a la antigua Roma.

Estas dos culturas llevaron una sociedad jerarquizada, totalitaria y ascética que les permitió ser civilizaciones elevadas espiritualmente y admiradas.

El sistema de castas de la India fue fundado por los invasores indoeuropeos que llegaron a ese territorio en el año 1400 A.C, fue el periodo de la India Védica cuando la civilización estaba dividida en castas regidas por una aristocracia de iniciados y aristócratas.

La primera casta era la casta Brahmánica que correspondía a los sabios e iniciados, esta casta estaba representada por el color blanco, se trataba como su color lo indica de una casta con altos valores espirituales quienes eran los asesores del rey.

La aristocracia estaba conformada por la casta Chatria, según el Código Manu la función del Chatria era la de proteger a sus súbditos y este título no era hereditario, quien aspirara a tener el poder debía tener aptitudes y valores propios de un guerrero.

Con esto vemos que nacer en una casta no era el único requisito para pertenecer a ella, se debía pasar por pruebas iniciáticas tanto físicas como espirituales, el superar estas pruebas era como un segundo nacimiento, por eso los Chatrias y Brahmanes eran llamados “Nacidos dos veces” porque nacían como humanos una vez superado este duro entrenamiento pasaban a ser Chatrias.

En la antigua sociedad hindú cada casta tenía su lugar. Los mejores elementos convivían con los mejores mientras que los peores elementos de la sociedad se encontraban aislados. El dalit, el chandala( termino que usaba Nietszche para referirse al judío o al cristiano), el sin-casta es decir los más bajos elementos convivían entre ellos sin mezclarse con los más altos elementos, asilados en los más miserables lugares.

En palabras del científico ucraniano Theodosius Dobzhansky "El sistema de castas de la India ha sido el mayor experimento genético jamás realizado por el hombre". Los mejores elementos se reproducían mientras que los peores elementos iba muriendo debido a enfermedades, asesinándose entre sí, de ese modo su número disminuía.

La sociedad romana por otro lado estaba dividida en dos castas, patricios y plebeyos, la primera era la clase dirigente mientras que la segunda era el populacho.

Los patricios eran los patriarcas o jefes de cada una de las 300 familias nobles que gobernaban Roma y eran descendientes directos de los invasores itálicos que fundaron Roma y expulsaron a los etruscos.

Estos invasores eran de sangre nórdica y fueron ellos quienes fundaron el patriarcado romano, el patriciado era una aristocracia guerrera en el que imperaba el culto al padre y a los antepasados, los patricios eran respetados por su sabiduría y su autoridad.

Desde temprana edad los jóvenes patricios eran sometidos a duras pruebas físicas, a soportar el dolor. También se les enseñaban las tradiciones ancestrales y religiosas, los cultos y como debían llevarlos a cabo.

De esta manera los patricios eran hombres sabios, duros, ascéticos, disciplinados y con un alto sentido del honor. Los patricios eran llamados Hijos del Cielo ya que tenían un origen divino, entre sus rituales se encontraba el rito funerario de incinerar el cuerpo en una pira funeraria, ceremonia propiamente indoeuropea mientras que por el contrario los plebeyos eran llamados Hijos de la Tierra y tenían como principal rito funerario enterrar a sus muertos, algo que más tarde heredaría el judeo-cristianismo.

Eran patricios Julio Cesar, el emperador Octavio-Augusto, Pompeyo Magno, los grandes generales que lucharon contra Cartago, todos ellos grandes hombres de un genio nunca visto. No obstante las guerras Púnicas diezmaron a las familias patricias, los pocos que quedaron fueron quienes gobernaron el imperio sin embargo con el paso del tiempo el patriciado fue perdiendo su poder cuando elementos extranjeros se mezclaron, cuando su sangre y su espíritu fueron contaminados por un orientalismo que se iba extendiendo por el imperio.
Entonces el patriciado paso de ser una casta a ser una clase social, un ser aberrante que fue exterminado por los barbaros germanos.

Las clases sociales de la época moderna vienen a ser entonces una parodia de las castas, cuando una casta abre sus puertas a elementos extraños entonces es cuando llega a su decadencia y pasa a ser una clase social. Actualmente, las modernas “aristocracias” de Europa no son más que una burguesía, una clase social bonita y que brilla en cada revista de categoría, pero nada más.

No se puede considerar una casta a la familia real española o a la familia real británica cuando su sangre y su espíritu permanecen contaminados. No se puede considerar una casta a los Rockefeller o a los Hilton porque carecen del espíritu aristocrático que tuvieron los Chatrias y patricios.

Por más que nos intenten vender el que casta y clase social son lo mismo, no lo son. Ambas palabras están fusionadas pero sus caracteres son distintos. Solo hay que mirar un busto que representa a un patricio romano y mirar la foto del príncipe Charles, en el primero se verá un rostro severo y sabio, en el segundo se verá a un idiota.

Tiene más porte una joven iraní con su sangre pura que el fantoche príncipe Harry, tiene más sangre noble una niña palestina que un miembro de la familia Bush.

Ser aristócrata no es ser millonario, para ser aristócrata se nace, se tiene sangre y espíritu no millones de dólares y un rostro en una revista.

Actualmente, en la India existen lugares que todavía se rigen por castas. El socialista Gandhi suprimió este régimen, pero existen comunidades que todavía son gobernadas a través del sistema de castas y los Vedas, comunidades que se niegan a abandonar su tradición.

Asociaciones de derechos humanos y el gobierno hindú (influenciado por el colonialismo británico) quieren suprimir por completo este sistema, pero aun encuentran la oposición de la sociedad hindú. Las castas se fueron y en su lugar quedaron las clases sociales, pero sin la cosmovisión, jerarquía y espiritualidad de las grandes castas.

jueves, 7 de febrero de 2013

¿Cómo se enseña Historia de CHILE?





Por Pedro Godoy

La Historia Patria, frecuentemente, se explica en aula sobre la base de confrontaciones bélicas. No obstante, sabemos que un país se construye en la paz, día a día, a través de un proceso. Entonces resulta una distorsión que su trayectoria se enseñe señalando sólo sucesos que son “hechos de armas”. Tal rutina se refuerza con el programa de efemérides escolares destinado –de modo habitual- a resaltar episodios de conflicto. La docencia gira en torno a tres “centros de interés”. Uno, la guerra de Arauco. El otro, la guerra de la Independencia. El tercero, la guerra del Pacífico. En cada uno la objetividad está ausente. El maniqueísmo se impone de “pe a pa”. En el primer escenario el “bien” lo representan los mapuches (valor “coraje”). El “mal” los conquistadores (disvalor “codicia”). En el segundo, los patriotas son quienes lideran el progresismo liberal y los realistas, el fanatismo obscurantista. Algo así como el choque entre el luminoso Renacimiento y la tenebrosa Edad Media. En el último, los chilenos son héroes invictos. Villanos y cobardes los peruanos y bolivianos.

Existen otros dos “centros de interés” de naturaleza secundaria, pero igualmente perniciosos. Uno, al finalizar el siglo XIX el denominado “Pacificación de la Araucanía”. Allí se produce un viraje. Ahora los mapuches representan la barbarie y constituyen una rémora. Los “buenos”, en cambio, son los chilenos que, como filántropos, imponen la civilización a la patria araucana. Así se legitima un brutal etnocidio que, en la imaginería popular, se atribuye a España. El otro es la usurpación de la Patagonia por Argentina. Se internaliza –a horcajadas de tal tema- la odiosidad a la patria de José de San Martín y Domingo F. Sarmiento. Sus habitantes serían fanfarrones y expansionistas y nuestra diplomacia blanda y torpe por aceptar siempre el arbitraje y la mediación en pleitos limítrofes. Resulta curioso que –al otro lado de la cordillera- son idénticas las imputaciones, los recelos y las contraimágenes empleadas para enseñar, en aula, la misma supuesta mutilación. Ello exige el montaje –aprovechando la UNASUR o el MERCOSUR- de una especie de mini UNESCO conosureña que proponga un nuevo texto escolar de Historia de Iberoamérica.

Al finalizar el siglo XX y al borde de III milenio es un anacronismo una docencia “en blanco y negro” de nuestra Historia. El aula no debe continuar promoviendo altanerías y rencores. Es inaceptable que cada alumno, por la lección del educador o lo anotado en vetusto texto, comulgue con cinco fobias. Póngase punto final a tal circuito de supercherías insistiendo en lo siguiente: los conquistadores constituyen el patriciado del país. Merecen homenaje equivalente al que enaltece a los mapuches. Separatistas y monárquicos protagonizan la guerra civil entre liberalismo y absolutismo que desgarra al Imperio, aquel sobre el cual “no se ponía el sol”. Chilenos, peruanos, bolivianos y argentinos integran una nación que comparte el mismo horizonte y tendrá –para sacudirse del atraso y la dependencia- que afrontar el desafío de mancomunarse. Lo amerindio constituye uno de los dos componentes fundacionales. Negarlo es ignorancia. Juzgarlo un lastre, usando la expresión “indio” como estigma, encubre racismo... Una genuina reforma educativa debe empujar el enjuiciamiento de este circuito de estereotipos. Así podrá superarse nuestra crisis de identidad. Esa anomalía abre las puertas a devastadora globalización que beneficia a los imperialismos.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Los conceptos de "Máquina" y "Manpower"







Por Joaquin Bochaca


“LA MÁQUINA”

Hasta mediados del siglo XVIII, la Agricultura y la Industria se basaban, primordialmente en el poder muscular de caballos y bueyes, y en el muscular y cerebral del hombre. Pero a principios de 1765, un escocés, James Watt, ideó la máquina de vapor, que fue acoplada al mecanismo de un telar de algodón.

Acababa de empezar la revolución industrial. Por los resultados de la misma se demuestra hasta la saciedad, sin lugar para el menor resquicio de duda, que el punto a) que mencionábamos en el anterior epígrafe, es rotundamente cierto, porque, en efecto, en el mundo civilizado hay suficientes materias primas para satisfacer las necesidades de sus habitantes, y esas materias primas han sido desarrolladas y puestas al abasto del hombre gracias al concurso de la máquina.

Es necesario hacer un inciso. En el citado punto a), aparte de las materias primas, se trata de otros factores, tales como mano de obra y conocimientos científicos. De ello hablaremos más adelante. Circunscribámonos, de momento, a las primeras materias, desarrolladas por la máquina.

Una vez puesta en el disparadero del éxito, ya nada pudo mediatizar el proceso de la máquina. La ciencia se convirtió en su aliada, y los asombrosos descubrimientos se fueron sucediendo, y ya no sólo en el campo del vapor, sino en el de la energía hidráulica, la electricidad, la química, los nuevos combustibles, especialmente carbón y petróleo, los gases industriales, etc. Vino luego el uso de la energía atómica, y hacia 1938 en Alemania empezaron las primeras tentativas para explotar el manantial de todo poder: la energía solar, investigaciones que fueron interrumpidas con la guerra y han vuelto a tomar auge en Francia. Hogaño, con sólo dos siglos de inventos y desarrollo, la máquina domina en el mundo. Sus asombrosas realizaciones han hecho del hombre el Señor de la Tierra, y al pasar de una época de escasez -antes de Watt- a una de abundancia -después de Watt- han modificado totalmente el planteamiento de la Economía, aún cuando los sumos sacerdotes de esta “ciencia” sigan aferrados a unos dogmas que eran, tal vez, válidos para tiempos pretéritos -en que una mala cosecha a causa de la sequía o de la plaga de la langosta ponía a un país al borde del colapso, pero que resultan ridículamente desfasados en nuestros tiempos.

Sabemos que en 1935, en los países de Europa (exceptuando, naturalmente Rusia y Turquía), en Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y Australia, la máquina había puesto a disposición del hombre algo más de mil millones de Caballos de Vapor. En la actualidad, y pese al sabotaje político y social a que se ha visto sometida, hemos sobrepasado los tres mil millones  yeso que la energía atómica, la radioactividad, la energía solar y la energía de las mareas están aún lejos de haber dicho su última palabra.

El Premio Nobel británico, Profesor Soddy, calculaba, en 1935, que sólo 4.000 hombres, provistos de maquinaria moderna -repetimos, maquinaria de hace cuarenta años- podían recoger toda la cosecha de trigo de Estados Unidos 3. Precisemos que Estados Unidos es el segundo productor potencial de trigo en todo el mundo, pero que gracias al admirable sistema socialista implantado en Ucrania, ha pasado a un indiscutible primer lugar y aún se permite el discutible lujo político de vender a bajo precio, ya plazos, sus excedentes de trigo a la URSS, cuya producción es apenas superior a la de Europa Occidental.

Una incubadora australiana, con una capacidad de 1.100.000 huevos, incuba 6.600.000 pollitos al año por medio de la electricidad 4. La plaga de la filoxera, que en 1846 arruinó la cosecha de patatas de Silesia y el Palatinado, puede ser eliminada, actualmente, por dos aviones equipados con gas venenoso, en un par de horas, como máximo.

Los ingleses, en 1925, y los alemanes, en 1934, descubrieron sendos sistemas para la fabricación de nitratos sintéticos, los cuales, aparte de resultar mucho más baratos que los naturales -que en todo caso, eran insuficientes para nuestras necesidades y debían irse a buscar a Chile- obtenían rendimientos netamente superiores.

En 1933, en Alemania se inventó una máquina para fabricar bombillas que permitía a la conocida firma Osram abastecer todo el mercado en pocas semanas.

El autor inglés Colbourne cita un ejemplo revelador que, hacemos notar, se refiere al año... ¡1930! : “La población mundial en 1930 es de unos 2.000 millones de personas. En el mismo año (según Mr. Donald Ferguson, del Departamento de Estadística, de la Asociación Inglesa de Electricidad y Manufacturas Reunidas) ‘la capacidad total de la maquinaria era de 390 millones de Caballos’ (esta cifra excluye los automóviles). Así pues, el mundo, aparte de sus automóviles, tenía una maquinaria equivalente a 3.900 millones de hombres robustos. Es decir, que por cada unidad consumidora hay dos unidades no consumidoras”. 

Repetimos, estos datos se refieren al año 1930, pero, como ya hemos visto, en 1939, es decir, sólo nueve años después, en el Mundo Blanco -que entonces representaba las cuatro quintas partes de la potencia industrial del mundo entero - se había llegado a los mil millones de Caballos, lo que, para una población de unos seiscientos millones de habitantes, representaba que para cada unidad consumidora había, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, dieciséis unidades no consumidoras, en el Mundo Occidental. En tales condiciones, pretender -como lo han hecho, con milogroso cinismo, los budas economistas adeptos del dios Marx- que la Gran Guerra estalló por razones económicas es algo que debiera impulsar al sindicato de artistas de circo a querellarse contra dichos economistas por intrusismo profesional y competencial desleal.

Ahora bien, si se substituyera la palabra “económicas” por “financieras” ya se hallarían en el camino de la Verdad, pero ya saben muy bien tales budas que dicho camino, a ellos, les está vedado ¿Problemas económicos en Occidente, cuando las fábricas Ford, en Estados Unidos, construyen, en promedio, un coche cada cuatro segundos? ¿Problemas económicos cuando las fábricas Bayer, en Alemania, pueden abastecer, también en promedio, su rico mercado interior en dos meses y dedicar el resto del tiempo a trabajar para los mercados exteriores? ¿Problemas económicos cuando la Agricultura de Alemania Federal produce lo mismo que la Alemania real -la de 1939- con una extensión reducida en un 40 por ciento y una población en un 30 por ciento?

No. Hablar de problemas económicos no tiene sentido en la época actual. Precisamente la vida cotidiana no tiene sentido en la época actual. Precisamente la vida cotidiana está llena de ejemplos, estadísticas y datos que demuestran que, aún sin haber llegado a su estado de madurez, a pesar de los sabotajes que, bajo cien mil formas le imponen nuestros infaustos politicastros, la máquina está en disposición de abastecer a Occidente y, si insisten nuestros lacrimógenos mundialistas, a toda la Humanidad, en todas sus necesidades vitales y aún secundarias, al ciento por uno.


EL “MANPOWER”

En el punto a) del epígrafe referido al Planteamiento del Problema, aludíamos no sólo a las materias primas, sino también a la mano de obra especializada, al peonaje ya los conocimientos científicos “suficientes para satisfacer abundantemente las necesidades de sus habitantes”.

El trabajo humano, englobando al de investigadores, ejecutivos, obreros cualificados y sin cualificar recibe, en Inglaterra y América, el nombre genérico de “Manpower” -poder, o potencia del hombre- que nos parece mucho más descriptivo que las perífrasis que usamos en castellano para denominar, conjuntamente a trabajadores manuales, técnicos, capataces y ejecutivos.

Según datos oficiales, entresacados de publicaciones de las Naciones Unidas, mientras la población de los países Occidentales aumentaba en un 14 por ciento, su “manpower” se incrementaba en un  por ciento 1, en el período 1940-1970. En el mismo lapso de tiempo, su producción alimenticia subía, en valores absolutos, un 21 por ciento.

En cambio, la producción de artículos industriales y de servicios casi se triplicaba. Es imposible conocer datos exactos, y únicamente pueden obtenerse aproximados, basándose en referencias parciales y comparativas. En todo caso, también aquí la simple aritmética acude en apoyo de la tesis de que la mano de obra, especializada o no y la producción, han aumentado más, en valores absolutos y relativos, que la población total de Occidente. De todo ello se deduce la misma conclusión que se obtuvo al analizar la incidencia de la Máquina en la Economía de Occidente, es decir, que éste debería atravesar por un período de bienestar económico, más aún, de verdadera opulencia, sin paralelo en toda su Historia.

Esto, en cuanto se refiere a la mano de obra, cuantitativamente hablando. Porque, en términos cualitativos, también nuestro “manpower” ha experimentado un progreso notable. El número, per cápita, de técnicos y obreros cualificados, en el peor de los casos, -Inglaterra, Italiaes el mismo de hace treinta años 3 pero es preciso tener muy en cuenta que en los años cuarenta, Inglaterra tenía a su cargo un enorme Imperio, circunstancia que, desgraciadamente para ella y para Europa, ya no se da en la actualidad. Con respecto a Alemania nos ha sido imposible encontrar datos comparativos, pero el progreso es innegable y contrastado en Francia y España, e incluso en Estados Unidos. En ciertos países occidentales, como el Canadá, el aumento de mano de obra cualificada ha sido espectacular, del orden del cien por cien.

Ámbito y Planteamiento del Problema dentro de la Economía Occidental





Por Joaquin Bochaca


ÁMBITO

Vamos a ocuparnos de la Economía del organismo llamado Civilización Occidental, es decir, Europa y sus colonias Culturales esparcidas por el mundo, en una palabra: el Mundo Blanco. Decíamos en una ocasión que “es preciso hacer una distinción entre mundo civilizado y mundo incivilizado, subdesarrollado, subcapaz o como quiera llamársele”. Añadíamos que para los subdesarrollados, en las presentes condiciones y para muchos siglos aún, no existía solución para sus problemas económicos, aun contando con recursos fabulosos e inexplotados y con la ayuda, a fondo perdido, que les prestan los Estados Unidos, Europa y las organizaciones mundialistas, y, con miras de influencia política, los países del llamado bloque comunista. Lo razonábamos amparándonos en que la Economía estaba subordinada a la Raza -que podíamos calificar como “las señas de identidad del organismo político”, y concluíamos que “una explotación, industrial o minera, dirigida por ingleses, italianos, alemanes o suecos, tendrá, probablemente, éxito, mientras que la misma explotación, dirigida por bantúes, mambaras o  nepaleses será un fracaso total”.

Agravábamos nuestro caso, y consideramos un deber reiterarlo aquí y ahora, al afirmar que el espectáculo de un paria muriéndose de hambre ante una vaca sagrada o de otro indio cualquiera tumbado en un suelo feraz que no se cultiva para no arañar a la Madre Tierra y que los dioses no entren en cólera, nos deja completamente indiferentes.

La razón de tal indiferencia es doble: en primer lugar, porque participamos de la anticuada creencia de que antes de solucionar los problemas de los demás, hay que solucionar los propios, máxime cuando los pueblos de color no desperdician oportunidad para recordarnos que ahora son “independientes”  y para achacarnos la culpa de todas sus miserias; en segundo lugar, porque la felicidad no puede exportarse. La felicidad, es decir, la propia realización es algo absolutamente personal, tanto a nivel del ser humano como al de una Cultura Superior. Lo que satisface plenamente a un europeo, puede dejar insatisfecho a un japonés, y recíprocamente. Y ya escogemos como ejemplo al extranjero que más cerca se halla, salvando distancias y niveles, del Occidental. Hemos visto, en Africa del Sur, a cafres con pendientes en las narices, pilotando rutilantes “Mercedes”, vistiendo impecables trajes europeos, y descalzos. Dichos cafres habitan en chozas idénticas a las que pueden verse junto al Aeropuerto de Kinshasa (la antigua Leopoldville), que a su vez deben ser iguales a las que construían sus antepasados mil años ha.

Allí donde el blanco impuso, en la época colonial, iglesias, hospitales y carreteras, vuelven rápidamente los hechiceros, los magos y los senderos de cabra. La higiene es consustancial con el europeo: bastante menos con el asiático; a los árabes se les deben imponer, bajo severísimo precepto religioso, las abluciones, y en los barrios y ciudades negras de todo el mundo, bajo climas y circunstancias diversos, desde Johannesburgo hasta Nueva York, y desde Nairobi hasta King's Cross (Sydney, Australia) la suciedad es proverbial, sin que en ello influya para nada la supuesta -y desde luego falsa- pobreza del negro. Finalmente, en vez de tantas estadísticas de niños de color que no pueden comer tanto como quisieran, acompañadas de fotografías esperpénticas y desgarradoras que buscan provocar la dirigida compasión del ingenuo ario, convendría que se nos facilitara un estudio, frío y objetivo, acerca de qué han hecho los pueblos mendigos desde que “obtuvieron” -vamos a decirlo así- su sagrada independencia. Porque nada encontramos más grotesco ni más cínico que esas campañas para aliviar el hambre en la India, mientras el Gobierno de ese país anuncia a bombo y platillo, en la prensa mundial, que ya cuenta con la bomba atómica. Y las plañideras contables del Kremlin, de los innumerables partidos socialistas y de las diversas religiones positivas, que tanto se preocupan de calcular cuántos hospitales podrían construirse en Africa Negra y cuántos amarillos podrían comer durante seis meses con el dinero que costó uno sólo de los proyectos espaciales, desaprovechan tan excelente ocasión para ilustrar al pacífico Gobierno Indio sobre la cantidad de parias que podrían alimentarse opíparamente con el dinero que les costó su flamante bomba atómica.


PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

En el ámbito de nuestra Economía Occidental, la presente crisis se resume en los siguientes puntos:

a).- En el mundo civilizado hay suficientes materias primas, mano de obra especializada, peonaje y conocimientos científicos suficientes para satisfacer abundantemente las necesidades de sus habitantes.

b).- La pobreza y la escasez existen porque la gente no tiene bastante dinero para comprar los bienes producidos por la industria y la agricultura modernas a un precio atrayente para los productores.

c).- Cuando a uno le falta algo de cualquier cosa, el más obvio remedio consiste en crearlo, y no supone ninguna dificultad física crear más dinero.

d).- La inflación, consistente en que haya más dinero que mercancías, es, evidentemente, una calamidad, pero el aumento paulatino de dinero y mercancías de manera que el poder adquisitivo de aquél se mantenga al mismo nivel que la producción y los precios permanezcan estables no tiene nada que ver con la inflación y es, a fin de cuentas, lo que necesitamos.

e).- La maquinaria y el uso de los recursos de la Naturaleza limitan, cada vez más, la necesidad del trabajo humano, mientras que incrementan la producción de riquezas, en bienes y servicios. Por consiguiente, las personas desplazadas del trabajo remunerado por la maquinaria deben recibir el suficiente dinero para poder comprar lo producido por las máquinas que les han desplazado de su trabajo. Este dinero, claro es, no debe ser extraído del bolsillo de otras personas, aunque se haga por el invisible medio de los impuestos, pues entonces lo único que haremos será robar a unos para pagar a otros y nuestra sociedad está ya suficientemente desarrollada para no tener necesidad de jugar a Dick Turpin; no debemos permitir que los parados sean una carga para los que trabajan ni tampoco considerar que las máquinas son una maldición cuando debieran ser, al contrario, la bendición de la Humanidad al liberarla de muchas horas de trabajo y permitir a los hombres dedicar esas horas a actividades culturales o al tiempo libre creativo, en jardinería, deportes, excursionismo, estudio, etc.

Y esto es todo. Este es el problema. That is the question. Y si queremos solucionar el problema planteado en los cinco precedentes puntos, que resumen el Ser o No Ser de la Economía Occidental, debemos preguntarnos, con Shakespeare, qué es mejor para el espíritu: ¿sufrir los flechazos de la insultante fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y vencerlas? Porque el célebre monólogo hamletiano se aplica a la presente situación Occidental, en el plano político que, por definición, es total, luego también económico. ¿Qué debemos hacer? ¿Aceptar la explicación de los economistas clásicos que pretenden que los ciclos de prosperidad y miseria deben sucederse los unos a los otros en virtud de una misteriosa ley económica? O bien, mejor, ¿tomar las armas del sentido común para enfrentarse al piélago de calamidades económicas que nos depara el Gran Parásito, y vencerlas? Formular así el dilema equivale a resolverlo. Tomemos, pues, las armas del sentido común y hagámosle frente.

Casi todos se imaginan que para comprender nuestro sistema monetario es preciso poseer un cerebro superdotado y un don especial para las matemáticas.

Nada más alejado de la verdad; es la ingeniería, no la finanza, quien requiere el dominio de las Altas Matemáticas: para comprender el funcionamiento de la moderna finanza lo único que se precisa es enfocar el problema sin prejuicios; ver las cosas cómo son, y no cómo nos dicen que debieran ser; usar lo que los ingleses llaman “common sense” y los franceses “bon sens” y que podríamos traducir, aproximadamente, al castellano, por sentido común, y emplear el viejo, pero siempre actual, sistema filosófico de la escuela tomista, la “reducción al absurdo”, que consiste en rechazar toda conclusión, por lógicas que pudieran parecer sus premisas, si tal conclusión conduce a un absurdo, como lo es, por ejemplo, que el todo sea menor que sus partes, que, al mismo tiempo, dos sólidos puedan ocupar el mismo espacio... o que, como pretenden los augures de la moderna economía, lo que debe hacerse para proteger a la Agricultura es quemar sus cosechas.